"He venido a quererte, a
que me digas
tus palabras de mar y de palmeras..."
"In the woods"
Zorn Anders
Reseña biografica
Poeta, novelista y
ensayistaespañola nacida en Cartagena en 1907.
Su infancia transcurrió
en Melilla y posteriormente estudió Magisterio y se tituló como Licenciada
en Filosofía y Letras.
Con el nombre de Florentina del Mar firmó
varios libros de prosa y de literatura infantil. Fue la primera mujer
española
en acceder a un puesto en la Real Academia española.
Entre los premios
obtenidos, se destacan el premio de Novela
Elisenda de Moncada
en 1953, el Premio Internacional
de poesia Simón Bolívar en 1957, el premio
Doncelen
1960 y el Premio Nacional de Literatura 1967.
Su obra poética
seresume enla Antologia titulada «Obra poética» que abarca obras de los
años 1929-1966 y las publicaciones «Brocal» , «Poemas a María», «Corrosión»,
«La noche oscura del cuerpo», «En la tierra de nadie» , «Los poemas del mar
Menor»,
«A este lado de la eternidad», «Cancionero de la enamorada» y «El tiempo es
un río lentísimo de fuego».
Falleció en Madrid en 1996. ©
Adolescencia
Amante
Amor
Ante ti
Aunque te diga no, empéñate
en sí...
Ausencia del amante
Canto al hombre
Confusión
Cuán delicada luz es la del
joven
Desierto Sájara
Dominio
El universo tiene ojos
En la tierra de nadie
Encuentro
Entrega
Fuga en los jardines
Gracia
Hallazgo
Hay dolores fluidos, del color de la
sangre...
Hombre con violín
Identificación
Indescriptible
Inquietud
Límite
Lo infinito
Madre
Nostalgia de mujer
Posesión
Primer
amor
Suma transida
Voy ausentándome de mí
Yo no te pregunto adónde me
llevas
Adolescencia
En el Alba de su vida
el deseo
le surgió en su boca la sonrisa
por hallarse ante el amor.
Era niña que vivía
hasta en sueños
su ardor, y la sangre palpitaba
al hallarse con su amor.
Sin el Alba ni en la
Tarde
ella un día preguntó:
Si posible era guardar
aquel su primer
amor.
Amante
Es igual que reír dentro de una campana:
sin el aire, ni oírte, ni
saber a qué hueles.
Con gesto vas gastando la noche de tu cuerpo
y yo
te transparento: soy tú para la vida.
No se acaban tus ojos; son
los otros los ciegos.
No te juntan a mí, nadie sabe que es tuya
esta
mortal ausencia que se duerme en mi boca,
cuando clama la voz en
desiertos de llanto.
Brotan tiernos laureles en
las frentes ajenas,
y el amor se consuela prodigando su alma.
Todo es
luz y desmayo donde nacen los hijos,
y la tierra es de flor y en la flor
hay un cielo.
Solamente tú y yo (una
mujer al fondo
de ese cristal sin brillo que es campana caliente),
vamos considerando que la vida..., la vida
puede ser el amor, cuando el
amor embriaga;
es sin duda sufrir, cuando se está dichosa;
es, segura,
la luz, porque tenemos ojos.
Pero ¿reír, cantar,
estremecernos libres
de desear y ser mucho más que la vida...?
No. Ya
lo sé. Todo es algo que supe
y por ello, por ti, permanezco en el Mundo.
Amor
Ofrecimiento.
Acércate.
Junto a la noche te espero.
Nádame.
Fuentes profundas y
frías
avivan mi corriente.
Mira qué puras son mis charcas.
¡Qué gozo el de mi yelo!
Ante ti
Porque siendo tú el mismo,
eres distinto
y distante de todos los que miran
esa rosa de luz que
viertes siempre
de tu cielo a tu mar, campo que amo.
Campo mío, de amor nunca confeso;
de un amor recatado y pudoroso,
como virgen antigua que perdura
en mi cuerpo contiguo al tuyo eterno.
He venido a quererte, a que me digas
tus palabras de mar y de
palmeras;
tus molinos de lienzo que salobres
me refrescan la sed de
tanto tiempo.
Me abandono en tu mar, me dejo tuya
como darse hay que hacerlo para
serte.
Si cerrara los ojos quedaría
hecha un ser y una voz: ahogada
viva.
¿He venido, y me fui; me iré mañana
y vendré como hoy...? ¿qué otra
criatura
volverá para ti, para quedarse
o escaparse en tu luz hacia lo
nunca?
Aunque te diga No, empéñate en Sí...
Aunque te diga No, empéñate en Sí,
y si te empujo, procura tú
vencerme.
Así que te rechace de mi vida
azotará mi espíritu el
perderte.
¡Intuyo que una hoguera tan perfecta
nunca nadie podría
ya encenderme...!
Y es duro y es cruel que yo batalle
quitándote
de mí. Resueltamente
cortándome de ti, para librarme
de este sordo
luchar en que me vences.
Sólo pienso en ti. Repito tu presencia
en un continuado nacer de
tus palabras.
Imágenes que son imágenes ya fijas
de tanto
recordarlas me turban y enloquecen.
Te veo como un día que fuiste una
brevísima
criatura sorprendida por labios repentinos.
Te veo en
alta noche, temiendo que tus ojos
mintieran por amor que era yo la
que buscabas.
Oh, cómo te contemplo, oh, cómo te persigo;
das vueltas en el
aire en rueda que no para!
Yo sólo pienso en ti. Te odio. Te deseo.
Libértame de verte en todo lo que miro;
auséntame de ti, martirizante
imagen,
¡que te ven en mis ojos anhelantes, los ciegos!
Tus ojos son las
fuentes donde beben los tigres,
que cuando tienen sed no respetan las
selvas;
y arrancan, mientras rugen, esas flores sencillas
que
entre el romero mueven su poderoso olor.
A tus ojos se vuelcan las entrañas del monte,
y por nacer en
ellas, oh, líquido delgado,
consienten que las lenguas vellosas de
las fieras,
lamiéndolos con furia, sequen ríos de ojos.
Tanto como el romero florido, cuyo aceite
persistirá en la piel
de los fieros sedientos,
huelen cortas raíces y esbeltos anticipos
de las flores oscuras del secreto deseo...
La luna se deshoja como un ave en tu agua.
A los tigres con celo
esa luz los persigue
como loco fantasma de una caza suprema
que en
el río, tus ojos, es posible alcanzar.
Tengo frío ante ti. Porque fuentes tan frías
no se encienden sin
Angel que su calor otorgue.
Y ese Angel que a ti, a tus charcas
bajara,
no lo oigo cantar ni lo siento fluir.
¡Ah, tus tigres con sed! Déjalos que nos beban,
y cuando ya mi
boca reseca se deshaga,
suéltalos sobre mí, no detengas su ataque:
¡para tus fieras tengo una cierva en mi cuerpo!
Dejarte perder me duele, porque duele en la tierra
que una raíz
se seque sin romperse en el tallo
y alumbrar en la flor, para que el
aire sepa
lo que la tierra sabe, porque tuvo raíces.
Resignarme a que fluyas por otros cauces, me duele;
porque yo soy
un cauce del grueso de tu fuente.
Y para correr en otros tendrás que
derramarlos
o que volcarte hondo, rompiéndolos por dentro.
Es que soy tu medida, es que ninguna tierra
será capaz de darte
lo que yo te daría,
si en lugar de negarme a que germines, corras,
yo te hiciera mi agua, calentara tu grano.
¡Qué delirio de fuerza que se opone a tu empuje;
qué frenética
para que no quiere cedérsete!
Ausencia del amante
He vuelto por el camino sin
hierba.
Voy al río en busca de mi sombra.
Qué soledad sellada de luna
fría.
Qué soledad de agua sin sirenas rojas.
Qué soledad de pinos
ácidos errantes...
Voy a recoger mis ojos
abandonados en la orilla.
Canto al hombre
Cuando eres,
como ahora, hermoso y fuerte,
yo te amo.
Cuando el viento se doblega
para ti,
cuando a la tierra tú la rindes, yo te amo.
Yo te amo por
osado,
y te amo por heroico, por audaz y porque ofreces
tu hermosura y
tu valor. Por derramado.
Firme tú sobre las nubes, navegando los
espacios.
Duro tú sobre las aguas, descollante tu estatura
en lo azul
del océano... Hombre joven que lo afrontas
cual un elemento más, siendo
tú el lazo
de elementos de creación. Yo así te amo.
Desde lejos y
despacio, torpemente en el comienzo,
tu andadura cada siglo acelerando...
así has llegado.
Y ya domas a los mares y a los cielos; los cabalgas
como potros tan salvajes como fuiste. A los astros
los asedias sin temor.
Igual que un astro, que otro astro
participas del secreto compartido,
constelando
como ellos mi cenit. Hombre, te amo.
Yo te amo y te
contemplo, yo te admiro y yo te exalto.
E ignorando cómo cantan los
arcAngeles, te canto.
Mientras seas como eres, una luz entre las sombras,
una luz sobre los bosques, un clamor desde los labios;
mientras cantes y
sonrías, esperanza de otro tú
ya menos agrio,
hombre joven, hombre
fuerte, hombre hermoso,
yo te amo.
Aunque guardas
en tus ojos viejas piedras del basalto
que formaba las murallas de
Proverbios y del Cántico,
ya despierta tu mirada a la ternura
enajenados resplandores fugitivos de piedad por lo creado.
Como un
hacha cortas tú, y eres tan blando
que te rayan las plegarias y el amor.
Eres compacto
y flexible, quebradizo, vulnerable...
¿De qué rayo fulminose lo divino contra ti?
No te ha abrasado ni la
cólera de Dios, ni su contacto.
Sobrepasas a tu propia lava impura, en
sobresalto
de promesas y derrotas... Ajeno y amplio
como tierra y como
el mar, como el espacio.
Pero, hermoso;
pero, audaz. Loco de siembras
que, no estrellas sino mundos, vas
hincando.
Empujaste las cavernas, destrozaste las pirámides,
desecaste
los diluvios, apagaste los volcanes,
arrancan dando del planeta a los
bienaventurados.
¡No volvías la cabeza de oro puro a lo pasado!
Por
cruel y por ardiente, yo te amo.
¿Quién no
aleja para ti lo que has huido;
quién no llora por tu amor lo que has
matado?
Nunca yo que te contemplo; nunca yo
que me he entregado
a la sangre y al gemir de tantos duelos
como
pueblan tu yacer y tus contactos.
Ahora, no. Que
te liberas y me llevas por el aire,
confiando
en tu propia
inteligencia, en tu arrebato.
¡Ah, los vuelos que gobiernas con sonrisa
y dócil mundo
de instrumentos que tú mismo has inventado!
Y te
sirven, como sirven los esclavos.
No desciendas,
no me abatas. Hombre amado,
te sostengo y me sostiene un interminable
rapto.
No eres rojo ni eres negro. Eres blanco,
el fúlgido centellear
de intactos arcos.
¡Atrévete con el Bien, sujétalo con tus brazos!
Hermoso varón
que tanto presentía
y que he soñado.
Porque eres mi mejor yo, he ahí
por qué te amo.
No te quiero
cuando débil, sometido, acobardado.
Aunque torvo si acometes, más te
busco despiadado
que humillando la cerviz como un toro sin sus mandos.
Que eres
viejo, bien lo sé. Sé que debajo
de esta túnica de piel que te envuelve,
estás cansado de los siglos de rodar
para ver de Dios el brazo
que fulmina y que fulmina... Y, ¿no es
cansancio
contemplar cómo te hundes en mi vientre,
deslizando tu niñez y tu vigor entre mis flancos
para luego
desgajármelos despacio...?
¡Ah, si
halláramos la brisa, si encontráramos el látigo
que flagela y que consuma
a los más enamorados!
¡Por todo lo que venciste van tus piernas
de
cobre forjando ajorcas para sujetar tu paso,
criatura que apretaría
eternamente entre mis brazos!
Más allá de la vida y de la muerte,
Hombre, te amo.
Confusión
Ahora empezarás, mi vida,
a no dejarme vivir.
A que los días y sus
noches sólo sean
el ahogo feroz de tu encuentro.
De tu
incorporación a mí,
de tu revestimiento de mí.
A que mi sangre no
sepa detenerse sola,
y se arroje a la tuya, a ti,
con la furiosa
alegría de amarte,
del éxtasis de saberse tuya;
y de la angustia,
del tremendo milagro oscuro
¡que es pertenecerte!
Ahora sí; ahora.
Cuando no me busca nadie, ni yo busco.
Porque
tu voz llena de altos ecos la tierra,
y tu olor los jardines más
sombríos,
y de tu pecho caen las campanas de mis deseos
de ti, de
mí que por ti me recobro
y aprendo, vida mía, alma mía, amor,
que
es verdad que soy de carne,
que es verdad que duelo,
y gozo, y
sufro, y grito
porque soy tuya.
¡Momento agotado del mundo,
éste en que te sé lejos de mí!
Apúralo todo, regresa a nuestro abismo
y déjame en ti sumida,
fuerza que se te dio sin lágrimas
de rebeldía; aunque con llanto de
violencia
por verse tuya,
yo que no era de nadie,
¡ni siquiera
mía nunca!,
esclava tuya, entregada tuya, amante.
Cuán delicada luz es la del joven...
¡Cuán delicada luz es la
del joven
y qué perfumada sombra la suya
junto a la mía, opaca,
envolviendo el ascua
del indomable anhelo!
¡Cuánta fragilidad en su
paso,
en su atención a lo inaudible
que le atrae desde mi
distancia...!
Joven y lejano, remoto y
esperanzado
muchacho que inauguras vacilante
tu diálogo conmigo.
No
quiero respirar por no mustiarlas,
por no despojarte de hojas;
porque
me gusta el verdor que trepa ávido
alcanzándote los ojos.
Limpios ojos tuyos, sin
cenizas
de hogueras; sin racimos
de imágenes temblorosas.
Ojos
tuyos intactos,
sobre tu boca que no prometió
ni mintió seguridades.
Y tu pecho nuevo y fresco,
la yerba olorosa de tu cabeza,
la firme inseguridad de tu paso...!
No duelo nostalgia de
juventud;
si fuera joven no te amaría.
Es porque llevo tiempo en el
corazón
y en las sienes,
por lo que tú, inesperado joven,
apareces
adorablemente imposible.
Un chopo junto a la orilla
de mi agua cargada
de paisajes
oscura de cielo oscuro de amanecer.
O un delicioso caballo
moreno
piafando en los tréboles húmedos.
La copa del árbol que verdea
alegre
arriba del oro otoñal que se deshoja
enfriando los jardines.
Eso eres tú. Te oigo
afirmar que eres futuro
mientras no hay un presente que te ignore
ni
te iguale, del cielo a la tierra!
Bendito sea el arranque
de tu vida deslumbrada y cálida,
ansiosa de apartar lo que conoces.
Corre, huye, no detengas tu paso
junto a ninguna fuente.
No mires los
estanques -mis ojos-,
ni siquiera los ríos -mis brazos-,
muchísimo
menos la mar:
mi boca fría y melancólica.
Espérate a ti mismo
en
las locas encrucijadas del futuro.
¡Vete ya contigo!
¡Cuán dulce es el saber que
eres ligero,
y sin memoria y sin piedad;
que eres un ciervo
atravesando los montes!
Ágil muchacho esquivo,
impreciso y cierto,
vulnerable y duro
como una palabra
que no me atrevo a decirte...
Como una pena inesperada
que me
acumula el corazón.
Desierto
Sájara
Sí. Yo tuve un mar
sobre mi arena.
Un mar grande sin límites, compacto.
La tierra de
oro que abrasa soledades
estuvo henchida augusta del mar que ya no
soy.
Picaban gaviotas mi cuerpo remeciente,
movíanse las naves arriba
de mis olas.
Pues yo era el mar que hervía sobre la arena rubia,
la arena saturada que hoy clama por su agua.
¡Oh el mar aquí fantasma, el mar que finge el viento,
desmelenando dunas, al aventar mi arena!
¡Ay mar del agua espesa, la
que corpórea y dura
ansían caminantes de mi desierto blando!
¿Qué arcAngeles de fuego evaporar pudieron
tanto mar que hube,
llevándolo a un abismo?
Es mi arena abrasada la más sedienta boca
que clama por un agua que le bebieron dioses.
Los hombres me caminan,
soñándome poblado
de aquel mar que fue mío, el mar sobre el desierto.
Yo les mullo mi carne, les recibe mi arena
y se quejan de sed junto a
mi sede sin huelgo.
¡Ay mar de mi génesis,
el mar que me escurrieron
a una zanja de llamas: cuánto pesa la
arena!
Dominio
Necesito tener el alma mansa
como una triste fiera dominada,
complacerle con púas la tersura
de su piel deslumbrada en
mansedumbre.
Es preciso domarla, que su fiebre
no me tiemble en la sangre ni
un minuto.
Que la aneguen los fuegos del aceite
más espeso de
horror, y que resista.
¡Oh, mi alma suave y sometida,
dulce fiera encerrándose en mi
cuerpo!
Rayos, gritos, helor, y hasta personas
acuciándola a
salir. Y ella, oscura.
Yo te pido, amor, que me permitas
acabar con mi tigre
encarcelado.
Para darte (y librarme de esta furia),
una quieta
fragancia inmarchitable.
El universo tiene ojos
Nos miran;
nos ven, nos están viendo, nos miran
múltiples ojos
invisibles que conocemos de antiguo,
desde todos los rincones del
mundo. Los sentimos
fijos, movedizos, esclavos y esclavizantes.
Y,
a veces, nos asfixian.
Querríamos gritar, gritamos cuando los clavos
de las
interminables vigías acosan y extenúan.
Cumplen su misión de mirarnos
y de vemos;
pero quisiéramos meter los dedos entre sus párpados.
Para que vieran,
para que viéramos frente a frente,
pestañas
contra pestañas, soslayando el aliento
denso de inquietudes, de
temores y de ansias,
la absoluta visión que todos perseguimos.
¡Ah, si los sorprendiéramos, concretos,
coincidiendo en la fluida
superficie del espejo!
Nos mirarán eternamente,
lo sabemos.
Y andaremos reunidos, sin
hallarnos como mortales
en tomo a la misma criatura intacta
que
rechaza a los ojos que ha creado.
¿Para qué, si no vamos a verla,
aunque nos ciegue,
hizo aquellos y estos innumerables ojos?
Enajenado mirar (1962-1964)
En la tierra de nadie
En la tierra de nadie, sobre el polvo
que pisan los que van y los que vienen,
he plantado mi tienda sin amparo
y contemplo si van como si vuelven.
Unos dicen que soy de los que van,
aunque estoy descansando del camino.
Otros "saben" que vuelvo, aunque me calle;
y mi ruta más cierta yo no digo.
Intenté demostrar que a donde voy
es a mí, sólo a mí, para tenerme.
Y sonríen al oír, porque ellos todos
son la gente que va, pero que vuelve.
Escuchadme una vez: ya no me importan
los caminos de aquí, que tanto valen.
Porque anduve una vez, ya me he parado
para ahincarme en la tierra que es de nadie.
Encuentro
¡Gloria de tu hallazgo!
Bautismo inicial de la primavera
en oleaje de
pájaros.
Se movieron las selvas inefables.
Se deshizo el otoño de sus
plumas
cubriendo inviernos cándidos.
Venías tú, gentil criatura,
desnudando los ríos a tu paso.
Entrega
Guardaré
mi voz en un pozo de lumbre
y será crepúsculo toda la vida.
Ya girarán
más leves los cuchillos
porque no encontrarán dónde herirme.
Erguida de rocíos negros,
para ti cantaré.
¡Que no me
busquen los sin vista,
que no me llamen los ahogados,
que no me
sientan los que huyo!
A mi
soledad de reflejos,
amor,
sólo tú.
Fuga en los jardines
Las más jóvenes, deseándoos, avanzan
por estas avenidas de árboles
fragantes.
Evaden primavera que a las flores oxida
con un ardor
oliendo a frutas, a corceles. ..
¡Qué salvaje presencia la de las
hembras púberes
entre glicinias cálidas, entre celindas vívidas!
Exigen que las amen, que las sigan corriendo
para volcarles júbilos
sobre la orilla ebria.
¡Muchachas, corred más: corred hasta la aurora!
Estos grandes
varones de los pechos revueltos
ansían desgranaros, ¡oh mazorcas
crujientes!,
con su hambre de bocas y su hambre de frutos.
Hasta
el río, que es tajo delimitando sueños,
huele a amor ya festines...
Han temblado los álamos al estallar unánimes
los oscuros latidos
de dobles ruiseñores.
Los regazos del musgo, el frior de los juncos,
contemplando el encuentro aceleran su verde.
Es un cántico trémulo,
en gargantas sorbido
por el amor abierto en mitad de la selva.
¡Corred siempre, muchachas, que el seguiros excita
el ardor de
cogeros, suyas todas, a hombres
que de fieros esgrimen el ademán tan
sólo!
Y envolveos en ropas de blanco lino puro
para mojar con
ellas esos cuerpos calientes,
y amanecer ceñidas, ante el amor que
vibra,
por el celo del agua posesor de las vírgenes.
Gracia
Van a cantar las aves. Lo siento en mis costados.
Porque me
tiemblan alas que nunca vi crecer.
Y súbitos los árboles sacuden sus
mensajes
para que yo los coja y lleve por el viento.
Van a brotar más fuertes. Escucho que la tierra
desliza por mis
plantas sus tibias humedades;
y un arroyo no nace si una mujer no
quiere
que le ciña las piernas con su lienzo delgado.
Sé que vienen jardines. Sé que brincan corceles.
Aprender todo
eso me ha costado la vida.
Y os la dejo en el mármol, por si alguno
la hallara
y quisiera saber cómo se olvida tanto.
Hallazgo
Desnuda y
adherida a tu desnudez.
Mis pechos como hielos recién cortados,
en el
agua plana de tu pecho.
Mis hombros abiertos bajo tus hombros.
Y tú,
flotante en mi desnudez.
Alzaré los
brazos y sostendré tu aire.
Podrás desceñir mi sueño
porque el cielo
descansará en mi frente.
Afluentes de tus ríos serán mis ríos.
Navegaremos juntos, tú serás mi vela,
y yo te llevaré por mares
escondidos.
¡Qué suprema
efusión de geografías!
Tus manos sobre mis manos.
Tus ojos, aves de mi
árbol,
en la yerba de mi cabeza.
Hay dolores fluidos, del color de la sangre...
Hay dolores fluidos,
del color de la sangre,
que transcurren del pecho dulcemente,
ligeros.
Y hay dolores oscuros, sinuosos, tan lentos
que poco a
poco empapan hasta un henchirnos ebrio
Dolores de locura, como vinos malditos
que nos arrojan, ciegos, a
la plétora turbia
de una angustia sin ley, sin un fin, sin un eco!
¿Y ese dolor viscoso, como un líquido negro,
y espeso y
resbalante, sangre densa, ya muerta,
que avanza por el suelo de
nuestro ser...,
que avanza y deja frío el marmóreo piso
que somos,
rezumándolo, los que estamos dolientes;
Dolores que acribillan esta
piel vulnerable
del alma en desamparo, cuando Él no la escuda;
dolores que nos hacen poco a poco insensibles,
dolores sin un
pliegue, dolores de coraza.
¿Y ese dolor compacto, cuajarón de betunes
que el fuego derritió
y ahora va despacio,
dejándonos teñidos de una noche sin alba?
¡Ese dolor del preso, del que espera su muerte
cogido por
grilletes, por cadenas sin quiebro!
Ese dolor del cuello que se
espera tajado
por un hacha que corta aunque una madre rece.
Ese dolor tan ancho, tan creciente, es el mío:
el que mi nuca
sufre quedándose sujeta
por la masa de sangre negra, muerta,
incesante...
¡Parad el mundo ciego, paradlo en la mañana
de una mañana abierta
como una rosa entera!
¡Pararos, por piedad, que mi dolor se vuelca
y toda soy un charco de gritos de agonía!
Hombre con violín
Esos hombres del violín
llevan su voz en el brazo
como la vena firme de una canción muchacha.
Van celándola dulces, con los ojos cerrados,
todos brasa y suspiro del ensueño que llueve
diminuto rocío de
aprisionadas flores
en los cuerpos fragrantes de tus violines músicos,
aun con hojas y
aromas del encendido bosque.
Un violín es la voz de una fuente con viento
a la que brizan
ásperos y dulcísimos soplos,
lo sabe quien lo pulsa, y flotan sus cabellos
como hierba que sube
por el tronco de un árbol,
mientras la mano empuja hacia el cielo las cuerdas
y la otra recorre
con el arco un zodíaco.
En rubio; huele a nardo en
la noche con luna,
y de jazmines siembra la abandonada tarde.
Tan
delgado y ligero como fueron las ninfas,
sinuoso y con algas, como verde sirena.
Es la voz que prefiere la
primavera fría.
Y al otoño le cuenta que se fueron las aves.
Los cipreses la
exhalan. El calor de los vuelos
en los violines junta con las plumas los nidos.
Identificación
¡Mis ojos no te buscan sobre la tierra inmensa!
eres tú mis ojos
dilatándose.
Mis ojos te contienen; si lloras tú por ellos
soy yo
que me libero de mí para que llores.
¡Cuán tú soy yo conmigo, amor; qué me enajenas!
¡Qué mío tu vivir
y qué mía tu muerte
viniéndote de mí, muriéndome contigo!
Le trama del latir en cuerpo que no es tuyo,
ni mío solamente: un
cuerpo de dos seres
que funden la unidad de dos que ya son uno.
Indescriptible
Esperar es peor que nacer,
porque solamente espera el que se muere
de esperar sin hacerse con la
vida
otra cosa que esperar. El esperarte.
Y atada a esa tu espera que
me gasta
y que gasta tu vida sin traerte,
aquí me estoy muriendo de
ansiedades
porque cabe, tremenda, esta esperanza.
Cada día, ¡oh tú que te
retrasas!
sin saber que nos vamos alejando,
es menor la distancia
irreparable
de pensar, de esperar, que nos aleje.
Y aquí sigo esperando, nada
intento
por huir al tormento de tu espera.
Ya no sé si allá fuera de
mi vida
quedan otros o no, queda quien ande!
solamente por ti, por
cuando llegues,
a solas esperándote te espero.
Inquietud
¿Dónde se guarda la estrella mía,
mi cristal de amor?
La noche me niega su torso de aurora
y vamos extrañas,
desprendidas,
sin coincidir jamás.
¿Para qué, si a nada le soy amor
soy yo amor en lo desconocido
mío?
Y esta ternura que ciñe mis hombros,
que entolda el oro de mi
corazón,
¿Para qué, si estoy buscando el agua
y sólo conozco el
eco de la fuente?
Límite
Esfera ceñida de esferas que no pueden
escaparse de la esfera única.
Manos esféricas ciñéndose a unas piernas
que se abrazan redondas,
perfectísimas.
Si esta esfera que soy ya, que fui yo siempre,
desgajara de sí un anillo y lo arrojara,
se caería
cogido por su
extremo, prolongándose
hasta pisar el polvo.
Ondularía siglos, y su música
subiría por temblores a la esfera
que le retiene siempre jamás, tan suyo.
Sería vertical, hasta que un
siglo
la curva reclamara ser redonda
desde un albor sin ritmo.
subiría
otra vez a ser anillo, anegándose
por amor de querencia
inmarchitable,
en la esfera total.
Yo he sido anillo
tembloroso al caer, y erguida
me dejaba correr desde los tiempos...
Mas la esfera sintió que al fin mi esencia
debía descansar en lo
redondo.
Lo infinito
Tú vives en el alba.
Los pájaros te aclaman.
De túnicas de aves te
viste la alegría.
¡Qué aurora la que exaltas!
¡Qué noble luz la
tuya!
Te escuchan las mañanas y las noches
porque eres como un
cirio,
porque eres como un corzo.
Sentirte a ti que pasas
rozándome las rosas y los ayes...
Doler en tus rodillas, estrujada
por riscos y malezas.
Y que un céfiro de alondras venga dulce,
que tú llegues aventando
mis heridas...
Ser mujer y tuya, ¡qué inefable
fundirse la
conciencia entre tus brazos!
Madre
1. Recuperada
Sí. Eres el hueso de mi
madre,
pero tu voz ya no es su voz tampoco.
La memoria de ella te
rodea...
¡Su joven estatura, su alegría,
aquel ímpetu que me dio
la vida!
su palabra fue marcando mi camino.
Y aquella voz tan alta
y vibradora
llega muerta dentro de tu voz.
¿Y tus cabellos...;
dónde tus ojos?
¿Dónde el brillo de la luz que me alumbrara?
Están
secos como frutos sin estío.
No los veo ni me guían ya tus ojos.
¿Estos son los pechos que yo tuve
en mis labios sin la voz con que
los nombro?
¿Es el cuerpo que me hizo, esta traza
de carne ya
dormida...?
¡Pesas poco, madre!
En mis duras piernas yo te mezo,
en mis
brazos te recuesto como a hija.
Te responden maternales
las
entrañas que me diste.
¡Cuánto dueles! Cual un parto
me desgarra tu vejez inesperada.
A tu lado hay una sombra de mi sangre...
El amor con que me hicisteis
aún resuena en mis arterias.
Fue tu tronco el más caliente a mi contacto.
Siempre anduve yo
cubierta con tu apoyo.
La conciencia, la lealtad, la fortaleza
ante la vida son las tuyas.
¡Y ahora vienes como un niño ante mis
ojos:
no sonríes ni esperas nada!
2. Apagada
Los
senos flotan cual hojas secas en el agua.
Senos arrugados,
vergonzantes, casi huidizos...
¡Oh senos de las madres viejas,
ayer henchidos de vida, rezumándonos
la vida blanca, espesa y dulce,
de la leche!
Con besos los cerraban nuestros padres.
Con suspiros velaron
cuando novios
los pequeños volcanes de los senos.
Grandes flores
tersas, bienolientes,
emergían en las nupcias, con su cándido
iniciarse en el amor.
Son palomas, les dijeron. Estos senos son palomas.
Las manos se
ahuecaban por su espuma,
desnudándolos...
Y debajo del amor estaba
el hijo:
otra boca que prendía su contacto vacilante
a los picos,
a las alas de los senos.
3. Mi llama
¿Es
que sabe mi madre de dónde trajo mi vida?
Se encontró conmigo un día
como con una tormenta.
No sabría tampoco qué hay que hacer con el
rayo.
Ni si a la lluvia frenética es posible oponerle
una orilla
inflamada de llamas.
He buscado en torno mío hasta saberme sola.
Antes de mí, en mi
raza, no conozco a otros seres.
¿Quiénes fueron los míos, dentro ya
de mi sangre?
¿A qué otros mi cuerpo, a qué otros mi alma
continúa
en la tierra?
Si se lo dijera a ella no sabría contestarme.
Tan ajena es mi
lengua como le son mis ojos.
Madre, ¿sabes tú por ventura
por qué
soy así yo, de quién es la nostalgia
de tantos paraísos?
La poblaría el silencio buscándole en su entraña
la raíz de las
mías, y el hontanar violento
que manó mi corriente como un corcel de
espuma.
Entonces se podría escuchar la distancia
que entre
nosotras hay, siendo ella mi origen.
Una madre es la cueva de donde arranca el río.
Una madre es la
tierra por donde corre el agua.
Pero el río..., ¡va tan lejos a
buscarse océanos!
Y la tierra: en lo hondo, silenciosa, ignorante,
encima de otra tierra que también desconoce.
Nostalgia de mujer
Mil años ante Ti son
como sueño.
Como de aguas el grosor de una avenida.
Hierba que en
la mañana crece,
florece y crece en la mañana
aunque a la tarde es
cortada y se seca.
¿Qué es el tiempo ante Ti, qué son los truenos
que blandes contra
mí cuando me nombras?
Pavor siento a tu idea, te veo hosco
mirándome en la lumbre de tu ArcAngel.
La espada Tú también, eres el
filo
y el pomo que se aprieta con el puño.
Para verte a Ti mismo me has nacido.
Por no estar solo con tu
omnipotencia.
Soy la nada, soy de tiempo, soy un sueño...
Agua que
te fluye, hierba ácida
que cortas sin amor...
Tú no me quieres.
Posesión
Caías en mí.
Eco de tu pesantez mi vida
era una canción
precipitándose
en la eternidad.
Inmerso en mi silencio
eres el cielo que sostiene un arroyo,
que levanta un árbol.
En que un lucero corta su voz
de eternidad.
Primer amor
¡Qué sorpresa tu
cuerpo, qué inefable vehemencia!
Ser todo esto tuyo, poder gozar de
todo
sin haberlo soñado, sin que nunca
un ligero esperar prometiera la dicha.
Esta dicha de fuego que
vacía tu testa,
que te empuja de espaldas,
te derriba a un abismo
que no
tiene medida ni fondo.
¡Abismo y solo abismo de ti hasta la muerte!
¡Tus brazos!
Son tus brazos los mismos de otros días,
y tiemblan y se cierran en torno de tu cuerpo.
Tu pecho, el que
suspira, ajeno, estremecido
de cosas que tú ignoras,
de mundos que lo mueven...
¡Oh
pecho de tu cuerpo, tan firme y tan sensible
que un vaho lo pone turbio
y un beso lo traspasa!
¡Si nunca
nadie dijo que así se amaba tanto!
¿Podías tú esperar que ardieran tus cabellos,
que toda cuanta
eres cayeras como lumbre
en un grito sin cifra,
desde una cordillera gritada por la
aurora?
¿Ceniza tú algún día? ¿Ceniza esta locura
que estrenas con
la vida recién brotada al mundo?
¡Tú no te acabas nunca, tú no te apagas nunca!
Aquí tenéis la
lumbre, la que lo coge todo
para quemar el cielo subiéndole la tierra.
Suma transida
Encerrarte en palabras...
¡Que tú, tú, quepas en verbos, nombres,
y adjetivos intactos!
Que yo lo pueda decir todo:
lo nuestro, esto
que hacemos
y estaremos haciendo siempre,
eternísimamente:
hablar, callar, ser tú y yo
siéndonos nuestros.
Darte una dimensión humana,
representación de ti en la tierra:
estatua, color, arrebatado paso,
y sereno mirar con esos ojos tuyos
y míos: nuestra mirada del mundo.
Que un día, los mortales sin remedio sepan
cómo tuviste sangre,
y abierta pasión por todo;
y te diste cantando, sufriendo,
a mis
brazos locos, y lentos, y débiles,
y fuertes, y fríos, y pobres de
luz,
pero enamorados tuyos.
Para saber que has sido verdad,
que
has sido, ¡pero no eres entonces!
Buscar las palabras de cuando no vivas,
para que vivas mientras
se hable.
Dios de dolor, nunca decir podré
cómo eres tú, mi amor,
amor mío,
criatura de glorificación que hallo
derramada en
océanos,
cielos, campos, ríos y árboles;
y hasta en palomas
tristes que en la aurora
¡te despiertan a mi amor por ti!
Voy ausentándome de mí...
Voy ausentándome de mí.
Poco a poco, el lastre de ensueño cede
su
sitio a la realidad doble
que es mi vida en transcurso.
¡otro ser
dentro de mi carne
fragua su carne, su piel,
su corazón diminuto,
mi estrella!
Asisto a la escisión silenciosa
con pasmo anhelante, con gozo
nuevo de verme en otros ojos míos,
de mis ojos hechos,
de mi
sangre coloreados,
¡ay!, de toda cuanta soy.
Día por día el latido
es golpe que me recuerda, urgente,
valor
que no tengo,
heroísmo que nunca soñé.
Y temo por el que estoy creando
en convenido misterio
dentro
de mi soledad sin orillas
cerca de mi corazón, su estrella.
Yo no te pregunto adónde me
llevas...
Yo no te pregunto
adónde me llevas.
Ni por qué.
Ni para qué.
¿Tú quieres
caminar?, pues yo te sigo.
Llevo luceros, luceros, en la mano derecha. Y llevo estrellas,
estrellas, en la mano izquierda.
Dime, hombre de todas las noches de
luna, ¿qué mano va a
besarme?
¿Por qué me has quitado tus manos, tanto y tan bien como
acariciaban mi frente?
Para que me quisieras otra vez, te regalaría
un collar de
islas, un sistema nervioso de horizontes.
¡Me
abriría, para ti, todas las mañanas en tus labios!
Yo soy más fuerte que tú, porque me apoyo en ti.
¡Asómate a
mí, que soy una torre!
¡Asómate a mí: soy aquella palmera de tu huerto, que latía
contigo!
¡Echa al aire mis campanas y mis palmas!
Yo soy tu
panorama.