"...El oro de la tarde sobre el mar de tu cuerpo.
El crepúsculo ardiendo en tu mirada..."
"Alegoría de la brisa"
Alexis Lago
Reseña biografica
Poeta y
novelista español nacido en Cartagena en 1942.
Licenciado en historia,
traductor y autor de guiones cinematográficos, ha dedicado su vida a la
literatura
y especialmente a la poesia.
Formó parte de la Antologia
Nueve Novísimos, fue finalista del Premio Planeta
con «El manuscrito de Palermo»,
y ganador de los premios
La sonrisa vertical con «La esclava instruida», Barcarola
y
Loewe.
De su obra poética se destaca «Museo de cera» en el que se integran
La edad de oro, Nocturnos, Tosigo ardento,
El escudo de Aquiles, Signifying nothing, El botín del mundo y La serpiente
de bronce.
Como traductor se le debe la obra de Konstantino
Kavafis, los "Poemas de la locura" de Hólderlin, la poesia de
Robert Louis Stevenson, T. S. Eliot, François Villon y Shakespeare.
Fue organizador en 1985 del Homenaje Mundial a Ezra Pound en Venecia, y en
1990 recibió el Doctorado Honoris
Causa
por Dowling, New York, gracias al conjunto de su obra.
Varias de sus
novelas y poemas han sido traducidos a más de veinte idiomas. ©
Abçatritaz
Anatron
Argent vivo
Astarnuz
Aymant
Bezahar
Bizedi
Coral
Hetora
Maduz
Margull
Marina
Nubes doradas
Piedra del sueño
Romana
Yctaniz
Zarocan
Zebech
Abçatritaz
Un secreto esplendor que aún no es ceniza
Francisco Brines
Si Brittles prefiere abrir la puerta en presencia
de testigos -dijo Gilles después de una larga pausa-,
me presto sin duda a acompañarlo
Charles Dickens
Podrías huir. Sin duda. La
nueva Luz del
mundo, Octavio, te
perdonaría (si no gustoso, el interés
le haría
respetarte,
cubrirte de riquezas). Y eres aún tan bella. Sí, podrías...
Pero no seguirás ese camino.
Y no
por el amor de Antonio, ni porque fuera indigno
de quien de
tantos reyes es el último,
sino algo más profundo: algo que sólo a ti te
vale,
a cuanto yace en tu memoria.
Y cómo modificaría
esa huida, el
pasado.
Lo que fuera esplendor
-esa gloria por la que apostaste-
ahora sería mediocridad;
la grandeza de guerras y pasiones
quedaría
convertida en las vulgares
apetencias de una zorra codiciosa.
Por eso, no lo dudas.
y dejas que te vistan tus sirvientas
con tus
mejores ropas, y perfumas
tu cuello, y te sientas
segura y orgullosa
en ese trono. Y sin
que la sonrisa se borre de tu boca,
metes la mano
en ese cesto
de higos que se mueven, y esperas
la picadura en tu
muñeca.
Anatron
-¿Y tú quién eres?
-La Ocasión poderosa
Posidipo
Raya algún destello histórico allá
entre las lobregueces del siglo
Edward Gibbon
Para Evelyne Sinnassamy y Michael Nerlich
No existían. He aquí un producto
del siglo XX en sus finales.
Genuino:
Esta criatura,
aún ni siquiera adolescente,
vestida y maquillada
como puta,
exhibiendo (ignoro si sintiendo)
lumbre de furia sensual,
fantástica,
letal.
Esas piernas, ese culo, ese cuerpo
moldeado por la lycra,
no Son
ya piernas, culo, cuerpo,
-como no lo es esa mirada
pervertida-
capaces
de una devastación
normal. Esos ojos, esa
boca, ese rostro
con ese maquillaje,
es otra dimensión de la belleza
y la sensualidad
que controlábamos.
Mientras tú aún estás pensando
en Lampedusa, el Rey Anuro, o en el
Ramayana o en
Rimbaud,
o dándole vueltas a la Guerra de los
Treinta Años,
o qué sé yo, pensando aún que nuestras vidas
son esos
ríos, según Manrique,
que van al mar / morir,
este Ser de la Noche,
bizarre déité como diría
el disipado
Baudelaire, ha descubierto
que ni Gatopardos ni Wallenstein,
ni
siquiera el mar/morir. Sino que todo
es, simplemente, una molestia,
y
que toda molestia ha de evitarse.
La televisión, y en el colegio,
y en
su familia, ha aprendido
que el mundo es suyo.
Y ah, cómo retoza,
cómo brilla, fantástica, a las luces
de este bar,
qué hermoso es ese rostro
sin destino, excitante, cómo mastica
nuestras entrañas, ese juguillo que le resbala
por la comisura de los
labios...
Por fin, la quintaesencia
de la sonrisa de la Esfinge,
morfina de
la desesperación,
que bailará, llamándonos
más allá de la cenizas, las ruinas, los
despojos,
por fin, la dulce mano
que sostendrá, arrancado del cadáver,
el
corazón aún latiendo del Horror.
Argent vivo
¡Qué vida más tranquila parece llevar mi familia!
-pensó Gregorio
Franz Kafka
La voluntad y los apetitos... ah!
Edmund Burke
¿Lo recuerdas? Tuvimos
la Luna en la palma de la mano.
Nunca otra vez la música
de aquel
tambalillo de la playa
volverá a hacernos bailar,
ni, sin que nosotros
lo escuchemos,
a crujir el mundo volverá.
Volverá tu marido, no es mal
tipo,
en su jardín tu aburrimiento a colgar,
y el calorcillo que
alumbra entre tus muslos
¿a quién llamará?
Quizá otros brazos y otros
besos
profundamente sentirás,
y tu marido y yo quizá acabemos
bebiendo solitarios en un bar,
haciéndonos amigos; como es lógico
evocarte nos unirá.
Pero recuerda, como yo te he leído a Scott Fitzgerald
nadie te lo leerá.
Astarnuz
Algún Dios de amor avía
Cartagena
Como la adormidera del desierto
Juan Arolas
La súbita luz de este conocimiento,
surgido en medio del horror,
obró un efecto extraordinario en mí
Henry James
Son cosas que suceden
en los hoteles. Cuando un hombre
llega, aburrido, tira
la chaqueta en la cama, se sirve un vodka, y
con
rostro impenetrable
conecta el aparato de la televisión.
Es raro que acontezca
algo notable. Pero
aquella noche -oh ebria
la Fortuna-
nada más encenderse,
apareció en pantalla un rostro único,
admirable, perfecto, inteligente,
cómplice.
Me aguardaba
como las panteras acechan a su presa.
Era Sharon Stone.
Me dije: No es posible.
Y contemplé la imbecilidad de aquella película
como cuando recorro el Canal Grande de Venezia,
sin dejar de asombrarme.
No es que uno sea demasiado impresionable.
Le aseguro al lector haber
pasado
trances de esta índole, muy altos.
Pero
el gesto y la mirada de la Stone,
son otra cosa. Y
si entonces
-y hoy- porque ese rostro,
esa boca, esos ojos, ese gesto
estuviera en mi cama, me pidieran
releer ya nunca a Stendhal, yo
aceptara.
Porque gozar a una mujer así
no es placer inferior
ni
acaso de otra especie
que escuchar la Misa en sí menor de Bach en
Chartres,
que acarician la carne del crepúsculo sobre Istanbul
o que
leer a Píndaro en voz alta
desde Delfos. Meter la lengua en esa boca
y
recibir la suya, debe ser
¡Dios! como la sacudida en la inteligencia
cuando
se lee a Shakespeare o a Borges, o a Nabokov, como
lo que debió
sentir Colón
al oler la tierra. Sentir cómo ese cuerpo se abandona al placer,
ver
enturbiarse esa mirada,
no es de rango menor
que comprender el
Panteón.
Y
hay que ver, todo eso,
con la cantidad de excitantes pensamientos
a que después diera lugar, con lo que ha enriquecido
mi vida y mi
memoria,
es algo que sucede, así, sin pretenderlo,
una noche de tantas,
por
ir a dar una conferencia en Barcelona,
en una habitación
de hotel, de
pronto, como dicen
que veía
Mozart,
o los santos,
a Dios.
Aymant
Como a Bennvenuto Cellini -hacia quien experimento mayor
inclinación de la que tengo por los otros maestros del
Quattrocento-, me gusta vagar por la arena abandonada por
la marea, recogiendo conchas, guijas
Claude Lévi--Strauss
...Las viejas playas. A las que siempre
algo
te lleva. Como ningún otro latido
del mundo, esas orillas...
Caminas por el filo de las aguas. El sol que las traspasa,
ese velo
cristalino,
y esas conchas
medio enterradas en la arena, y esas cintas
azules
que la luz dibuja.
No es tu memoria
quien reconoce,
donde existe depositada esa luz,
esos colores,
estas orillas transparentes, la sensación
de la mar en
tus dedos.
Es una dicha sin pasado. Sólo su instante
de exaltación, la
Vida
más allá
de lo comprensible.
Bezahar
Míos fueron, mi corazón,
los vuestros ojos morenos.
¿Quién los hizo ser ajenos?
Cancionero anónimo
En estos tiempos que corren, provechoso es disponer
de una mujer hermosa
Alessandra Mancinghi-Strozzi
Estas divertidas divagaciones levantaron por un
momento su ánimo, y entregose a la contemplación
Joris-Karl Huysmans
El oro de la tarde
sobre
el mar de tu cuerpo
El crepúsculo ardiendo en tu mirada
El ulular de sirenas de tus
entrañas
Nuestras lenguas enlazándose como pájaros suntuosos
Contemplando
tu belleza y mi deseo
acepto la vida
Bizedi
Así nosotros, desesperanzados, ya sin esforzarnos ni cuidar la
razón, resueltos ibamos de lodazal en lodazal, por la alta mar
de esa líquida basura
Giordano Bruno
-Caballero, yo no me mezclo en esos asuntos;
no estoy aquí para eso
Condesa de Espoz y Mina
Quiero que veáis -dijo el Conde- que soy de nobles sentimientos
Heldris de Cornualles
El otro día, Cintia, me decías
que
siempre me quedaba en la puerta, que no
daba el paso «decisivo» decías,
del que ya no hay retorno,
y que era cobardía ante la vida,
que me
estaba perdiendo no sé qué.
Seguramente es cierto que me pierdo
«eso», pero no tengo duda, te
aseguro
que conozco territorios muy cercanos
y acaso alguno más allá,
y que nunca
me produjeron algo que pudiera
considerar siquiera
como
placer menor.
¿Sabes lo que me preocupa, lo que
a veces me inquieta?
Imaginar que no hay salida
en tu descenso a los Infiernos,
hilo que te
asegure regresar.
Porque veo algo terrible
en tu forma
de lanzarte a la vida. No
se sostiene en nada, no
sirve
para
nada. No lo sabes, pero
repites lo que significan las palabras
del asesino en
Macbeth
al aceptar matar a Banquo:
«Haría lo que fuese
por desquitarme
del mundo».
Y yo no quiero
desquitarme
de nada.
Claro que es hermoso, de vez en cuando
adentrarse en esa plenitud
de la disipación, te lleve donde lleve,
y entregar cuerpo y alma a los
abismos
de eso que hay en nosotros escondido,
darse la lengua con las
simas de la vida,
tocar el esplendor de ese misterio
salvaje, que
jamás descifraremos.
Pero siempre, querida, que
haya un faro
al fondo de la noche,
las columnas ardientes de la
sabiduría,
el Arte, algunas
certidumbres morales,
el ejemplo
indeleble de los grandes,
esos modelos que nos guían.
Coral
El sacrificio ha sido favorable
Aristófanes
La gloria conquistada por los adolescentes
Píndaro
El otro día, hojeando un
viejo álbum
de fotografías,
apareciste. En una playa
que ciega el sol (seguramente,
Le Lavandou),
orgullosa y alegre
sobre las brasas
de aquel Verano.
Como un pinchazo
esa
imagen me trae
algo de la pasión que sacudió esos días.
Contemplé
largo rato la fotografía:
tus ojos dichosos, tu boca, esa
mano que
desenfocada
parece querer tapar el objetivo.
¿Te das cuenta? No has envejecido.
Dios sabe dónde
estarás, ni
siquiera si aún vives. Pero ahí,
ah cómo brilla
intacta
tu sonrisa,
los crepitantes ojos del deseo.
Te había olvidado. Pero ahora
que esa fotografía te devuelve,
me
doy cuenta de cómo la memoria
generosa
te había guardado sin decírmelo
para darme algún día
este
regalo. Poder casi tocar
un instante de felicidad.
Tanto se ha ido...
y entonces apareces
tú,
en esa playa de la juventud,
y me haces
este regalo,
la posibilidad
de que viva en alguien el que fui,
la imagen deseada de
quien era,
esa que hasta yo mismo ya he olvidado.
Porque igual que la
otra tarde tú viniste
puede que alguna vez, si tu recuerdas esos días,
de ellos emerja un joven mediterráneo y sonriendo
y recuerdes el placer
de esas horas
y algo de la pasión que entonces
abrasó nuestros cuerpos
aún te toque.
Gracias.
Hetora
Armonía cosmopolita
Zoilo Escobar
Deliciosa la cena,
señora,
y aún más delicioso
todo lo que la cena ha convocado.
Yo os miraba y
pensaba:
Reina Carme Riera
-sobre las copas de excelente vino-
feliz,
dosificando la inteligencia de los invitados.
Más atractiva que
la conversación
misma. Dosificando los placeres
de la Cultura. Hasta
la noche
se estremece
envidiosa de la belleza de este instante.
Maduz
Prefiero a lo que miro lo que creo
Francisco de Quevedo
Es dichoso vivir en estos climas que permiten
relaciones normales
Montesquieu
Suavemente (si
lo considero
con ecuanimidad,
acaso
sin rescoldos de pasión, es más,
sin interés; pero al fin y al
cabo, suavemente)
te
miro,
mientras un norteamericano de origen africano
(obsérvese
cómo venero la solidaridad y el pensamiento liso)
toca al fondo del bar,
en piano blanco,
una pieza -y esto es lo importante-
cuya letra en
tiempos menos lisos
fue «Easy living» y la cantaba Billie Holiday.
Lo importante -repito- es el recuerdo
que este arreglo trivial me
trae de lo que era
vida,
y cómo los decorados, y la escena,
mudan por la memoria hacia horas que
yacen
agazapadas en el alma.
La situación es siempre parecida:
Un rostro
de mujer -no necesariamente joven-
al final
del punto de mira de mi vaso,
unos ojos que miran de pronto,
cómplices, animales,
como puestas de sol, unos labios
-que ya han
dejado su carmín en cigarrillos-
húmedos,
el movimiento de una melena
que roza una nuca.
Noches y noches, rostros,
mientras hilas la Nada
y sientes la
ginebra calentar tu alma,
y a veces, por un instante,
notas que tienes
en la mano
el secreto del mundo.
Todo eso junto eleva esta anodina
escena, y a quien seas,
a
depurado Arte.
Desde luego
si decides seguirme mientras me siento tan activo
gracias
al «Easy living» original y a las llamitas
de esos otros momentos,
casi me atrevo a prometerte
una experiencia interesante
-como muy
poco, diferente-
y en ningún caso, espero, que vulgar.
Aunque seguramente a ti te
da lo mismo,
a mí, no.
Margull
Hace el amor gran villanía al no enlazarte a ti
Jacopo da Lentino
Como un desnudo con alhajas
la noche de Verano languidece
en este bar junto a las aguas.
Desazón
del calor. Una música ingrata
que impide hablar. Y esos seres
(en los
que nada reconoces)
ofrendando a la madrugada su vacío
de alcohol y
drogas...
Y de pronto, en medio de esos rostros,
el tuyo. Esa mirada alegre,
ese gesto risueño, esa
vitalidad deslumbrante que
como dando saltitos
se exhibe ante mí.
Una vez más, la vida
ha sido generosa; me permite
contemplar la
delicia de una juventud
en su esplendor, imaginar mis manos
acariciando esa piel suave,
y a mis labios besando ese pelo salvaje,
esas sienes, esa boca, ese vientre,
soñando el calor y el olor de ese
cuerpo.
Sí. Y este viejo corazón,
como si no estuviera hastiado,
como si
aún tuviera diecisiete años,
se alboroza, tiembla.
Y estos viejos ojos
de los que se ha borrado la vileza de este sitio,
el sinsentido de esta noche,
agradecen vivir -¿A quién, a qué? Al Deseo.
Que como ciertos libros, como algunas
obras de Arte
es lo único ya
que hace soportable la existencia.
Marina
¿Qué debemos hacer hoy para salvar la Cultura?
Curzio Malaparte
Para Vicente Gallego
Sólo dos cosas, Filis, yo quisiera
decirte, hacer que aniden
en tu desvergonzado corazón: Es la primera
un consejo de Ovidio, cuando escribe: Si a una de vosotras
Venus negó
sensual naturaleza,
fingid.
Supongo que ahora no lo entiendes.
Pero
hazme caso.
Confía en tu instructor.
La otra se refiere
a tu
pregunta: ¿Y cómo
sugieres que debería ser mi vida?
Querida, serás
muchas.
Pero aquí sí que dicto
un canon. Y es curioso: lo dijo
un
enemigo (acaso
de los más feroces, irreconciliable), el que fuera
Ministro
de Propaganda en aquel Reich
e los Mil Años, Joseph Goebbels.
Según Speer en sus Memorias,
llamolo a su Departamento cierta tarde
Goebbels, y le pidió:
«Amigo Speer, quiero que me diseñe
un despacho
de verdad impresionante».
«¿Cómo le gustaría?», dijo Speer.
«Estilo
trasatlántico», repuso
Goebbels.
Pues eso, vida mía, Filis
querida y deseada:
Estilo Trasatlántico.
Nubes doradas
"La nostalgia que siento no está ni en el pasado ni en el futuro..."
Fernando Pessoa
"-En el coche queda una botella de ginebra.
-Por qué no lo dijo antes, en vez de hacerme perder el tiempo
hablando tonterías?"
Daniell Hammettt
"La resistencia se organiza en todas las formas puras"
Tristán Tzara
A Jaime Gil de Biedma
Qué importa ya mi vida.
Cada vez que levanté mi casa, la
destruía. A cualquier país que llego
no amo otro momento
que aquel de divisarlo. Nunca
pude decir dos veces bien venida
a la misma mujer.
Respetarse uno mismo.
Pensar.
Veo crecer los rosales que planté.
Destapo la última botella del último
pedido.
Miro
como mi vida salva cuanto hay de noble.
Por ti, oh
cultura, y por todos
los que vivos o muertos me hacen compañía, bebo.
Más allá del
tiempo y de mi cuerpo,
bebo. Lleno
de nuevo el vaso. Dejo
que
lentamente el alcohol vaya cortando
los hilos que me unen
a esta
barbarie.
Y con la última
copa, la del desprecio,
brindo por los que aman como
yo.
Piedra del sueño
En medio de tantos desórdenes siempre reinó una alegría
que los hizo menos funestos
Voltaire
Para Hélene y Bobo Ferruzzi
Este pasador... En el oro más fino
cincelado. Cuántas veces
dedos anhelantes lo habrán apartado
para que
una melena oliendo a mujer
cayese abandonada
sobre unos hombros
mórbidos.
Ahora, muerto en esta vitrina,
parece reírse de nosotros,
reprocharnos
que seamos capaces de pasar el tiempo
admirándolo.
«No soy nada
-nos dice-, sólo un objeto
para sujetar el pelo. Soy
hermoso
porque cuando alguien me hizo
era impensable no modelar
belleza.
Pero sólo existo cuando brillo
allí para donde fui concebido,
no en el acabamiento de esta veneración mediocre,
sino sobre un rostro
hermoso y moreno».
Romana
(Retrato de una niña con «Vingt mille lieues sous lesmers»
o como alecciona Flaubert: quelle joie ce serait que de voir
ce bon petit être que de voir ce bon petit etre sèpanouir
aux splendeurs de l'art et de la nature!)
Al corazón gentil acude siempre el amor
Guido Guinizelli Da Principi
Que arda en el Deseo
Y que sus besos quemen
Cuando la estreche entre mis brazos
Auguste Kopisch
Dulcísima criatura, de una
felicidad
que aún no ha salido de Watteau.
Cuando te miro, adormecida
en esta siesta,
y sobre tu regazo, abandonada, esa mano, y
caído de
ella, ese libro querido...
En instantes así
cómo todo mi ser
responde
a la invitación de
ese abandono, a esos labios
entreabiertos, al olor que imagina
emanar
de tu cuerpo.
Qué no daría por besarte, tocarte, por ser yo
quien te hiciera gozar,
por verte retozona,
abandonada al placer, por escuchar
tus suspiros,
por
beberte.
Pero bien sé que debo contentarme
con esta adoración.
Y dejarte
ahí, dormida.
Escucha.
No hagas caso
jamás de las
mentiras
con que querrá amaestrarte nuestro mundo.
Sé
como Shakespeare decía,
a rebel's whore,
la puta de un
rebelde.
Yctaniz
Musafir «Huésped; visitante»-
El que viaja por medio de la reflexión mental (Fikr) sobre los
inteligibles; lo cual es entender las cosas invisibles a través
de la Antologia de las visibles (I'Tibär), de modo que pueda
cruzar (Ábara) desde la orilla de este mundo a la otra
Ibn Al' Arabi
Esta prenda, suave, delicada,
casi
caliente aún, aún húmeda
de ti.
Aspiro, absorbo
su olor, hundo mi rostro
en ese perfume
mojado
que abre mis ensueños
los mares de la dicha.
Siquiera
imaginar que te ha rozado,
que esa humedad es tuya,
esa dulcísima
manchita
que beso.
¿Tendrá la Muerte
este olor? ¿Esta sensación de suavidad?
¿Esta
tibieza?
Ah, déjame
un instante aún palpándola.
Tarda en volver del baño.
Déjame
cerrar los ojos, inhalar su fragancia
y comulgar con ella.
Ah, vida mía,
esto sí que es el «éxtasi amoroso»
que abrasaba a
Quevedo.
Casi me causa más placer
que acariciarte a ti.
Zarocan
Es muy propio de nuestra naturaleza ir muy lejos en
la perfección
Lawrence de Arabia
No tengo ninguna objeción grosera que oponer a la
circunnavegación del globo con fines de Arte, de
estudio y de benevolencia
Ralph Waldo Emerson
Quien ha contemplado la Belleza
Deja su suerte en manos de la muerte
August von Platten-Hellermünde
Noche legendaria
Ópalo de los
Angeles
Noche de plata en llamas
Ah esa hora
Cuando sacudes, con la mirada turbia
Tu pelo sobre tus
hombros
Desnudos
Y el deseo roza con sus labios
El cristal de tu copa Ah esos labios
Canallas, húmedos
De divinos licores
Zebech
Tus pensamientos passiuos
Deuen ser contenplatiuos
Pedro de Veragoe
Ese
relamerse, esos labios
brillantes de
saliva, ese mohín
entre infantil y disoluto,
esos ojos burlones que
cruzan como un rayo
el universo de plástico del aeropuerto...
Su amiga, sin embargo,
aún siendo hermosa, acaso más hermosa, no
excita.
Y es que no es la belleza la que irradia
ese misterio que te hechiza,
esa lumbre de júbilo,
ese pájaro con las alas en llamas.
No es la belleza de esos ojos, sino su forma de mirar;
el
desmadejamiento de esas piernas,
esa lengüecita incandescente,
esa
lividez canalla bajo sus ojos,
cómo mueve el pelo,
cómo lo sabe.
Eso
que los Dioses conceden
sólo a muy pocas,
y a veces sólo por
poco tiempo.
Esa dicha a la que no puede
tocar
el Destino.