"...Enamorada miel, tenme en tus labios.
Arrebatada luz, ponme en tus ojos..."
"Madonna"
Edvard Munch
Reseña biografica
Poeta,
novelista y traductor español nacido en Valencia en 1922.
Estudió Derecho
en su ciudad natal y Filosofía y Letras en Zaragoza, doctorándose en la
Universidad de Madrid.
Fundador y director de Cuadernos literarios y
Verbo, del anuario de poesia española Anupe, y autor de una
Antologia del surrealismo español. Ha sido además Crítico de poesia y de
arte, conferencista y viajero infatigable.
Sus poesias han sido
traducidas al francés, inglés, alemán, y al hebreo moderno, e incorporadas a
diversas Antologias
españolas, europeas y sudamericanas.
Obtuvo el premio Gabriel Miró por su novela El silencio de Dios,
el premio Valencia de Literatura por Odisea 77 en 1977,
y en 1978 el premio
Miguel Angel de Argumosa por
Elegía atlántica. Entre sus publicaciones poeticas merecen destacarse:
Poemas del amor de siempre, Septiembre en Paris, Bajo palabra de
amor, Elegías apasionadas, Piedra viva, Elegía atlántica
en 1978, Javea o el gozo en 1992 y Esfinges en el año 2000. ©
A brazo partidoAmor lejano
Estrella de alta mar,
márcame el rumbo...
Definitiva soledad
Soneto de la ausencia
¿Y a ti que te diré, río del
alma, cántaro de mi sed, jardín cerrado?...
A brazo partido
Llevo en los huesos tanto amor metido
que sólo en carne viva y a bandazos,
voy capeando el mar de estos
dos brazos
entre los que me encuentro sometido.
No, no basta gritar, tomar
partido,
morir hasta caerse uno a pedazos;
hay que hundir a caricias y a
zarpazos
tu corazón, tu corazón vencido.
Quiero daros la vida que me
sobra,
y este amor que me arranca de los huesos.
Vuestro mi corazón,
vuestra mi obra
de compartir lo vuestro y nuestro y mío,
consumidos en cólera y
en besos.
Sólo a mi amor vuestro dolor confío.
Amor lejano
Abro, de par en par, el viento, la ventana
y te contemplo, amor, voy
contemplando todo lo que fue mío:
los almendros alegres todavía,
y el mar en los almendros, la luz en los almendros,
y más mar
todavía allá a lo lejos.
Quizá piense en tu piel,
quizá vaya pasando la mano por la corteza de los pinos,
quizá los
años vayan cayendo como las gotas del grifo;
quizá los siglos.
Y quizá todavía te tenga entre los brazos,
como
ayer, como siempre.
¿Oyes los montes? Puede que canten.
Puede que se derrumben,
que se acuerden de ti, que te nombren,
que inventen la palabra burbujeantes, nueva, '
como el agua de los
neveros despeñándose,
como mi voz en medio de la noche.
-¿Duermes,
amor?
No me contesta nadie. Sé que duermes.
Bernia, como un gran perro bajo
la luna,
se acurruca a mis pies.
Oigo su palpitar estremecido.
Ifach, allá
a lo lejos, se nos hunde en el mar,
golpea las estrellas con su silencio.
Más cerca, las luces
chiquitinas, lentas y fieles de Guadalest.
vuelvo a rozar tu sueño
tu
piel con luna,
los dos ríos lejanos de tus piernas.
Tú, montaña también, valle
dormido,
mar toda tú.
-¿Duermes, amor?
Gotea el grifo, ladra un perro
infinito, remoto como la eternidad.
Voy a ciegas, tanteo las paredes
y
los acantilados y los vientos.
Te amé, te estoy amando, te estoy llamando.
Sólo un eco de piedra me
contesta:
Aytana, Chortá, Bernia...
La casa está vacía.
El silencio respira
aquí, a mi lado.
Definitiva soledad
¿Oyes el mar?
Eternamente estaremos escuchándolo.
Lo llevaremos dentro
como la sangre, como la paz
como te llevo a ti misma.
Todo, todo irá
acabando: la tristeza, la vida,
la soledad tan grande en que me has
dejado.
Sólo el mar, amor mío, el mar sigue existiendo.
Me asomo: lo
contemplo desde esta tarde lenta,
desde esta fría y herrumbrosa baranda
adonde no te asomas.
Amor, no estás conmigo. ¿Ves el silencio en torno?
Baja como las
olas,
me roza como el río de tu piel,
se aleja para siempre.
Tú, mar,
eterno mar de mi sueño,
sueño ya tú, lejana, irremediable.
El viento te acaricia. Yo soy el viento.
Pero estoy solo.
Y
tú, tú estás lejana.
Sólo el mar te recuerda, te vive, te arrebata.
Siento tus labios, que es sentirte entera;
siento tu carne, calladamente
mía.
Mis manos en el aire te dan vida,
y la playa, ya inútil sin tu
huella,
deshabitada y torpe se aleja como el día.
Sólo la tarde
existe;
existe y va muriendo. Unos dedos de espuma
me agitan los
cabellos;
unas hojas doradas por el sol van cayendo.
Quizá son tus palabras,
quizá el cerco ya inútil de tus brazos.
Escucha, amor, te voy nombrando
como te nombra el mar. Algún abismo
se quiebra no sé dónde, y este mar que respiro
no es el mío
con capiteles rotos y con mirto.
Es tu terrible mar, tu
ecuatoriana selva,
como tú, tormentosa; como tú, quieta, insospechada,
dulce,
y otra vez angustiosa y arrebatada. Amor,
me vas muriendo. Este
mar que era nuestro
me mira indiferente. Quisiera levantarme
como un viento tremendo
y sacudir las velas, descerrajar los brazos,
morirme a chorros.
Pero
sólo el silencio. Yo, acodado en en el aire,
contemplo tu recuerdo.
No hay más que arena.
La ciudad, a lo
lejos, se desdibuja.
Es un humo borroso como el olvido.
Ahora estiro los brazos y te
busco.
Aquí están nuestras rocas. El mar se mira en ellas;
también te
busca.
Una estrella de mar va acariciando mi sombra:
mi sombra que, sin la
tuya, no es más que un pozo seco.
Esta tarde es como media vida: la media que me falta.
La que tú te has llevado.
No, no has venido.
Eternamente no vendrás.
Caerán constelaciones,
se hundirán montes, siglos, tempestades,
y no vendrás. Y yo estaré mirando
lo que nos une todavía: el mar.
Un buque remotísimo buscará el horizonte;
pasará una pescador con sus
cañas al hombro.
Sólo tú no vendrás.
No vendrás nunca.
Estrella de alta mar, márcame el rumbo...
Estrella de alta mar, márcame el rumbo.
Puerta del corazón, dame
cobijo.
Enamorada miel, tenme en tus labios.
Arrebatada luz, ponme en
tus ojos.
Paloma en libertad, cédeme el vuelo.
Palmera, cielo al fin, hazme a
tu imagen.
Ámbito de mi fe, cólmame el gozo.
Mujer y nada más, sé toda
mía.
Tú, mi dolor, mi sed, mi sobresalto,
mi júbilo y mi luz a manos
llenas.
Revelación total, regocijémonos
Llave de mi ansiedad, dame la
vida.
Hoguera de cristal, torre encendida, ensimismada
alondra de la tarde,
gloriosa claridad, lirio iniciado, milagro de la
paz y de la espiga.
Dame la paz, la paz, tú siempre amada.
Para
siempre la paz y la esperanza.
Soneto de la ausencia
¿Me oyes, amor? Hay un
fragor de trenes,
o quizá de batanes o de espigas
que te aleja de mí.
No, no me digas
que te irás para siempre. Los andenes
se despoblaron. Yo, regreso. Penes
por donde penes, corazón, no
sigas,
no te sigas marchando. Más fatigas
y más amor perdido si no
vienes.
Ay, dolor, que yo sé lo que me pasa.
Que mi casa sin ti ya no es mi
casa,
y el aire ni respira ni madura.
Que estás dentro de mí, pero no basta
aunque te lleve hasta los
huesos, hasta
la misma pena que hasta ti me dura.
¿Y a ti qué te diré, río del alma, cántaro de mi sed, jardín cerrado?
¿Y a ti qué te diré, río del alma, cántaro de mi sed,
jardín cerrado?
¿Y a ti qué te diré, mujer que dejas tu corazón al borde
de mi vida?
Hasta ti llegaré y, entre las manos, tomaré viento y agua;
luz y tierra,
y amasaré nuestros dos nombres juntos.
Qué nuestra es la esperanza,
que nos gana y nos pierde
cada día.
Qué nuestra es la tristeza, que se escurre a lo largo de los
hombros y nos deja indefensos, solitarios.
Qué nuestro es el recuerdo,
que nos une lo mismo que un
abrazo.
Qué
nuestro es nuestro amor. Con él estamos igual que
un niño con zapatos nuevos.
Qué nuestro es nuestro mundo: isla de guerra
y paz,
isla profunda
hecha a la
dimensión de nuestras almas.
Qué nuestro es nuestro amor,
Qué indescifrable, qué remoto, qué mío
Qué mía que eres tú, qué
mío el mundo, que mía mi verdad
cuando te
tengo.
Encontrándome en ti, me hallo a mí mismo. Mi vida empieza
donde tú terminas.
Mi vida es despeñarse, como un toro por las
encrucijadas
del misterio.
Mi vida es caminar, morirse a ratos, y comenzar de nuevo
la jornada.
Pero tú eres la paz. La paz ganada a pulso, a fuerza de
huracanes y batallas.
No hay victoria que valga si no arriesgamos nuestra propia
vida
Y la nuestra aquí está. Sin burladeros, jugando con el mundo
a cuerpo limpio.
Amor es bello si la herida es honda. Horademos la piedra
gota a gota.
Hay que aprender la paz de cada día. Yo la aprendí
en tus ojos.
Aprenderla y vivirla. Yo he aprendido a vivir a tu manera.
No hay paz para quien lleva sus dos manos vacías de
esperanza
No hay paz para quien niega
sombra o luz á su hermano.
No hay paz para quien cierra el corazón, y
calla si alguien
llama a su puerta.
Ni
hay paz para la fuente que no mana, para el árbol
sin fruta,
para el labio sin beso, sin perdón y sin fuego...
No, no
hay paz para el hombre vacío de esperanza.
Haya paz para el hombre que te busca, como el campo
la lluvia de setiembre.
Haya paz para el hombre que está solo, con su
destino
a cuestas
Haya paz y haya amor.
Romped los diques de la fe y de los
besos, y ahogadme en sus dulces huracanes.
Yo te llamo mujer, y te llamo
ternura y fortaleza; y alegría
y
dolor a un mismo tiempo.
¡Oh, región fabulosa de tus brazos! Aprenderemos
a vivir
de nuevo.
Dame tú luz, tu
cumbre, tu destino. Dame más, mucho más:
tu propia vida, pues sabes darlo todo a manos llenas.
Eres incalculable
como un mundo. Y tiernísima y frágil como
un niño.
Me sorprendes, me empujas, me acorralas, y entre los labios
te me mueres dócil.
Eres tú y eres yo. Todo es a un tiempo rabia de destrucción
y de ternura,
de inexplicable y de gozoso hallazgo, de generoso encono
de caricia.
Nuestra vida se suma y se desborda. Mi encarnizada
soledad es tuya.
Tu terquedad dulcísima y el agua de tu mirada triste son ya
sangre en mi piel, ya son cascada.
Somos un viento que en la vida clama,
abriendo puertas,
derribando muros,
levantando la niebla de los turbios callejones del hombre.
Aquí está
nuestra lluvia de esperanza. Somos la vida.
Detened el brazo que amenaza y conmina. ..
Nada podéis, porque la tierra
muere, pero nace otra vez.
Somos la tierra que nos forma, nos une y nos
libera.
Tierra de Dios, con fuego en el costado que incendia
un corazón para dos vidas.
¡Qué terrible esperanza! ¡Qué delirante gozo! ¡Qué vértigo
en el alma!
¡Qué insumisión, qué cólera, qué fuego...!
Si fuimos dos,
ya somos uno mismo.