"...He aguardado tantos días desnuda,
con tu nombre grabado entre las cejas,
que olvidé los inviernos, el azul y las rosas..."
"Sin título"
Peter G. Balasky
Reseña biografica
Poeta española nacida en
Villanueva de Córdoba en 1945.
Es profesora especialista en Educación
Infantil y miembro correspondiente de la Real Academia de Córdoba de
Ciencias,
Bellas Letras y Nobles Artes.
Colabora en diversos medios literarios
como articulista y crítica literaria, además de co-traductora de poesia
italiana.
Ha obtenido importantes premios en el campo de la poesia y la
narrativa entre los que se destacan: Premio Juan Alcaide
en 1985 por «Paranoia en otoño»,
Premio Juan Ramón Jiménez por «Arte de cetrería» en 1989,
XI Premio Carmen Conde
por «No temerás» en 1994, el Premio San Juan de la Cruz por
«El extranjero» en el año 2000 y el Premio de la Crítica 2011
por "Cartas de Enero".
Recibió además el premio
Carmen de Burgos por sus artículos periodísticos y los premios de
Periodismo del Instituto
de la Mujer
en Madrid 1984 y Meridiana del Instituto Andaluz de la Mujer
en 1998 por su trayectoria.
El resto de su obra está contenida en
«Cóncava mujer», «Del dolor y las alas», «Narcisia», «Alta traición», «Alada
mía»,
«Del color de los ríos», «Cartas de Enero». ©
Especial
Es un gran
placer compartir con nuestros visitantes la muestra poética enviada por
Juana Castro.
Ha dedicado gran parte de su vida a la narrativa, pero tal
como ella lo manifiesta, la poesia es su gran pasión. Su amplia
trayectoria
en el campo de las letras se refleja en el dominio del lenguaje, en la
versatilidad, y en la destreza para
expresar sus vivencias.
Gracias, Juana.
Alicia desposada
Aquaria
Apocalipsis
De la
captura nocturna de halcones por deslumbramiento
De la lonja
Destierro
Disyuntiva
El potro blanco
Inanna
Jabón de Sosa
La cuna
La era
Lotófagos
Pañuelos
Penélope
Profecía
Sentir el peso cálido...
Toda la piel del mundo
Web http://juanacastro.es
Alicia desposada
Era blanca la boda: un milagro
de espuma, de azahar y de nubes.
Cenicienta esperaba.
Las muchachas regaban cada día
los frágiles
cristales de su himen.
Blancanieves dormía.
Al galope
un azul redentor doraba la espesura
y la Bella Durmiente
erguía su mirada.
Las vestales danzaban. Y las viejas mujeres,
en las
noches de invierno,
derramaban sus cuentos de guirnaldas,
de besos y
de príncipes.
Era largo el cabello, eran frías las faldas
por las
calles de hombres.
Las fotos de las bodas
irradiaban panales de
violines
y era dulce ser cóncava
para el brazo tajante y musculoso.
La boda les cantaba por el cuerpo
como un mar de conjuros.
Y a la boda
se fueron una tarde
con su mística plena. Y cambiaron
la hora de su
brújula
por el final feliz de los cuentos de hadas.
De Cóncava mujer, Córdoba 1978
Aquaria
Llovía largamente por todos los rincones.
Gotas dulces llovían por su
espalda,
miel de venas azules el cabello,
arco ciego del mar.
Nalga
rosa perdida,
húmeda luz, la clara
porosidad de nieve de sus pómulos.
Arroyos, mar, cascadas inundando
los brazos y las cuevas,
golondrina
en el borde su mirada.
Líquida llueve, líquida
se sumerge en las algas
y una rosa de yodo, como una ventana
le florece en la sangre.
Apocalipsis
Ella no es Pomona. Ni, como las Danaides,
una daga dorada oculta
entre los senos.
Ella no es Calíope, aunque sea la voz y la belleza.
Y aunque, como
las Náyades, ame fuentes y bosques,
no es Estigia, ni Dafne,
ni es la bella Afrodita
ni el sueño de
los héroes.
Pero Ella ha nacido.
Como ananás fragante, se levanta
ungida
de romero,
como custodia viva, derramando
cuatro copas dulcísimas:
Abrazo
de la tierra,
música del aire,
luz violenta del fuego
y el almíbar del agua.
Ya no habrá nunca noche, porque Ella
se ha manifestado
con sus
cuatro trompetas y su gloria.
Y así es la gran nueva, la alegría:
Porque Ella ha nacido
y esta
es la señal, aleluya.
Que su gracia
sea con todos vosotros, aleluya.
De
Narcisia, Barcelona 1986
De la lonja
No te amaré mañana. He aguardado
tantos días desnuda, con tu nombre
grabado entre las cejas, que olvidé
los inviernos, el azul y las rosas.
Ciertamente, habría de ser negra
la piel negra del perro que amordazó
mis piernas y fue lenta, hacia dentro
vistiendo de parálisis la gallarda
evidencia del hombro. Hoy he visto
que tan sólo milímetros le restan
a
los hilos del túnel. Pero existe el remedio:
Mañana, cuando tú te
despiertes,
encontrarás el lecho bañado con mi sangre.
Un panal de
uñas rotas, y tal vez
una pluma deshojada en la lucha.
No debes
sorprenderte. Habré ganado
en el instante último mi guerra.
Con un ala
perdida junto al cielo
y la llave morada de los labios, estaré,
torpe
y triste, otra vez aprendiendo.
Mas debe ser así, pues que la libertad
hermana es gemela de la muerte.
De la
captura nocturna de halcones por deslumbramiento
La muerte es una alondra descubierta en la noche.
Ahora sé que, transida, con su brazo
fervoroso de arándanos me
acecha.
De mi alcoba, tan lejos maduraba,
tan secreta y tan dulce,
certera de mi olvido,
que sólo tras el mar, en otra orilla,
su manto
desplegaba de ternura.
Fue preciso el camino. Andar
por otras tierras,
absorber
otra luz, otra lengua, sigilosa
y terrible su huella por las
piedras.
Con mis ojos la he visto.
Estuvimos tan cerca, que el fulgor
de su música, como nieve bajaba,
ciega al mar, por mi cuerpo.
Fue un
instante de amor. Sólo el tacto
luminoso y atroz de la distancia.
Mas
vivo, desde entonces,
develada, viviendo por morir.
Por bajar, o ascender, y en el infierno
de su efímera mano, venturosa,
sucumbir finalmente
de hermosura o
maldad.
De Arte de cetrería, Col. Juan Ramón Jiménez, Huelva 1989
Destierro
Yo no soy de esta tierra.
Era ya extranjera en la distancia
del
vientre de mi madre
y todo, de los pies a la alcoba me anunciaba
destierro.
Busqué de las palmeras
mi voz entre sus signos
y perforé
de hachones
encendidos la amarga
región del azabache. Yo no sé
qué vuelo de
planetas torcería
mi suerte.
Sobre el mudo desvío, sé que voy,
como
víbora en celo, persiguiendo
el rastro de mi exilio.
No encontrará mi alma su reposo
hasta que en ti penetre
y me
amanezca
y ría.
De No temerás, Torremozas, Madrid 1994
Disyuntiva
La
tentación se llama amor
o chocolate.
Es mala la adicción.
Sin paliativos.
Si algún médico, demonio o alquimista
supiera de mi
mal
cosa sería
de andar toda la vida por curarme.
Pues tan sólo una droga,
con su cárcel
del olvido me salva de la otra.
Y así, una vez más, es
el conflicto:
O me come el amor,
o me muero esta noche de bombones.
De Alada mía, Córdoba 1996
El
potro blanco
Tiene razón ella, y el espejo
que me enseñó esta tarde.
-Mírate, tú no eres un hombre.
Los hombres nunca tienen
esa fiebre en los ojos, ni los muslos
les
florecen redondos, ni en los pechos
les crecen dos botones
erguidos
como islas detrás de la camisa.
-Mírate.
Y me miro,
y me voy desnudando
de mis tristes aperos.
Y
entonces aparece, sin que yo lo convoque,
mi cuerpo como el lirio
de
sol y la radiante manzana de la carne,
igual que en el milagro
del primer potro blanco saliendo de su madre.
Inanna
Como la flor madura del magnolio
era alta y feliz. En el
principio
sólo Ella existía. Húmeda y dulce, blanca,
se amaba en la sombría
saliva de las algas,
en los senos vallados de las trufas,
en los
pubis suaves de los mirlos.
Dormía en las avenas
sobre lechos de estambres
y sus labios de
abeja
entreabrían las vulvas
doradas de los lotos.
Acariciaba toda
la luz de las adelfas
y en los saurios azules
se bebía la savia
gloriosa de la luna.
Se abarcaba en los muslos
fragantes de los cedros
y pulsaba sus
poros con el polen
indemne de las larvas.
¡Gloria y loor a Ella,
a su útero vivo de
pistilos,
a su orquídea feraz y a su cintura!
Reverbere su gozo
en uvas y
en estrellas,
en palomas y espigas,
porque es hermosa y grande,
oh la magnolia
blanca. Sola!
(De Narcisia, Taifa poesia, Barcelona 1986)
Jabón de sosa
Hervía en la caldera de bronce sobre el fuego.
La sosa devoraba el saín
de la vida
y ella sola sabía la entraña del milagro.
Inmensa, se
enfriaba la tarta
del color de los ríos,
para luego cortarla
en cuadrados pedazos
aromados de limpio.
Hoy que ella se muere como se ha muerto el rito,
una niña recoge del
cauce de un arroyo
el fruto de una piedra: arena y tosca y ocre,
cómo
sabe su frío a la orfandad del labio.
La cuna
Estoy encinta, y vivo. Me preñó
igual que a las ovejas.
Ahora hace la
cama
con madera de olivo,
y canta, y por primera vez
me llama por
mi nombre.
Porque va a ser un niño
como su abuelo, dice,
“un hombre de verdad
que trabaje conmigo”.
Pero de noche, carga
sobre mí su balumba
y se olvida del hijo.
Será para cantar, me digo, mientras abro
las piernas y me escoro
hacia un lado eludiendo
su peso porque duele.
¿Qué será lo que siente?
La era
Mi padre
y yo dormimos
en la era, y la paja
nos es lecho de estrellas. Se
sienten
las culebras cruzar toda la noche
los haces de cebada, y ratas
como gatos
nos roban en el trigo. Me estremezco
y no grito, porque mi
padre ronca
bebiéndose la luna, y en el aire
cantan grillos de arena.
Lotófagos
A
mediodía, por el aire, pasa
el Angel mudo de los inmigrantes. Todo
se
alza y es un vaho
de pan recién cocido con aroma
de flores. En los
barrios, los tranvías,
las ventanas y el metro, cada inmigrante compra
su flor de cada día y una
ración de pan. Pan moreno, pan alto,
pan
blanco, pan rubio, de centeno o del sur.
Cada inmigrante huele
su pan
de cada día mientras muerde, una a una
las irisadas migas
de su ración
de flor.
Pañuelos
En un golpe de aire los papeles
han salido volando, y esparcen por el
suelo
su forma de blancura.
Campo seco, sembrado
de rectángulos
tersos,
limpias lenguas de sombra.
-Mis pañuelos son otros. De batista y
de lino,
descansan sobre el pasto -sus vainicas aladas-
y a mis manos
reciben
su perfección de agua.
Escritura caída.
Pañuelos
y pañuelos,
vida mía, palabra.
De Del color de los ríos, Esquío, El Ferrol 2000
Penélope
Kabul
Pajarillo enjaulado, me han quitado los ojos
y tengo
una cuadrícula
calcada sobre el mundo.
Ni mi propio sudor me
pertenece.
Espera en la antesala, me dicen, y entrelazo
mis manos
mientras cubro de envidia
las cabras que en el monte ramonean.
Ciega
de historia y lino
me pierdo entre las sombras
y a tientas voy contando
la luz del mediodía.
Noche mía del fardo
que sin luces me arroja
la esperanza del tiempo
engastado en la letra.
Noche mía, mi luz
cuadriculada en negro, cómo pesa
mi manto y su
bordado, cuánto tarda
la paz negra del cielo, cuánto tarda.
De El extranjero, Rialp, Madrid 2000
Profecía
Algún
día vendrás, sabes que miento,
que no puedo ya más tender la seda
lunar de la esperanza. Algún día
vendrás como una horca, el fiero
corazón guardando la armadura
y los labios en flor como limones
sangrados para el beso.
Peregrino lo sé, sé que algún día
recabarás
aquí tu singladura
y yo te aguardaré, aguardaré
tu oído del vacío, sé
que miento,
que no oiré nunca más
tu caracola niña. Puede ser
que
vengas algún día
de otoño o una noche
de fuego en las ventanas, algún
día
puede ser, pero sabes
que miento, yo no sé
si algún día.
Sentir el peso cálido...
Sentir el peso cálido.
Girar
previsora la vista, y saber
que no hay nadie.
Agacharse.
Enrollar
el vestido, dejar en las rodillas
la mínima blancura
de la tela, su felpa
y el fruncido que abraza
la cintura y las
ingles.
Mojar
con el chorro dorado,
tibio y dulce la tierra
tan reseca
de agosto, el desamparo
sutil de las hormigas en la hollada
palidez de
los henos.
Mezclar
su fragancia espumosa con el verde
vapor denso de mayo,
sus alados
murmullos, la espantada
carrera de los grillos.
Y en invierno, elevar
un aliento de nube
caldeada, aspirando el
helor
de hoja fría del aire.
Orinar
era un rito pequeño
de dulzura
en el campo.
(De Fisterra, Libertarias, Madrid 1992)
Toda la piel del mundo
Tú los ves ahí colgados, tirados, y dices,
vaya cosa, son cosa de mujeres, tonterías,
lo llevan para meter el pintalabios,
el móvil, quizás una compresa. Y te olvidas.
Pero ellas no olvidan, lo llevan como a un gato,
como al fiel compañero, como su santo y seña,
como su claro ex-libris.
Te equivocas si crees, en tu inocencia,
que esa cosa de rafia o de piel beige
sirve para tener a mano el colorete, las llaves, el perfume.
Yo la he visto de noche,
esa cosa respira, es una megalópolis,
no está quieta por dentro, es multiforme y crece.
A la hora del pan huele a cerveza,
y cuando está nublado
te puedes encontrar con que ahí dentro
hay una hija, un sol, unas tijeras
de robar rosas rojas.
Ahí, a tres de julio, he visto amanecer los pájaros cantando
y había un abanico para un novio
y una estrella de miel para la madre.
En el rincón azul, las gafas de coser,
las recetas del padre a la fecha de hoy,
la muestra de la tela -preciosa- que le dio el tapicero.
Al fondo la novela, la última, de Doris Lessing
y el bono de 10 horas del gimnasio.
Por ahí pasa un río,
pasa el día, la música, la niebla...
Esa cosa. Mi bolso.
Que va a dar al mar.
De "Cartas de Enero" Ed.
Fundación José Manuel Lara 2010