Apuro sediento tu tierno gemido, tu intimidad que me embriaga y ardiente, la lengua del dulce deseo, pasión cuyo vino no sacia...
Reseña biografica
Poeta,
novelista y dramaturgo alemán nacido en Lauffen am Neckar, Württemberg, en
1770.
Al terminar estudios primarios en Denkendorf ingresó a la Universidad
de Tübingen donde obtuvo el Master en Teología. En 1793 publicó
sus primeros poemas con la ayuda de Friedrich von Schiller quien además fue
su amigo y protector. Fue traductor de Sófocles y Píndaro y autor de una
valiosa obra poética y dramática que lo convirtió en el más grande
representante del romanticismo alemán.
Después de sostener un romance con la esposa de un rico banquero, Susette
Gontard, inspiradora de sus "Poemas a Diotima", se radicó en Hamburgo
donde produjo una parte importante de su obra, de la que se destaca su
novela "Hyperión" y la colección de poemas "La esperanza".
A partir de 1802, aquejado por los primeros síntomas de una grave
esquizofrenia, regresó a Tübingen y vivió hasta su muerte protegido en la
casa de un carpintero.
Falleció en junio de 1843. ©
Poemas de Friedrich
Hölderlin:
A Diotima (1)
A Diotima
(2)
A las
parcas
Archipiélago
Canto del destino de Hiperión
Diotima (De 1796 a 1798)
Diotima (Después de 1800)
Diotima (1)
Diotima (2)
Edades de la vida
El consenso público
Grecia
La despedida
Lamentos de Menón por Diotima
A Diotimia (1)
Ven, y el júbilo mira en redor; en céfiros suaves
vuelan las ramas del bosque,
como agita los bucles la danza; tal en
liras sonoras
un espíritu alegre,
con la lluvia y el sol el cielo canta en la
tierra;
como
en plácida lid
se oye sobre las cuerdas de fugitivas tonadas
múltiple enjambre vibrar,
vagan sombras y luz en melodioso contraste
sobre las cimas del monte.
Suave, con rútilas gotas el cielo acaricia
al arroyo, su hermano,
que ya viene agitando la carga preciosa
que hay en su corazón,
y sobre el río y el bosque...
. . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . .
Y del bosque el verdor, y la imagen
del cielo en la linfa
tiembla y muere ante nos,
y de los montes en las cimas, y cabañas y
rocas
que esconde en su regazo,
las colinas que en
derredor, dormidos corderos,
y entre ramas floridas
como en suave lana, se abrevan en fuentes del bosque,
refrescantes y claras,
y los valles brumosos, sus simientes
y flores
y los jardines, todo
cerca y lejos se esfuma, se
esfuma en gayo tumulto
y se va con el sol.
Pero el rumor de las olas del cielo ya se ha extinguido
y más puros y jóvenes.
surgen del baño la tierra y sus hijos beatos.
vivo y alegre
brilla el verde del soto, las áureas flores rutilan,
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . .
blanco, tal el rebaño que al río empuja el pastor.
. . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Versión de Otto de
Greiff
A las parcas
Dadme un estío más, oh poderosas,
y un otoño, que avive mis
canciones,
y así, mi corazón, del dulce juego
saciado, morirá
gustosamente.
El alma, que en el mundo vuestra ley
divina no gozó, pene en el
Orco;
mas si la gracia que ambiciono logra
mi corazón, si vives,
poesia,
¡sé bien venido, mundo de las sombras!
Feliz estoy, así no me
acompañen
los sones de mi lira, pues por fin
como los dioses vivo,
y más no anhelo.
Versión de Otto de
Greiff
Archipiélago
(fragmento)
¿Tornan de nuevo las grullas a ti, las naves el rumbo
tuercen,
van de tus playas en pos? ¿ Serenas y ansiadas
brisas llegan al
plácido mar, y al sol asomando
del abismo el delfín, luz nueva inunda
su dorso?
¿Jonia brilla? ¿Tiempo es ya? Pues es primavera,
y ha
tornado a nacer la vida en todos los seres,
y hay en los hombres
amor, y tiempos áureos se evocan;
¡vengo en tu paz a ti, oh poderoso,
a loarte!
¡Oh venerable!, descansas aún viviendo a la sombra
de tus montes;
aún tus brazos jóvenes ciñen
amorosos tu tierra, y a tus hijas, ¡oh
padre!
de tus islas radiantes aún ninguna perdiste.
Creta vive, y
Salamis, que frescos laureles circundan.
Y alza, en medio de rayos, y
a la hora del orto la testa
resplandeciente Delos, y Tenos y Kíos
frutas purpúreas guardan: y de embriagadas colinas
mana el vino de
Chipre, y de Kalauria descienden
ríos de plata que van a las véteras
aguas del padre.
Todas viven, las islas que un día engendraron los
héroes.
Y año tras año irradian y si una vez, del abismo
liberado,
el fulgor de la noche, la interna borrasca
a una de ellas sorprende y
en tu seno a los hombres sepulta,
tú, tú en cambio pervives, deidad,
pues sobre la oscura
sima, por ti mucho viose nacer y mucho
morir.(...)
(...)Entonces, ¡oh amigos de Atenas, oh gestas de Esparta,
cara
primavera de los griegos! Si llega
a nuestro otoño, tornad y mirad,
espíritus todos
del mundo que fue, ¡pues el fin de los años se
acerca!
¡La fiesta también celebrad, oh días de antaño!
A la
Hélade miran los pueblos, llorando y cantando
del día orgulloso del
triunfo los suaves recuerdos.
¡Floreced entre tanto, mientras los frutos maduran,
oh jardines
de Jonia! ¡Floreced en las ruinas de Atenas!
¡Ocultad a los días
futuros el duelo!
¡Coronad con eterno verdor, oh laureles, los
túmulos
de los muertos, allá en Maratón, donde tantos
victoriosos
soldados cayeron, o allá en Keronea,
cuyos campos los últimos
atenienses sin armas
huir vieron del día fatal de la afrenta, allá
donde
de la cima hasta el valle trenos se escuchan, y el canto
del
destino las aguas vagabundas entonan!
Mas, oh tú, de los mares señor inmortal, aunque el canto
de de
los griegos no más, como antaño, en tus olas te loe,
canta en mí más
y más; que el espíritu impávido
de los mares, al modo de los nautas,
disfrute
su solaz, y la lengua de los dioses distinga,
y el vaivén
de las horas; y así, si el tiempo voraz
sobreviene a segar la miseria
y los yerros
de mi vida mortal, y entre los muertos a hundirla,
que la paz en el fondo de tus abismos encuentre.
Versión de Otto de
Greiff
Canto del destino de
Hiperión
Vagáis arriba en la luz,
en blando suelo, ¡genios felices!
brisas
de Dios, radiantes,
suaves os rozan
como los dedos de la artista
las cuerdas santas.
Sin sino, como infantes
que duermen, respiran los dioses;
resplandecen
en casto capullo guardados
sus espíritus
eternamente.
Y en sus ojos beatos
brilla tranquilo
fulgor
perpetuo.
Mas no nos es dado
en sitio alguno posar.
Vacilan y caen
los hombres sufrientes,
ciegos, de una
hora en la otra,
como
aguas de roca
en roca lanzados,
eternamente, hacia lo incierto.
Versión de Otto de Greiff
Diotima (De 1796 a 1798)
Callas y sufres, no te comprenden
¡Oh santo espíritu! Agostándote callas,
¡Pues vanamente entre los bárbaros
buscas al rayo del sol los tuyos,
las almas grandes, tiernas, que nadie halló!
Mas huye el tiempo. Empero canto mortal verá
el día, ¡oh Diotima! que en pos de los dioses
y en pos de los héroes te nombre su igual.Versión de
Otto de Greiff
Diotima (Después de 1800)
Callas y sufres, no te comprenden,
¡oh noble espíritu! Miras abajo y
callas
al claro día, pues vanamente,
bajo el sol buscas los tuyos,
hijos
de reyes, que antes como hermanos,
como en los bosques las cimas
gemelas,
de amor y patria jubilosos
gozaban al recuerdo de su
origen
bajo el abrazo infinito del cielo;
fieles y gratos llevaron sin
duda
aun a la sima del Tártaro la alegría,
libres criaturas, hijos
de los dioses,
almas henchidas de gracia, y ya extintas;
a ellas en estos años
luctuosos
y al cotidiano clamor de estrellas
que fueron, llora
nuestro corazón,
y este fúnebre trueno nunca fin habrá.
Mas el tiempo sana. Los
seres divinos son fuertes
y raudos. Recobra la naturaleza
su
antiguo y alegre dominio
¡Mira, amor! Aun antes de que nuestra colina
se hunda, un canto
mortal ha de ver
el día, oh Diotima, que en pos de los dioses
y en
pos de los héroes te nombre su igual.
Versión de Otto de Greiff
Diotima (1)
(Dos versos iniciales y únicos de Un Poema incompleto )
Pude nombrar los héroes
callando ante las bellas heroínas,
Versión de Otto de
Greiff
Diotima (2)
Ven y apacíguame, tú que supiste calmar elementos,
luz de
las musas celestes, del caos el siglo,
guía la lucha feroz con
celestial armonía,
hasta ver en el pecho mortal lo disperso
agruparse,
y la antigua índole humana, tranquila, valiente,
ver serena del vórtice del tiempo, y fuerte, surgir.
¡Vuélve al alma
indigente del pueblo, radiante belleza!
¡Torna a la hóspite mesa, y al templo torna otra vez!
Pues que
Diotima vive, como leve brote de invierno,
y aunque rica en su espíritu propio, busca la luz.
Pero ya el sol del
espíritu, ya el bello mundo se oculta,
y en la noche glacial sólo hay fragor de huracanes.
Versión de Otto de
Greiff
Edades de la vida
¡Oh, urbes del Eufrates!
¡Oh, calles de Palmira!
¡Oh, bosques de
columnas sobre el llanto desierto!
¿Qué sois?
De vuestras coronas,
al haber traspasado los límites
de aquellos que respiran,
por el
humo de los dioses
y su fuego fuisteis despojadas;
pero sentado
ahora bajo nubes ( cada
cual reposando en su propia quietud)
bajo
robles hospitalarios, en
la umbría donde pacen los corzos,
extrañas se me hacen y muertas
las almas venturosas.
Versión de Nicolás Suescún
El consenso público
¿No es más bella la vida de mi corazón
desde que amo? ¿Por qué me
distinguíais más
cuando yo era más arrogante y arisco,
más locuaz
y más vacío?
¡Ah! La muchedumbre prefiere lo que se cotiza,
las almas serviles
sólo respetan lo violento.
Únicamente creen en lo divino
aquellos
que también lo son.
Versión de Federico Gorbea
Grecia
Tanto vale el hombre y
tanto vale el esplendor de la vida,
Los hombres a menudo son amos de la naturaleza,
Para ellos la tierra hermosa no está escondida,
Sino que con dulzura se desnuda mañana y tarde.
Los campos abiertos son como los días de la siega,
Alrededor se extiende espiritual la vieja Leyenda,
Una vida nueva vuelve siempre a nuestra humanidad,
Y el año se inclina aún una vez silenciosamente.
Versión de Vicente
Huidobro
La despedida
¿Queríamos separarnos? ¿Era lo justo y lo sabio?
¿Por qué nos
asustaría la decisión como si fuéramos
a cometer un crimen?
¡Ah! poco nos conocemos,
pues un dios manda
en nosotros.
¿Traicionar a ese dios? ¿Al que primero nos infundió
el sentido y
nos infundió la vida, al animador,
al genio tutelar de nuestro amor?
Eso, eso yo no lo hubiera permitido.
Pero el mundo se inventa otra carencia,
otro deber de honor, otro
derecho, y la costumbre
nos va gastando el alma
día tras día
disimuladamente.
Bien sabía yo que como el miedo monstruoso y arraigado
separa a
los dioses y a los hombres,
el corazón de los amantes, para expiarlo,
debe ofrendar su sangre y perecer.
¡Déjame callar! Y desde ahora, nunca me obligues a
contemplar
este suplicio, así podré marchar en paz
hacia la
soledad,
¡y que este adiós aún nos penenezca!
Ofréceme tú misma el cáliz, beba yo tanto
del sagrado filtro,
tanto contigo de la poción letea,
que lo olvidemos todo
amor y
odio!
Yo partiré. ¡Tal vez dentro de mucho tiempo
vuelva a verte,
Diotima! Pero el deseo ya se habrá
desangrado
entonces, y apacibles
como bienaventurados
nos
pasearemos, forasteros, el uno cerca al otro
conversando,
divagando, soñando, hasta que este mismo paraje del
adiós
rescate nuestras almas del olvido
y dé calor a nuestro
corazón.
Entonces volveré a mirarte sorprendido, escuchando
como otrora
el dulce canto, las voces, los acordes del laúd,
y más
allá del arroyo la azucena dorada
exhalará hacia nosotros su
fragancia.
Versión de Helena Araújo
Lamentos de Menón por
Diotima
(fragmento)
I
Vengo en vano a buscar un cambio todos los días,
callan
siempre a mi voz todas las sendas del campo;
fui a las gélidas cimas,
las sombras todas me vieron,
y las fuentes; incierto vaga sin rumbo
el espíritu,
paz buscando; así va por los bosques la herida alimaña
que a medio día de sombra segura gozó;
pero ya a su verde guarida no
ha de tornar.
Insomne y dolida el dardo lleva doquier.
No el calor
ni la luz, no la gélida noche la curan,
ni el frescor del torrente da
a sus heridas alivio.
Y como la tierra sus triacas en vano
dale, y
el céfiro no su fiebre logran aplacar:
tal, amigos, ¿a mí será
imposible que nadie
pueda el fatídico sueño por fin apartar?
II
Sí, bien poco curáis del miserable que, oh dioses
de la
muerte, apresáis en vuestras ávidas fauces,
y crueles hundís en la
lúgubre noche;
para qué suplicar, o con vosotros reñir,
o con
paciencia sufrir en pávido exilio viviendo
y sonriendo escuchar
vuestra necia canción;
si ha de ser, tu salud olvida, duerme callado;
pero surge una voz de esperanza en tu pecho;
¡tú no puedes aún, pobre
alma, no puedes
consentir, pues aguardas presa en tu sórdido sueño!
Y aún ambiciono la corona que adorna mis bucles;
bien sé que solo
estoy, empero llega de lejos
sombra amiga, y sonríe, y me llena de
pasmo,
pues me torna feliz en el dolor que me oprime.
III
¡Luz de amor! ¿Tu fulgor áureo llega también a los muertos
tal como en tiempo feliz brillas ahora en mi noche?
Dulces jardines,
montañas rosas al sol del ocaso,
bienvenidas seáis sendas calladas
del bosque,
sois testigos de un júbilo celestial; ¡lueñes astros
que santas miradas antaño me enviásteis!
Y vosotros, amables hijos de
un día de mayo,
suaves rosas y lirios que siempre memoro;
primaveras fenecen, los años expulsan los años,
cambian y pugnan, el
tiempo se cierne
sobre testas mortales, mas no en los ojos beatos
de amorosas parejas que nueva vida comparten.
Pues los días, los años
estelares por siempre,
¡Diotima! Con nos íntimamente se unieron.
IV
Pero unidos en plácida paz, como cisnes amantes
que ante el
lago reposan o son por las ondas mecidos,
viendo el fondo en que
nubes de plata la linfa refleja,
y el etéreo azul que a su paso
tremola;
de tal guisa fuimos los dos; alzábase el Bóreas
que
persigue al amor, y que supo abatir
del ramaje el verdor, y la lluvia
en el viento arrastrar;
mas tranquilos reíamos, nuestro dios vigilaba
el idilio con faz infantil y serena,
que en un canto común nuestras
almas unía.
Mas hoy está vacía la casa; se han llevado
mis ojos,
me he perdido también contigo al perderte.
Y así debo vagar, e igual
a las sombras vivir;
vano y sin alma ya todo ha de ser para mí.
V
¿Qué festejar, con qué fin? ¿Cantar, y con quién?
Al
solitario los dones divinos no llegan;
es este mi delito; yo sé que
un signo aciago
paraliza mis miembros, mi espíritu anula,
y mudo,
insensible, como un niño me torna.
Sólo a veces los ojos lágrimas gélidas lloran,
y me atristan las
flores del campo, las aves alegres,
mensajeras de radiante canción
celestial.
Pero el vívido sol en mi lúgubre pecho,
frío, estéril,
declina y anuncia la noche.
¡Ay! Y vano y vacío como muros de cárcel,
el cielo
ciérnese como curva guadaña sobre mi frente.(...)
Versión de Otto de Greiff
Apuro sediento tu tierno gemido, tu intimidad que me embriaga y ardiente, la lengua del dulce deseo, pasión cuyo vino no sacia...