"En vano recorremos la distancia que queda
entre las últimas sospechas de estar solos.."
"The model" 1919
Guy Rose
Reseña biografica
Poeta, novelista y ensayista español nacido en Jerez de la Frontera, Cádiz, en
el año 1926.
Estudió Astronomía en Cádiz y más tarde Filosofía y
Letras en Sevilla y Madrid. Militante anti-franquista,
pertenece al grupopoético de los 50 junto a José Angel Valente,
Claudio Rodríguez, José Agustín Goytisolo y
Jaime Gil de Biedma, entre otros.
Vivió fuera de España por varios
años y a su regreso trabajó en el Seminario de Lexicografía de la Real
Academia española.
Obtuvo el premio Boscán y de la
Crítica de poesia en 1959, el Biblioteca Breve en
1961, el de la Crítica de Novela en 1975,
el de la
Crítica de poesia en 1978, el Plaza y Janés en 1988,
el premio Andalucía de las Letras en 1994, el XIII Premio
de poesia Iberoamericana Reina Sofía en 2004, el Premio
Nacional de Letras en 2005 y el Premio Nacional de poesia
2008.
En 1996 fue nombrado
Hijo Predilecto de Andalucía.
De su obra poética se
destacan: «Las adivinaciones» en 1952, «Memorias de poco tiempo» en
1954, «Pliegos de cordel»
en 1963, «Vivir para contarlo» en 1969, «La costumbre de vivir» en 1975,
«Toda la noche oyeron pasar pájaros» en 1981,
«Tiempo de guerras perdidas» en 1995, «Diario de Argónida» en 1997,
«Copias del natural» en 1999, y «Manual de infractores»
en 2005. ©
A batallas de amor, campo de
plumas
Anterior a tu cuerpo es esta historia...
Apócrifo de la Antologia
palatina
Barranquilla la nuit
Carnal fuego amoroso
Casa junto al mar
Ceniza son mis labios
Cuarto creciente
Defectuosa formación del
plural
Desde donde me ciego de vivir
Desencuentro
Diosa del Ponto Euxino
Domingo
El hilo de Ariadna
Entra la noche como un trueno...
Espera
Fábula
La botella vacía se parece a
mi alma...
La vuelta
Miedo
Mimetismo de la experiencia
Mi propia profecía es mi memoria
Música de fondo
No tengo nada que perder
Solícito el silencio se desliza por la
mesa nocturna...
Suplantaciones
Un cuerpo está esperando
Versículos de génesis
Vivo allí donde estuve
A batallas de amor, campo de plumas
Ningún vestigio tan
inconsolable
como el que deja un cuerpo
entre las sábanas
y más
cuando la lasitud de la memoria
ocupa un espacio mayor
del que razonablemente le corresponde.
Linda el amanecer con
la almohada
y algo jadea cerca, acaso un último
estertor adherido
a la carne, la otra vez adversaria
emanación del tedio estacionándose
entre los utensilios de la noche.
Despierta, ya es de
día, mira
los restos del naufragio
bruscamente esparcidos
en la
vidriosa linde del insomnio.
Sólo es un pacto a
veces, una tregua
ungida de sudor, la extenuante
reconstrucción
del sitio
donde estuvo asediado el taciturno
material del deseo.
Rastros
hostiles reptan entre un cúmulo
de trofeos y escorias, amortiguan
la inerme acometida de los cuerpos.
A batallas de amor campo de plumas.
Anterior a tu cuerpo es esta
historia...
Anterior a tu cuerpo es
esta historia
que hemos vivido juntos
en la noche inconsciente.
Tercas simulaciones desocupan
el espacio en que a tientas
nos
buscamos,
dejan en las proximidades
de la luz un barrunto
de sombras de preguntas nunca
hechas.
En vano recorremos
la distancia que queda entre
las últimas
sospechas de estar solos,
ya convictos acaso de esa interina
realidad que avala siempre
el trámite del sueño.
Apócrifo de la Antologia palatina
Súbita boca que hasta
mí llegó
en el lento transcurso de la noche,
dócil de pronto y de improviso
rezumante de furia,
¿quién
activó su olímpica
ansiedad, esparciendo
un delicado zumo de estupor
entre las ingles de los semidioses?
Oh derredor opaco
del recuerdo que suple lo vivido,
cuando quien esto escribe
amaba impunemente no en el templo
de Afrodita en Corinto
sino en la clandestina alcoba bética
donde oficiaba de suprema hetaira
la gran madre de héroes, fugitiva
del Hades y ayer mismo
vendida como esclava
en el impío puerto de Algeciras.
Barranquilla la nuit
Cuerpo inclemente, circundado
por un vaho de frutas, desguazándose
en la tórrida herrumbre
portuaria,
¿no eran
los labios como orquídeas
mojadas de guarapo, no tenían
los ojos mandamientos de cocuyos
y allí se enmarañaban
la
excitación y la indolencia?
Mórbida efigie de esmeralda
y musgo, entrechocan sus pechos
entre la mayestática cochambre
de la noche.
Desnuda
antes que alerta y disponible,
desnuda nada más,
desmemoriada
sobre un cuero de res, el vientre
húmedo de salitre y
en el cuello
el amuleto pendular de un dado
cuyo rigor jamás
aboliría
los tercos mestizajes del azar.
Rauda la carne y prieta
como un sesgo de iguana, surca
los
fosos coloniales, deposita
en las inmediaciones del marasmo
una
aromática cadencia
a maraca y sudor y marigüana,
mientras cumple
el amor su ciclo
de putrefacta lozanía
en el nocturno ritual del
trópico.
Carnal fuego amoroso
Amor, primera forma de
vivir, escucha:
¿eres tú la tristeza que enciende mi destino,
o acaso sólo existes desde un ser que sonríe
mientras tiemblan sus ojos esperando en los míos remansarse?
Yo no sé si te tuve, ¡oh amor! , dulce manera de luchar,
no sé siquiera si alguna vez
tus vigentes, iniciadas, estremecidas manos
tejieron en mi piel su táctil alegría.
Un día -lo recuerdo lo mismo
que si ahora en mi pecho me llegara el instante-,
creyó mi corazón que tú lo restañabas,
que tú te debatías dentro ya de mi cuerpo,
doblándome la carne, derrotándola en dichas,
contra la humana tierra de un país hermosísimo.
Pero escúchame, amor, carnal fuego armonioso,
escúchame no quieto, no tendido a mis plantas,
sino allí donde reinas, donde en vuelo dominas,
¿ eras tú quien entonces refulgía en mi boca
desde otro ser que, amante, me centraba en el gozo?
Oh, no, no, tú no puedes oírme, tú no puedes hablarme,
porque aquello que el hombre más quisiera saber
responde siempre mudo dentro de su belleza.
Pero yo sí respiro los aires que tú sorbes;
sé que eres un pájaro que entre nubes desciende
hasta el lumbror premioso de los trinos,
o tal vez esta rosa familiar, llameante,
que derrama en sus pétalos tanta gloria de savias.
Estás allí, lo sé, bajo la tarde núbil,
bajo la noche y la mañana que por ti, brilladoras, renacen,
en los vientos que marchan y regresan un día
trayendo el mismo aroma virginal de las cumbres.
Y aquí, sobre esta humana vocación de ser piedra,
también es tu presencia la que late,
también es tu ternura, tu flagrante dominio,
el que enflora de vida los pechos que te ignoran.
Tú eres la luz de un paraíso donde el dolor se acuña
al gozo de unos cuerpos que, ávidos, se estrechan,
que, temblando, se aman bajo copiosos árboles
en cuya fronda un trino se extasía,
s0bre la hierba ,dulce abatida por un peso de dioses.
Oh amor, carnal fuego armoni0so, escucha:
escúchame la voz que por ti besa,
remózame las manos que acarician teniéndote ceñido,
abrígate en mi pecho donde tú palpitando me sostienes,
dame siempre tu forma, amor, tu celeste materia iluminada,
esa embriaguez con la que un cuerpo dentro de otro agoniza
por hundir en lo eterno la identidad humana.
Casa junto al mar
Azulada por el nocturno oleaje,
entre el ocio lunar y la arena
indolente,
la casa está viviendo, decorada de cenizas votivas,
hecha clamor de memorables días dichosos
o palabra más bien, que
ahora escribo en la sombra,
apoyando mi sueño en sus muros de
solícitos brazos.
La casa está en el sur; es lo mismo que un cuerpo
ardoroso,
registro de certeza embriagada,
donde estuvo mi vida, orillas de un
emblema marino,
resonante de alegres impaciencias
o de ilusorias
lágrimas que otros ojos cegaban.
Sus ventanas, a veces, están dando a
mi nombre,
porque son todas ellas como bocas que acunan,
como
labios que brillan bajo el furtivo pétalo del cielo,
aberturas que el
mar vuelve sonoras
y en cuyo fondo habitan verdades como pechos,
palabras semejantes a manos que se juntan
o acaso esa tristeza que
hay detrás del amor.
Recuerdo sus paredes, sus puertas de madera
entrañable,
la verídica cal en cuyas lindes
se estaba congregando
toda la luz de aquella casa,
sin poder ocultar cosa alguna por detrás
de sus lienzos,
sin poder ser distinta a un cristal desnudado,
a
un renglón transparente de tiempo sin edad.
Recuerdo también sus
rincones más hondos y ocultos,
su razonada disposición de alegría,
la distribución de sus sueños con afán perdurable.
Todo allí se
contagia de una idéntica vida,
y es para siempre su estación humana,
los ciclos de su fe, raíz de cuanto soy,
de todo lo que ordena mi
palabra y sus márgenes:
las dudas con que erige sus muros la verdad,
los recuerdos que a veces son lo mismo que llagas,
el olvido, ese
moho que corroe el rostro de la historia,
lo que está sin remedio
convirtiéndose
en una misma forma de aprender a volver,
el miedo
al desamor por donde sangra el mundo.
Sí, la casa es un cuerpo: mi corazón la mira,
la habita mi
memoria; sé que está restaurándose
como la abdicación del mar en las
orillas,
como las germinales herencias del verano,
y quizá sea
posible que esta casa no pueda nunca envejecer,
no pueda cumplir
nunca más tiempo que el de entonces,
porque sus habitantes son lo
mismo que llamas
sin quemar, frágiles al aliento de la grieta más
tenue,
y ellos están haciendo que las paredes vivan,
que los
peldaños latan como olas,
que cada habitación respire y reproduzca
los irrepetibles y anónimos hechos de cada día.
Casa sin tiempo junto al mar, cumbre
sonora entre los astros,
libre razón con muros,
criatura en donde acaban mis- fronteras,
soy menos si me faltas,
tu paz rige mi vida y la hace humilde,
55
justifica mi espera tu paciencia,
bogas, persistes, reinas, como un
ave en la noche,
acaso ya recibas el nombre de José.
"Las adivinaciones"
1952
Ceniza son mis labios
En su oscuro principio, desde
su alucinante estirpe, cifra inicial de
Dios,
alguien, el hombre, espera.
Turbador sueño yergue
su
noticia opresora ante la nada
original de la que el ser es hecho,
ante
su herencia de combate, dando vida
a secretos cegados,
a
recónditos signos que aún callaban
y pugnan ya desde un recuerdo
hondísimo
para emerger hacia canciones,
puro dolor atónito de un
labio, el elegido
que en cenizas transforma
la interior llama viva
del humano.
Quizá solo para luchar acecha,
permanece dormido o silencioso
llorando, besando el terso párpado rosa,
el pecho triste de la
muchacha amada;
quizá solo aguarda combatir
contra esa mansa
lágrima que es letra del amor,
contra
aquella luz aniquiladora
que dentro de él ya duele con su nombre: belleza...
Cuarto creciente
Cuando Aljarifa recorrió la alfombrada penumbra de aquel burdel de
Chauen,
todo el lujoso azogue de su cuerpo adquirió un grado de desnudez
deslumbradoramente irracional. Carne inconclusa donde anidaban todavía
las liendres del peregrinaje, se hizo de pronto insurgente y plenaria
como la de una virgen en la inminencia del degüello. Cerca de allí
se abrían las tiendas de los nómadas y una enfermiza música se iba
dignificando
entre las hojalatas y los vellocinos. La habitación olía a almoraduj
y a papeles de Armenia, mientras un vaho de animales nacidos en
cautividad
salía del mullido sopor de las almohadas. Y así hasta que el tiempo se
detuvo
en un friso taraceado de estrellas de albayalde, entre cuyos emblemas
discurría una luz acrobática parecida al letargo. Pero ella,
la regidora del cuarto creciente, era una flor lasciva instalada en la
noche.
Era la araña que copula sin dejar de bailar entre una algarabía de
ajorcas y sonajas.
El esmaltado vientre vibraba en el diván como un espasmo de pandero
y un mundo de sacrales lujurias sincopaba de pronto la rítmica hegemonía
de los pezones. Canon de la hermosura, su único error había consistido
en rasurarse el pubis
cuando medio entendió que descendía por línea colateral de los
Abencerrajes.
Defectuosa formación del
plural
Disfraz, persona unitiva
Lezama Lima
Cuántos
días baldíos
haciéndome pasar por lo que soy.
Máscara
sin memoria, líbrame
de parecerme a aquel que me suplanta.
Uno solo
será mi semejante
Desde donde me ciego de vivir
Era una blanda emanación, casi
una terca oquedad de ternura,
un
tibio vaho humedecido
con no sé qué tentáculos.
Abrí
los ojos, vi de cerca el peligro.
¡No, no te acerques,
adorable
inmundicia, no podría vivir!
Pero se apresuraba hacia mi
infancia,
me tendía su furia entre los lienzos
de la noche
enemiga. Y escuché
la señal, cegué mi vida junta,
anduve a tientas
hasta el cuerpo
temible y deseado.
Madre
mía, ¿me oyes, me has oído
caer, has visto mi triunfante
rendición, tú me perdonas?
La mano
balbucía allí dentro, rebuscaba
entre las telas jadeantes,
iba
desprendiendo el delirio, calcinando
la desnuda razón.
Agrio desván
limítrofe, gimientes muebles
lapidarios bajo el
candor malévolo
del miedo, ¿qué hacer si la memoria
se saciaba
allí mismo, si no había
otra locura más para vivir?
Dulce
naufragio, dulce naufragio,
nupcial ponzoña pura del amor,
crédulo azar maldito, ¿dónde
me hundo, dónde
me salvo desde
aquella noche?
Desencuentro
Esquiva como la noche,
como la mano que te entorpecía,
como la
trémula succión
insuficiente de la carne;
esquiva y veloz como la hoja
ensangrentada de un cuchillo,
como
los filos de la nieve, como el esperma
que decora el embozo de las
sábanas,
como la congoja de un niño
que se esconde para llorar.
Tratas de no saber y sabes
que ya está todo maniatado,
allí
donde pernocta el irascible
lastre del desamor, sombra
partida por olvidos, desdenes,
llave que ya no abre ningún sueño:
La ausencia se aproxima
en sentido contrario al de la espera.
Diosa del ponto euxino
Su cuerpo está desnudo al borde de un gran atrio
lacustre, sólo se
ven sus piernas
asomando entre espumas
repulsivas, se parece a una
estatua
cubierta de criptógamas y a un animal
exangüe se parece
también.
Las rémoras del frío, los dientes
del salitre penetran entre sus
gangrenados
senos, y ya emerge, adopta como Telethusa
actitudes
lascivas mientras roen
su memoria las parcas y se quiebran
los
bizantinos vidrios de sus ojos.
Olvidada de Ovidio, aguarda absorta
el dictamen del tiempo, se
inocula de gérmenes
olímpicos, incita a los que acuden
para verla
vivir.
Todos hurgaron
ávidamente en las marmóreas grietas
que iban
surcando las estribaciones
más vulnerables de su cuerpo. Pero
nadie la pudo profanar sin antes
haber vendido su alma al Taumaturgo.
Domingo
La veis un día domingo.
Lleva un cuerpo cansado, lleva un traje cansado
(no la podéis mirar),
un traje donde cuelgan trabajos, tristes hilos,
pespuntes de dolor,
esperanzas sangrantes
hechas verdad a fuerza de ir remendando sueños,
de ir gastando mañanas, hombres de cada día,
en las estribaciones de
un pan dominical.
La veis venir acaso de un azar con ternuras,
de una piedad con
fábulas; la veis
venir y no sabéis que está llamándose
lo mismo
que la vida,
lo mismo que su traje hecho disfraz de olvido,
hecho
carne de engaño y servicial,
cortado a la medida de mensuales
lágrimas,
de quebrantos tejidos con la última
hebra de la
intemperie, con las briznas
de ese telar de amor donde aprendemos
la hermandad necesaria que es un cuerpo sin nadie.
Sucede que es un día más bien canción que número,
más bien como
una lluvia de inclemente mirada,
de humilde mano abierta
que
volverá a vestir de desnudez la vida.
Y entonces ya es mentira crecer
sobre raíces,
ya es mentira ese tiempo blandamente nocivo
que se
nos va quedando alquilado en la piel,
que se nos gasta hasta dejarnos
un mísero rastro de caricia vacía,
llegar a confundirnos en un
domingo anónimo,
en un amor sin cuerpo, hilvanando de lástima.
Y entonces, ese día, el domingo,
viene llegando, corre, se nos
acerca
(todos la conocemos),
nos mira igual que un charco
de
amor recién secado, nos contagia
de todo cuanto es puro en su día
siguiente,
porque está consolándose con un jornal caduco,
está
desviviéndose
en una pobre sucesión de acopios para amar,
de ir
contando los años por tránsitos de trajes,
por memorias zurcidas, por
sueños arrancados
del retal de un domingo cegador e ilusorio.
El hilo de Ariadna
Posiblemente es tarde, pero ¿cómo
poder asegurarlo
mientras
Hortensia canta y no se oye
más que su grito de musgosa
lascivia y
alguien
habla con alguien de la conveniencia
de acostarse
borracho?
De repente
se desató la cinta, vuelto
hacia el espanto de la
lámpara,
el acezante cuerpo,
y en lo tenso del vientre vi
la
cicatriz, no producida
sino por el rencor contra ella misma
con
algún instrumento
preferentemente cortante.
Vaho
de alcohol y de tabaco te esmalta
el rostro bruno, Hortensia,
dime,
¿hacemos algo aquí que nos impida
quedarnos juntos
hasta
que ya no sea tarde?
En vano hubiese preferido
no mirar. Movible cuerpo y sin embargo
exangüe, desplazaba
sus ya finales contorsiones
en medio de la
pista. En vano
hubiese sido huir y no
por reencontrarnos. Pechos
como luciérnagas, tenues, punzantes
por las crestas no lácteas, ¿
quién
iba a atreverse a interrumpir
su equidistante brevedad,
desnudos
como estarían luego en el amanecer
del trópico ?
Hortensia, amor mío, nadie
te va a arrastrar si tú no quieres
desesperadamente que lo haga.
Playa de Naxos, la mayor
de las Cícladas, ya a lo lejos
reverberando entre los barracones
del batey y el bullicioso verde
del manglar, confundida ahora
con otros libres turnos litorales
donde ni tú ni yo nos conocíamos.
Abandonada por Teseo, ¿ibas
a
despeñarte tú, rebelde por instinto
como tu padre negro apaleado
en Key West (Florida) ?
Si pudiera
reconstruir un solo
rincón de aquella playa
sin
salida posible, si pudiera
volver al sitio aquel, reconocer
la
cerrazón de la cabaña, andar
a tientas hasta el último
recodo del
silencio, ¿oiría
algo distinto a la fricción
de unas piernas con
otras, al barrunto
de alguien aproximándose
en lo oscuro? ¿Vería
aún desde allí, ya en el terrado
de Sanlúcar, asiéndome
al
parteluz de la ventana, el bulto
azul de los faluchos y, más cerca,
la agitación de las fogatas
que encendían los sigilosos
areneros?
Imágenes sin ojos
pasan con más tenacidad que el giro
extenuante
del recuerdo. Hortensia,
hija de Minos, no
es tarde todavía, ven,
veloces
son las noches que hemos vivido ya:
aún estamos a tiempo
de no querer salir del laberinto.
Entra la noche como un trueno...
Entra la noche como un trueno
por los rompientes de la vida,
recorre salas de hospitales,
habitaciones de prostíbulos,
templos,
alcobas, celdas, chozas,
y en los rincones de la boca
entra
también la noche.
Entra la noche como un bulto
de mar vacío y de caverna,
se va
esparciendo por los bordes
del alcohol y del insomnio,
lame las
manos del enfermo
y el corazón de los cautivos,
y en la blancura de las páginas
entra también la noche.
Entra la noche como un vértigo
por la ciudad desprevenida,
rasga
las sábanas más tristes,
repta detrás de los cobardes,
ciega la
cal y los cuchillos
y en el fragor de las palabras
entra también
la noche.
Entra la noche como un grito
por el silencio de los muros,
propaga espantos y vigilias,
late en lo hondo de las piedras,
abre
los últimos boquetes
entre los cuerpos que se aman,
y en el papel
emborronado
entra también la noche.
Espera
Y tú
me dices
que tienes los pechos vencidos de esperarme,
que te
duelen los ojos de tenerlos vacíos de mi cuerpo,
que has perdido
hasta el tacto de tus manos
de palpar esta ausencia por el aire,
que olvidas el tamaño caliente de mi boca.
Y tú me lo dices que sabes
que me hice sangre en las palabras de
repetir tu nombre,
de golpear mis labios con la sed de tenerte,
de
darle a mi memoria, registrándola a ciegas,
una nueva manera de
rescatarte en besos
desde la ausencia en la que tú me gritas
que
me estás esperando.
Y tú me lo dices que estás tan hecha
a este deshabitado ocio de
mi carne
que apenas sí tu sombra se delata,
que apenas sí eres
cierta
en esta oscuridad que la distancia pone
entre tu cuerpo y
el mío.
Fábula
Nunca serás ya el mismo que una vez
convivió con los dioses.
Tiempo
de benévolas puertas entornadas,
de hospitalarios cuerpos, de excitantes
travesías fluviales y de fabulaciones.
Tiempo magnánimo
compartido también con semidioses
errabundos y hombres de mar que alardeaban
del decoro taimado de los héroes.
Qué ha quedado, oh Ulises, de esta vida.
La historia es indulgente, merecidas las dádivas.
Los dioses son ya pocos y penúltimos.
Justos y pecadores intercambian sus sueños.
La botella vacía se parece a mi alma
Solícito el silencio se desliza
por la mesa nocturna,
rebasa
el irrisorio contenido del vaso.
No beberé ya más hasta tan tarde.
Otra vez soy el tiempo que me
queda.
Detrás de la penumbra
yace un cuerpo desnudo
y hay un chorro
de música insidiosa
disgregando las burbujas del vidrio.
Tan distante como mi juventud ,
pernocta entre los muebles el
amorfo,
el tenaz y oxidado material del deseo.
Qué aviso más penúltimo
amagando en las puertas,
los grifos, las cortinas.
Qué
terror de repente de los timbres.
La botella vacía se parece a mi alma.
Por las ventanas, por los
ojos
de cerraduras y raíces,
por orificios y rendijas
y por
debajo de las puertas,
entra la noche.
La vuelta
Por el camino se me van
cayendo
frutas podridas de la mano
y voy dejando manchas de
tristeza en el polvo
donde quiera que piso;
un pájaro amanece ante
mis ojos
y en seguida anochece entre sus alas;
la asamblea de
hormigas se disuelve
cuando en mí la tormenta se aproxima;
el sol
calienta al mar en unas lágrimas
que en el camino enciende mi
presencia;
la desnudez del campo va vistiéndose
según van mis
miradas acosándole
y el viento hace estallar
una guerra civil
entre las hierbas.
Noticia triste de mi cuerpo dictan
las verdes amapolas en
capullo,
la codorniz se espanta
y asusta al macho con historias
mías.
Vengo desnudo de la hermosa clámide
que solía vestirme
cuando entonces:
clámide con las voces de los pájaros,
el graznido
del cuervo, la carrera veloz de la raposa
–a la que llaman zorra mis
parientes–,
del arroyo que un día se llevaba mis pasos
y de olores
de jara y de romero
hace tanto tejida.
Días de mi ascensión, cuando el lagarto
solía conocer mis
intenciones,
cuando solía la retama
pedirme venia para echar
raíces,
cuando algún cazador me confundió
con una piedra viva
entre las piedras.
Pero yo te conozco, campo mío,
yo recuerdo
haber puesto entre tus brazos
aquel cuerpo caliente que tenía,
haber dejado sangre entre los surcos
que abrían los caballos de mi
padre.
Yo te conozco y noto que tus senos
empiezan a ascender
hacia mis labios.
Mi propia profecía es mi memoria
Vuelvo a la habitación
donde estoy solo
cada noche, almacén de los días
caídos ya en su
espejo naufragable.
Allí, entre testimonios maniatados,
yace
inmóvil mi vida: sus papeles
de tornadizo sueño. La madera,
el
temblor de la lámpara, el cristal
visionario, los frágiles
oficios
de los muebles, guardan
bajo sus apariencias el continuo
regresar
de mis años, la espesura
tenaz de mi memoria, toda
la confluencia
simultánea
de torrenciales cifras que me inundan.
Mundo recuperable, lo vivido
se congrega impregnando las paredes
donde de nuevo nace lo caduco.
Reconstruidas ráfagas de historia
juntan el porvenir que soy. Oh habitaci6n
a oscuras, súbitamente
diáfana
bajo el fanal del tiempo repetible.
Suenan rastros de luz allá en la noche.
Estoy solo y mis manos
ya denegadas, ya ofrecidas,
tocan papeles (este amor, aquel
sueño), olvidadas siluetas, vaticinios
perdidos. Allí mi vida a
golpes
la memoria me orada cada día.
Imagen ya de mi exterminio,
se realiza de nuevo cuanto ha muerto.
Mi propia profecía es mi memoria:
mi esperanza de ser lo que ya he
sido.
"Memorias de poco tiempo" 1954
Miedo
Mil veces he intentado
decirte que te quiero,
mas la ardorosa
confesión, mi vida,
se ha vuelto de los labios a mi pecho.
¿Por
qué, niña? Lo ignoro,
¿Por qué? Yo no lo entiendo,
Son blandas tu
sonrisa y tu mirada,
dulce es tu voz, y al escucharla tiemblo.
Ni
al verte estoy tranquilo,
ni al hablarte sereno,
busco frases de
amor y nos la hallo.
No sé si he de ofenderte y tengo miedo.
Callando, pues, me vivo
y amándote en silencio,
sin que jamás en
tus dormidos ojos
sorprenda de pasión algún destello.
Dime si me
comprendes,
si amarte no merezco.
Di si una imagen en el alma
llevas...
Mas no... no me lo digas...¡tengo miedo!
Pero si el
labio calla,
con frases de los cielos
deja, mi vida, que tus ojos
digan
a mis húmedos ojos... ya os entiendo.
Deja escapar el alma
los rítmicos acentos
de esa vaga armonía,
cuyas notas
tiene tan sólo el corazón por eco.
Deja al que va
cruzando
por áspero sendero,
que si no halla la luz en la ventana,
tenga la luz de la esperanza al menos.
Callemos en buena hora
pues
que al hablarte tiemblo,
mas deja que las almas, uno a uno,
se
cuenten con los ojos sus secretos...
Dejemos que se digan
en
ráfagas de fuego
confidencias que escuche el infinito
frases mudas
de encanto y de misterio.
Dejemos, si lo quieren,
que estallen en un beso,
beso puro que engendren las miradas
y suba sin rumor hasta los cielos.
Dime así que me entiendes,
que sientes lo que siento,
que es el porvenir de luz y flores
y que tan bello porvenir es nuestro.
Di que verme a tus plantas
es de tu vida el sueño,
dime así cuanto
quieras.... cuanto quieras.
De que me hables así... no tengo miedo.
Mimetismo de la experiencia
Cuando leía porfiadamente y no
sin desazón a Henry Miller, iba
acordándome a trechos
de muchas horas canceladas, rostros
desdibujados en algún rincón, lugares
de inquietante vivir. Era
penosa
la experiencia y más
que nada turbadora
por simple:
asistía
como mi propio espectador
al paso de emociones, cuerpos,
actos
sexuales que yo mismo veía ejecutados
por otro en mi memoria
y que se restauraban
con un nuevo contexto
en el presente.
La práctica
de ciertos mimetismos
del recuerdo
puede llegar a subvertir el orden
de esa usura de
amor que el tiempo
salda. Y Henry Miller, transgresor
de leyes, irritante
por
próximo, furiosamente
obseso de su intimidad,
no suponía para mí
más que un tenaz motivo de recuento
de situaciones olvidadas: cuartos
de hotel, burdeles, laberintos
de citas donde un cuerpo
siempre se
hacía vagamente
clandestino, imágenes
ajadas como evanescentes
fotografías, hábitos
de una noche. Pero un hostil
y
subrepticiamente enajenado
reencuentro conmigo, sostenía
el
agobiante afán de cotejar
datos que sólo en parte me importaban.
Equívoca constancia de unos hechos
reconstruidos con retazos
de otros: no en el amor
sino en su deterioro se reagrupan
los
fragmentos vividos.
Como ciertas
alucinantes fábulas de Lawrence Durrel
o de Sade
(las que coinciden tal vez
en descifrar los infortunios de Justine),
la intervención de
Miller agotaba
en mi memoria toda posibilidad
de ir acotando la
experiencia
sin conjurar su lastre: nombres
aletargados, episodios
de efímero futuro, leves
fraudes de amor
que el aluvión del tiempo
confundía
con las suplantaciones del orgasmo.
Espejo de violencia
de tanto azar de juventud, híbrida
educación,
solitario o múltiple
terraplén de erotismo, no podía
atestiguarme
sino con mi propia
represión inicial, abierta luego
a otras
coherentes formas del amor.
Música de fondo
Llega el momento de
decir la palabra
y se la deja fluir, se la ayuda
a resbalar entre
los labios,
anclada ya en sus límites de tiempo.
La palabra se
funda a ella misma, suena
allá en el corazón del que la habla
y
trepa poco a poco hasta nacer
y antes es nada y sólo una verdad
la
hace constancia de algo irrepetible.
Súbitamente esa palabra aumenta
el hallazgo caudal de la memoria,
boga sobre los hombres que la escuchan,
gira anhelante entre
vislumbres
y se alza más y más y se perfila, pule
sus bordes
balbucidos, se nivela entre sueños.
Después inicia su holocausto.
Función de amor o de vileza,
la
palabra se gasta en los oídos,
puebla sus márgenes de brozas,
se
torna vana, amago de un aliento,
oscuridad final y sin sentido.
Está cayendo ya hecha pedazos.
Rescoldos sumergidos, restos
de
rescates sin fondo, flota y flota
sobre las intenciones proferidas,
entre el silencio de las conjeturas.
Es nada la palabra que se dijo
(no importa que se escriba para
querer salvarla), es nada y lo fue todo:
la música del mundo y su
apariencia.
"Memorias de poco tiempo" 1954
No tengo nada que perder
Aquel nocturno
yerbazal, al borde
del declive de acebos, ciegamente
buscado entre
el vislumbre
del amor, bajo el troquel efímero
de la naciente luna
ciñe
con sus trémulos odres toda
la historia de mi vida, el
privilegio
de mi junta y profética memoria,
y allí estará mi
vocación gestándose,
cómplice cuerpo transitorio
fronterizo del mío para nunca.
La tierra genital, los estandartes
fugitivos del sueño, la
prohibida
palabra, permanecen
junto al amor que escribo, tachan
con su verdad los nombres
de mi boca.
Compartida codicia,
¿qué haré con este cuerpo
sin el tuyo?
Subí desde la sombra
hasta la luz, puse mi mano
en el aire vacío.
Aquí
me entrego, dije,
no tengo nada que perder.
Cuántos
turbadores resquicios fraudulentos
se desvelaron para mí,
mientras anduve
tropezando.
En la pared aquella,
cerca de la hondonada
parpadeante,
bajo el metal marítimo fundido
entre los dos, fui
desnudado
del lastre primerizo de mi alma
y levanté los ojos hacia
el cuerpo
aterido. Aquí me entrego, dije,
preso estoy .en mi
propia libertad.
Solícito el silencio se desliza por la mesa nocturna...
Solícito el silencio se desliza por la mesa nocturna, rebasa el
irrisorio
contenido del vaso. No beberé ya más hasta tan tarde: otra
vez soy el tiempo que me queda. Detrás de la penumbra
yace un cuerpo desnudo y hay un chorro de música hedionda dilatando las
burbujas del vidrio. Tan distante como mi juventud, pernocta entre los
muebles el amorfo, el tenaz y oxidado material del deseo. Qué aviso más
penúltimo amagando en las puertas,
los grifos, las cortinas. Qué terror de repente de los timbres. La
botella vacía se parece a mi alma.
De "Laberinto de fortuna"
1984
Suplantaciones
Unas palabras son inútiles y otras
acabarán por serlo mientras
elijo para amarte más metódicamente
aquellas zonas de tu cuerpo
aisladas
por algún obstinado depósito
de abulia, los recodos
quizá donde mejor se expande
ese rastro de tedio
que circula de
pronto por tu vientre,
y allí pongo mi boca y hasta
la intempestiva cama acuden
las
sombras venideras, se interponen
entre nosotros, dejan
un barrunto
de fiebre y como un vaho
de exudación de sueño
y otras cavernas
vespertinas,
y ya en lo ambiguo de
la noche escucho
la predicción de la memoria:
dentro de ti me
aferro
igual que recordándote, subsisto
como la espuma al borde de
la espuma
mientras se activa entre los cuerpos
la carcoma voraz de
estar a solas.
Un cuerpo está esperando
Detrás de la cortina un
cuerpo espera.
Nada es verdad si no es su encarnizada
inminencia,
esa insaciable culpa
que a mí mismo me absuelvo aborreciéndome.
Nada es verdad. Un cuerpo está esperando
tras el mudo estertor de la
cortina.
En la oquedad propicia del instante
que mientras más deseo más
maldigo,
quiero amar este cuerpo, que él no muera
hasta que su
orfandad esté cumplida.
Paredes resignadas, tinto el suelo
de mercenaria obstinación,
allí
nos conducimos mutuamente
al voraz simulacro de la vida.
(La amarra del amor nos hace libres.)
Sólo yo estoy suspenso del
engaño:
movible fuego oscuro,
mi memoria consume sus fronteras
entre las turbias órdenes del tiempo.
De todo cuanto amé, nada logró
sobrevivir a las abdicaciones.
(La noche se agazapa entre las telas
que un falaz movimiento hace carnales.)
Una mentira sólo está esperando
detrás de la cortina. Soy
mi
enemigo: consisto en mi deseo,
busco a ciegas la luz, me reconozco
después de extraviarme, despedazo
ese espejo de muerte en que el
placer
se asoma, expío
con mi turno de amor mi propia vida.
De un hilo funeral pendiente
el cuerpo,
ya no es posible reducir su lastre.
Versículo de génesis
Por las ventanas , por los ojos
de cerraduras y raíces,
por
orificios y rendijas
y por debajo de las puertas,
entra la noche.
Entra la noche como un trueno
por los rompientes de la vida,
recorre salas de hospitales,
habitaciones de prostíbulos,
templos,
alcobas, celdas, chozos,
y en los rincones de la boca
entra
también la noche.
Entra la noche como un bulto
de mar vacío y de caverna,
se va
esparciendo por los bordes
del alcohol y del insomnio,
lame las
manos del enfermo
y el corazón de los cautivos,
y en la blancura de las páginas
entra también la noche.
Entra la noche como un vértigo
por la ciudad desprevenida,
rasga
las sábanas más tristes,
repta detrás de los cobardes,
ciega la
cal y los cuchillos
y en el fragor de las palabras
entra también
la noche.
Entra la noche como un grito
por el silencio de los muros,
propaga espantos y vigilias,
late en lo hondo de las piedras,
abre
los últimos boquetes
entre los cuerpos que se aman,
y en el papel
emborronado
entra también la noche.
Vivo allí donde estuve
Desde un lugar que aprendo
a recorrer cada mañana, vuelvo
sobre
mis pasos y te espero
allí donde estoy solo.
Matinal
ofertorio del sueño, escribo el nombre
de tu vida, te
vas desentrañando
entre las hoscas hojas traicionadas
en la noche.
Eres la reclusión
donde me sacio, el acuciante
azar en que te
tengo
cada día, amor propiciatorio que reúne
lo perdido.
Vivo allí donde estuve,
junto al mar delirante, libre
velocidad
inmóvil orillada
de fuego, bosque lustral
de la alegría.
¿Qué me queda
de aquel itinerario, habitaciones
clandestinas,
bautismales refugios
de única verdad, qué me queda
detrás del
sortilegio? Ser
feliz un instante y perderte, mientras
vuelvo
sobre mis pasos cada día.