"Tú no te irás, mi amor, y si te fueras,
aún yéndote, mi amor, jamás te irías."
"Bather on a rock"
Pierre-Auguste Renoir
Reseña biografica
Poeta y
dramaturgo español, nacido en el puerto de Santa María, Cádiz, en
1902.
Considerado como uno de los grandes poetas del panorama literario
español, fue el último poeta de la
Generación del 27, ganador del Premio Nacional de Literatura en 1925 y del
Premio Cervantes en 1983.
Durante la guerra civil militó activamente en
la política y dirigió varias revistas de orientación comunista.
Vivió en el exilio hasta el año de 1977.
Entre sus obras más importantes
se cuentan
Marinero en Tierra, Sobre los Angeles, Cal y Canto
y Sermones y Moradas.
Falleció en Madrid en 1999©
Angel de las bodegas
Asombro de la estrella
ante el destello...
El Angel
Angel
El Angel bueno
El Angel
bueno 2
El Angel
bueno 3
El Angel
ceniciento
El Angel de arena
El Angel de los números
El Angel del carbón
El Angel del misterio
El
Angel desconocido
El Angel falso
El Angel superviviente
El Angel tonto
El cuerpo deshabitado
Guerra a la guerra por la guerra.
Vente...
Hace falta estar ciego...
Lloraba recio, golpeando,
oscuro...
Lo que dejé por ti
Los Angeles
feos
Los
Angeles mohosos
Los Angeles mudos
Los Angeles muertos
Los Angeles sonámbulos
Los
Angeles vengativos
Los dos Angeles
Madrigal al billete de tranvía
Nocturno
Pamplinas
Paraíso perdido
(Haikus)
Retornos de una sombra maldita
Retornos del amor en una azotea
Retornos del amor en una
noche de verano
Retornos del otoño
Se equivocó la paloma...
Si mi voz muriera en tierra...
Tal vez, oh mar, mi voz ya esté cansada...
Tres recuerdos del cielo
Más poesia de Rafael Alberti en:
Rafael
Alberti #1
Angel de las bodegas
Fue cuando la flor del vino se moría en penumbra
y dijeron que el mar la salvaría del sueño.
Aquel día bajé a tientas a tu alma encalada y húmeda,
y comprobé que un alma oculta frío y escaleras
y que más de una ventana puede abrir con su eco otra voz, si es buena.
Te vi flotar a ti, flor de agonía, flotar sobre tu mismo espíritu.
(Alguien había jurado que el mar te salvaría del sueño.)
Fue cuando comprobé que murallas se quiebran con suspiros
y que hay puertas al mar que se abren con palabras.
Asombro De La Estrella Ante El Destello
Asombro de la estrella ante el destello
de su cardada lumbre en alborozo.
Sueña el melocotón en que su bozo
Al aire pueda amanecer cabello.
Atónito el limón y agriado el cuello,
Sufre en la greña del membrillo mozo,
Y no hay para la rosa mayor gozo
Que ver sus piernas de espinado vello.
Ensombrecida entre las lajas, triste
De sufrirlas tan duras y tan solas,
Lisas para el desnudo de sus manos,
Ante el crinado mar que las embiste,
Mira la adolescente por las olas
Poblársele las ingles de vilanos.
El Angel Angel
Y el mar fue y le dio un nombre
y un apellido el viento
y las nubes un cuerpo
y un alma el fuego.
La tierra, nada.
Ese reino movible,
colgado de las águilas,
no la conoce.
Nunca escribió su sombra
la figura de un hombre.
El Angel bueno
Un año, ya dormido,
alguien que no esperaba
se paró en mi ventana.
¡Levántate! Y mis ojos
vieron plumas y espadas.
Atrás montes y mares,
nubes, picos y alas,
los ocasos, las albas.
‹¡Mírala ahí! Su sueño,
pendiente de la nada.
¡Oh anhelo, fijo mármol,
fija luz, fijas aguas
movibles de mi alma!
Alguien dijo: ¡Levántate!
Y me encontré en tu estancia.
El Angel bueno 2
Dentro del pecho se abren
corredores anchos, largos,
que sorben todas las mares.
Vidrieras,
que alumbran todas las calles.
Miradores,
que acercan todas las torres.
Ciudades deshabitadas
se pueblan, de pronto. Trenes
descarrilados, unidos
marchan.
Naufragios antiguos flotan.
La luz moja el pie en el agua.
¡Campanas!
Gira más de prisa el aire.
El mundo, con ser el mundo,
en la mano de un niña cabe.
¡Campanas!
Una carta del cielo bajó un Angel.
El Angel bueno 3
Vino el que yo
quería,
el que yo llamaba.
No aquel que barre cielos sin defensas,
luceros sin cabañas,
lunas sin patria,
nieves.
Nieves de esas caídas de una mano,
un nombre,
un sueño,
una frente.
No aquel que a sus cabellos
ató la muerte.
El que yo quería.
Sin arañar los aires,
sin herir hojas ni mover cristales.
Aquel que a sus cabellos
ató el silencio.
Para, sin lastimarme,
cavar una ribera de luz, dulce en mi pecho,
y hacerme el alma navegable.
El Angel ceniciento
Precipitadas las luces
por los derrumbos del cielo,
en la barca de las nieblas
bajaste tú, Ceniciento.
Para romper cadenas
y enfrentar a la tierra contra el viento.
Iracundo, ciego.
Para romper cadenas
y enfrentar a los mares contra el fuego.
Dando bandazos el mundo,
por la nada rodó, muerto.
No se enteraron los hombres.
Sólo tú y yo, Ceniciento.
El Angel de arena
Seriamente, en tus ojos era la mar dos niños que me espiaban,
temerosos de lazos y palabras duras.
Dos niños de la noche, terribles, expulsados del cielo,
cuya infancia era un robo de barcos y un crimen de soles y de lunas.
Duérmete. Ciérralos.
Vi que el mar verdadero era un muchacho que saltaba desnudo,
invitándome a un plato de estrellas y a un reposo de algas.
¡Sí, sí! Ya mi vida iba a ser, ya lo era, litoral desprendido.
Pero tú, despertando, me hundiste en tus ojos.
Seriamente, en tus ojos era la mar dos niños que me espiaban,
temerosos de lazos y palabras duras.
Dos niños de la noche, terribles, expulsados del cielo,
cuya infancia era un robo de barcos y un crimen de soles y de lunas.
Duérmete. Ciérralos.
Vi que el mar verdadero era un muchacho que saltaba desnudo,
invitándome a un plato de estrellas y a un reposo de algas.
¡Sí, sí! Ya mi vida iba a ser, ya lo era, litoral desprendido.
Pero tú, despertando, me hundiste en tus ojos.
El Angel de los números
Vírgenes con escuadras
y compases, velando
las celestes pizarras.
Y el Angel de los números,
pensativo, volando del 1 al 2, del 2
al 3, del 3 al 4.
Tizas frías y esponjas
rayaban y borraban
la luz de los espacios.
Ni sol, luna, ni estrellas,
ni el repentino verde
del rayo y el relámpago,
ni el aire. Sólo nieblas.
Vírgenes sin escuadras,
sin compases, llorando.
Y en las muertas pizarras
el Angel de los números,
sin vida, amortajado
sobre el 1 y el 2,
sobre el 3, sobre el 4...
El Angel del carbón
Feo, de hollín y fango.
¡No verte!
Antes, de nieve, áureo,
en trineo por mi alma.
Cuajados pinos. Pendientes.
Y ahora por las cocheras,
de carbón, sucio.
¡Te lleven!
Por los desvanes de los sueños rotos.
Telarañas. Polillas. Polvo.
¡Te condenen!
Tiznados por tus
manos,
mis muebles, mis paredes.
En todo,
tu estampado recuerdo
de tinta negra y barro.
¡Te quemen!
Amor, pulpo de sombra,
malo.
El Angel del misterio
Un sueño sin faroles y una humedad de olvidos,
pisados por un nombre y
una sombra.
No sé si por un nombre o muchos nombres,
si por una sombra
o muchas sombras.
Reveládmelo.
Sé que habitan los pozos frías voces,
que son de un solo cuerpo o muchos cuerpos,
de un alma sola o muchas
almas.
No sé.
Decídmelo.
Que un caballo sin nadie va estampando
a su amazona antigua por los muros.
Que en las almenas grita, muerto,
alguien
que yo toqué, dormido, en un espejo,
que yo, mudo, le dije...
No sé.
Explicádmelo.
El Angel desconocido
¡Nostalgia de los arcAngeles!
Yo era...
Miradme.
Vestido como en el mundo,
ya no se me ven las alas.
Nadie sabe como fui.
No me conocen.
Por las calles, ¿quién se acuerda?
Zapatos son mis sandalias.
Mi túnica, pantalones
y chaqueta inglesa.
Dime quién soy.
Y, sin embargo, yo era...
Miradme.
El Angel falso
Para que yo anduviera entre los nudos de las raíces
y las viviendas óseas de los gusanos.
Para que yo escuchara los crujidos descompuestos del mundo
y mordiera la luz petrificada de los astros,
al oeste de mi sueño levantaste tu tienda, Angel falso.
Los que unidos por una misma corriente de agua me veis,
los que atados por una traición y la caída de una estrella me escucháis,
acogeos a las voces abandonadas de las ruinas.
Oíd la lentitud de una piedra que se dobla hacia la muerte.
No os soltéis de las manos.
Hay arañas que agonizan sin nido
y yedras que al contacto de un hombro se incendian y llueven sangre.
La luna transparenta el esqueleto de los lagartos.
Si os acordáis del cielo,
la cólera del frío se erguirá aguda en los cardos
o en el disimulo de las zanjas que estrangulan
el único descanso de las auroras: las aves.
Quienes piensen en los vivos verán moldes de arcilla
habitados por Angeles infieles, infatigables:
los Angeles sonámbulos que gradúan las órbitas de la fatiga.
¿Para qué seguir andando?
Las humedades son íntimas de los vidrios en punta
y después de un mal sueño la escarcha despierta clavos
o tijeras capaces de helar el luto de los cuervos.
Todo ha terminado.
Puedes envanecerte, en la caída marchita de los cometas que se hunden,
de que mataste a un muerto,
de que diste a una sombra la longitud desvelada del llanto,
de que asfixiaste el estertor de las capas atmosféricas.
El Angel superviviente
Acordáos.
La nieve traía gotas de lacre, de plomo derretido
y
disimulos de niña que ha dado muerte a un cisne.
Una mano enguantada, la
dispersión de la luz y el lento asesinato.
La derrota del cielo, un
amigo.
Acordáos de aquel día, acordáos
y no olvidéis que la sorpresa
paralizó el pulso y el color de los astros.
En el frío, murieron dos
fantasmas.
Por un ave, tres anillos de oro
fueron hallados y
enterrados en la escarcha.
La última voz del hombre ensangrentó el
viento.
Todos los Angeles perdieron la vida.
Menos uno, herido,
alicortado.
El Angel tonto
Ese Angel,
ése que niega el limbo de su fotografía
y hace pájaro muerto
su mano.
Ese Angel que terne que le pidan las alas,
que le besen el pico,
seriamente,
sin contrato.
Si es del cielo y tan tonto,
¿por qué en la tierra? Dime.
Decidme.
No en las calles, en todo,
indiferente, necio,
me lo encuentro.
¡El Angel tonto!
¡Si será de la tierra!
-Sí, de la tierra sólo.
El Angel del misterio
Un sueño sin faroles y una humedad de olvidos,
pisados por un nombre y una sombra.
No sé si por un nombre o muchos nombres,
si por una sombra o muchas sombras.
Reveládmelo.
Sé que habitan los pozos frías voces,
que son de un solo cuerpo o muchos cuerpos,
de un alma sola o muchas almas.
No sé.
Decídmelo.
Que un caballo sin nadie va estampando
a su amazona antigua por los muros.
Que en las almenas grita, muerto, alguien
que yo toqué, dormido, en un espejo,
que yo, mudo, le dije...
No sé.
Explicádmelo.
El cuerpo deshabitado
Yo te arrojé de mi cuerpo,
yo, con un carbón ardiendo.
-Vete.
Madrugada.
La
luz, muerta en las esquinas
y en las casas.
Los hombres y las mujeres
ya no estaban.
-Vete.
Quedó mi cuerpo vacío,
negro saco, a la ventana.
Se fue.
Se fue, doblando las calles.
Mi cuerpo anduvo, sin
nadie.
Guerra A La Guerra Por La Guerra
Guerra a la guerra por la guerra. Vente.
Vuelve la espalda. El mar. Abre la boca.
Contra una mina una sirena choca
Y un arcángel se hunde, indiferente.
Tiempo de fuego. Adiós. Urgentemente.
Cierra los ojos. Es el monte. Toca.
Saltan las cumbres salpicando roca
Y un arcángel se hunde, indiferente.
¿Dinamita a la luna también? Vamos.
Muerte a la muerte por la muerte: guerra.
En verdad, piensa el toro, el mundo es bello
Encendidos están, amor, los ramos.
Abre la boca. (El mar. El monte.) Cierra
Los ojos y desátate el cabello.
Hace falta estar ciego...
Hace falta estar ciego,
tener como metidas en los ojos raspaduras de vidrio,
cal viva,
arena hirviendo,
para no ver la luz que salta en nuestros actos,
que ilumina por
dentro nuestra lengua,
nuestra diaria palabra.
Hace falta querer morir sin estela de
gloria y alegría,
sin participación de los himnos futuros,
sin recuerdo en los hombres
que juzguen el pasado sombrío de la tierra.
Hace falta querer ya en vida ser pasado,
obstáculo sangriento,
cosa muerta,
seco olvido.
Lloraba Recio, Golpeando, Oscuro
Lloraba recio, golpeando, oscuro,
las humanas paredes sin salida.
Para marcarlo de una sacudida,
Lo esperaba la luz fuera del muro.
Grito en la entraña que lo hincó, futuro,
Desventuradamente y resistida
Por la misma cerrada, abierta herida
Que ha de exponerlo al primer golpe duro.
¡Qué desconsolación y qué ventura!
Monstruo batido en sangre, descuajado
De la cueva carnal del sufrimiento.
Mama la luz y agótala, criatura,
Tabícala en tu ser iluminado,
Que mamas con la leche el pensamiento.
Lo que dejé por ti
Dejé por ti
mis bosques, mi perdida
arboleda, mis perros desvelados,
mis capitales
años desterrados
hasta casi el invierno de la vida.
Dejé un
temblor, dejé una sacudida,
un resplandor de fuegos no apagados,
dejé
mi sombra en los desesperados
ojos sangrantes de la despedida.
Dejé palomas
tristes junto a un río,
caballos sobre el sol de las arenas,
dejé de
oler la mar, dejé de verte.
Dejé por ti
todo lo que era mío.
Dame tú, Roma, a cambio de mis penas,
tanto
como dejé para tenerte.
Los Angeles feos
Vosotros habéis sido,
vosotros que dormís en el vaho sin suerte de los pantanos
para que el alba más desgraciada os reanime en una gloria de estiércol,
vosotros habéis sido la causa de ese viaje.
Ni un solo pájaro es capaz de beber en una alma
cuando sin haberlo querido un cielo se entrecruza con otro
y una piedra cualquiera levanta a un astro una calumnia.
Ved.
La luna cae mordida por el ácido nítrico
en las charcas donde el amoníaco aprieta la codicia de los alacranes.
Si os atrevéis a dar un paso,
sabrán los siglos venideros que la bondad de las aguas es aparente
cuantas más hoyas y lodos ocultan los paisajes.
La lluvia me persigue atirantando cordeles.
Será lo más seguro que un hombre se convierta en estopa.
Mirad esto:
ha sido un falso testimonio decir que una soga al cuello no es agradable
y que el excremento de la golondrina exalta al mes de mayo.
Pero yo os digo:
una rosa es más rosa habitada por las orugas
que sobre la nieve marchita de esta luna de quince años.
Mirad esto también, antes que demos sepultura al viaje:
cuando una sombra se entrecoge las uñas en las bisagras de las puertas
o el pie helado de un Angel sufre el insomnio fijo de una piedra,
mi alma sin saberlo se perfecciona.
Al fin ya vamos a hundimos.
Es hora de que me dierais la mano
y me arañarais la poca luz que coge un agujero al cerrarse
y me matarais esta mala palabra que voy a pinchar sobre las tierras que se
derriten.
Los Angeles mohosos
Hubo luz que trajo
por hueso una almendra amarga.
Voz que por sonido,
el fleco de la lluvia,
cortado por un hacha.
Alma que por cuerpo,
la funda de aire
de una doble espada.
Venas que por sangre,
Y el de mirra y de retama
Cuerpo que por alma,
el vacío, nada.
Los Angeles mudos
Inmóviles, clavadas, mudas mujeres de los zaguanes
y hombres sin voz, lentos, de las bodegas,
quieren, quisieran, querrían preguntarme.
-¿Cómo tú por aquí y en
otra parte?
Querrían hombres y mujeres, mudos, tocarme,
saber si mi sombra, si mi cuerpo andan sin alma
por otras calles.
Quisieran decirme:
-Si eres tú, párate.
Hombres, mujeres, mudos, querrían ver claro,
asomarse a mi alma,
acercarle una cerilla
por ver si es la misma.
Quieren, quisieran...
-Habla.
Y van a morirse, mudos,
sin saber nada.
Los Angeles muertos
Buscad, buscadlos:
en el insomnio de las cañerías olvidadas,
en los
cauces interrumpidos por el silencio de las basuras.
No lejos de los
charcos incapaces de guardar una nube,
unos ojos perdidos,
una sortija
rota
o una estrella pisoteada.
Porque yo los he visto:
en esos
escombros momentáneos que aparecen en las
neblinas.
Porque yo los he tocado:
en el destierro de un ladrillo
difunto,
venido a la nada desde una torre o un carro.
Nunca más allá
de las chimeneas que se derrumban
ni de esas hojas tenaces que se
estampan en los zapatos.
En todo esto.
Mas en esas astillas vagabundas
que se consumen sin fuego,
en esas ausencias hundidas que sufren los muebles
desvencijados,
no a mucha distancia de los nombres y signos que se
enfrían en las paredes.
Buscad, buscadlos:
debajo de la gota de
cera que sepulta la palabra de un libro
o la firma de uno de esos rincones de cartas
que trae rodando el
polvo.
Cerca del casco perdido de una botella,
de una suela extraviada en la nieve,
de una navaja de afeitar
abandonada al borde de un
precipicio.
Los Angeles sonámbulos
1
Pensad en aquella hora:
cuando se rebelaron contra un rey en tinieblas
los ojos invisibles
de las alcobas.
Lo sabéis, lo sabéis. ¡Dejadme!
Si a lo largo de mí se abren grietas
de nieve,
tumbas de aguas paradas
nebulosas de sueños oxidados,
echad la
llave para siempre a vuestros párpados.
¿Qué queréis?
Ojos invisibles, grandes, atacan.
Púas
incandescentes se hunden en los tabiques.
Ruedan pupilas muertas,
sábanas.
Un rey es un erizo de pestañas.
2
También,
también los oídos invisibles de las alcobas,
contra un rey en tinieblas.
Ya sabéis que mi boca es un pozo de nombres
de números y letras
difuntos.
Que los ecos se hastían sin mis palabras
y lo que jamás dije
desprecia y odia al viento.
Nada tenéis que oír.
¡Dejadme!
Pero oídos se agrandan contra el
pecho.
De escayola, fríos,
bajan a la garganta,
a los sótanos lentos de
la sangre,
a los tubos de los huesos.
Un rey es un erizo sin secreto.
Como
yo, como todos.
Y nadie espera ya la llegada del expreso,
la visita oficial de la
luz a los mares necesitados,
la resurrección de las voces en los ecos que se calcinan.
Los Angeles vengativos
No, no te conocieron
las almas conocidas.
Sí la mía.
¿Quién eres tú, dinos, que no te recordamos
ni de la tierra ni del cielo?
Tu sombra, dinos, ¿de qué espacio?
¿Qué luz la prolongó, habla,
hasta nuestro reinado?
¿De dónde vienes, dinos,
sombra sin palabras,
que no te recordamos?
¿Quién te manda?
Sí relámpago fuiste en algún sueño,
relámpagos se olvidan, apagados.
Y por desconocida
las almas conocidas te mataron.
No la mía.
Los dos Angeles
Angel de luz, ardiendo,
¡oh, ven!, y con tu espada
incendia los abismos
donde yace
mi subterráneo Angel de las nieblas.
¡Oh espadazo en las sombras!
Chispas
múltiples,
clavándose en mi cuerpo,
en mis alas sin plumas,
en lo que nadie ve,
vida.
Me estas quemando vivo.
Vuela ya de mí, oscuro
Lucifer
de las canteras sin auroras,
de los pozos sin agua,
de las simas
sin sueño,
ya carbón del espíritu,
sol, luna.
Me duelen los cabellos
y las ansias
¡Oh, quémame!
¡Más, más, sí, sí, más! ¡:Quémame!
¡Quémalo, Angel de luz,
custodio mío,
tú que andabas llorando por las nubes,
tú, sin mí, tú, por mí,
Angel frío de polvo, ya sin gloria,
volcado
en las tinieblas!
¡Quémalo, Angel de luz,
quémame y huye!
Madrigal al billete de tranvía
Adonde el viento, impávido,
subleva
torres de luz contra la sangre mía,
tú, billete, flor nueva,
cortada en los balcones del tranvía.
Huyes, directa, rectamente
liso,
en tu pétalo un nombre y un encuentro
latentes, a ese centro
cerrado y por cortar del compromiso.
Y no arde en ti la rosa ni
en ti priva
el finado clavel, sí la violeta
contemporánea, viva,
del libro
que viaja en la chaqueta.
Nocturno
Cuando tanto se sufre sin
sueño y por la sangre
se escucha que transita solamente la rabia,
que en los tuétanos tiembla despabilado el odio
y en las médulas arde continua la venganza,
las palabras
entonces no sirven son palabras.
Manifiestos, artículos, comentarios, discursos,
humaredas perdidas,
neblinas estampadas,
qué dolor de papeles que ha de barrer el viento,
qué tristeza de
tinta que ha de borrar el agua!
Ahora sufro lo pobre, lo mezquino, lo triste,
lo desgraciado y
muerto que tiene una garganta
cuando desde el abismo de su idioma quisiera
gritar que no puede
por imposible, y calla.
Siento esta noche heridas de muerte las palabras.
Pamplinas
De
lona y níquel, peces de las nubes,
bajan al mar periódicos y cartas.
(Los carteros no creen en las
sirenas
ni en el vals de las olas, sí en la muerte.
Y aún hay calvas
marchitas a la luna
y llorosos cabellos en los libros.
Un polisón de nieve, blanqueando
las sombras, se suicida en los jardines.
¿Qué será de mi alma,
que hace tiempo
bate el récord continuo de la ausencia?
¿Qué de mi corazón, que ya
ni brinca,
picado ante el azar y el accidente?
Exploradme los ojos, y,
perdidos,
os herirán las ansias de los náufragos,
la balumba de nortes ya
difuntos,
el solo bamboleo de los mares.
Cascos de chispa y pólvora,
jinetes
sin alma y sin montura entre los trigos;
basílicas de escombros,
levantadas
trombas de fuego, sangre, cal, ceniza.
Pero también, un sol en
cada brazo,
el alba aviadora, pez de oro,
sobre la frente un número, una letra,
y en el pico una carta azul, sin sello.
Nuncio -la voz,
eléctrica, y la cola-
del aceleramiento de los astros,
del confín del amor, del estampido
de la rosa mecánica del mundo.
Sabed de mí, que dije por
teléfono
mi madrigal dinámico a los hombres:
¿Quién eres tú, de acero, estaño
y plomo?
-Un relámpago más, la nueva vida.
Paraíso perdido( Haikus )
35
Silencio. Más silencio.
Inmóviles los pulsos
del sinfín de la noche.
45
¡Oh
boquete de sombras!
¡Hervidero del mundo!
¡Qué confusión de siglos!
5
Sola,
sin muebles y sin alcobas,
deshabitada.
9
Alma en
pena:
el resplandor sin vida,
tu derrota.
11
Angeles
buenos o malos,
que no sé,
te arrojaron a mi alma.
16
¡Paraíso
perdido!
Perdido por buscarte,
yo, sin luz para siempre.
25
A través
de los siglos,
por la nada del mundo,
yo, sin sueño, buscándote.
10
Ciudades
sin respuesta,
ríos sin habla, cumbres
sin ecos, mares mudos.
Retornos de una sombra maldita
¿Será difícil, madre, volver a ti? Feroces
somos tus hijos.
Sabes
que no te merecemos quizás, que hoy una sombra
maldita nos desune,
nos separa
de tu agobiado corazón, cayendo
atroz, dura, mortal, sobre sus
telas,
como un oscuro hachazo.
No, no tenemos manos, ¿verdad?, no las
tenemos,
que no lo son, ay, ay, porque son garras,
zarpas siempre dispuestas
a romper esas fuentes que coagulan
para ti sola en llanto.
No
son dientes tampoco, que son puntas,
fieras crestas limadas incapaces
de comprender tus labios y
mejillas.
Han pasado desgracias,
han sucedido, madre, verdaderas
noches
sin ojos, albas que no abrían
sino para cerrarse en ciega muerte.
Cosas que no acontecen,
que
alguien pensó más lejos,
más allá de las lívidas fronteras del espanto,
madre, han
acontecido.
Y todavía por si acaso hubieras,
por si tal vez hubieras soñado en
un momento
que en el olvido puede calmar el mar sus olas,
un incesante acoso
un ceñido rodeo
te aprietan hasta hacerte
subir vertida y sin
final en sangre.
Júntanos, madre. Acerca
esa preciosa rama
tuya, tan escondida,
que anhelamos
asir, estrechar todos, encendiéndonos
en ella como un único fruto
de sabor dulce, igual. Que en ese día,
desnudos de esa amarga
corteza, liberados
de ese hueso de hiel que nos consume,
alegres, rebosemos
tu ya
tranquilo corazón sin sombra.
Retornos del amor en una azotea
Poblado estoy de muchas azoteas.
Sobre la mar se tienden las más blancas,
dispuestas a zarpar al sol,
llevando
como velas las sábanas tendidas.
Otras dan a los campos, pero hay
una
que solo da al amor, cara a los montes.
Y es la que siempre vuelve.
Allí el amor peinaba sus
geranios,
conducía las rosas y jazmines
por las barandas y en la ardiente
noche
se deshacía en una fresca lluvia.
Lejos, las cumbres,
soportando el peso
de las grandes estrellas, lo velaban.
¿Cuándo el amor vivió más
venturoso
ni cuándo entre las flores
recién regadas fuera
con más alma en
la sangre poseído?
Subía el silbo de los
trenes. Tiemblos
de farolillos de verbena y músicas
de los quioscos y encendidos
árboles
remontaban y súbitos diluvios
de cometas veloces que vertían
en
sus ojos fugaces resplandores.
Fue la más bella edad del
corazón. Retorna
hoy tan distante en que la estoy soñando
sobre este
viejo tronco, en un camino
que no me lleva ya a ninguna parte.
Retornos del amor en una noche de verano
A tientas el
amor, a ciegas en lo oscuro
tal vez entre las ramas, madura, alguna
estrella,
vuelvo a sentirlo, vuelvo,
mojado de la escarcha caliente de
la noche,
contra el hoyo de mentas tronchadas y tomillos.
Es él, único,
sólo, lo mismo que mi mano
la piel desparramada de mi cuerpo, la sombra
de mi recién salido corazón, los umbrosos
centros más subterráneos de mi
ser lo querían.
Vuelve único,
vuelve
como forma tocada nada más, como llena
palpitación tendida
cubierta de cabellos,
como sangre enredada en mi sangre, un latido
dentro de otro latido solamente.
Más las
palabras, ¿dónde?
Las palabras no llegan. No tuvieron espacio
en aquel
agostado nocturno, no tuvieron
ese mínimo aire que media entre dos bocas
antes de reducirse a un clavel silencioso.
Pero un aroma
oculto se desliza , resbala,
me quema un desvelado olor a oscura orilla.
Alguien está prendiendo por la yerba un murmullo.
Es que siempre en la
noche del amor pasa un río.
Retornos del otoño
Nos dicen: Sed alegres.
Que no escuchen los hombres rodar en vuestros cantos
ni el más leve ruido
de una lágrima.
Está bien. Yo quisiera, diariamente lo quiero,
mas hay
horas, hay días, hasta meses y años
en que se carga el alma de una justa
tristeza
y por tantos motivos que luchan silenciosos
rompe a llorar,
abiertas las llaves de los ríos.
Miro el otoño, escucho sus
aguas melancólicas
de dobladas umbrías que pronto van a irse.
Me miro
a mí, me escucho esta mañana
y perdido ese miedo
que me atenaza a
veces hasta dejarme mudo,
me repito: Confiesa
grita valientemente que
quisieras morirte.
Di también: Tienes frío.
Di también: Estás solo, aunque otros te acompañen.
¿Qué sería de ti si al
cabo no volvieras?
Tus amigos, tu niña, tu mujer, todos esos
que
parecen quererte de verdad, ¿qué dirían?
Sonreíd. Sed alegres.
Cantad la vida nueva.
Pero yo sin vivirla, ¡cuántas veces la canto!
¡Cuántas veces animo ciegamente a los tristes,
diciéndoles: Sed fuertes,
porque vuestra es el alba!
Perdonadme que hoy sienta
pena y la diga.
No me culpéis. Ha sido
la vuelta del otoño.
Se equivocó la paloma...
Se equivocó la
paloma.
Se equivocaba.
Por ir al
Norte, fue al Sur.
Creyó que el trigo era agua.
Se equivocaba.
Que las
estrellas, rocío;
que la calor, la nevada.
Se equivocaba.
Que tu falda
era tu blusa;
que tu corazón, su casa.
Se equivocaba.
Ella se durmió
en la orilla.
Tú, en la cumbre de una rama.
Si mi voz muriera en tierra...
Si mi voz muriera en tierra
llevadla al nivel del mar
y dejadla en la ribera.
Llevadla al nivel del mar
y
nombradla capitana
de un blanco bajel de guerra.
Oh mi voz condecorada
con la insignia marinera:
sobre el corazón un ancla
y sobre el ancla una estrella
y sobre la estrella el viento
y sobre el viento una vela!
Tal vez, oh mar, mi voz ya esté cansada...
Tal vez, oh mar, mi voz ya
esté cansada
y le empiece a faltar aquella transparencia,
aquel arranque igual al
tuyo, aquello
que era tan parecido a tu oleaje.
Han pasado los años por mí,
sus duras olas
han mordido la piedra de mi vida,
y al viento de este
ocaso playero ya la miro
doblándose en las húmedas arenas.
Tú, no; tú sigues joven,
con esa voz de siempre
y esos ojos azules renovados
que ven
hundirse, insomnes, las edades.
Tres recuerdos del cielo
Homenaje a Gustavo Adolfo Bécquer
1.Prólogo
No habían cumplido años ni la rosa ni el arcAngel.
Todo, anterior al balido y al llanto.
Cuando la luz ignoraba todavía
si el mar nacería niño o niña.
Cuando el viento soñaba melenas que peinar
y claveles el fuego que encender y mejillas
y el agua unos labios parados
donde beber.
Todo, anterior al cuerpo, al nombre y al tiempo.
Entonces, yo recuerdo que, una vez, en el cielo...
2.Primer recuerdo
...una azucena tronchada...
G. A. Bécquer
Paseaba con un dejo de azucena que piensa,
casi de
pájaro que sabe ha de nacer.
Mirándose sin verse a una luna que le hacía
espejo el
sueño
y a un silencio de nieve, que le elevaba los pies.
A un silencio
asomada.
Era anterior al arpa, a la lluvia y a las palabras.
No sabía.
Blanca alumna del aire,
temblaba con las estrellas, con la flor y los
árboles.
Su tallo, su verde talle.
Con las estrellas mías
que,
ignorantes de todo,
por cavar dos lagunas en sus ojos
la ahogaron en
dos mares.
Y recuerdo...
Nada más: muerta, alejarse.
3.Segundo recuerdo
...rumor de besos y batir
de alas...
G .A. Bécquer
También antes,
mucho antes de la rebelión de las sombras,
de que al mundo cayeran plumas incendiadas
y un pájaro pudiera ser muerto
por un lirio.
Antes, antes que tú me preguntaras
el número y el sitio
de mi cuerpo.
Mucho antes del cuerpo.
En la época del alma.
Cuando
tú abriste en la frente sin corona, del cielo,
la primera dinastía del
sueño.
Cuando tú, al mirarme en la nada,
inventaste la primera
palabra.
Entonces, nuestro encuentro.