"...Pienso en
ti, en tus ojos, en tu tarde...
y me quisiera henchir como una vela
y me refugio en mi interior, cobarde..."
"Lady Klimt"
Gustav Klimt
Reseña biografica
Poeta
argentino nacido en Buenos Aires en 1886 y fallecido en esa misma ciudad en
1950.
Hijo de comerciantes españoles, pasó parte de su infancia en
Santander, a orillas del Cantábrico.
De regreso a la Argentina, obtuvo su título de Doctor en Medicina,
ejerciendo su profesión en Chascomús.
A los veintinueve años publicó su
primer libro de poesia, al que siguieron luego cinco o seis publicaciones
más.
En sus poemas se mezcla el más intenso erotismo y la más alta
espiritualidad, producto de su inspiración en
dos mujeres cuya identidad ha permanecido en el misterio. ©
Acabo de pasar, amor, por el correo...
Adiós
Al caminar parece que
crujieran...
Amantes
Anoche había
barras de luz...
Aromas
Ausencia
Canción de luna
Como sobre
una tapia...
Contemplación del beso
Dalmira
Dulce amor de pasillos...
Mudable como el
viento es tu mejilla...
Palabras
Penumbra
Poco a poco
se hace la luz...
Presentación
Soneto
Tal vez haya
soñado con un beso...Acabo de pasar, amor,
por el correo....
Acabo de
pasar, amor, por el correo,
-chisporrotea el lacre, oscila la
balanza-
es como un girasol de oro mi deseo
y como una ramita de
espliego mi esperanza.
Aquí estoy
con tu carta, al sesgo, en una mano
emboscado en esta sombría
callejuela....
Tu carta, que es la última rosa de mi verano.
Déjame que la palpe, la sopese y la huela.
Adiós
Adiós la casa blanca que albergó un año entero
entre sus cuatro muros
el amor verdadero.
Adiós campos extensos, polvorientos caminos.
Adiós los pobres
ranchos de los pobres vecinos.
Adiós los trigos de oro, adiós verdes maizales,
las refinadas
hierbas, los bravos pajonales...
Adiós toros y vacas, adiós caballos, yeguas...
El tren nos va a
llevar a muchísimas leguas.
Sé que soy un ingrato, casa mía, al dejarte.
La paz que hube en
tu seno no la habré en otra parte.
Más regalada mesa no la tendré en mi vida,
ni en noche más oscura
la cama más mullida.
En vano me sonríe, tímida, la Esperanza.
La angustia que me
oprime, ¡oh, casa!, es tu venganza.
Al caminar parece que crujieran...
Al caminar
parece que crujieran
las hojas de la noche y sus cristales.
Es tu
hombro, tu pecho, tus rodillas
deshaciendo, esponjando, tu
impermeable.
Tu
impermeable te ciñe totalmente,
si llevas algo más nadie lo sabe...
Es un cilicio hecho de pliegues duros
sobre la rosa de tu cuerpo
suave.
Amantes
Ved en
sombras el cuarto, y en el lecho
desnudos, sonrosados, rozagantes,
el nudo vivo de los dos amantes
boca con boca y pecho contra pecho.
Se hace más apretado el nudo estrecho,
bailotean los dedos
delirantes,
suspéndese el aliento unos instantes...
y he aquí el
nudo sexual deshecho.
Un desorden de sábanas y almohadas,
dos pálidas cabezas
despeinadas,
una suelta palabra indiferente,
un poco de hambre, un poco de tristeza,
un infantil deseo de
pureza
y un vago olor cualquiera en el ambiente.
Anoche había barras de luz en tu persiana...
Anoche
había barras de luz en tu persiana
y alcé hacia ti los ojos en
actitud de ruego,
como diciendo: Abre, señora castellana...
Y me
perdí en la calle, triste y oblicuo, luego.
En esa luz
naufragan tus ojos lentamente,
verdes como la flor más allá de la
mar:
tus manos, dedo a dedo, sueño a sueño tu frente.
Ya es una
misma cosa el rezar y el soñar.
Aromas
Cuando
regreso a casa no me lavo las manos
si es que he estado contigo un
instante no más,
el aroma retengo que tú dejas en ellas
como una
joya vaga o una flor ideal.
Por aquí
huelo a rosas y por allá a jazmines,
alientos de tus ropas, auras de
tu beldad,
aproximo una silla y me siento a la mesa
y sabe a ti y
a trigo el bocado de pan.
Y todo el
mundo ignora por qué huelo mis manos
o las miro a menudo con tanta
suavidad,
o las alzo a la luna bajo las arboledas
como si fueran
dignas de hundirse en tu cristal.
Y así
hasta media noche cuando vuelvo rendido
pegado a las fachadas y me
voy a acostar,
entonces tengo envidia del agua que las lava
y que,
con tu perfume, da un suspiro y se va.
Ausencia
Es menester que vengas,
mi vida, con tu ausencia, se ha deshecho,
y torno a ser el hombre abandonado
que antaño fui, mujer, y tengo
miedo.
¡Qué sabia dirección la de tus manos!
¡Qué alta luz la de tus
ojos negros!
Trabajar a tu lado, ¡qué alegría!;
descansar a tu
lado, ¡qué sosiego!
Desde que tú no estás no sé cómo andan
las horas de comer y las
del sueño,
siempre de mal humor y fatigado,
ni abro los libros ya,
ni escribo versos.
Algunas estrofillas se me ocurren
e indiferente, al aire las
entrego.
Nadie cambia mi pluma si está vieja
ni pone tinta fresca
en el tintero,
un polvillo sutil cubre los muebles
y el agua se ha
podrido en los floreros.
No tienen para mí ningún encanto
a no ser los marchitos del
recuerdo,
los amables rincones de la casa,
y ni salgo al jardín,
ni voy al huerto.
Y eso que una violenta Primavera
ha encendido
las rosas en los cercos
y ha puesto tantas hojas en los árboles
que encontrarías el jardín pequeño.
Hay lilas de suavísimos matices
y pensamientos de hondo
terciopelo,
pero yo paso al lado de las flores
caída la cabeza
sobre el pecho,
que hasta las flores me parecen ásperas
acostumbrado a acariciar tu cuerpo.
Me consumo de amor inútilmente
en el antiguo, torneado lecho,
en vano estiro mis delgados brazos,
tan sólo estrujo sombras en mis
dedos...
Es menester que vengas;
mi vida, con tu ausencia, se ha deshecho.
Ya sabes que sin ti no valgo nada,
que soy como una viña por el
suelo,
¡álzame dulcemente con tus manos
y brillarán al sol racimos
nuevos.
Canción de luna
En el aro ligero de la luna
canta para mí solo un ruiseñor.
A cada golpe de oro de su pico
brota en el aire una constelación.
Canta el pájaro pardo dulcemente
y se eriza de plumas y palor.
Cuando se pone el pecho más delgado,
dice mucho más clara su canción.
Morir, acaso, es continuar un sueño
de luna en luna y de sol en sol.
Como sobre una tapia se adormece una rosa...
Como sobre
una tapia se adormece una rosa
yo quisiera tu grave cabecita en mi
hombro,
espontánea, caída, comprensiva, mimosa,
sin un soplo de
miedo, ni una brizna de asombro.
Y
contemplarte luego a la luz de una estrella
interminablemente de la
frente a la boca,
como contempla el agua, inclinada sobre ella,
la
frente taciturna y eterna de una roca.
Contemplación del beso
Debe el
beso venir desde la hondura
de una cabeza baja y atraída
en la
penumbra gris desvanecida
mientras un viento vuele de frescura.
Boca
entreabierta, elástica, madura,
que en el atardecer se haga una
herida.
Toda ella roja de profunda vida
con un signo mortal: la
dentadura.
Verlo
avanzar después muy lentamente
como un ascua encendida o roja
estrella
y detenerlo, ay, súbitamente.
Contemplarlo en deliquio y miel de abella,
huir la boca por rozar la
frente
y a ella volver para morir en ella.
Dalmira
Tu
nombre es terso, claro, deslumbrante,
como la hoja desnuda de una
espada.
En el aire se aguza como el aire
y en el agua se estría
como el agua.
Para ser suspirado entre palmeras,
al fondo del harén, a una
sultana,
entre un rebaño pálido de eunucos
y el brillo corvo de
las cimitarras.
Dulce amor de pasillos, dulce amor de rincones...
Dulce amor
de pasillos, dulce amor de rincones,
cuando ya es una bruma el
aliento deshecho.
Sentir sobre mi pecho la amplitud de tu pecho
y
como dos deditos pequeños tus pezones.
Y bajar la
escalera trémulo de deseo
aprovechando el último peldaño para verte.
Hasta que el frío dé cuenta de mi deseo.
(El frío no podrá y no sé si
la muerte...)
Mudable como el tiempo es tu mejilla...
Mudable
como el tiempo es tu mejilla,
o arde como una tarde del estío
o
hiela, o poco menos, si hace frío;
pero ardiente o helada es
maravilla.
Deja que
acerque mi cansada arcilla
al pétalo de amor que llamo mío,
mientras corre mi brazo como un río
por tu cuello, delgada
torrecilla.
Calor o
frío, llamarada o nieve,
no me importa un instante su mudanza,
que
a ocultos nervios nada más se debe.
Tu corazón
es nido de templanza
y grave su latido al par que leve.
Y si no,
que lo diga mi esperanza.
Palabras
Me borré el doctor
hace mucho tiempo.
Borré la inicial
de mi nombre feo.
No quiero ser nada
ni malo ni bueno.
Un pájaro pardo
perdido en el viento.
Penumbra
Nunca podrás ver nada claramente:
todo es zarzal, espinas y maraña.
En vano gastarás toda tu maña
contra el dorado pájaro latente.
Errado el tiro, vuelves bruscamente
el arma hacia otro lado, mas
te engaña
la jugada de sol que el árbol baña.
Te vuelves loco y
lloras tristemente.
Todo del tonel sale de la vida
tosco, deforme y dando tropezones.
Dejas pasar los años y su herida,
y cuando quieras darte explicaciones
ni te sirvió la espuela ni
la brida:
un pétalo fue más que tus razones.
Poco a poco se hace la luz en tu vestido...
V
Poco a poco se hace la luz en tu vestido,
la noche de tu traje se
disuelve en la aurora.
La primavera próxima te regala su flora,
su
ligereza el aire y el agua su latido.
LXX
Profunda, ardiente, plástica, flexible,
casi palpable como miel
sonora,
más que sobre tus ojos o tus labios,
sobre tu voz, te
reconstruyo toda...
VI
La ciudad, que ya empieza, alondra blanca, a amarte
te dibuja la
cara, y más te la ilumina,
con pinceles mimosos, con delicado arte
como nunca lo haría la acuarela más fina.
Y te pinta
de azul y de verde y de rosa
según sea el aviso que surge a nuestro
paso.
Te desmaterializa, te torna mariposa,
como ninguna aurora,
como ningún ocaso.
XII
Sólo con apoyar el codo en una mesa,
acordarme de ti y mirar al vacío
y ver brillar en él tu cabellera espesa
que a veces es un lago y a
veces es un río,
me lleno
de palabras, me lleno de ternura,
primaveral manzano en mitad del
invierno.
Pero hay que soñar poco y escribir con mesura
que se
trata de ti, es decir de lo eterno.
LV
Adoro tu manera menudita y brumosa,
hecha de pizcas grises y dorados
reflejos,
de oscurecer el sol y de velar la rosa,
de mirar a los
pies, y mirar a lo lejos.
Me gusta
verte quieta, fundida en el paisaje,
maraña de ladrillo, de sauces y
de río,
inmóvil en la hoja lóbrega de tu traje....
fundida en el
paisaje pero al costado mío.
LXXXII
El cuello se te llena, amor, de corazones
si rozo tus mejillas. Como
un agua palpita.
Traduce dulcemente todas tus sensaciones
con una
precisión admirable, infinita.
Detrás
está la noche y los ramos copiosos
y mi brazo, y en él, tu cabeza
perdida.
Los ojos apacibles se tornan dolorosos
y no sé si te vas
o vuelves a la vida.
Presentación
Esta que viene aquí toda vestida
de un traje blanco y un negro
sombrero
tiene la obligación de mi sendero
y las rosas y espinas
de mi vida.
Porque una noche el ánima afligida,
mustia de soledad, dijo: Te
quiero.
Hace ya mucho tiempo que te espero
con una mano lánguida
extendida.
Era una rara orquesta de violines,
era un pasar de extraños
bailarines,
era un degüello de camelias rosas
bajo tus finas manos temblorosas.
¡Era que el corazón se me moría
de tanto, amada, como te quería!
Soneto
Ya ves que
no te suelto, que me ato
a tu recuerdo rubio y vaporoso,
fugitivo
en la calle y silencioso,
yo, que era poderío y arrebato.
Me estiro
lo que puedo; dudo y trato
de asir tu traje, por ser tuyo, hermoso;
ceñido siempre y a la vez pomposo,
tentación por aquí y allí recato.
Mírame en
un café de esta plazuela
en que el tránsito al sol crepita y arde
y en la que todo, hasta un tranvía, vuela.
Pienso en
ti, en tus ojos, en tu tarde...
Y me quisiera henchir como una vela
y me refugio en mi interior, cobarde.
Tal vez haya soñado con un beso
instantáneo...
Tal vez
haya soñado con un beso instantáneo,
dos estrellas fundidas
augustamente en una.
Un temblor en el cuerpo y un mareo en el cráneo
y un ponerse la sangre del color de la luna.
No, jamás
me has besado ni siquiera la frente,
sólo has puesto los labios o los
atraje yo.
Continuaré soñando, Alondra, eternamente.
Ni tú tienes
derecho a decirme que no.