"...Hermosa tú, yo altivo;
acostumbrados
una a arrollar, el otro a no ceder;
la senda estrecha, inevitable el choque..."
Sin nombre
María Victoria
Vélez
Reseña biografica
Poeta español
nacido en Sevilla en 1836 y fallecido en Madrid en 1870.
Es uno de los
grandes poetas románticos del siglo XIX. Sus rimas suponen el punto de
partida de la poesia
moderna española.
Se inició en el arte pintando al lado de su padre y hermano, pero la
abandonó en 1854 cuando se dedicó
por completo a la literatura.
Autor también de «Historia de los
templos de España» y «Cartas literarias a una mujer». ©
Rimas del «Libro de los
gorriones»:
I.................
II...............
III.............
IV..............
V................
VI..............
VII............
VIII...,,,.....
IX.......,,,....
X.........,,,....
XI.......,,.....
XII.....,,.....
XIII....,,,....
XIV.....,,....
XV....,........
XVI...........
XVII..........
XVIII........
XIX...........
XX.............
XXI...........
XXII..........
XXIII........
XXIV.........
XXV..........
XXVI.........
XVII..........
XVIII........
XIX...........
XXX.....,....
XXXI.........
XXXII.......
XXXIII.....
XXXIV......
XXXV........
XXXVI......
XXXVII....
XXXVIII..
XXXIX......
XL.............
XLI............
XLII..........
XLIII........
XLIV.........
XLV...........
XLVI.........
XLVII.......
XLVIII.....
XLIX.........
L................
LI..............
LII.............
LIII...........
LIV............
LV.............
LVI............
LVII..........
LVIII........
LVIX.........
LX.............
LXI............
LXII..........
LXIII........
LXIV.........
LXV...........
LXVI.........
LXVII.......
LXVIII.....
LXIX.........
LXX...........
LXXI.........
LXXII.......
LXXIII.....
LXXIV......
LXXV........
LXXVI......
LXXVII....
LXXVIII...
LXXIX......
Como se arranca el
hierro de una herida...
Yo me he asomado a
las profundas simas...
En la clave del arco mal
seguro..
¡Los suspiros son aire
y van al aire!
Las ondas tienen vaga
armonía...
Fatigada del baile...
Voy contra mi interés
al confesarlo...
¿Quieres que de ese
néctar delicioso...
Entre el discorde
estruendo de la orgía...
Como en un libro abierto...
Yo sé un himno gigante y
extraño...
Lo que el salvaje que
con torpe mano...
Del salón en el ángulo
oscuro...
Alguna vez la
encuentro por el mundo...
Saeta que voladora...
Cuando me lo contaron
sentí el frío...
Yo sé cuál el objeto...
Qué hermoso es ver el día...
¿Cómo vive esa rosa que
has prendido...
Hoy como ayer, mañana como
hoy...
¿Qué es poesia?
Por una mirada, un mundo...
¿Será verdad que
cuando toca el sueño...
Las ropas desceñidas...
Cuando miro el azul
horizonte...
Tú eras el huracán...
Besa el aura que gime
blandamente...
Antes que tú me moriré...
Tu pupila es azul y cuando
ríes...
Nuestra pasión fue
un trágico sainete...
Cuando en la noche te
envuelven...
Este armazón de huesos y
pellejo...
Dos rojas lenguas de fuego...
Dejé la luz a un lado
y en el borde...
Olas gigantes que os
rompéis bramando...
Cuando volvemos las
fugaces horas...
Sabe si alguna vez tus
labios rojos...
Volverán las oscuras
golondrinas...
No digáis que agotado su
tesoro...
Asomaba a sus ojos una
lágrima...
Mi vida es un erial...
Sacudimiento extraño...
Si al mecer las azules
campanillas...
Dices que tienes corazón...
Al ver mis horas de fiebre...
Los invisibles átomos del
aire...
Llegó la noche y no
encontré un asilo...
Fingiendo realidades...
Al brillar un relámpago
nacemos...
Hoy la tierra y los
cielos me sonríen...
Yo soy ardiente, yo soy
morena...
Cuando sobre el pecho
inclinas...
Sobre la falda tenía...
Si de nuestros
agravios en un libro...
Una mujer me ha
envenenado el alma...
Primero es un albor
trémulo y vago...
Como la brisa que la
sangre orea...
Cuando entre la sombra
oscura...
¡Cuántas veces al
pie de las musgosas...
Cendal flotante de leve
bruma...
No sé lo que he soñado...
Espíritu sin nombre...
Despierta tiemblo al
mirarte...
Como guarda el avaro su
tesoro...
Cruza callada y son
sus movimientos...
Su mano entre mis manos...
¿De dónde vengo?
Como enjambre de abejas
irritadas...
Es cuestión de palabras...
De lo poco de vida que me
resta...
Cerraron sus ojos...
Te vi un punto y
flotando ante mis ojos...
Pasaba arrolladora en
su hermosura...
En la imponente nave...
¿A qué me lo decís?
No dormía; vagaba en ese
limbo...
Me ha herido
recatándose en las sombras...
¡No me admiró tu olvido!
Porque son, niña, tus ojos...
Rimas no clasificadas
en el «Libro de los gorriones»:
LXXX........
LXXXI......
LXXXII....
LXXXIII...
LXXXIV....
LXXXV.....
LXXXVI....
LXXXVII..
LXXXVIII.
LXXXIX....
XC..............
XCI............
XCII...........
XCIII.........
XCIV..........
XCV...........
XCVI..........
XCVII........
XCVIII......
XCIX..........
C.................
Aire que besa, corazón que
llora...
Apoyando mi frente calurosa...
Errante por el mundo fui
gritando...
Es el alba una sombra...
Es un sueño la vida...
Esas quejas del piano...
Flores tronchadas,
marchitas hojas...
Lejos y entre los árboles...
Nave que surca los mares...
Negros fantasmas...
¿No has sentido en la noche...
Para encontrar tu rostro...
Para que los leas con
tus ojos grises...
Patriarcas que fuisteis
la semilla...
Podrá nublarse el sol
eternamente...
¡Quién fuera luna...
Si copia tu frente...
Solitario, triste y mudo...
Tu aliento es el
aliento de las flores...
Yo me he asomado a
las profundas simas...
Yo soy el rayo, la dulce
brisa...
I
Como se
arranca el hierro de una herida
su amor de las entrañas me arranqué,
¡aunque sentí al hacerlo que la vida
me arrancaba con él!
Del altar
que le alcé en el alma mía
la Voluntad su imagen arrojó,
y la luz de
la fe que en ella ardía
ante el ara desierta se apagó.
Aun para
combatir mi firme empeño
viene a mi mente su visión tenaz...
¡Cuándo
podré dormir con ese sueño
en que acaba el soñar!
II
Yo me he
asomado a las profundas simas
de la tierra y del cielo,
y les he visto
el fin o con los ojos
o con el pensamiento.
Mas ¡ay! de un corazón
llegué al abismo
y me incliné un momento,
y mi alma y mis ojos se
turbaron:
¡Tan hondo era y tan negro!
III
En la clave del
arco mal seguro
cuyas piedras el tiempo enrojeció,
obra de cincel rudo
campeaba
el gótico blasón.
Penacho de su yelmo de granito,
la yedra
que colgaba en derredor
daba sombra al escudo en que una mano
tenía un
corazón.
A contemplarle en la desierta plaza
nos paramos los dos.
Y, ese, me dijo, es el cabal emblema
de mi constante amor.
¡Ay!, es
verdad lo que me dijo entonces:
verdad que el corazón
lo llevará en la
mano... en cualquier parte...
pero en el pecho no.
IV
¡Los suspiros
son aire y van al aire!
¡Las lágrimas son agua y van al mar!
Dime,
mujer: cuando el amor se olvida,
¿sabes tú a dónde va?
V
Las ondas tienen vaga
armonía,
las violetas suave olor,
brumas de plata la noche fría,
luz y oro el día,
yo algo mejor;
¡yo tengo Amor!
Aura de aplausos, nube radiosa,
ola de envidia que besa el pie.
Isla de sueños donde reposa
el alma ansiosa.
Dulce embriaguez
¡la
Gloria es!
Ascua encendida es el tesoro,
sombra que huye la vanidad.
Todo es
mentira: la gloria, el oro,
lo que yo adoro
sólo es verdad:
¡la
Libertad!
Así los barqueros pasaban cantando
la eterna canción
y a golpe de
remo saltaba la espuma
y heríala el sol.
-¿Te embarcas? gritaban, y yo
sonriendo
les dije al pasar:
Yo ya me he embarcado, por señas que aún
tengo
la ropa en la playa tendida a secar.
VI
Fatigada del baile,
encendido el color, breve el aliento,
apoyada en mi brazo
del salón se
detuvo en un extremo.
Entre la leve gasa
que levantaba el palpitante
seno,
una flor se mecía
en compasado y dulce movimiento.
Como en
cuna de nácar
que empuja el mar y que acaricia el céfiro,
tal vez allí
dormía
al soplo de sus labios entreabiertos.
¡Oh! ¡quién así, pensaba,
dejar pudiera deslizarse el tiempo!
¡Oh! si las flores duermen,
¡qué
dulcísimo sueño!
VII
Voy contra mi
interés al confesarlo,
no obstante, amada mía,
pienso cual tú que una
oda solo es buena
de un billete del Banco al dorso escrita.
No faltará
algún necio que al oírlo
se haga cruces y diga:
Mujer al fin del siglo
diez y nueve
material y prosaica... ¡Boberías!
¡Voces que hacen correr
cuatro poetas
que en invierno se embozan con la lira!
¡Ladridos de los
perros a la luna!
Tú sabes y yo sé que en esta vida,
con genio es muy
contado el que la escribe,
y con oro cualquiera hace poesia.
VIII
¿Quiéres
que de ese néctar delicioso
no te amarge la hez?
Pues aspírale,
acércale a tus labios
y déjale después.
¿Quieres que conservemos una
dulce
memoria de este amor?
Pues amémosnos hoy mucho y mañana
¡digámosnos, adiós!
IX
Entre el
discorde estruendo de la orgía
acarició mi oído
como nota de música
lejana,
el eco de un suspiro.
El eco de un suspiro que conozco,
formado de un aliento que he bebido,
perfume de una flor que oculta crece
en un claustro sombrío.
Mi adorada de un día, cariñosa,
-¿En qué
piensas? me dijo:
-En nada... -En nada ¿y lloras? - Es que tengo
alegre la tristeza y triste el vino.
X
Como en un libro abierto
leo de tus pupilas en el fondo.
¿A qué fingir el labio
risas que se
desmienten con los ojos?
¡Llora! No te avergüences
de confesar que me
quisiste un poco.
¡Llora! Nadie nos mira.
Ya ves; yo soy un hombre...
y también lloro.
XI
Yo sé un himno
gigante y extraño
que anuncia en la noche del alma una aurora,
y estas
páginas son de ese himno
cadencias que el aire dilata en las sombras.
Yo quisiera escribirle, del hombre
domando el rebelde mezquino
idioma,
con palabras que fuesen a un tiempo
suspiros y risas, colores
y notas.
Pero en vano es luchar; que no hay cifra
capaz de encerrarle, y
apenas ¡oh! ¡hermosa!
si teniendo en mis manos las tuyas
pudiera al
oído cantártelo a solas.
XII
Lo que el
salvaje que con torpe mano
hace de un tronco a su capricho un dios
y
luego ante su obra se arrodilla,
eso hicimos tú y yo.
Dimos formas reales a un fantasma,
de la mente ridícula invención
y hecho el ídolo ya, sacrificamos
en su altar nuestro amor.
XIII
Del salón en el
ángulo oscuro,
de su dueña tal vez olvidada,
silenciosa y cubierta de
polvo,
veíase el arpa.
¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas,
como el pájaro duerme en las
ramas,
esperando la mano de nieve
que sabe arrancarlas!
¡Ay!, pensé, ¡cuántas veces el genio
así duerme en el fondo del alma,
y una voz como Lázaro espera
que le diga "¡Levántate y anda!"
XIV
Alguna vez
la encuentro por el mundo
y pasa junto a mí
y pasa sonriéndose y yo
digo
¿Cómo puede reír?
Luego asoma a mi labio otra sonrisa
máscara del dolor,
y entonces
pienso: -Acaso ella se ríe,
como me río yo.
XV
Saeta que voladora
cruza,
arrojada al azar,
y que no se sabe dónde
temblando se clavará;
hoja que del árbol seca
arrebata el vendaval,
sin que nadie
acierte el surco
donde al polvo volverá.
Gigante ola que el viento
riza y empuja en el mar
y rueda y pasa y
se ignora
qué playa buscando va.
Luz que en cercos temblorosos
brilla próxima a expirar,
y que no
se sabe de ellos
cuál el último será.
Eso soy yo que al acaso
cruzo el mundo sin pensar
de dónde vengo
ni a dónde
mis pasos me llevarán.
XVI
Cuando me lo
contaron sentí el frío
de una hoja de acero en las entrañas,
me apoyé
contra el muro, y un instante
la conciencia perdí de dónde estaba.
Cayó sobre mi espíritu la noche
en ira y en piedad se anegó el alma
¡y entonces comprendí por qué se llora!
¡y entonces comprendí por qué se
mata!
Pasó la nube de dolor... con pena
logré balbucear breves palabras...
¿Quién me dio la noticia?... Un fiel amigo...
Me hacía un gran favor...
Le di las gracias.
XVII
Yo sé cuál el objeto
de
tus suspiros es.
Yo conozco la causa de tu dulce
secreta languidez.
¿Te ríes...? Algún día
sabrás, niña, por qué:
Tú acaso lo
sospechas,
y yo lo sé.
Yo sé cuándo tú sueñas,
y lo que en sueños ves;
como en un libro
puedo lo que callas
en tu frente leer.
¿Te ríes...? Algún día
sabrás, niña, por qué:
Tú acaso lo
sospechas
y yo lo sé.
Yo sé por qué sonríes
y lloras a la vez.
Yo penetro en los senos
misteriosos
de tu alma de mujer.
¿Te ríes...? Algún día
sabrás, niña, por qué:
mientras tú sientes
mucho y nada sabes,
yo que no siento ya, todo lo sé.
XVIII
¡Qué hermoso es ver
el día
coronado de fuego levantarse,
y a su beso de lumbre
brillar
las olas y encenderse el aire!
¡Qué hermoso es tras la lluvia
del triste Otoño en la azulada tarde,
de las húmedas flores
el perfume aspirar hasta saciarse!
¡Qué hermoso es cuando en copos
la blanca nieve silenciosa cae,
de
las inquietas llamas
ver las rojizas lenguas agitarse!
¡Qué hermoso es cuando hay sueño
dormir bien... y roncar como un
sochantre...
y comer... y engordar... ¡y qué fortuna
que esto sólo no
baste!
XIX
¿Cómo vive esa
rosa que has prendido
junto a tu corazón?
Nunca hasta ahora contemplé
en el mundo
junto al volcán la flor.
XX
Hoy como ayer,
mañana como hoy
¡y siempre igual!
Un cielo gris, un horizonte eterno
y andar... andar.
Moviéndose a compás como una estúpida
máquina el corazón;
la torpe
inteligencia del cerebro
dormida en un rincón.
El alma, que ambiciona un paraíso,
buscándole sin fe;
fatiga sin
objeto, ola que rueda
ignorando por qué.
Voz que incesante con el mismo tono
canta el mismo cantar,
gota de
agua monótona que cae
y cae sin cesar.
Así van deslizándose los días
uno de otros en pos,
hoy lo mismo
que ayer... y todos ellos
sin gozo ni dolor.
¡Ay! ¡a veces me acuerdo suspirando
del antiguo sufrir!
¡Amargo es
el dolor pero siquiera
padecer es vivir!
XXI
¿Qué es poesia?, dices mientras clavas
en mi pupila tu
pupila azul.
¡Qué es poesia!, ¿Y tú me lo preguntas?
poesia...
eres tú.
XXII
Por una mirada, un
mundo,
por una sonrisa, un cielo,
por un beso... yo no sé
qué te
diera por un beso.
XXIII
¿Será
verdad que cuando toca el sueño
con sus dedos de rosa nuestros ojos,
de la cárcel que habita huye el espíritu
en vuelo presuroso?
¿Será verdad que, huésped de las nieblas,
de la brisa nocturna al
tenue soplo,
alado sube a la región vacía
a encontrarse con otros?
¿Y allí desnudo de la humana forma,
allí los lazos terrenales rotos,
breves horas habita de la idea
el mundo silencioso?
¿Y ríe y llora y aborrece y ama
y guarda un rastro del dolor y el
gozo,
semejante al que deja cuando cruza
el cielo un meteoro?
Yo no sé si ese mundo de visiones
vive fuera o va dentro de nosotros:
Pero sé que conozco a muchas gentes
a quienes no conozco.
XXIV
Las ropas desceñidas,
desnudas las espadas,
en el dintel de oro de la puerta
dos Angeles
velaban.
Me aproximé a los hierros
que defienden la entrada,
y de las
dobles rejas en el fondo
la vi confusa y blanca.
La vi como la imagen
que en leve ensueño pasa,
como rayo de luz
tenue y difuso
que entre tinieblas nada.
Me sentí de un ardiente
deseo llena el alma;
como atrae un abismo,
aquel misterio
hacia sí me arrastraba.
Mas ¡ay! que de los Angeles
parecían decirme las miradas
-El
umbral de esta puerta
sólo Dios lo traspasa.
XXV
Cuando miro el azul
horizonte
perderse a lo lejos,
al través de una gasa de polvo
dorado e inquieto,
me parece posible arrancarme
del mísero suelo
y
flotar con la niebla dorada
¡en átomos leves
cual ella desecho!
Cuando miro de noche en el fondo
oscuro del cielo
las estrellas
temblar como ardientes
pupilas de fuego,
me parece posible a dó
brillan
subir en un vuelo,
y anegarme en su luz, y con ellas
en
lumbre encendido
fundirme en un beso.
En el mar de la duda en que bogo
ni aún sé lo que creo;
sin
embargo estas ansias me dicen
que yo llevo algo
divino aquí dentro.
XXVI
Tú eras el huracán y yo la
alta
torre que desafía su poder:
¡tenías que estrellarte o que
abatirme!
¡No podía ser!
Tú eras el océano y yo la enhiesta
roca que firme aguarda su vaivén:
¡tenías que romperte o que arrancarme!
¡No podía ser!
Hermosa tú, yo altivo: acostumbrados
uno a arrollar, el otro a no
ceder:
la senda estrecha, inevitable el choque...
¡No podía ser!
XXVII
Besa el aura
que gime blandamente
las leves ondas que jugando riza;
el sol besa a
la nube en occidente
y de púrpura y oro la matiza;
la llama en derredor del tronco ardiente
por besar a otra llama se
desliza
y hasta el sauce inclinándose a su peso
al río que le besa,
vuelve un beso.
XXVIII
Antes que tú me
moriré: escondido
en las entrañas ya
el hierro llevo con que abrió tu
mano
la ancha herida mortal.
Antes que tú me moriré: y mi espíritu,
en su empeño tenaz
se
sentará a las puertas de la Muerte,
esperándote allá.
Con las horas los días, con los días
los años volarán,
y a aquella
puerta llamarás al cabo...
¿Quién deja de llamar?
Entonces, que tu culpa y tus despojos
la tierra guardará,
lavándote en las ondas de la muerte
como en otro Jordán.
Allí, donde el murmullo de la vida
temblando a morir va,
como la
ola que a la playa viene
silenciosa a expirar.
Allí donde el sepulcro que se cierra
abre una eternidad.
Todo
cuanto los dos hemos callado
allí lo hemos de hablar.
XXIX
Tu pupila es
azul y cuando ríes
su claridad suave me recuerda
el trémulo fulgor de
la mañana
que en el mar se refleja.
Tu pupila es azul y cuando lloras
las transparentes lágrimas en ella
se me figuran gotas de rocío
sobre una violeta.
Tu pupila es azul y si en su fondo
como un punto de luz radia una
idea
me parece en el cielo de la tarde
una perdida estrella.
XXX
Nuestra
pasión fue un trágico sainete
en cuya absurda fábula
lo cómico y lo
grave confundidos
risas y llanto arrancan.
Pero fue lo peor de aquella historia
que al fin de la jornada
a
ella tocaron lágrimas y risas
y a mí, sólo las lágrimas.
XXXI
Cuando en la
noche te envuelven
las alas de tul del sueño
y tus tendidas pestañas
semejan arcos de ébano,
por escuchar los latidos
de tu corazón
inquieto
y reclinar tu dormida
cabeza sobre mi pecho,
¡diera, alma
mía,
cuanto poseo,
la luz, el aire
y el pensamiento!
Cuando se clavan tus ojos
en un invisible objeto
y tus labios
ilumina
de una sonrisa el reflejo,
por leer sobre tu frente
el
callado pensamiento
que pasa como la nube
del mar sobre el ancho
espejo,
¡diera, alma mía,
cuanto deseo,
la fama, el oro,
la
gloria, el genio!
Cuando enmudece tu lengua
y se apresura tu aliento,
y tus mejillas
se encienden
y entornas tus ojos negros,
por ver entre sus pestañas
brillar con húmedo fuego
la ardiente chispa que brota
del volcán de
los deseos,
diera, alma mía,
por cuanto espero,
la fe, el espíritu,
la tierra, el cielo.
XXXII
Este armazón
de huesos y pellejo
de pasear una cabeza loca
se halla cansado al fin
y no lo extraño
pues aunque es la verdad que no soy viejo,
de la parte de vida que me toca
en la vida del mundo, por mi daño
he hecho un uso tal, que juraría
que he condensado un siglo en cada día.
Así, aunque ahora muriera,
no podría decir que no he vivido;
que
el sayo, al parecer nuevo por fuera,
conozco que por dentro ha
envejecido.
¡Ha envejecido, sí; pese a mi estrella!
harto lo dice ya mi afán
doliente;
que hay dolor que al pasar su horrible huella
graba en el
corazón, si no en la frente.
XXXIII
Dos rojas lenguas
de fuego
que a un mismo tronco enlazadas
se aproximan, y al besarse
forman una sola llama.
Dos notas que del laúd
a un tiempo la mano arranca,
y en el
espacio se encuentran
y armoniosas se abrazan.
Dos olas que vienen juntas
a morir sobre una playa
y que al romper
se coronan
con un penacho de plata.
Dos jirones de vapor
que del lago se levantan,
y al juntarse allá
en el cielo
forman una nube blanca.
Dos ideas que al par brotan,
dos besos que a un tiempo estallan,
dos ecos que se confunden,
eso son nuestras dos almas.
XXXIV
Dejé la luz
a un lado y en el borde
de la revuelta cama me senté,
mudo, sombrío,
la pupila inmóvil
clavada en la pared.
¿Qué tiempo estuve así? No sé: al dejarme
la embriaguez horrible de
dolor,
expiraba la luz y en mis balcones
reía el sol.
Ni sé tampoco en tan terribles horas
en qué pensaba o qué pasó por
mí;
sólo recuerdo que lloré y maldije,
y que en aquella noche
envejecí.
XXXV
Olas
gigantes que os rompéis bramando
en las playas desiertas y remotas,
envuelto entre la sábana de espumas,
¡llevadme con vosotras!
Ráfagas de huracán que arrebatáis
del alto bosque las marchitas
hojas,
arrastrado en el ciego torbellino,
¡llevadme con vosotras!
Nubes de tempestad que rompe el rayo
y en fuego ornáis las
desprendidas orlas,
arrebatado entre la niebla oscura,
¡llevadme con
vosotras!
Llevadme por piedad a donde el vértigo
con la razón me arranque la
memoria.
¡Por piedad! ¡tengo miedo de quedarme
con mi dolor a solas!
XXXVI
Cuando
volvemos las fugaces horas
del pasado a evocar,
temblando brilla en
sus pestañas negras
una lágrima pronta a resbalar.
Y al fin resbala y cae como gota
del rocío al pensar
que cual hoy
por ayer, por hoy mañana
volveremos los dos a suspirar.
XXXVII
Sabe si
alguna vez tus labios rojos
quema invisible atmósfera abrasada,
que el
alma que hablar puede con los ojos
también puede besar con la mirada.
XXXVIII
Volverán
las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez
con el ala a sus cristales
jugando llamarán.
Pero aquéllas que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha a
contemplar,
aquéllas que aprendieron nuestros nombres...
ésas... ¡no
volverán!
Volverán las tupidas madreselvas
de tu jardín las tapias a escalar
y otra vez a la tarde aún más hermosas
sus flores se abrirán.
Pero aquellas cuajadas de rocío
cuyas gotas mirábamos temblar
y
caer como lágrimas del día...
ésas... ¡no volverán!
Volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar,
tu
corazón de su profundo sueño
tal vez despertará.
Pero mudo y absorto y de rodillas
como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido... desengáñate,
nadie así te amará.
XXXIX
No digáis que
agotado su tesoro,
de asuntos falta, enmudeció la lira;
podrá no haber
poetas;
pero siempre habrá poesia.
Mientras las ondas de la luz al beso
palpiten encendidas,
mientras
el sol las desgarradas nubes
de fuego y oro vista,
mientras el aire en su regazo lleve
perfumes y armonías,
mientras
haya en el mundo primavera,
¡habrá poesia!
Mientras la ciencia a descubrir no alcance
las fuentes de la vida,
y en el mar o en el cielo haya un abismo
que al cálculo resista,
mientras la humanidad siempre avanzando
no sepa a dó camina,
mientras haya un misterio para el hombre,
¡habrá poesia!
Mientras se sienta que se ríe el alma,
sin que los labios rían;
mientras se llore, sin que el llanto acuda
a nublar la pupila;
mientras el corazón y la cabeza
batallando prosigan;
mientras haya
esperanzas y recuerdos,
¡habrá poesia!
Mientras haya unos ojos que reflejen
los ojos que los miran,
mientras responda el labio suspirando
al labio que suspira,
mientras sentirse puedan en un beso
dos almas confundidas,
mientras exista una mujer hermosa
¡habrá poesia!¿A qué me lo
decís? Lo sé: es mudable,
es altanera y vana y caprichosa;
antes que
el sentimiento de su alma,
brotará el agua de la estéril roca.
XL
Asomaba a sus ojos
una lágrima
y a mi labio una frase de perdón;
habló el orgullo y se
enjugó su llanto,
y la frase en mis labios expiró.
Yo voy por un camino; ella, por otro;
pero al pensar en nuestro mutuo
amor,
yo digo aún ¿por qué callé aquel día?
Y ella dirá ¿por qué no
lloré yo?
XLI
Mi vida es un erial,
flor
que toco se deshoja;
que en mi camino fatal
alguien va sembrando el
mal
para que yo lo recoja.
XLII
Sacudimiento extraño
que agita las ideas
como huracán que empuja
las olas en tropel.
Murmullo que en el alma
se eleva y va creciendo
como volcán que
sordo
anuncia que va a arder.
Deformes siluetas
de seres imposibles,
paisajes que aparecen
como al través de un tul.
Colores que fundiéndose
remedan en el aire
los átomos del Iris
que nadan en la luz.
Ideas sin palabras,
palabras sin sentido;
cadencias que no tienen
ni ritmo ni compás.
Memorias y deseos
de cosas que no existen;
accesos de alegría,
impulsos de llorar.
Actividad nerviosa
que no halla en qué emplearse;
sin riendas que
le guíen,
caballo volador.
Locura que el espíritu
exalta y desfallece;
embriaguez divina
del genio creador.
Tal es la inspiración.
Gigante voz que el caos
ordena en el cerebro
y entre las sombras
hace
la luz aparecer,
brillante rienda de oro
que poderosa enfrena
de la exaltada mente
el volador corcel.
Hilo de luz que en haces
los pensamientos ata,
sol que las nubes
rompe
y toca en el cenit.
Inteligente mano
que en un collar de perlas
consigue las indóciles
palabras reunir.
Armonioso ritmo
que con cadencia y número
las fugitivas notas
encierra en el compás.
Cincel que el bloque muerde
la estatua modelando,
y la belleza
plástica
añade a la ideal.
Atmósfera en que giran
con orden las ideas,
cual átomos que agrupa
recóndita atracción.
Raudal en cuyas ondas
su sed la fiebre apaga,
descanso en que el
espíritu
recobra su vigor.
Tal es nuestra razón.
Con ambas siempre en lucha
y de ambas
vencedor,
tan sólo al genio es dado
a un yugo atar las dos.
XLIII
Si al mecer
las azules campanillas
de tu balcón,
crees que suspirando pasa el
viento
murmurador,
sabe que oculto entre las verdes hojas
suspiro
yo.
Si al resonar confuso a tus espaldas
vago rumor,
crees que por tu
nombre te ha llamado
lejana voz,
sabe que entre las sombras que te
cercan
te llamo yo.
Si se turba medroso en la alta noche
tu corazón,
al sentir en tus
labios un aliento
abrasador,
sabe que, aunque invisible, al lado tuyo
respiro yo.
XLIV
Dices que tienes
corazón, y sólo
lo dices porque sientes sus latidos;
eso no es
corazón... es una máquina
que al compás que se mueve hace ruido.
XLV
Al ver mis horas de
fiebre
e insomnio lentas pasar,
a la orilla de mi lecho,
¿quién se
sentará?
Cuando la trémula mano
tienda próximo a expirar
buscando una mano
amiga,
¿quién la estrechará?
Cuando la muerte vidrie
de mis ojos el cristal,
mis párpados aún
abiertos,
¿quién los cerrará?
Cuando la campana suene
(si suena en mi funeral)
una oración al
oírla,
¿quién murmurará?
Cuando mis pálidos restos
oprima la tierra ya,
sobre la olvidada
fosa
¿quién vendrá a llorar?
¿Quién en fin al otro día,
cuando el sol vuelva a brillar,
de que
pasé por el mundo,
¿quién se acordará?
XLVI
Los invisibles
átomos del aire
en derredor palpitan y se inflaman,
el cielo se
deshace en rayos de oro,
la tierra se estremece alborozada.
Oigo flotando en las olas de armonías
rumor de besos y batir de alas;
mis párpados se cierran... ¿Qué sucede?
¡Es el amor que pasa!
XLVII
Llegó la
noche y no encontré un asilo
¡y tuve sed!... mis lágrimas bebí;
¡y
tuve hambre! ¡Los hinchados ojos
cerré para morir!
¿Estaba en un desierto? Aunque a mi oído
de las turbas llegaba el
ronco hervir,
yo era huérfano y pobre... ¡El mundo estaba
desierto...
para mí!
XLVIII
Fingiendo realidades
con sombra vana,
delante del Deseo
va la Esperanza.
Y sus mentiras
como el Fénix renacen
de sus cenizas.
XLIX
Al brillar un
relámpago nacemos
y aún dura su fulgor cuando morimos;
¡tan corto es
el vivir!
La Gloria y el Amor tras que corremos
sombras de un sueño
son que perseguimos;
L
Hoy la tierra
y los cielos me sonríen,
hoy llega al fondo de mi alma el sol,
hoy la
he visto..., la he visto y me ha mirado...
¡hoy creo en Dios!
LI
-Yo soy ardiente,
yo soy morena,
yo soy el símbolo de la pasión,
de ansia de goces mi
alma está llena.
¿A mí me buscas?
-No es a ti: no.
-Mi frente es pálida, mis trenzas de oro,
puedo brindarte dichas sin
fin.
Yo de ternura guardo un tesoro.
¿A mi me llamas?
-No: no es a
ti.
-Yo soy un sueño, un imposible,
vano fantasma de niebla y luz;
soy
incorpórea, soy intangible:
no puedo amarte.
-¡Oh, ven; ven tú!
LII
Cuando sobre el
pecho inclinas
la melancólica frente
una azucena tronchada
me
pareces.
Porque al darte la pureza
de que es símbolo celeste,
como a ella
te hizo Dios
de oro y nieve.
LIII
Sobre la falda tenía
el
libro abierto,
en mi mejilla tocaban
sus rizos negros:
no veíamos
las letras
ninguno, creo,
mas guardábamos ambos
hondo silencio.
¿Cuánto duró? Ni aun entonces
pude saberlo.
Sólo sé que no se oía
más que el aliento,
que apresurado escapaba
del labio seco.
Sólo sé
que nos volvimos
los dos a un tiempo
y nuestros ojos se hallaron
y
sonó un beso.
Creación de Dante era el libro,
era su Infierno.
Cuando a él
bajamos los ojos
yo dije trémulo:
¿Comprendes ya que un poema
cabe
en un verso?
Y ella respondió encendida:
¡Ya lo comprendo!
LIV
Si de
nuestros agravios en un libro
se escribiese la historia
y se borrase
en nuestras almas cuanto
se borrase en sus hojas;
te quiero tanto aún; dejó en mi pecho
tu amor huellas tan hondas,
que sólo con que tú borrases una
¡las borraba yo todas!
LV
Una mujer me ha
envenenado el alma,
otra mujer me ha envenenado el cuerpo;
ninguna de
las dos vino a buscarme,
yo de ninguna de las dos me quejo.
Como el mundo es redondo, el mundo rueda.
Si mañana, rodando, este
veneno
envenena a su vez ¿por qué acusarme?
¿Puedo dar más de lo que a
mí me dieron?
LVI
Primero es un
albor trémulo y vago,
raya de inquieta luz que corta el mar;
luego
chispea y crece y se dilata
en ardiente explosión de claridad.
La brilladora lumbre es la alegría;
la temerosa sombra es el pesar:
¡Ay! en la oscura noche de mi alma,
¿cuándo amanecerá?
LVII
Como la brisa
que la sangre orea
sobre el oscuro campo de batalla,
cargada de
perfumes y armonías
en el silencio de la noche vaga.
Símbolo del dolor y la ternura,
del bardo inglés en el horrible drama
la dulce Ofelia, la razón perdida,
cogiendo flores y cantando pasa.
LVIII
Cuando entre la
sombra oscura
perdida una voz murmura
turbando su triste calma,
si
en el fondo de mi alma
la oigo dulce resonar,
dime: ¿es que el viento
en sus giros
se queja, o que tus suspiros
me hablan de amor al pasar?
Cuando el sol en mi ventana
rojo brilla a la mañana
y mi amor tu
sombra evoca,
si en mi boca de otra boca
sentir creo la impresión,
dime: ¿es que ciego deliro,
o que un beso en un suspiro
me envía tu
corazón?
Y en el luminoso día
y en la alta noche sombría,
si en todo cuanto
rodea
al alma que te desea
te creo sentir y ver,
dime: ¿es que toco
y respiro
soñando, o que en un suspiro
me das tu aliento a beber?
LIX
¡Cuántas
veces al pie de las musgosas
paredes que la guardan
oí la esquila que
al mediar la noche
a los maitines llama!
¡Cuántas veces trazó mi
silueta
la luna plateada,
junto a la del ciprés, que de su huerto
se asoma por las tapias!
Cuando en sombras la iglesia se envolvía
de su ojiva calada,
¡cuántas veces temblar sobre los vidrios
vi el fulgor de la lámpara!
Aunque el viento en los ángulos oscuros
de la torre silbara,
del coro
entre las voces percibía
su voz vibrante y clara.
En las noches de invierno, si un medroso
por la desierta plaza
se
atrevía a cruzar, al divisarme,
el paso aceleraba.
Y no faltó una
vieja que en el torno
dijese a la mañana
que de algún sacristán muerto
en pecado
acaso era yo el alma.
A oscuras conocía los rincones
del atrio y la portada;
de mis pies
las ortigas que allí crecen
las huellas tal vez guardan.
Los búhos,
que espantados me seguían
con sus ojos de llamas,
llegaron a mirarme
con el tiempo
como a un buen camarada.
A mi lado sin miedo los reptiles
se movían a rastras;
¡hasta los
mudos santos de granito
creo que me saludaban!
LX
Cendal flotante de
leve bruma,
rizada cinta de blanca espuma,
rumor sonoro
de arpa de
oro,
beso del aura, onda de luz,
eso eres tú.
Tú, sombra aérea, que cuantas veces
voy a tocarte te desvaneces.
¡Como la llama, como el sonido,
como la niebla, como el gemido
del
lago azul!
En mar sin playas onda sonante,
en el vacío cometa errante,
largo
lamento
del ronco viento,
ansia perpetua de algo mejor,
eso soy yo.
¡Yo, que a tus ojos en mi agonía
los ojos vuelvo de noche y día;
yo, que incansable corro y demente
tras una sombra, tras la hija ardiente
de una visión!
LXI
No sé lo que he soñado
en la noche pasada.
Triste, muy triste debió ser el sueño
pues
despierto, la angustia me duraba.
Noté al incorporarme
húmeda la almohada
y por primera [vez] sentí,
al notarlo,
de un amargo placer henchirse el alma.
Triste cosa es el sueño
que llanto nos arranca,
mas tengo en mi
tristeza una alegría...
¡Sé que aún me quedan lágrimas!
LXII
Espíritu sin nombre,
indefinible esencia,
yo vivo con la vida
sin formas de la idea.
Yo nado en el vacío,
del sol tiemblo en la hoguera,
palpito entre
las sombras
y floto con las nieblas.
Yo soy el fleco de oro
de la lejana estrella,
yo soy de la alta
luna
la luz tibia y serena.
Yo soy la ardiente nube
que en el ocaso ondea,
yo soy del astro
errante
la luminosa estela.
Yo soy nieve en las cumbres,
soy fuego en las arenas,
azul onda en
los mares
y espuma en las riberas.
En el laúd soy nota,
perfume en la violeta,
fugaz llama en las
tumbas
y en las ruinas yedra.
Yo atrueno en el torrente
y silbo en la centella
y ciego en el
relámpago
y rujo en la tormenta.
Yo río en los alcores,
susurro en la alta yerba,
suspiro en la
onda pura
y lloro en la hoja seca.
Yo ondulo con los átomos
del humo que se eleva
y al cielo lento
sube
en espiral inmensa.
Yo en los dorados hilos
que los insectos cuelgan,
me mezco entre
los árboles
en la ardorosa siesta.
Yo corro tras las ninfas
que en la corriente fresca
del cristalino
arroyo
desnudas juguetean.
Yo en bosques de corales
que alfombran blancas perlas,
persigo en
el océano
las náyades ligeras.
Yo en las cavernas cóncavas
do el sol nunca penetra,
mezclándome a
los gnomos
contemplo sus riquezas.
Yo busco de los siglos
las ya borradas huellas
y sé de esos
imperios
de que ni el nombre queda.
Yo sigo en raudo vértigo
los mundos que voltean,
y mi pupila
abarca
la creación entera.
Yo sé de esas regiones
a do un rumor no llega,
y donde informes
astros
de vida un soplo esperan.
Yo soy sobre el abismo
el puente que atraviesa,
yo soy la ignota
escala
que el cielo une a la tierra.
Yo soy el invisible
anillo que sujeta
el mundo de la forma
al
mundo de la idea.
Yo en fin soy ese espíritu,
desconocida esencia,
perfume
misterioso
de que es vaso el poeta.
LXIII
Despierta tiemblo
al mirarte,
dormida me atrevo a verte;
por eso, alma de mi alma,
yo
velo mientras tú duermes.
Despierta ríes y al reír tus labios
inquietos me parecen
relámpagos de grana que serpean
sobre un cielo de nieve.
Dormida, los extremos de tu boca
pliega sonrisa leve,
suave como
el rastro luminoso
que deja un sol que muere.
¡Duerme!
Despierta miras y al mirar, tus ojos
húmedos
resplandecen,
como la onda azul en cuya cresta
chispeando el sol
hiere.
A través de tus párpados dormida,
tranquilo fulgor vierten,
cual
derrama de luz templado rayo
lámpara transparente.
¡Duerme!
Despierta hablas y al hablar, vibrantes
tus palabras
parecen
lluvia de perlas que en dorada copa
se derrama a torrentes.
Dormida en el murmullo de tu aliento
acompasado y tenue
escucho yo
un poema que mi alma
enamorada entiende
¡Duerme!
Sobre el corazón la mano
me he puesto porque no suene
su latido y de la noche
turbe la calma solemne.
De tu balcón las persianas
cerré ya porque no entre
el resplandor
enojoso
de la aurora y te despierte.
¡Duerme!Como enjambre
de abejas irritadas,
de un oscuro rincón de la memoria
salen a
perseguirme los recuerdos
de las pasadas horas.Yo los quiero
ahuyentar. ¡Esfuerzo inútil!
Me rodean, me acosan,
y unos tras
otros a clavarme vienen
el agudo aguijón que el alma encona.
LXIV
Como guarda el
avaro su tesoro
guardaba mi dolor;
le quería probar que hay algo
eterno
a la que eterno me juró su amor.
Mas hoy le llamo en vano y oigo al tiempo
que le agotó, decir:
¡ah, barro miserable, eternamente
no podrás ni aun sufrir!
LXV
Cruza callada
y son sus movimientos
silenciosa armonía:
suenan sus pasos y al sonar
recuerdan
del himno alado la cadencia rítmica.
Los ojos entreabre, aquellos ojos
tan claros como el día,
y la
tierra y el cielo, cuanto abarcan,
arden con nueva luz en sus pupilas.
Ríe, y su carcajada tiene notas
del agua fugitiva:
llora, y es
cada lágrima un poema
de ternura infinita.
Ella tiene la luz, tiene el perfume
el color y la línea,
la forma
engendradora de deseos,
la expresión, fuente eterna de poesia.
¿Que es estúpida? ¡Bah! Mientras callando
guarde oscuro el enigma,
siempre valdrá lo que yo creo que calla
más que lo que cualquiera otra me
diga.
LXVI
Su mano entre mis manos,
sus ojos en mis ojos,
la amorosa cabeza
apoyada en mi hombro,
Dios
sabe cuántas veces
con paso perezoso
hemos vagado juntos
bajo los
altos olmos
que de su casa prestan
misterio y sombra al pórtico.
Y ayer... un año apenas,
pasado como un soplo,
con qué exquisita
gracia,
con qué admirable aplomo,
me dijo al presentarnos
un amigo
oficioso:
"Creo que en alguna parte
he visto a usted" ¡Ah bobos,
que sois de los salones
comadres de buen tono
y andábais allí a caza
de galantes embrollos;
qué historia habéis perdido,
qué manjar tan
sabroso
para ser devorado
sotto voce en un corro
detrás del abanico
de plumas y de oro!
¡Discreta y casta luna,
copudos y altos olmos,
paredes de su casa,
umbrales de su pórtico,
callad y que el secreto
no salga de vosotros!
Callad; que por mi parte
yo lo he olvidado todo:
y ella... ella, no
hay máscara
semejante a su rostro.
LXVII
¿De dónde vengo?... El más
horrible y áspero
de los senderos busca;
las huellas de unos pies
ensangrentados
sobre la roca dura,
los despojos de un alma hecha
jirones
en las zarzas agudas,
te dirán el camino
que conduce a mi
cuna.
¿Adónde voy? El más sombrío y triste
de los páramos cruza,
valle
de eternas nieves y de eternas
melancólicas brumas.
En donde esté una
piedra solitaria
sin inscripción alguna,
donde habite el olvido,
allí estará mi tumba.
LXVIII
Como
enjambre de abejas irritadas,
de un oscuro rincón de la memoria
salen
a perseguirme los recuerdos
de las pasadas horas.
Yo los quiero ahuyentar. ¡Esfuerzo inútil!
Me rodean, me acosan,
y
unos tras otros a clavarme vienen
el agudo aguijón que el alma encona.
LXIX
Es cuestión de palabras
y no obstante
ni tú ni yo jamás,
después de lo pasado, convendremos
en quién la culpa está.
¡Lástima que el Amor un diccionario
no tenga dónde hallar
cuándo
el orgullo es simplemente orgullo
y cuándo es dignidad!
LXX
De lo poco de
vida que me resta
diera con gusto los mejores años,
por saber lo que a
otros
de mí has hablado.
Y esta vida mortal y de la eterna
lo que me toque, si me toca algo,
por saber lo que a solas
de mí has pensado.
LXXI
Cerraron sus ojos
que aún
tenía abiertos,
taparon su cara
con un blanco lienzo,
y unos
sollozando,
otros en silencio,
de la triste alcoba
todos se
salieron.
La luz que en un vaso
ardía en el suelo,
al muro arrojaba
la
sombra del lecho,
y entre aquella sombra
veíase a intervalos
dibujarse rígida
la forma del cuerpo.
Despertaba el día
y a su albor primero
con sus mil ruidos
despertaba el pueblo.
Ante aquel contraste
de vida y misterio,
de
luz y tinieblas,
yo pensé un momento:
¡¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!!
De la casa, en
hombros,
lleváronla al templo,
y en una capilla
dejaron el féretro.
Allí rodearon
sus pálidos restos
de amarillas velas
y de paños
negros.
Al dar de las Ánimas
el toque postrero,
acabó una vieja
sus
últimos rezos,
cruzó la ancha nave,
las puertas gimieron
y el santo
recinto
quedóse desierto.
De un reloj se oía
compasado el péndulo
y de algunos cirios
el
chisporroteo.
Tan medroso y triste,
tan oscuro y yerto
todo se
encontraba
que pensé en un momento:
¡¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!!
De la alta
campana
la lengua de hierro
le dio volteando
su adiós lastimero.
El luto en las ropas,
amigos y deudos
cruzaron en fila
formando el
cortejo.
Del último asilo,
oscuro y estrecho,
abrió la piqueta
el nicho
a un extremo:
allí la acostaron,
tapiáronle luego,
y con un saludo
despidióse el duelo.
La piqueta al hombro
el sepulturero,
cantando entre dientes,
se
perdió a lo lejos.
La noche se entraba,
el sol se había puesto:
perdido en las sombras,
yo pensé en un momento:
¡¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!!
En las largas
noches
del helado invierno,
cuando las maderas
crujir hace el
viento
y azota los vidrios
el fuerte aguacero,
de la pobre niña
a veces me acuerdo.
Allí cae la lluvia
con un son eterno:
allí la combate
el soplo
del cierzo.
Del húmedo muro
tendida en el hueco,
¡acaso de frío
se hielan sus huesos!...
¿Vuelve el polvo al polvo?
¿Vuela el alma al cielo?
¿Todo es, sin
espíritu,
podredumbre y cieno?
No sé; pero hay algo
que explicar no
puedo,
algo que repugna
aunque es fuerza hacerlo
¡a dejar tan tristes,
tan solos los muertos!
LXXII
Te vi
un punto y flotando ante mis ojos
la imagen de tus ojos se quedó,
como
la mancha oscura orlada en fuego
que flota y ciega si se mira al sol.
A dondequiera que la vista clavo
torno a ver sus pupilas llamear;
mas no te encuentro a ti, que es tu mirada,
unos ojos, los tuyos, nada
más.
De mi alcoba en el ángulo los miro
desasidos fantásticos lucir:
cuando duermo los siento que se ciernen
de par en par abiertos sobre mí.
Yo sé que hay fuegos fatuos que en la noche
llevan al caminante a
perecer:
yo me siento arrastrado por tus ojos,
pero adónde me
arrastran no lo sé.
LXXIII
Pasaba
arrolladora en su hermosura
y el paso le dejé;
ni aun a mirarla me
volví, y, no obstante,
algo a mi oído murmuró: "ésa es".
¿Quién reunió la tarde a la mañana?
Lo ignoro; sólo sé
que en una
breve noche de verano
se unieron los crepúsculos, y... "fue".
LXXIV
En la imponente nave
del templo bizantino,
vi la gótica tumba a la indecisa
luz que
temblaba en los pintados vidrios.
Las manos sobre el pecho,
y en las
manos un libro,
una mujer hermosa reposaba
sobre la urna del cincel
prodigio.
Del cuerpo abandonado
al dulce peso hundido,
cual si de blanda
pluma y raso fuera
se plegaba su lecho de granito.
De la sonrisa
última
el resplandor divino,
guardaba el rostro, como el cielo guarda
del sol que muere el rayo fugitivo.
Del cabezal de piedra
sentados en el filo,
dos Angeles, el dedo
sobre el labio,
imponían silencio en el recinto.
Nos parecía muerta;
de los arcos macizos
parecía dormir en la penumbra
y que en sueños
veía el paraíso.
Me acerqué de la nave
al ángulo sombrío,
con el callado paso que
llegamos
junto a la cuna donde duerme un niño.
La contemplé un momento
y aquel resplandor tibio,
aquel lecho de piedra que ofrecía
próximo al
muro otro lugar vacío,
en el alma avivaron
la sed de lo infinito,
el ansia de esa vida de la muerte,
para la que un instante son los
siglos...
Cansado del combate
en que luchando vivo,
alguna vez me acuerdo
con envidia
de aquel rincón oscuro y escondido.
De aquella muda y
pálida
mujer me acuerdo y digo:
¡Oh, qué amor tan callado el de la
muerte!
¡Qué sueño el del sepulcro tan tranquilo!
LXXV
¿A qué me lo decís? Lo sé: es
mudable,
es altanera y vana y caprichosa:
antes que el sentimiento de
su alma
brotará el agua de la estéril roca.
Sé que en su corazón, nido de sierpes,
no hay una fibra que al amor
responda;
que es una estatua inanimada...; pero...
¡es tan hermosa!
LXXVI
No dormía;
vagaba en ese limbo
en que cambian de forma los objetos,
misteriosos
espacios que separan
la vigilia del sueño.
Las ideas que en ronda silenciosa
daban vueltas en torno a mi
cerebro,
poco a poco en su danza se movían
con un compás más lento.
De la luz que entra al alma por los ojos
los párpados velaban el
reflejo;
mas otra luz el mundo de visiones
alumbraba por dentro.
En este punto resonó en mi oído
un rumor semejante al que en el
templo
vaga confuso al terminar los fieles
con un Amén sus rezos.
Y oí como una voz delgada y triste
que por mi nombre me llamó a lo
lejos,
y sentí el olor de cirios apagados,
de humedad y de incienso.
Entró la noche y del olvido en brazos
caí cual piedra en su profundo
seno:
Dormí y al despertar exclamé: "Alguien
que yo quería ha muerto!"
LXXVII
Me ha
herido recatándose en las sombras,
sellando con un beso su traición.
Los brazos me echó al cuello y por la espalda
partióme a sangre fría el
corazón.
Y ella prosigue alegre su camino,
feliz, risueña, impávida, ¿y por
qué?
Porque no brota sangre de la herida...
Porque el muerto está en
pie.
LXXVIII
¡No me
admiró tu olvido! Aunque de un día
me admiró tu cariño mucho más,
porque lo que hay en mí que vale algo,
eso... ni lo pudiste sospechar.
LXXIX
Porque son, niña,
tus ojos
verdes como el mar te quejas;
verdes los tienen las náyades,
verdes los tuvo Minerva,
y verdes son las pupilas
de las hurís del
Profeta.
El verde es gala y ornato
del bosque en la primavera.
Entre sus
siete colores
brillante el Iris lo ostenta.
Las esmeraldas son verdes,
verde el color del que espera
y las ondas del Océano
y el laurel de
los poetas.
Es tu mejilla temprana
rosa de escarcha cubierta,
en que el carmín
de los pétalos
se ve al través de las perlas.
Y sin embargo,
sé que
te quejas,
porque tus ojos
crees que la afean:
pues no lo creas.
Que parecen sus pupilas,
húmedas, verdes e inquietas,
tempranas
hojas de almendro
que al soplo del aire tiemblan.
Es tu boca de rubíes
purpúrea granada abierta
que en el estío convida
a apagar la sed con
ella.
Y sin embargo,
sé que te quejas
porque tus ojos
crees que la
afean:
pues no lo creas.
Que parecen, si enojada
tus pupilas
centellean,
las olas del mar que rompen
en las cantábricas peñas.
Es tu frente que corona
crespo el oro en ancha trenza,
nevada
cumbre en que el día
su postrera luz refleja.
Y sin embargo,
sé que
te quejas
porque tus ojos
crees que la afean:
pues no lo creas.
Que, entre las rubias pestañas,
junto a las sienes, semejan
broches de esmeralda y oro
que un blanco armiño sujetan.
Porque son,
niña, tus ojos
verdes como el mar te quejas;
quizás si negros o azules
se tornasen lo sintieras.
LXXXAire que besa,
corazón que llora,
águila del dolor y la pasión,
cruz resignada, alma
que perdona...
eso soy yo.
Serpiente del amor, risa
traidora,
verdugo del ensueño y de la luz,
perfumado puñal, beso
enconado...
eso eres tú.
LXXXI
Apoyando mi frente calurosa
en el frío cristal de la ventana,
en el silencio de la oscura noche
de
su balcón mis ojos no apartaba.
En medio de la sombra misteriosa
su
vidriera lucía iluminada,
dejando que mi vista penetrase
en el puro
santuario de su estancia.
Pálido como el mármol el semblante;
la
blonda cabellera destrenzada,
acariciando sus sedosas ondas,
sus
hombros de alabastro y su garganta,
mis ojos la veían, y mis ojos
al
verla tan hermosa, se turbaban.
Mirábase al espejo; dulcemente
sonreía
a su bella imagen lánguida,
y sus mudas lisonjas al espejo
con un beso
dulcísimo pagaba...
Mas la luz se apagó; la visión pura
desvanecióse
como sombra vana,
y dormido quedé, dándome celos
el cristal que su
boca acariciara.
LXXXII
Errante por el mundo fui
gritando:
«La gloria ¿dónde está?»
Y una voz misteriosa contestóme:
«Más allá... más allá...»
En pos de ella perseguí el camino
que la voz me marcó;
halléla al
fin, pero en aquel instante
el humo se truncó.
Mas el humo, formando denso velo,
se empezó a remontar
y
penetrando en la azulada esfera
al cielo fue a parar.
VXXXIIIEs el alba una
sombra
de tu sonrisa,
y un rayo de tus ojos
la luz del día;
pero
tu alma
es la noche de invierno,
negra y helada.
LXXXIVEs un sueño la
vida,
pero un sueño febril que dura un punto;
cuando de él se
despierta,
se ve que todo es vanidad y humo...¡Ojalá fuera
un sueño
muy largo y muy profundo;
un sueño que durara hasta la
muerte!
Yo soñaría con mi amor y el tuyo.
LXXXVEsas quejas
del piano
a intervalos desprendidas,
sirenas adormecidas
que evoca
tu blanca mano,
no esparcen al aire en vano
el melancólico son;
pues de la oculta mansión
en que mi pasión se esconde,
a cada nota
responde
un eco del corazón.
LXXXVI
Flores tronchadas,
marchitas hojas
arrastra el viento;
en los espacios, tristes gemidos
repite el eco.
En las nieblas de los
pasados,
en las regiones del pensamiento
gemidos tristes, marchitas
galas
son mis recuerdos.
LXXXVII
Lejos y entre los árboles
de la intricada selva
¿no ves algo que brilla
y llora? Es una
estrella.
Ya se la ve más próxima,
como a través de un tul,
de una ermita en el pórtico
brillar. Es una
luz.
De la carrera rápida
el
término está aquí.
Desilusión. No es lámpara ni estrella
la luz que
hemos seguido: es un candil.
LXXXVIIINave que surca
los mares,
y que empuja el vendaval,
y que acaricia la espuma,
de
los hombres es la vida;
su puerto, la eternidad.
LXXXIX
Negros fantasmas,
nubes
sombrías,
huyen ante el destello
de la luz divina.
Esa luz santa,
niña de negros ojos,
es la esperanza.
Al calor de sus rayos
mi fe gigante
contra desdenes lucha
sin
amenguarse.
En este empeño
es, si grande el martirio,
mayor el
premio.
Y si aún muestras, esquiva
alma de nieve,
si aún no me quisieras,
yo no he de quererte:
mi amor es roca
donde se estrellan tímidas
del mal las olas.
XC
¿No has sentido en la
noche,
cuando reina la sombra
una voz apagada que canta
y una
inmensa tristeza que llora?
¿No sentiste en tu oído de virgen
las silentes y trágicas notas
que mis dedos de muerto arrancaban
a la lira rota?
¿No sentiste una lágrima mía
deslizarse en tu boca,
ni sentiste mi
mano de nieve
estrechar a la tuya de rosa?
¿No viste entre sueños
por el aire vagar una sombra,
ni sintieron
tus labios un beso
que estalló misterioso en la alcoba?
Pues yo juro por ti, vida mía,
que te vi entre mis brazos, miedosa;
que sentí tu aliento de jazmín y nardo
y tu boca pegada a mi boca.
XCI
Para encontrar tu rostro
miraba al cielo
que no es bien que tu imagen
se halle en el suelo;
si de allí vino,
él buscaba su origen,
no es desvarío.
XCII
Para que los leas con tus
ojos grises,
para que los cantes con tu clara voz,
para que se llenen de
emoción tu pecho
hice mis versos yo.
Para que encuentres en tu
pecho asilo
y le des juventud, vida, calor,
tres cosas que yo no puedo
darles,
hice mis versos yo.
Para hacerte gozar con mi
alegría,
para que sufras tu con mi dolor,
para que sientas palpitar mi
vida,
hice mis versos yo.
XCIIIPatriarcas que
fuisteis la semilla
del árbol de la fe en siglos remotos,
al vencedor
divino de la muerte
¡rogadle por nosotros!Profetas que
rasgasteis inspirados
del porvenir el velo misterioso,
al que sacó la
luz de las tinieblas
¡rogadle por nosotros!Almas
cándidas, santos inocentes
que aumentáis de los Angeles el coro,
al
que llamó a los niños a su lado,
¡rogadle por nosotros!Apóstoles que
echasteis en el mundo
de la Iglesia el cimiento poderoso,
al que es de
la verdad depositario
¡rogadle por nosotros!Mártires que
ganasteis vuestras palmas
en la arena del circo, en sangre rojo,
al
que os dio fortaleza en los tormentos
¡rogadle por nosotros!Vírgenes
semejantes a azucenas
que el verano vistió de nieve y oro,
al que es
fuente de vida y hermosura
¡rogadle por nosotros!Monjes que de
la vida en el combate
pedisteis paz al claustro silencioso,
al que es
iris de calma en las tormentas,
¡rogadle por nosotros!Doctores,
cuyas plumas nos legaron
de virtud y saber, rico tesoro,
al que es
caudal de ciencia inextinguible,
¡rogadle por nosotros!¡Soldados del
ejército de Cristo!
¡Santos y Santas todos!
Rogadle que perdone
nuestras culpas
¡a aquel que vive y reina entre vosotros!
XCIVPodrá nublarse
el sol eternamente,
podrá secarse en un instante el mar,
podrá
romperse el eje de la tierra
como un débil cristal.¡Todo
sucederá! Podrá la muerte
cubrirme con su fúnebre crespón,
pero jamás
en mí podrá apagarse
la llama de tu amor.
XCV
¡Quién fuera luna,
quién
fuera brisa,
quién fuera sol!
¡Quién del crepúsculo
fuera la hora,
quién el instante
de
tu oración!
¡Quién fuera parte
de la plegaria
que solitaria
mandas a Dios!
¡Quién fuera luna
quién fuera brisa,
quién fuera sol!...
XCVI
Si copia tu frente
del
río cercano la pura corriente
y miras tu rostro del amor encendido,
soy yo, que me escondo
del agua en el fondo
y, loco de amores, a amar
te convido;
soy yo, que, en tu pecho buscada morada,
envío a tus ojos
mi ardiente mirada,
mi blanca divina...
y el fuego que siento la faz
te ilumina.
Si en medio del valle
en tardo se trueca tu amor animado,
vacila
tu planta, se pliega tu talle...
soy yo, dueño amado,
que, en no
vistos lazos
de amor anhelante, te estrecho en mis brazos;
soy yo
quien te teje la alfombra florida
que vuelve a tu cuerpo la fuerza de la
vida;
soy yo, que te sigo
en alas del viento soñando contigo.
Si estando en tu lecho
escuchas acaso celeste armonía
que llena de
goces tu cándido pecho,
soy yo, vida mía...
Soy yo, que levanto
al
cielo tranquilo mi férvido canto;
soy yo, que, los aires cruzando ligero
por un ignorado, movible sendero,
ansioso de calma,
sediento de
amores, penetro en tu alma.
XCVIISolitario,
triste y mudo
hállase aquel cementerio;
sus habitantes no lloran...
¡Qué felices son los muertos!
XCVIII
Tu aliento es el aliento de
las flores,
tu voz es de los cisnes la armonía;
es tu mirada el
esplendor del día
y el color de la rosa es tu color.
Tú prestas nueva vida y esperanza
a un corazón para el amor ya
muerto,
tú creces de mi vida en el desierto
como crece en un páramo la
flor.
XCIX
Yo me acogí, como perdido
nauta,
a una mujer, para pedirle amor,
y fue su amor cansancio a mis
sentidos,
hielo a mi corazón.
Y quedé, de mi vida en la carrera,
que un mundo de esperanza ayer
pobló,
como queda un viandante en el desierto:
¡A solas con Dios!
C
Yo soy el rayo, la dulce
brisa,
lágrima ardiente, fresca sonrisa,
flor peregrina, rama
tronchada;
yo soy quien vibra, flecha acerada.
Hay en mi esencia como en las flores
de mil perfumes suaves vapores,
y su fragancia fascinadora,
trastorna el alma de quien adora.
Yo mis aromas doquier prodigo
ya el más horrible dolor mitigo,
y
en grato, dulce, tierno delirio,
cambio el más duro crüel martirio.
¡Ah! yo encadeno los corazones,
mas son de flores los eslabones.
Navego por los mares,
voy por el viento
alejo los pesares
del
pensamiento.
Yo en dicha o pena,
reparto a los mortales
con faz
serena.
Poder terrible que en mis antojos
brota sonrisas o brota enojos;
poder que abrasa un alma helada
si airado vibro flecha acerada.
Doy las dulces sonrisas
a las hermosas;
coloro sus mejillas
de
nieve y rosas;
humedezco sus labios
y sus miradas,
hago prometer
dichas
no imaginadas.
Yo hago amable el reposo
grato, halagüeño,
o alejo de los seres
el dulce sueño,
todo a mi poderío
rinde homenaje;
todo a mi corona
dan vasallaje.
Soy el amor rey del mundo,
niña tirana
ámame, y tú la reina
serás mañana.