
Apuro sediento tu tierno gemido, tu intimidad que me embriaga y ardiente, la lengua del dulce deseo, pasión cuyo vino no sacia...
"...Tuyo es el viento y el rumor, dorados,
tuyo el canto en la noche sin palmeras..."
"Light Robe"
Pauline Richmann
Reseña biografica
Poeta
colombiano nacido en La Unión, Nariño, en 1906.
Doctor en Derecho por el
Externado de Colombia, publicó, en 1928, cuando todavía era estudiante,
sus primeros poemas en la revista Universidad, dirigida por el intelectual
Germán Arciniegas.
Dedicado por entero al ejercicio profesional,
ejerció algunos cargos públicos como Secretario General
del Ministerio de Trabajo y funcionario del Ministerio de Defensa. La poesia
y la traducción las practicó en sus
ratos libres pero de manera constante.
En 1963 se editó su único libro, «Morada al Sur» por el que obtuvo el Premio
Nacional de poesia Guillermo Valencia.
Meses antes de su muerte recibió el doctorado
Honoris Causa en Filosofía y Letras por la Universidad de Nariño.
Murió en Bogotá en 1974. ©
Amo la noche
Arrullo
Canción de amor y soledad
Canción de hadas
Canción de hojas y lejanías
Canción de la distancia
Canción de la noche callada
Canción del ayer
Canción del niño que soñaba
Canción del viento
Canciones
Clima
Interludio
La canción del verano
Lluvias
Madrigales
Morada al sur
Qué noche de hojas suaves
Sequía
Silencio
Todavía
Yerba
Amo la noche
No
la noche que arrullan las ramas
y balsámica con olor de manzanas,
con
el efluvio de la flor del naranjo;
oh, no la noche campesina
de piel
húmeda y tibia y sana;
no la noche de Tirso Jiménez
que canta canciones de espigas
y
muchachas doradas entre espigas;
no la noche de Max Caparroja,
en el
valle de la estrella más sola
cuando un viento malo sopla sobre las
granjas
entre ráfagas de palomas moradas;
no la noche que lame las
yerbas;
no la noche de brisa larga,
hojas secas que nunca caen,
y el
engaño de las últimas ramas
rumiando un mar de lejanos relámpagos;
no
la noche de las aguas melódicas
volteando las hablas de la aldea;
no
la noche de musgo y del suave
regazo de hierbas tibias de una mozuela;
yo amo la noche de las ciudades.
Yo amo la noche que se embelesa
en su danza de luces mágicas,
y no
se acuerda de los silencios
vegetales que roen los insectos;
yo amo la
noche de los cristales
en la que apenas se oye si agita
el corazón sus
alas azules;
y no es la noche sin cantares
la que amo yo, la noche tácita
que
habla en los bosques en voz baja,
o entra a las aldeas y mata.
Yo amo
la noche sin estrellas
altas; la noche en que la brumosa
ciudad
cruzada de cordajes,
me es una grande, dócil guitarra.
Allí donde
dulcemente respira
un perfil cercano y distante
al que canto entre sus
espejos,
sus sedas y sus presagios:
valle aromado, dátiles de seda;
cuando hay un rincón de silencio
como un jirón de terciopelo
para
evocar esos locos viajes
esas partidas traspasadas
por el vaho tibio
de los caballos
que alzan sus belfos en el alba.
Yo amo la noche en el cansancio
del bullicio, de las voces, de los
chirridos,
en pausa de remotas tempestades, en la dicha
asordinada, a
la luz de las lámparas
que son como gavillas húmedas
de estrellas o
cálidos recuerdos,
cuando todo el sol de los campos
vibra su luz en
las palabras
y la vida vacila temblorosa y ávida
y desgarra su rosa de
llamas y lágrimas.
Arrullo
La noche
está muy atareada
en mecer una por una,
tantas hojas.
Y las hojas no se duermen
todas.
Si le
ayudan las estrellas,
cómo tiembla y tintinea la infinita
comba eterna.
¿Pero
quién dormirá a tantas,
tantas,
si ya va subiendo el día
por el río?
(¿Dónde
canta este país
de las hojas
y este arrullo de la noche
honda?).
Por el
lado del río
vienen los días
de bozo dorado,
vienen las noches
de fino
labio.
(¿Dónde el bello país de los ríos
que abre caminos
al viento
claro
y al canto?)
La noche está muy atareada
en mecer una por
una,
tantas hojas.
Y las hojas no se duermen
todas.
Si le
ayudan las estrellas...
Pero hay unas más ocultas,
pero hay unas hojas, unas
que entrarán nunca en la noche,
nunca.
(¿Dónde catan este país
de las hojas,
y este arrullo de la
noche
honda?)
Canción de amor y soledad
Como en el áureo dátil de solitaria palma,
orillas de mi predio todo
el valle resuena,
tú en mi corazón, dátil amargo, tiemblas
y te
inclinas desnuda, sollozo y carne trémula.
De palma en que acongojase con vago son el viento,
dátil fiel donde
todos los horizontes suenan,
mi corazón es una carne tuya, tu carne,
cantando entre distancias y entre nieblas.
Tuyo es el viento y el rumor, dorados,
tuyo el canto en la noche sin
palmeras,
tuyo el trémolo al fondo de los huesos,
y el palpitar oscuro
de mis venas.
El país que en tus ojos vive entre parpadeos,
canta en mí con su
largo sollozar innegable,
rumora en mí, y el ansia de tu boca madura,
y rumoran sin fin los valles de tu carne.
Oscura tú, y entre tu luz sin
tregua,
eres un son tan hondo, tan hondo y dolorido.
Dátil maduro, dátil amargo, escucha
mi corazón al filo del viento, tu
gemido,
tu gemido gozoso, tu olor de flor abierta.
Mecido en ti, lleno
de ti se escucha,
y da al viento ceniza de sus gritos.
Canción de hadas
Hadas divinas hadas!
Creer en las hadas
en las rosadas, felices noches
estivales,
y también en esas noches extrañas
cuando entre abismos de
sombras en el silencio
del silencio
se encuentra de súbito una líquida
palabra melodiosa
como una fresca agua recóndita, un agua
de dulce
mirada.
¿No creer ya en las hadas?
Pero entonces... Yo creo,
ciertamente,
que mi antigua haya era una reina de hadas,
y lo supe
cuando en el cielo de su mirada
subían rosas ardientes y cuando su
palabra
quemó mi piel sin dejar señales,
y porque en su corpiño, bajo
las sedas
le palpitaban palomas blancas.
* * *
Ahora el silencio
un silencio duro, sin manantiales,
sin
retamas, sin frescura,
un silencio que persiste y se ahonda
aun detrás
del estrépito
de las ciudades que se derrumban.
Y las hadas se pudren
en los estanques muertos
entre algas y hojas secas
y malezas,
o se
han transformado en trajes de seda
abandonados en viejos armarios que se
quejan,
trajes que lucieron ciñéndose a la locura de las da
entre
luces y músicas.
Canción de hojas y lejanías
Eran las hojas, las murmurantes hojas,
la frescura, el rebrillo
innumerable,
Eran las verdes hojas -la célula viva,
el instante
imperecedero del paisaje-
eran las verdes hojas que acercan en su murmullo,
las lejanías
sonoras como cordajes,
las finas, las desnudas hojas oscilantes.
Las hojas y el viento.
Hojas con marino ritmo ondulaban,
hojas con finas voces
hablando
a un mismo tiempo, y que no eran
tantas sino una sola, palpitante
en mil espejos de aire, inacabable
hoja húmeda en luces,
reina del horizonte, ágil
avecilla
saltante, picoteante por todos
los aros del horizonte, los aros cintilantes.
Las hojas, las
bandadas de hojas,
al borde del azul, a la orilla del vuelo.
Eran las hojas y las
murmurantes lejanías,
las hojas y las lejanías llenas de hablas,
las lejanías que el
viento tañe como cuerdas:
oh pentagrama, pentagrama de lejanías
donde hojas son notas que el
viento interpreta.
En las hojas rumoraban bellos países y sus nubes.
En las hojas
murmuraban lejanías de países remotos,
rumoraban como lluvias de verdeante alborozo,
reían, reían lluvias
de hablas clarísimas
como aguas, hablas alegres de hadas, vocales de gozo.
Y las
lejanías tenían rumores de frondas sucesivas,
las lejanías oían, oían lluvias que narran leyendas,
oían lluvias
antiguas. Y el viento
traía las lejanías como trae una hoja.
Canción de la distancia
Mirarás un país turbio entre mis ojos,
mirarás mis pobres manos
rudas,
mirarás la sangre oscura de mis labios:
todo es en mí una
desnudez tuya.
Venía por arbolados la voz dulce
como acercando un bosque húmedo y
fresco,
y una estrella caía duramente,
fija, la antigua cicatriz de un
beso.
De arena parecían los cielos, y volvía
poseso del rumor que cual dos
alas
me ciñó en una ronda inacabable,
me ciñó al fin la flor de tu
palabra.
¿Qué rojea en la noche sino el puro
labio tuyo? y corazón, estrella y
sueño,
mueve un solo vaivén que lejos fluye,
turbio como distancia y
como ruego.
Tu desnudez verás en mis ojos absortos,
mirarás mi horizonte que roe
una fogata,
tú, que no serás nunca sino masa de llamas,
en mi honda
noche de árboles, callada.
Desnudo en mi fervor y tú en tu sangre,
es más que seda suave este
silencio,
en esta noche ancha en que germina
todo y palpita todo,
aromas y luceros.
Volver cuando anoche en canto y frondas
y rumia el viento que lo
aleja todo:
ya no veré sino una palma muda
y el cielo, un áureo
torbellino, en torno.
Volver, los cielos parecían de arena,
ha mucho, hace un instante, ha
mucho tiempo;
y nadie ha de quitarme esta noche en que fuiste
larga y
desnuda carne vestida de mi aliento.
Volver la senda turbia oyendo al viento
rumiar lejos, muy lejos, de
los días.
Por mi canción conocerás mi valle,
su hondura en mi sollozo
has de medirla.
Canción de la noche callada
En la noche balsámica, en la noche,
cuando suben las hojas hasta ser
las estrellas,
oigo crecer las mujeres en la penumbra malva
y caer de
sus párpados la sombra gota a gota.
Oigo engrosar sus brazos en las hondas penumbras
y podría oír el
quebrarse de una espiga en el campo.
Una palabra canta en mi corazón, susurrante
hoja verde sin fin
cayendo. En la noche balsámica,
cuando la sombra es el crecer desmesurado
de los árboles,
me besa un largo sueño de viajes prodigiosos
y hay en
mi corazón una gran luz de sol y maravilla.
En medio de una noche con rumor de floresta
como el ruido levísimo
del caer de una estrella,
yo desperté en un sueño de espigas de oro
trémulo
junto del cuerpo núbil de una mujer morena
y dulce, como a la
orilla de un valle dormido.
Y en la noche de hojas y estrellas murmurantes
yo amé un país y es de
su limo oscuro
parva porción el corazón acerbo;
yo amé un país que me
es una doncella,
un rumor hondo, un fluir sin fin, un árbol suave.
Yo amé un país y de él traje una estrella
que me es herida en el
costado, y traje
un grito de mujer entre mi carne.
En la noche balsámica, noche joven y suave,
cuando las altas hojas ya
son de luz, eternas...
Mas si tu cuerpo es tierra donde la sombra crece,
si ya en tus ojos
caen sin fin estrellas grandes,
¿qué encontraré en los valles que rizan
alas breves?,
¿qué lumbre buscaré sin días y sin noches?
Canción del ayer
Un largo, un oscuro salón rumoroso
cuyos confines parecían perderse en
otra edad balsámica.
Recuerdo como tres antorchas áureas nuestras cabezas
inclinadas
sobre aquel libro viejo que rumoraba profundamente en
la noche.
Y la noche golpeaba con leves nudillos en la puerta de
roble.
Y en los rincones tantas imágenes bellas, tanto camino
soleado, bajo una leve capa de sombra luciente como
terciopelo.
La voz de Saúl me era una barca melodiosa.
Pero yo
prefería el silencio, el silencio de rosas y plumas,
de Vicente, el menor, que era como un Angel
que hubiese escondido su
par de alas en un profundo
armario.
Mas, ¿quién era esa alta, trémula mujer en el salón
profundo?
¿Quién la bella criatura en nuestros sueños profusos?
¿Quizá la esbelta beldad por quien cantaba nuestra sangre?
¿O así, tan joven, de luz y silencio, nuestra madre?
O acaso,
acaso esa mujer era la misma música,
la desnuda música avanzando desde el piano,
avanzando por el largo,
por el oscuro salón como en un
sueño.
(A ti lejano Esteban, que bebiste mi vino,
te lo
quiero contar, te lo cuento en humanas, míseras
palabras:
Cuando estás en la sombra. Cuando tus sueños bajan
de una
estrella a otra hasta tu lecho,
y entre tus propios sueños eres humo de incienso,
quizá entonces
comprendas, quizá sientas,
por qué en mi voz y en mi palabra hay niebla).
Un largo, un
oscuro salón, tal vez la infancia.
Leíamos los tres y escuchábamos el rumor de la vida,
en la noche
tibia, destrenzada, en la noche
con brisas del bosque. Y el grande, oscuro piano,
llenaba de Angeles
de música toda la vieja casa.
Canción del niño que soñaba
Ésta es la canción del niño que soñaba
caminando por el salón
penumbroso
de brisa lenta que estremecía sus pequeñas alas,
y oía,
afuera, entre los árboles las arpas de la noche,
y voces ¿por qué tantas
voces en el silencio?
Y cuando ya en el lecho su estrella descendía
y se quedaba temblando
en un rincón como un sollozo,
el niño salía por la ventana como un
pajarillo
pero su cuerpo muerto se estremecía en el sueño.
Y subía a las montañas y a la nieve lunar de las montañas.
Veía
landas sin luna, desiertos acuáticos
y por fin hacia el final de las
sombras,
una ciudad desierta, iluminada
y como en un relato de
magnificencia y catástrofes,
por las calles un solemne cortejo: un asno
paso a paso y sobre su lomo entrañas humanas,
entrañas: gruesos rubíes y
topacios.
Y termina la canción porque el gallo canta
y el sueño despierta el
pequeño cadáver,
y llega el alba sobre sus yeguas blancas.
Canción del viento
Toda la noche
sentí que el viento hablaba,
sin palabras.
Oscuras canciones del viento
que remueven noches y días que yacen
bajo la nieve de muchas lunas,
oh lunas desoladas,
lunas de espejos vacíos, inmensos,
lunas de
hierbas y aguas estancadas,
lunas de aire tan puras y delgadas,
que una sola palabra
las
destrozó en bandadas de palomas muertas.
La canción del viento desgarra
orlas de soles y bosques,
y allí,
en ellas, hermosas muchachas ríen en el agua,
y traen en sus brazos
ramas y cortezas de días de oro
y hojas de luz naciente.
Días antiguos,
de sol y alas,
y de viento en las ramas,
cada hoja una sílaba,
la sombra de una palabra,
palabras secretas
de fragancia y penumbra.
Pero las noches entonces son más dulces,
y mi amiga esconde las
estrellas más puras
en su ternura,
y las cubre con su aliento
y con
la sombra de sus cabellos,
contra su mejilla.
El viento evoca sin
memoria.
Canción oscura, entrecortada.
Flor de ruina y ceniza,
de
vibraciones metálicas,
durante toda la noche que envejece
de soledad y
espera.
El viento ronda la casa, hablando
sin palabras,
ciego, a tientas,
y en la memoria, en el desvelo,
rostros suaves que se inclinan
y pies
rosados sobre el césped de otros días,
y otro día y otra noche,
en la
canción del viento que habla
sin palabras.
Canciones
Cántame tus canciones,
tus esbeltas, desnudas canciones,
esas que se
visten de menudas hojas verdes
y hojas rojas,
y hojas verdidoradas,
con cortezas resinosas
y pequeñas piedras pulidas por el agua.
Cántame tus canciones:
las de los delgados cielos azules,
de las
nubes azules,
de las montañas azules.
Y las otras:
las de las aguas hechizadas
que se precipitan
gritando por las rocas,
y aquellas en las que bandadas de alondras
levantan la mañana.
Y la canción de los hermosos caballos,
en la que se enumeran los
caballos por sus colores,
y sus nombres
y sus orígenes y linajes.
Y la canción de los pájaros, las aves
que se nombran según sus
plumajes
y sus vuelos y sus melodías.
Y la canción de las lluvias,
de las lluvias inmemoriales. Y de las
otras,
las frívolas y danzarinas.
Y la honda canción de las noches
que hablan doradas palabras
que
rebrillan por instantes,
las pacientes noches de larga memoria.
Clima
Este verde
poema, hoja por hoja,
lo mece un viento fértil, suroeste;
este poema
es un país que sueña,
nube de luz y brisa de hojas verdes.
Tumbos del agua, piedras, nubes, hojas
y un soplo ágil en todo, son
el canto.
Palmas había, palmas y las brisas
y una luz como espadas por
el ámbito.
El viento fiel que mece mi poema,
el viento fiel que la canción
impele,
hojas meció, nubes meció, contento
de mecer nubes blancas y
hojas verdes.
Yo soy la voz que al viento dio canciones
puras en el oeste de mis
nubes;
mi corazón en toda palma, roto
dátil, unió los horizontes
múltiples.
Y en mi país apacentando nubes,
puse en el sur mi corazón, y al
norte,
cual dos aves rapaces, persiguieron
mis ojos, el rebaño de
horizontes.
La vida es bella, dura mano, dedos
tímidos al formar el frágil vaso
de tu canción, lo colmes de tu gozo
o de escondidas mieles de tu llanto.
Este verde poema, hoja por hoja
lo mece un viento fértil, un esbelto
viento que amó del sur hierbas y cielos,
este poema es el país del
viento.
Bajo un cielo de espadas, tierra oscura,
árboles verdes, verde
algarabía
de las hojas menudas y el moroso
viento mueve las hojas y
los días.
Dance el viento y las verdes lontananzas
me llamen con recónditos
rumores:
dócil mujer, de miel henchido el seno,
amó bajo las palmas
mis canciones.
Interludio
Desde
el lecho por la mañana soñando despierto,
a través de las horas del día,
oro o niebla,
errante por la ciudad o ante la mesa de trabajo,
¿a
dónde mis pensamientos en reverente curva?
Oyéndote desde lejos, aun de extremo a extremo,
oyéndote como una
lluvia invisible, un rocío.
Sintiéndote en tus últimas palabras, alta,
siempre al fondo de mis actos, de mis signos cordiales,
de mis gestos,
mis silencios, mis palabras y pausas.
A través de las horas del día, de la noche
-la noche avara pagando el
día moneda a moneda-
en los días que uno tras otro son la vida, la vida
con tus palabras, alta, tus palabras, llenas de rocío,
oh tú que recoges
en tu mano la pradera de mariposas.
Desde el lecho por la mañana, a través de las horas,
melodía, casi
una luz que nunca es súbita,
con tu ademán gentil, con tu gracia amorosa,
oh tú que recoges en tus hombros un cielo de palomas.
La canción del verano
Y ésta es la canción de un verano
entre muchos hermosos veranos,
cuando el polvo se alza y danza
y el cielo es un follaje azul, distante.
Y entonces fue cuando vino con las brisas
que se levantan de los
arroyos y de sus conchas,
la que cantaba la canción del verano,
la
canción de yerbas secas y aromáticas
que arrullaban, cuando a mi lado
la sentía como una tierra que respira
y como un sueño de pólenes y
estrellas
que resbalan tibias por la piel y las manos.
Entonces vino saltando
en medio de las brisas y la tarde, en grupo,
y lo primero que vi fue su traje ondeando
a lo lejos a la distancia
contra el cielo puro.
Pero desde entonces no tuve ya nunca ojos para su
traje.
Y no oí nada más, sino la canción del verano.
Lluvias
Ocurre
así
la lluvia
comienza un pausado silabeo
en los lindos claros de
bosque
donde el sol trisca y va juntando
las lentas sílabas y entonces
suelta la cantinela
así principian esas lluvias inmemoriales
de voz quejumbrosa
que
hablan de edades primitivas
y arrullan generaciones
y siguen narrando
catástrofes
y glorias
y poderosas
germinaciones
cataclismos
diluvios
hundimientos de pueblos y razas
de ciudades
lluvias que vienen del fondo de milenios
con sus
insidiosas canciones
su palabra germinal que hechiza y envuelve
y sus
fluidas rejas innumerables
que pueden ser prisiones
o arpas
o liras
pero de pronto
se vuelven risueñas y esbeltas
danzan
pueblan la tierra de hojas grandes
lujosas
de flores
y de una
alegría menuda y tierna
con palabra húmedas
embaidoras
nos hablan de
países maravillosos
y de que los ríos bajan del cielo
olvidamos su treno
y las amamos entonces porque son dóciles
y
nos ayudan
y fertilizan la ancha tierra
la tierra negra
y verde
y dorada.
Madrigales
I
Déjame ya ocultarme en tu recuerdo inmenso,
que me toca y me ciñe
como una niebla amante;
y que la tibia tierra de tu carne me añore,
oh
isla de alas rosadas, plegadas dulcemente.
Y estos versos fugaces que tal vez fueron besos,
y polen de florestas
en futuros sin tiempo,
ya son como reflejos de lunas y de olvidos,
estos versos que digo, sin decir, a tu oído.
II
Llámame en la hondonada de tus sueños más dulces,
llámame con
tus cielos, con tus nocturnos firmamentos,
llámame con tus noches
desgarradas al fondo
por esa ala inmensa de imposible blancura.
Llámame en el collado, llámame en la llanura
y en el viento y la
nieve, la aurora y el poniente,
llámame con tu voz, que es esa flor que
sube
mientras a tierra caen llorándola sus pétalos.
III
No es para
ti que, al fin, estas líneas escribo
en la página azul de este cielo
nostálgico
como el viejo lamento del viento en el postigo
del día más
floral entre los días idos.
Una palabra vuelve, pero no es tu palabra,
aunque fuera tu aliento
que repite mi nombre,
sino mi boca húmeda de tus besos perdidos,
sino
tus labios vivos en los míos, furtivos.
Y vuelve, cada siempre, entre el follaje alterno
de días y de noches,
de soles y sombrías
estrellas repetidas, vuelve como el celaje
y su
bandada quieta, veloz y sin fatiga.
No es para ti este canto que fulge de tus lágrimas,
no para ti este
verso de melodías oscuras,
sino que entre mis manos tu temblor aún
persiste
y en él, el fuego eterno de nuestras horas
Morada del sur
I
En las noches mestizas que subían de la hierba,
jóvenes caballos, sombras
curvas, brillantes,
estremecían la tierra con su casco de bronce.
Negras estrellas sonreían en la sombra con dientes de oro.
Después, de entre grandes hojas, salía lento el mundo.
La ancha
tierra siempre cubierta con pieles de soles.
(Reyes habían ardido, reinas
blancas, blandas,
sepultadas dentro de árboles gemían aún en la
espesura).
Miraba el paisaje, sus ojos verdes, cándidos.
Una vaca sola, llena de
grandes manchas,
revolcada en la noche de luna, cuando la luna sesga,
es como el pájaro toche en la rama, "llamita",
"manzana de miel"
El agua límpida, de vastos cielos, doméstica se
arrulla.
Pero ya en la represa, salta la bella fuerza,
con majestad de
vacada que rebasa los pastales.
Y un ala verde. tímida, levanta toda la
llanura.
El viento viene, viene vestido de follajes,
y se detiene y duda ante
las puertas grandes,
abiertas a las salas, a los patios, las trojes.
Y se duerme en el viejo portal donde el silencio
es un maduro gajo de
fragantes nostalgias.
Al mediodía la luz fluye de esa naranja,
en el centro del patio que
barrieron los criados.
(El más viejo de ellos en el suelo sentado,
su
sueño, mosca zumbante sobre su frente lenta).
No todo era rudeza, un áureo hilo de ensueño
se enredaba a la pulpa
de mis encantamientos.
Y si al norte el viejo bosque tiene un tic-tac
profundo,
al sur el curvo viento trae franjas de aroma.
(Yo miro las montañas. Sobre los largos muslos
de la nodriza, el
sueno me alarga los cabellos).
II
Y aquí principia, en este torso de árbol,
en este umbral pulido
por tantos pasos muertos,
la casa grande entre sus frescos ramos.
En
sus rincones Angeles de sombra y de secreto.
En esas cámaras yo vi la faz de la luz pura.
Pero cuando las sombras
las poblaban de musgos,
allí, mimosa y cauta, ponía entre mis manos,
sus lunas más hermosas la noche de las fábulas.
Entre años, entre árboles, circuida
por un vuelo de pájaros,
guirnalda cuidadosa,
casa grande, blanco muro, piedra y ricas maderas,
a la orilla de este verde tumbo, de este oleaje poderoso.
En el umbral de roble demoraba,
hacía ya mucho tiempo, mucho tiempo
marchito,
el alto grupo de hombres entre sombras oblicuas,
demoraba
entre el humo lento alumbrado de
remembranzas:
Oh voces manchadas del tenaz paisaje, llenas
del
ruido de tan hermosos caballos que galopan
bajo asombrosas ramas.
Yo subí a las montañas, también hechas de sueños,
yo ascendí, yo subí a las montañas donde un grito
persiste entre las alas
de palomas salvajes.
Te hablo de días circuidos por los más finos árboles:
te hablo de las
vastas noches alumbradas
por una estrella de menta que enciende toda
sangre:
te hablo de la sangre que canta como una gota solitaria
que cae
eternamente en la sombra, encendida:
te hablo de un bosque extasiado que existe
sólo para el oído, y que
en el fondo de las noches pulsa
violas, arpas, laúdes y lluvias
sempiternas.
Te hablo también: entre maderas, entre resinas,
entre millares de
hojas inquietas, de una sola hoja:
pequeña mancha verde, de lozanía, de
gracia,
hoja sola en que vibran los vientos que corrieron
por los bellos
países donde el verde-es de todos los colores,
los vientos que cantaron
por los países de Colombia.
Te hablo de noches dulces, junto a los manantiales, junto a cielos,
que tiemblan temerosos entre alas azules:
te hablo de una voz que me es brisa constante,
en mi canción moviendo
toda palabra mía,
como ese aliento que toda hoja mueve en el sur, tan
dulcemente,
toda hoja, noche y día, suavemente en el sur.
III
En el umbral de roble demoraba,
hacía ya mucho tiempo, mucho
tiempo marchito,
un viento ya sin fuerza, un viento remansado
que
repetía una yerba antigua, hasta el cansancio.
Y yo volvía, volvía por los largos recintos
que tardara quince años
en recorrer, volvía.
Y hacia la mitad de mi canto me detuve temblando
temblando temeroso,
con un pie en una cámara
hechizada, y el otro a la orilla del valle
donde hierve la noche estrellada, la noche
que arde vorazmente en una
llama tácita.
Y a la mitad del camino de mi canto temblando
me detuve, y no tiembla
entre sus alas rotas,
con tanta angustia, una ave que agoniza, cual pudo,
mi corazón luchando entre cielos atroces
IV
Duerme ahora en la cámara de la lanza rota en las batallas.
Manos de cera vuelan sobre tu frente donde murmuran
las abejas doradas de
la fiebre, duerme.
El río sube por los arbustos, por las lianas, se
acerca,
y su voz es tan vasta y su voz es tan llena.
Y le dices,
repites: ¿Eres mi padre? Llenas el mundo
de tu aliento saludable, llenas
la atmósfera.
Soy el profundo río de los mantos suntuosos.
Duerme quince años fulgentes, la noche ya ha cosido
suavemente tus
párpados, como dos hojas más, a su follaje negro.
No eran jardines, no eran atmósferas delirantes. Tú te acuerdas
de
esa tierra protegida por una ala perpetua de palomas.
Tantas, tantas
mujeres bellas, fuertes, no, no eran
brisas visibles, no eran aromas
palpables, la luz que venía
con tan cambiantes trajes, entre linos, entre
rosas ardientes.
¿Era tu dulce tierra cantando, tu carne milagrosa, tu
sangre ?
Todos los cedros callan, todos los robles callan.
Y junto al árbol
rojo donde el cielo se posa,
hay un caballo negro con soles en las ancas,
y en cuyo ojo líquido habita una centella.
Hay un caballo, el mío, y oigo
una voz que dice:
"Es el potro más bello en tierras de tu padre".
En el umbral gastado persiste un viento fiel,
repitiendo una sílaba
que brilla por instantes.
Una hoja fina aún lleva su delgada frescura
de un extremo a otro extremo del año.
"Torna, torna a esta tierra donde
es dulce la vida".
V
He escrito un viento, un soplo vivo
del viento entre fragancias,
entre hierbas
mágicas; he narrado
el viento; sólo un poco de viento.
Noche, sombra hasta el fin, entre las secas
ramas, entre follajes,
nidos rotos -entre años-
rebrillaban las lunas de cáscara de huevo,
las grandes lunas llenas de silencio y de espanto.
Qué noche de hojas suaves y de sombras...
Qué noche de hojas suaves y de sombras
de hojas y de sombras de tus
párpados,
la noche toda turba en ti, tendida,
palpitante de aromas y
de astros.
El aire besa, el aire besa y vibra
como un bronce en el límite
lontano
y el aliento en que fulgen las palabras
desnuda, puro, todo
cuerpo humano.
Yo soy el que has querido, piel sinuosa,
yo soy el que tú sueñas,
ojos llenos
de esa sombra tenaz en que boscajes
abren y cierran
párpados serenos.
Qué noche de recónditas y graves
sombras de hojas, sombras de tus
párpados:
está en la tierra el grito mío, ardiendo,
y quema tu
silencio como un labio.
Era una noche y una noche nada
es, pregona en sus cántigas el viento:
aún oigo tu anhelar, tu germinar melódico
y tu rumor de dátiles al
viento.
Y he de cantar en días derivantes
por ondas de oro, y en la noche
abierta
que enturbiará de ti mi pensamiento,
he de cantar con voz de
sobra llena.
Qué noche de hojas suaves y de sombras
de hojas y de sombras de tus
párpados,
la noche toda turba en ti, tendida,
palpitante de aromas y
de astros.
Sequía
Porque la sed había herido toda cosa,
todo ser, toda tierra de hombres…
Y nunca más volvería la lluvia.
Y moría la aldea en el silencio de bronce.
Los flacos perros
alargaban sus lenguas hasta las
galaxias.
¿Y sólo en secreto saben
hablar los bosques?
Y la sed enseñaba palabras procaces,
era un recuerdo de savias y
frutas,
era un lirio de hielo abierto en todo el cielo.
y dijo el
hombre: aquí junto a mi lecho
perros de sed y fuego saltan a mi
garganta...
Pero más allá de las lontananzas
oigo venir la lluvia
danzando jubilosa
con violetas y rosas,
la siento venir en distancias
de años,
sus pies menudos, finos y saltarines.
Si lloviera en la aldea,
sobre los valles que bostezan secos,
si
lloviera sobre las alfombras
del monte,
sobre la noche de rocas
amarillas.
Una delgada aguja había,
perdida,
en la profusa sombra,
una
agujita de agua.
Y la joven madre cobriza
inclinada y desnuda como hoja de plátano,
prendido de sus senos
tiene un hijo de barro,
otros días los cielos
tímidos descendían
a picotear los granos en su palma de greda.
¿Dónde el agua desnuda,
el agua que brilla y canta?
El agua es
en la noche como una luz opaca.
Y esa palabra húmeda sonando lejos en el monte.
Ese fresco tambor no
se sabe en dónde.
Silencio
Cabelleras y sueños confundidos
cubren los cuerpos como sordos musgos
en la noche, en la sombra
bordadora
de terciopelos hondos y olvidos.
Oros rielan el cielo como picos
de aves que se abatieran en bandadas,
negra comba incrustada de oros
vivos,
sobre aquel gran silencio de cadáveres.
Y así solo, salvado de
la sombra,
junto a la biblioteca donde vaga
rumor de añosos troncos, oigo
alzarse
como el clamor ilímite de un valle.
Ronco tambor entre la noche
suena
cuando están todos muertos, cuando todos,
en el sueño, en la muerte,
callan llenos
de un silencio tan hondo como un grito.
Róndeme el sueño de
sedosas alas,
róndeme cual laurel de oscuras hojas
mas oh el gran huracán de los
silencios
hondos, de los silencios clamorosos.
Y junto a aquel vivac de
viejos libros,
mientras sombra y silencio mueve, sorda
la noche que simula una
arboleda,
te busco en las honduras prodigiosas,
ígnea, voraz, palabra
encadenada.
Todavía
Cantaba una mujer, cantaba
sola creyéndose en la noche,
en la noche,
felposo valle.
Cantaba y cuanto es dulce
la voz de una mujer, esa lo era.
Fluía
de su labio
amorosa la vida...
la vida cuando ha sido bella.
Cantaba una mujer
como en un hondo bosque, y sin mirarla
yo la
sabía tan dulce, tan hermosa.
Cantaba, todavía
canta…
Yerba
Acaricio la yerba
dócil al tacto
suave
y humilde
como el sayal
como el suelo
que lame
que perfuma
la planta que la pisa.
La yerba
se desliza
serpea
como diez mil diminutas serpientes
hechicera
hechizada
susurra
se adormece
y nos sume en sueño traspasado
mientras que en amplias
línea altas
huye el cielo
como un gran viento azul
distante.
Pero la yerba
celosa
desconfiada
pide la mano acariciante
el calor humano
que la
apacigüe
la quiebre
tenaz
cotidiana
incansable
suavidad insidiosa de la paciencia invencible
no perdona
el desdén
el abandono
que no se escuche su tenue voz que reclama
el cuidado
amoroso
el pulso
el movimiento
la humana presencia.
Si abandonada
no oída
su astucia
levanta
sus mil cabezas diminutas
y persigue la planta humana que la
deja
borra su huella
tapa los senderos
y ocupa las ciudades
traspasa la montaña
y silba su aguja de crótalo
en las casas sin
puerta
en las grandes salas sin ecos
donde resplandecieron
las
hermosas mujeres
entre altos espejos
donde sonaron músicas y canciones
y bellos trajes y joyas que fueron
a las fiestas
llenaron los días de
luces
las noches
de caricias y rosas.
No cae la yerba
no
como las gotas de fuego
que llovieron sobre las ciudades de la
planicie:
se arrastra
se desliza
y se quiebran las columnatas
porque ha llegado el reino
oscuro y áspero
y el hombre está lejos
o yace bajo la yerba
Yerba: dulce lecho y cabecera
dócil serpiente melódica
bajo la
mano
bajo la caricia
que la aplaca
pero que no perdona el descuido
que
ama ser hechizada
como una serpiente
que quisiera danzar y ser aire
femenina
sutil
grata a la mano
muerde el talón que se aleja
y silba su
imperio desolado
hasta el límite del horizonte
y cubre huellas
ciudades
años.
Apuro sediento tu tierno gemido, tu intimidad que me embriaga y ardiente, la lengua del dulce deseo, pasión cuyo vino no sacia...