"...Y cuando veo tu pelo anochecido,
pienso que va a temblar como una estrella..."
"La visita"
Enrique Grau
Reseña biografica
Poeta
colombiano nacido en 1924 en la ciudad de Medellín.
Dueño de una
gran versatilidad, se inició bajo la advocación lírica del amor, y
cosechados los primeros triunfos literarios,
el poeta desplazó su interés hacia los temas de la Tierra yla Patria,
regresando finalmente a la temática amorosa.
Además de la gran producción en verso, escribió diez libros de prosa
poética. Incursionó además en el teatro y en los
cuentos para niños cuyo contenido tiene un marcado acento poético. En sus
poemas de amor siempre está presente
la delicadeza, la melodía y el color.
En 1954 publicó su primera
Antologia personal de poesia denominada «seleccion poética». En 1962
apareció la segunda
con el nombre de «Obra selecta» y en 1974, «Poemas escogidos».
Falleció
en Medellín en 1989. ©
Amor
Amistad
Angustia
Canción del amor herido
Cualquier hombre canta
su hijo presentido
Destino
El buque de los enamorados
El mundo por dentro
Esposa América
Fecunda compañera
Guárdame de los vientos
Hembra de tierra y tierra
Inés
Ínsula
Las trenzas lejanas
Mujer sin nombre
Niña mudable
Petición entrañable
Presencia del amor victorioso
Sólo su cuerpo dulce
Soneto del amor elemental
Soneto herido por la muerte
Surco y mujer
Vengo y voy a tu vientre
Vestida como el campo
Viento rojo
Amistad
Amistad es lo
mismo que una mano
que en otra mano apoya su fatiga
y siente que el
cansancio se mitiga
y el camino se vuelve más humano.
El amigo
sincero es el hermano
claro y elemental como la espiga,
como el pan,
como el sol, como la hormiga
que confunde la miel con el verano.
Grande
riqueza, dulce compañía
es la del ser que llega con el día
y aclara
nuestras noches interiores.
Fuente de
convivencia, de ternura,
es la amistad que crece y se madura
en medio
de alegrías y dolores.
Amor
Un deseo constante de alegría;
una urgencia perenne de lamento
y
el corazón, campana sobre el viento
estrenando badajas de elegía.
Morir mil veces en un solo día
y otras tantas quemar el pensamiento
en la resurrección, que es el tormento
de pensar en la próxima agonía.
Ver en pupilas de mujer un
llanto
y sorprenderlo convertido en canto
al soñar en un niño que lo
vierte.
Esto es amor, candela
estremecida
empujando la noche de la vida
hacia la madrugada de la
muerte.
Angustia
Yo me lleno de angustia mirándote la frente
porque estás más lejana
cuando estás más presente.
Para que yo no pueda llegar hasta tu alma
tú me miras a veces con esa
misma calma
con que miran los lagos una noche estrellada:
la miran hasta el alba
y no le dicen nada.
Espadas de silencio guardan tu pensamiento
y yo me estoy muriendo de
sentir lo que siento:
angustia de no verte los labios apretados
cuando nombro la historia
de los besos robados,
angustia de mirarte las pestañas caídas
indiferentemente, como flores
vencidas,
cuando me entrego y hablo de la virtud del trigo
y te pido amoroso
que te vengas conmigo.
Nada te transparenta, hasta tu misma risa
relieva tus perfiles de
mujer imprecisa.
Todos tus actos tienen profundidad de arcano,
hasta el acto sencillo
de levantar la mano.
Me nombras y te salen despacio los sonidos,
como si no quisieran
llegar a mis oídos.
En ti misma te escondes, yo te busco y el llanto
muchas veces me
inunda y es de buscarte tanto.
Te fugas hacia adentro de ti misma obstinada
y yo sufro mirándote con
la boca cerrada.
Tus dos labios sin música de palabras ardidas
se me antojan dos
flautas por ti misma vencidas.
Vives en mi tan honda, desde hace tantos meses,
que si ahora muriera
moriría dos veces.
Angustia de mis manos buscando en el vacío
tu corazón que ignora la
soledad del mío.
Angustia de tus trenzas,
que recortaste un día
y que tenían la forma de la tristeza mía.
Canción del amor herido
Tengo las
manos muy tristes
y no sé qué hacer con ellas,
porque anoche me corté
los dedos en las estrellas.
Estaba
pensando en ti,
en tus ojos estrellados,
y me pasé por la frente
los dedos enamorados.
Fue allí donde
me corté,
en mi frente, con tus ojos,
y se me pusieron grandes
los
pensamientos y rojos.
Hoy no he podido sembrar
mi tierra, mi agricultura,
y la comida me
sabe
a tierra de sepultura.
Tengo las manos deshechas
por tus pupilas, mi amor,
por pensar en
tus pupilas
y tocar su resplandor.
Cualquier hombre
canta a su hijo presentido
Para la vida de mis hijos
bella medida es tu cintura,
y bello el ritmo
de tu pulso
para la sangre de mis hijos.
En tu nostalgia atardecida
cabe el sollozo de mi niño,
y cabe el llanto de sus ojos
entre la red
de tus pestañas.
Red que se llena de luceros
cuando la tiras en el
agua.
Guarda el reposo de tus párpados
que allí está el sueño de mi
infante,
y no te canses de mirarme
que mi pequeño está mirando
con
esa luz de tu mirada.
Enhebra el hilo de tu canto
para sentir que está
cantando
la voz del hijo entre tu voz,
como burbuja de los peces
entre los círculos del agua.
Cuando caminas me parece
que el hijo avanza con tus pasos,
y si te
quedas detenida,
entonces pienso que es el hijo
el que se para con tus
plantas.
Si vas en busca de los soles
del mediodía delirante,
pienso que el hijo de mi alma
se está acercando lentamente
a la
candela de una lámpara.
Tú eres la rama que sostiene
el alto fruto de mi carne,
y eres la
vena que da música
al corazón de mi pequeño
que está perdido en la
distancia.
Las golondrinas que tú sueñas
rayan el cielo de mi infante,
y vas cantando por la tierra
mientras el hijo va cantando
por los
caminos de tu sangre.
Destino
Por mi culpa , mujer, por mis inviernos,
muchas veces tu cara se humedece
de lágrimas.
Pero también por culpa de Dios, frecuentemente,
el rostro
de la tarde se humedece de lluvia.
El buque de los enamorados
Era un buque en el mar,
era el amor en medio de las olas inmensas,
y
era mi soledad de navegante
y los peces oscuros de tus trenzas.
Pensaba en ti, soñaba
que iba contigo a perfumar los puertos,
y a
sembrar anclas y constelaciones
en las frentes dormidas de los muertos.
Pero soñaba apenas, amor mío,
y las aguas furiosas me sacaban del
sueño,
y a ti te separaban de mi costa
como una barca triste o como un
leño.
El buque, el buque entero,
sin ti era un ataúd sobre las olas,
un
herido flotando tristemente
sobre una muchedumbre de amapolas.
Me tambaleaba en medio de gaviotas,
me inclinaba hacia ti
salobremente,
y las islas brillaban como lunas
sobre toda la noche de
mi frente.
(Mar adentro
no hay más que los recuerdos
y sal sobre mi piel, sobre la vida,
y el
amor que pregunta por la sangre
y le responde el labio de una herida.).
A veces era
lunes,
decían que era lunes mis hermanos,
y te veía venir sobre las
olas
con toda la semana entre las manos.
El tiempo era tu ausencia,
el mar era la sombra de la tristeza mía,
y el buque era un naufragio
que se inclinaba y no se decidía.
Por la noche volaban las estrellas,
como peces dorados, por el cielo,
y yo pensaba que en la tierra firme
tú también contemplabas este vuelo.
El buque del amor, de los enamorados,
todavía navega por mis venas,
y levanta la espuma de mi sangre
y la pescadería de mis penas.
Un rumor de marea que no cesa
a pesar de los días y los pasos,
acomete la costa de mis besos
y los acantilados de mis brazos.
Escucha el buque, esposa,
acerca tus oídos a mi piel como flores,
y escucha el buque, el buque,
navegar por mis mares interiores.
El mundo por dentro
Siento correr los ríos por mis venas
y crecer las estrellas en mi frente.
Siento que soy el mundo y que la gente,
habita mis pulmones y colmenas.
De flores tengo las entrañas llenas
y de peces la sangre, la
corriente
que caudalosa y permanentemente
inunda mis canciones y mis
penas.
Llevo por dentro el fuego que por fuera
dora los panes, seca la
madera
y produce el incendio del verano.
Las aves hacen nidos en mi pelo,
crece hierba en mi piel, como en el
suelo,
y galopan caballos en mi mano.
Esposa América
Te pienso desde Europa, esposa mía,
te pienso a grandes pasos, como loco,
y persigo por todas las patrias y los mapas
tu pecho montañoso, tus
rebaños de leche,
y la desesperada tierra de tus volcanes
y la
cicatrizada corteza de tu vientre.
Entre nosotros dos está el mar con sus barcos
y los campos están con
sus caballos,
pero no alcanza el agua a separarnos,
no alcanza el agua
ni la tierra alcanza,
porque yo soy el hijo que tienes en los brazos
y
tú eres el incendio que yo tengo en el alma.
Con besos y con labios desentierro tu frente
de puros resplandores
vegetales,
hambrientamente muerdo hoteles y países,
muerdo casas,
aldeas, cementerios,
y los pueblos me saben a tu cara
y las calles me
saben a tu cuerpo.
Tu olor de tierra joven me golpea,
tu perfume salvaje me penetra
y
me perfuma tanto y tan adentro,
que mi piel huele a tu vestido verde
y
huelen mis poemas a tu vida
y mis desgracias huelen a tu muerte.
Con barro de mi barro, con arcilla de América,
con fuego de tus manos
y tu aliento
estás haciendo un hijo americano.
yo escucho tu trabajo
desde Europa,
escucho el crecimiento de tu vientre
y escucho el
crecimiento de tu ropa.
Me desvelo en Berlín, en
Praga me desvelo,
siento correr tu sangre por mis puentes,
siento que
tus cosechas se propagan
por las paredes duras, por mi lecho,
y que
todas las hojas de América y los ríos
y las revoluciones estallan en tu
pecho.
Sigue creciendo, esposa,
mientras vuelvo,
esposa mía, esposa de los montes,
madre de los arados
y los vientos.
Inés, tu corazón es como un surco
y yo soy un labriego
turbulento
que te siembro, te siembro por el mundo
y por el mundo te
amo y te recuerdo.
Fecunda compañera
En el espejo
de tu cuerpo, esposa,
recogiste mi rostro, tan fielmente,
que la línea
más honda de mi frente
quedó presa en tu sangre temblorosa.
Me copiaste,
mujer, mujer hermosa,
en tu río de amor, en tu corriente,
y devolviste
generosamente
mi cara de montaña silenciosa.
El hijo es
tierra de mi propia tierra,
resplandor de mis ojos y mi guerra,
poderosa presencia de mí mismo.
Gracias a ti,
fecunda compañera,
fui como una semilla en tu pradera
y retorné más
joven de tu abismo.
Guárdame de los vientos
No me dejes
partir, no me abandones,
átame a tu cintura con tus brazos,
y aléjame
los buques de la cara
con tus suspiros y tus aletazos.
Rodéame de ti,
de tu ternura,
de tus palomas y de tus espinos,
para que no me llamen
los países,
para que no me escriban los caminos.
Tengo toda la
noche de tu pelo
para embarcarme en ella, tristemente,
y alejarme un
momento, con las manos,
de las orillas de tu continente.
Puedo andar
por mi frente, por la tuya,
con gestos numerosos y mundiales,
y me
siento más hondo en tus entrañas
que en los naufragios y en los
funerales.
Quiero
quedarme en ti, quiero que me ames
y que me arrojes besos como escalas,
siempre que me desprenda de tus labios
y me crezcan los viajes y las
alas.
Hembra de tierra y tierra
No te digo
paloma, ni princesa , ni reina,
sino mujer de tierra, hembra de tierra y
tierra,
compañera de besos, compañera
de mi revolución y de mi guerra.
Te llamo barro
de mi alfarería,
surco de mis labranzas coloradas,
pradera en que
galopan mis caballos
con las crines heridas y quemadas.
Mujer tendida
en medio de la tierra
te llamo y te rodeo con mis brazos,
como si
fueras trigo de mis eras
y raíz de mis besos y mis pasos.
No doy contigo
pensativamente
sino luchando con tu cabellera,
y golpeando mi vida
leñadora
contra tu corazón y tu madera.
Inés
Inés digo y mi boca se convierte en azúcar
de manzana partida por la luz
del verano.
Decir esta palabra es como adivinar
que está cantando un
pájaro en un árbol lejano.
Inés digo y mi labio se convierte en abierta
flor de pétalos dulces
contra la madrugada.
Decir esta palabra es soñar que está muerta
la
tarde en el abismo de la noche estrellada.
Inés digo y parece que mi voz se quedara
temblando entre las redes
impalpables de un beso.
Decir esta palabra es como si lograra
detener
en el aire la música de un rezo.
Cuando yo digo
Inés olvido los agravios
y de claros panales y canciones me acuerdo.
Decir esta palabra es apretar los labios
para intentar el acto de besar
un recuerdo.
Alzar las
manos puras para decir Inés
es caer en la sombra de un árbol florecido.
Decir Inés, siquiera por una sola vez,
es sentir en la rama del corazón
un nido.
Ínsula
Como un nocturno vino tu
mirada,
amotina mi sangre enardecida
y la noche en mis hombros
detenida,
ignora su presencia desolada.
Niña mudable
Unas trenzas oscuras y una
flor.
Y una boca que ignora su pasado.
Y un corazón pequeño y un
callado
deseo de saber lo que es amor.
Yo -plenitud del hombre
soñador-
la ungí con el perfume deseado;
le regalé una rosa y un
pecado
y un beso apasionado y un temor.
La aprisioné en amor tan
dulcemente
que ni un nardo en el viento transparente
puede encerrar
así su propia albura.
Y cansada tal vez, niña
mudable,
de mi labio en el beso perdurable,
cambió su libertad por mi
amargura.
Petición entrañable
Acércate a mi
pecho más caudalosamente,
húndete en mi camisa,
atraviesa mi piel, mis
guarniciones,
y arrásame por dentro con tus labios
y tus inundaciones.
Trasvásate a
mis venas,
a mi sangre furiosa,
y auméntame los ríos arteriales
y
la espuma que pasa por mi frente
cuando pienso hospitales.
Vuélvete mi
sustancia,
mi saliva, mi llanto,
y déjate arrastrar por estas
aguas
y por el contrapeso de las chispas
que saltan de mis fraguas.
Más todavía
súmate a mi sino,
a mi cabalgadura temblorosa,
y estréchame los pies
en los estribos,
con los tuyos calzados de palomas
y de cuchillos
vivos.
Que una sola
persona, un solo gesto,
sean nuestros dos cuerpos enlazados,
y que si
yo te beso o tú me besas,
sintamos ambos gustos de amapolas
y cornada
de fresas.
De tal manera
unidos compañera,
que ni la muerte pueda separarnos,
y que de
espaldas, en la sepultura,
tú recuerdes completa mi presencia
y yo
inmodificable tu figura.
Presencia del amor victorioso
Tú eres la que
yo quise destruir con mis besos,
pero la que resistes mi furia y mis
abrazos,
y sales siempre nueva de mis bosques espesos
y siempre
florecida de mis grandes hachazos.
( Un viento
loco y verde te golpeaba la cara,
un vendaval de besos de mi boca te
hundía,
pero el hijo llegaba con su semilla clara
y en medio de tus
ojos oscuros la encendía ).
Eres la que no
pude vencer con mi locura
y fatalmente herir con mis espadas ciegas,
y
el trueno que circula por mi cabalgadura
y el búfalo que truena por mis
hondas entregas.
Sobrevives y
cantas a mi lado, a mi vera,
como un ave incansable que atesora mis
pasos,
y vuela a toda hora sobre mi calavera
y construye su nido en
mitad de mis brazos.
Ya tienes el
tamaño de mis manos inmensas,
la medida del grito que me habita la vida,
y puedes abarcarme todo lo que me piensas
y elevas a tu frente la sangre
de mi herida.
Siento tu
punzadora dulzura en mi costado,
tu penetrante aroma de selva en mi
camino,
y nadie me consuela cuando estoy a tu lado
y pienso que la
muerte se beberá tu vino.
Sólo su cuerpo dulce
Su cuerpo es
una aldea
donde yo me refugio cuando truena en el cielo,
y tiemblan
los follajes de mis venas
y las agrupaciones de mi pelo.
Su cuerpo
dulce y hondo
y sus dos brazos como ríos sin puentes,
donde me oculto
con mis tempestades
y las constelaciones furiosas de mis dientes.
Vientos como
caballos
me pisan todo el pecho de pan y de amapolas,
pero voy a su
cuerpo
y su cuerpo me lava la sangre con sus olas.
Sólo su cuerpo
dulce
en medio de estos días con sabor a ceniza,
y a semana nocturna
sobre la matutina tela de la camisa.
Su cuerpo
dividido
en colinas, en valles, en boscajes, en nidos,
y prados de
amapolas
donde hay niños oscuros y linajes dormidos.
Miel tibia,
leche tibia,
y el rumor de la sangre bajo la piel delgada,
el rumor de
la vida
bajo la piel desnuda y levantada.
Sólo su cuerpo
dulce
para el mío de fibras y de zumos amargos,
que ya está fatigado
de las noches oscuras y los caminos largos.
Soneto del amor elemental
Te quiero así, mujer: sencillamente,
como quiere el pastor a sus ovejas,
el caminante a las encinas viejas
y el río matinal a su corriente.
Te amo como las casas a la gente
y como la colmena a las abejas,
y
los ojos dormidos a las cejas
que vuelan en el cielo de la frente.
Voy a tu corazón como las olas
a los buques cargados de amapolas
y
de maderas claras y sencillas.
Doy con tu beso al fin, con tu ternura,
como el río con toda la
llanura
y la sed con el agua sin orillas.
Soneto herido por la muerte
Va cayendo la noche en los trigales,
mis besos van cayendo en tus
racimos,
y nos vamos los dos como vinimos:
por laberintos, fechas y
hospitales.
Cuando el mar nos separa con sus sales,
por encima del mar nos
escribimos,
pero de todos modos nos sentimos
sepultados por olas
torrenciales.
Nada podrá salvarnos, compañera,
de la separación, de la madera,
del ataúd y su corteza oscura.
Trina el amor pero la muerte llora
y nos arroja sombra destructora,
sombra de pino y sed de sepultura.
Surco y mujer
Es más dulce el amor
sobre la hierba, niña.
Sobre las esmeraldas
que alfombran la campiña.
Más dulce que en el lecho
porque la tierra es ancha,
y la sombra del cuervo
la toca y no la
mancha.
Cada beso revienta
igual
que una amapola,
y a lo lejos el trigo
suena como una ola.
El varón, el labriego,
al entrar en su amada,
siente los muslos verdes
y la tierra sembrada.
Surco y mujer, iguales,
reciben la simiente,
con más cielo en los ojos
que sudor en la frente.
Vengo y voy a tu vientre
Estoy cansado,
amada, y estoy triste.
Vengo desde las tierras arrasadas y solas,
desde donde la muerte se desnuda y embiste
los acontecimientos, los
hombres y las olas.
Vengo,
hermosa, del tiempo, de la vida, del día
en que con sangre puso mi racimo
en el mundo,
y empezaron mis hojas a sentir la agonía
de un cielo sin
orillas y de un barro profundo.
Estoy cubierto
de alma derramada y herida,
me tambaleo en medio de la noche sin astros,
y dejo en las paredes de tu casa dormida
mis capitulaciones, mis huellas
y mis rastros.
Voy hacia tus
entrañas inconteniblemente
y te pido que salgas al aire, a los caminos,
a recibir las dudas que asaltan a mi frente
y los pasos que acercan mis
pasos a tus trinos.
Vestida como el campo
De verde te amo más, con el
vestido
que se parece al campo cuando llueve,
y el campo se emociona y
multiplica
su verdura por nueve.
Ataviada de selva, de árbol joven,
por mi casa mensual cantas, caminas,
y despreocupas las habitaciones
con tu aroma de encinas.
Pienso que te sembré, que soy
labriego,
que tu seno es el fruto de mi arado,
y que te salen hojas de la
vida,
y ramas del costado.
Te quiero más así, toda de verde
olorosa a madera, esperanzada,
como recién salida de la tierra
con la cara mojada.
Déjame recostar sobre tu falda,
soñar que me he perdido en tu follaje,
y que un hijo me busca como
loco
debajo de tu traje.
Viento rojo
Yo descubrí tu boca, yo te
puse
en la boca mis uvas torrenciales,
y con los pasos de mis animales
una marcha enlutada te compuse.
El color que más amo y más
te luce
es el ebrio color de los parrales,
porque desencadena mis
metales
y a tus grietas profundas me conduce.
De catafalcos y leopardos
míos
están llenos tus bosques y tus ríos,
leñadora, desnuda,
navegable.
Sobre tu cuerpo pálido me
inclino
y oigo correr tu sangre, como vino,
en medio de la noche
interminable.