"...Y el corazón enamorado siente
más clara la presencia del latido..."
"Sin título"
Guillermo Wiedeman
Reseña biografica
Olga Chams Eljach, poeta
colombiana nacida en Barranquilla en 1921, es hija de padres oriundos de
Líbano, Medio Oriente.
Desde 1937, cuando le publicaron sus primeros poemas en la revista Vanidades
de La Habana, la poeta adoptó el seudónimo
de Meira Delmar.
Estudió en el Conservatorio Pedro Biava de su
ciudad natal, en el cual fue luego profesora de Historia del Arte y
Literatura,
materias que había cursado en Roma.
La Universidad del Atlántico le confirió el doctorado Honoris Causa
en Letras, es miembro correspondiente de la Academia Colombiana de
la Lengua y dirigió por muchos años la Biblioteca Pública del
Atlántico.
Su poesia, caracterizada por una dulce sensualidad, está
contenida en los siguientes libros:
«Alba del olvido», «Sitio del amor»,
«Verdad del sueño», «Secreta isla», «Reencuentro», «Laud memorioso»,
«Huésped sin sombra», «Alguien pasa» y «Viaje al ayer», entre otros.
Falleció en Marzo de 2009. ©
Alguien pasa
Allá
Ausencia de
la rosa
Breve
Canción lejana
Carta de Roma
De paso
Dejo este amor aquí..
Deshora
Desvelo
El escudo
El llamado
El milagro
El recuerdo
Este amor
Huésped sin sombra
Instante
La ausencia
La hoguera
La tarde
Memoria
Muerte del olvido
Muerte mía
Narciso
Nueva presencia
Otra presencia
Pasa el viento
Perfume
Presencia en el olvido
Raíz antigua
Reclamo
Reminiscencia
Soneto a la rosa
Soneto del amor evocado
Soneto en el amor
Soneto insistente
Soneto marinero
Todavía
Alguien pasa
Alguien pasa y pregunta
por los jazmines, madre.
Y yo guardo silencio.
Las palabras no acuden
en mi ayuda, se esconden
en el fondo del pecho, por no subir vestidas
de luto hasta mi boca,
y derramarse luego
en un río de lágrimas.
No sé si tú recuerdas
los días aún tempranos
en que ibas como un Angel
por el jardín, y
dabas
a los lirios y rosas
su regalo de agua,
y las hojas marchitas
recogías en esa
tu manera tan suave
de tratar a las plantas
y a los
que se acercaban
a tu amistad perfecta.
Yo sí recuerdo, madre,
tu oficio de ser tierna
y fina como el aire.
Una tarde un poeta
recibió de tus manos
un jazmín que cortaste
para él. Con asombro
te
miró largamente
y se llevó a los labios,
reverente, la flor.
Se me quedó en la frente
aquel momento, digo
la frente cuando debo
decir el corazón.
Y se me va llenando
de
nostalgia la vida,
como un vaso colmado
de un lento vino pálido,
si
alguien pasa y pregunta
por los jazmines, madre.
Allá
Si acaso al otro lado de la
vida
otra vez, por azar, nos encontramos,
¿se reconocerán nuestras
miradas
o seremos tan sólo un par de extraños?
De todos modos te amaré lo
mismo.
Juntos. O separados.
Ausencia de la rosa
Detenida
en el río
translúcido
del viento,
por otro nombre, amor,
la llamaría
el
corazón.
Nada queda en el sitio
de su perfume. Nadie
puede creer, creería,
que aquí estuvo la rosa
en otro tiempo.
Sólo yo sé que si la mano
deslizo por el aire, todavía
me hieren sus espinas.
Breve
Llegas cuando menos
te
recuerdo, cuando
más lejano pareces
de mi vida.
Inesperado como
esas tormentas que se inventa
el viento
un día inmensamente azul.
Luego la lluvia
arrastra sus despojos
y me borra tus huellas.
Canción lejana
Y yo también como la tarde
toda me tornaré dichosa
para quererte y esperarte.
Iluminada
de tus ojos
vendrá la luna,
vendrá la luna por el aire.
Tú me querrás inmensamente.
Mi corazón será infinito
para la angustia de tu frente.
Yo
te daré los sueños míos:
amor, dolor, sencillamente.
Después será la enamorada sonrisa,
el beso, la memoria llena de ti, maravillada.
Y el gozo azul de
estar contigo
fuera del tiempo, sin palabras.
De golondrina en golondrina
nos llegará la primavera
de la mirada pensativa.
Y un mismo cauce de dulzura
tendrán
las rosas y los días.
Yo te daré los sueños míos:
amor, dolor, sencillamente.
Carta de Roma
Te escribo, amor, desde la
primavera.
Crucé la mar para poder
decirte
que, bajo el cielo de la tarde, Roma
tiene otro cielo de
golondrinas,
y entre los dos un Angel de oro pasa
danzando.
La cascada de piedra que
desciende
por Trinitá dei Monti hasta la plaza,
se detuvo de pronto y
ahora suben
azaleas rosadas por su cuerpo.
Los árboles repiten siete
veces
la música del viento en las colinas,
y el húmedo llamado de las
fuentes
guía mis pasos.
Más bella que en el aire
una rota columna hallé en el césped,
caída en el abrazo de una rosa.
Cuando fluye la luz,
cuando se para
el tiempo,
asomada a los puentes Roma busca
su
imagen sobre el Tevere,
y en vez del nombre suyo ve que tiembla
tu
nombre, amor, en el rodante espejo.
De paso
No es el tiempo
el que
pasa.
Eres tú
que te alejas
apresuradamente
hacia la sombra,
y vas dejando caer,
como el que se
despoja
de sus bienes,
todo aquello que amaste,
las horas
que te
hicieron la dicha,
amigos
en quienes hubo un día
refugio tu
tristeza,
sueños
inacabados.
Al final, casi
vacías las manos,
te preguntas
en qué momento
se te fue la vida,
se te sigue yendo,
como u hilo de agua
entre los dedos.
Dejo este amor aquí...
Dejo este amor aquí
para
que el viento
lo deshaga y lo lleve
a caminar la tierra.
No quiero
su daga sobre
mi pecho,
ni su lenta
ceñidura de espinas en la frente
de mis
sueños.
Que lo mire mis ojos
vuelto nube,
aire de abril,
sombra de golondrina
en los espejos
frágiles
del mar...
Trémula lluvia
repetida sin fin sobre los
árboles.
Tal vez un día, tú
que
no supiste
retener en las manos
su júbilo perfecto,
conocerás su
rostro en un perfume,
o en la súbita muerte de una rosa.
Deshora
Cuando llegué te habías
ido del brazo de otro amor.
Y no quise decirte:
«Vuelve,
perdóname esta vez,
se me hizo tarde,
fue un pequeño
descuido
de la vida, una leve
distracción del destino».
Aquel silencio que selló
mis labios
me hiere todavía el corazón.
Desvelo
A la hora del alba cuando
el sueño
me abandona,
recorro los momentos
de nuestro amor, en
busca
de los rostros de entonces,
los sueños, las palabras.
Todo en vano.
Nos fue borrando el tiempo,
sus implacables manos,
deshaciendo los cuerpos para sólo
dejarnos,
viva llama, que no cesa
de arder en el vacío.
El escudo
Cuánto te quise, amor,
cuánto te quiero,
más allá de la vida y de la muerte.
Y aunque ya
nunca más he de tenerte,
eres de cuanto es mío lo primero.
Más que el sol del estío,
verdadero,
tu recuerdo mitiga, por mi suerte,
la sombra que me ciñe, y
se convierte
en la luz que ilumina mi sendero.
Nada ni nadie desterrar
haría
de mi frente aquel tiempo jubiloso
en que eterna la dicha
parecía.
Contra el olvido y su tenaz
acoso
defenderá por siempre y a porfía
su condición de escudo
milagroso.
El llamado
Tú estarás lejos.
Yo dejaré la vida
como
un ramo de rosas
que se abandona para
proseguir el camino,
y
emprenderé la muerte.
Detrás de mí, siguiéndome,
irán todas las cosas
amadas, el silencio
que nos uniera, el arduo
amor que nunca pudo
vencer el tiempo, el roce
de tus manos, las tardes
junto al mar, tus palabras.
Si donde estés tú oyes
que alguna voz te nombra,
seré yo que en el viaje
te recuerdo.
El milagro
Pienso en ti.
La tarde,
no es una
tarde más;
es el recuerdo
de aquella otra, azul,
en que se hizo
el amor en nosotros
como un día
la luz en las tinieblas.
Y fue entonces más clara
la estrella, el perfume
del jazmín más cercano,
menos
punzantes las
espinas,
Ahora,
al evocarla creo
haber sido testigo
de un milagro.
El recuerdo
Este día con aire de paloma
será después recuerdo.
Me llenaré de él
como de
vino un ánfora,
para beberlo a sorbos cuando quiera
recuperar su
aroma.
Antes que vuele hacia el
ocaso, antes
de ver cómo se pierde entre la noche.
Este amor
Como ir casi juntos
pero no juntos,
como
caminar paso a paso
y entre los dos un muro
de cristal,
como el viento
del Sur
que si se nombra
¡Viento del Sur! parece
que se va con su nombre,
este amor.
Como el río que une
con sus manos de agua
las orillas que
aparta,
como el tiempo también,
como la vida,
que nos huyen viviéndonos,
dejándonos
cada vez menos nuestros
y más suyos,
este amor.
Como decir mañana
y estar pensando nunca,
como saber que
vamos
hacia ninguna parte
y sin embargo nada
podría detenernos,
como la mansedumbre
del mar, que es el anverso
de ocultas tempestades,
este amor.
Este
desesperado amor.
Huésped sin sombra
Nada deja mi paso por la tierra.
En el momento del callado viaje
he de llevar lo que al nacer me
traje:
el rostro en paz y el corazón en guerra.
Ninguna voz repetirá la
mía
de nostálgico ardor y fiel asombro.
La voz estremecida con que
nombro
el mar, la rosa, la melancolía.
No volverán mis ojos renacidos
de la noche a la vida siempre ilesa,
a beber como un vino la belleza
de los mágicos cielos encendidos.
Esta sangre sedienta de
hermosura
por otras venas no será cobrada.
No habrá manos que tomen, de
pasada,
la viva antorcha que en mis manos dura.
Ni frente que mi sueño
mutilado
recoja y cumpla victoriosamente.
Conjuga mi existir tiempo presente
sin futuro después de su pasado.
Término de mí misma, me rodeo
con el anillo cegador del canto.
Vana marea de pasión y llanto
en mí naufraga cuanto miro y creo.
A nadie doy mi soledad. Conmigo
vuelve a la orilla del pavor,
ignota.
Mido en silencio la final derrota.
Tiemblo del día. Pero no lo digo.
Instante
Ven mirar conmigo
el
final de la lluvia.
Caen las últimas gotas como
diamantes desprendidos
de la corona del invierno,
y nuevamente queda
desnudo el aire.
Pronto un rayo de sol
encenderá los verdes
del patio,
y saltarán al césped
una vez más
los pájaros.
Ven conmigo y fijemos el
instante
-mariposa de vidrio-
en esta página.
La ausencia
Se me perdió tu huella.
Un viento
huracanado y frío la borró del sendero,
dejándonos los pasos
sin rumbo alguno ahora,
sin saber hacia dónde
orientar el destino.
En torno de esta inmensa
soledad gira y gira
el desmedido anillo
del horizonte en vano.
Me llaman los caminos
pero no los encuentro:
tu voz, mi rosa náutica,
mi rosa de los
vientos,
se me apagó en la noche.
La hoguera
Esta es, amor, la rosa que
me diste
el día en que los dioses nos hablaron.
Las palabras ardieron
y callaron.
La rosa a la ceniza se resiste.
Todavía las horas me
reviste
de su fiel esplendor. Que no tocaron
su cuerpo las tormentas
que asolaron
mi mundo y todo cuanto en él existe.
Si cruzas otra vez junto a
mi vida
hallará tu mirada sorprendida
una hoguera de extraño poderío.
Será la rosa que morir no
sabe,
y que al paso del tiempo ya no cabe
con su fulgor dentro del
pecho mío.
La tarde
Te contaré la tarde, amigo
mío.
La tarde de campanas y
violetas
que suben lentamente a su pequeño
firmamento de aroma.
La tarde en que no estás.
El tiempo, detenido, se
desborda
como un dorado río.
Y deja ver en su lejano fondo
no sé
que cosas olvidadas.
El día vuelve aun en una ráfaga
de sol,
y fija
mariposas de oro
en el cristal de aire...
Hay una flauta en el
silencio, una
melancólica boca enamorada,
y en la torre teñida de
crepúsculo
repiten su blancura las palomas.
La tarde en que no estás...
la tarde
en que te quiero.
Alguien que no conozco,
abre secretamente los jazmines
y cierra una a una las palabras.
Memoria
Mar de mi infancia. Caracolas,
arena de oro, velas blancas.
Si
alguien cantaba entre la noche
a las sirenas recordaba.
Simbad venía en cada ola
sobre la barca de mi sueño,
y me nombraba
capitana
de su fantástico velero.
El viento izaba las gaviotas
alto más alto de sus mástiles.
Y por
las nubes entreabiertas
pasaba el cielo con sus Angeles.
Los compañeros no sabían
-yo nunca dije mi destino-
que en el
anillo de la ronda
iba la novia del marino.
Muerte del olvido
Se me murió el olvido
de repente.
Inesperada-
mente,
se
le borraron las palabras
y fue desvaneciéndose
en el viento.
En busca suya el corazón
tocaba
todas las puertas.
Nadie. Nada.
Y allí donde estuviera se
instaló
de nuevo,
el doloroso amor,
el implacable,
interminable-
mente.
Muerte mía
"La muerte no es quedarme
con las manos ancladas
como barcos inútiles
a mis propias orillas,
ni tener en los ojos,
tras la sombra del párpado
el último paisaje
hundiéndose en sí mismo.
La muerte no es sentirme
fija en la tierra oscura
mientras mueve la noche
su gajo de luceros,
y mueve el mar profundo
las naves y los peces,
y el viento mueve estíos,
otoños, primaveras.
¡Otra cosa es la muerte!
Decir tu nombre una
y otra vez en la niebla
sin que tornes el rostro
a mi rostro, es la muerte.
Y estar de ti lejana
cuando dices "La tarde
vuela sobre las rosas
como un ala de oro
La muerte es ir borrando
caminos de regreso
y llegar con mis lágrimas
a un país sin nosotros
y es saber qué pregunta
mi corazón en vano
por tu melancolía.
¡Otra cosa es la muerte!"
Narciso
Asomado a la fuente ve que
el agua le mira
con el trémulo asombro de su propia belleza.
Los ojos
ya no pueden rescatar la mirada
que ha olvidado en las redes hialinas del
espejo.
Nunca nadie en la tierra
quedará como él, ensimismado
en el reflejo fiel de su hermosura,
nunca
nadie perdiera
como él la certeza de las horas,
fijo en la verde
orilla e inclinado
sobre el tiempo sin tiempo de su imagen.
Y cuando acerca el beso
a los labios que ascienden,
no sabe cómo cae, cómo huye por fin
su
desbordado amor entre las ondas.
La flor que así lo cuenta
lleva su nombre gualda
entre las manos.
Nueva presencia
Venías de tan lejos como de
algún recuerdo.
Nada dijiste. Nada. Me
miraste a los ojos.
y algo en mí, sin olvido, te fue reconociendo.
Desde una azul distancia me
caminó las venas
una antigua memoria de palabras y besos,
y del fondo de un vago país
entre la niebla
retornaron canciones oídas en el sueño.
Mi corazón, temblando, te
llamó por tu nombre.
Tú dijiste mi nombre... Y se detuvo el tiempo.
La tarde reclinaba su
frente pensativa
en las trémulas manos de los lirios abiertos,
y a través de las nubes los pájaros errantes
abrían sobre el campo la
página del vuelo.
Con los hombres cargados de
frutos y palomas
interminablemente pasaba el mismo viento,
Y en el instante claro de
los bronces mi alma,
llena de Angelus, era como un sitios del cielo.
Una vez, antes, antes, yo
te había perdido.
En la noche de estrellas, o en el alma de un verso.
Una vez. No sé donde... Y
el amor fue tan sólo
encontrarte de nuevo.
Otra presencia
Ahora estamos unidos
para siempre.
No importa que te hayas
marchado,
que la puerta
no se abra más
para esperar tus pasos,
ni importa que en las manos
que me encuentran
no me rocen las tuyas.
Andas conmigo,
vas,
vienes a mi lado,
y miras con mis ojos
derramarse en el mar
el
ocaso.
Oyes el viento en la noche
cuando pasa estremeciendo
las
ventanas,
Y me sigues constante
por la oscura comarca
del insomnio.
Revestida de ausencia
tu
perdida presencia
me acompaña.
Pasa el viento
De aquel amor que nunca
fuera mío
y sin embargo se tomó mi vida,
me queda esta nostalgia
repetida
sin fin, cuando sollozo y cuando río.
A veces desde el fondo del
estío,
llega la misma música entre oída
en el tiempo gozoso, la
encendida
música que cayera en el vacío.
Y quiere asirla el corazón.
Beberla
como un vaso de vino. Retenerla
para creer de nuevo en la
dulzura.
Pero se escapa y huye con
el viento,
y me deja tan sólo este lamento,
donde esconde su rostro la
amargura.
Perfume
Vuelvo a tenerte, amor,
como si nunca
te me hubieras ido.
Tus manos me recorren
el
rostro suavemente,
y te oigo la voz en un
susurro
que me roza el oído.
Vuelvo a tenerte
y
pienso en el perfume
que de nuevo me hiere
aunque el jazmín no exista.
Presencia en el olvido
Tú ya no tienes rostro en
mi recuerdo. Eres,
nada más, la dorada tarde aquella
en que la
primavera se detuvo
a leer con nosotros unos versos.
Y eres también esta tenaz y
leve
melancolía que sus pasos mueve
sobre mi corazón,
y casi no es
melancolía...
Alguna vez yo tuve
tu
rostro y tus palabras...
¡Hoy no sé qué se hicieron!
Hoy eres solamente
esas
pequeñas cosas que se llaman
un día, un libro, el lento
caminar de la mano de la
estrella,
y a veces, -pocas veces-, el silencio
fijándome los ojos
desolados
en un sitio del aire, como ciegos...
Yo se que estás lejano de mi límite.
Que ya no eres ni la voz ni el
eco...
si por el cauce de mi sangre subes,
llegas, vano fantasma,
hasta mi sueño.
Y te quiero mirar, y es
esta tarde
dorada, que ya dije,
lo que encuentro...
La tarde que tenía un
campanario
entre los dedos
y una humana dulzura en la manera
de
entendernos...
Tú ya no tienes rostro.
Ya no eres.
Raíz antigua
No es de ahora este amor.
No es en nosotros
donde
empieza a sentirse enamorado
este amor por amor, que nada espera.
Este
vago misterio que nos vuelve
habitantes de niebla entre los otros.
Este desposeído
amor, sin tardes que nos miren juntos
a través de los
trigos derramados
como un viento de oro por la tierra,
este extraño
amor,
de frío y llama,
de nieve y sol, que nos tomó la vida,
a
leve, sigiloso, a espaldas nuestras,
en tanto que tú y yo, los
distraídos,
mirábamos pasar nubes y rosas
en el torrente azul de la
mañana.
No es de ahora. No.
De
lejos vine
-de un silencio de siglos,
de un instante
en que tuvimos
otros nombres y otra
sangre fugaz nos inundó las venas-,
este amor por amor,
este
sollozo
donde estamos perdidos en querernos
como en un laberinto
enamorado.
Reclamo
¡Amor! ¡Amor! ¡Qué has hecho de mi vida!
mi vida era como un agua
mansa,
como un agua ceñida. ..
Antes de ti, ¡qué fácil para el alma
la espera de sus pasos, y qué
fácil
su ligera partida...!
Antes de ti, ¡qué fácil la ventura
frente a la lluvia clara y el
silencio
de las tardes dormidas...!
Pero contigo, Amor, cómo se vuelven
la espera y el partir angustia
viva. ..
¡Cómo tus manos claras, inasibles,
rompen las horas mías!
Contigo, Amor, la lluvia no es "la lluvia'"
ni me da su regalo de
sonrisas,
y es tortura el silencio cuando pasa
por las tardes
dormidas...
***
Antes de ti, qué fácil el
olvido
del país todo rutas para el sueño
que detrás de sus ojos
existía...
Antes de ti, qué fácil el momento
de la estrella primera, sobre el
Angelus
brillando sorprendida...
Pero contigo, Amor, cómo se vuelven
la estrella y olvidar angustia
viva...
Cómo tus manos claras, inasibles,
la dulzura me trizan...
Contigo, Amor, este fingido gozo
mientras el alma cuenta sus espinas,
y esta quebrada voz para su nombre,
y este afán inquietando la alegría...
***
Contigo este decir atribulado...
¡Amor! ¡Amor! ¡Qué
has hecho de mi vida!
Reminiscencia
Un breve instante se
cruzaron
tu mirada y la mía.
Y supe de repente
-no sé
si tú también-
que en un tiempo
sin años ni relojes,
otro tiempo,
tus ojos y mis ojos
se habían encontrado,
y esto de ahora
no era
más que un eco,
la ola que regresa,
atravesando mares,
hasta la
antigua orilla.
Soneto a la rosa
En las manos del alba vi la
rosa.
Huía de sí misma perseguida
por su propia hermosura repetida
en pétalos y en rosa jubilosa.
Con un alto vaivén de
mariposa
la rosa, ya en el aire, detenida
quedaba entre la luz,
estremecida
de aromas y de fuga luminosa.
Inmóvil sobre el viento
desvelado
en rosa de vitral se convertía
la rosa del temblor
atormentado.
El día la tocaba. Y era el
día
en torno de la rosa, desalado
arroyo de insistente melodía.
Soneto del amor evocado
Toca mi corazón tu mano
pura,
lejano amor cercano todavía,
y se me vuelve más azul el día
en la clara verdad de la hermosura.
Memoria de tu beso, la
dulzura
recobra su perdida melodía.
y torna al cielo de la frente mía
el Angel inicial de la ventura.
El viento es otra vez un
manso río
de jazmines abiertos. El estío
entreabre su vena rumorosa.
Y el tiempo se detiene
desvelado,
a orillas del recuerdo enamorado
que enciende el corazón
cuando le roza.
Soneto en el amor
Estoy, amor, en ti y en el
dorado
desvelo de tu clima deleitoso,
con el ardido corazón gozoso
de su vivo tormento enamorado.
Y te nombro mi día
iluminado.
Y te digo mi tiempo jubiloso.
Alto mar de hermosura sin
reposo
a la cima del sueño levantado.
Estoy, amor, en ti. Bajo tu
cielo
lejanamente mío, crece el duelo
y crece la sonrisa, dulcemente.
Y el canto va subiendo,
sostenido
por tu mano, azahar desvanecido,
a la orilla del alba
transparente.
Soneto insistente
Cuando presiente el corazón
la gloria
de ser libre por gracia del olvido,
me llegue entre la
noche, como el ruido
del mar en la distancia, tu memoria.
Con ella viene la tenaz
historia
de lo que pudo ser y nunca ha sido.
Arduo amor ni ganado ni
perdido,
batalla sin derrota y sin victoria.
Cada vez que en mi mano
reverdece
la rama del olvido y aparece
después de la tormenta la
alegría,
algo tuyo regresa de la
nada
y de nuevo destruye la dorada
esperanza fugaz de un claro día.
Soneto marinero
Digo tu nombre, mar, tu
nombre ardido
de soles y de júbilo creciente,
y el corazón enamorado
siente
más clara la presencia del latido.
Velero que navega repetido
por los quietos espejos de la frente,
regresa tu paisaje lentamente
como si retornara del olvido.
Y surge tu comarca marinera
con una trashumante primavera
de espumas en la mano de cristal.
Y tu voz de colores, y tu
alada
corona de blancura trabajada
en gaviotas y pétalos de sal.
Todavía
Amor de amor aquel que nos
uniera
una vez en el tiempo ya distante.
Amor en que tú fuiste amado,
amante
y yo amante y amada también fuera.
Otro amor sin igual no
conociera
nunca el haz de la tierra. Fulgurante,
más que el sol del
verano delirante,
toda sombra su lumbre destruyera.
Amor de amor. Tan alto y
extremado,
que el mismo cielo al serle comparado,
cosa fútil y vana
parecía.
La vida canceló su
encendimiento...
Y sin embargo en el recuerdo siento
que me quema la
sangre todavía.