"...Goza el fresco paisaje de mi herida,
quiebra juncos y arroyos delicados.
Bebe en muslo de miel sangre vertida..."
"Nude"
Edward Hoper
Reseña biografica
Poeta
español nacido en Fuentevaqueros, Granada en 1898.
Estudió Letras en
la Universidad de Granada y Música con Manuel de Falla. Fue una de las
puntas del triángulo
surrealista formado por él, Salvador Dalí y Luis Buñuel, atraídos por el
significado del manifiesto surrealista
de André Breton.
Considerado uno de los grandes poetas del siglo XX, murió asesinado en
Granada en 1936. ©
Adelina, de paseo
Al oído de una muchacha
Alma ausente
Apunte para una oda
Ay, voz secreta
Bodas de sangre
(fragmento)
Cada canción...
Canción otoñal
Corazón nuevo
Deseo
El amor duerme en el pecho del poeta
El poeta dice la verdad
El poeta habla
por teléfono con su amor
El poeta pide a su
amor que le escriba
Es verdad
Interior
La casada infiel
La monja gitana
La niña va por mi frente...
La sombra de mi alma
Largo espectro de plata
conmovida
Las seis cuerdas
Llagas de amor
Lucía Martínez
Madrigal apasionado
Madrigal de verano
Mi niña se fue a la mar...
Muerto de amor
Muerte de Antoñito el Camborio
Noche del amor insomne
Normas
Oda a
Walt Whitman
Pequeño poema inédito
Poema a la soledad
Poema doble del lago Edem
Preciosa y el aire
Quiero llorar mi pena y te lo
digo...
Remansillo
Romance de la guardia
española
Romance de la luna, luna
Romance de la pena negra
Romance sonámbulo
Serenata de Belisa
Soneto
Soneto de la dulce queja
Soneto de la guirnalda de
rosas
Soneto gongorino
Thamar y Amnón
Veleta
Venus
Al oído de una muchacha
No quise.
No quise decirte nada.
Vi en tus ojos
dos arbolitos locos.
De brisa, de risa y de
oro.
Se meneaban.
No quise.
No quise decirte nada.
Adelina, de paseo
la mar no
tiene naranjas,
ni Sevilla tiene amor.
Morena, qué luz de fuego.
Préstame tu quitasol.
Me pondrá
la carne verde
-zumo de lima y limón-,
tus palabras -pececillos-
nadarán alrededor.
La mar no
tiene naranjas.
¡Ay!, amor.
¡Ni Sevilla tiene amor!
Alma ausente
No te conoce el toro ni la higuera,
ni caballos ni hormigas de tu
casa.
No te conoce el niño ni la tarde
porque te has muerto para
siempre.
No te conoce el lomo de la piedra,
ni el raso negro donde te
destrozas.
No te conoce tu recuerdo mudo
porque te has muerto para
siempre.
El otoño vendrá con caracolas,
uva de niebla y montes agrupados,
pero nadie querrá mirar tus ojos
porque te has muerto para siempre.
Porque te has muerto para siempre,
como todos los muertos de la
Tierra,
como todos los muertos que se olvidan
en un montón de
perros apagados.
No te conoce nadie. No. Pero yo te canto.
Yo canto para luego tu
perfil y tu gracia.
La madurez insigne de tu conocimiento.
Tu
apetencia de muerte y el gusto de su boca.
La tristeza que tuvo tu
valiente alegría.
Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace,
un andaluz tan
claro, tan rico de aventura.
Yo canto su elegancia con palabras que
gimen
y recuerdo una brisa triste por los olivos.
Apunte para una oda
Desnuda
soledad sin gesto ni palabra,
transparente en el huerto y untuosa por
el monte;
soledad silenciosa sin olor ni veleta
que pesa en los
remansos, siempre dormida y sola.
Soledad de lo alto, toda frente y
luceros,
como una gran cabeza cortada y palidísima;
redonda
soledad que nos deja en las manos
unos lirios suaves de pensativa
escarcha.
En la
curva del río te esperé largas horas,
limpio ya de arabescos y de
ritmos fugaces.
Tu jardín de violetas nacía sobre el viento
y allí
temblabas sola, queriéndote a ti misma.
Yo te he
visto cortar el limón de la tarde
para teñir tus manos dormidas de
amarillo,
y en momentos de dulce música de mi vida
te he visto en
los rincones enlutada y pequeña,
pero lejana siempre, vieja y recién
nacida.
Inmensa giraluna de fósforo y de plata,
pero lejana
siempre, tendida, inaccesible
a la flauta que anhela clavar tu carne
oscura.
Mi alma
como una yedra de luz verde y escarcha
por el muro del día sube lenta
a buscarte;
caracoles de plata las estrellas me envuelven,
pero
nunca mis dedos hallarán tu perfume. (....)
Ay, voz secreta
Ay voz secreta del amor oscuro
¡ay balido sin lanas! ¡ay herida!
¡ay aguja de hiel, camelia hundida!
¡ay corriente sin mar, ciudad sin
muro!
¡Ay noche inmensa de perfil seguro,
montaña celestial de angustia
erguida!
¡Ay silencio sin fin, lirio maduro!
Huye de mi, caliente voz de hielo,
no me quieras perder en la
maleza
donde sin fruto gimen carne y cielo.
Deja el duro marfil de mi cabeza
apiádate de mi, ¡rompe mi duelo!
¡que soy amor, que soy naturaleza!
Bodas de sangre
(fragmento)
-¡Te quiero! ¡Te quiero! ¡Aparta!
Que si matarte pudiera,
te
pondría una mortaja
con los filos de violetas.
¡Ay, qué lamento,
qué fuego
me sube por la cabeza!
-¡Qué vidrios se me clavan en la lengua!
Porque yo quise olvidar
y puse un muro de piedra
entre tu casa y la mía.
Es verdad. ¿No lo
recuerdas?
Y cuando te vi de lejos
me eché en los ojos arena.
Pero montaba a caballo
y el caballo iba a tu puerta.
Con alfileres
de plata
mi sangre se puso negra,
y el sueño me fue llenando
las carnes de mala hierba.
Que yo no tengo la culpa,
que la culpa
es de la tierra
y de ese olor que te sale
de los pechos y las
trenzas.
-¡Ay qué sinrazón! No quiero
contigo cama ni cena,
y no hay
minuto del día
que estar contigo no quiera,
porque me arrastras y
voy,
y me dices que me vuelva
y te sigo por el aire
como una
brizna de hierba.
He dejado a un hombre duro
ya toda su
descendencia
en la mitad de la boda
y con la corona puesta.
Para ti será el castigo
y no quiero que lo sea.
¡Déjame sola!
¡Huye tú!
No hay nadie que te defienda.
-Pájaros de la mañana
por los árboles se quiebran.
La noche se
está muriendo
en el filo de la piedra.
Vamos al rincón oscuro,
donde yo siempre te quiera,
que no me importa la gente,
ni el
veneno que nos echa.
-Y yo dormiré a tus pies
para guardar lo que sueñas.
Desnuda,
mirando al campo,
como si fuera una perra,
¡porque eso soy! Que te
miro
y tu hermosura me quema.
-Se abrasa lumbre con lumbre.
La misma llama pequeña
mata dos
espigas juntas.
¡Vamos!
-¿ Adónde me llevas ?
-A donde no puedan ir
estos hombres que
nos cercan.
¡Donde yo pueda mirarte!
-Llévame de feria en feria,
dolor de mujer honrada,
a que las
gentes me vean
con las sábanas de boda
al aire como banderas.
-También
yo quiero dejarte
si pienso como se piensa.
pero voy donde tú vas.
Tú también. Da un paso. Prueba.
clavos de luna nos funden
mi
cintura y tus caderas.
Cada canción...
Cada canción
es un
remanso
del amor.
Cada lucero,
un
remanso
del tiempo.
Un nudo
del tiempo.
Y cada suspiro
un
remanso
del grito.
Canción otoñal
Hoy siento en el
corazón
un vago temblor de estrellas,
pero mi senda se pierde
en el alma de la niebla.
La luz me troncha las alas
y el dolor de
mi tristeza
va mojando los recuerdos
en la fuente de la idea.
Todas las rosas son
blancas,
tan blancas como mi pena,
y no son las rosas blancas,
que ha nevado sobre ellas.
Antes tuvieron el iris.
También sobre
el alma nieva.
La nieve del alma tiene
copos de besos y escenas
que se hundieron en la sombra
o en la luz del que las piensa.
La nieve cae de las
rosas,
pero la del alma queda,
y la garra de los años
hace un
sudario con ellas.
¿Se deshelará la nieve
cuando la muerte nos lleva?
¿O después habrá otra nieve
y otras
rosas más perfectas?
¿Será la paz con nosotros
como Cristo nos
enseña?
¿O nunca será posible
la solución del problema?
¿Y si el amor nos
engaña?
¿Quién la vida nos alienta
si el crepúsculo nos hunde
en la verdadera ciencia
del Bien que quizá no exista,
y del Mal
que late cerca?
¿Si la esperanza se
apaga
y la Babel se comienza,
qué antorcha iluminará
los
caminos en la Tierra?
¿Si el azul es un
ensueño,
qué será de la inocencia?
¿Qué será del corazón
si el
Amor no tiene flechas?
¿Y si la muerte es la
muerte,
qué será de los poetas
y de las cosas dormidas
que ya
nadie las recuerda?
¡Oh sol de las esperanzas!
¡Agua clara! ¡Luna
nueva!
¡Corazones de los niños!
¡Almas rudas de las piedras!
Hoy siento en el corazón
un vago temblor de estrellas
y todas las
rosas son
tan blancas como mi pena.
Corazón nuevo
Mi corazón, como una
sierpe,
se ha desprendido de su piel,
y aquí la miro entre mis
dedos
llena de heridas y de miel.
Los pensamiento que
anidaron
en tus arrugas, ¿dónde están?
¿Dónde las rosas que
aromaron
a Jesucristo y a Satán?
¡Pobre envoltura que ha
oprimido
a mi fantástico lucero!
Gris pergamino dolorido
de lo
que quise y ya no quiero.
Yo veo en ti fetos de
ciencias,
momias de versos y esqueletos
de mis antiguas inocencias
y mis románticos secretos.
¿Te colgaré sobre los
muros
de mi museo sentimental,
junto a los gélidos y oscuros
lirios durmientes de mi mal?
¿O te pondré sobre los
pinos,
-libro doliente de mi amor-
para que sepas de los trinos
que da a la aurora el ruiseñor?
Deseo
Sólo tu corazón
caliente,
y nada más.
Mi paraíso un campo
sin ruiseñor
ni liras,
con un río discreto
y una fuentecilla.
Sin la espuela del
viento
sobre la fronda,
ni la estrella que quiere
ser hoja.
Una enorme luz
que
fuera
luciérnaga
de otra,
en un campo
de miradas rotas.
Un reposo claro
y
allí nuestros besos,
lunares sonoros
del eco,
se abrirían muy
lejos.
Y tu corazón caliente,
nada más.
El amor duerme en el pecho del poeta
Tú nunca entenderás lo
que te quiero
porque duermes en mí y estás dormido.
Yo te oculto
llorando, perseguido
por una voz de penetrante acero.
Norma que agita igual carne y lucero
traspasa ya mi pecho
dolorido
y las turbias palabras han mordido
las alas de tu
espíritu severo.
Grupo de gente salta en los jardines
esperando tu cuerpo y mi
agonía
en caballos de luz y verdes crines.
Pero sigue durmiendo, vida mía.
¡Oye mi sangre rota en los
violines!
¡Mira que nos acechan todavía!
El poeta dice la verdad
Quiero llorar mi pena y te lo digo
para que tú me quieras y me llores
en un anochecer de ruiseñores,
con un puñal, con besos y contigo.
Quiero matar al único testigo
para el asesinato de mis flores
y convertir mi llanto y mis sudores
en eterno montón de duro trigo.
Que no se acabe nunca la madeja
del te quiero me quieres, siempre ardida
con decrépito sol y luna vieja.
Que lo que no me des y no te pida
será para la muerte, que no deja
ni sombra por la carne estremecida.
El poeta habla por teléfono con el amor
Tu voz regó la duna de
mi pecho
en la dulce cabina de madera.
Por el sur de mis pies fue
primavera
y al norte de mi frente flor de helecho.
Pino de luz por el espacio estrecho
cantó sin alborada y
sementera
y mi llanto prendió por vez primera
coronas de esperanza
por el techo.
Dulce y lejana voz por mí vertida.
Dulce y lejana voz por mí
gustada.
Lejana y dulce voz amortecida.
Lejana como oscura corza herida.
Dulce como un sollozo en la
nevada.
¡Lejana y dulce en tuétano metida!
El poeta pide a su
amor que le escriba
Amor de
mis entrañas, viva muerte,
en vano espero tu palabra escrita
y
pienso, con la flor que se marchita,
que si vivo sin mí quiero
perderte.
El aire es
inmortal. La piedra inerte
ni conoce la sombra ni la evita.
corazón interior no necesita
la miel helada que la luna vierte.
Pero yo te
sufrí. Rasgué mis venas,
tigre y paloma, sobre tu cintura
en duelo
de mordiscos y azucenas.
Llena,
pues, de palabras mi locura
o déjame vivir en mi serena
noche del
alma para siempre oscura.
Es verdad
¡Ay qué trabajo me
cuesta
quererte como te quiero!
Por tu amor me duele el
aire,
el corazón
y el sombrero.
¿Quién me compraría a
mí
este cintillo que tengo
y esta tristeza de hilo
blanco,
para hacer pañuelos?
¡Ay qué trabajo me
cuesta
quererte como te quiero!
Interior
No quiero
ser poeta,
ni galante.
¡Sábanas blancas donde te desmayes!
No conoces el sueño
ni el resplandor del día.
Como los
calamares,
ciegas desnuda en tinte de perfume.
Carmen.
La casada infiel
Y que yo me la llevé al
río
creyendo que era mozuela,
pero tenía marido.
Fue la noche de
Santiago
y casi por compromiso.
Se apagaron los faroles
y se
encendieron los grillos.
En las últimas esquinas
toqué sus pechos dormidos,
y se me
abrieron de pronto
como ramos de jacintos.
El almidón de su enagua
me sonaba en
el oído,
como una pieza de seda
rasgada por diez cuchillos.
Sin luz
de plata en sus copas
los árboles han crecido,
y un horizonte de perros
ladra muy
lejos del río.
Pasadas las zarzamoras,
los juncos y los espinos,
bajo su
mata de pelo
hice un hoyo sobre el limo.
Yo me quite la corbata.
Ella se
quitó el vestido.
Yo el cinturón con revólver.
Ella sus cuatro corpiños.
Ni
nardos ni caracolas
tienen el cutis tan fino,
ni los cristales con luna
relumbran con ese brillo.
Sus muslos se me escapaban
como peces sorprendidos,
la mitad
llenos de lumbre,
la mitad llenos de frío.
Aquella noche corrí
el mejor de los
caminos,
montando en potra de nácar
sin bridas y sin estribos.
No
quiero decir, por hombre,
las cosas que ella me dijo.
La luz del entendimiento
me hace
ser muy comedido.
Sucia de besos y arena,
yo me la llevé del río.
Con el aire
se batían
las espadas de los lirios.
Me porté como quien soy.
Como
un gitano legítimo.
Le regalé un costurero
grande, de raso pajizo,
y no quise
enamorarme
porque teniendo marido
me dijo que era mozuela
cuando la
llevaba al río.
La monja gitana
Silencio de cal y mirto.
Malvas en las hierbas finas.
La monja borda alhelíes
sobre una tela pajiza.
Vuelan en
la araña gris
siete pájaros del prisma.
La iglesia gruñe a lo lejos
como
un oso panza arriba.
¡Qué bien borda! ¡Con qué gracia!
Sobre la tela pajiza
ella quisiera bordar
flores de su fantasía.
¡Qué girasol! ¡Qué magnolia
de
lentejuelas y cintas!
¡Qué azafranes y qué lunas
en el mantel de la misa!
Cinco toronjas se endulzan
en la cercana cocina.
Las cinco llagas de Cristo
cortadas en
Almería
Por los ojos de la monja
galopan dos caballistas.
Un
rumor último y sordo
le despega la camisa,
y al mirar nubes y montes
en las
yertas lejanías,
se quiebra su corazón
de azúcar y yerbaluisa.
¡Oh, qué
llanura empinada
con veinte soles arriba!
¡Qué ríos puestos de pie
vislumbra
su fantasía!
Pero sigue con sus flores,
mientras que de pie, en la brisa,
la luz juega el ajedrez
alto de la celosía.
La niña va por mi frente
¡Oh, qué antiguo
sentimiento!
¿De qué me sirve, pregunto,
la tinta, el papel y el verso?
Carne tuya me parece,
rojo lirio, junco fresco.
Morena de luna
llena.
¿Qué quieres de mi deseo?
Por las orillas del río
se está la noche mojando
y en los pechos de Lolita
se mueren de
amor los ramos.
Se mueren de amor los
ramos.
La noche canta desnuda
sobre los puentes de marzo.
Lolita lava su cuerpo
con agua salobre
y nardos.
Se mueren de amor los
ramos.
La noche de anís y
plata
relumbra por los tejados.
Plata de arroyos y espejos.
Anís de tus muslos blancos.
Se mueren de amor los
ramos.
La sombra de mi alma...
La sombra de mi alma
huye por un ocaso de alfabetos,
niebla de libros
y palabras.
¡La sombra de mi alma!
He llegado a la línea
donde cesa
la nostalgia,
y la gota de llanto se transforma
alabastro de espíritu.
¡La sombra de mi alma!
El copo del dolor
se
acaba,
pero queda la razón y la sustancia
de mi viejo mediodía de
labios,
de mi viejo mediodía
de miradas.
Un turbio laberinto
de estrellas ahumadas
enreda mi ilusión
casi marchita.
¡La sombra de mi alma!
Y una alucinación
me
ordeña las miradas.
Veo la palabra amor
desmoronada.
¡Ruiseñor mío!
¡Ruiseñor!
¿Aún cantas?
Largo espectro de plata
conmovida...
Largo
espectro de plata conmovida
el viento de la noche suspirando,
abrió con mano gris mi vieja herida
y se alejó: yo estaba deseando.
Llaga de amor que me dará la vida
perpetua sangre y pura luz
brotando.
Grieta en que Filomela enmudecida
tendrá bosque, dolor y
nido blando.
¡Ay qué dulce rumor en mi cabeza!
Me tenderé junto a la flor
sencilla
donde flota sin alma tu belleza.
Y el agua errante se pondrá amarilla,
mientras corre mi sangre en
la maleza
mojada y olorosa de la orilla.
Las seis cuerdas
La guitarra
hace llorar a los sueños.
El sollozo de las almas
perdidas
se escapa por su boca
redonda.
Y como la tarántula,
teje una gran estrella
para cazar suspiros,
que flotan en su negro
aljibe de madera.
1924
Llagas de amor
Esta luz, este fuego
que devora.
Este paisaje gris que me rodea.
Este dolor por una
sola idea.
Esta angustia de cielo, mundo y hora.
Este llanto de sangre que decora
lira sin pulso ya, lúbrica tea.
Este peso del mar que me golpea.
Este alacrán que por mi pecho mora.
Son guirnaldas de amor, cama de herido,
donde sin sueño, sueño tu
presencia
entre las ruinas de mi pecho hundido.
Y aunque busco la cumbre de prudencia
me da tu corazón valle
tendido
con cicuta y pasión de amarga ciencia.
Lucía Martínez
Lucía Martínez.
Umbría de seda roja.
Tus muslos, como la
tarde,
van de la luz a la sombra.
Los azabaches recónditos
oscurecen tus magnolias.
Aquí
estoy, Lucía Martínez.
Vengo a consumir tu boca
y a arrastrarte
del cabello
en madrugada de conchas.
Porque quiero y porque puedo.
Umbría de seda roja.
Madrigal apasionado
Quisiera estar en tus labios
para apagarme en la nieve
de tus dientes.
Quisiera estar en
tu pecho
para en sangre deshacerme.
Quisiera en tu cabellera
de oro
soñar para siempre.
Que tu corazón se hiciera
tumba del mío doliente.
Que tu
carne sea mi carne,
que mi frente sea tu frente.
Quisiera que toda mi alma
entrara en tu cuerpo breve
y ser yo tu pensamiento
y ser yo tu blanco veste.
Para hacer
que te enamores
de mí con pasión tan fuerte
que te consumas buscándome
sin
que jamás ya me encuentres.
Para que vayas gritando
mi nombre hacia los ponientes,
preguntando por mí al agua,
bebiendo triste las hieles
que antes dejó en el camino
mi
corazón al quererte.
Y yo mientras iré dentro
de tu cuerpo dulce y débil,
siendo
yo, mujer, tú misma,
y estando en ti para siempre,
mientras tú en vano me buscas
desde Oriente a Occidente,
hasta que al fin nos quemara
la llama gris de la muerte.
Madrigal de verano
Junta tu roja boca con la mía,
¡Oh Estrella la gitana!
Bajo el oro
solar del mediodía
morderé la manzana.
En el verde olivar de
la colina
hay una torre morena,
del color de tu carne campesina
que sabe a miel y aurora.
Me ofreces en tu cuerpo
requemado,
el divino alimento
que da flores al cauce sosegado
y
luceros al viento.
¿Cómo a mí te
entregaste, luz morena?
¿por qué me diste llenos
de amor tu sexo
de azucena
y el rumor de tus senos?
¿No fue por mi figura
entristecida?
¡Oh mis torpes andares!
¿Te dio lástima acaso de mi
vida,
marchita de cantares?
¿Cómo no has preferido
a mis lamentos
los muslos sudorosos
de un San Cristóbal campesino,
lentos
en el amor y hermosos?
Danaide del placer eres
conmigo.
Femenino Silvano.
Huelen tus besos como huele el trigo
reseco del verano.
Entúrbiame los ojos,
con tu canto.
Deja tu cabellera
extendida y solemne como un manto
de sombra en la pradera.
Píntame con tu boca
ensangrentada
un cielo del amor,
en un fondo de carne la morada
estrella de dolor.
Mi pegaso andaluz está
cautivo
de tus ojos abiertos;
volará desolado y pensativo
cuando los vea muertos.
Y aunque no me
quisieras te querría
por tu mirar sombrío,
como quiere la alondra
al nuevo día,
sólo por el rocío.
Junta tu roja boca con
la mía,
¡Oh Estrella la gitana!
Déjame bajo el claro mediodía
consumir la manzana.
Mi niña se fue a la mar...
Mi niña se fue a la mar,
a contar olas y chinas,
pero se encontró, de pronto,
con el
río de Sevilla.
Entre adelfas y campanas
cinco barcos se mecían,
con los
remos en el agua
y las velas en la brisa.
¿Quién mira dentro la torre
enjaezada, de Sevilla?
Cinco voces contestaban
redondas como sortijas.
El cielo
monta gallardo
al río, de orilla a orilla.
En el aire sonrosado,
cinco
anillos se mecían.
Muerto de amor
A Margarita Manso
¿Qué es aquello que reluce
por los altos corredores?
Cierra la
puerta, hijo mío,
acaban de dar las once.
En mis ojos, sin querer,
relumbran cuatro faroles.
Será que la gente aquella
estará
fregando el cobre.
* * *
Ajo de agónica plata
la luna menguante, pone
cabelleras
amarillas
a las amarillas torres.
La noche llama temblando
al
cristal de los balcones,
perseguida por los mil
perros que no la
conocen,
y un olor de vino y ámbar
viene de los corredores.
* * *
Brisas de caña mojada
y rumor de viejas voces,
resonaban por
el arco
roto de la media noche.
Bueyes y rosas dormían.
Sólo
por los corredores
las cuatro luces clamaban
con el furor de San
Jorge.
Tristes mujeres del valle
bajaban su sangre de hombre,
tranquila
de flor cortada
y amarga de muslo joven.
Viejas mujeres del río
lloraban al pie del monte,
un minuto intransitable
de cabelleras y
nombres.
Fachadas de cal, ponían
cuadrada y blanca la noche.
Serafines y gitanos
tocaban acordeones.
Madre, cuando yo me muera,
que se enteren los señores.
Pon telegramas azules
que vayan del
Sur al Norte.
Siete gritos, siete sangres,
siete adormideras
dobles,
quebraron opacas lunas
en los oscuros salones.
Lleno de
manos cortadas
y coronitas de flores,
el mar de los juramentos
resonaba, no sé donde.
Y el cielo daba portazos
al brusco rumor
del bosque,
mientras clamaban las luces
en los altos corredores.
Muerte de Antoñito el
Camborio
Voces de
muerte sonaron
cerca del Guadalquivir.
Voces antiguas que cercan,
voz de clavel varonil.
Les clavó sobre las botas
'mordiscos de jabalí.
En la lucha daba saltos
jabonados de delfín.
Bañó con sangre enemiga
su corbata carmesí,
pero eran cuatro puñales
y tuvo que sucumbir.
Cuando las estrellas clavan
rejones al agua gris,
cuando los erales sueñan
verónicas de alhelí,
voces de muerte sonaron
cerca del Guadalquivir.
* * *
-Antonio Torres Heredia,
Camborio de dura crin,
moreno de verde luna,
voz de clavel varonil:
¿Quién te ha quitado la vida
cerca del Guadalquivir?
-Mis cuatro primos Heredias,
hijos de Benamejí.
Lo que en otros no envidiaban,
ya lo envidiaban en mí.
Zapatos color corinto,
medallones de marfil,
y este cutis amasado
con aceituna y jazmín.
-¡Ay, Antoñito el Camborio,
digno de una Emperatriz
Acuérdate de la Virgen
porque te vas a morir.
-¡Ay, Federico García,
llama a la Guardia Civil\
Ya mi talle se ha quebrado
como caña de maíz.
* * *
Tres golpes de sangre tuvo
y se murió de perfil.
Viva moneda que nunca
se volverá a repetir.
Un Angel marchoso pone
su cabeza en un cojín.
Otros de rubor cansado
encendieron un candil.
Y cuando los cuatro primos
llegan a Benamejí,
voces de muerte cesaron
cerca del Guadalquivir.
Noche del amor insomne
Noche arriba los dos con luna llena,
yo me puse a llorar y tú reías.
Tu desdén era un dios, las
quejas mías
momentos y palomas en cadena.
Noche abajo los dos. Cristal
de pena,
llorabas tú por hondas lejanías.
Mi dolor era un grupo de
agonías
sobre tu débil corazón de arena.
La aurora nos unió sobre la
cama,
las bocas puestas sobre el chorro helado
de una sangre sin fin
que se derrama.
Y el sol entró por el balcón cerrado
y el coral de la vida
abrió su rama
sobre mi corazón amortajado.
Normas
I
Norma de ayer encontrada
sobre mi noche presente;
resplandor adolescente
que se opone a la nevada.
No pueden
darte posada
mis dos niñas de sigilo,
morenas de luna en vilo
con el
corazón abierto;
pero mi amor busca el huerto
donde no muere tu estilo.
II
Norma de seno y cadera
baja la rama tendida;
antigua y muy
bien nacida
virtud de la primavera.
Ya mi desnudo quisiera
ser dalia de
tu destino,
abeja, rumor o vino
de tu número y locura;
pero mi amor
busca pura
locura de brisa y trino.
Oda a Walt Whitman
Por el East River y el Bronx
los muchachos cantaban enseñando sus
cinturas
con la rueda, el aceite, el cuero y el martillo.
Noventa
mil mineros sacaban la plata de las rocas
y los niños dibujaban
escaleras y perspectivas.
Pero ninguno se dormía,
ninguno quería ser río,
ninguno amaba
las hojas grandes,
ninguno la lengua azul de la playa.
Por el East River y el Queensborough
los muchachos luchaban con
la industria,
y los judíos vendían al fauno del río
la rosa de la
circuncisión,
y el cielo desembocaba por los puentes y los tejados
manadas de bisontes empujadas por el viento.
Pero ninguno se detenía,
ninguno quería ser nube,
ninguno
buscaba los helechos
ni la rueda amarilla del tamboril.
Cuando la luna salga
las poleas rodarán para turbar al cielo;
un límite de agujas cercará la memoria
y los ataúdes se llevarán a
los que no trabajan.
Nueva York de cieno,
Nueva York de alambres y de muerte:
¿Qué
Angel llevas oculto en la mejilla?
¿Qué voz perfecta dirá las
verdades del trigo?
¿Quién el sueño terrible de tus anémonas
manchadas?
Ni un solo momento, viejo hermoso Walt Whitman,
he dejado de ver
tu barba llena de mariposas,
ni tus hombros de pana gastados por la
luna,
ni tus muslos de Apolo virginal,
ni tu voz como una columna
de ceniza;
anciano hermoso como la niebla
que gemías igual que un
pájaro
con el sexo atravesado por una aguja,
enemigo del sátiro,
enemigo de la vid,
y amante de los cuerpos bajo la burda tela.
Ni un solo momento, hermosura viril
que en montes de carbón,
anuncios y ferrocarriles,
soñabas ser un río y dormir como un río
con aquel camarada que pondría en tu pecho
un pequeño dolor de
ignorante leopardo.
Ni un solo momento, Adán de sangre, Macho,
hombre solo en el mar,
viejo hermoso Walt Whitman,
porque por las azoteas,
agrupados en
los bares,
saliendo en racimos de las alcantarillas,
temblando
entre las piernas de los chauffeurs
o girando en las plataformas del
ajenjo,
los maricas, Walt Whitman, te señalan-
¡También ése! ¡También! y se despeñan
sobre tu barba luminosa y
casta
rubios del norte, negros de la arena,
muchedumbre de gritos
y ademanes,
como los gatos y como las serpientes,
los maricas,
Walt Whitman, los maricas,
turbios de lágrimas, carne para fusta,
bota o mordisco de los domadores.
¡También ése! ¡También! Dedos
teñidos
apuntan a la orilla de tu sueño
cuando el amigo come tu
manzana
con un leve sabor de gasolina
y el sol canta por los
ombligos
de los muchachos que juegan bajo los puentes.
Pero tú no buscabas los ojos arañados
ni el pantano oscurísimo
donde sumergen a los niños
ni la saliva helada
ni las curvas
heridas como panza de sapo
que llevan los maricas en coches y en
terrazas
mientras la luna los azota por las esquinas del terror.
Tú buscabas un desnudo que fuera como un río,
toro y sueño que
junte la rueda con el alga,
padre de tu agonía, camelia de tu muerte
y gimiera en las llamas de tu ecuador oculto.
Porque es justo que el hombre no busque su deleite
en la selva de
sangre de la mañana próxima.
El cielo tiene playas donde evitar la
vida
y hay cuerpos que no deben repetirse en la aurora.
Agonía, agonía, sueño, fermento y sueño.
Éste es el mundo, amigo,
agonía, agonía.
Los muertos se descomponen bajo el reloj de las
ciudades.
La guerra pasa llorando con un millón de ratas grises,
los ricos dan a sus queridas
pequeños moribundos iluminados
y la
vida no es noble, ni buena, ni sagrada.
Puede el hombre, si quiere, conducir su deseo
por vena de coral o
celeste desnudo;
mañana los amores serán rocas y el Tiempo
una
brisa que viene dormida por las ramas.
Por eso no levanto mi voz, viejo Walt Whitman,
contra el niño que
escribe
nombre de niña en su almohada;
ni contra el muchacho que
se viste de novia
en la oscuridad del ropero;
ni contra los
solitarios de los casinos
que beben con asco el agua de la
prostitución;
ni contra los hombres de mirada verde
que aman al
hombre y queman sus labios en silencio.
Pero sí contra vosotros,
maricas de las ciudades
de carne tumefacta y pensamiento inmundo.
Madres de lodo. Arpías. Enemigos sin sueño
del amor que reparte
coronas de alegría.
Contra vosotros siempre, que dais a los muchachos
gotas de sucia
muerte con amargo veneno.
Contra vosotros siempre,
«Faeries» de
Norteamérica,
«Pájaros» de la Habana,
«Jotos» de Méjico,
«Sarasas» de Cádiz,
«Apios» de Sevilla,
«Cancos» de Madrid,
«Floras» de Alicante,
«Adelaidas» de Portugal.
¡Maricas de todo el mundo, asesinos de palomas!
Esclavos de la
mujer. Perras de sus tocadores.
Abiertos en las plazas, con fiebre de
abanico
o emboscados en yertos paisajes de cicuta.
¡No haya cuartel! La muerte
mana de vuestros ojos
y agrupa
flores grises en la orilla del cieno.
¡No haya cuartel! ¡Alerta!
Que los confundidos, los puros,
los clásicos, los señalados, los
suplicantes,
os cierren las puertas de la bacanal.
Y tú, bello Walt Whitman, duerme orillas del Hudson
con la barba
hacia el polo y las manos abiertas.
Arcilla blanda o nieve, tu lengua
está llamando
camaradas que velen tu gacela sin cuerpo.
Duerme: no
queda nada.
Una danza de muros agita las praderas
y América se
anega de máquinas y llanto.
Quiero que el aire fuerte de la noche más
honda
quite flores y letras del arco donde duermes,
y un niño
negro anuncie a los blancos del oro
la llegada del reino de la
espiga.
Pequeño poema infinito
Para Luis Cardoza y Aragón
Equivocar el camino
es llegar a la nieve
y llegar a la nieve
es pacer durante varios siglos las hierbas de los cementerios.
Equivocar el camino
es llegar a la mujer,
la mujer que no teme a la luz,
la mujer que mata dos gallos en un segundo,
la luz que no teme a los gallos
y los gallos que no saben cantar sobre la nieve.
Pero si la nieve se equivoca de corazón
puede llegar el viento Austro
y como el aire no hace caso de los gemidos
tendremos que pacer otra vez las hierbas de los cementerios.
Yo vi dos dolorosas espigas de cera
que enterraban un paisaje de volcanes
y vi dos niños locos
que empujaban llorando las pupilas de un asesino.
Pero el dos no ha sido nunca un número
porque es una angustia y su sombra,
porque es la guitarra donde el amor se desespera,
porque es la demostración del otro infinito que no es suyo
y es las murallas del muerto
y el castigo de la nueva resurrección sin finales.
Los muertos odian el número dos,
pero el número dos adormece a las mujeres,
y como la mujer teme la luz,
la luz tiembla delante de los gallos
y los gallos sólo saben volar sobre la nieve,
tendremos que pacer sin descanso las hierbas de los cementerios.
Poema de la soledad
Sí, tu niñez ya fábula
de fuentes.
El tren y la mujer que llena el cielo,
tu soledad esquiva en los
hoteles
y tu máscara pura de otro signo.
Es la niñez del mar y tu
silencio
donde los sabios vidrios se quebraban,
es tu yerta ignorancia
donde estuvo
mi torso limitado por el fuego.
Norma de amor te di, hombre de
Apolo,
llanto con ruiseñor enajenado,
pero, pasto de ruina, te
afilabas
para los breves sueños indecisos.
Pensamiento de enfrente, luz
de ayer,
índices y señales del acaso.
Tu cintura de arena sin sosiego
atiende sólo rastros que no escalan,
pero yo he de buscar por los rincones
tu alma tibia sin ti que
no te entiende,
con el dolor de Apolo detenido
con que he roto la máscara que
llevas.
Allí, león, allí, furia del cielo,
te dejaré pacer en mis
mejillas;
allí, caballo azul de mi locura,
pulso de nebulosa y minutero,
he de buscar las piedras de alacranes
y los vestidos de tu madre
niña,
llanto de media noche y paño roto
que quitó luna de la sien del
muerto.
Sí, tu niñez ya fábula de fuentes.
Alma extraña de mi hueco de
venas,
te he de buscar pequeña y sin raíces,
¡Amor de siempre, amor,
amor de nunca!
¡Oh, sí! Yo quiero. ¡,Amor, amor! Dejadme.
No me tapen la boca
los que buscan
espigas de Saturno por la nieve
o castran animales por un cielo,
clínica y selva de la anatomía.
Amor, amor, amor. Niñez del mar.
Tu alma tibia sin ti que no te entiende.
Amor, amor, un vuelo de
la corza
por el pecho sin fin de la blancura.
Y tu niñez, amor, y tu
niñez.
El tren y la mujer que llena el cielo,
Ni tú, ni yo, ni el aire,
ni las hojas.
Sí, tu niñez ya fábula de fuentes.
Poema doble del lago Edem
Nuestro ganado pace, el viento espira
Garcilaso
Era mi voz antigua
ignorante de los densos jugos amargos.
La adivino lamiendo mis pies
bajo los frágiles helechos mojados.
¡Ay voz antigua de mi amor,
ay voz de mi verdad,
ay voz de mi abierto costado,
cuando todas las rosas manaban de mi lengua
y el césped no conocía la impasible dentadura del caballo!
Estás aquí bebiendo mi sangre,
bebiendo mi humor de niño pesado,
mientras mis ojos se quiebran en el viento
con el aluminio y las voces de los borrachos.
Déjame pasar la puerta
donde Eva come hormigas
y Adán fecunda peces deslumbrados.
Déjame pasar, hombrecillo de los cuernos,
al bosque de los desperezos
y los alegrísimos saltos.
Yo sé el uso más secreto
que tiene un viejo alfiler oxidado
y sé del horror de unos ojos despiertos
sobre la superficie concreta del plato.
Pero no quiero mundo ni sueño, voz divina,
quiero mi libertad, mi amor humano
en el rincón más oscuro de la brisa que nadie quiera.
¡Mi amor humano!
Esos perros marinos se persiguen
y el viento acecha troncos descuidados.
¡Oh voz antigua, quema con tu lengua
esta voz de hojalata y de talco!
Quiero llorar porque me da la gana
como lloran los niños del último banco,
porque yo no soy un hombre, ni un poeta, ni una hoja,
pero sí un pulso herido que sonda las cosas del otro lado.
Quiero llorar diciendo mi nombre,
rosa, niño y abeto a la orilla de este lago,
para decir mi verdad de hombre de sangre
matando en mí la burla y la sugestión del vocablo.
No, no, yo no pregunto, yo deseo,
voz mía libertada que me lames las manos.
En el laberinto de biombos es mi desnudo el que recibe
la luna de castigo y el reloj encenizado.
Así hablaba yo.
Así hablaba yo cuando Saturno detuvo los trenes
y la bruma y el Sueño y la Muerte me estaban buscando.
Me estaban buscando
allí donde mugen las vacas que tienen patitas de paje
y allí donde flota mi cuerpo entre los equilibrios contrarios.
Preciosa y el aire
Su luna de pergamino
Preciosa tocando viene
por un anfibio sendero
de cristales y
laureles.
El silencio sin estrellas,
huyendo del sonsonete,
cae donde
el mar bate y canta
su noche llena de peces.
En los picos de la sierra
los
carabineros duermen
guardando las blancas torres
donde viven los ingleses.
Y los
gitanos del agua
levantan por distraerse
glorietas de caracoles
y ramas de
pino verde.
*
Su luna de
pergamino
Preciosa tocando viene.
Al verla se ha levantado
el viento
que nunca duerme.
San Cristobalón desnudo,
lleno de lenguas celestes,
mira a
la niña tocando
una dulce gaita ausente.
Niña, deja que levante
tu
vestido para verte.
Abre en mis dedos antiguos
la rosa azul de tu vientre.
*
Preciosa tira
el pandero
y corre sin detenerte.
El viento-hombrón la persigue
con una
espada caliente.
Frunce su rumor el mar.
Los olivos palidecen.
Cantan las
flautas de umbría
y el liso gong de la nieve.
¡ Preciosa, corre,
preciosa,
que te coge el viento verde!
¡Preciosa, corre, Preciosa!
¡Míralo por donde viene!
Sátiro de estrellas bajas
con sus lenguas relucientes.
*
Preciosa,
llena de miedo,
entre en la casa que tiene,
más arriba de los pinos,
el
cónsul de los ingleses.
Asustados por los gritos
tres carabineros vienen,
sus
negras capas ceñidas
y los gorros en las sienes.
El inglés da a la gitana
un
vaso de tibia leche,
y una copa de ginebra
que Preciosa no se bebe.
Y mientras cuenta,
llorando,
su aventura a aquella gente,
en las tejas de pizarra
el
viento, furioso, muerde.
Quiero llorar mi pena y te lo
digo...
Quiero llorar mi pena y te lo digo
para que tú me quieras y me llores
en un anochecer de ruiseñores,
con un puñal, con besos y contigo.
Quiero matar al único testigo
para el asesinato de mis flores
y convertir mi llanto y mis sudores
en eterno montón de duro trigo.
Que no se acabe nunca la madeja
del te quiero me quieres, siempre
ardida
con decrépito sol y luna vieja.
Que lo que no me des y no te pida
será para la muerte, que no
deja
ni sombra por la carne estremecida.
Remansillo
Me miré en
tus ojos,
pensando en tu alma.
Adelfa
blanca.
Me miré en
tus ojos,
pensando en tu boca.
Adelfa
roja.
Me miré en
tus ojos.
¡Pero estabas muerta!
Adelfa
negra.
Romance de la Guardia
Civil española
A Juan Guerrero
Cónsul General de la poesia
Los caballos negros son.
Las herraduras son negras.
Sobre las capes relucen
manchas de tinta y de cera.
Tienen, por eso no lloran,
de plomo las calaveras.
Con el alma de charol
vienen por la carretera.
Jorobados y nocturnos,
por donde animan ordenan
silencios de goma oscura
y miedos de fina arena.
Pasan, si quieren pasar,
y ocultan en la cabeza
una vaga astronomía
de pistolas inconcretas.
¡Oh ciudad de los gitanos!
En las esquinas banderas.
La luna y la calabaza
con las guindas en conserva.
¡Oh ciudad de los gitanos!
¿Quién te vio y no te recuerda?
Ciudad de dolor y almizcle,
con las torres de canela.
Cuando llegaba la noche,
noche que noche nochera,
los gitanos en sus fraguas
forjaban soles y flechas.
Un caballo malherido,
llamaba a todas las puertas.
Gallos de vidrio cantaban
por Jerez de la Frontera.
El viento, vuelve desnudo
la esquina de la sorpresa,
en la noche platinoche
noche, que noche nochera.
La Virgen y San José,
perdieron sus castañuelas,
y buscan a los gitanos
para ver si las encuentran.
La Virgen viene vestida
con un traje de alcaldesa
de papel de chocolate
con los collares de almendras.
San José mueve los brazos
bajo una capa de seda.
Detrás va Pedro Domecq
con tres sultanes de Persia.
La media luna, soñaba
un éxtasis de cigüeña.
Estandartes y faroles
invaden las azoteas.
Por los espejos sollozan
bailarinas sin caderas.
Agua y sombra, sombra y agua
por Jerez de la Frontera.
¡Oh ciudad de los gitanos!
En las esquinas banderas.
Apaga tus verdes luces
que viene la benemérita.
¡Oh ciudad de los gitanos!
¿Quién te vio y no te recuerda?
Dejadla lejos del mar, sin
peines para sus crenchas.
Avanzan de dos en fondo
a la ciudad de la fiesta.
Un rumor de siemprevivas
invade las cartucheras.
Avanzan de dos en fondo.
Doble nocturno de tela.
El cielo, se les antoja,
una vitrina de espuelas.
La ciudad libre de miedo,
multiplicaba sus puertas.
Cuarenta guardias civiles
entran a saco por ellas.
Los relojes se pararon,
y el coñac de las botellas
se disfrazó de noviembre
para no infundir sospechas.
Un vuelo de gritos largos
se levantó en las veletas.
Los sables cortan las brisas
que los cascos atropellan.
Por las calles de penumbra
huyen las gitanas viejas
con los caballos dormidos
y las orzas de monedas.
Por las calles empinadas
suben las capas siniestras,
dejando atrás fugaces
remolinos de tijeras.
En el portal de Belén
los gitanos se congregan.
San José, lleno de heridas,
amortaja a una doncella.
Tercos fusiles agudos
por toda la noche suenan.
La Virgen cura a los niños
con salivilla de estrella.
Pero la Guardia Civil
avanza sembrando hogueras,
donde joven y desnuda
la imaginación se quema.
Rosa la de los Camborios,
gime sentada en su puerta
con sus dos pechos cortados
puestos en una bandeja.
Y otras muchachas corrían
perseguidas por sus trenzas,
en un aire donde estallan
rosas de pólvora negra.
Cuando todos los tejados
eran surcos en la sierra,
el alba meció sus hombros
en largo perfil de piedra.
¡Oh ciudad de los gitanos!
La Guardia Civil se aleja
por un túnel de silencio
mientras las llamas te cercan.
¡Oh ciudad de los gitanos!
¿Quién te vio y no te recuerda?
Que te busquen en mi frente.
Juego de luna y arena.
Romance de la luna, luna
A Conchita García Lorca
La luna vino a la
fragua
Con su polisón de nardos.
El niño la mira, mira.
El niño la
está mirando.
En el aire conmovido
mueve la luna sus brazos
y enseña,
lúbrica y pura,
sus senos de duro estaño.
Huye luna, luna, luna.
Si
vinieran los gitanos,
habrían con tu corazón
collares y anillos blancos.
Niño,
déjame que baile.
Cuando vengan los gitanos,
te encontrarán sobre el yunque
con los ojillos cerrados.
Huye luna, luna, luna,
que ya siento sus caballos.
-Niño, déjame, no pises
mi blancor almidonado.
El jinete se acercaba
tocando el
tambor del llano.
Dentro de la fragua el niño
tiene los ojos cerrados.
Por
el olivar venían,
bronce y sueño, los gitanos.
Las cabezas levantadas
y los
ojos entornados.
Cómo canta la zumaya,
¡ay, como canta en el árbol!
por
el cielo va la luna
con un niño de la mano.
Dentro de la fragua lloran,
dando gritos, los gitanos.
El aire la vela, vela.
El aire la está velando.
Romance de la pena negra
Las piquetas de los
gallos
cavan buscando la aurora,
cuando por el monte oscuro
baja
Soledad Montoya.
Cobre amarillo, su carne
huele a caballo y a sombra.
Yunques
ahumados sus pechos,
gimen canciones redondas.
Soledad, ¿Por quién preguntas
sin
compaña y a estas horas?
Pregunte por quien pregunte,
dime: ¿a ti qué se te importa?
Vengo a buscar lo que busco,
mi alegría y mi persona.
Soledad de mis pesares,
caballo
que se desboca,
al fin encuentra la mar
y se lo tragan las olas.
No me
recuerdes el mar,
que la pena negra, brota
en las tierras de aceituna
bajo el
rumor de las hojas.
¡Soledad, qué pena tienes!
¡Qué pena tan lastimosa!
Lloras
zumo de limón
agrio de espera y de boca.
¡Qué pena tan grande! Corro
mi
casa como una loca,
mis dos trenzas por el suelo,
de la cocina a la alcoba.
¡Qué
pena! Me estoy poniendo
de azabache, carne y ropa.
¡Ay, mis camisas de hilo!
¡Ay,
mis muslos de amapola!
Soledad: lava tu cuerpo
con agua de alondras,
y deja tu
corazón
en paz, Soledad Montoya.
Por abajo canta el río:
volante de cielo y hojas.
Con flores de calabaza,
la nueva
luz se corona.
¡Oh pena de los gitanos!
Pena limpia y siempre sola.
¡Oh
pena de cauce oculto
y madrugada remota!
Romance sonámbulo
Verde que te quiero
verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre el mar
y el
caballo en la montaña.
Con la sombra en la cintura
ella sueña en su baranda,
verde
carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Verde que te quiero verde.
Bajo la
luna gitana,
las cosas la están mirando
y ella no puede mirarlas.
Verde que te quiero
verde.
Grandes estrellas de escarcha,
vienen con el pez de sombra
que abre el camino del alba.
La higuera flota su viento
con la lija de sus ramas,
y el
monte, gato garduño,
eriza sus pitas agrias.
Pero ¿quién vendrá? ¿Y por donde...?
Ella sigue en su baranda,
verde carne, pelo verde,
soñando en la mar amarga.
Compadre, quiero cambiar
mi caballo por su casa,
mi montura por su espejo,
mi
cuchillo por su manta.
Compadre, vengo sangrando,
desde los puertos de Cabra.
Si yo
pudiera, mocito,
este trato se cerraba.
Pero yo ya no soy yo.
Ni mi casa es ya
mi casa.
Compadre, quiero morir
decentemente en mi cama.
De acero, si
puede ser,
con las sábanas de holanda.
¿No veis la herida que tengo
desde el pecho a la garganta?
Trescientas rosas morenas
lleva tu pechera blanca.
Tu sangre
rezuma y huele
alrededor de tu faja.
Pero yo ya no soy yo.
Ni mi casa es ya
mi casa.
Dejadme subir al menos
hasta las altas barandas,
¡dejadme
subir!, dejadme
hasta las verdes barandas.
Barandales de la luna
por donde
retumba el agua.
Ya suben los dos
compadres
hacia las altas barandas.
Dejando un rastro de sangre.
Dejando un rastro de lágrimas.
Temblaban en los tejados
farolillos de hojalata.
Mil
panderos de cristal
herían la madrugada.
Verde que te quiero
verde,
verde viento verde ramas.
Los dos compadres subieron.
El
largo viento, dejaba
en la boca un raro gusto
de hiel, de menta y de albahaca.
¡Compadre! ¿Dónde está, dime?
¿Dónde está tu niña amarga?
¡Cuántas veces te esperó!
¡Cuántas veces te esperara,
cara fresca, negro pelo,
en esta verde baranda!
Sobre el rostro del aljibe
se mecía la gitana.
Verde carne, pelo verde,
con ojos de
fría plata.
Un carámbano de luna
la sostiene sobre el agua.
La noche se
puso íntima
como una pequeña plaza.
Guardias civiles borrachos
en la
puerta golpeaban.
Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar.
Y el caballo en la montaña.
Serenata de Belisa
Por las
orillas del río
se está la noche mojando
en los pechos de Lolita
se mueren de amor los ramos.
¡Se mueren
de amor los ramos!
La noche
canta desnuda
sobre los puentes de marzo.
Belisa lava su cuerpo
con agua salobre y nardos.
¡Se mueren
de amor los ramos!
La noche
de anís y plata
relumbra por los tejados.
Playas de arroyos y
espejos
anís de tus muslos blancos.
¡Se mueren
de amor los ramos!
Soneto
El viento explora cautelosamente
qué viejo tronco tenderá mañana.
El viento: con la luna en su alta frente
escrito por el pájaro y la rana.
El cielo se colora lentamente,
una estrella se muere en la ventana
y en las sombras tendidas del naciente
luchan mi corazón y su manzana.
El viento como arcAngel sin historia
tendrá sobre el gran álamo que espía,
después de largo acecho, la victoria,
mientras mi corazón, en la luz fría,
frente al vago espejismo de la Gloria,
lucha sin descifrar el alma mía.
Soneto de la dulce queja
Tengo miedo a perder la maravilla
de tus ojos de estatua, y el
acento
que de noche me pone en la mejilla
la solitaria rosa de tu
aliento.
Tengo pena de ser en esta orilla
tronco sin ramas; y lo que
más siento
es no tener la flor, pulpa o arcilla,
para el gusano de mi
sufrimiento.
Si tú eres el tesoro oculto mío,
si eres mi cruz y mi dolor
mojado,
si soy el perro de tu señorío,
no me dejes perder lo que he
ganado
y decora las aguas de tu río
con hojas de mi otoño enajenado.
Soneto de la guirnalda de rosas
¡Esa
guirnalda! ¡pronto! ¡que me muero!
¡Teje deprisa! ¡canta! ¡gime!
¡canta!
que la sombra me enturbia la garganta
y otra vez viene y
mil la luz de enero.
Entre lo
que me quieres y te quiero,
aire de estrellas y temblor de planta,
espesura de anémonas levanta
con oscuro gemir un año entero.
Goza el
fresco paisaje de mi herida,
quiebra juncos y arroyos delicados.
Bebe en muslo de miel sangre vertida.
Pero
¡pronto! Que unidos, enlazados,
boca rota de amor y alma mordida,
el tiempo nos encuentre destrozados.
Soneto gorgorino
Este pichón del Turia
que te mando,
de dulces ojos y de blanca pluma,
sobre laurel de
Grecia vierte y suma
llama lenta de amor do estoy parando.
Su cándida virtud, su cuello blando,
en limo doble de caliente
espuma,
con un temblor de escarcha, perla y bruma
la ausencia de
tu boca está marcando.
Pasa la mano sobre su blancura
y verás qué nevada melodía
esparce en copos sobre tu hermosura.
Así mi corazón de noche y día,
preso en la cárcel del amor
oscuro,
llora sin verte su melancolía.
Thamar y Amnón
Para Alfonso García Valdecasas
La luna gira en el cielo
sobre las tierras sin agua
mientras el verano siembra
rumores de
tigre y llama.
Por encima de los techos
nervios de metal sonaban.
Aire rizado venía
con los balidos de lana.
La tierra se ofrece
llena
de heridas cicatrizadas,
o estremecida de agudos
cauterios de
luces blancas.
Thamar estaba soñando
pájaros en su garganta,
al son de panderos fríos
y cítaras enlunadas.
Su desnudo en el
alero,
agudo norte de palma,
pide copos a su vientre
y granizo
a sus espaldas.
Thamar estaba cantando
desnuda por la terraza.
Alrededor de sus pies,
cinco palomas heladas.
Amnón delgado y
concreto,
en la torre la miraba,
llenas las ingles de espuma
y
oscilaciones la barba.
Su desnudo iluminado
se tendía en la
terraza,
con un rumor entre dientes
de flecha recién clavada.
Amnón estaba mirando
la luna redonda y baja,
y vio en la luna los
pechos
durísimos de su hermana.
Amnón a las tres y media
se
tendió sobre la cama.
Toda la alcoba sufría
con sus ojos llenos de
alas.
La luz maciza, sepulta
pueblos en la arena parda,
o
descubre transitorio
coral de rosas y dalias.
Linfa de pozo
oprimida
brota silencio en las jarras.
En el musgo de los troncos
la cobra tendida canta.
Amnón gime por la tela
fresquísima de la
cama.
Yedra del escalofrío
cubre su carne quemada.
Thamar entró
silenciosa
en la alcoba silenciada,
color de vena y Danubio,
turbia de huellas lejanas.
-Thamar, bórrame los ojos
con tu fija
madrugada.
Mis hilos de sangre tejen
volantes sobre tu falda.
-Déjame tranquila, hermano.
Son tus besos en mi espalda
avispas y
vientecillos
en doble enjambre de flautas.
-Thamar, en tus pechos
altos
hay dos peces que me llaman
y en las yemas de tus dedos
rumor de rosa encerrada.
Los cien caballos del rey
en el patio
relinchaban.
Sol en cubos resistía
la delgadez de la parra.
Ya
la coge del cabello,
ya la camisa le rasga.
Corales tibios dibujan
arroyos en rubio mapa.
¡Oh, qué gritos se sentían
por encima
de las casas!
Qué espesura de puñales
y túnicas desgarradas.
Por las escaleras tristes
esclavos suben y bajan.
Émbolos y muslos
juegan
bajo las nubes paradas.
Alrededor de Thamar
gritan
vírgenes gitanas
y otras recogen las gotas
de su flor martirizada.
Paños blancos, enrojecen
en las alcobas cerradas.
Rumores de tibia
aurora
pámpanos y peces cambian.
Violador enfurecido,
Amnón
huye con su jaca.
Negros le dirigen flechas
en los muros y
atalayas.
Y cuando los cuatro cascos
eran cuatro resonancias,
David con unas tijeras
cortó las cuerdas del arpa.
Veleta
Viento del Sur,
moreno, ardiente,
llegas sobre mi carne,
trayéndome semilla
de brillantes
miradas, empapado
de azahares.
Pones roja la luna
y sollozantes los álamos cautivos, pero vienes
¡demasiado tarde!
¡ya he enrollado la noche de mi cuento
en el estante!
Sin ningún viento,
¡hazme caso!
gira, corazón;
gira, corazón.
Aire del Norte,
¡oso blanco del viento!
llegas sobre mi carne
tembloroso de auroras
boreales,
con tu capa de espectros
capitanes,
y riyéndote a gritos
del Dante,
¡oh pulidor de estrellas!
pero vienes demasiado tarde.
Mi armario está musgoso
y he perdido la llave.
Sin ningún viento,
¡hazme caso!
gira, corazón;
gira, corazón.
Brisas, gnomos y vientos
de ninguna parte.
Mosquitos de la rosa
de pétalos pirámides.
Alisios destetados
entre los rudos árboles,
flautas en la tormenta,
¡dejadme!
tiene recias cadenas
mi recuerdo,
y está cautiva el ave
que dibuja con trinos
la tarde.
Las cosas que se van no vuelven nunca
todo el mundo lo sabe,
y entre el claro gentío de los vientos
es inútil quejarse. ,
¿Verdad, chopo, maestro de la brisa?
¡es inútil quejarse!
Sin ningún viento,
¡hazme caso!
gira, corazón;
gira, corazón.
Julio
de 1920, Fuente Vaqueros, Granada.
Venus
A la señorita Argemira López
que no me quiso.
Efectivamente
tienes dos grandes senos
y un collar de perlas
en el cuello.
Un infante de bruma
te sostiene el espejo.
Aunque estás muy lejana,
yo te veo
llevar la mano de iris
a tu sexo,
y arreglar indolente
el almohadón del cielo.
Te miramos con lupa
yo y el Renacimiento.