"Donde tu vientre es combo, fugitiva
tu espalda, oloroso tu cuerpo, te quiero."
"Sensualidad"
Peter Zsong
Reseña biografica
Rafael Múgica, nombre real
del poeta español, nació en Hernani, Guipúzcoa en 1911.
Presionado
por su padre, se radicó en Madrid donde inició sus estudios de Ingeniería y
trabajó por un tiempo
en la empresa familiar. Conoció allí a los poetas del 27 y a otros
intelectuales que lo inclinaron hacia el campo
de la literatura, dedicándose desde entonces por entero a la poesia.
En
1947 fundó en San Sebastián, con su inseparable Amparo Gastón, la colección
de poesia «Norte». Obtuvo en 1956
el Premio de la Crítica por su libro «De claro en claro», al que
siguieron entre otros, «Plural» en 1935, «Cantos Íberos»
en 1955, «Casi en prosa» en 1972, «Buenos días, buenas noches» en 1976
y «Penúltimos poemas» en 1982.
En 1986 recibió el Premio
Nacional de las Letras españolas.
Falleció en 1991.
©
A Blas de Otero
A veces me figuro que estoy enamorado...
Amor
Amor de hombre
Amparo-Ezbá
Apasionadamente
Aquí están todas
las rosas encarnadas del deseo...
Cerca y lejos
Cuéntame cómo vives, cómo
vas muriendo
De noche
Dedicatoria final
Descanso
Desde lo informe
Deseada
Despedida
Égloga
El toque delicado
En el
fondo de la noche tiemblan las aguas de plata...
En ti termino
Fecundación
Hasta la muerte
La noche viene desnuda
La poesia es un arma
cargada de futuro
Momentos felices
Morir
Mujer
Ni más ni menos
Ninfa
Penúltimas palabras
Perdido de amor
Porque sí
¿Quién eres?
Salpicada de espuma...
Tau-l
Tú que sólo eres tú
Tus gritos y mis gritos en el
alba
Un día entre nosotros
Venus
A Blas de Otero
Amigo Blas de Otero: Porque sé que tú existes,
y porque el mundo existe, y yo también existo,
porque tú y yo y el
mundo nos estamos muriendo,
gastando nuestras vueltas como quien no hace nada,
quiero hablarte y
hablarme, dejar hablar al mundo
de este dolor que insiste en todo lo que existe.
Vamos a ver,
amigo, si esto puede aguantarse:
El semillero hirviente de un corazón podrido,
los mordiscos
chiquitos de las larvas hambrientas,
los días cualesquiera que nos comen por dentro,
la carga de miseria,
la experiencia —un residuo—,
las penas amasadas con lento polvo y llanto.
Nos estamos
muriendo por los cuatro costados,
y también por el quinto de un Dios que no entendemos.
Los metales
furiosos, los mohos del cansancio,
los ácidos borrachos de amarguras antiguas,
las corrupciones vivas,
las penas materiales...
todo esto —tú sabes—, todo esto y lo otro.
Tú sabes. No
perdonas. Estás ardiendo vivo.
La llama que nos duele quería ser un ala.
Tú sabes y tu verso pone
el grito en el cielo.
Tú, tan serio, tan hombre, tan de Dios aun si pecas,
sabes también
por dentro de una angustia rampante,
de poemas prosaicos, de un amor sublevado.
Nuestra pena es tan
vieja que quizá no sea humana:
ese mugido triste del mar abandonado,
ese temblor insomne de un
follaje indistinto,
las montañas convulsas, el éter luminoso,
un ave que se ha vuelto
invisible en el viento,
viven, dicen y sufren en nuestra propia carne.
Con los cuatro
elementos de la sangre, los huesos,
el alma transparente y el yo opaco en su centro,
soy el agua sin
forma que cambiando se irisa,
la inercia de la tierra sin memoria que pesa,
el aire estupefacto
que en sí mismo se pierde,
el corazón que insiste tartamudo afirmando.
Soy creciente. Me
muero. Soy materia. Palpito.
Soy un dolor antiguo como el mundo que aún dura.
He asumido en mi
cuerpo la pasión, el misterio,
la esperanza, el pecado, el recuerdo, el cansancio,
Soy la instancia
que elevan hacia un Dios excelente
la materia y el fuego, los latidos arcaicos.
Debo salvarlo todo
si he de salvarme entero.
Soy coral, soy muchacha, soy sombra y aire nuevo,
soy el tordo en la
zarza, soy la luz en el trino,
soy fuego sin sustancia, soy espacio en el canto,
soy estrella, soy
tigre, soy niño y soy diamante
que proclaman y exigen que me haga Dios con ellos.
¡Si fuera yo
quien sufre! ¡Si fuera Blas de Otero!
¡Si sólo fuera un hombre pequeñito que muere
sabiendo lo que sabe,
pesando lo que pesa!
Mas es el mundo entero quien se exalta en nosotros
y es una vieja
historia lo que aquí desemboca.
Ser hombre no es ser hombre. Ser hombre es otra cosa.
Invoco a
los amantes, los mártires, los locos
que salen de sí mismos buscándose más altos.
Invoco a los valientes,
los héroes, los obreros,
los hombres trabajados que duramente aguantan
y día a día ganan su
pan, mas piden vino.
Invoco a los dolidos. Invoco a los ardientes.
Invoco a los que
asaltan, hiriéndose, gloriosos,
la justicia exclusiva y el orden calculado,
las rutinas mortales, el
bienestar virtuoso,
la condición finita del hombre que en sí acaba,
la consecuencia
estricta, los daños absolutos.
Invoco a los que sufren rompiéndose y amando.
Tú también, Blas
de Otero, chocas con las fronteras,
con la crueldad del tiempo, con límites absurdos,
con tu ciudad, tus
días y un caer gota a gota,
con ese mal tremendo que no te explica nadie.
Irónicos zumbidos de
aviones que pasan
y muertos boca arriba que no, no perdonamos.
A veces me parece
que no comprendo nada,
ni este asfalto que piso, ni ese anuncio que miro.
Lo real me
resulta increíble y remoto.
Hablo aquí y estoy lejos. Soy yo, pero soy otro.
Sonámbulo
transcurro sin memoria ni afecto,
desprendido y sin peso, por lúcido ya loco.
Detrás de cada cosa
hay otra cosa que es la misma,
idéntica y distinta, real y a un tiempo extraña.
Detrás de cada
hombre un espejo repite
los gestos consabidos, mas lejos ya, muy lejos.
Detrás de Blas de
Otero, Blas de Otero me mira,
quizá me da la vuelta y viene por mi espalda.
Hace aún pocos
días caminábamos juntos
en el frío, en el miedo, en la noche de enero
rasa con sus estrellas
declaradas lucientes,
y era raro sentirnos diferentes, andando.
Si tu codo rozaba por azar
mi costado,
un temblor me decía: «Ese es otro, un misterio.»
Hablábamos
distantes, inútiles, correctos,
distantes y vacíos porque Dios se ocultaba,
distintos en un tiempo y
un lugar personales,
en las pisadas huecas, en un mirar furtivo,
en esto con que afirmo:
«Yo, tú, él, hoy, mañana»,
en esto que separa y es dolor sin remedio.
Tuvimos aún que
andar, cruzar calles vacías,
desfilar ante casas quizá nunca habitadas,
saber que una escalera
por sí misma no acaba,
traspasar una puerta -lo que es siempre asombroso-,
saludar a otro
amigo también raro y humano,
esperar que dijeras -era un milagro-: Dios al fin escuchaba.
Todo el dolor del mundo le atraía a nosotros.
Las iras eran santas; el amor, atrevido;
los árboles, los rayos, la
materia, las olas,
salían en el hombre de un penar sin conciencia,
de un seguir por
milenios, sin historia, perdidos.
Como quien dice «sí», dije Dios sin pensarlo.
Y vi que era
posible vivir, seguir cantando.
Y vi que el mismo abismo de miseria medía
como una boca hambrienta,
qué grande es la esperanza.
Con los cuatro elementos, más y menos que hombre,
sentí que era
posible salvar el mundo entero,
salvarme en él, salvarlo, ser divino hasta en cuerpo.
Por eso,
amigo mío, te recuerdo, llorando;
te recuerdo, riendo; te recuerdo, borracho;
pensando que soy bueno,
mordiéndome las uñas,
con este yo enconado que no quiero que exista,
con eso que en ti
canta, con eso en que me extingo
y digo derramado: amigo Blas de Otero.
A veces me figuro que estoy enamorado...
A veces me figuro que estoy enamorado,
y es dulce, y es extraño,
aunque, visto por fuera, es estúpido, absurdo.
Las canciones de
moda me parecen bonitas,
y me siento tan solo
que por las noches bebo más que de costumbre.
Me ha enamorado Adela, me ha enamorado Marta,
y,
alternativamente, Susanita y Carmen,
y, alternativamente, soy feliz y lloro.
No soy muy inteligente,
como se comprende,
pero me complace saberme uno de tantos
y en ser vulgarcillo hallo
cierto descanso.
Amor
Vivir es fácil y, a veces,
casi alegre.
Esta tarde -mar, pinares,
azul-,
suspendido entre los brazos ligerísimos del aire
y entre los
tuyos, dulce, dulce mía,
un ritmo palpitante me cantaba:
es fácil y, a
veces, casi alegre.
La brisa unía en un mismo latido
nuestros cuerpos, los árboles, las
olas,
y nosotros no éramos distintos
de las nubes, los pájaros, los
pinos,
de las plantas azules de agua y aire,
plantas, al fin,
nosotros, de callada y dulce carne.
La tierra se extasiaba; ya casi era divina
en las nubes redondas, en
la espuma,
en este blanco amor que, radiante, se eleva
al suave empuje
de dos cuerpos que se unen
en la hierba.
¿Recuerdas, dulce mía, cuando el aire
se llenaba de
palomas invisibles,
de una música o brisa que tu aliento
repetía
apresurado de secretos?
Vivir es fácil y, a veces, casi alegre.
Contigo entre los brazos
estoy viendo
caballos que me escapan por un aire lejano,
y estoy, y
estamos, tocando con los labios
esas flores azules que nacen de la nada.
Vivir es fácil y, a veces, casi alegre.
Al hablar, confundimos; al
andar, tropezamos;
al besarnos no existe un solo error posible:
resucitan los cuerpos cantando, y parece
que vamos a cubrirnos de flores
diminutas,
de flores blancas, lo mismo que un manzano.
Dulce, dulce mía, ciérrame los ojos,
deja que este aire inunde
nuestros cuerpos;
seamos solamente dos árboles temblando
con lo mismo
que en ellos ha temblado esta tarde.
Vivir es más que fácil: es
alegre.
Por caminos difíciles hoy llego
a la simple verdad de que tú
vives.
Sólo quiero el amor, el árbol verde
que se mueve en el aire
levemente
mientras nubes blanquísimas escapan
por un cielo que es
rosa, que es azul, que es
gris y malva,
que es siempre lo infinito y no comprendo,
ni quiero
comprender porque esto basta:
¡amor, amor! , tus brazos y mis brazos
y
los brazos ligerísimos del aire que nos lleva,
y una música que flota por
encima,
que oímos y no oímos,
que consuela y exalta:
¡amor también
volando a lo divino!
Amor de hombre
Mi estricta voluntad, mi
punta seca
que está domando en ella
oceánicas pasiones y rumores
antiguos. El cauterio que aplico
a esa llaga amorosa que, sin forma,
palpita.
Si hiero, mato, engendro.
(Su exánime sonrisa me conmueve y me excita.)
Si la acaricio, mido,
sujeto sus equívocos y todas
las suavidades sumas que a la nada convidan.
Hasta que al fin, en
sangre,
en su sólo sí misma,
en mi ir traspasando mis propios
sentimientos,
la obtengo, mato, muero.
Amparo-Eszbá
Indecisa y cambiante, ¿eres
amor o muerte?
¡Ay, ven, Amparo-Ezbá, que te estoy esperando!
Es la
palpitación de origen quien podría
acogerte, y besarte, y ofrecerte un
refugio
caliente de jazz-hot y trances convulsivos
como, cuando
bailando, se pierde la conciencia.
Ven tú, amorosa, ven como la noche
crece,
deseo sin objeto, tú que eres el no-objeto
y el placer
imposible que en el límite busca
infinitudes ciegas. ¡Ay, no-tú, Ezbá,
no-sí,
sí, ven, Ezbá, indecisa, transparente, inasible,
temblorosa de
luces, soñadora, engañosa,
tú, tejido del iris, centelleo, sonrisa
hasta mi dulce llanto y a esos gritos salvajes
que no son el amor, o sí
son, o al no ser
te llaman desde el centro del tornasol nocturno,
tiránica, traviesa, fascinante, escapada,
y niña, y absorbente como un
vórtice suave,
y riendo, riendo, mortal como un pecado
que no existe
mas haces con tu burla que exista,
tan cruel, encantadora, pasajera,
incitante,
que líquida, impalpable, movimiento sin móvil,
descubres,
deshuesada, la santa realidad!
Entonces flota el mundo casi feliz,
dudoso,
y el recuerdo anochece lentísimo en la brisa.
Y tú, nunca
creída, y tú, siempre sabida,
te ofreces para nada, te niegas para más,
como un antiguo ensalmo y un susurro al oído,
cuando ya todo duerme, y tú
casi nos hablas,
o nos cantas, nos rezas, entonteces con nanas.
¡Oh
tú, dime quién eres! ¡Oh Ezba, dime si existes!
Apasionadamente
¡Y tanto, y tanto te amo
que mis palabras mueren
en un rumor de besos sin descanso!
¡Y tanto todavía que mis
manos
no te hallan al tocarte!
¡Tanto y tan sin descanso,
que fluyo, y fluyo, y fluyo,
y es solamente llanto!
Aquí están todas las rosas encarnadas del deseo...
¡Aquí están todas las rosas
encarnadas del deseo!
Allí la luna, callada,
blanca y estéril,
mirando,
espejo vuelto a sí mismo,
su perfección de narciso:
soledad en aguas blancas
de lo blanco
quieto y frío.
Dura o sin sangre,
tranquila,
de está mirando a sí misma,
mientras rosas encarnadas,
pulpa y
amor, carne viva,
bajo una brisa caliente
se desmayan de delicia.
Con los ojos en la luna,
bajo los pies, rosas rojas,
estoy esperando, quieto,
que tú, que
yo mismo venga
sigiloso por la espalda,
con la sorpresa de un beso
blanco y
verde de silencio,
que tú, que yo mismo venga
con un beso
muerto de puro perfecto.
Cerca y lejos
Más allá del pecado,
indecible, te adoro,
y al buscar mis palabras
sólo encuentro unos
besos.
En el pecho, en la nuca,
te quiero.
En el cáliz secreto,
te quiero.
donde tu vientre es combo,
fugitiva tu espalda,
oloroso tu cuerpo,
te quiero.
Cuéntame cómo vives,
cómo vas muriendo
Cuéntame cómo vives;
dime sencillamente cómo pasan tus días,
tus
lentísimos odios, tus pólvoras alegres
y las confusas olas que te llevan
perdido
en la cambiante espuma de un blancor imprevisto.
Cuéntame cómo vives;
ven a mí, cara a cara;
dime tus mentiras (las
mías son peores),
tus resentimientos (yo también los padezco),
y ese
estúpido orgullo (puedo comprenderte).
Cuéntame cómo mueres;
nada tuyo es secreto:
la náusea del vacío (o
el placer, es lo mismo);
la locura imprevista de algún instante vivo;
la esperanza que ahonda tercamente el vacío.
Cuéntame cómo mueres;
cómo renuncias -sabio-,
cómo -frívolo-
brillas de puro fugitivo,
cómo acabas en nada
y me enseñas, es claro,
a quedarme tranquilo.
De "Tranquilamente
hablando, 1945
De noche
Y la noche se eleva como
música en ciernes,
y las estrellas brillan temblando de extinguirse,
y
el frío, el claro frío,
el gran frío del mundo,
la poca realidad de
cuanto veo y toco,
el poco amor que encuentro,
me mueven a buscarte,
mujer, en cierto bosque de latidos calientes.
Sólo tú, dulce mía,
dulce en los olores de savia espesa y fuerte,
sin palabras, muy cerca,
palpitando conmigo,
sólo tú eres real en un mundo fingido;
y te toco,
y te creo,
y eres cálida y suave matriz de realidades,
amante, amparo,
madre,
o peso de la tierra que sólo en ti acaricio,
o presencia que
aún dura cuando cierro los ojos,
fuera de mí, tan bella.
Dedicatoria final
Pero tú existes ahí. A mi lado. ¡Tan cerca!
Muerdes una manzana. Y la manzana existe.
Te enfadas. Te ríes. Estás
existiendo.
Y abres tanto los ojos que matas en mí el miedo,
y me das la manzana
mordida que muerdo.
¡Tan real es lo que vivo, tan falso lo que pienso
que -¡basta!- te
beso!
¡Y al diablo los versos,
y Don Uno, San Equis, y el Ene más Cero!
Estoy vivo todavía gracias a tu amor, mi amor,
y aunque sea un
disparate todo existe porque existes,
y si irradias, no hay vacío, ni hay razón para el suicidio,
ni
lógica consecuencia. Porque vivo en ti, me vivo,
y otra vez, gracias a ti, vuelvo a sentirme niño.
Descanso
Con ternura, con paz, con inocencia,
con una blanda tristeza o el
cansancio
que viene a ser un perro fiel que acariciamos,
estoy sentado
en mi sillón y soy feliz,
y soy feliz
porque no siento la necesidad de
pensar algo preciso.
Con una fatiga que no es un desengaño,
con un gozo que no alienta
esperanzas,
estoy en mi sillón, y estoy
en algo que quizás sólo es
amor.
Sé que floto
y nada me parece sin embargo indiferente;
sé que nada
me alegra ni me duele
y que sin embargo todo me enternece;
sé que eso
es el amor,
o que quizá solamente es un dulce cansancio;
sé que soy
feliz
porque no siento la necesidad de pensar algo preciso.
Desde lo informe
Un dulce llanto espeso,
una delicia informe,
materia que me envuelve y sofoca magnolias,
suave
silencio oscuro,
aliento largo y blando.
Las caricias se espesan
(me derramo por ellas),
y, voy por el jardín secreto murmurando,
y, al
tocarte, me asombro de que tengas un cuerpo,
y al lazar la cabeza,
las
estrellas me asustan con su dura fijeza.
Deseada
Deseada, ¡tan suave!,
confín donde resbalo.
¡Oh siempre un poco ausente,
suspendida en la
nada!
¿Son tus ojos dulces?
No, que está turbado
tu mirar brillante
de anhelos contrarios.
Yo te amo, te amo, te amo,
todo lleno de alas tempestuosas,
y de garras, de furias,
de dolor, por
abrirme.
¡Oh, tenme en tu sonrisa,
en tu sombra, en lo leve
de tu mano impalpable!
¡Tenme en tu caricia!
¿A qué llamas cambiando?
¿Qué me pides furtiva?
¡Oh tú, siempre ignorada,
tú siempre antigua y
nueva!
Ven más cerca. No temas.
Tu mano tibia tiembla,
tu cintura se atreve
con sobresaltos, mía.
¡Mía, deseada!
Y aún sonríes con ojos
inocentes y raros.
¡Oh, dime! ¿Qué sugieren
tus ojos arcaicos?
Cabelleras, torrentes,
músicas perdidas,
corazón: esa ave
que, cogida, tiembla.
Y tú, esquiva, flotando
desnuda, lenta y suave.
Tú, chiquita, huida
en un cielo sin nadie.
¡Oh dime, deseada,
cómo
hay que abrazarte
mientras tu boca expira
en la mía, sin habla!
Di si tu remota
belleza
en tu cuerpo
puedo yo apresarla.
Puedo así matarte.
Deseada, ya basta.
Deseada, no puedo.
Deseada, tú quieres
que yo muera contigo.
Despedida
Quizás, cuando me muera,
dirán: Era un poeta.
Y el mundo, siempre
bello, brillará sin conciencia.
Quizás tú no recuerdes
quién fui, mas en ti suenen
los
anónimos versos que un día puse en ciernes.
Quizás no quede nada
de mí, ni una palabra,
ni una de estas
palabras que hoy sueño en el mañana.
Pero visto o no visto,
pero dicho o no dicho,
yo estaré en
vuestra sombra, ¡oh hermosamente vivos!
Yo seguiré siguiendo,
yo seguiré muriendo,
seré, no sé bien
cómo, parte del gran concierto.
Égloga
Rubio, fuerte, manso,
triste sin melancolía
como el mediodía,
lento como la tierra,
toscas las manos que parten
el pan y abarcan el seno
maternal de Ceres,
Menalcas apacienta sus grandes vacas rojas
frente al mar: estupor
de luz en la inmensidad.
¡Oh mar, oh campo, oh bestias!
¡Oh siesta, pesadumbre
del cuerpo poderoso que, ahora, inerte,
se cubre como de una enfermedad de cantos
monótonos y vagos,
mientras la tierra sueña,
muge lenta
como una vaca triste que esperara
la fecunda inquietud de las estrellas,
la sagrada
palpitación escondida,
el amante
nocturno que no dice su nombre!
El toque delicado
Si toco en mi dolor, todo
lo siento
mío, mío, perdido vagamente.
Si toco en el dolor mas de
repente
me vuelvo a las estrellas y a lo bello,
yo siento el corazón
que aquí me quema
como un mero detalle en el sistema.
En el fondo de la noche tiemblan las aguas de plata...
En el fondo de la noche
tiemblan las aguas de plata.
La luna es un grito muerto en los ojos delirantes.
Con su nimbo de silencio
pasan los sonámbulos de cabeza de cristal,
pasan como quien suspira,
pasan entre los hielos transparentes y verdes.
Es el momento de las rosas encarnadas y los puñales de acero
sobre los cuerpos blanquísimos del frío.
En el fondo de la noche tiembla el árbol del silencio;
los hombres gritan tan alto que solo se oye la luna.
Es el momento en que los niños se desmayan sobre los pianos,
el momento de las estatuas en el fondo transparente de las aguas,
el momento en que por fin todo parece posible.
En el fondo de la noche tiembla el árbol del silencio.
Decidme lo que habéis visto los que estabais con la cabeza vuelta.
La quietud de esta hora es un silencio que escucha,
el silencio es el sigilo de la muerte que se acerca.
Decidme lo que habéis visto.
En el fondo de la noche
hay un escalofrío de cuerpos ateridos.
En ti termino
Este objeto de amor no es
un objeto puro;
es un objeto bello, y creo que eso basta.
Bellos son
sus brazos, sus hombros, sus senos;
bellos son sus ojos (¡y qué bien me
mienten!)
Deseable, me engaña, o
furtiva, resbala
suave, suavemente, con física dulzura,
o gravita
hacia un centro más secreto que el alma;
o duele con un fuego más real
que el cariño.
Si la beso, no hablo; si la
toco, no creo;
y me quedo callado mirándola muy cerca,
o me duermo en
sus brazos, o me muero en su espasmo,
y en aniquilarme hallo cierto
descanso.
Fecundación
Y si yo te toco, tú eres lo
que eres;
y si no te toco,
tú, tranquila, duermes.
Tú, conmigo, todo;
tú,
sin mi, perdida;
tú, mujer conmigo,
nada si no nombro.
Y si yo te toco,
palmera
que crece,
sonrisas abiertas
que, meciendo, envuelven.
Y si no te toco,
dulzura
que pesa,
caes en tu silencio
densamente lenta.
Hasta la muerte
En el paisaje oscuro
oigo tu voz, tu voz,
tu larga voz de espesas
caricias resbaladas,
mojadas y olorosas.
La noche me suspende
en
un vuelo pausado
e, inmóvil, pone en vilo
lo que el hombre no
entiende:
tu voz, tu voz querida
hundiéndome en lo ausente.
Uno cierra los ojos
(¡me
da miedo mirarte!);
uno tiende las manos
-aves heridas y leves-,
y
en sus raíces siente
que tú eres y no eres.
La noche viene desnuda...
La noche viene desnuda:
senos de luna,
guantes morados.
Con los brazos en alto
ya la estoy esperando.
¡Qué cerca de mi oído
enmudecen sus labios!
¡Amor, amor!
La
muerte
me está besando.
La poesia es un arma
cargada de futuro
Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,
mas se palpita y
se sigue más acá de la conciencia,
fieramente existiendo, ciegamente afirmado,
como un pulso que golpea
las tinieblas,
cuando se miran de frente
los vertiginosos ojos claros de la
muerte,
se dicen las verdades:
las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.
Se dicen los poemas
que ensanchan los pulmones de cuantos,
asfixiados,
piden ser, piden ritmo,
piden ley para aquello que sienten excesivo.
Con la velocidad del instinto,
con el rayo del prodigio,
como mágica evidencia, lo real se nos convierte
en lo idéntico a sí mismo.
poesia para el pobre, poesia
necesaria
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por
minuto,
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.
Porque
vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin
pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo.
Maldigo la poesia concebida como un
lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden
y evaden.
Maldigo la poesia de quien no toma partido hasta mancharse.
Hago
mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren
y canto respirando.
Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas
personales, me ensancho.
Quisiera daros vida, provocar nuevos
actos,
y calculo por eso con técnica qué puedo.
Me siento un ingeniero del
verso y un obrero
que trabaja con otros a España en sus aceros.
Tal es mi poesia:
poesia-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de
futuro expansivo
con que te apunto al pecho.
No es una poesia gota a gota
pensada.
No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es algo como el
aire que todos respiramos
y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.
Son palabras
que todos repetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más
necesario: lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.
Momentos felices
Cuando llueve, y reviso mis papeles, y acabo
tirando todo al fuego: poemas incompletos,
pagarés no pagados,
cartas de amigos muertos,
fotografías, besos guardados en un libro,
renuncio al peso muerto de
mi terco pasado,
soy fúlgido, engrandezco justo en cuanto me niego,
y así atizo las
llamas, y salto la fogata,
y apenas si comprendo lo que al hacerlo siento,
¿no es la felicidad
lo que me exalta?
Cuando salgo a la calle silbando alegremente
--el pitillo en los
labios, el alma disponible--
y les hablo a los niños o me voy con las nubes,
mayo apunta y la
brisa lo va todo ensanchando,
las muchachas estrenan sus escotes, sus brazos
desnudos y morenos,
sus ojos asombrados,
y ríen ni ellas saben por qué sobreabundando,
salpican de alegría
que así tiembla reciente,
¿no es la felicidad lo que siente?
Cuando llega un amigo, la
casa está vacía,
pero mi amada saca jamón, anchoas, queso,
aceitunas, percebes, dos
botellas de blanco,
y yo asisto al milagro --sé que todo es fiado--,
y no quiero pensar
si podremos pagarlo;
y cuando sin medida bebemos y charlamos,
y el amigo es dichoso, cree
que somos dichosos,
y lo somos quizá burlando así a la muerte,
¿no es felicidad lo que
trasciende?
Cuando me he despertado, permanezco tendido
con el balcón
abierto. Y amanece: las aves
trinan su algarabía pagana lindamente:
y debo levantarme, pero no me
levanto;
y veo, boca arriba, reflejada en el techo
la ondulación del mar y el
iris de su nácar,
y sigo allí tendido, y nada importa nada,
¿no aniquilo así el
tiempo? ¿No me salvo del miedo?
¿No es felicidad lo que amanece?
Cuando voy al mercado, miro los
abridores
y, apretando los dientes, las redondas cerezas,
los higos
rezumantes, las ciruelas caídas
del árbol de la vida, con pecado sin duda
pues que tanto me tientan.
Y pregunto su precio,
regateo, consigo por fin una rebaja,
mas terminado el juego, pago el
doble y es poco,
y abre la vendedora sus ojos asombrados,
¿no es la felicidad lo que
allí brota?
Cuando puedo decir: el día ha terminado.
Y con el día digo su
trajín, su comercio,
la busca del dinero, la lucha de los muertos.
Y cuando así cansado,
manchado, llego a casa,
me siento en la penumbra y enchufo el tocadiscos,
y acuden
Kachaturian, o Mozart, o Vivaldi,
y la música reina, vuelvo a sentirme limpio,
sencillamente limpio y,
pese a todo, indemne,
¿no es la felicidad lo que me envuelve?
Cuando tras dar mil
vueltas a mis preocupaciones,
me acuerdo de un amigo, voy a verle, me dice:
"Estaba justamente
pensando en ir a verte."
Y hablamos largamente, no de mis sinsabores,
pues él, aunque
quisiera, no podría ayudarme,
sino de cómo van las cosas en Jordania,
de un libro de Neruda, de su
sastre, del viento,
y al marcharme me siento consolado y tranquilo,
¿no es la felicidad
lo que me vence?
Abrir nuestras ventanas; sentir el aire nuevo;
pasar por un
camino que huele a madreselvas;
beber con un amigo; charlar o bien callarse;
sentir que el
sentimiento de los otros es nuestro;
mirarse en unos ojos que nos miran sin mancha,
¿no es esto ser feliz
pese a la muerte?
Vencido y traicionado, ver casi con cinismo
que no pueden quitarme
nada más y que aún vivo,
¿no es la felicidad que no se vende?
Morir
¡Ay tú, siempre lejana!
(Tu cuerpo poseído
me parece aún intacto.)
¡Ay, tu sonrisa esquiva!
¡Ay, tus palabras vagas!
Todo tan sin sentido
(adorable, imposible!)
que no eres tú, no es nada,
es la nada lo que amo
revestida de luces
que en suave piel resbalan.
Desnúdate, ¿qué importa?
Ya sólo sé morirme
y no mirarte. Canto
cierto nácar cambiante,
deseo con mil nombres
que aquí brilla variando,
ternura, o llanto, o
dicha,
o -querida, querida, querida-
no saber qué se dice,
morir tu
misma muerte,
rozarte así imposible.
Mujer
Esas nubes amadas se hacen
al fin estatua.
Si acaricio, doy forma
y, en el azul, desnuda como una
diosa antigua,
estás tú, sólo bella.
Mas si viene la noche,
si una brisa te envuelve dulcemente asfixiante,
vuelves al mar confuso
donde tomaste origen,
ola fresca y sonora que rompe alegremente,
toda
alzada, y luego
ancha y derramada
como una madre llega ya al fin de
las palabras,
sonríe piadosa.
Ni más ni menos
Son tus pechos pequeños,
son tus ojos confusos,
lo que no tiene nombre
y no comprendo, adoro.
Son tus muslos largos
y
es tu cabello corto;
lo que siempre me escapa
y no comprendo, adoro.
Tu cintura, tu risa,
tus
equívocos locos,
tu mirada que burla
y no comprendo, adoro.
¡Tú que estás tan cerca!
¡Tú que estás tan lejos!
Lo que beso, y no tengo,
y no comprendo,
adoro.
Ninfa
Se detiene en el borde del abismo y escucha,
viniendo desde el fondo,
rampante, dulce, densa,
una serpiente alada, una música vaga.
Escapa por la suave pereza de su carne
que en el fondo era fango,
era ya tibia, y lenta, y latente, y sin forma;
era como el dios de gran
barba dormido
junto al río en la siesta,
junto a ella en la noche
carnal y sofocada de junio con olores.
Y escucha temblorosa,
apaga una tras otra penúltimas preguntas,
y
duerme, se hunde, duerme
en brazos de un gran dios de pelo duro y rojo,
divino Pan: un dios
hecho bestia que huele.
Penúltimas palabras
Mientras las estrellas
brillan temblorosas,
te diré una palabra sencilla y antigua,
palabra
siempre dicha, pero nunca entendida,
palabra que tan sólo de tú a tú
comprendemos:
Te amo.
La noche vasta ensancha tu
dulce presencia.
Secretamente te hablo retorciendo mi angustia.
Secretamente sufro por algo prohibido
y es sencillo y terrible como tú si
me miras:
Te amo.
La muerte sólo brilla con
tranquilas estrellas.
Sus párpados son lentos; su silencio es antiguo;
sus manos que no tocan me adivinan en sombra;
su gloria es un secreto.
Regia amante nocturna de
senos glaciales,
cielo de la hermosura más allá de mi dicha
y mi amor,
y mi canto, y mi vuelo más loco,
¡también yo he de callarme!
Perdido de amor
La fatiga, la inmensa
fatiga de los días repetidos.
(Toda alegría supone
algo de heroísmo.)
Admirable enemiga,
de ti
nazco sufriendo.
(Arder: Así me miento
un alma iluminada.)
Y vivo de la muerte
que
me das sonriendo,
y muero en la dulzura
de tu vago silencio.
Amada, amada mía,
alta
llama en el tiempo,
tú creas melodías
con pausas y secretos.
Y el hastío se alarga
de
pronto en formas dulces,
y los días se nombran
según un sentimiento.
Porque sí
Pececito esquivo,
caballito que monto,
delicia que no nombro,
y quiero, quiero, quiero.
Cuando te beso, acierto;
cuando te toco, creo;
si te acaricio mido
mi infinito deseo.
Mas te prolongas lejos;
eres más, eres lo otro,
lo que nunca apreso
aunque te toco y beso.
siempre un poco esquiva,
siempre resbalada,
tú, que nunca entiendo,
y quiero, quiero, quiero.
¿Quién
eres?
Con cambiarte de traje, te
cambio también de alma.
( No adivinas mi angustia. No sé casi quién eres.
)
Si te revuelvo el pelo tú
ríes locamente
mientras a mí me duele sentirte tan informe.
Tanto puedo variarte que no
sé ya que quiero.
Tú puedes serlo todo. Tú eres la misma nada.
Y te ríes, y acaso, si tus
labios me buscan
son solo una medusa de silencio anhelante.
Salpicada de espuma, de salitre...
Salpicada de espuma, de
salitre,
desnuda, desde el mar,
viene gritando:
La vida, sí, la vida misma:
¡Un delirio por los prados!
Desde mi ventana blanca,
con los brazos extendidos,
la estoy llamando con voces
de un
ardor desmelenado.
Salpicada de espuma, de
salitre,
desnuda, por los campos,
va gritando.
¡La vida, sí, la vida
misma!
Pálido y alto, callado,
la mira pasar llorando.
Tau-l
La bonita mentira de cada día
no engaña a nadie, pero ayuda a
vivir, y exalta.
No pido más.
Amanece inundando.
Los pájaros cantores
cierran los circuitos
eléctricos del día.
¡Es la belleza, es la vida!
La cabeza se enciende
como una bombilla
a unos doscientos voltios de normal poesia.
¿Es la
belleza? No sé.
Es el mundo habitual de la pereza
donde mis números
sirven,
mis distancias miden,
mis ideas cuentan,
no se funde el aparato que en mí versifica.
¿Es la vida?
Sé que
hay otra
más real, más escondida, menos mía,
pero ésta es mi alegría,
mi mentira,
y los átomos me dejan de momento
que viva en mi fantasía,
es decir, en lo vulgar
del día que es tan sólo un cada día
sin más,
normal,
fabulosamente real.
Tú que solo eres tú
Mi vicio, mi locura, mi
alegría,
¡todavía muchacha!
Mi nunca suficientemente amada,
cámbiame los ojos si así quieres,
pónmelos de ira.
Es lo mismo. Me das
vida.
Tus gritos y mis gritos en el alba...
Tus gritos y mis gritos en
el alba.
Nuestros blancos caballos corriendo
con un polvo de luz sobre la
playa.
Tus labios y mis labios de
salitre.
Nuestras rubias cabezas desmayadas.
Tus ojos y mis ojos,
tus manos y mis manos.
Nuestros cuerpos
escurridizos de algas.
¡Oh amor, amor!
Playas
del alba.
Un día entre nosotros
Yo me siento. Tú te sientes. Nos sentimos,
estamos juntos. Somos
terriblemente dichosos,
como el cielo siempre azul, como el espanto,
como la luz que es la luz,
como el espacio.
Si ahora me preguntaran por qué estoy tan contento,
diría: «Porque
soy.»
Y al decirme sería un poco menos.
Si tratara de explicarme
surgirían como sierpes
desenvueltas y en combate mis ambiguos
sentimientos.
Pero soy solo. Sí. Soy. Te creo.
Estas aquí, en mí mismo.
Ni te veo, ni te pienso, ni te beso, ni te
sueño.
Sólo estás. Estoy contigo. Yo, a tu lado, Tú conmigo.
Estamos
uno en otro, tan reales
que con ser poco, ese poco es ya bastante.
Estamos en lo que somos, de puro simples, totales.
Estamos donde siempre, callados. No hay motivo
razonable para ser tan
ferozmente dichosos.
Pero sacan el porrón de vino, las chuletas,
la ensalada, el Cacciotta ricamente podrido,
el jugo de naranja, los
cafés, la ginebra.
Estamos juntos y todo nos sabe por eso a fiesta.
Soy feliz, ¡tan feliz!
Si ahora me levantara saldría por el techo.
Estoy, como se dice vulgarmente, contento.
Vivo, vivo, y contigo
comprendo que vivir es algo muy sencillo.
El corazón ha abierto su mano y
yo deliro.
Me dejo estar. Te quiero. Todo es bello.
Irradio una certeza
fulminante.
Soy el alguien tremendo que en ti se basta a sí mismo.
Soy
mi absoluta presencia (¿qué pasa?)
que está aquí (¡perdón, nada!).
Soy
contigo y tú conmigo, el imán de los prodigios.
¿Quién creería si nos viera que cada día, obtusa,
la desgracia del
mundo de fuera nos arrastra?
¡Amor besa mi muerte! ¡Dolor, sé voluptuoso!
¡Oh tú, Necesidad, pon la burla en mis ojos
y en pecho ese ritmo de la
paz y la guerra
que son a una el latido fatal de la belleza!
¡Ahora, mi ahora mismo,
sé límpido y valiente, la alegría ganada
a
los monstruos informes, y a lo triste sin alma!
¡Oh tú, mi yo más bello,
mi más que yo, mi amada,
manténme con tus ojos suspenso, nunca grave,
y sea siempre magia la vida cotidiana!
Venus
En la alcoba sombría,
entre fríos basaltos,
el vientre monumental y luminoso
de una estatua de mármol.
La lluvia adormecía los
secretos
y pulsaba tensas cuerdas
en el arpa del silencio,
mientras un
Angel, envuelto
en un nimbo deslumbrante de misterio,
acariciaba con un gesto
indiferente
los senos de las diosas.
A los pies de una Venus
caían estranguladas las palomas.
El amor desnudo y frío
dormía sobre los filos enlunados
de diez brillantes cuchillos.