"...Quisiera hacer un verso que tuviera
toda la fragancia de la primavera..."
Sin nombre
María Victoria Vélez
Reseña biografica
Poeta cubano nacido en
Camagüey en 1902.
Desde muy joven se inclinó por las actividades culturales y políticas
de su país, ocupando cargos importantes
en la diplomacia a raíz del triunfo de la revolución cubana.
Su
inclinación posmodernista y vanguardista lo convirtió en el autor más
destacado de la poesia afro-antillana.
Su obra poética se inició con
«Motivos de Son» en 1930 y «Sóngoro Cosongo» en 1931. Luego aparecieron
los siguientes títulos: «El son Entero», «La paloma de vuelo popular»,
«Tengo», «Poemas de amor», «El gran Zoo»
y «Por el mar de las Antillas anda un barco de papel».
Falleció en 1989.
©
Agua del recuerdo
Alma música
Angustia segunda
Angustia cuarta
Caminando
Canción
Cómo no ser romántico
De qué callada manera...
Ejercicio de piano con amapola de siete a nueve de la mañana
El abuelo
Guitarra
La tarde pidiendo amor...
Llegada
Los fieles amantes
Madrigal
Madrigal II
Mariposa
Mujer
nueva
Palabras en el trópico
Piedra de horno
¿Puedes?
Rosa tú, melancólica
Siempre
Sigue...
Sudor y látigo
Tu recuerdo
Un poema de amor
Agua del recuerdo
¿Cuándo fue?
No lo sé.
Agua del recuerdo
voy a navegar.
Pasó una mulata de oro,
y yo la miré al pasar:
moño de
seda en la nuca,
bata de cristal,
niña de espalda reciente,
tacón de reciente
andar.
Caña
(febril le dije en mí mismo),
caña
temblando
sobre el abismo,
¿quién te empujará?
¿Qué cortador con su mocha
te cortará?
¿Qué ingenio con su trapiche
te molerá?
El tiempo corrió después,
corrió el tiempo sin
cesar,
yo para allá, para aquí,
yo para aquí, para allá,
para allá,
para aquí,
para aquí, para allá...
Nada sé, nada se sabe,
ni nada
sabré jamás,
nada han dicho los periódicos,
nada pude averiguar,
de
aquella mulata de oro
que una vez miré al pasar,
moño de seda en la nuca,
bata de
cristal,
niña de espalda reciente,
tacón de reciente andar.
Alma música
Yo
soy borracho. Me seduce el vino
luminoso y azul de la Quimera
que pone una explosión de Primavera
sobre mi corazón y mi destino.
Tengo el alma hecha ritmo y armonía;
todo en mi ser es música y es canto,
desde el réquiem tristísimo de
llanto
hasta el trino triunfal de la alegría.
Y no porque la vida mi
alma muerda
ha de rimar su ritmo mi alma loca:
aun mas que por la mano que la
toca
la cuerda vibra y canta porque es cuerda.
Así, cuando la negra y
dura zarpa
de la muerte destroce el pecho mío,
mi espíritu ha de ser en el
vacío
cual la postrera vibración de un arpa.
Y ya de nuevo en el astral
camino
concretara sus ansias de armonía
en la cascada de una sinfonía,
o en la alegría musical de un trino.
Angustia segunda
Tus venas, la raíz de nuestros árboles
La raíz de mi árbol,
retorcida;
la raíz de mi árbol, de tu árbol,
de todos nuestros
árboles,
bebiendo sangre, húmeda de sangre,
la raíz de mi árbol, de tu
árbol.
Yo la siento,
la raíz de mi árbol, de tu árbol,
de todos
nuestros árboles,
la siento
clavada en lo más hondo de mi tierra,
clavada allí, clavada,
arrastrándome y alzándome y hablándome,
gritándome.
La raíz de tu árbol, de mi árbol.
En mi tierra, clavada,
con clavos ya de hierro,
de pólvora, de piedra,
y floreciendo en
lenguas ardorosas,
y alimentando ramas donde colgar los pájaros cansados,
y elevando sus venas, nuestras venas,
tus venas, la raíz de nuestros
árboles.
Angustia cuarta
Federico
Toco a la puerta de un romance.
-¿No anda por aquí Federico?
Un
papagayo me contesta:
-Ha salido.
Toco a una puerta de cristal.
-¿No anda por aquí Federico?
Viene
una mano y me señala:
-Está en el río.
Toco a la puerta de un gitano.
-¿No anda por aquí Federico?
Nadie
responde, no habla nadie...
-¡Federico! ¡Federico!
La casa oscura, vacía;
negro musgo en las paredes;
brocal de pozo
sin cubo,
jardín de lagartos verdes.
Sobre la tierra mullida
caracoles que se mueven,
y el rojo viento
de julio
entre las ruinas, meciéndose.
¡Federico!
¿Dónde el gitano se muere?
¿Dónde sus ojos se enfrían?
¡Dónde estará, que no viene!
(Una canción)
«Salió el domingo, de noche,
salió el domingo, y
no vuelve.
Llevaba en la mano un lirio,
llevaba en los ojos fiebre;
el lirio se tornó sangre,
la sangre tornóse muerte».
(Momento en García Lorca)
Soñaba Federico en nardo y cera,
y
aceituna y clavel y luna fría.
Federico, Granada y Primavera.
En afilada soledad dormía,
al pie de sus ambiguos limoneros,
echado musical junto a la vía.
Alta la noche, ardiente de luceros,
arrastraba su cola transparente
por todos los caminos carreteros.
«¡Federico!», gritaron de repente,
con las manos inmóviles, atadas,
gitanos que pasaban lentamente.
¡Qué voz la de sus venas desangradas!
¡Qué ardor el de sus cuerpos
ateridos!
¡Qué suaves sus pisadas, sus pisadas!
Iban verdes, recién anochecidos;
en el duro camino invertebrado
caminaban descalzos los sentidos.
Alzóse Federico, en luz bañado.
Federico, Granada y Primavera.
y
con luna y clavel y nardo y cera,
los siguió por el monte perfumado.
Caminando
Caminando, caminando,
¡caminando!
Voy sin rumbo caminando,
caminando;
voy sin plata caminando,
caminando;
voy muy triste
caminando,
caminando.
Está lejos quien me busca,
caminando;
quien me espera está más lejos,
caminando;
y ya empeñé mi guitarra,
caminando.
Ay,
las piernas se ponen duras,
caminando;
los ojos
ven desde lejos,
caminando;
la mano agarra y no suelta,
caminando.
Al que yo coja y lo apriete,
caminando,
ése la paga por todos,
caminando;
a ése le parto el pescuezo,
caminando,
y aunque me
pida perdón,
me lo como y me lo bebo,
me lo bebo y me lo como,
caminando,
caminando,
caminando...
Canción
¡De que
callada manera
se me adentra usted sonriendo,
como si fuera la primavera !
(Yo, muriendo.)
Y de que modo
sutil
me derramó en la camisa
todas las flores de abril
¿Quién le
dijo que yo era
risa siempre, nunca llanto,
como si fuera
la primavera?
(No
soy tanto.)
En cambio, ¡Qué espiritual
que usted me brinde una rosa
de
su rosal principal!
De que callada manera
se me adentra usted sonriendo,
como si
fuera la primavera
(Yo, muriendo.)
Cómo no ser romántico y siglo XIX...
Cómo no ser
romántico y siglo XIX,
no me da pena,
cómo no ser Musset
viéndola
esta tarde
tendida casi exangüe,
hablando desde lejos,
lejos de
allá del fondo de ella misma,
de cosas leves, suaves, tristes.
Los shorts
bien shorts
permiten ver sus detenidos muslos
casi poderosos,
pero
su enferma blusa pulmonar
convaleciente
tanto como su
cuello-fino-Modigliani,
tanto como su piel-margarita-trigo-claro,
Margarita de nuevo ( así preciso ),
en la chaise-longue ocasional tendida
ocasional junto al teléfono,
me devuelven un busto transparente
(
Nada, no más un poco de cansancio ).
Es sábado en
la calle, pero en vano.
Ay, cómo amarla de manera
que no se me
quebrara
de tan espuma tan soneto y madrigal,
me voy no quiero verla,
de tan Musset y siglo XIX
cómo no ser romántico.
De que callada manera...
¡De que callada manera
se me adentra usted sonriendo,
como si fuera la primavera !
¡Yo,
muriendo!
Y de que modo sutil
me derramo en la camisa
todas las flores de
abril
¿Quién le dijo que yo era
risa siempre, nunca llanto,
como si
fuera
la primavera?
¡No soy tanto!
En cambio, ¡Qué espiritual
que usted me brinde una rosa
de su
rosal principal!
De que callada manera
se me adentra usted sonriendo,
como si fuera
la primavera
¡Yo, muriendo!
Ejercicio de piano con amapola de siete a nueve de la mañana
Año de 1910
Sobre la quemadura de la amapola
aplícate jazmines ,que eso la cura;
si acaso fuese grave la quemadura
usarás la camelia, pero una sola.
Cuando el cielo en verano se tornasola
y ni una nube vaga de cruel blancura,
y el hastío te invade como una impura
serpiente que te aprieta y asfixia y viola,
búscate una muchacha que toque viola,
siempre que de ella sea la partitura,
y quémala tú mismo con amapola;
una muchacha fresca, sonriente y pura
y dale una camelia, pero una sola,
si acaso fuese grave la quemadura...
El abuelo
Esta
mujer angélica de ojos septentrionales,
que vive atenta al ritmo de su
sangre europea,
ignora que en lo hondo de ese ritmo golpea
un negro el
parche duro de roncos atabales.
Bajo la línea escueta de su nariz aguda,
la boca, en fino trazo,
traza una raya breve,
y no hay cuervo que manche la solitaria nieve
de
su carne, que fulge temblorosa y desnuda.
¡Ah, mi señora! Mírate las venas misteriosas;
boga en el agua viva
que allá dentro te fluye,
y ve pasando lirios, nelumbios, lotos, rosas;
que ya verás, inquieta, junto a la fresca orilla
la dulce sombra
oscura del abuelo que huye,
el que rizó por siempre tu cabeza amarilla.
Guitarra
A Francisco Guillén
Tendida en la madrugada,
la firme guitarra espera:
voz de
profunda madera
desesperada.
Su clamorosa cintura,
en la que el pueblo suspira,
preñada de son,
estira
la carne dura.
Arde la guitarra sola,
mientras la luna se acaba;
arde libre de su
esclava
bata de cola.
Dejó al borracho en su coche,
dejó el cabaret sombrío,
donde se
muere de frío,
noche tras noche,
y alzó la cabeza fina,
universal y cubana,
sin opio, ni mariguana,
ni cocaína.
¡Venga la guitarra vieja,
nueva otra vez al castigo
con que la
espera el amigo,
que no la deja!
Alta siempre, no caída,
traiga su risa y su llanto,
clave las uñas
de amianto
sobre la vida.
Cógela tú, guitarrero,
límpiale de alcol la boca,
y en esa
guitarra, toca
tu son entero.
El son del querer maduro,
tu son entero;
el del abierto futuro,
tu son entero;
el del pie por sobre el muro,
tu son entero...
Cógela tú, guitarrero,
límpiale de alcol la boca,
y en esa
guitarra, toca
tu son entero.
La tarde pidiendo amor...
La tarde
pidiendo amor.
Aire frío, cielo gris.
Muerto sol.
La tarde pidiendo
amor.
Pienso en sus ojos cerrados,
la tarde pidiendo amor,
y en sus
rodillas sin sangre,
la tarde pidiendo amor,
y en sus manos de uñas
verdes,
y en su frente sin color,
y en su garganta sellada...
La
tarde pidiendo amor,
la tarde pidiendo amor,
la tarde pidiendo amor.
No.
No, que me sigue los pasos,
no;
que me habló, que me
saluda,
no;
que miro pasar su entierro,
no;
que me sonríe,
tendida,
tendida, suave y tendida,
sobre la tierra, tendida,
muerta
de una vez, tendida...
No.
Llegada
¡Aquí
estamos!
La palabra nos viene húmeda de los bosques,
y un sol enérgico
nos amanece entre las venas.
El puño es fuerte
y tiene el remo.
En el ojo profundo duermen palmeras exorbitantes.
El grito se nos
sale como una gota de oro virgen.
Nuestro pie,
duro y ancho,
aplasta el polvo en los caminos abandonados
y estrechos para nuestras
filas.
Sabemos dónde nacen las aguas,
y las amamos porque empujaron
nuestras canoas bajo
los
cielos rojos.
Nuestro canto
es como un músculo bajo la piel del alma,
nuestro sencillo canto.
Traemos el humo en la mañana,
y el fuego sobre la noche,
y el
cuchillo, como un duro pedazo de luna,
apto para las pieles bárbaras;
traemos los caimanes en el fango,
y el arco que dispara nuestras ansias,
y el cinturón del trópico,
y el espíritu limpio.
Traemos
nuestro
rasgo al perfil definitivo de América.
¡Eh, compañeros, aquí estamos!
La ciudad nos espera con sus palacios,
tenues
como panales de abejas silvestres;
sus calles están secas como
los ríos cuando no llueve en la montaña,
y sus casas nos miran con los
ojos pávidos
de
las ventanas.
Los hombres antiguos nos darán leche y miel
y nos
coronarán de hojas verdes.
¡Eh, compañeros, aquí estamos!
Bajo el sol
nuestra piel sudorosa
reflejará los rostros húmedos
de los vencidos,
y en la noche, mientras los astros ardan en la punta
de nuestras llamas,
nuestra risa madrugará sobre los ríos y los pájaros.
Los fieles amantes
Noche mucho
más noche; el amor ya es un hecho.
Feliz nivel de paz extiende el sueño
como una perfección todavía amorosa.
Bulto adorable, lejos ya,
se adormece,
y a su candor en la isla se abandona,
animal por ahí,
latente.
¡Qué diario infinito sobre el lecho
de una pasión: costumbre
rodeada de arcano!
¡Oh noche, más oscura en nuestros brazos!
Madrigal
Tu vientre
sabe más que tu cabeza
y tanto como tus muslos.
Esa
es la fuerte
gracia negra
de tu cuerpo desnudo.
Signo de selva
el tuyo,
con tus collares rojos,
tus brazaletes de oro curvo,
y ese
caimán oscuro
nadando en el Zambeze de tus ojos.
Madrigal II
Sencilla y vertical
como una caña en el cañaveral.
Oh retadora del
furor
genital:
tu andar fabrica para el espasmo gritador
espuma
esquina entre tus muslos de metal.
Mariposa
Quisiera
hacer un verso que tuviera
ritmo de Primavera;
que fuera
como una
fina mariposa rara,
como una mariposa que volara
sobre tu vida, y
cándida y ligera
revolara
sobre tu cuerpo cálido de cálida palmera
y al fin su vuelo absurdo reposara
--tal como en una roca azul de la
pradera--
sobre la linda rosa de tu cara...
Quisiera
hacer un verso que tuviera
toda la fragancia de la Primavera
y que
cual una mariposa rara
revolara
sobre tu vida, sobre tu cuerpo, sobre
tu cara.
Mujer
nueva
Con el círculo ecuatorial
ceñido a la cintura como a un pequeño mundo
la negra, mujer nueva,
avanza en su ligera bata de serpiente.
Coronada de palmas,
como
una diosa recién llegada,
ella trae la palabra inédita,
el anca
fuerte,
la voz, el diente, la mañana y el salto.
Chorro de sangre joven
bajo un pedazo de piel fresca,
y el pie incansable
para la pista
profunda del tambor.
Palabras en el trópico
Trópico,
tu dura hoguera
tuesta las nubes altas
y el cielo profundo
ceñido por el arco del Mediodía.
Tú secas en la piel de los árboles
la
angustia del lagarto.
Tú engrasas las ruedas de los vientos
para
asustar a las palmeras.
Tú atraviesas
con una gran flecha roja
el
corazón de las selvas
y la carne de los ríos.
Te veo venir por los
caminos ardorosos,
Trópico,
con tu cesta de mangos,
tus cañas
limosneras
y tus caimitos, morados como el sexo de las negras.
Te veo
las manos rudas
partir bárbaramente las semillas
y halar de ellas el
árbol opulento,
árbol recién nacido, pero apto
para echar a correr por
entre los bosques clamorosos.
Aquí,
en medio del mar,
retozando en
las aguas con mis Antillas desnudas,
yo te saludo, Trópico.
Saludo deportivo,
primaveral,
que se me
escapa del pulmón salado
a través de estas islas escandalosas hijas
tuyas.
(Dice Jamaica
que ella está contenta de ser negra,
y Cuba ya
sabe que es mulata.)
¡Ah,
qué ansia
la de aspirar el humo de tu
incendio
y sentir en dos pozos amargos las axilas!
Las axilas, oh
Trópico,
con sus vellos torcidos y retorcidos en tus llamas.
Puños los
que me das
para rajar los cocos tal un pequeño dios colérico;
ojos los
que me das
para alumbrar la sombra de mis tigres;
oído el que me das
para escuchar sobre la tierra las pezuñas lejanas.
Te debo el cuerpo
oscuro,
las piernas ágiles y la cabeza crespa,
mi amor hacia las
hembras elementales,
y esta sangre imborrable.
Te debo los días altos,
en cuya tela azul están pegados
soles redondos y risueños;
te debo los labios húmedos,
la cola del jaguar y la saliva de las
culebras;
te debo el charco donde beben las fieras sedientas;
te debo,
Trópico,
este entusiasmo niño
de correr en la pista
de tu profundo
cinturón lleno de rosas amarillas,
riendo sobre las montañas y las nubes,
mientras un cielo marítimo
se destroza en interminables olas de estrellas
a mis pies.
Piedra de horno
La tarde
abandonada gime deshecha en lluvia.
Del cielo caen recuerdos y entran por
la ventana.
Duros suspiros rotos, quimeras lastimadas.
Lentamente va
viniendo tu cuerpo.
Llegan tus manos en su órbita
de aguardiente de
caña;
tus pies de lento azúcar quemados por la danza,
y tus muslos,
tenazas del espasmo,
y tu boca, sustancia
comestible y tu cintura
de abierto caramelo.
Llegan tus brazos de
oro, tus dientes sanguinarios;
de pronto entran tus ojos traicionados;
tu piel tendida, preparada
para la siesta:
tu olor a selva repentina; tu garganta
gritando
-no sé, me lo imagino-, gimiendo
-no sé, me lo figuro-, quemándose- no
sé, supongo, creo;
tu garganta profunda
retorciendo palabras
prohibidas.
Un río de promesas
desciende de tu pelo,
se demora en
tus senos,
cuaja al fin en un charco de melaza en tu vientre,
viola tu
carne firme de nocturno secreto.
Carbón ardiente y piedra de horno
en
esta tarde fría de lluvia y de silencio.
¿Puedes?
¿Puedes
venderme el aire que pasa entre tus dedos
y te golpea la cara y te
despeina?
¿Tal vez podrías venderme cinco pesos de viento,
o más,
quizás venderme una tormenta?
¿Acaso el aire fino
me venderías, el
aire
(no todo) que recorre
en tu jardín corolas y corolas,
en tu
jardín para los pájaros,
diez pesos de aire fino?
El aire gira y pasa
en una mariposa.
Nadie lo tiene, nadie.
¿Puedes venderme cielo,
el cielo azul a
veces,
o gris también a veces,
una parcela de tu cielo,
el que
compraste, piensas tú, con los árboles
de tu huerto, como quien compra el
techo con la casa?
¿Puedes venderme un dólar
de cielo, dos kilómetros
de cielo, un trozo, el que tú puedas,
de tu cielo?
El cielo está en las nubes.
Altas las nubes pasan.
Nadie las tiene, nadie.
¿Puedes venderme lluvia, el agua
que te ha
dado tus lágrimas y te moja la lengua?
¿Puedes venderme un dólar de agua
de manantial, una nube preñada,
crespa y suave como una cordera,
o
bien agua llovida en la montaña,
o el agua de los charcos
abandonados
a los perros,
o una legua de mar, tal vez un lago,
cien dólares de
lago?
El agua cae, rueda.
El agua rueda, pasa.
Nadie la tiene, nadie.
¿Puedes venderme tierra, la profunda
noche
de las raíces; dientes
de dinosaurios y la cal
dispersa de lejanos
esqueletos?
¿Puedes venderme selvas ya sepultadas, aves muertas,
peces
de piedra, azufre
de los volcanes, mil millones de años
en espiral
subiendo? ¿Puedes
venderme tierra, puedes
venderme tierra, puedes?
La tierra tuya es mía.
Todos los pies la pisan.
Nadie la tiene, nadie.
Rosa tú, melancólica
El alma vuela y vuela
buscándote a lo lejos,
rosa tú, melancólica
rosa de mi recuerdo.
Cuando la madrugada
va el campo humedeciendo,
y el día es como un niño
que despierta en el cielo,
Rosa, tú,
melancólica
ojos de sombra llenos,
desde mi estrecha sábana
toco tu
firme cuerpo.
Cuando ya el alto sol
ardió con su alto fuego,
cuando
la tarde cae
del ocaso deshecho,
ya en mi lejana mesa
tu oscuro pan
contemplo.
Y en la noche cargada
de ardoroso silencio,
Rosa, tú,
melancólica
rosa de mi recuerdo,
dorada, viva, y húmeda,
bajando
vas del techo,
tomas mi mano fría
y te me quedas viendo.
Cierro
entonces los ojos,
pero siempre te veo
clavada allí, clavando
tu
mirada en mi pecho,
larga mirada fija,
como un puñal de sueño.
Siempre
Bien
pueden su hojarasca y polvo y hielo
acumular los años sobre ti.
Mi
corazón sacude el turbio velo,
y siempre te hallo, ¡oh dádiva del cielo!
fresca y radiante en mí.
Porque a mí te envió El, y yo he guardado
tu mejor luz en ánfora
inmortal,
porque a cosas de Dios morir no es dado
y eres tú claro
espíritu encarnado
en diáfano cristal.
No hay flor cuyo matiz no degenere
al pasajero sol que la esmaltó.
Tan sólo propia luz firmeza espere:
la perla de la mar se opaca y muere;
las de los cielos no.
Nuestra querida estrella leve gasa
o negro temporal veló talvez;
mas ¿qué a ella el furor que el golfo arrasa?
Parece cada nubarrón que
pasa
doblar su brillantez.
La copa del banquete postrimera
el gusto encantado. En tu vergel
era sonó de juventud postrera;
el Angel me hallará, cuando yo muera,
saboreando tu miel.
La tarde de la vida, árida y fosca,
pide un hogar
con su genial calor;
si él falta, huraño el corazón se embosca,
y la
memoria en torno a sí se enrosca
cual serpiente en sopor.
Así, vuelta la espalda a lo presente,
que, sin el ser por quien vivir
sentí,
es noria vil, bullicio impertinente,
torno a buscar mi sol, mi
cara fuente,
mi cielo, urna de ti.
Voy para atrás pisada por pisada,
recogiendo el rumor de nuestros
pies,
repensando un silencio, una mirada,
un toque, un gesto. ..tanto
que fue nada
y que un diamante hoy es.
Oculta, como en mágica alcancía,
guardé felicidad para los dos,
y
cuanto una vez fue lo es todavía,
que el sol del alma no es el sol de un
día,
ni es del tiempo, -es de Dios.
Cierta, como la dicha antes de su hora,
es ésta; y tierna cual pasado
bien
que en escondida soledad se llora;
sacra como deidad que la fe
adora
y ojos de éxtasis ven.
Hora, hora mismo, en alta noche oscura,
mi aurora boreal, surges
aquí.
Hay resplandor, hay brisa de hermosura;
alzo a ver -y hallo tu
mirada pura
vertiendo tu alma en mí.
Y ya no media esa impaciencia ingrata,
ese exceso de luz que impide
ver
y que al gustar el bien, nos lo arrebata.
La sal de la amargura
hoy aquilata,
el néctar del placer.
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
¡Ah! cuando osen a ti dardos y afrentas,
cuando te odies tú misma en tu
dolor,
cuando apagada y lóbrega te sientas,
abre mi corazón: allí te
ostentas
en todo tu esplendor.
¿Dónde está él? -Donde tú estés. Bien sabes
que fue, por fiel a
ti, conmigo infiel.
Ábrelo, que en tu voz están sus llaves;
pero, al
mirarte en su cristal, no laves
lo que escribiste en él.
Sigue...
Camina, caminante,
sigue;
camina y no te pare,
sigue.
Cuando pase po su casa
no le diga que me bite:
camina, caminante,
sigue.
Sigue y no te pare,
sigue:
no la mire si te llama,
sigue;
Acuérdate que ella e mala,
sigue.
Sudor y látigo
Látigo,
sudor y látigo.
El sol despertó temprano
y encontró al negro descalzo,
desnudo el cuerpo llagado,
sobre el campo.
Látigo,
sudor y látigo.
El viento pasó gritando:
- ¡Qué flor negra en cada mano!
La sangre le dijo: ¡vamos!
Él dijo a la sangre: ¡vamos!
Partió en su sangre, descalzo.
El cañaveral, temblando,
le abrió paso.
Después, el cielo callado,
y bajo el cielo, el esclavo
tinto en la sangre del amo.
Látigo,
sudor y látigo,
tinto en la sangre del amo;
látigo,
sudor y látigo;
tinto en la sangre del amo,
tinto en la sangre del amo
Tu recuerdo
Siento que se despega tu recuerdo
de mi mente, como una vieja estampa;
tu figura no tiene ya cabeza
y un brazo está deshecho, como en esas
calcomanías desoladas
que ponen los muchachos en la escuela
y son
después, en el libro olvidado,
una mancha dispersa.
Cuando estrecho tu
cuerpo
tengo la blanda sensación de que
estás hecho de estopa.
Me
hablas, y tu voz viene de tan lejos
que apenas puedo oírte.
Además, ya no te creo.
Yo mismo, ya curado
de la pasión antigua,
me pregunto cómo fue que pude
amarte,
tan inútil, tan vana,
tan
floja que antes del año
de tenerte en mis brazos
ya te estás
deshaciendo
como un jirón de humo;
y ya te estás borrando
como un
dibujo antiguo,
y ya te me despegas en la mente
como una vieja
estampa!
Un poema de amor
No sé. Lo
ignoro.
Desconozco todo el tiempo que anduve
sin encontrarla
nuevamente.
¿Tal vez un siglo? Acaso.
Acaso un poco menos: noventa y
nueve años.
¿O un mes? Pudiera ser. En cualquier forma
un tiempo
enorme, enorme, enorme.
Al fin como una rosa súbita,
repentina
campánula temblando,
la noticia.
Saber de pronto
que iba a verla
otra vez, que la tendría
cerca, tangible, real, como en los sueños.
¡Qué trueno sordo
rodándome en las venas,
estallando allá arriba
bajo mi sangre, en una
nocturna tempestad!
¿Y el hallazgo, en seguida?
¿Y la manera
que nadie comprendiera
que ésa es nuestra propia manera?
Un roce apenas, un contacto eléctrico,
un apretón conspirativo, una
mirada,
un palpitar del corazón
gritando, aullando con silenciosa voz.
Después
( Ya lo sabéis desde los quince años )
ese aletear de las
palabras presas,
palabras de ojos bajos,
penitenciales,
entre
testigos enemigos,
todavía
un amor de "lo amo"
de "usted", de "bien
quisiera,
pero es imposible..." De "no podemos,
no, piénselo usted
mejor...."
Es un amor así,
es un amor de abismo en primavera,
cortés, cordial, feliz, fatal.
La despedida, luego,
genérica,
en el
turbión de los amigos.
Verla partir y amarla como nunca;
seguirla con
los ojos,
y ya sin ojos seguir viéndola lejos,
allá lejos, y aún
seguirla
más lejos todavía,
hecha de noche,
de mordedura, beso,
insomnio,
veneno, éxtasis, convulsión,
suspiro, sangre, muerte...
Hecha
de esa sustancia conocida
con que amasamos una estrella.