"...Óyeme, que te llamo. Vida mía,
sí, vida mía, vida mía sola..."
"Signora con vintaglio"
Gustav Klimt
Reseña biografica
Poeta y
dramaturgo español, nacido en el puerto de Santa María, Cádiz, en
1902.
Considerado como uno de los grandes poetas del panorama literario
español, fue el último poeta de la
Generación del 27, ganador del Premio Nacional de Literatura en 1925 y del
Premio Cervantes en 1983.
Durante la guerra civil militó activamente en
la política y dirigió varias revistas de orientación comunista.
Vivió en el exilio hasta el año de 1977.
Entre sus obras más importantes
se cuentan
Marinero en Tierra, Sobre los Angeles, Cal y
Canto
y Sermones y Moradas.
Falleció en Madrid en 1999.p; ©A galopar
A la línea
A
Niebla, mi perro
A veces Altaír gime largo,
tendida...
Amaranta
¡Amor!, gritó el loro...
Anémona encantada...
Atentado
Campo de batalla
Canción a Altaír
Canción de amor
Castigos
Cúbreme, amor, el cielo de la
boca...
Diálogo entre Venus y Príapo
Huele a sangre mezclada con
espliego...
La maldecida
La niña rosa, sentada...
La paloma
La soledad II
La soledad III
Luna mía de ayer, hoy de mi
olvido...
Malva-Luna de yelo
Metamorfosis del clavel
Mujer en camisa
Nocturno
Paraíso perdido
Por allí hondo, una humedad
ardiente...
Por amiga, por amiga...
Retornos del
amor ante las antiguas deidades
Retornos del amor en la
noche triste
Retornos del amor en las
arenas
Retornos del amor en los vividos paisajes
Retornos del amor tal como era
Retornos del Angel de sombra
Retornos del amor recién
aparecido
Sabes tanto de mí, que yo mismo quisiera...
Sixtina
Soneto
Subes del mar, entras del mar ahora...
Te digo adiós, amor, y no estoy triste...
Tirteo
Un papel desvelado en su
blancura...
Ven
Ven, ven, así, te beso...
Vuela la noche antigua de
erecciones...
Más poesia de Rafael Alberti en
Rafael Alberti #2
A galopar
Las tierras, las tierras, las tierras de España,
las grandes, las solas, desiertas llanuras.
Galopa, caballo cuatralbo,
jinete del pueblo,
al sol y a la luna.
¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!
A corazón suenan, resuenan, resuenan,
las tierras de España, en las herraduras.
Galopa, jinete del pueblo
caballo de espuma
¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!
Nadie, nadie, nadie, que enfrente no hay nadie;
que es nadie la muerte si va en tu montura.
Galopa, caballo cuatralbo,
jinete del pueblo
que la tierra es tuya.
¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar!
A la línea
A
ti, contorno de la gracia humana,
recta, curva, bailable geometría,
delirante en la luz, caligrafía
que diluye la niebla más liviana.
A ti, sumisa cuanto más tirana
misteriosa de flor y astronomía
imprescindible al sueño y la poesia
urgente al curso que tu ley
dimana.
A ti, bella expresión de lo distinto
complejidad, araña,
laberinto
donde se mueve presa la figura.
El infinito azul es tu palacio.
Te canta el punto ardiendo en el
espacio.
A ti, andamio y sostén de la pintura.
A Niebla, mi perro
«Niebla», tú no comprendes: lo cantan tus orejas,
el tabaco inocente, tonto, de tu mirada,
los largos resplandores
que por el monte dejas,
al saltar, rayo tierno de brizna despeinada.
Mira esos perros
turbios, huérfanos, reservados,
que de improviso surgen de las rotas neblinas,
arrastrar en sus
tímidos pasos desorientados
todo el terror reciente de su casa en ruinas.
A pesar de esos
coches fugaces, sin cortejo,
que transportan la muerte en un cajón desnudo;
de ese niño que
observa lo mismo que un festejo
la batalla en el aire, que asesinarle pudo;
a pesar del mejor
compañero perdido,
de mi más que tristísima familia que no entiende
lo que yo más
quisiera que hubiera comprendido,
y a pesar del amigo que deserta y nos vende;
«Niebla», mi
camarada,
aunque tú no lo sabes, nos queda todavía,
en medio de esta
heroica pena bombardeada,
la fe, que es alegría, alegría, alegría.
A veces Altair gime largo, tendida...
A veces Altair gime largo, tendida,
hincada por el viento oscuro que
la envuelve,
agitada en su sima
dulce de espumas lentas que la
llevan
casi a morir sin voz, para salirse
otra vez de su hondo
mar secreto, sin límite, incesante...
Una estrella Altair, latente y
poderosa.
Amaranta
Rubios,
pulidos senos de Amaranta,
por una lengua de lebrel limados
pórticos de limones desviados
por el canal que asciende a tu
garganta.
Rojo, un
puente de rizos se adelanta
e incendia tus marfiles ondulados.
Muerde, heridor, tus dientes desangrados,
y corvo, en vilo, al viento
te levanta.
La
soledad, dormida en la espesura
calza su pie de céfiro y desciende
del olmo alto al mar de la llanura.
Su cuerpo
en sombra, oscuro, se le enciende,
y gladiadora, como un ascua impura
entre Amaranta y su amador se tiende.
¡Amor!, gritó el loro...
¡Amor!, gritó el loro
(Nadie le contestó de un chopo al otro).
¡Amor, amor mío!
(Silencio de pino a pino.)
¡Amooor!
(Tampoco el río le oyó.)
¡Me muero!
(Ni el chopo,
ni el pino,
ni el río
fueron a su entierro.)
Anémona encantada...
Anémona
encantada
enamorada.
Orquídea despeinada
enamorada.
Flor
abierta o cerrada
enamorada.
No me las enseñes más,
que me matarás.
Atentado
Robada por un pez de acero y lona,
tú, sin malló, dormida,
diste
con una estrella que, escondida,
rondaba a Barcelona.
¡Susto en la luz! Teléfonos fundidos.
A
los timbres, disparos.
El giratorio idioma de los faros,
los
vientos, detenidos.
Y una voz, buzo negro, disfrazada
y en taxi,
solicita
volarte el corazón con dinamita.
Mas tu ilesa, sin nada.
Campo de batalla
Nace en las ingles un
calor callado,
como un rumor de espuma silencioso.
Su dura mimbre
el tulipán precioso
dobla sin agua, vivo y agotado.
Crece en la sangre un
desasosegado,
urgente pensamiento belicoso.
La exhausta flor
perdida en su reposo
rompe su sueño en la raíz mojado.
Salta la tierra y de su
entraña pierde
savia, veneno y alameda verde.
Palpita, cruje,
azota, empuja, estalla.
La vida hiende vida en
plena vida.
Y aunque la muerte gane la partida,
todo es un campo
alegre de batalla.
Canción a Altaír
Cuando
abre sus piernas Altair
en la mitad del cielo,
fulge en su centro
la más bella noche
concentrada de estrellas
que palpitan
lloviéndose en mis labios,
mientras aquí en la tierra,
una lejana,
ardiente
pupila sola, anuncia la llegada
de una nueva; dichosa,
ciega constelación desconocida.
Altaír:
Oh, soñar con tus siempre apetecidas
altas colinas dulces y
apretadas,
y con tus manos juntas resbaladas,
en el monte de Venus
escondidas...
Canción de amor
Amor, deja
que me vaya,
déjame morir, amor.
Tú eres el mar y la playa.
Amor.
Amor, déjame la vida,
no dejes que muera, amor.
Tú eres mi luz escondida.
Amor.
Amor, déjame quererte.
Abre las fuentes, amor.
Mis labios
quieren beberte.
Amor.
Amor, está anocheciendo.
Duermen las flores, amor,
y tú estás amaneciendo.
Amor.
Castigos
Es cuando
golfos y bahías de sangre,
coagulados de astros difuntos y vengativos,
inundan los sueños.
Cuando golfos y bahías de sangre
atropellan la navegación de los lechos
y a la diestra del mundo muere olvidado un Angel.
Cuando saben a azufre los vientos
y las bocas nocturnas a hueso, vidrio y alambre.
Oídme.
Yo no sabía que las puertas cambiaban de sitio,
que las almas podían ruborizarse de sus cuerpos,
ni que al final de un túnel la luz traía la muerte.
Oídme aún.
Quieren huir los que duermen.
Pero esas tumbas del mar no son fijas,
esas tumbas que se abren por abandono y cansancio del cielo no son estables,
y las albas tropiezan con rostros desfigurados.
Oíd aún. Más todavía.
Hay noches en que las horas se hacen de piedra en los espacios,
en las venas no andan
y los silencios yerguen siglos y dioses futuros.
Un relámpago baraja las lenguas y trastorna las palabras.
Pensad en las esferas derruidas,
en las órbitas secas de los hombres deshabitados,
en los milenios mudos.
Más, más todavía. Oídme.
Se ve que los cuerpos no están en donde estaban,
que la luna se enfría de ser mirada
y que el llanto de un niño deforma las constelaciones.
Cielos enmohecidos nos oxidan las frentes desiertas,
donde cada minuto sepulta su cadáver sin nombre.
Oídme, oídme por último.
Porque siempre hay un último posterior a la caída de los páramos,
al advenimiento del frío en los sueños que se descuidan,
a los derrumbos de la muerte sobre el esqueleto de la nada.
Cúbreme, amor, el cielo de la boca
Cúbreme, amor, el cielo de la boca
con esa arrebatada espuma extrema,
que es jazmín del que sabe y del que quema,
brotado en punta de coral de roca.
Alóquemelo, amor, su sal, aloca
Tu lancinante aguda flor suprema,
Doblando su furor en la diadema
del mordiente clavel que la desboca.
¡Oh ceñido fluir, amor, oh bello
borbotar temperado de la nieve
por tan estrecha gruta en carne viva,
para mirar cómo tu fino cuello
se te resbala, amor, y se te llueve
de jazmines y estrellas de saliva!
Diálogo entre Venus y Príapo
Príapo:
...Despierta, sí, cerrada
caverna de coral. Voy por tus breñas,
cabeceante, ciego, perseguido.
Ábrete a mi llamada,
al mismo sueño
que en tu gruta sueñas.
Tus rojas furias sueltas me han mordido.
¿Me escuchas en lo oscuro?
sediento, he jadeado las colinas
y
descendido al valle donde empieza
el caminar más duro,
pues todo,
aunque cabellos, son espinas,
montes allí rizados de maleza.
¿Duermes aún? ¿No sientes
cómo mi flor, brillante y ruborosa
la
piel, extensa y alta se desnuda,
y con labios calientes
-coral los
tuyos y los míos rosa-
besa la noche de tus labios muda?
¡Despierta!...
Venus:
¿Quién me nombra?
¿quién persigue mis óleos seminales,
quién mi
gruta de sombra
y navegar oculto mis canales?
Príapo:
Quien
solamente puede y se desvela,
levantado por ti, de noche y día,
se
atiranta en candela
y no se dobla hasta que el mar lo enfría
¡Deja
que te contemple!
Venus:
Que te mire
déjame a mí también. ?Siempre eres bello!
Príapo:
¡Déjame que en tus selvas te respire!
Venus:
¡Que me despeine en tu robusto cuello!
Príapo:
¿Por qué dormías?
Venus:
Todo era fingido.
Mi dormir no era más que desearte.
Tú alzas mi
sueño cuando estás dormido.
Nací tan sólo para levantarte.
Príapo:
¡Oh noche clara!
Venus:
¡Oh clara luna llena!
¡Rayo directo que me inundas!
Príapo:
Eres taza de espuma azul,
concha marina,
alga abierta en la
arena,
paraíso de sal de las mujeres
secreto erizo que en la mar
trasmina.
Golfo nocturno, ábrete a mí, bañadas
del más cálido
aliento tus riberas.
Sabes a mosto submarino, a olas
en vivientes
moluscos despeñadas,
a tajamares, soles de escolleras
ya rumor de
perdidas caracolas.
Sabes también...
Venus:
Repósate un momento...
Príapo:
El reposar es mi mayor tristeza.
Venus:
También yo quiero repetir al viento
toda mi admiración por tu
grandeza.
Príapo:
Hincho las velas. Habla.
Venus:
Eres trinquete,
palo mesana, ,torre indagadora
y, ardido del más
rojo gallardete,
cresta de gallo al despuntar la aurora.
Sales de
un bosque, lanza o jabalina.
Redondos aramboles, de espejuelos
te
alumbran cuando cazas.
Pende en los dos la gloria masculina.
Llenas las nubes, los cargados cielos
rebosan de sus tazas.
Príapo:
¡Oh, ven más cerca! ¡Ven!
Venus:
¡No! No me
riegues,
amor, de blancos copos todavía.
Guarda, mi bien, esas
nevadas flores
hasta que al fin me llegues
a lo más hondo de mi
cueva umbría
con tus largos y ocultos surtidores.
Príapo:
¿Qué quieres más?
Venus:
Anhelo que me cantes
cosas que faltan. Mis alrededores
prometen
sima al sur y al norte cumbres.
Príapo:
Hacia ellas van mis rayos penetrantes,
su flor certera, sus certeras
lumbres.
Venus:
¿Qué ves, qué me
iluminas?
Príapo:
¡Oh precipicio, oh noche bordeada
de oscuridad también! ¡Despeñadero
que hacia las sombras sólo me encaminas!
Te miro y más se hunde mi
mirada.
si la dicha es redonda, está en tu cero.
Venus:
Pasa a los altos, sube a los alcores...
¿qué ves ahora, dime?
Príapo:
Un baluarte
de clavel y de nieve a cada lado.
¡Oh fortalezas! ¡Claros
miradores
para clavar en ellos mi estandarte
y descender al bosque
enamorado!
Venus:
Dime si escondes para mi ventura
cosas que acaso yo no sepa.
Príapo:
Escondo,
también allá en lo hondo
de una caverna oscura,
de
blancas y mordientes
almenas vigiladas,
una muy dulce y de humedad
mojada
cautiva...
Venus:
Yo prosigo. Son los dientes
los que fijos la rondan y dan vela.
También yo otra cautiva
como la tuya aguardo. ¿No la sientes?
A
navegar sobre su propia estela
mírala aquí dispuesta, siempre viva.
Príapo:
¡Oh
encendido alhelí, flor rumorosa!
Deja que tu saliva
de miel, que
tu graciosa
corola lanceolada de rubíes
mojen mi lengua, ansiosa
de en la tuya mojar mis carmesíes.
Venus:
¡Flor contra flor!
Príapo:
¡Qué
blandos oleajes
ya por mis flancos tu alhelí resbala!
Venus:
Gira la noche...
Príapo:
Cantan los
cordajes...
Venus:
Cambia el viento... Dan vuelta los paisajes...
Príapo:
Y hace en
tus labios mi navío escala,
mientras tu fuente oculta, prisionera
de mi boca, entreabriendo
su dócil ya y sumisa enredadera,
dulce y
quejosamente va fluyendo.
Venus:
¡Oh
bonanza!
Príapo:
¡Oh tranquilo
descanso ahora! ¡Calmas, aunque plenas,
nuncios ya
de los hondos y más duros
combates!
Venus:
¡Desflecadas, hilo a hilo,
tus espumas descienden mis almenas.
Príapo:
Tus arroyos y peces más oscuros
me corren por los labios todavía.
Venus:
Un sabor a jazmín me permanece
ya tallo donde nada antes crecía.
Príapo:
A tallo que por ti de nuevo crece.
Venus:
¡Oh asombro! ¡Prodigiosa,
mágica fuerza!
Príapo:
¡Abismo que me atrae!
Venus:
¡Oh
cima misteriosa!
Príapo:
¡Cima que sólo en ese abismo cae!
Venus:
Qué mármol jaspeado!
¡Pálida, arquitectónica belleza!
¡Qué alto
fuste estriado
de azules ríos! ¡Capitel armado
para elevar el
mundo en su cabeza!
Príapo:
Avanzo ya.
Venus:
La noche abrasa.
Príapo:
Gotas
de esperma verde tiemblan los luceros.
Venus:
Las dehesas remotas
de la luna, sus albos ventisqueros
se llenan
de bramidos.
Del cielo penden signos genitales.
La Vía Láctea
rueda sus henchidos
torrentes de amorosos sementales
Príapo:
Gruta
sagrada, toco tus orillas.
Abre tus labios ya, siénteme dentro.
Venus:
¡Oh maravilla de
las maravillas!
¡Luz que me quema el más profundo centro!
Príapo:
Se confunden los bosques, las lianas
se juntan y conmueven.
en el
pomar revientan las manzanas
y en el jardín copos de nardos llueven.
Venus:
¡Qué bien cubres
mis ámbitos! Sus muros
¡cómo me los ensanchas y los llenas!
¡Qué
pleamar, qué viento acompasados!
Príapo:
Jaca
y jinete, unísonos, seguros,
galopan de corales y de arenas
y de
espumas bañados.
Venus:
Detente, amor. No infundas ese aliento
tan rápido a las brisas.
Aminora
un poco el paso. Da a tu movimiento
un ritmo nuevo ahora.
Príapo:
Pondré en mis alas un volar más lento.
Venus:
¡Dulce vaivén! rezuman mis paredes
las más blandas esencias.
Príapo:
Desasidas
de sus más hondas redes,
ya mis médulas saltan encendidas.
Venus:
Ten más el freno.
Príapo:
¿El freno?
Querencioso,
mi caballo se pierde a la carrera.
Venus:
Sigo también su galopar furioso,
antes que derramado en mí se muera.
Príapo:
¡Amor!
Venus:
¡Amor! La noche se desvae.
Nos baña el mar. ¡Oh luz! El mundo canta.
Cae la luna... El viento...
Príapo:
Todo cae
cuando el gallo del hombre se levanta.
Huele a sangre mezclada con espliego,
Venida entre un olor de resplandores.
A sangre huelen las quemadas flores
Y a súbito ciprés de sangre el fuego.
Del aire baja un repentino riego
De astro y sangre resueltos en olores,
Y un tornado de aromas y colores
Al mundo deja por la sangre ciego.
Fría y enferma y sin dormir y aullando,
Desatada la fiebre va saltando,
Como un temblor, por las terrazas solas.
Coagulada la luna en la cornisa,
Mira la adolescente sin camisa
Poblársele las ingles de amapolas.
La maldecida
No quiero, no,
que te rías,
ni que te pintes de azul los ojos,
ni que te empolves de arroz
la cara,
ni que te pongas la blusa verde,
ni que te pongas la falda
grana.
Que quiero verte muy seria,
que quiero verte siempre muy
pálida,
que quiero verte siempre llorando,
que quiero verte siempre
enlutada.
La niña rosa, sentada...
La niña rosa, sentada.
Sobre su falda,
como una flor,
abierto, un atlas.
¡Cómo la miraba yo
viajar, desde mi balcón!
Su dedo, blanco velero,
desde las islas Canarias
iba a morir al
mar Negro.
¡Cómo la miraba yo
morir, desde mi balcón!.
La niña,
rosa sentada.
Sobre su falda,
como una flor,
cerrado, un atlas.
Por el
mar de la tarde
van las nubes llorando
rojas islas de sangre.
La paloma
Se equivocó la paloma
se equivocaba.
Por ir al norte, fue al sur
creyó que el trigo era agua,
se equivocaba.
Creyó que el mar era el cielo
que la noche, la mañana,
se
equivocaba,
se equivocaba.
Que las estrellas, rocío
que la calor, la nevada,
se
equivocaba,
se equivocaba.
Que tu falda era tu blusa
que tu corazón, su casa,
se
equivocaba,
se equivocaba.
Ella se durmió en la orilla,
tú en la cumbre de una rama.
Creyó que el mar era el cielo
que la noche, la mañana
se
equivocaba,
se equivocaba.
Que las estrellas, rocío
que la calor, la nevada,
se
equivocaba,
se equivocaba.
Que tu falda era tu blusa
que tu corazón, su casa,
se
equivocaba,
se equivocaba...
La
soledad II
Vendrá.
Vendrá.
Lo ha escrito.
Ya pasó una semana.
Viene desde muy lejos…
De allá del norte… En tren…
Casi dos mil kilómetros…
Muy lejos… Malos trenes…
Y el calor… Y el polvo
que entra por todas partes…
La casa está ya lista: una paloma blanca
de cal pura… Lucientes,
más brillantes que el oro,
la sartén, el perol, la cacerola… Y luego,
la cama grande, grande… cubierta de una colcha
de colores, con pájaros…
Pero muchos kilómetros sin nadie… Eso me han
dicho…
Y el calor… Y el polvo…
Tendrá sed… Aquí, el agua
no falta casi nunca… Va a gustarle esto mucho…
Poco trabajo para ella… Yo
lo haré todo. Soy fuerte todavía…
¿Ella? Bueno. Veremos.
Es mi mujer… no quiero que se canse.
"Trae aquí esos tomates... Mira, aquéllos de allá,
tan colorados…" Nunca los ha visto.
Dirá que no… "¿Lechugas como éstas,
tan blancas? ¿Y los rábanos? ¡tampoco!
Vamos, mujer… Te esperan las gallinas…
¿Qué más quieres? El postre
ahí lo tienes colgado del ciruelo.
Extiende el delantal y sacude una rama…"
ya es muy tarde. Le tomo la cintura…
Se sonríe… ¡Qué hermosa!
Apagamos la luz…
Así. ¡Cuántos kilómetros!
Hoy es miércoles ya… Vendrá esta noche.
La soledad III
¿Vendrá?
Puede que venga.
Lo dice en esta carta que aquí llevo.
Se está yendo el verano… Y llueve. Las patatas…
¡cuántas ya se han podrido!
Los tomates se hincharon de tal modo
que rodaron por tierra, derramándose.
La fruta se acabó. Nunca los pájaros
comieron más duraznos y ciruelas.
Las acelgas… ¡Qué viejas y amarillas
están ya! ¡Qué buen tonto
sería si plantara de nuevo más lechugas!
Las gallinas cloquean por los muertos sembrados.
La lluvia ha enverdecido el banco de la casa.
La cocina está negra de hollín… Miro las sillas…
Una está sin usar… la otra ya tiene
partido un palo… El suelo
cruje sucio de tierra.
En un rincón, la escoba se aburre. Hace ya un mes
que no lavo las sábanas… Tan sólo,
enganchada de un clavo del muro de la alcoba,
sigue la nueva colcha de los pájaros.
Llega el otoño ya.
Mi mujer no ha venido. Yo no la conocía…
No la conocí nunca.
Era joven. Lo sé.
Unos veintidós años…
Aquí tengo su carta…
Yo he cumplido sesenta…
El polvo… El calor… Tal vez tantos kilómetros…
¡Vaya usted a saber!
Luna mía de ayer, hoy de mi olvido...
Luna mía de ayer, hoy de mi olvido,
Ven esta noche a mí, baja a la tierra,
Y en vez de ser hoy luna de la guerra,
Sélo tan sólo de mi amor dormido.
Dale en tu luz el reno perseguido
Que por los yelos de tus ojos yerra,
Y dile, si tu lumbre lo destierra,
Que será lana su destierro y nido.
Tiempos de horror en que la sangre habita
Obligatoriamente separada
De la linde natal de su terreno.
¡Ay luna de mi olvido, tu visita
no me despierte el labio de la espada,
sí el de mi amor, guardado por tu reno!
Malva-luna de yelo
Las floridas espaldas
ya en la nieve,
y los cabellos de marfil al viento.
Agua muerta en la sien, el pensamiento
color halo de luna cuando
llueve.
¡Oh, qué clamor bajo del seno breve,
qué palma al aire el
solitario aliento!
¡Qué témpano, cogido al firmamento,
el pie
descalzo que a morir se atreve!
Brazos de mar, en cruz, sobre la helada
bandeja de la noche;
senos fríos,
de donde surge, yerta, la alborada;
¡oh piernas como dos celestes ríos,
Malva-luna-de-yelo,
amortajada
bajo los mares de los ojos míos!
Metamorfosis del clavel
Al alba, se asombró el gallo.
El eco le devolvía
voz de muchacho.
Se halló signos varoniles,
el gallo.
Se asombró el gallo.
Ojos de amor y pelea,
saltó a un naranjo.
Del naranjo, a un limonar;
de los limones a un patio;
del patio, saltó a una alcoba,
el gallo.
La mujer que allí dormía
le abrazó.
Se asombró el gallo.
Mujer en camisa
Te amo así, sentada,
con los senos cortados y clavados en el filo,
como una transparencia,
del espaldar de la butaca rosa,
con media cara en ángulo,
el cabello entubado de colores,
la
camisa caída
bajo el atornillado botón saliente del ombligo,
y las piernas,
las piernas confundidas con las patas
que sostienen tu cuerpo
en apariencia dislocado,
adherido al journal que espera la
lectura.
Divinamente ancha, precisa, aunque dispersa,
la belleza
real
que uno quisiera componer cada noche.
Nocturno
Deja ese sueño.
Envuélvete
desnuda y blanca, en tu sábana.
Te esperan en el jardín
tras
las tapias.
Tus padres mueren, dormidos.
Deja ese sueño.
Anda.
Tras las tapias,
te esperan con un cuchillo.
Vuelve de prisa a tu casa.
Deja ese sueño.
Anda.
En la alcoba de tus padres
entra desnuda, en silencio.
Corre de prisa a las tapias.
Deja ese sueño.
Sáltalas.
Vente.
¿Qué rubí hierve en tus manos
y quema, negro, tu sábana?
Deja ese sueño.
Anda.
... Duérmete.
Paraíso perdido
A través de los siglos,
por la nada del mundo,
yo, sin sueño, buscándote.
Tras de mí, imperceptible,
sin rozarme los hombros,
mi Angel muerto, vigía.
"¿Adónde el Paraíso,
sombra, tú que has estado?"
Pregunta con silencio.
Ciudades sin respuesta,
ríos sin habla, cumbres
sin ecos, mares mudos.
Nadie lo sabe. Hombres
fijos, de pie, a la orilla
parada de las tumbas,
me ignoran. Aves tristes,
cantos petrificados,
en éxtasis el rumbo,
ciegas. No saben nada.
Sin sol, vientos antiguos,
inertes, en las leguas
por andar, levantándose
calcinados, cayéndose
de espaldas, poco dicen.
Diluidos, sin forma
la verdad que en sí ocultan,
huyen de mí los cielos.
Ya en el fin de la tierra,
sobre el último filo,
resbalando los ojos,
muerta en mí la esperanza,
ese pórtico verde
busco en las negras simas.
¡Oh boquete de sombras!
¡Hervidero del mundo!
¡Qué confusión de siglos!
¡Atrás, atrás! ¡Qué espanto
de tinieblas sin voces!
¡Qué perdida mi alma!
"Angel muerto, despierta.
¿Dónde estás? Ilumina
con tu rayo el retorno."
Silencio. Más silencio.
Inmóviles los pulsos
del sinfín de la noche.
¡Paraíso Perdido!
Perdido por buscarte,
yo, sin luz para siempre.
Por allí hondo, una humedad ardiente...
Por allí, hondo, una humedad ardiente;
blando, un calor oscuro el que allí hervía;
sofocado anhelar el que se hundía,
doblándose y muriendo largamente.
Labios en labios que no ataca diente;
Lengua en garganta que se corta, umbría;
Áspero alrededor, fiera porfía
Por morder lo imposible de la fuente.
Fiera porfía, ya que ni a la hembra
Más hembra ni al varón más varón dieron
Otra cumbre que ser sembrado y siembra.
Pues lo demás, ¡oh cuerpos desvelados!,
Son fulgores que al alba se perdieron
En un súbito arder, desesperados.
Por amiga, por amiga...
Por amiga, por amiga.
Poramiga,poramiga.
Sóloporamiga.
Poramante,porquerida.
Sóloporquerida.
Poresposa,no.
Sóloporamiga.
Retornos del amor ante las antiguas deidades
Soñarte,
amor, soñarte como entonces,
ante aquellas dianas desceñidas,
aquellas diosas de robustos pechos
y el viento impune entre las
libres piernas.
Tú eras lo mismo, amor. Todas las Gracias.
igual que tres
veranos encendidos,
el levantado hervor de las bacantes,
la carrera bullente de las
ninfas,
esa maciza flor de la belleza
redonda y clara, poderosamente
en ti se abría, en ti también se
alzaba.
Soñarte como entonces, sí, soñarte
ante aquellas
fundidas alamedas,
jardín de Amor en donde la ancha Venus,
muslos dorados, vientre
pensativo,
se baña en el concierto de la tarde.
Soñarte, amor, soñarte,
oh, sí, soñarte
la idéntica de entonces, la surgida,
del mar y aquellos bosques,
reviviendo
en ti el amor henchido, sano y fuerte
de las antiguas
diosas terrenales.
Retornos del amor en la noche triste
Ven, amor
mío, ven, en esta noche
sola y triste de Italia. Son tus hombros
fuertes y bellos los que necesito.
Son tus preciosos brazos, la
largura
maciza de tus muslos y ese arranque
de pierna, esa
compacta
línea que te rodea y te suspende,
dichoso mar, abierta
playa mía.
¿Cómo decirte, amor, en esta noche
solitaria de Génova,
escuchando
el corazón azul del oleaje,
que eres tú la que vienes
por la espuma?
Bésame, amor, en esta noche triste.
Te diré las
palabras que mis labios,
de tanto amor, mi amor, no se atrevieron.
Amor mío, amor mío, es tu cabeza
de oro tendido junto a mí, su
ardiente
bosque largo de otoño quien me escucha.
Óyeme, que te
llamo. Vida mía,
sí, vida mía, vida mía sola.
¿De quién más, de
quién más si solamente
puedo ser yo quien cante a tus oídos:
vida,
vida, mi vida, vida mía?
¿Qué soy sin ti, mi amor? Dime qué fuera
sin ese fuerte y dulce muro blando
que me da luz cuando me da la
sombra,
sueño, cuando se escapa de mis ojos.
Yo no puedo dormir.
¡Cuántas auroras,
oscuras, braceando en las tinieblas,
sin
encontrarte, amor! ¡Cuántos amargos
golpes de sal, sin ti, contra mi
boca!
¿Dónde estás? ¿Dónde estás? Dime, amor mío.
¿Me escuchas?
¿No me sientes
llegar como una lágrima llamándote,
por encima del
mar, en esta noche?
Retornos del amor en las arenas
Esta
mañana, amor, tenemos veinte años.
Van voluntariamente lentas,
entrelazándose
nuestras sombras descalzas camino de los huertos
que enfrentan los azules de mar con sus verdores.
Tú todavía eres
casi la aparecida,
la llegada una tarde sin luz entre dos luces,
cuando el joven sin rumbo de la ciudad prolonga,
pensativo, a
sabiendas el regreso a su casa.
Tú todavía eres aquella que a mi lado
vas buscando el declive secreto de las dunas,
la ladera recóndita de
la arena, el oculto
cañaveral que pone
cortinas a los ojos
marineros del viento.
Allí estás, allí estoy contra ti, comprobando
la alta temperatura de las odas felices,
el corazón del mar
ciegamente ascendido,
muriéndose en pedazos de dulce sal y espumas.
Todo nos mira alegre, después , por las orillas.
Los castillos caídos
sus almenas levantan,
las algas nos ofrecen coronas y las velas,
tendido el vuelo, quieren cantar sobre las torres.
Esta
mañana, amor, tenemos veinte años.
Retornos del amor en los vividos paisajes
Creemos, amor mío, que
aquellos paisajes
se quedaron dormidos o muertos con nosotros
en la edad, en el
día en que los habitamos;
que los árboles pierden la memoria
y las noches se van, dando al
olvido
lo que las hizo hermosas y tal vez inmortales.
Pero basta el más leve
palpitar de una hoja,
una estrella borrada que respira de pronto
para vernos los mismos alegres que llenamos
los lugares que juntos nos tuvieron.
Y así despiertas hoy, mi
amor, a mi costado,
entre los groselleros y las fresas ocultas
al amparo del firme
corazón de los bosques.
Allí está la caricia mojada de rocío,
las briznas delicadas que
refrescan tu lecho,
los silfos encantados de ornar tu cabellera
y las altas ardillas
misteriosas que llueven
sobre tu sueño el verde menudo de las ramas.
Sé feliz, hoja,
siempre: nunca tengas otoño,
hoja que me has traído
con tu
temblor pequeño
el aroma de tanta ciega edad luminosa.
Y tú, mínima estrella perdida que me abres
las íntimas ventanas
de mis noches más jóvenes,
nunca cierres tu lumbre
sobre tantas alcobas que al alba nos
durmieron
y aquella biblioteca con la luna
y los libros aquellos
dulcemente caídos
y los montes afuera desvelados cantándonos.
Retornos del amor recién aparecido
Cuando tu
apareciste,
penaba yo en la entraña más profunda
de una cueva sin aire y sin
salida.
Braceaba en lo oscuro, agonizando,
oyendo un estertor que
aleteaba
como el latir de un ave imperceptible.
Sobre mí derramaste tus
cabellos
y ascendí al sol y vi que eran la aurora
cubriendo un alto mas
en primavera.
Fue como si llegara al más hermoso
puerto del mediodía. Se
anegaban
en ti los más lucidos paisajes:
claros, agudos montes coronados
de nueve rosa, fuentes escondidas
en el rizado umbroso de los
bosques.
Yo aprendí a descansar sobre sus hombros
y a descender por ríos
y laderas,
a entrelazarme en las tendidas ramas
y a hacer del sueño mi más
dulce muerte.
Arcos me abriste y mis floridos años
recién subidos a la luz,
yacieron
bajo el amor de tu apretada sombra,
sacando el corazón al viento
libre
y ajustándolo al verde son del tuyo.
Ya iba a dormir, ya a
despertar sabiendo
que no penaba en una cueva oscura,
braceando sin aire y sin
salida.
Porque habías al fin aparecido.
Retornos del amor tal como era
Eras en
aquel tiempo rubia y grande,
sólida espuma ardiente y levantada
Parecías un cuerpo desprendido
de los centros del sol, abandonado
por un golpe de mar en las arenas.
Todo era
fuego en aquel tiempo. Ardía
la playa en tu contorno. A rutilantes
vidrios de voz quedaban reducidos
las algas, los moluscos y las
piedras
que el oleaje contra ti mandaba.
Todo era
fuego, exhalación, latido
de onda caliente en ti. Si era una mano
la atrevida o los labios, ciegas ascuas,
voladoras, silbaban por el
aire.
Tiempo abrasado, sueño consumido.
Yo me
volqué en tu espuma en aquel tiempo.
Retornos del Angel de sombra
A veces, amor mío, soy
tu Angel de sombra.
Me levanto de no sé qué guaridas,
fulmíneo,
entre los dientes
una espada de filos amargos, una triste
espada
que tú bien, mi pobre amor, conoces.
Son los días oscuros de la
furia, las horas
del despiadado despertar, queriéndote
en medio de
las lágrimas subidas
del más injusto y dulce desconsuelo.
Yo sé,
mi amor, de dónde esas tinieblas
vienen a mí, ciñéndote, apretándome
hasta hacerlas caer sobre tus hombros
y doblarlos, deshechos como un
río.
¿Qué quieres tú, si a veces, amor mío, así soy,
cuando en las
imborrables piedras pasadas, ciego,
me destrozo y batallo por
romperlas,
por verte libre y sola en la luz mía?
Vencido siempre,
aniquilado siempre,
vuelvo a la calma, amor, a la serena
felicidad, hasta ese oscuro instante
en que de nuevo bajo a mis
guaridas
para erguirme otra vez tu Angel de sombra.
Sabes tanto de mí, que yo mismo
quisiera...
Sabes
tanto de mí, que yo mismo quisiera
repetir con tus labios mi propia
poesia,
elegir un pasaje de mi vida primera:
un cometa en la
playa, peinado por Sofía.
No tengo
que esperar ni que decirte espera
a ver en la memoria de la
melancolía,
los pinares de Ibiza, la escondida trinchera,
el lento
amanecer sin que llegara el día.
Y luego
amor, y luego, ver que la vida avanza
plena de abiertos años y plena
de colores,
sin final, no cerrada al sol por ningún muro.
Tú sabes
bien que en mí no muere la esperanza,
que los años en mí no son
hojas, son flores,
que nunca soy pasado, sino siempre futuro.
Sixtina
Tú mi
vida, esta noche me has borrado
del corazón y hasta del pensamiento,
y tal vez, sin saberlo, me has negado
dándome por perdido ya en el
viento.
Más luego, vida, vi cómo llorabas,
entre mis brazos y que
me besabas.
Soneto
Oh tú mi
amor, la de subidos senos
en punta de rubíes levantados
los más
firmes, pulidos, deseados,
llenos de luz y de penumbra llenos.
Hermosos,
dulces, mágicos, serenos
o en la batalla erguidos, agitados,
o ya
en juegos de puro amor besados,
gráciles corzas de dormir morenos.
Oh tú mi
amor, el esmerado estilo
de tu gran hermosura que en sigilo
casi
muriendo alabo a toda hora.
Oh tú mi
amor, yo canto la armonía
de tus perfectos senos la alegría
al ver
que se me abren cada aurora.
Subes del mar, entras del mar ahora...
Subes del
mar, entras del mar ahora.
Mis labios sueñan ya con tus sabores.
Me beberé tus algas, los licores
de tu más escondida, ardiente flora.
Conmigo no podrá la lenta aurora,
pues me hallará prendido a
tus alcores,
resbalando por dulces corredores
a ese abismo sin fin
que me devora.
Ya estás del mar aquí, flor sacudida,
estrella revolcada,
descendida
espuma seminal de mis desvelos.
Vuélcate, estírate, tiéndete, levanta,
éntrate toda entera en
mi garganta,
y para siempre vuélame a tus cielos.
Te digo adiós, amor, y no estoy triste...
Te digo
adiós, amor, y no estoy triste.
Gracias, mi amor, por lo que ya me
has dado,
un solo beso lento y prolongado
que se truncó en dolor
cuando partiste.
No supiste entender, no comprendiste
que era un amor final,
desesperado,
ni intentaste arrancarme de tu lado
cuando con duro
corazón me heriste.
Lloré tanto aquel día que no quiero
pensar que el mismo
sufrimiento espero
cada vez que en tu vida reaparece
ese amor que al negarlo te ilumina.
Tu luz es él cuando mi luz
decrece,
tu solo amor cuando mi amor declina.
Tirteo
¿Qué
tienes, dime, Musa de mis cuarenta años?
-Nostalgias de la tierra, de
la mar y del colegio...
Un papel desvelado en su blancura…
Un papel desvelado en su blancura.
La hoja blanca de un álamo intachable.
El revés de un jazmín insobornable.
Una azucena virgen de escritura.
El albo viso de una córnea pura.
La piel del agua impúber e impecable.
El dorso de una estrella invulnerable
sobre lo opuesto a una paloma oscura.
Lo blanco a lo más blanco desafía.
Se asesinan de cal los carmesíes
y el pelo rubio de la luz es cano.
Nada se atreve a desdecir al día.
Mas todo se me mancha de alhelíes
por la movida nieve de una mano.
(Entre el clavel y la espada, 1940)
Ven
Ven, mi
amor, en la tarde de Aniene
y siéntate conmigo a ver el viento.
Aunque no estés, mi solo pensamiento
es ver contigo el viento que va
y viene.
Tú no te
vas, porque mi amor te tiene.
Yo no me iré, pues junto a ti me siento
más vida de mi sangre, más tu aliento,
más luz del corazón que me
sostiene.
Tú no te
irás, mi amor, aunque lo quieras.
Tú no te irás, mi amor, y si te
fueras,
aún yéndote, mi amor, jamás te irías.
Es tuya mi
canción, en ella estoy.
Y en ese viento que va y viene voy,
y en
ese viento siempre me verías.
Ven. Ven. Así. Te beso...
Ven. Ven.
Así. Te beso. Te arranco. Te arrebato. Te compruebo en lo oscuro,
ardiente oscuridad, abierta, negra,
oculta derramada golondrina, oh tan azul, de negra, palpitante. Oh así,
así, ansiados, blandos labios undosos,
piel de rosa o corales delicados, tan finos. Así, así, absorbidos, más y
más, succionados. Así, por todo el tiempo.
Muy de allá, de lo hondo, dulces ungüentos desprendidos, amados, bebidos
con frenesí, amor hasta desesperados.
Mi único, mi solo, solitario alimento, mi húmedo, lloviznado en mi boca,
resbalado en mi ser. Amor. Mi amor.
Ay, ay. Me dueles. Me lastimas. Ráspame, límame, jadéame tú a mí,
comienza y recomienza, con dientes y garganta,
muriendo, agonizando, nuevamente volviendo, falleciendo otra vez, así
por siempre, para siempre, en lo oscuro,
quemante oscuridad, uncida noche, amor, sin morir y muriendo, amor,
amor, amor, eternamente.
Vuela la noche antigua de erecciones...
Vuela la noche antigua de erecciones,
Muertas, como las manos, a la aurora.
Un clavel prolongado desmejora,
Hasta empalidecerlos, los limones.
Contra lo oscuro cimbran esquilones,
Y émbolos de una azul desnatadora
Mueven entre la sangre batidora
Un vertido rodar de cangilones.
Cuando el cielo se arranca su armadura
Y en un errante nido de basura
Le grita un ojo al sol recién abierto.
Futuro en las entrañas sueña el trigo,
Llamando al hombre para ser testigo...
Mas ya el hombre a su lado duerme muerto.