"No me des tregua, no me perdones nunca.
Hostígame en la sangre,
que cada cosa cruel sea tú que vuelves..."
"Seated Nude"
Amedeo Modigliani
Reseña biografica
Hijo de padres argentinos,
nació en Bruselas en 1914 y residió en Buenos Aires desde los cuatro años.
Trabajó como maestro en varios pueblos argentinos y posteriormente se graduó
en Letras.
Bajo el seudónimo de Julio Denis publicó su primer libro de poemas,
«Presencia», en 1938. Gracias a una
beca del gobierno francés, se instaló en Paris en 1951 donde además se
dedicó a las traducciones para mejorar
su situación económica. Posteriormente se vinculó a la Unesco trabajando
allí hasta su jubilación.
Además de numerosas novelas y escritos, sobresale su poema dramático
«Los Reyes» en 1949.
Murió en Paris en 1984. ©
A
la voz de Susana Rinaldi
A una mujer
After such pleasures
Antes, después...
Aplastamiento de las gotas
Bolero
Canada dry
Ceremonia recurrente
Cinco poemas para Cris
Cinco últimos poemas para Cris
Démons et merveilles
Después de las fiestas
El breve amor
El encubridor
El futuro
El interrogador
El niño bueno
Encargo
Esta ternura
Hablén, tienen tres minutos
Happy new year
Hic Et Nunc
La ceremonia
La lenta máquina del desamor...
La patria
Los amantes
No me des tregua, no me perdones nunca...
Nocturno
Objetos perdidos
Otros cinco poemas para Cris
Para leer en forma interrogativa
Poema
Poema 2
Preludio a un texto en prosa
Quizá la más querida
Romance de los vanos encuentros
Save it, pretty mama
Siempre empezó a llover...
Tala
Una carta de
amor
A la voz de Susana Rinaldi
No sé lo que hay detrás de tu voz.
Nunca te vi, vos sos los discos
Que pueblan por las noches este departamento de París.
Te busqué en Buenos Aires, pero sabés seguro
Cuántos espejos de mentira te hacen pifiar la esquina,
Como después de andar de bache en bache
Acabás con ginebra en un boliche
Murmurando la bronca del despiste.
No sé, ya ves, ni como sos,
Tengo las fotos de tus discos, gente
Que te conoce y te escribe,
Paredes de palabras con glicinas
Y vos detrás, inalcanzable siempre.
(Y esto que digo Susana
es también la Argentina donde todo
puede esconder la estafa si no sabemos ser
como el farol del barrio, o como aquí sus tangos,
vigías de la noche y la esperanza).
A una mujer
No hay que llorar porque las plantas crecen en tu balcón,
no hay que estar triste
si una vez más la rubia carrera de las nubes te reitera lo inmóvil,
ese permanecer en tanta fuga. Porque la nube estará ahí,
constante en su inconstancia cuando tú, cuando yo
-pero por qué nombrar el polvo y la ceniza.
Sí, nos equivocábamos creyendo que el paso por el día
era lo efímero, el agua que resbala por las hojas hasta hundirse en la
tierra.
Sólo dura la efímero, esa estúpida planta que ignora la tortuga,
esa blanda tortuga que tantea en la eternidad con ojos huecos,
y el sonido sin música, la palabra sin canto, la cópula sin grito de agonía,
las torres del maíz, los ciegos montes.
Nosotros, maniatados a una conciencia que es el tiempo,
no nos movemos del terror y la delicia,
y sus verdugos delicadamente nos arrancan los párpados
para dejarnos ver sin tregua cómo crecen las plantas del balcón,
cómo corren las nubes al futuro.
¿Qué quiere decir esto? Nada, una taza de té.
No hay drama en el murmullo, y tú eres la silueta de papel
que las tijeras van salvando de lo informe: oh vanidad de creer
que se nace o se muere,
cuando lo único real es el hueco que queda en el papel,
el golem que nos sigue sollozando en sueños y en olvido.
After such pleasures
Esta noche, buscando tu
boca en otra boca,
casi creyéndolo, porque así de ciego es este río
que me tira en mujer y me sumerge entre sus párpados,
qué tristeza nadar
al fin hacia la orilla del sopor
sabiendo que el placer es ese esclavo
innoble
que acepta las monedas falsas, las circula sonriendo.
Olvidada pureza, cómo quisiera rescatar
ese dolor de Buenos Aires,
esa espera sin pausas
ni esperanza.
Solo en mi casa abierta sobre el puerto
otra vez
empezar a quererte,
otra vez encontrarte en el café de la mañana
sin
que tanta cosa irrenunciable
hubiera sucedido.
Y no tener que
acordarme de este olvido que sube
para nada, para borrar del pizarrón tus
muñequitos
y no dejarme más que una ventana sin estrellas.
Antes, después...
Como los juegos al llanto
como la sombra a la columna
el perfume
dibuja el jazmín
el amante precede al amor
como la caricia a la mano
el amor sobrevive al amante
pero inevitablemente
aunque no haya huella
ni presagio
aunque no haya huella ni presagio
como la caricia a la mano
el
perfume dibuja el jazmín
el amante precede el amor
pero
inevitablemente
el amor sobrevive al amante
como los juegos al llanto
como la sombra a la columna
como la caricia a la mano
aunque no haya huella ni presagio
el
amante precede al amor
el perfume dibuja el jazmín
como los juegos al
llanto
como la sombra a la columna
el amor sobrevive al amante
pero
inevitablemente...
Aplastamiento de las gotas
Yo no sé, mirá, es terrible cómo llueve. Llueve todo el tiempo, afuera
tupido y gris, aquí contra el balcón con goterones
cuajados y duros, que hacen plaf y se aplastan como bofetadas uno detrás de
otro qué hastío. Ahora aparece una gotita
en lo alto del marco de la ventana, se queda temblequeando contra el cielo
que la triza en mil brillos apagados, va creciendo
y se tambalea, ya va a caer y no se cae, todavía no se cae.
Está prendida con todas las uñas, no quiere caerse y se la ve que se agarra
con los dientes mientras le crece la barriga,
ya es una gotaza que cuelga majestuosa y de pronto zup ahí va, plaf,
deshecha, nada, una viscosidad en el mármol.
Pero las hay que se suicidan y se entregan en seguida, brotan en el marco y
ahí mismo se tiran, me parece ver la vibración
del salto, sus piernitas desprendiéndose y el grito que las emborracha en
esa nada del caer y aniquilarse.
Tristes gotas,
redondas inocentes gotas. Adiós gotas. Adiós.
Bolero
Qué vanidad imaginar
que puedo darte todo, el amor y la dicha,
itinerarios, música, juguetes.
Es cierto que es así:
todo lo mío te lo
doy, es cierto,
pero todo lo mío no te basta
como a mí no me basta que
me des
todo lo tuyo.
Por eso no seremos nunca
la pareja perfecta, la tarjeta postal,
si no somos capaces de aceptar
que sólo en la aritmética
el dos nace del uno más el uno.
Por ahí un papelito
que
solamente dice:
Siempre fuiste mi espejo,
quiero decir que para verme tenía que mirarte.
Canada dry
Sé que me acordaré de un cielo raso
donde las manchas de humedad eran un
gato, un número, una mano cortada.
Sé que me acordaré del ruido
de un water en alguna habitación
lejana del hotel,
su triste catarata de bolsillo, su inevitable recurrencia.
Chaçun ses madeleines, chaçun ses Albertines
Serás por siempre imán de imágenes,
las más turbias y vanas
me traerás con el gesto
que en la caliente oscuridad del cuarto
era encender los cigarrillos
del hartazgo,
ver asomar nuestros desnudos cuerpos flanco a flanco,
Las más
pequeñas turbias cosas,
una uña lastimada que te dolía tanto, el triste
rito de ir a lavarte
y regresar, las servidumbres.
Tan sólo compartimos los bares y las calles
antes de amarnos
contra tres espejos:
¿qué más podría darme tu recuerdo?
Pero yo sé guardar y usar lo
triste y lo barato
en el mismo bolsillo donde llevo esta vida
que ilustrará las
Biografias. Ve, pequeño fantasma,
el baño está ahí al lado,
yo fumaré esperándote
empezaremos otra
vez. El cielo raso
dibuja un gato, un número, una mano cortada.
Ceremonia recurrente
El animal totémico con sus uñas de luz,
los objetos que junta la oscuridad debajo de la cama,
el ritmo
misterioso de tu respiración, la sombra
que tu sudor dibuja en el olfato, el día ya inminentemente.
Entonces
me enderezo, todavía batido por las aguas del sueño,
Vuelvo de un continente a medias ciego
donde también estabas tú pero
eras otra,
y cuando te consulto con la boca y los dedos, recorro el horizonte de
tus flancos
(dulcemente te enojas, quieres seguir durmiendo, me dices bruto y tonto,
te debates riendo, no te dejas tomar pero ya es tarde, un fuego
de piel y de azabache, las figuras del sueño)
el animal totémico a
los pies de la hoguera
con sus uñas de luz y sus alas de almizcle.
Y después
despertamos y es domingo y febrero.
Cinco poemas para Cris
I
Ya mucho más allá del mezzo
«camin di nostra vita»
existe un
territorio del amor
un laberinto más mental que mítico
donde es
posible ser
lentamente dichoso
sin el hilo de Ariadna delirante
si
espumas ni sábanas ni muslos.
Todo se cumple en un reflejo de crepúsculo
tu pelo tu perfume tu
saliva.
Y allí del otro lado te poseo
mientras tú juegas con tu amiga
los juegos de la noche.
II
En realidad poco me importa
que tus senos se duerman
en la
azul simetría de otros senos.
Yo los hubiera hollado
con la cosquilla
de mi roce
y te hubieras reído justamente
cuando lo necesario y
esperable
era que sollozaras.
III
Sé muy bien lo que ganas
cuando te pierdes en el goce.
Porque es exactamente
lo que yo habría sentido.
IV
La justa errata
habernos encontrado al final del día
en un
paseo púbico.
V
Me gustaría que creyeras
que esto es el irrisorio juego
de
las compensaciones
con que consuelo esta distancia.
Sigue entonces
danzando
en el espejo de otro cuerpo
después de haber sonreído
apenas
para mí.
Cinco últimos poemas para Cris
I
Ahora escribo pájaros.
No los veo venir, no los elijo,
de
golpe están ahí, son esto,
una bandada de palabras
posándose
una
a
una
en los alambres de la página,
chirriando, picoteando, lluvia
de alas
y yo sin pan que darles, solamente
dejándolos venir. Tal vez
sea eso un árbol
o tal vez
el amor.
II
Anoche te soñé
sacerdotisa de Sekhmet, la diosa leontocéfala.
Ella desnuda en pórfido,
tú tersa piel desnuda.
¿Qué ofrenda le tendías a la deidad salvaje
que miraba a través de tu
mirada
un horizonte eterno e implacable?
La taza de tus manos contenía
la libación secreta, lágrimas
o tu
sangre menstrual, o tu saliva.
En todo caso no era semen
y mi sueño sabía
que la ofrenda sería
rechazada
con un lento rugido desdeñoso
tal como desde siempre lo
habías esperado.
Después, quizá, ya no lo sé,
las garras en tus senos, colmándote.
III
Nunca sabré por qué tu lengua entró en mi boca
cuando nos
despedimos en tu hotel
después de un amistoso recorrer la ciudad
y un
ajuste preciso de distancias.
Creí por un momento que me dabas
una cita futura,
que abrías una
tierra de nadie, un interregno
donde alcanzar tu minucioso musgo.
Circundada de amigas me besaste,
yo la excepción, el monstruo,
y
tú la transgresora murmurante.
Vaya a saber a quién besabas,
de quién te despedías.
Fui el
vicario feliz de un solo instante,
el que a veces encuentra en su saliva
un breve gusto a madreselva
bajo cielos australes.
IV
Quisiera ser Tiresias esta noche
y en una lenta espera boca
abajo
recibirte y gemir bajo tus látigos
y tus tibias medusas.
Sabiendo que es la hora
de la metamorfosis recurrente,
y que al
bajar al vórtice de espumas
te abrirías llorando,
dulcemente empalada.
Para volver después
a tu imperioso reino de falanges,
al cerco de
tu piel, tus pulpos húmedos,
hasta arrastrarnos juntos y alcanzar
abrazados
las arenas del sueño.
Pero no soy Tiresias,
tan sólo el unicornio
que busca el agua de
tus manos
y encuentra entre los belfos
un puñado de sal.
V
No te voy a cansar con más poemas.
Digamos que te dije
nubes,
tijeras, barriletes, lápices,
y acaso alguna vez
te sonreíste.
Démons et merveilles
De colinas y vientos
de cosas que se denominan para entrar
como
árboles o nubes en el mundo
De enigmas revelándose en las lunas
rotas contra el aljibe o las
arenas
yo he dicho y esperado
Creo que nada vale contra esta caricia
abrasadora que sube por la
piel
Ni el silencio, ese desatador de sueños
Vivir
oh imagen para un ojo cortado
boca arriba perpetuo
Después de las fiestas
Y cuando todo el mundo se
iba
y nos quedábamos los dos
entre vasos vacíos y ceniceros sucios,
qué hermoso era saber que estabas
ahí como un remanso,
sola
conmigo al borde de la noche,
y que durabas, eras más que el tiempo,
eras la que no se iba
porque una misma almohada
y una misma
tibieza
iba a llamarnos otra vez
a despertar al nuevo día,
juntos,
riendo, despeinados.
El breve amor
Con qué tersa dulzura
me
levanta del lecho en que soñaba
profundas plantaciones perfumadas,
me pasea los dedos por la piel y me dibuja
en el espacio, en vilo,
hasta que el beso
se posa curvo y recurrente,
para que a fuego lento empiece
la danza cadenciosa de la hoguera
tejiéndose en ráfagas, en hélices,
ir y venir de un huracán de humo...
¿Por qué, después,
lo que queda de mí
es sólo un anegarse entre
las cenizas
sin un adiós, sin nada más que el gesto
de liberar las
manos?
El
encubridor
Ese que sale de su país porque tiene miedo,
no sabe de qué, miedo del queso con ratón,
de la cuerda entre los locos, de la espuma en la sopa.
Entonces quiere cambiarse como una figurita,
el pelo que antes se alambraba con gomina y espejo
lo suelta en jopo, se abre la camisa, muda
de costumbres, de vinos y de idioma.
Se da cuenta, infeliz, que va tirando mejor, y duerme
a pata ancha. Hasta de estilo cambia, y tiene amigos
que no saben su historia provinciana, ridícula y casera.
A ratos se pregunta cómo pudo escapar todo ese tiempo
para salirse del río sin orillas, de los cuellos garrote,
de los domingos, lunes, martes, miércoles y jueves.
A fojas uno, sí, pero cuidado:
un mismo espejo es todos los espejos,
y el pasaporte dice que naciste y que eres
y cutis color blanco, nariz de dorso recto,
Buenos Aires, septiembre.
Aparte que no olvida, porque es arte de pocos,
lo que quiso, esa sopa de estrellas y de letras
que infatigable comerá
en numerosas mesas de variados hoteles,
la misma sopa, pobre tipo,
hasta que el pescadito intercostal se plante y diga basta.
El futuro
Y se muy bien que no estarás.
No estarás en la calle
en el murmullo
que brota de la noche
de los postes de alumbrado,
ni en el gesto de
elegir el menú,
ni en la sonrisa que alivia los completos en los subtes
ni en los libros prestados,
ni en el hasta mañana.
No estarás en mis
sueños,
en el destino original de mis palabras,
ni en una cifra
telefónica estarás,
o en el color de un par de guantes
o una blusa.
Me enojaré
amor mío
sin que sea por ti,
y compraré bombones
pero
no para ti,
me pararé en la esquina
a la que no vendrás
y diré las
cosas que sé decir
y comeré las cosas que sé comer
y soñaré los sueños
que se sueñan.
Y se muy bien que no estarás
ni aquí dentro de la
cárcel donde te retengo,
ni allí afuera
en ese río de calles y de
puentes.
No estarás para nada,
no serás mi recuerdo
y cuando piense
en ti
pensaré un pensamiento
que oscuramente trata de acordarse de ti.
El interrogador
No pregunto por las glorias ni las nieves,
quiero saber dónde se van juntando
las golondrinas muertas,
adónde van las cajas de fósforos usadas.
Por grande que sea el mundo
hay los recortes de uñas, las pelusas,
los sobres fatigados, las pestañas que caen.
¿Adonde van las
nieblas, la borra del café,
los almanaques de otro tiempo?
Pregunto por la nada que nos mueve;
en esos cementerios conjeturo
que crece
poco a poco el miedo,
y que allí empolla el Roc.
El niño
bueno
No sabré desatarme los zapatos y dejar que la ciudad me muerda los pies,
no me emborracharé bajo los puentes, no cometeré faltas de estilo.
Acepto este destino de camisas planchadas,
llego a tiempo a los cines, cedo mi asiento a las señoras.
El largo desarreglo de los sentidos me va mal, opto
por el dentífrico y las toallas. Me vacuno.
Mira qué pobre amante, incapaz de meterse en una fuente
para traerte un pescadito rojo
bajo la rabia de gendarmes y niñeras.
Encargo
No me des tregua, no me perdones nunca.
Hostígame en la sangre, que cada
cosa cruel sea tú que
vuelves.
¡No me dejes dormir, no me des paz!
Entonces ganaré mi
reino,
naceré lentamente.
No me pierdas como una música fácil, no seas
caricia ni
guante;
tállame como un sílex, desespérame.
Guarda tu amor
humano, tu sonrisa, tu pelo. Dálos.
Ven a mí con tu cólera seca de fósforos y escamas.
Grita. Vomítame
arena en la boca, rómpeme las fauces.
No me importa ignorarte en pleno día,
saber que juegas cara al sol y
al hombre.
Compártelo.
Yo te pido la cruel ceremonia del tajo,
lo
que nadie te pide: las espinas
hasta el hueso. Arráncame esta cara infame,
oblígame a gritar al fin
mi verdadero nombre.
Esta ternura
Esta ternura y estas manos
libres,
¿a quién darlas bajo el viento ? Tanto arroz
para la zorra, y
en medio del llamado
la ansiedad de esa puerta abierta para nadie.
Hicimos pan tan blanco
para bocas ya muertas que aceptaban
solamente
una luna de colmillo, el té
frío de la vela la alba.
Tocamos
instrumentos para la ciega cólera
de sombras y sombreros olvidados. Nos
quedamos
con los presentes ordenados en una mesa inútil,
y fue preciso
beber la sidra caliente
en la vergüenza de la medianoche.
Entonces,
¿nadie quiere esto,
nadie?
Hablen, tienen tres minutos...
Hablen, tiene tres
minutos
De vuelta del paseo
donde junté una florecita para tenerte
entre mis dedos un momento,
y bebí una botellas de Beaujolais,
para bajar al pozo donde bailaba un oso luna,
en la penumbra dorada de la
lámpara
cuelgo mi piel y sé que estaré solo en la ciudad
más poblada del
mundo.
Excusarás este balance
histérico,
entre fuga a la rata y queja de morfina,
teniendo en cuenta que hace
frío,
llueve sobre mi taza de café,
y en cada medialuna
la humedad
alisa sus patitas de esponja.
Máxime sabiendo que pienso
en ti obstinadamente,
como una ciega máquina, como la cifra que repite
interminablemente el gongo de la fiebre
el loco que cobija su paloma en
la mano,
acariciándola hora a hora
hasta mezclar los dedos y las plumas
en
una sola miga de ternura.
Creo que sospecharás esto
que ocurre,
como yo te presiento a la distancia en tu ciudad,
volviendo del paseo donde quizá juntases
la misma florecita, un poco por
botánica,
un poco porque aquí,
porque es preciso
que no estemos tan
solos,
que nos demos un pétalo,
aunque sea un pasito, una pelusa.
Happy new year
Mira, no pido
mucho,
solamente tu mano, tenerla
como un sapito que duerme así
contento.
Necesito esa puerta que me dabas
para entrar a tu mundo, ese
trocito
de azúcar verde, de redondo alegre.
¿No me prestás tu mano en
esta noche
de fìn de año de lechuzas roncas?
No puedes, por razones
técnicas.
Entonces la tramo en el aire, urdiendo cada dedo,
el durazno
sedoso de la palma
y el dorso, ese país de azules árboles.
Así la tomo
y la sostengo,
como si de ello dependiera
muchísimo del mundo,
la
sucesión de las cuatro estaciones,
el canto de los gallos, el amor de los
hombres.
Hic Et Nunc
La nobleza, las grandes palabras, que mal le van
a esta ternura sin mejillas que tocar,
a esta lengua sin labios que entender.
Envilece un amor así que rebota en las paredes del cuarto
o se va cayendo a pedazos de palabras, esto.
Es inútil la argucia y la esperanza,
somos la previsión,
los ojos y la boca orientados al viento. ¿Qué me vale
lo que fue, la suave crónica?
Siempre andaré buscándote en el hoy
de esta ciudad, de esta hora.
Si me doy vuelta, oh Lot, eres la sal
donde mi sed se hace pedazos.
Mira de qué sustancias vivo,
pero no me tengas lástima, yéndote así
todavía más.
La ceremonia
Te desnudé entre llantos y temblores
sobre una cama abierta a lo infinito,
y si no tuve lástima del grito
ni de las súplicas o los rubores,
fui en cambio el alfarero en los albores,
el fuego y el azar del lento rito,
sentí nacer bajo la arcilla el mito
del retorno a la fuente y a las flores.
En mis brazos tejiste la madeja
rumorosa del tiempo encadenado,
su eternidad de fuego recurrente;
no sé qué viste tú desde tu queja,
yo vi águilas y musgos, fui ese lado
del espejo en que canta la serpiente.
La lenta máquina del desamor...
La lenta máquina del
desamor,
los engranajes del reflujo,
los cuerpos que abandonan las
almohadas,
las sábanas, los besos,
y de pie ante el espejo
interrogándose
cada uno a sí mismo,
ya no mirándose entre ellos,
ya
no desnudos para el otro,
ya no te amo,
mi amor.
La patria
Esta tierra sobre los ojos,
este paño pegajoso, negro de estrellas impasibles,
esta noche continua, esta distancia.
Te quiero, país tirado más abajo del mar, pez panza arriba,
pobre sombra de país, lleno de vientos,
de monumentos y espamentos,
de orgullo sin objeto, sujeto para asaltos,
escupido curdela inofensivo puteando y sacudiendo banderitas,
repartiendo escarapelas en la lluvia, salpicando
de babas y estupor canchas de fútbol y ringsides.
Pobres negros.
Te estás quemando a fuego lento, y dónde el fuego,
dónde el que come los asados y te tira los huesos.
Malandras, cajetillas, señores y cafishos,
diputados, tilingas de apellido compuesto,
gordas tejiendo en los zaguanes, maestras normales, curas, escribanos,
centroforwards, livianos, Fangio solo, tenientes primeros,
coroneles, generales, marinos, sanidad, carnavales, obispos,
bagualas, chamamés, malambos, mambos, tangos,
secretarías, subsecretarías, jefes, contrajefes, truco,
contraflor al resto. Y qué carajo,
si la casita era su sueño, si lo mataron en
pelea, si usted lo ve, lo prueba y se lo lleva.
Liquidación forzosa, se remata hasta lo último.
Te quiero, país tirado a la vereda, caja de fósforos vacía,
te quiero, tacho de basura que se llevan sobre una cureña
envuelto en la bandera que nos legó Belgrano,
mientras las viejas lloran en el velorio, y anda el mate
con su verde consuelo, lotería del pobre,
y en cada piso hay alguien que nació haciendo discursos
para algún otro que nació para escucharlos y pelarse las manos.
Pobres negros que juntan las ganas de ser blancos,
pobres blancos que viven un carnaval de negros,
qué quiniela, hermanito, en Boedo, en la Boca,
en Palermo y Barracas, en los puentes, afuera,
en los ranchos que paran la mugre de la pampa,
en las casas blanqueadas del silencio del norte,
en las chapas de zinc donde el frío se frota,
en la Plaza de Mayo donde ronda la muerte trajeada de Mentira.
Te quiero, país desnudo que sueña con un smoking,
vicecampeón del mundo en cualquier cosa, en lo que salga,
tercera posición, energía nuclear, justicialismo, vacas,
tango, coraje, puños, viveza y elegancia.
Tan triste en lo más hondo del grito, tan golpeado
en lo mejor de la garufa, tan garifo a la hora de la autopsia.
Pero te quiero, país de barro, y otros te quieren, y algo
saldrá de este sentir. Hoy es distancia, fuga,
no te metás, qué vachaché, dale que va, paciencia.
La tierra entre los dedos, la basura en los ojos,
ser argentino es estar triste,
ser argentino es estar lejos.
Y no decir: mañana,
porque ya basta con ser flojo ahora.
Tapándome la cara
(el poncho te lo dejo, folklorista infeliz)
me acuerdo de una estrella en pleno campo,
me acuerdo de un amanecer de puna,
de Tilcara de tarde, de Paraná fragante,
de Tupungato arisca, de un vuelo de flamencos
quemando un horizonte de bañados.
Te quiero, país, pañuelo sucio, con tus calles
cubiertas de carteles peronistas, te quiero
sin esperanza y sin perdón, sin vuelta y sin derecho,
nada más que de lejos y amargado y de noche.
Los
amantes
¿Quién los ve andar por la
ciudad
si todos están ciegos ?
Ellos se toman de la mano: algo habla
entre sus dedos, lenguas dulces
lamen la húmeda palma, corren por las falanges,
y arriba está la
noche llena de ojos.
Son los amantes, su isla
flota a la deriva
hacia muertes de césped, hacia puertos
que se
abren entre sábanas.
Todo se desordena a través de ellos,
todo encuentra su cifra
escamoteada;
pero ellos ni siquiera saben
que mientras ruedan en su amarga arena
hay una pausa en la obra de la nada,
el tigre es un jardín que
juega.
Amanece en los carros de
basura,
empiezan a salir los ciegos,
el ministerio abre sus puertas.
Los
amantes rendidos se miran y se tocan
una vez más antes de oler el día.
Ya están vestidos, ya se
van por la calle.
Y es sólo entonces
cuando están muertos, cuando
están vestidos,
que la ciudad los recupera hipócrita
y les impone los deberes
cotidianos.
No me des tregua, no me
perdones nunca...
No me des tregua, no me
perdones nunca.
Hostígame en la sangre,
que cada cosa cruel sea tú que vuelves.
¡No me dejes dormir, no me des paz!
Entonces ganaré mi reino,
naceré lentamente.
No me pierdas como
una música fácil,
no seas caricia ni guante;
tálame como un sílex, desespérame.
Nocturno
Tengo esta noche las manos negras, el corazón sudado
como después de
luchar hasta el olvido con los ciempiés del humo.
Todo ha quedado allá,
las botellas, el barco,
no sé si me querían, y si esperaban verme.
En
el diario tirado sobre la cama dice encuentros diplomáticos,
una sangría
exploratoria lo batió alegremente en cuatro sets.
Un bosque altísimo
rodea esta casa en el centro de la ciudad,
yo sé, siento que un ciego
está muriéndose en las cercanías.
Mi mujer sube y baja una pequeña
escalera
como un capitán de navío que desconfía de las estrellas.
Hay
una taza de leche, papeles, las once de la noche.
Afuera parece como si
multitudes de caballos se acercaran
a la ventana que tengo a mi espalda.
Objetos perdidos
Por veredas de sueño y
habitaciones sordas
tus rendidos veranos me acechan con sus cantos.
Una cifra vigilante y sigilosa
va por los arrabales llamándome y llamándome,
pero qué falta, dime, en la
tarjeta diminuta
donde están tu nombre, tu calle y tu desvelo,
si la
cifra se mezcla con las letras del sueño,
si solamente estás donde ya no
te busco.
Otros cinco poemas para Cris
I
Todo lo que precede es como los primeros momentos
de un
encuentro después de mucho tiempo:
sonrisas, preguntas, lentos reajustes.
Es raro, me pareces menos
morena que antes.
¿Se mejoró por fin tu tía abuela? No, no me gusta
la cerveza. Es
verdad, me había olvidado.
Y por debajo, montacargas de sombra, asciende despacio otro
presente.
En tu pelo empiezan a temblar las abejas, tu mano
roza la mía y pone en
ella un dulce algodón de humo. Hueles
de nuevo a sur.
II
Tienes a ratos
la cara del exilio
ese que busca voz en tus
poemas.
Mi exilio es menos duro,
le sobran las defensas,
pero cuando te
llevo de la mano
por una callecita de París
quisiera tanto que el
paseo se acabara
en una esquina de Montevideo
o en mi calle Corrientes
sin que nadie viniera
a pedir documentos.
III
A veces creo que podríamos
conciliar los contrarios
hallar
la centritud inmóvil de la rueda
salir de lo binario
ser el
vertiginoso espejo que concentra
en un vértice último
esta ceremoniosa
danza que dedico
a tu presente ausencia.
Recuerdo a Saint-Exupéry: «El amor
no es mirar lo que se ama
sino
mirar los dos en una misma dirección».
Pero él no sospechó que tantas veces
los dos mirábamos fascinados a
una misma mujer
y que la espléndida, feliz definición
se viene al
suelo como un gris pelele.
IV
Creo que no te quiero,
que solamente quiero la imposibilidad
tan obvia de quererte
como la mano izquierda
enamorada de ese guante
que vive en la derecha.
V
Ratoncito, pelusa, medialuna,
caleidoscopio, barco en la
botella,
musgo, campana, diáspora,
palingenesia, helecho,
eso y el
dulce de zapallo,
el bandoneón de Troilo y dos o tres
zonas de piel en
donde
hace nido el alción,
son las palabras que contienen
tu cruel definición inalcanzable,
son las cosas que guardan las sustancias
de que estás hecha para que
alguien
beba y posea y arda convencida
de conocerte entera,
de que
sólo eres Cris.
Para leer en forma interrogativa
Has visto,
verdaderamente has visto
la nieve, los astros, los pasos afelpados de la
brisa...
Has tocado,
de verdad has tocado
el plato, el pan, la cara
de esa mujer que tanto amás...
Has vivido
como un golpe en la frente,
el instante, el jadeo, la caída, la fuga...
Has sabido
con cada poro
de la piel, sabido
que tus ojos, tus manos, tu sexo, tu blando corazón,
había que tirarlos
había que llorarlos
había que inventarlos otra vez.
Poema
Te amo por ceja, por
cabello, te debato en corredores
blanquísimos donde se juegan las
fuentes de la luz,
te discuto a cada nombre, te arranco con delicadeza
de cicatriz,
voy poniéndote en el pelo cenizas de relámpago
y cintas que dormían
en la lluvia.
No quiero que tengas una forma, que seas
precisamente lo que viene
detrás de tu mano,
porque el agua, considera el agua, y los leones
cuando se disuelven
en el azúcar de la fábula,
y los gestos, esa arquitectura de la nada,
encendiendo sus lámparas
a mitad del encuentro.
Todo mañana es la pizarra donde te invento y te dibujo,
pronto a
borrarte, así no eres, ni tampoco
con ese pelo lacio, esa sonrisa.
Busco tu suma, el borde de la copa
donde el vino
es también la luna y el espejo,
busco esa línea que hace temblar a
un hombre
en una galería de museo.
Además te quiero, y hace tiempo y frío.
Poema 2
Empapado de abejas
en el viento asediado de vacío
vivo como una rama,
y en medio de enemigos sonrientes
mis manos tejen la leyenda,
crean el mundo espléndido,
esa vela tendida.
Preludio a un texto en prosa
venir de alguna parte que no es parte
de ninguna,
del cuarto lado de ese triángulo que forman
las dos cervezas y la chica rubia,
en este pub de Chelsea. Simplemente:
queremos tanto a Glenda.
Las papas fritas huelen a pescado
y el pescado no huele: esquives y
situaciones, estas líneas,
el barman pelirrojo y los Pink Floyd,
cada cosa desplaza lo vecino, lo empuja
a pulirse y brillar como el niño que brota de mujer.
Pero no hay como, aqui: las cosas
son lo que son porque son otras.
Sólo sé que respiro,
y que queremos tanto a Glenda.
Quizá la más querida
Me diste la intemperie,
la leve sombra de tu mano
pasando por mi cara.
Me diste el frío, la
distancia,
el amargo café de medianoche
entre mesas vacías.
Romance de los vanos encuentros
No preguntes quién pone en este canto
un alma destinada al
sufrimiento
y un pobre corazón que te ama tanto.
I
Bronces de las ocho y media
nos llaman cada mañana
-entre
tu casa y mi casa-
de dos cornisas y un breve saludos de camaradas.
¡Estás tan bella, vestida
de crujiente espuma blanca
baje ese sol
de las ocho
que te ciñe y que te alaba!
Sus amarillas saetas
bordan en tu pelo el aura
que me recuerda las
leves
imágenes de las santas.
(Pienso que rezarte a ti
tal vez me salvará el alma...)
II
Las campanas matinales
ponen música en la senda
por donde a tu escuela
vas,
por donde voy a mi escuela.
Tontamente, tontamente
me vuelve la vieja idea
cada vez que nos
cruzamos
en nuestras rutas opuestas:
pienso en el ayer que ataba
con una risa dos sendas,
cuando jamás nos cruzábamos
tú y yo en camino
a la escuela.
Con una misma campana,
con una misma existencia,
y por una misma
calle
con sol de las ocho y media...
Para nosotros, entonces,
había
una sola escuela.
III
La señorita maestra
pasa vestida de blanco ;
en su
oscuro pelo duerme
la noche aún, perfumado,
y en lo hondo de sus
pupilas
yacen dormidos los astros.
Buenos días señorita
del caminar apurado;
cuando su voz me sonríe
olvido todos los pájaros,
cuando sus ojos me cantan
se torna el día
más claro,
y subo la escalinata
un poco como volando,
y a veces
digo lecciones.
S
ave
it, pretty mama
Sálvalo, mamita,
sálvame tantas noches de naufragio,
salva tu blusa azul (era en enero, en Roma)
sálvalo todo, o salva lo que puedas.
Esto se viene abajo, pretty mama,
sálvalo del olvido, no permitas
que se llueva la casa, que se borre
la trattoria de Giovanni,
corre por mí por ti, sálvalo ahora,
te estás yendo y los pájaros se mueren,
me voy de ti te vas de mí, no hay tiempo,
sálvalo pretty mama,
la voz de Satchmo y ese grito
que te sumía en lo más hondo del amor,
save it all for me,
save it all for you,
save it all for us.
Aunque no salves nada, sálvalo mamita.
Siempre empezó a llover...
Siempre empezó a llover
en la mitad de la película,
la flor que te llevé tenía
una araña
esperando entre los pétalos.
Creo que lo sabías
y que favoreciste la desgracia.
Siempre olvidé
el paraguas
antes de ir a buscarte,
el restaurante estaba lleno
y
voceaban la guerra en las esquinas.
Fui una letra de tango
para tu indiferente melodía.
Tala
Llévese estos ojos, piedritas de colores,
esta nariz de tótem, estos
labios que saben
todas la tablas de multiplicar
y las poesias más selectas.
Le doy la cara entera, con la lengua y el
pelo,
me quito las uñas y dientes y le completo el peso.
No sirve esa
manera de sentir.
Qué ojos ni qué dedos.
Ni esa comida recalentada, la memoria,
ni
la atención, como una cotorrita perniciosa.
Tome las inducciones y las
perchas
donde cuelgan las palabras lavadas y planchadas.
Arree con la
casa, fuera de todo,
déjeme como un hueco, o una estaca.
Tal vez
entonces, cuando no me valga
la generosidad de Dios, eso boy scout,
y
esté igual que la alfombra que ha aguantado
su lenta lluvia de zapatos
ochenta años
y es urdimbre no más, claro esqueleto donde
se borraron
los ricos pavorreales de plata,
puede ser que sin vos diga tu nombre
cierto
puede ocurrir que alcance sin manos tu cintura.
Una carta de amor
Todo lo que de vos quisiera
es tan poco en el fondo
porque en el fondo es todo,
como un perro que pasa, una
colina,
esas cosas de nada, cotidianas,
espiga y cabellera y dos
terrones,
el olor de tu cuerpo,
lo que decís de cualquier cosa,
conmigo o contra mía,
todo eso es tan poco,
yo
lo quiero de vos porque te quiero.
Que mires más allá de mí,
que me ames con violenta prescindencia
del mañana, que el grito
de tu
entrega se estrelle
en la cara de un jefe de oficina,
y que el placer que juntos
inventamos
sea otro signo de la libertad.