"...Unir a mis latidos tus latidos,
y unir
a mi existencia tu existencia,
y unir a mis sentidos tus sentidos..."
"Mirada pasajera"
Morgan Weisting
Reseña biografica
Poeta mexicano nacido
Veracruz en 1853.
Desde muy temprana edad se inició en el oficio de
periodista, siguiendo los pasos de su padre quien siempre
estuvo vinculado a la política. Muy pronto empezó a leer las páginas de
los clásicos grecolatinos, de escritores
contemporáneos, particularmente mexicanos, españoles y franceses.
Es
considerado como uno de los precursores del modernismo de la poesia
mexicana. Autor de una vasta obra,
muchos de sus poemas sólo fueron publicados en el «Diario Comercial» y
nunca se editaron.
De sus poemarios se destacan: «Lascas» y «La mujer
de nieve».
Tras un largo exilio por motivos políticos, regresó a
México donde falleció en 1928. ©
A Berta
A Blanca
A Déltima
A ella
A Gloria
A M...
A Margarita
A Piedad
A ti
A una dama
Al separarnos
Canción medioeval
Cleopatra
Con qué dolor, y válgame ser franco...
Conficencias
Consonancias
Copo de nieve
Date Lilia
Dedicatoria
Dentro de una esmeralda
Deseos
Despedida al piano
El arroyo
En el álbum de la señorita Ana Markoe
En el álbum de la señorita Luz Landero
En el álbum de
Matilde
En un álbum
Engarce
Epístola
Estrofas varias
Idilio
Infeliz el cónyuge, ¡Ay del que se fíe!
La canción del paje
La cita
La estrella mensajera
La giganta
La nube
Los parias
Mística
Mudanza
Música de Schubert
Nox
Pepilla
¿Por qué?
Rimas
Vigilia y sueño
A Berta
Ya que eres grata como
el cariño
ya que eres bella como el querub,
ya que eres blanca
como el armiño,
¡sé siempre ingenua, sé siempre tú!
El torpe engaño que el vicio fragua
nunca se aviene con la
virtud.
¡Sé transparente como es el agua,
como es el aire, como es la luz
Que tu palabra -dulce armonía
que tu alma exhala como un laúd,
como una alondra que anuncia el día
presa en la sombra que flota aún-
sea un arroyo sereno y puro
do, al inclinarme como un saúz,
mire las guijas del fondo oscuro
y las estrellas del cielo azul.
A Blanca
¡Tu belleza mirífica no asoma
y en éxtasis escucho tu voz clara,
que llega del jardín cual un aroma,
pero cual un aroma que cantara!
¡Endulzas con tu acento un mar de acíbar
y en éxtasis escucho tu
voz clara,
que viene de un amor, cual un almíbar,
pero cual un
almíbar que cantara!
A Déltima
Vuelve a mí la odorífera corola
y acoge la oblación de mis
gorjeos,
¡oh tú, la rosa mística, la sola
flor viva del jardín de
mis deseos!
Tu esencia, en que mi anhelo se sacia,
es tu cáliz nítido, que
adoro,
gota de miel en ánfora de gracia,
grano de mirra en
incensario de oro.
A ti van los suspiros y las quejas
del nostálgico mal que me
consume.
Las ansias de mi afán son las abejas
y tú eres la dulzura
y el perfume.
* * *
Mas estas notas que mi angustia exhala
son las
últimas ¡ay! que habré de darte...
Son los batidos lúgubres del ala
de la ilusión que se despide y parte.
¡Mujer, entre mi afecto y tu cariño
hay un abismo que mi orgullo
ensancha,
y sé que tu virtud es un armiño
que no consiente ni
soporta mancha!
¡Altivez infernal! ¡Deber penoso!
¡Escollos de dolor en nuestra
vía...!
¡Yo no puedo sin mengua ser tu esposo
y tú no puedes con
honor ser mía!
* * *
¡Oh memoria... gloriosa infortunada,
llévame hacia
el edén que mi alma quiso!
¡Oh mi pobre pasión... Eva enlutada,
toma con el recuerdo al paraíso!
¡Anda! ¡Riega y evoca con tu llanto
tus agostadas primaveras
puras,
Angel apocalíptico en el santo
valle de Josafat de las
venturas!
¡Después... oh triste mártir que palpitas
de nuevo bajo el paño
de la muerte!
¡Noble Cristo interior que resucitas,
huye del
cautiverio de la suerte!
¡Rocío abrasador, quema mis ojos!
¡Lluvia de tempestad, inunda el
suelo!
¡Plegaria funeral, ponte de hinojos!
¡Volcán, arroja tu
erupción al cielo!
¡Oh, mi amor...! ¡Sal del féretro en que yaces!
¡Brota del
corazón que has hecho trizas!
¡Sube a Dios, fénix ígneo que
renaces
cantando de tus mágicas cenizas!
A ella
Semejas
esculpida en el más fino
hielo de cumbre sonrojado al beso
del
sol, y tienes ánimo travieso,
y eres embriagadora como el vino.
Y
mientras: no imitaste al peregrino
que cruza un monte de penoso
acceso,
y párase a escuchar con embeleso
un pájaro que canta en el
camino.
Obrando tú
como rapaz avieso,
correspondiste con la trampa del trino,
por ver
mi pluma y torturarme preso.
No así al
viandante que se vuelve a un pino
y párase a escuchar con embeleso
un pájaro que canta en el camino.
A Gloria
¡No intentes
convencerme de torpeza
con los delirios de tu mente loca!
¡Mi
razón es al par luz y firmeza,
firmeza y luz como el cristal de roca!
¡Semejante al nocturno peregrino
mi esperanza inmortal no mira el
suelo:
no viendo más que sombra en el camino,
sólo contempla el
esplendor del cielo!
¡Vanas son las imágenes que entraña
tu espíritu infantil,
santuario oscuro!
¡Tu numen, como el oro en la montaña,
es
virginal y por lo mismo impuro!
¡A través de este vórtice que crispa,
y ávido de brillar, vuelo o
me arrastro,
oruga enamorada de una chispa
o águila seducida por
un astro!
¡Inútil es que con tenaz murmullo
exageres el lance en que me
enredo:
yo soy altivo, y el que alienta orgullo
lleva un broquel
impenetrable al miedo!
Fiado en el instinto que me empuja
desprecio los peligros que
señalas.
«¡El ave canta aunque la rama cruja:
como que sabe lo que
son sus alas!»
Erguido bajo el golpe en la porfía
me siento superior a la
victoria.
¡Tengo fe en mí: la adversidad podría
quitarme el
triunfo pero no la gloria!
¡Deja que me persigan los abyectos!
¡Quiero atraer la envidia
aunque me abrume!
¡La flor en que se posan los insectos
es rica de
matiz y de perfume!
¡El mal es el teatro en cuyo foro
la virtud, esa trágica,
descuella:
es la sibila de palabra de oro;
la sombra que hace
resaltar la estrella!
¡Alumbrar es arder! ¡Estro encendido
será el fuego voraz que me
consuma!
¡La perla brota del molusco herido
y Venus nace de la
amarga espuma1
Los claros timbres de que estoy ufano
han de salir de la calumnia
ilesos.
Hay plumajes que cruzan el pantano
y no se manchan... ¡Mi
plumaje es de ésos!
¡Fuerza es que sufra mi pasión! La palma
crece en la orilla que
el oleaje azota.
¡El mérito es el náufrago del alma:
vivo se
hunde, pero muerto, flota!
¡Depón el ceño y que tu voz me arrulle!
¡Consuela el corazón del
que te ama!
Dios dijo al agua del torrente: ¡bulle!,
y al lirio de
la margen: ¡embalsama!
¡Confórmate, mujer! ¡Hemos venido
a este valle de lágrimas que
abate,
tú como la paloma para el nido,
y yo, como el león, para el
combate1
A
M...
¿Detenerme? ¿Cejar?
¡Vana congoja!
La cabeza no manda al corazón.
Prohibe al aquilón
que alce la hoja,
no a la hoja que ceda al aquilón!
¡Cuando el torrente por los campos halla
de pronto un dique que
le dice: atrás,
podrá saltar o desquiciar la valla
pero pararse o
recular... jamás!
¿Por qué te adoro y a tus pies me arrastro?
¿Por qué se obstinan
en volverse así
la aguja al norte, el heliotropo al astro,
la
llama al cielo y mi esperanza a ti?
A Margarita
¡Qué radiosa es tu faz
blanca y tranquila
bajo el dosel de tu melena blonda!
¡Qué abismo
tan profundo tu pupila,
pérfida y azulada como la onda!
El fulgor soñoliento que destella
en tus ojos donde hay siempre
un reproche,
viene cual la mirada de la estrella,
de un cielo
ennegrecido por la noche.
¡Tu rojo labio en que la abeja sacia
su sed de miel, de aroma y
embeleso,
ha sido modelada por la gracia
más para la oración que
para el beso!
¡Tu voz que ora es aguda y ora grave,
llena de gratitud suena en
mi oído
como el saludo arrullador del ave
al sol naciente que
despierta el nido!
¡La palabra mordaz y
libertina,
en tu boca, que el ósculo consume,
es una flor de
punzadora espina,
pero que tiene un mágico perfume!
¡Tu discurso es amargo,
licencioso
y repugnante, pero extraño ejemplo!-
tu acento es
dulce, arrobador y uncioso,
como el canto del órgano en el templo!
¡Tu lenguaje, a cuyo eco me emociono,
lastima al mismo tiempo que
recrea:
es el salmo de un Angel por el tono
y el alma de un
demonio por la idea!
¡Tu mano esconde un cetro: el albo lirio,
y fue tallada con
primor no escaso
más para la limosna y para el cirio
que para la
caricia y para el vaso!
¡Tu cuerpo...! ¡Qué a menudo la locura
rasgó ante mí tus hábitos
discretos,
y tu estatuaria y lúbrica hermosura
me reveló sus
íntimos secretos!
¡Cuántas veces a la hora del tocado
penetré hasta tu estancia
encantadora!
Y en un tibio misterio plateado
por una claridad como
de aurora,
te hallé al salir del agua derramando
un rocío de líquidos
cambiantes
-escultura de nieve, comenzando
a deshelarse ya verter
diamantes-.
Y vi a la sierva que te adorna y peina
ajustar con destreza
cuidadosa
tu magnífica túnica de reina
a tu soberbia desnudez de
diosa!
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
¿Qué miseria o qué afán o qué flaqueza
te arrojó del Edén, Eva
proscrita?
¿Qué Fausto asió tu virginal belleza
y la acostó en el
fango, Margarita?
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
¡Inexplicable suerte, buena y mala,
la que a ti me llevó y a mí
te trajo!
¡Nuestro insensato amor es una escala
y por ella tú
asciendes y yo bajo!
¡Oculta y sola, mi pasión huraña
crece en mi corazón herido y
yerto;
oculta, como el cáncer en la entraña;
sola, como la palma
en el desierto!
A Piedad
Llegas a mí con garbo
presumido,
tierna y gentil. ¡Cuán vario es el orgullo!
Ostenta en
el león crin y rugido,
y en la paloma tornasol y arrullo.
Brillas y triunfas, y a carnal deseo
cierras la veste con seguro
alarde,
y en el fulgor de tu mirada veo
sonreír al lucero de la
tarde.
Hay minutos de gracia, que suspenden
el dolor con alivio
soberano,
que de la paz divina se desprenden
para cruzar el
infortunio humano.
Virtud celeste a la miseria mía
viene contigo, y en el antro
asoma
y entra y cunde como una melodía,
como una claridad, como un
aroma.
Al triste impartes, como buena maga,
tregua feliz, y en dulce
desconcierto,
bendigo por el bálsamo la llaga
y amo por el oasis
el desierto.
Y me vuelvo a mi cítara y la enfloro
y la pulso, y el son que
arranco a ella
se va, tinto en la púrpura y el oro
del puesto sol,
a la primera estrella.
A ti
Portas al cuello la
gentil nobleza
del heráldico lirio; y en la mano
el puro corte del
cincel pagano;
y en los ojos abismos de belleza.
Hay en tus rasgos acritud y alteza,
orgullo encrudecido en un
arcano,
y resulto en mi prez un vil gusano
que a un astro empina
la bestial cabeza.
Quiero pugnar con el amor, y en vano
mi voluntad se agita y
endereza,
como la grama tras el pie tirano.
Humillas mi elación y mi fiereza;
y resulto en mi prez un vil
gusano
que a un astro empina la bestial cabeza.
A una dama
Bailas por antojo que
al mancebo engríe;
y "escotada" luces dos hechizos fuera,
y en el
rubio monte de tu cabellera
una flor de grana bruscamente ríe.
¡Pasas, huyes, tornas y el placer deslíe
fósforo combusto que te
pinta ojera,
y tu maridazo mira errar la hoguera
y nada barrunta
que le contraríe!
¡Y en el rubio monte de tu cabellera
una flor de grana
bruscamente ríe!
Al separarnos
Nuestras
dos almas se han confundido
en la existencia de un ser común,
como
dos notas en un sonido,
como dos llamas en una luz.
Fueron esencias que alzó un exceso,
que alzó un exceso de
juventud,
y se mezclaron, al darse un beso,
en una estrella del
cielo azul.
Y hoy que nos hiere la suerte impía,
nos preguntamos con
inquietud:
¿cuál es la tuya? ¿cuál es la mía?
Y yo no acierto ni
aciertas tú.
Canción medioeval
¡Oh tú la de crin rubia, luenga y rizada,
que caída en torrente barre
las losas,
y que volando incita las mariposas,
porque así luce
aspecto de llamarada!
Linajuda Regina que, por taimada,
finges al viejo duque modelo a
esposas,
y de sus canas dices honestas cosas,
más dignas de la
espuma de una cascada.
Ven y place al que tiene la voz dorada,
y perennes ortigas y
eternas rosas,
y en el talón espuela y al cinto espada.
No ignores que los himnos hacen las diosas.
¡Oh tú la de crin
rubia, luenga y rizada,
que caída en torrente barre las losas!
Cleopatra
La vi tendida de espaldas
entre púrpura revuelta.
Estaba toda
desnuda,
aspirando humo de esencias
en largo tubo, escarchado
de
diamantes y de perlas.
Sobre la siniestra mano
apoyada la cabeza;
y como un ojo de
tigre,
un ópalo daba en ella
vislumbres de fuego y sangre
el
oro de su ancha trenza.
Tenía un pie sobre el otro
y los dos como azucenas;
y cerca de
los tobillos
argollas de finas piedras,
y en el vientre un denso
triángulo
de rizada y rubia seda.
En un brazo se torcía
como cinta de centellas,
un áspid de
filigrana
salpicado de turquesas,
con dos carbunclos por ojos
y
un dardo de oro en la lengua.
A menudo suspiraba;
y sus altos pechos eran
cual blanca leche,
cuajada
dentro de dos copas griegas,
y en alabastro vertida,
sólida ya, pero aún trémula.
¡Oh! Yo hubiera dado entonces
todos mis lauros de Atenas,
por
entrar en esa alcoba
coronado de violetas,
dejando ante los
eunucos
mis coturnos a la puerta.
Con qué dolor, y válgame ser
franco...
¡Con qué dolor, y válgame ser franco,
trazo los versos que a mi lado
impetras!
Esta cuartilla de papel en blanco
me parece una lápida
sin letras.
Tristísimo recuerdo me acongoja
y pienso, visionario como un
zafio,
que escribo, no una endecha en una hoja,
sino sobre un
sepulcro un epitafio.
No extrañes, no, que mi razón sucumba
a esta ilusión que envuelve
algo de cierto
porque, ay, tu corazón es una tumba
desde el
instante en que tu amor fue un muerto.
¡Tu amor! Ve el mío que cual ámbar de oro
paréceme que nunca se
consume,
que ni siquiera sufre deterioro
aunque despida sin cesar
perfume.
Mas ¿a dónde me lleva mi extravío?
Perdona a mi amargura ese
reproche.
Por ti puedo decir como el judío:
¡un Angel ha pasado
por mi noche!
Por ti en el molde general no cupe;
quise ovaciones, codicié
oropeles
y en la tribuna y con la lira supe
ganar aplausos y
obtener laureles.
Después... ¡mi gloria huyó con mi ventura
y, como nube tenebrosa,
el duelo
ha cerrado en mi alma la abertura
que daba grande y
esplendente al cielo!
Adiós. Dejo a tus plantas un gemido
y retorno a la sombra más
espesa
pues vuelvo a la que reina en el olvido,
y no hay otra tan
negra como ésa.
Confidencias
Una flor por el suelo,
un cielo de hojas empapado en lloro
y
encima de ese cielo, el otro cielo
lleno de luna y de brillantes y
oro...
Un arroyo que el aura acariciaba;
un banco... sobre el
banco
así, como quien flota, se sentaba;
y vestida de blanco,
bella como un arcAngel, me esperaba.
Aún flotan en mis noches de
desvelo
con la luz de una luna como aquélla,
el verde y el azul de
cielo y cielo,
y aura y arroyo y flor y banco y ella.
¿No te acuerdas, mujer, cuántos delirios
yo me forjaba, junto a
ti de hinojos,
al resplandor de los celestes cirios,
al resplandor
de tus celestes ojos?
¿Te acuerdas, alma mía?
¡Entonces inocente
me jurabas amor y yo podía
besar tu corazón sobre tu frente!
¡Ayer, unos tras otros,
mil delirios así pude fingirme;
hoy no
puede haber nada entre nosotros,
hoy tú vas a casarte... y yo a
morirme!
¡Y tanto sol y porvenir dorado,
tanto cielo soñado,
en
una inmensa noche se derrumba!
¡Hoy me dijiste tú: no hay esperanza;
hoy te digo: en paz goza; y, en mi tumba,
mañana me dirás: en paz
descansa!
Nueva York, 1876
Consonancias
A M...*
Tu traición justifica
mi falsía
aunque lo niegues con tu voz de arrullo;
mi amor era muy
grande, pero había
algo más grande que mi amor, mi orgullo.
Calla, pues. Ocultemos nuestro duelo,
la queja es infecunda y
nada alcanza;
agonicemos contemplando el cielo
ya que el cielo es
nuestra única esperanza.
No creas que este mal decrezca y huya:
cada vez menos parco y más
despierto
imperará en mi vida y en la tuya
«como reina el león en
el desierto».
Los años rodarán en el abismo
sin que recobres la perdida calma.
¡Tú siempre llevarás, como yo mismo,
un cadáver en lo íntimo del
alma!
El tiempo no es el médico discreto
que, por medio del fórceps del
olvido,
saca del fondo de la entraña el feto
muerto allí como el
pájaro en su nido.
*Matilde Saulnier
Copo de nieve
Para endulzar un poco
tus desvíos
fijas en mí tu angelical mirada
y hundes tus dedos
pálidos y fríos
en mi oscura melena alborotada.
¡Pero en vano, mujer! No me consuelas.
Estamos separados por un
mundo.
¿Por qué, si eres la nieve, no me hielas?
¿Por qué, si soy
el fuego, no te fundo?
Tu mano espiritual y transparente,
cuando acaricia mi cabeza
esclava,
es el copo glacial sobre el ardiente
volcán cubierto de
ceniza y lava.
Date Lilia
¡Clava en mí tu pupila
centellante
en donde el toque de la luz impresa
brilla como una
chispa de diamante
engastada en una húmeda turquesa!
¡Tal fulgura una perla
de rocío
en el esmalte azul de una corola!
¡Tal radia en el
crepúsculo sombrío
la estrella del amor, pálida y sola!
Deja que ruede libre tu cabello
como la linfa que desborda el
cauce,
para que caiga en torno de tu cuello
como el follaje
alrededor del sauce;
para que flote, resplandor de aurora
sobre tu rostro que el
sonrojo empaña
como esas tintas con que el sol colora
la nieve que
circunda la montaña;
para que al soplo de mi aliento vuele
y tu ígneo labio, cuya
esencia adoro,
ría a través cual la amapola suele,
roja y vivaz,
en el trigal de oro.
¡Habla! ¡Mas sólo de placer! Exhala
el arrullo nupcial de la
paloma!
¡Fuera el temor! ¡La rosa de Bengala
no tiene espinas, mas
tampoco aroma!
Tu acento de sirena me embelesa...
Tu palabra es miel híblea
derramada...
Tu boca, que cerrada es una fresa,
se abre como se
parte una granada.
Pero guardas silencio y te estremeces.
¿Por qué te aflige la
mundana insidia?
¡Consuélate pensando que los jueces
que nos
condenen, nos tendrán envidia!
¿No me oyes? ¿Cuál ha sido nuestra falta?
¿Es culpable la sed que
apura el vaso?
¿Comete un crimen el raudal que salta
cuando halla
un dique que le corta el paso?
¿Por qué triste y glacial como la muda
estatua del dolor bajas la
vista,
mientras tu mano anuda y desanuda
las puntas del pañuelo de
batista?
¿Por que esa gota en que expiró un reproche
corre por tu mejilla
ruborosa
corno un hilo de aljófar de la noche
por un tímido pétalo
de rosa?
¿Por qué tu pecho en que el candor anida
tiembla con ansia cual
batiendo el vuelo
palpita el ala de la garza herida
que pugna en
vano por alzarse al cielo?
¡Ya está, vamos! ¡Que cese tu quebranto!
¡Alza tu bella cabecita
rubia,
quiero ver tu sonrisa entre tu llanto
como un rayo de sol
entre la lluvia!
La palma vuelve su cogollo espeso
a aspirar aire con gentil
donaire
y ebria de amor en el festín del beso,
estalla en flores,
perfumando el aire.
¡Imita al árbol del desierto! ¡Sacia
tu afán de dicha y que tu
canto vibre!
¡Ave María, en plenitud de gracia:
joven, hermosa,
idolatrada y libre!
Dedicatoria
Cuanto en mí vierte luz y armonía
ha nacido a tus besos de miel;
yo soy bardo y tribuno, alma mía,
porque tú eres aliento y laurel.
Si he lanzado una piedra a los cielos,
si fui cruel, no me
guardes rencor;
confesando que ha sido por celos,
harto digo que
fue por amor.
No te aflijas si el nauta suspira
tanto nombre en las noches del
mar;
si son muchos los astros que mira,
uno solo es la Estrella
Polar.
La esperanza, luchando y venciendo,
me promete sin par galardón;
¡a ti vaya, sangrando y gimiendo,
este libro, que es un corazón!
Cuanto en
mí vierte luz y armonía
ha nacido a tus besos de miel;
yo soy
bardo y tribuno, alma mía,
porque tú eres aliento y laurel.
Dentro de una esmeralda
Junto al plátano sueltas, en congoja
de doncella insegura, el broche
al sayo.
La fuente ríe, y en el borde gayo
atisbo el tumbo de la
veste floja.
Y allá, por cima de tus crenchas, hoja
que de vidrio parece al
sol de mayo,
toma verde la luz del vivo rayo,
y en una gema
colosal te aloja.
Recatos en la virgen son escudos;
y echas en tus encantos, por
desnudos,
cauto y rico llover de resplandores.
Despeñas rizos desatando nudos;
y melena sin par cubre primores
y acaricia con puntas pies cual flores.
Deseos
¡Yo quisiera salvar esa
distancia,
ese abismo fatal que nos divide,
y embriagarme de amor
con la fragancia
mística y pura que tu ser despide!
¡Yo quisiera ser uno de
los lazos
con que decoras tus radiantes sienes!
¡Yo quisiera, en
el cielo de tus brazos,
beber la gloria que en tus labios tienes!
¡Yo quisiera ser agua y
que en mis olas,
que en mis olas vinieras a bañarte,
para poder,
como lo sueño a solas,
a un mismo tiempo por doquier besarte!
¡Yo quisiera ser lino, y en tu pecho,
allá en las sombras, con
ardor cubrirte,
temblar con los temblores de tu pecho
y morir del
placer de comprimirte1
¡Oh, yo quisiera mucho
más! ¡Quisiera
llevar en mí, como la nube, el fuego;
mas no, como
la nube en su carrera,
para estallar y separarnos luego!
¡Yo quisiera en mí
mismo confundirte,
confundirte en mí mismo y entrañarte;
yo
quisiera en perfume convertirte,
convertirte en perfume y aspirarte!
¡Aspirarte en un soplo
como esencia,
y unir a mis latidos tus latidos,
y unir a mi
existencia tu existencia,
y unir a mis sentidos tus sentidos1
¡Aspirarte en un soplo
del ambiente,
y así verter sobre mi vida en calma,
toda la llama
de tu pecho ardiente
y todo el éter de lo azul de tu alma!
¡Aspirarte mujer... de
ti llenarme,
y en ciego y sordo y mudo constituirme,
y ciego, y
sordo y mudo, consagrarme
al deleite supremo de sentirte
y a la
suprema dicha de adorarte!
Despedida al piano
Tristes los ojos, pálido el semblante,
de opaca luz al resplandor
incierto,
una joven con paso vacilante
su sombra traza en el salón
incierto.
Se sienta al piano: su mirada grave
fija en el lago de marfil que
un día
aguardó el beso de su mano suave
para rizarse en olas de
armonía.
Agitada, febril, con insistencia
evoca al borde del teclado
mismo,
a las hadas que en rítmica cadencia
se alzaron otra vez
desde el abismo.
Ya de Mozart divino ensaya el estro,
de Palestrina el numen
religioso,
de Weber triste el suspirar siniestro
y de Schubert el
canto melodioso.
-¡Es vano! -exclamó la joven bella,
y apagó en el teclado
repentino
su último son, porque sabía ella
que era inútil luchar
contra el destino.
-Adiós -le dice-, eterno confidente
de mis sueños de amor que el
tiempo agota,
tú que guardabas en mi edad riente
para cada ilusión
alguna nota;
hoy mudo estás cuando tu amiga llega,
y al ver mi triste corazón
herido,
no puedes darme lo que Dios me niega:
¡la nota del amor o
del olvido!
El arroyo
No descansas jamás... y alegre y puro,
murmurador y manso,
corriendo vas sobre tu cauce duro...
¡Yo también como tú corro y
murmuro,
yo también como tú jamás descanso!
¡Yo camino al vaivén
de mis dolores,
tú con ala de céfiro caminas,
tú feliz más que yo,
por entre flores,
yo helado más que tú, por entre espinas!
Tú
pasas como sombra por el suelo,
siempre en eterno viaje;
vas a la
mar con incesante anhelo,
vienes del cielo en volador celaje
y en
un rayo de sol vuelves al cielo.
¡Yo voy... ¿dónde? No sé... voy
arrastrando
mi fe perdida y mi esperanza trunca,
sombra de un alma
entre la luz temblando
y sin poder iluminarse nunca!
Tú cumples
con pasar... Yo, si te imito,
no cumplo con vivir... por eso lloro,
y en el infierno de mi afán me agito
cuando ilumina con visiones de
oro
las sombras de mi lecho, el infinito.
¡En mi delirio ardiente
sueño a mis pies el pedestal: la gloria
me envuelve con su luz, y mi
alma siente
el fuego del aplauso en la memoria
y la frialdad del
túmulo en la frente!
¡Y luego, al despertar de mi locura,
al
volver de mi ardiente desvarío,
desesperado en realidad oscura
y
agonizante de dolor, me río!
Mas ¿qué importa? Sigamos, arroyuelo;
el aura guarda para ti su
anhelo
si la borrasca en mi cerebro zumba...
¡Tú eres surco de
cielo
y yo surco de tumba!
¡A veces me imagino que en tu arrullo
la voz de un Angel invisible canta;
a veces me imagino que en mi
orgullo
la eternidad del genio se levanta!
Delirios, ilusión de
mis querellas,
el último eco morirá en mi lira.
¡Yo paso como tú,
fingiendo estrellas,
átomo pensador que a todo aspira!
Nacer,
pensar, morir. ¡Oh suerte! ¡Oh suerte!
¡Para qué tanto afán, si en
ese abismo
de tinieblas polares, en la muerte,
se ha de abismar el
pensamiento mismo!
¡Nacer, pensar, morir! ¡Y en la existencia
divinizada la impotente duda,
y en el labio entreabierto de la
ciencia
una palabra muda!
¡Oh gentil arroyuelo cristalino!
Quisiera, en tu camino,
ser
una flor abandonada y sola;
rambla de arena en tu brillante cauce,
sombra de un cisne, atravesar en tu ola,
o en tu orilla temblar,
sombra de un sauce;
y0 quisiera ser tu brisa lisonjera,
ser no más una gota de tu lodo,
un eco de tu voz... porque quisiera,
menos alma que piensa, serlo
todo!
En el álbum de la señorita Ana Markoe
Espléndida rosa de mágico prado
que entreabre sus hojas al sol del
amor,
eso eres, Anita. Yo soy, a tu lado,
la espina en la rosa, la
nube en el sol.
Dejé mis riberas, mi nido de palma,
colgado de un árbol dejé mi
rabel;
tendí en el espacio las alas de mi alma
y llego y murmuro
mi nombre a tus pies.
Es flor de los cielos la pálida estrella,
es flor de las ondas la
espuma del mar,
es flor del recuerdo mi dulce querella,
es flor
que se muere si en tu alma no está.
En el álbum de la señorita
Luz Landero
¡Tus trovas dejan profundos rastros...
Son arroyuelos y ruiseñores:
aves que trinan entre los astros
y ondas que cantan entre las flores!
¡Nada conozco que inspire tanto
como tus versos blondos y suaves,
en que producen divino encanto
flores y astros, ondas y aves!
Pero la perla yace en las simas
y la violeta bajo las frondas...
¡Cuán pocos saben que hay en tus rimas
astros y flores, aves y ondas!
¡Rompe las nieblas que te circundan
y sé la envidia de tus
cantores,
y en tierra y cielo vibren y cundan
aves y astros, ondas
y flores!
¡Muestre tu numen, cual luz disuelta,
todos sus tonos: ya no lo
escondas!
¡Canse los ecos tu voz, que suelta
astros y aves, flores
y ondas!
¡Llena
estas hojas como alabastros,
con tus arpegios arrolladores:
aves
que trinan entre los astros
y ondas que cantan entre las flores!
En el álbum de Matilde
¡Si yo tuviera aliento como el águila
que se remonta a la región
azul,
me elevaría a la mansión espléndida
donde se sienta el Padre
de la luz!
Y postrado a sus pies como los Angeles
que bendicen su altísima
bondad,
le pidiera la música del céfiro
y el murmullo pacífico del
mar;
le pidiera la voz dulce y monótona
del viento en la desierta
soledad,
y el gemido del aura melancólica
cuando calma la ronca
tempestad.
Y le pidiera más: la voz magnífica
y el arpa melodiosa de David;
y mucho más: la inspiración profética,
¡y todo, todo, por cantarte a
ti!
Sí, por cantarte a ti, beldad seráfica,
por cantarte, dulcísima
mujer,
aunque dejaras mi plegaria trémula
en alas de la brisa
perecer.
Cuando tus ojos de paloma tímida
se humedecen al tacto del dolor,
y se desprende de ellos una lágrima
que pasa y moja tu mejilla
cándida,
¡me pareces un Angel del Señor!
Y cuando miro tu cabello undívago
de tus blancas espaldas en
redor,
cayendo como leve manto de ébano
y sombreando tu semblante
lánguido,
¡me pareces un Angel del Señor!
Cuando te veo que la frente humillas
balbuceando una mística
oración,
y empapadas en llanto tus mejillas,
¡me pareces un Angel
de rodillas
demandando con lágrimas perdón!
¿Lloras? ¿Acaso entre tu pecho gime
tu leal e inocente corazón,
o algún recuerdo de dolor le oprime?
¡Llora, sí, que llorando eres
sublime,
y aún eres más sublime en la oración!
En un álbum
Dicen que el nauta que frecuenta el hielo
del yermo boreal, venciendo
el frío,
recibe a veces de ignorado cielo
una olorosa ráfaga de
estío.
¡Qué beso el de tal hálito de paso!
¡Qué fruición! ¡Qué delicia!
¡Qué embeleso!
¡Sólo un beso de amor produce acaso
mayor placer
que semejante beso!
Pues bien, yo experimento a tus miradas
lo que en el polo el
peregrino siente,
cuando una de esas brisas perfumadas
va de otro
clima a acariciar su frente.
En mi noche invernal, Dios ha querido
que el resplandor de tus
pupilas fuera
un efluvio de rosas difundido
en un rayo de sol de
primavera.
Engarce
El
misterio nocturno era divino.
Eudora estaba como nunca bella,
y
tenía en los ojos la centella,
la luz de un gozo conquistado al vino.
De alto
balcón apostrofóme a tino;
y rostro al cielo departí con ella
tierno y audaz, como con una estrella...
!Oh qué timbre de voz
trémulo y fino!
¡Y aquel
fruto vedado e indiscreto
se puso el manto, se quitó el decoro,
y
fue conmigo a responder a un reto!
¡Aventura
feliz! La rememoro
con inútil afán; y en un soneto
monto un
suspiro como perla en oro.
Epístola
A Déltima *
Me hallo solo y estoy triste.
Tu viaje -que no maldigo
porque
tú lo decidiste-,
me hundió en la sombra. ¡Partiste,
y la luz se
fue contigo!
¡Somos, en este momento
en que el afán nos consume,
dos flores
de sentimiento
separadas por el viento
y unidas por el perfume!
¡Ay de los enamorados
que están en diversos puntos
y viven
-¡infortunados!-
con los cuerpos apartados
y los espíritus juntos!
Pero el mal de que adolece
nuestra pasión, que Dios veda,
en
ti mengua y en mí crece.
¡Aquél que se va padece
menos que aquél
que se queda!
Sufres, pero no ha de ser
cual tu ternura me avisa.
Tu dolor
ha de tener
a menudo una sonrisa:
¡lo nuevo causa placer!
Mas yo, pobre abandonado,
no encuentro paz ni consuelo.
Desde
que te has alejado
estoy ausente del cielo.
¡Sin duda te lo has
llevado!
Extrañarás que hable así,
pero ¡qué quieres! te juro
que no
miento. Para mí,
cuanto es halagüeño y puro
empieza y termina en
ti.
Y fuera de ti, bien mío,
la infinita creación
no es más que un
inmenso hastío:
¡el espantoso vacío
del alma y del corazón!
Tú resucitaste a un muerto.
Yo era -¡recuerdo importuno!-
algo
monótono y yerto,
tal como un campo desierto
y sin accidente
alguno.
¡Era un ente sin historia,
una conciencia en asomo,
cuando
-¡esplendente memoria!-
tu presencia hizo en mí como
un cataclismo
de gloria!
Derramaste en mi existencia
-en una mística esencia-,
la
desgracia y la ventura,
el deleite y la tortura,
la razón y la
demencia.
El ideal canta y gime:
es un abrazo que oprime.
Lo dichoso y
lo funesto
constituyen lo sublime.
El amor está compuesto
de todas las agonías,
de todas las inquietudes,
de todas las
armonías,
de todas las poesias
y de todas las virtudes.
Es el fanal y es la tea;
es el hálito que orea
y es el soplo
que alborota;
es la calma que recrea
y es la tormenta que azota.
Es un galvánico efecto;
es lo rudo y es lo suave;
es lo noble
y es lo abyecto;
es la flor y es el insecto;
es el reptil y es el
ave.
Semejante al aluvión
resulta de la fusión
de la rastra y de la
pluma,
de la hez y de la espuma,
del pétalo y del peñón.
Tu belleza seductora
dio un destello a mi ansia negra,
como el
rayo que colora
pone en la nube que llora
el arcoiris que alegra.
Tu imagen grata y radiante
fue un rápido meteoro:
una hermosa
estrella errante
que abrió en mi noche incesante
un ardiente surco
de oro.
¡Lúgubre suerte me cabe,
contemplar un ígneo rastro!
¡Infeliz
de mí! ¡Quién sabe,
si cuando el eclipse acabe,
veré como antes el
astro!
*Déltima, anagrama de Matilde,
amor del poeta por muchos
años.
Estrofas varias
A ti la de radiante y
angélica hermosura,
la rubia de ojos negros que lleva el traje azul,
la del lunar lascivo junto a la boca pura,
mujer hecha de aroma,
música y de luz.
* * *
A la Sra. Sofía de González Llorca
Voz que adoras me ruega
que escriba
aquí en esta hoja mi nombre manchado:
¡el atraiga y
reciba
de tus ojos el lustre dorado!
* * *
hurgo el arte que
admiro y reverencio,
y así doy con exégesis gloriosas
que unir a
la hermosura y el silencio
de las calladas y divinas cosas.
* * *
El odio que alimentas
no me extraña,
sólo pagas rindiendo cual valiente
el sentimiento
indómito y ardiente
que se retuerce en mi convulsa entraña.
Por eso...
en medio
de mis odios te venero,
por firme, por valiente,
por sincero.
* * *
San Antonio y Cantoche
son dos puntas
que se presentan en la mente mía
como dos manos que
estuvieron juntas
y se siguen buscando todavía.
* * *
Bendita tú, la del
cantar que admiro,
la que muestra una fe libre de peste,
y en la
pública fuente echa el zafiro,
la gota azul, el talismán celeste.
* * *
En tu recado encontré
ortográficos excesos;
y no me explico por qué,
al pedirme veinte
besos,
pusiste besos con pe.
Idilio
( Fragmentos )
A tres leguas de un
puerto bullente
que a desbordes y grescas anima,
y al que un
tiempo la gloria y el clima
adornan de palmas la frente,
hay un
agrio breñal, y en la cima
de un alcor un casucho acubado,
que de
lejos diviso a menudo,
y riéndose apoya un costado
en el tronco de
un mango copudo.
Distante, la choza resulta montera
con borla y al sesgo sobre una
mollera.
El sitio es ingrato, por fétido y hosco.
El cardón, el nopal y la
ortiga
prosperan; y el aire trasciende a boñiga,
a marisco y a
cieno; y el mosco
pulula y hostiga.
La flora es enérgica para
que indemne y pujante soporte
la
furia del soplo del Norte,
que de octubre a febrero no es rara,
y
la pródiga lumbre febea,
que de marzo a septiembre caldea.
El Oriente se inflama y colora,
como un ópalo inmenso en un
lampo,
y difunde sus tintes de aurora
por piélago y campo.
y en
la magia que irisa y corusca,
una perla de plata se ofusca. (...)
* * *
Y a la puerta del viejo
bohío
que oblicuando su ruina en la loma
se recuesta en el árbol
sombrío,
una rústica grácil asoma,
como una paloma.
¡Infantil por edad y estatura,
sorprende ostentando sazón
prematura;
elásticos bultos de tetas opimas;
y a juzgar por la
equívoca traza,
no semeja sino una rapaza
que reserva en el seno
dos limas!
Blondo y grifo e inculto el cabello,
y los labios turgentes y
rojos,
y de tórtola el garbo del cuello,
y el azul de zafiro en
los ojos.
Dientes albos, parejos, enanos,
que apagado coral prende
y liga,
que recuerdan, en curvas de granos,
el maíz cuando tierno
en la espiga.
La nariz es impura, y atesta
una carne sensual e
impetuosa;
y en la faz, a rigores expuesta,
la nieve da en ámbar,
la púrpura en rosa,
y el júbilo es gracia sin velo,
y en cada
carrillo produce un hoyuelo.
La payita se llama Sidonia;
llegó a México en una barriga:
en
el vientre de infecta mendiga
que, del fango sacada en Bolonia,
formó parte de cierta colonia,
y acabó de miseria y fatiga.(...)
(...) La luz torna las aguas espejos;
y en el mar sin arrugas
ni ruidos
reverbera con tales reflejos,
que ciega, causando
vahídos.
El ambiente sofoca y escalda;
y encendida y sudando, la chica
se despega y sacude la falda,
y así se abanica.
Los guiñapos revuelan en hondas...
La grey pace y trisca y
holgando se tarda...
y al amparo de umbráticas frondas
la palurda
se acoge y resguarda.
Y un borrego con gran cornamenta
y pardos mechones de lana
mugrienta,
y una oveja con bucles de armiño
-la mejor en figura y
aliño-
se copulan con ansia que tienta.
La zagala se turba y empina...
y alocada en la fiebre del celo,
lanza un grito de gusto y de anhelo...
¡Un cambujo patán se avecina!
Y en la excelsa y magnífica fiesta,
y cual mácula errante y
funesta,
un vil zopilote resbala
tendido e inmóvil el ala.
Infeliz el cónyuge, ¡ay
del que se fíe!
Infeliz el cónyuge, ¡ay
del que se fíe
de joven hermosa, dulce y hechicera
en brazos de un
mozo que apriete y porfíe!
Ella dulcemente mueve la cadera,
y él
no mira cosa que la contraríe,
y en los pardos bucles de la cabellera
una flor de fuego bruscamente ríe.
Y la esposa baila con los senos
fuera
y él no mira cosa que la contraríe,
y en los pardos bucles
de la cabellera
una flor de fuego bruscamente ríe.
La canción del paje
Tan abierta de brazos como de piernas,
tocas el arpa y ludes madera y
oro.
Dejo al mueble la plaza por el decoro
y contemplo caricias a
hurgarme tiernas.
A tu ardor me figuras y subalternas
en la intención del alma que
bien exploro,
y en el roce del cuerpo con el sonoro
y opulento
artefacto que mal gobiernas.
Y tanto me convidas, que ya me infiernas;
y refrenado y mudo
finjo que ignoro,
para que si hay ultraje no lo disciernas.
Por fiel a un noble amigo pierdo un tesoro...
Tan abierta de
brazos como de piernas,
tocas el arpa y ludes madera y oro.
La cita
¡Adiós, amigo, adiós! ¡El sol se esconde,
la luna sale de la nube
rota,
y Eva me aguarda en el estanque, donde
el cisne nada y el
nelombo flota!
Voy a estrechar a la mujer que adoro.
¡Cuál me fascina mi delirio
extraño!
¡Es el minuto del ensueño de oro
de la cita del ósculo en
el baño!
¡Es la hora en que los juncos oscilantes
de la verde ribera
perfumada
se inclinan a besar los palpitantes
pechos desnudos de
mi dulce amada!
¡Es el momento azul en que la linfa
tornasolada, transparente y
pura,
sube hasta el blanco seno de la ninfa
como una luminosa
vestidura!
¡Es el instante en que la hermosa estrella
crepuscular se asoma
con anhelo
para ver a otra venus que descuella
sobre el húmedo
esmalte de otro cielo!
¡Es ya cuando las tórtolas se paran
y se acarician en los mirtos
rojos,
y los Angeles castos se preparan
a ponerse las manos en los
ojos!
La estrella mensajera
Al fin te asomas entre las nubes,
al fin te asomas y a verte voy...
Estrella mía que a oriente subes
¿qué tal te ha ido de ayer a hoy?
Toda la tarde lloviendo estuvo,
toda la tarde, para mi mal,
por las regiones del aire anduvo
rodando nieblas el vendaval.
¡Ah, no es posible que yo te diga
cuánto he sufrido, cuánto temí
que no pudieras, mi dulce amiga,
con este tiempo brillar aquí!
Tú eres el solo consuelo mío,
tú me recuerdas mi grato ayer,
tú eres mi sueño, mi desvarío...
Cuando me faltas no sé qué hacer.
A tu destello se alzan dos frentes
y se coronan de resplandor,
tú eres la cita de los ausentes...
¡Yo te bendigo, cita de amor!
Cuando no vienes, estrella, gimo;
tú eres mi solo, mi solo bien,
tú eres el beso que yo le imprimo
todas las noches sobre la sien.
Tu luz, calmando mi amargo duelo,
dentro de mi alma se hace
canción;
tu luz, efluvio de flor de cielo,
trasciende a esencia de
corazón.
* * *
Dime, Lucero, tú que la viste,
si la encontraste pensando en mí,
si estaba alegre o estaba triste...
Habla, Lucero... contesta, di.
Habla, Lucero; tu voz escucho.
¿Acaso estaba durmiendo ya?
¿Acaso estaba soñando mucho?
¿Leyendo un libro de amor quizá?
¿Quizá en un claro del bosque umbrío
cogiendo rosas para el
placer
o en la ventana mirando el río,
mirando el río correr,
correr?
¿Siguiendo la ola que en las riberas,
que en las riberas parece
hablar,
y en las neblinas de las quimeras
dejando su alma volar,
volar?
. . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Cuando
distantes los dos estemos
y eche la sombra su gran capuz,
allá en
el éter nos juntaremos
al par mirando la misma luz.
Eso
juramos cuando partiste,
cuando el destino nos separó.
Y hoy he
sabido que no cumpliste...
La misma estrella me lo contó.
La giganta
II
¡Cuáles piernas! Dos columnas de capricho, bien labradas,
que
de púas amarillas resplandecen espinosas,
en un pórfido que finge la
vergüenza de las rosas,
por estar desnudo a trechos ante lúbricas
miradas.
Albos pies, que con eximias apariencias azuladas
tienen corte
fino y puro. ¡Merecieran dignas cosas!
¡En la Hélade soberbia las
envidias de las diosas,
o a los templos de Afrodita engreír mesas y
gradas!
¡Qué primores! Me seducen; y al encéfalo prendidos,
me los llevo
en una imagen, con la luz que los proyecta
y el designio de
guardarlos de accidentes y de olvidos.
Y con métrica hipertrofia, no al azar del gusto electa,
marco y
fijo en un apunte la impresión de mis sentidos,
a presencia de la
torre mujeril que los afecta.
La nube
¿Qué te acongoja mientras que sube
del horizonte del mar la nube,
negro capuz?
Tendrán por ella frescura el cielo,
pureza el aire.
verdor el suelo,
matiz la luna.
No tiembles. Deja que el viento
amague
y el trueno asorde y el rayo estrague
campo y ciudad;
tales rigores no han de ser vanos...
¡Los pueblos hacen con rojas
manos
la Libertad!
Los parias
¿Queréis que entre el arrullo de mis brazos
tiemble el dormido
corazón de Helena
como entre sus asiáticas murallas
y el vulnerable hijo de Peleo
otra vez en su lecho halle al amigo
por el que rugió hermoso?
¡Ay, quién pudiera
con su soplo alentar tales prodigios
y devolver la vida con su
canto
a quienes se mostraron por la tierra
con tal deseo espléndido!
Una aurora
puedo mecer en vuestros corazones
despertando la rosa en las
mejillas
de aquellos hechos, dando a sus miradas
glaucos ojos y finas
como liebres
piernas aventureras que recorran
con pasmo el verde mundo y, al
regreso
de sus trabajos, bellos cual conquistas
de extraños soles,
darles el acanto
como fresco cojín de sus placeres.
¿Mas debe el hombre
transmitir el culto
de sus demencias? ¿Debe en sus delirios
arrancar de la nada los
secretos
del caudaloso manantial antiguo
sobre el cual las voraces
primaveras
desfilaron cual mármoles de sueño
su gentil pubertad? Aquellos
seres,
aquellas enigmáticas hazañas,
aquel juego de dioses sometidos
Allá en el claro, cerca del monte
bajo una higuera como un
dosel,
hubo una choza donde habitaba
una familia que ya no es.
El
padre, muerto; la madre, muerta;
los cuatro niños muertos también:
él, de fatiga; ella de
angustia;
¡ellos de frío, de hambre y de sed!
Ha mucho tiempo que fui
al bohío
y me parece que ha sido ayer.
¡Desventurados! Allí sufrían
ansia sin tregua, tortura cruel.
Y en vano alzando los turbios ojos,
te preguntaban, Señor, ¿por
qué?
¡Y recurrían a tu alta gracia
dispensadora de todo bien!
¡Oh Dios! Las gentes sencillas rinden
culto a tu nombre y a tu
poder:
a ti demandan favores lo pobres,
a ti los tristes piden merced;
mas como el ruego resulta inútil
pienso que un día, pronto tal
vez
no habrá miserias que se arrodillen,
¡no habrá dolores que
tengan fe!
Rota la brida, tenaz la fusta,
libre el espacio ¿qué hará el
corcel?
La inopia vive sin un halago,
sin un consuelo, sin un placer.
¡Sobre los fangos y los abrojos
en que revuelca su desnudez,
cría querubes para el presidio
y serafines para el burdel!
El proletario levanta el muro,
practica el túnel, mueve el taller;
cultiva el campo, calienta
el horno,
paga el tributo, carga el broquel;
y en la batalla sangrienta y
grande,
blandiendo el hierro por patria o rey,
enseña al prócer con
noble orgullo
¡cómo se cumple con el deber!
Mas, ¡ay! ¿qué logra con su
heroísmo?
¿Cuál es el premio, cuál su laurel?
El desdichado recoge ortigas
y apura el cáliz hasta la hez.
Leproso, mustio, deforme, airado
soporta apenas la dura ley,
y cuando pasa sin ver al cielo
¡la tierra tiembla bajo sus pies!
Mística
Si en tus jardines,
cuando yo muera,
cuando yo muera, brota una flor;
si en un celaje
ves un lucero,
ves un lucero que nadie vio;
y llega un ave que te
murmura,
que te murmura con dulce voz,
abriendo el pico sobre tus
labios,
lo que en tu tiempo te dije yo:
aquel celaje y el ave
aquella,
y aquel lucero y aquella flor
serán mi vida que ha
transformado,
que ha transformado la ley de Dios.
Serán mis fibras con otro aspecto,
ala y corola y ascua y vapor;
mis pensamientos transfigurados:
perfume y éter y arrullo y sol.
Soy un cadáver, ¿cuándo me entierran?
Soy un viajero, ¿cuándo me
voy?
Soy una larva que se transforma.
¿Cuándo se cumple la ley de
Dios,
y soy, entonces, mi blanca niña,
celaje y ave, lucero y
flor?
Nueva York, 1876
Mudanza
Ayer, el cielo azul, la
mar en calma
y el sol ignipotente y cremesino,
y muchas ilusiones
en mi alma
y flores por doquier en mi camino.
Mi vida toda júbilos y encantos,
mi pecho rebosando de pureza,
mi carmen pleno de perfume y cantos
y muy lejos, muy lejos, la
tristeza.
Ayer, la inspiración rica y galana
llenando mi cerebro de
fulgores;
y tú, sonriente y dulce en tu ventana,
hablándome de
dichas y de amores.
Ayer, cuanto era luz y poesia,
las albas puras y las tardes
bellas
henchidas de sutil melancolía,
y las noches pletóricas de
estrellas...
Y hoy... la sombra y el ansia y el desierto,
perdida la
esperanza, y la creencia,
y el amor en tu espíritu ya muerto,
y
sembrada de espinas la existencia.
Música de Schubert
Crin que al aire te vuela, rizada y bruna,
parece a mis ahogos humo
en fogata;
y del arpa desprendes la serenata
divinamente triste,
como la luna.
Y del celo ardoroso despides una
fragancia de resina; y él te
dilata
ojo que resplandece con luz de plata,
como en la sombra el
vidrio de la laguna.
Mas tu marido llega, con su fortuna,
nos dice dos lisonjas, va
por su bata,
y al dormido chicuelo besa en la cuna.
Y mientras que te tiñes en escarlata,
crin que al aire te vuela,
rizada y bruna,
parece a mis ahogos humo en fogata.
Nox
Noy hay
almíbar ni aroma
como tu charla...
¿Qué pastilla olorosa
y
azucarada
disolverá en tu boca
su miel y su ámbar,
cuando
conmigo a solas
¡oh virgen! hablas?
La fiesta
de tu boda
será mañana.
A la
nocturna gloria
vuelves la cara,
linda más que las rosas
de la
ventana;
y tu guedeja blonda
vuela en el aura
y por azar me
toca
la faz turbada...
La fiesta
de tu boda
será mañana.
Un cometa
en la sombra
prende una cábala.
Es emblema que llora,
signo que canta.
El astro tiene forma
de punto y raya:
representa una nota,
pinta una lágrima.
La fiesta
de tu boda
será mañana.
En
invisible tropa
las grullas pasan,
batiendo en alta zona
potentes alas;
y lúgubres y roncas
gritan y espantan...
¡Parece que deploran
una desgracia!
La fiesta
de tu boda
será mañana.
Nubecilla
que flota,
que asciende o baja,
languidecida y floja,
solemne y
blanca,
muestra señal simbólica
de doble traza:
¡finge un velo
de novia
y una mortaja!
La fiesta
de tu boda
será mañana.
Junto al
cendal que toma
figura mágica,
Escorpión interroga,
mientras
que su alfa
es carmesí que brota,
nuncio que sangra...
¡Y Amor
y Duelo aprontan
distintas armas!
La fiesta
de tu boda
será mañana.
¡Ah! Si la
tierra sórdida
que por las vastas
oquedades enrolla
su curva esclava,
diese fin a sus rondas
y resultara
desvanecida en borlas
de tenue gasa...
La fiesta
de tu boda
será mañana.
El mar con
débil ola
tiembla en la playa,
y no inunda ni ahoga
pueblos, ni
nada.
Del fuego de Sodoma
no miro brasa,
y la centella es rota
flecha en aljaba.
La fiesta
de tu boda
será mañana.
¡Oh,
Tirsa! Ya es la hora.
Valor me falta;
y en un trino de alondra
me dejo el alma.
Un comienzo de aurora
tiende su nácar,
y
Lucifer asoma
su perla pálida.
Pepilla
Como
viste ropaje tan leve
me da pesadumbres,
pues él filtra y enseña
vislumbres
de la carne de rosa y de nieve.
¡Y qué andar! La mocita
se mueve
con garbo de chula.
Viene y va, y en la marcha modula
un canto de líneas,
y en las formas, apenas virgíneas,
una gracia
de sierpe le undula.
Como el sándalo emite una esencia,
la chica reboza
acre aroma
de opima y jugosa
pubertad en febril abstinencia.
Se revuelve con
mucha violencia
y a veces me humilla.
Bien aprecia su gran
pantorrilla
y así, no le importa
que propulse la falda ya corta
y eche a vuelo por alto la orilla.
Con sus ojos de ardiente demonio
que ven al soslayo,
quebrantara de un golpe de rayo
la virtud de cualquier San Antonio.
En la espuma del mar sacro al jonio
deidad menos bella
sacudió,
remedando una estrella,
el suelto y profuso
y dorado borlón cuando
impuso
con el iris al nácar la huella.
Si en
celoso y colérico ensayo
increpo y rezongo
por traer al misterio
del hongo
flor triunfal en su pompa de mayo,
la doncella me tira
del sayo
y a besos me aguisa;
pero no sin mostrarse insumisa
y
osada y segura;
y con timbre de plata murmura
entre granas y
perlas de risa:
«Hembra linda no pierde la gloria
por macho importuno:
debe
ser a los más y no a uno,
esplendor y delicia y memoria.
La
hermosura inhonesta y notoria
contenta el Destino,
que quien hace
con mágico tino
labor esmerada,
no la tiene para una mirada
y
un placer en el breve camino».
¿Por qué?
Cuando a
mis ojos tristes la alegre mariposa,
como una flor errante discurre
en el vergel,
¿por qué se me figura que es tu alma caprichosa
que
flota en la mañana y va de rosa en rosa
bebiendo hasta saciarse
rocío, esencia y miel?
Cuando la tarde cae, cendal de color lila,
y Véspero aparece en
el etéreo tul,
¿por qué pienso en el nácar que irradia tu pupila
y
que es como una perla preciosa que cintila,
expuesta en un destello
sobre una concha azul?
Cuando la noche llega y en sus tinieblas lloro,
llamando a mí una
dicha que para siempre huyó,
¿por qué miro en la sombra, blanca
ilusión que adoro,
tu cabecita alada, tu cabecita de oro,
como uno
de esos Angeles que Rafael soñó?
Cuando entre la penumbra de las acacias veo
cómo los fuegos
fatuos saltan aquí y allí,
¿por qué, presa insensata de mi tenaz
deseo,
los sigo ansiosamente de tumba en tumba y creo
que son tus
pies de sílfide que danzan ante mí?
Si la pasión que abrigo, doliente y sin consuelo,
no ha de salvar
la sima que media entre los dos,
¿por qué a ti se dirige mi
inextinguible anhelo
como la aguja al norte, como la llama al cielo,
como la espira de humo del incensario a Dios?
Rimas
Al ver
mi honda aflicción por tus desvíos,
fijas en mi tu angelical mirada
y hundes tus dedos pálidos y fríos
en mi oscura melena alborotada.
¡Pero en vano, mujer! No me consuelas.
Estamos separados por un
mundo.
¿Por qué, si eres la nieve, no me hielas?
¿Por qué, si soy
el fuego, no te fundo?
Me aproximo... y te tiñes de escarlata
y huyes... ¡oh niña
pudorosa y bella!
¡Sensitiva que tiembla y se recata
hasta de
sospechar que pienso en ella!
Te llamo, abro los brazos... y no vienes...
inútilmente solicito
y lloro.
¡Tú no alientas pasión! por eso tienes
ojos de cielo y
cabellera de oro.
Tu mano espiritual y transparente,
cuando acaricia mi cabeza
esclava,
es el copo glacial sobre el ardiente
volcán cubierto de
ceniza y lava.
¡Tu mano espiritual y transparente
cuando acaricia mi cabeza
esclava,
es el copo glacial sobre el ardiente
volcán cubierto de
ceniza y lava.
Vigilia y sueño
La moza lucha con el
mancebo
-su prometido y hermoso efebo-
y vence a costa de un traje
nuevo.
Y huye sin mancha ni deterioro
en la pureza y en el decoro,
y
es un gran lirio de nieve y oro.
Y entre la sombra solemne y bruna,
yerra en el mate jardín, cual
una
visión compuesta de aroma y luna.
Y gana el cuarto, y ante un espejo,
y con orgullo de amargo dejo,
cambia sonrisas con un reflejo.
Y echa cerrojos, y se
desnuda,
y al catre asciende blanca y velluda,
y aún desvestida se
quema y suda.
Y a mal pabilo, tras corto ruego,
sopla y apaga la flor de fuego,
y a la negrura pide sosiego.
Y duerme a poco. Y en
un espanto,
y en una lumbre, y en un encanto,
forja un suceso
digno de un canto.
¡Sueña que yace sujeta y sola
en un celaje que se arrebola,
y
que un querube llega y la viola!