"...Eres
un frágil nido, recinto de veneno,
despiadada piedad, Angel caído..."
"Jeanne Hebuterne with hat"
Amedeus Modigliani
Reseña biografica
Poeta mexicano nacido en
Guanajuato en 1914.
Fue periodista profesional y crítico cinematográfico.
Perteneció a la llamada "Generación de Taller", agrupación
marcada por la guerra española. Su poesia, unas veces revolucionaria y otras
tierna, está impregnada de sentimientos
extremos que fluctúan entre la protesta y el amor.
De sus libros
publicados vale la pena mencionar, entre otros, a «Fábula»,
«Géminis», «Metáfora» y«Pájaro Cascabel».
Murió en la Ciudad de
México en 1982. ©
Absoluto amor
Aleluya cocodrilos sexuales aleluya
Canción de la doncella del
alba
Declaración de amor
El amor
Elegía
Elegía de la rosa blanca
Eres, amor...
Esa sonrisa
Éste es un amor
Estrella en alto
Estuario
La amante
La
estrella
La muchacha ebria
La noche de la perversión
La paloma y el sueño
La rosa primitiva
Las voces prohibidas
Línea del alba
Los ruidos del alba
Meditación de la rosa
Órdenes de amor
Para gozar tu paz
Pausa
Primer
canto de abandono
Ser de ti
Ternura
Un cuaderno de dibujo
de Nunik Sauret
Absoluto amor
Como una limpia mañana de
besos morenos
cuando las plumas de la aurora comenzaron
a marcar
iniciales en el cielo. Como recta
caída y amanecer perfecto.
Amada inmensa
como un
violeta de cobalto puro
y la palabra clara del deseo.
Gota de anís en el
crepúsculo
te amo con aquella esperanza del suicida poeta
que se meció
en el mar
con la más grande de las perezas romanticas.
Te miro así
como
mirarían las violetas una mañana
ahogada en un rocío de recuerdos.
Es la primera vez que un
absoluto amor de oro
hace rumbo en mis venas.
Así lo creo te amo
y un
orgullo de plata me corre por el cuerpo.
Aleluya cocodrilos sexuales aleluya
Para ella que me mira morir
El gran río penetró la roca
viva
y se adelgazó hasta el miedo y el estruendo
se hizo rayo se hizo
ruina se hizo tonto esqueleto
y hoy padece a lo largo de pieles de tigre
a la orilla del cocodrilo que me sueña
y me hunde en el naufragio
de
su carne tan blanca
oh carne nacarada en medio
de la arena
como tú
y estas dos medallas de oro que muerdo
dalias de vida y de
martirio
y en ellas me retrato y consigo el descenso
al dulce infierno
de tu vientre
y de nuevo los dientes
ah malditos
ah maldita tú también
larga bestia ululante despierta
lengua
en aquel círculo de asesinos
(Pierde toda esperanza
amor mío)
de almas danzantes albas
cool cool cool cool jazz
¡Bríndamelo por fin
Aleluya Aleluya magnífico Grijalba
muerto de frío
de rocas y pañuelos rojos
Piérdete
adelgázate hasta la soledad
de
los cocodrilos que agonizan
al pie de mi medio siglo
y de mi alcohol
cohol cohol cohol cohol jazz
marinera manía
de
pintar escribir declamar pagar impuestos
luz renta etcétera
y luego abrazarte
bajo el diluvio de sones antillanos y misas lubas
y
volver a abrazarte hasta el arte y el hartazgo
y aleluyarte hasta no sé
cuando
dormida y abrumada purificada
putificada
¡Aleluya! ¡Aleluya!
poetas elotes tiernos calaveritas
apaleadas
poetas inmensos reyes del eliotazgo
baratarios y pancistas
grandísimos quijotes de su tiznadísima chingamusa
perdónenme grandes y
pequeños poetas
(Soy acaso el Hijo de Sánchez de la poesia
¿Peralvillo
Tepito Incorporated?
Alors los invito a discurrir
pespunte limpio
por el nuevo paseo la Anti-Reforma)
Canción de la doncella del alba
Para Thelma
Se mete piel adentro
como paloma ciega,
como ciega paloma
cielo adentro.
Mar adentro en la sangre,
adentro de la piel.
Perfumada marea,
veneno y sangre.
Aguja de cristal
en la
boca salada.
Marea de piel y sangre,
marea de sal.
Vaso de amarga miel:
sueño dorado,
sueño adentro
de la cegada piel.
Entra a paso despacio,
dormida danza;
entra debajo un ala,
danza despacio.
Domina mi silencio
la
voz del alba.
Domíname, doncella,
con tu silencio.
Tómame de la mano,
llévame adentro
de tu callada espuma,
ola en la mano.
Silencio adentro sueño
con lentas pieles,
con labios tan heridos
como mi sueño.
Voy vengo en la ola,
coral y ola,
canto canción de arena
sobre la ola.
Oh doncella de paz,
estatua de mi piel,
llévame de la mano
hacia tu paz.
Búscame piel adentro
anidado en tu axila,
búscame allí,
amor adentro.
Pues entras, fiel paloma,
pisando plumas
como desnuda nube,
nube o paloma.
Debo estar vivo, amor,
para saberte toda,
para beberte toda
en un vaso de amor.
Alerta estoy, doncella
del alba; alerta
al sonoro cristal
de tu origen, doncella.
Declaración de amor
Ciudad que llevas dentro
mi corazón, mi pena,
la desgracia verdosa
de los hombres del alba,
mil voces descompuestas
por el frío y el hambre.
Ciudad que lloras, mía,
maternal, dolorosa,
bella como camelia
y triste como lágrima,
mírame con tus ojos
de tezontle y granito,
caminar por tus calles
como sombra o neblina.
Soy el llanto invisible
de millares de hombres.
Soy la ronca
miseria,
la gris melancolía,
el fastidio hecho carne.
Yo soy mi
corazón desamparado y negro.
Ciudad, invernadero,
gruta despedazada.
Bajo tu sombra, el
viento del invierno
es una lluvia triste, y los hombres, amor,
son
cuerpos gemidores, olas
quebrándose a los pies de las mujeres
en un
largo momento de abandono
-como nardos pudriéndose.
Es la hora del sueño, de los labios resecos,
de los cabellos lacios y
el vivir sin remedio.
Pero si el viento norte una mañana,
una mañana larga, una selva,
me entregara el corazón desecho
del alba verdadera, ¿imaginas, ciudad,
el dolor de las manos y el grito brusco, inmenso,
de una tierra sin vida?
Porque yo creo que el corazón del alba
en un millón de flores,
el
correr de la sangre
o tu cuerpo, ciudad, sin huesos ni miseria.
Los hombres que te odian no comprenden
cómo eres pura, amplia,
rojiza, cariñosa, ciudad mía;
cómo te entregas, lenta,
a los niños que
ríen,
a los hombres que aman claras hembras
de sonrisa despierta y
fresco pensamiento,
a los pájaros que viven limpiamente
en tus
jardines como axilas,
a los perros nocturnos
cuyos ladridos son mares
de fiebre,
a los gatos, tigrillos por el día,
serpientes en la noche,
blandos peces al alba;
cómo te das, mujer de mil abrazos,
a nosotros,
tus tímidos amantes:
cuando te desnudamos, se diría
que una cascada
nace del silencio
donde habitan la piel de los crepúsculos,
las tibias
lágrimas de los relojes,
las monedas perdidas,
los días menos pensados
y las naranjas vírgenes.
Cuando llegas, rezumando delicia,
calles recién lavadas
y
edificios-cristales,
pensamos en la recia tristeza del subsuelo,
en lo
que tienen de agonía los lagos
y los ríos,
en los campos enfermos de
amapolas,
en las montañas erizadas de espinas,
en esas playas largas
donde apenas la espuma
es un pobre animal inofensivo,
o en las costas
de piedra
tan cínicas y bravas como leonas;
pensamos en el fondo del
mar
y en sus bosques de helechos,
en la superficie del mar
con
barcos casi locos,
en lo alto del mar
con pájaros idiotas.
Yo pienso en mi mujer:
en su sonrisa cuando duerme
y una luz
misteriosa la protege,
en sus ojos curiosos cuando el día
es un mármol
redondo.
Pienso en ella, ciudad,
y en el futuro nuestro:
en el
hijo, en la espiga,
o menos, en el grano de trigo
que será también
tuyo,
porque es de tu sangre,
de tus rumores,
de tu ancho corazón
de piedra y aire,
de nuestros fríos o tibios,
o quemantes y helados
pensamientos,
humildades y orgullo, mi ciudad,
Mi gran ciudad de México:
el fondo de tu sexo es un criadero
de
claras fortalezas,
tu invierno es un engaño
de alfileres y leche,
tus chimeneas enormes
dedos llorando niebla,
tus jardines axilas la
única verdad,
tus estaciones campos
de toros acerados,
tus calles
cauces duros
para pies varoniles,
tus templos viejos frutos
alimento de ancianas,
tus horas como gritos
de monstruos invisibles,
¡tus rincones con llanto
son las marcas de odio y de saliva
carcomiendo tu pecho de dulzura!
El amor
El amor viene lento como la
tierra negra,
como luz de doncella, como el aire del trigo.
Se parece
a la lluvia lavando viejos árboles,
resucitando pájaros. Es blanquísimo y
limpio,
larguísimo y sereno: veinte sonrisas claras,
un chorro de
granizo o fría seda educada.
Es como el sol, el alba: una espiga muy grande.
Yo camino en
silencio por donde lloran piedras
que quieren ser palomas, o estrellas,
o canarios: voy entre campanas.
Escucho los sollozos de los cuervos que
mueren,
de negros perros semejantes a tristes golondrinas.
Yo camino buscando tu sonrisa de fiesta,
tu azul melancolía, tu
garganta morena
y esa voz de cuchillo que domina mis nervios.
Ignorante de todo, llevo el rumbo del viento,
el olor de la niebla, el
murmullo del tiempo.
Enséñame tu forma de gran lirio salvaje:
cómo viven tus brazos, cómo
alienta tu pecho,
cómo en tus finas piernas siguen latiendo rosas
y en
tus largos cabellos las dolientes violetas.
Yo camino buscando tu sonrisa de nube,
tu sonrisa de ala, tu sonrisa
de fiebre.
Yo voy por el amor, por el heroico vino
que revienta los
labios. Vengo de la tristeza,
de la agria cortesía que enmohece los ojos.
Pero el amor es lento, pero el amor es muerte
resignada y sombría: el
amor es misterio,
es una luna parda, larga noche sin crímenes,
río de
suicidas fríos y pensativos, fea
y perfecta maldad hija de una poesia
que todavía rezuma lágrimas y bostezos,
oraciones y agua, bendiciones y
penas.
Te busco por la lluvia creadora de violencias,
por la lluvia sonora
de laureles y sombras,
amada tanto tiempo, tanto tiempo deseada,
finalmente destruida por un alba de odio.
Elegía
Ahora te soñé, así como
eras: sin deslices en la voz,
con inmóviles sombras en los brazos
y
tus genitales segundos de estatua.
Así como eres todavía: copiándote a ti
misma,
cuando no eres ya sino la espuma de tu propia vida.
Bien te sentí en mi sueño
como verso divinizado.
Mi tristeza no cabía en el fondo de mi dolor
y
fue a manchar la noche de violeta.
El propio ruido de tus
piernas habría despertado
los estanques, los recuerdos que a veces
olvidamos
en los huecos de los jardines,
las horas que nunca fueron
más allá
de donde hoy se desangran segundo por segundo,
el silencio de
muchas ventanas,
antiguos y pulidos razonamientos, montañas de destinos.
De un seno tuyo al otro
sollozaba un poco de ternura.
Anoche te soñé y no puedo
decirte mañana mi secreto
-porque el amor es un magnífico manzano
con
frutos de metal envueltos en piel de inteligencia,
con hojas que
recuerdan gravemente el futuro
y raíces como brazos sumidos en una nieve
de santidad-,
la misma ruta de mis dedos no podría encontrarte
ahí donde te guardas tan perfecta.
Yo no sabría elegir sino violentamente
mi presencia:
te llenaría de asombro; acaso tu memoria no me crea.
Mi
fatiga te gritaría un absoluto amor.
Por el cristal de aumento de la luna
la sonrisa de Dios estallaría.
Elegía de la rosa blanca
Fuiste cuando el silencio
era una voz de llovizna
cuando sabias corolas daban el equilibrio
al
corazón de junio
y claras lunas tibias como pequeñas ruedas
llevaron
al abismo los insomnios por turbios
y los deseos por vivos y angustiados.
Indelicada rosa blanca.
Desesperada rosa tierna.
Dueña del infinito y
precursora de la contemplación
y el tedio.
Rosa blanca: viviste puramente,
como apasionada y cansada
frialdad,
como alba derrotista.
Eras como un dolor inmóvil
pero
ceñido de ansias.
Te guardaba en mis manos creyéndote un silencio
de nieve.
Eras torre y sirena.
Eras madera blanca o brisa.
Eras
estrella distraída.
En las noches parecías una selva despierta,
muy
mojada. Y al día
siguiente eras perla gigante
o tremenda montaña
o
cristalina y rauda flor del tiempo.
Yo te seguía con furia y esperanza.
Vivo dueño de nada con tu muerte.
Vivo como una astilla de
tristeza.
Eres, amor, el brazo con
heridas...
Eres, amor, el brazo con
heridas
y la pisada en falso sobre un cielo.
Eres el que se duerme,
solitario,
en el pequeño bosque de mi pecho.
Eres, amor, la flor del
falso nombre.
Eres el viejo llanto y la tristeza,
la soledad y el río de la virtud,
el brutal aletazo del insomnio
y el sacrificio de una noche ciega.
Eres, amor, la flor del falso nombre.
Eres un frágil nido, recinto de veneno,
despiadada piedad, Angel
caído,
enlutado candor de adolescencia
que hubiese transcurrido como
un sueño.
Eres, amor, la flor del falso nombre.
Eres lo que me mata, lo que ahoga
el pequeño ideal de ir viviendo.
Eres desesperanza, triste estatua
de polvo nada más, de envidia sorda.
Eres, amor, la flor del falso nombre.
Esa sonrisa
Si de un vuelo la esencia iluminase
esta celda que a tientas desconozco,
si de un frágil destello, de una brisa
juvenil o poema, en breves
pétalos,
descendiese tu vida; si a mi vida
una virtud le diera buena suerte,
expresaría el poema, la bondad
de tu sereno gesto al apoyarse
tus alas, tu sonrisa y tu belleza
en el
clavel de fiebre de mi alma.
Pues tu sonrisa leve manifiesta
una resuelta forma de animar,
de
dar ágiles signos, no al sollozo
en que todo se pierde, sino al beso
de impecable factura, de dominio.
Si la sonrisa es nido, el beso es sueño
de virginal angustia y
melodía.
Si un día tus pies besé desesperado,
fue tan solo por darme
la delicia
de alzar los ojos y mirar al cielo.
Al cielo de tus ojos y tu frente,
al inquietante cielo donde vuelos
de pensamientos gimen, donde una
y otra vez me dedico a descubrir
la
desolada nube de mi amor.
Es mejor hablar claro y no decir
que se siente la angustia por
sistema.
Es mejor que te diga: No me olvides,
y si me olvidas dame, de
tu boca
la fría miseria del final, la muerte.
Pero nada dirás, lo estoy sabiendo,
cuando en dulces instantes como
flores,
vienes de nuevo a mí, y en tu sonrisa
aprendo la lección
definitiva:
el alba temblorosa de tu boca.
Éste es un amor que tuvo su
origen...
Éste es un amor que tuvo su
origen
y en un principio no era sino un poco de miedo
y una ternura
que no quería nacer y hacerse fruto.
Un amor bien nacido de ese
mar de sus ojos,
un amor que tiene a su voz como Angel y bandera,
un
amor que huele a aire y a nardos y a cuerpo húmedo,
un amor que no tiene
remedio, ni salvación
ni vida, ni muerte, ni siquiera una pequeña agonía.
Éste es un amor rodeado de
jardines y de luces
y de la nieve de una montaña de febrero
y del
ansia que uno respira bajo el crepúsculo de San Angel
y de todo lo que no
se sabe, porque nunca se sabe
por qué llega el amor y luego las manos
-esas terribles manos delgadas como el pensamiento-
se entrelazan y un
suave sudor de -otra vez- miedo,
brilla como las perlas abandonadas
y
sigue brillando aún cuando el beso, los besos,
los miles y millones de
besos se parecen al fuego
y se parecen a la derrota y al triunfo
y a
todo lo que parece poesia -y es poesia.
Ésta es la historia de un
amor con oscuros y tiernos orígenes:
vino como unas alas de
paloma y la paloma no tenía ojos
y nosotros nos veíamos a lo largo de los
ríos
y a lo ancho de los países
y las distancias eran como inmensos
océanos
y tan breves como una sonrisa sin luz
y sin embargo ella me
tendía la mano y yo tocaba su piel llena de gracia
y me sumergía en sus
ojos en llamas
y me moría a su lado y respiraba como un árbol despedazado
y entonces me olvidaba de mi nombre
y del maldito nombre de las cosas y
de las flores
y quería gritar y gritarle al oído que la amaba
y que yo
ya no tenía corazón para amarla
sino tan sólo una inquietud del tamaño
del cielo
y tan pequeña como la tierra que cabe en la palma de la mano.
Y yo veía que todo estaba en sus ojos -otra vez ese mar-,
ese mal, esa
peligrosa bondad,
ese crimen, ese profundo espíritu que todo lo sabe
y
que ya ha adivinado que estoy con el amor hasta los hombros,
hasta el
alma y hasta los mustios labios.
Ya lo saben sus ojos y ya lo sabe el
espléndido metal de sus muslos,
ya lo saben las fotografías y las calles
y ya lo saben las palabras -y las palabras y las calles y las fotografías
ya saben que lo saben y que ella y yo lo sabemos
y que hemos de morirnos
toda la vida para no rompernos el alma
y no llorar de amor.
Estrella en alto
En el taller del alma
maduran los deseos,
crece, fresca y lozana, la ternura,
imitando tu sombra,
inventando tu ausencia
tan honda y sostenida.
Hoy te sueño,
amante:
estrella en alto, huella
de una violeta lenta.
Oscuramente bella la
soledad germina en torno de mi cuerpo.
Hoy te sueño, amante:
jugamos
a la brisa y al frío.
Tu nombre suena como tibia pureza inimitable.
Y del cielo a la tierra,
de aquella estrella en alto al dulce ruido de tu pecho,
bajan con
inefable rapidez
y como espuma roja
apresurados besos,
recios besos,
crueles
besos de hielo en mi memoria.
Un grito de agonía, una
blasfemia
vuelve grises tus senos,
y mi sueño,
y esa noble fragancia de tu
sexo.
¿Qué esperamos, hermana,
de esta reciente aurora
que nos fatiga tanto?
Mira la estrella,
es blanca, no es azul.
Mírala, y que tus ojos
perduren como rosas perfectas.
Estuario
Opresora. Todo lo
aprisionas
con tu lengua y pasos de giganta,
¡oh! desconocida ¡oh!
luminosa
hija de Arpios hecha de jade y miel.
Cárcel doy a tu pálida
presencia, gacela ojos de tigre,
cárcel me doy de amor,
mordedura,
paciente fuego, ala
y marea, faro en la mar abierta.
Desciendes y
derribas
la muralla del ansia. Das tregua
a la cosecha secreta del
alba,
cuando los ojos cierra el puerto
al verano y la espuma.
Todo
aprisionas con fría garra
deleitosa y madura,
opresora, dientes y
lengua de giganta,
dormido espectro, oleaje
de apasionada mansedumbre
muerto de miedo y libertad.
La amante
Y, desdichada, hallarte
vibrante de violetas,
celeste, submarina, subterránea,
ahijada de las
nubes,
sobrina del oleaje,
madre de minerales
y vegetales de oro,
universal, florida,
jugosa como caña
y ligera de brisas
y cánticos
de seda.
Desdichada penumbra al
encontrarte
negándose tu cuerpo a mi deseo,
dándose al día siguiente,
circulando en el aire que respiro,
diseñando mi vida,
mi agonía
y
mi muerte sencilla,
y mi futura muerte
entre los muertos.
Ah tu cordial miseria de
caricias,
el gesto amargo de tus manos
y la rebelde fuga de tu piel,
cómo me decepcionan,
me castigan y ahogan,
hembra de plata líquida,
insobornable y mía.
Y tu noche de gritos y
gemidos,
alimentando vida, creando luz,
provocando sudor, melancolía,
amor y más amor desfallecido,
tumultos de palabras,
mi desdichada
niña,
olvidándote, sí, casi perdiéndote
en el ruido de torsos y
sollozos.
Pero siendo destino, siendo
gloria
tus cabellos castaños, tus miradas
y tus feas rodillas de suave
juventud.
La estrella
Labios como el sabor del
viento en el invierno,
dientes jóvenes de luna consentida en la llama
del abrazo.
Se endurecía la noche en tu garganta.
Espacio duro de tus
senos. Amarilla y quemada,
la inesperada sombra de tus piernas en la alas
de los pájaros
cuando tus dedos en un juego de látigos
hendían prisas
de frío.
Que nos perdonen las sábanas lunares de los árboles
y el
sueño arrebatado a las estatuas,
y el agua estremecida con la caída
del deseo. Tenías los ojos limpios, Andrea.
La estrella de tu frente como
herida de vino,
enferma, detenida en mi boca.
Había un mundo de
silencio en tu cuerpo,
como si la muerte se hubiera mirado en un espejo
o varias rosas en agonía hubieran imaginado
un paraíso de nieve o de
cristales.
(Ahí perdura solamente lo
desconocido
que nuestros labios apagaron.
El recuerdo es materia de
belleza poseída y escrita
en páginas en las que un poco de amor pasó
rozando.
Como el recuerdo gritarían las cabelleras
mojadas en
acuarelas de angustia.
Así serían las voces de os aires helados
fundiéndose
en las aristas de una montaña de bronce.)
Te corría por la espalda
una gota de sangre
de mis venas. La noche, con la niebla
y el silencio
en medio de los senos, nos veía y
procuraba
cambiar su propia ruta.
Que nos perdonen las mismas
pinceladas de la aurora.
Exprimidas las horas como
cerezas en nuestros labios,
apenas un instante de tus hombros
se
deslizó en mi sueño.
La muchacha ebria
Este lánguido caer en brazos de una desconocida,
esta brutal tarea de pisotear mariposas y sombras y cadáveres;
este
pensarse árbol, botella o chorro de alcohol,
huella de pie dormido, navaja verde o negra;
este instante durísimo
en que una muchacha grita,
gesticula y sueña por una virtud que nunca fue la suya.
Todo esto no
es sino la noche,
sino la noche grávida de sangre y leche,
de niños que se asfixian,
de mujeres carbonizadas
y varones morenos de soledad
y
misterioso, sofocante desgaste.
Sino la noche de la muchacha ebria
cuyos gritos de rabia y
melancolía
me hirieron como el llanto purísimo,
como las náuseas y el rencor,
como el abandono y la voz de las mendigas.
Lo triste es este llanto,
amigos, hecho de vidrio molido
y fúnebres gardenias despedazadas en el
umbral de
las cantinas,
llanto y sudor molidos, en que hombres desnudos, con sólo
negra barba
y feas manos de miel se bañan sin angustia, sin tristeza:
llanto ebrio, lágrimas de claveles, de tabernas enmohecidas,
de la
muchacha que se embriaga sin tedio ni pesadumbre,
de la muchacha que una noche —y era una santa noche—
me entregara su
corazón derretido,
sus manos de agua caliente, césped, seda,
sus pensamientos tan
parecidos a pájaros muertos,
sus torpes arrebatos de ternura,
su boca que sabía a taza mordida
por dientes de borrachos,
su pecho suave como una mejilla con fiebre,
y sus brazos y piernas
con tatuajes,
y su naciente tuberculosis,
y su dormido sexo de orquídea
martirizada.
Ah la muchacha ebria, la
muchacha del sonreír estúpido
y la generosidad en la punta de los dedos,
la muchacha de la confiada, inefable ternura para un hombre,
como yo, escapado apenas de la violencia amorosa.
Este tierno
recuerdo siempre será una lámpara frente a mis ojos,
una fecha sangrienta y abatida.
¡Por la muchacha ebria,
amigos míos!
La noche de la perversión
El caracol del ansia,
ansiosamente
se adhirió a las pupilas, y una especie de muerte
a
latigazos creó lo inesperado.
A pausas de veneno, la desdichada flor de
la miseria
nos penetró en el alma, dulcemente,
con esa lenta furia de
quien sabe lo que hace.
Flor de la perversión,
noche perfecta,
tantas veces deseable maravilla y tormenta.
Noche de
una piedad que helaba nuestros labios.
Noche de a ciencia cierta saber
por qué se ama.
Noche de ahogarme siempre en tu ola de miedo.
Noche de
ahogarte siempre en mi sordo desvelo.
Noche de una lujuria de
torpes niños locos.
Noche de asesinatos y sólo suave sangre.
Noche de
uñas y dientes, mentes de calorfrío.
Noches de no oír nada y ser todo,
imperfectos.
Hermosa y santa noche de crueles bestezuelas.
Y el caracol del ansia,
obsesionante,
mataba las pupilas, y mil odiosas muertes
a golpes de
milagro crearon lo más sagrado.
Fue una noche de espanto, la noche de los
diablos.
Noche de corazones pobres y enloquecidos,
de espinas en los
dedos y agua hirviendo en los labios.
Noche de fango y miel, de alcohol y
de belleza,
de sudor como llanto y llanto como espejos.
Noche de ser
dos frutos en su plena amargura:
frutos que, estremecidos, se exprimían a
sí mismos.
Yo no recuerdo, amada, en
qué instante de fuego
la noche fue muriendo en tus brazos de oro.
La
tibia sombra huyó de tu aplastado pecho,
y eras una guitarra bellamente
marchita.
Los cuchillos de frío segaron las penumbras
Y en tu vientre
de plata se hizo la luz del alba.
La paloma y el sueño
Tú no veías el árbol, ni la
nube ni el aire.
Ya tus ojos la tierra se los había bebido
y en tu
boca de seda sólo un poco de gracia
fugitiva de rosas, y un lejano
suspiro.
No veías ni mi boca que se moría de pena
ni tocabas mis manos huecas,
deshabitadas.
Espeso polvo en torno daba un sabor a muerte
al solemne
vivir la vida más amarga.
Había sed en tus ojos. Suave sudor tu frente
recordaba los ríos de
suave, lenta infancia.
Yo no podía con mi alma. Mi alma ya no podía
con mi cuerpo tan roto de rotas esperanzas.
Tus palabras sonaban a olas de frágil vuelo.
Tus palabras tan raras,
tan jóvenes, tan fieles.
Una estrella miraba cómo brilla tu vida.
Una
rosa de fuego reposaba en tu frente.
Y no veías los árboles, ni la nube ni el aire.
Parecías desmayarte
bajo el beso y su llama.
Parecías la paloma extraviada en su vuelo:
la
paloma del ansia, la paloma que ama.
Te dije que te amaba, y un temblor de misterio
asomó a tus pupilas.
Luego miraste, en sueños,
los árboles, la nube y el aire estremecido,
y en tus húmedos ojos hubo un aire de reto.
No parecías la misma de otras horas sin horas.
Ya sueñas, o ya vuelas
y ni vuelas ni sueñas.
Te fatigan los brazos que te abrazan, paloma,
y, al sollozar, a un lirio desmayado recuerdas.
Ya sé que estoy perdido, pero siempre ganado.
Perdido entre tu
sombra, ganado para nunca.
Mil besos son mil pétalos protegiendo tu piel
y tu piel es la lámpara que mis ojos alumbra.
¡Oh geografía del ansia, geografía de tu cuerpo!
Voy a llorar las
lágrimas más amargas del mundo.
Voy a besar tu sombra y a vivir tu
recuerdo.
Voy a vivir muriendo. Soy el que nunca estuvo.
La rosa primitiva
Escribo bajo el ala del
Angel más perverso:
la sombra de la lluvia y el sonreír de cobre de la
niebla
me conducen, oh estatuas, hacia un aire maduro,
hacia donde se
encierra la gran severidad de la belleza.
Escribo las palabras y el
penetrante nombre del poema,
y no encuentro razón, flor que no sea
la
rosa primitiva de la ciudad que habito.
Nunca el poema fue tan serio como
hoy, y nunca el verso
tuvo la estatura de bronce de lo que no se oculta.
Hacia el amor, las manos, y en las manos, gimiendo,
hojas de yerba amarga
del pensamiento gris,
secas raíces de una melancolía sin huesos,
la
danza del deseo muerto a vuelta de esquina
y un sollozo frustrado gracias
a la ternura.
Hacia el amor, sonrisas, y
en ellas, como almas,
el malogrado espíritu de un mensaje que un día
cobró cierta estructura, y que hoy, entorpecido,
circula por las venas.
Nunca digas a nadie que
tienes la verdad en un puño,
o que a tus plantas, quieta, perdura la
virtud.
Ama con sencillez, como si nada.
Sé dueño de tu infierno,
propietario absoluto
de tu deseo y tus ansias, de tu salud y tus odios.
Fabrícate, en secreto, una ciudad sagrada,
y equilibra en su centro la
rosa primitiva.
Al pueblo y a la hembra que enciendan cuanto hay en ti de
hermoso,
y murmuren mensajes en tus oídos frágiles,
debes verlos con
santa melancolía y un aire desdeñoso,
mandarlos hacia nunca, hacia
siempre,
hacia ninguna parte...
Quédate con la rosa del
calosfrío,
la rosa del espanto estatuario,
la inmaculada rosa de la
calle,
la rosa de los pétalos hirientes,
la rosa-herrumbre del fiero
desencanto,
la primitiva rosa de carne y desaliento,
la rosa fiel, la
rosa que no miente,
la rosa que en tu pecho debe ser la paloma
del
latido fecundo y el vivir con un pulso
de gran deseo hirviendo a flor de
labio.
La rosa, en fin, de las
espinas de oro
que nuestra piel desgarran y la elevan
hacia el sereno
cielo de donde la poesia
nos llega mutilada, como ruinas del alba.
Las voces prohibidas
Más despacio que nunca,
casi agónicas,
marchan y duelen estas voces o estrellas.
Húmedos pies descalzos, breves pieles,
dulce origen, impío desorden.
Voces
que purifican lo que tocan. Voces
todo milagro. Suaves voces de
amor.
Voces para decir amor toda la vida
y todo el santo día y a la lenta
distancia
de una noche de sueño, amor y voces.
Cálidas o despiertas, dormidas o ya frías,
estas voces se pegan a los
labios
y dicen y se dicen altos, duros misterios,
prohibidos latidos,
esbeltos calosfríos.
Despaciosas y firmes, llegan como
las bestias, crecen como el encino,
y no hay en ellas nada que no sea verdadero.
Pero duelen. Son dardos de amorosa ponzoña
y dan la seca muerte del
olvido.
No perdonan, no aman,
no son ríos serenos, sino fuego,
ardiente
maldición, dolorosa quietud.
Vienen así, calladas, caminando caminos
de helado polvo. Son las
voces
que ya nunca se dicen.
Por eso duelen y por eso ardo
junto a ellas, como al pie de una
hoguera.
Ardo y adoro al mismo tiempo
porque nada me callan o no me
dicen nada.
Asciendo rudas catedrales de miedo
y el vacío es un lago de hambre y
sal.
Me maldigo con ellas
pero duermo con ellas.
Cuando la sed se haya quemado
en mi garganta,
cuando no tenga paz
ni amor,
cuando todo sea voces y no llantos,
una pequeña sombra habrá
a mi lado.
No la rosa del ansia ni el clavel de miseria,
sino la joven luz del
alba,
la joven voz del alba mía.
Línea del alba
III
Tienes la frente al alba:
ella cuenta los poros de tu cuerpo,
en las laderas del sueño,
con los
hombros quemados.
En el alba se vierte la
costumbre del alma,
se agita el pulso del deseo
como si fuera un
ciervo
duramente alanceado
con agujas de bronce
o pestañas de
vírgenes.
Tienes la frente al alba
y pedazos de niebla
volando de tus senos
a mis manos.
Los ruidos del alba
I
Te repito que descubrí el silencio
aquella lenta tarde de tu
nombre mordido,
carbonizado y vivo
en la gran llama de oro de tus
diecinueve años.
Mi amor se desligó de las auroras
para entregarse todo a su murmullo,
a tu cristal murmullo de madera blanca incendiada.
Es una herida de alfiler sobre los labios tu recuerdo,
y hoy escribí
leyendas de tu vida
sobre la superficie tierna de una manzana.
Y mientras todo eso,
mis impulsos permanecen inquietos,
esperando
que se abra una ventana para seguirte
o estrellarse en el cemento
doloroso de las banquetas.
Pero de las montañas viene un ruido tan frío
que recordar es muerte y es agonía el sueño.
Y el silencio se aparta, temeroso
del cielo sin estrellas,
de la
prisa de nuestras bocas
y de las camelias y claveles desfallecidos.
II
Expliquemos al viento nuestros besos.
Piensa que el
alba nos entiende:
ella sabe lo bien que saboreamos
el rumor a limones
de sus ojos,
el agua blanca de sus brazos.
¡Parece que los dientes rasgan trozos de nieve.
El frío es grande y
siempre adolescente.
El frío, el frío: ausencia sin olvido.)
Cantemos a las flores cerradas,
a las mujeres sin senos
y a los
niños que no miran la luna.
Cantemos sin mirarnos.
Mienten aquellos pájaros y esas cornisas.
Nosotros no nos amamos ya.
Realmente nunca nos amamos.
Llegamos con el deseo y seguimos con él.
Estamos en el ruido del
alba,
en el umbral de la sabiduría,
en el seno de la locura.
Dos columnas en el atrio
donde mendigan las pasiones.
Perduramos,
gozamos simplemente.
Expliquemos al viento nuestros besos
y el amargo sentido de lo que
cantamos.
No es el amor de fuego ni de mármol.
El amor es la piedad que nos
tenemos.
Meditación de la rosa
Supón, mi amor, que
trazamos la hora con una rosa
y que el agua es la medida de todas las
rosas.
Piensa, azucena, en un becqueriano batir de alas
presente a
nuestro paso, inmerso en nuestro tiempo.
Siempre hay alguien desnudo en
lo que va del cielo
a esta tierra de duros y salobres pensamientos.
Yo
te miro decir y escucho tu silencio
cuando lloro los días que fueron
pavorosos.
Una balada es un poco de tibia espuma
es un sereno
atardecer salido de la nada.
Supón entonces, amor mío, que hay un espejo
al que sonríes por las verdades ya dichas.
La luna acaba de ser amada,
dijo un poeta
que simplemente se llamaba Juan punto y aparte.
Sabes
bien que habrá una invasión de misterios
bien soñados tal vez o
dulcemente pensados.
Andamos y desandamos mil y un caminos
como
sombritas de fieras sin salida posible.
El hombre es la más bella
conquista del aire
insistió aquel poeta que se llamaba nada más Juan.
Un miedo de singulares perfiles nos abruma
mientras morimos gritando
¡amor! ¡amor!...
Hemos vivido más o menos como Angeles en pena
navegando en lo que llamamos un desierto ardiente.
Amando hasta nunca
decir basta de amar
y oído y visto guerras de infinito terror.
La
bondad nos quedaba estrictamente prohibida
porque ya no había espacio ni
necesaria era.
Apostamos la vida a un albur de silencio
cuando el amor
no era sino una niña espina.
Alguien nunca esperado se acerca paso a paso
y pretende quebrar este amor de la rosa de hielo.
Hoy debemos cerrar las
puertas, las ventanas
y no dejar entrar la niebla y su veneno.
Pues te
repito que tendremos los agrios pensamientos
que suelen suceder al sudor
amoroso.
Ahora supón, oh descarnada rosa bienamada
que nos fatiga el
encierro y salimos a una calle.
¿Por qué no hay aquí una calle nombrada
Góngora
con los campos de plumas tan urgentes?
Ignoro si ganamos o
perdimos la batalla
contra los días que fueron y los días que vendrán.
No estoy ni estuve para decir cuáles penas
nos afligieron ni para
descubrir lo que somos.
Sólo sé que no sé nada sino amarte
como se ama
a la rosa paridamente fresca.
Te contaré mis ciclos de histeria y de
neurosis
como si fueran sólo el alma de mi siglo.
Todo parece
primitivo todo insomne
todo parece mar parece dientes parece lejos.
Ámame por desdicha por descanso porque sí
o porque no o porque nada o por
mero desvelo
Después de todo soy una constante rebelión
sofocada como
adivinarás a pura sangre.
Vamos tú y yo y aquella rosa recién llegada
por una oscuridad parecida a un reino quietísimo.
Hemos vivido y
viviremos en la memoria de aquel hombre
que pasa como un árbol que no
tiene descanso.
No pienses ya nada ni nada supongas
porque las
fronteras son irremediables
y yo sobrevivo tú sobrevives todos
sobrevivimos
para que el amor sea el gemido de siempre
y la piel no
parezca un campo incendiado
y la dicha recorra tu cuerpo como una caricia
mía.
Órdenes de amor
¡Ten piedad de nuestro amor
Carlos Pellicer
1
Amor mío, embellécete.
Perfecto, bajo el cielo, lámpara
de mil sueños,
ilumíname.
Amor. Orquídea de mil nubes,
desnúdate, vuelve a tu origen,
agua de mis vigilias,
lluvia mía, amor mío.
Hermoso seas por siempre
en el eterno sueño
de nuestro cielo,
amor.
2
Amor mío, ampárame.
Una piedad sin sombra
de piedad es la vida. Sombra
de mi deseo, rosa de fuego.
Voy a tu lado, amor,
como un desconocido.
Y tú me das la dicha
y tú me das el pan,
la claridad del alba
y el
frutal alimento,
dulce amor.
3
Amor mío, obedéceme:
ven despacio, así, lento,
sereno y persuasivo:
Sé dueño de mi alma,
cuando en todo momento
mi alma vive en tu piel.
Vive despacio, amor,
y déjame beber,
muerto de ansia,
dolorido y
ardiente,
el dulce vino, el vino
de tu joven imperio,
dueño mío.
4
Amor mío, justifícame,
lléname de razón y de dolor.
Río de nardos,
lléname
con tus aguas: ardor de ola,
mátame...
Ahora sí, bendíceme
con
tus dedos ligeros,
con tus labios de ala,
con tus ojos de aire,
con
tu cuerpo invisible,
oh tú, dulce recinto
de cristal y de espuma,
verso mío tembloroso,
amor definitivo.
5
Amor mío, encuéntrame.
Aislado estoy, sediento
de tu virgen presencia,
de tus dientes de hielo.
Hállame, dócil fiera,
bajo la breve sombra de
tu pecho,
y mírame morir,
contémplame desnudo
acechando tu danza,
el vuelo de tu pie,
y vuélveme a decir
las sílabas antiguas del alba:
Amor, amor-ternura,
amor-infierno,
desesperado amor.
6
Amor, despiértame
a la hora bendita, alucinada,
en que un hombre
solloza
víctima de sí mismo y ábreme
las puertas de la vida.
Yo
entraré silencioso
hasta tu corazón, manzana de oro
en busca de la paz
para mi duelo. Entonces
amor mío, joven mía,
en ráfagas la dicha
placentera
será nuestro universo.
Despiértame y espérame,
amoroso
amor mío.
Para gozar tu paz
Como el viento agita las altas hierbas
así mis dedos vuelan sobre tu
cabellera de diamantes,
y la noche de alcohol y los árboles de oro
encierran para siempre un sollozo de triunfo,
el ay de la alegría, el ah
definitivo.
Como el aire de junio en la colina
mueve la dulce sombra
de la nube,
así mi corazón se sacrifica
en el húmedo templo de tu
pelo.
Nave sin dueño, sombra de
ardorosa
violencia, esta mi mano canta
bajo el murmullo alado de tu
gloria.
Porque tienes la luz y la belleza
en el sereno estanque de tu
rostro,
así el negro laurel es tu corona
y es mi fatiga y es
la
sangre del insomnio.
Sólo cuando el pecado es la
guirnalda
y la atadura, la cadena infinita
y el profundo latido; sólo
cuando
la hora ha llegado, y tú,
joven de rosas y jazmines,
miras
al horizonte del deseo
y dejas que el tesoro de seda y maravilla
sea
la noche en mis manos,
sólo entonces, dorada,
todo me pertenece:
las hierbas agitadas y el viento
corriendo como el agua entre mis dedos:
agua de mi delirio, eterna fiebre,
espejismo y violencia, dura espina
pedernal de la muerte, lento mármol,
millón de espigas negras.
Donde nace la idea,
donde tus pensamientos
-aves en dulce selva sometidas-,
donde mis
labios buscan el milagro,
ahí estará mi fuerza.
Ahí estará el dolor de
mi presencia:
al pie de tu dominio y tu pureza,
sin más aroma que el
júbilo
y una medalla de aire,
palpitante, como el fuego
de una
lágrima viva.
Crece la hierba, el río,
y el ala de la garza
es la mano de Dios que se despide.
Crece el amor
en invisible grito
(quemante, activa espada),
y el corazón despierta
como herido de muerte.
Doblo la lenta hoja del silencio
y te apareces
tú, página y perla,
con el cabello al viento
y una cierta sonrisa de
alta luna.
Suave y veloz, como el aire
de junio,
beso tu cabellera de diamantes,
el tesoro escondido de tu
sueño,
y digo adiós a la violencia
para gozar tu paz,
tu dulce, tu
gloriosa geografía,
por siempre detenido,
por siempre enamorado.
Pausa
Entre lirios azules y
aristas de recuerdos
envueltos en pañuelo de seda,
todo lo que es mi
vida. Deshecha
en una raya de la noche,
en ese vidrio que sangra en la
ventana,
sobre tus hombros.
Entre la luz y el cadáver de una hora,
mi vida. Sin cantos, sin esquinas.
Lenta y precisa, acostada
en los días,
en el nivel de la lluvia y el frío,
vestida de reflejos,
esbelta,
distraída, te presentas junto a la novedad
de verme solo. Te
sonríes
y el dibujo de tu boca ya lanza
en fuga los silencios y los
lirios.
El pañuelo que vuela, abandonado,
sin haber memorizado un
camino,
un descanso, una futura ausencia.
Mi soledad te huye.
Este
humo pretende perforar las paredes,
el agua se desbanda por el suelo,
tu retrato se desconoce tuyo.
Mi soledad me pertenece.
Nunca se cansó
tanto el vidrio de reloj
como ahora, anotando tus senos,
tus cabellos,
tu asombro
enfrente de mi angustia.
Entre ruidos de lirios
parece tu recuerdo,
se ahoga tu perfil. Y mi vida camina
inmersa en lo
absoluto de las noches,
sin gritarte, sin verte.
Primer canto de abandono
1
Si mi voz fuese nube, ira o silencio
crecido con el llanto y el
amor;
si fuese luz, o solamente ave
con las alas cargadas de tristeza;
si el silencio viniese, si la muerte...
¿Adónde ir con ella, iluminada
con fuego de gemidos y caricias
y
gérmenes de mustias esperanzas?
Y una voz inhumana:
-Donde no existan lágrimas de odio
ni pantanos
con rosas y claveles.
Mi voz en la saliva del olvido,
como pez en un agua de naufragio.
2
(Pero yo amo el abandono por violeta y callado.
Amo tu entrada
al invierno sin mi cuerpo,
admiro tu fealdad de dalia negra adolorida,
adoro con ceguera tu pasión por la lluvia
y el encanto de tus narices
frías,
amada razonable y sencilla.)
3
Ya mi voz no suplica ni lastima
como la vieja música del mar
a los marinos tímidos y al cielo.
Si pudiera la haría tan suave
como
fino suspiro de muchacha,
como brillo de dientes o poema.
Oh, voz del abandono sin sollozos:
oh, mi voz como la luz
desordenada,
como gladiola fúnebre.
Ella hace el canto primero del abandono
en lo alto de risibles
templos,
en las manos vacías de millones de hombres,
en las
habitaciones donde el deseo es lodo
y el desprecio un pan de cada noche.
Ella es mi propio secreto,
la invisible de mí mi mismo: mi conducta
en la carne de los jardines, en el alma de las playas
cuando hacia ellas
voy con las manos cantando.
Mi voz es el resumen de todos los insomnios:
mi adolescencia mediocre
y sencilla
como una ceniza palpitante.
No lloraría por mi ternura finalmente enterrada
ni por un sueño
herido sentiría fina tristeza,
pero sí por mi voz oculta para siempre,
mi voz como perla abandonada.
Ser de ti
I
Ser de ti y en tu rostro
asir nuestros espacios;
limitar lo invisible
muy cerca de tus labios.
Prenderme con mi noche
y
olvidarme en tus aguas;
deshojar nuestros campos
en el cristal del
aire.
En medio de mis años
intimar tus corolas
y en el claro de tu alma
deslizar mis delirios.
Ser de ti con la música
que inventamos al mundo
y en el contorno nuestro
cristalizar paisajes.
II
Nubes cerca de ti
flotando en medio
de la voz que del agua
se
acerca a tus oídos.
¿Hacia dónde la luz
y
las manos del viento?
Rojo algodón de nube
lejos y entre los árboles
una voz que fue tuya
o del agua o del aire.
¿En qué sitio la luz
y
tus manos al viento?
III
Luz de luna de bahía
luz que bebía tu boca
con las ansias de los aires
y la inquietud de las olas
luz que bebía tu boca
con la figura ligera
y la suavidad de cielo
en que mis peces nadaban
con las ansias de los aires
y el miedo verde a la muerte
con sus doradas aletas
y sus gracias
marineras
y la inquietud de las olas
resbalando en tu figura
como luz de luna abierta
deshecha en tus ojos
frescos.
Ternura
Lo que más breve sea:
la
paloma, la flor,
la luna en las pupilas;
lo que tenga la nota más
süave:
el ala con la rosa,
los ojos de la estrella;
lo tierno, lo
sencillo,
lo que al mirarse tiembla,
lo que se toca y salva
como
salvan los Angeles,
como salva el verano
a las almas impuras;
lo
que nos da ventura e igualdad
y hace que nuestra vida
tenga el mismo
sabor
del cielo y la montaña.
Eso que si se besa purifica.
Eso,
amiga: tus manos.
Un cuaderno de dibujo de
Nunik Sauret
Lo fugaz ha transcurrido como un día lamidísimo. La
orquídea padeció
dulcemente lo suyo, bajo una hoguera
constante y el breve, nervioso
incendio de un clavel que no
reventó a tiempo. Se ha cumplido una misión.
Una doble
misión, y los labios vuelven a su lugar de origen y la espada
del extraño ojo se dispone al oleaje fmal. La piel se eriza,
acrece la
fiebre, arden las mordeduras; en estos labios una
menuda espuma ilumina
el silencio.
Unas manos afiladas toman la rojiza espada.
Una rosada, anhelante
primavera va a ser hendida.
Se está a la orilla de lo incierto, con las olas y una ardiente
arena
como el cielo donde los ensalivados tulipanes se
despiertan a la luz,
mientras allá arriba los pechos se
aplastan como dos guitarras adormidas
de ansioso dolor.
Flamea la espada hoy dorada: vigorosa, endurecida insignia.
Todo
es húmedo y es real y es embriagante y es oloroso y es
aromático.
Suavísimamente, primero, la lenta y pulida rama espadeante
busca su casa, la caliente casa donde construirá su guerra
compartida, su
agitada batalla florecida entre ayes de infinita
transparencia.
Un índice macho se ha extraviado en la ensoñadora
puerta
estrecha.
La tarea alcanza la perfección de la rosa sexual.
Mar adentro, la mar de licores, leche y miel de nardos es
adentrada.
«Tus caderas rechinaron como la última carroza del
cortejo.»