"Ahora te descubro, tan herido extranjero,
paraíso cortado, esfera de mi sangre..."
"Maruska"
Alphonse Mucha
Reseña biografica
Poeta uruguaya nacida en
Chamberlain, Tacuarembó en 1910.
Desde niña empezó a escribir piezas
menores, pero sólo hasta los treinta años publicó su primer libro de poemas,
«Canto», seguido por varios poemarios premiados por la municipalidad de
Montevideo.
Su poesia se situó a medio camino entre el preciosismo y el
hermetismo, logrando una deliberada solidez de sus ideas,
tanto en su obsesión por la muerte como en la expresión viva del canto
amoroso o patriótico.
Obtuvo el Premio de la Academia Nacional de
Letras y el
Premio Nacional de Literatura en el año de 1972.
«Canto a
Montevideo» en 1941, «Hora Ciega» en 1943, «Pastoral» en 1948, «Artigas» en
1951, «Las estaciones y otros
poemas» en 1957, «La batalla» en 1967, «Apocalipsis 20» en 1970 y «Canto
póstumo» en 1972, completan su obra
poética.
Falleció en Montevideo en 1971. ©
Atalaya
Combate
imposible
Hora ciega
Isla en la luz
Isla en la tierra
Isotermia
La muerte
La página vacía
La palabra
Liras
No puedo cerrar mis puertas...
Pasión y muerte de la luz
Quisiera abrir mis venas bajo los
durazneros...
Soliloquios del soldado
Trino y uno
Tú, esperando mi sombra
Tú, has vuelto
Tú, por mi pensamiento
Atalaya
Sobre este muro frío me han dejado
Con la sombra ceñida a la garganta
Donde oprime sus brotes de tormenta
Un canto vivo hasta quebrarse en ascuas.
Yo aquí mientras el sueño los despoja
Y en sueños comen su mentida baya
Para erguirse en las venas de la aurora
Pábulo gris de su sonrisa vana;
Yo aquí mientras los sabios inocentes
Y los tranquilos de crujiente casa
Durmiendo abajo, y aprendiendo el frío
De sus angostos mármoles descansan;
Yo aquí volteado por el viento negro
Que el olor de la noche desampara,
Los cabellos fundidos en raíces
Que van abriendo turbulentas lamas;
Yo solo entre planetas condenados
Que en busca de sus huesos se desmandan
?la edad del mundo en esta pobre sangre
que entre las quiebras de su historia clama?
yo aquí turbado por la paz bravía
que con sagaces témpanos me aplaca,
sintiendo entre las médulas ausentes
el duro frenesí de las espadas;
yo aquí velando, los desiertos ojos
quemado por el soplo de la nada,
las negras naves y los negros campos
vacíos de sus oros y sus lacras.
Yo aquí temblando en la vigilia ciega
Rodeado por un sueño de cien alas,
Vestido por mi llanto me arrodillo
Mientras vuela mi sangre en nieve airada.
Sobre este muro frío me recobran.
Oigo el rumor de los medidos pasos.
Canta la noche en fuga por mi muerte,
Y el alba sale de mi rostro blanco.
Con astuta cabeza de zafiro,
Bloque de piedra fría y transparente,
Inmóvil, la mandíbula sellada,
Linda con la tiniebla el monstruo leve.
Mientras el polvo en que se duele el mundo
Curva su flor, su lágrima troquela,
Y entre los tersos cánticos del día
Sordas espadas con su vuelo templa.
Ah, nunca, nunca, la terrible escama
Su fuego amargo torcerá en la lucha,
Ni se abrirá para tragar mi cuerpo
La boca acrisolada por la espuma.
Aquí jadeo hasta acabar la sangre
Clavada en la canción mi lanza triste,
Hasta que el fruto de su viejo vientre
Lance al estrago la materna esfinge.
Hora ciega
Quisiera abrir mis venas bajos los durazneros,
en aquel distraído
verano de mi boca.
Quisiera abrir mis venas para buscar tus rastros,
lenta rueda comida por agrias amapolas.
Yo te ignoraba fina colmena vigilante.
Río de mariposas naciendo en
mi cintura.
Y apartaba las yemas, el temblor de los álamos,
y el
viento que venía con máscara de uvas.
Yo no quise borrarme cuando no te miraba
pero me sostenías, fresca
mano de olivo.
Estrella navegante no pude ver tu borda
pero me
atravesaste como a un mar distraído.
Ahora te descubro, tan herido extranjero,
paraíso cortado, esfera de
mi sangre.
Una hierba de hierro me atraviesa la cara...
sólo ahora mis
ojos desheredados se abren.
Ahora que no puedo derruir tu frontera
debajo de mi frente, detrás de
mis palabras.
Tocar mi vieja sombra poblada de azahares,
mi ciego
corazón perdido en la manzana.
Ahora estoy despierto. Nacen al fin mis ojos
pisados por el humo,
agujereando arañas,
duros estratos de algas con muertos veladores
que
sin cesar devoran sus raicillas heladas.
Y te cruzo despierto, fiero túnel de ortigas,
remolino de espadas,
vómito de la muerte.
Voy asido a las crines de un caballo espinoso
que
vuela con ciudades quemadas en el vientre.
Voy despierto, despierto y obediente a mis manos,
con un río de
pólvora cuajado en el aliento,
ahora que estoy solo y enemigo del aire,
seco, desarraigado, desnudo, combatiendo.
Isla en la luz
Se abrasó la paloma en su blancura.
Murió la corza entre la hierba fría.
Murió la flor sin nombre todavía
y el fino lobo de inocencia oscura.
Murió el ojo del pez en la onda dura.
Murió el agua acosada por el
día.
Murió la perla en su lujosa umbría.
Cayó el olivo y la manzana
pura.
De azúcares de ala y blancas piedras
suben los arrecifes cegadores
en invasión de lujuriosas hiedras.
Cementerio de angélicos desiertos:
guarda entre tus dormidos
pobladores
sitio también para mis ojos muertos.
Isla en la tierra
Al norte el frío y su jazmín quebrado.
Al este un ruiseñor lleno de
espinas.
Al sur la rosa en sus aéreas minas,
y al oeste un camino
ensimismado.
Al norte un Angel yace amordazado.
Al este el llanto ordena sus
neblinas.
Al sur mi tierno haz de palmas finas,
y al oeste mi puerta y
mi cuidado.
Pudo un vuelo de nube o de suspiro
trazar esta finísima frontera
que defiende sin mengua mi retiro.
Un lejano castigo de ola estalla
y muerde tus olvidos de extranjera,
mi isla seca en mitad de la batalla.
Isotermia
Te supe un condenado otoño
al ras de las cortezas
en el sinuoso
curso de meandros
Choque brutal de pupilas perplejas
vorágine apretando estupro con el
cielo
acunándonos el vértigo Iniciados babilonios
te supe a media voz Con un deseo mágico
rozándonos tobillos los
secretos más
profundos del pecado
Sabía que existías
que te extendías grave en severos firmamentos
que conjugabas hechizos y serpientes
Que mecías tu cuerpo entre sombras ajenas y neblina
que tu gula era
salvaje
que te enviaba Belili el infernal
Me convenció tu juego irreverente
tu descarnada afrenta Tu azul
arcano
tu ser de sorpresiva ráfaga encantador heraldo
Y pregunté mil cosas esa noche
Era otoño Contestabas de perfil
repasando obrajes de tu lengua por mis labios
Desbaratamos trágicas hipótesis empanadas ordalías
amable triunfó la
rosa de los vientos
y mi mano fue a tu mano
Sentimos nos unía la línea el tiempo el color
Robando el paraíso lo
trepamos entre estelas jeroglíficas
colmamos tabernáculos de Ishtar con
corderos y un buey blanco
Ondulando recíprocos por una ciencia infusa
por una rara geometría
acortando distancias de mortales
ufanos entre sables curvos propicia luna
vino en cráteras
Tu calor era regresando del exilio
Incontenidas pasiones estallaban
las arterias
Isotérmicos derruimos prologales muros del temor o la
vergüenza
Aquella noche la primera Era otoño
Estación para gente de «savoir
vivre» de «savoir faire»
Nosotros
Aquella vez se perdieron tus ojos en los míos
y yo sin detener el
alma
logré despedazar a tu tristeza
La muerte
Sol amargo, agua amarga, amargo viento
y amarga sangre para siempre
amarga.
Vencido y solo en carne y pensamiento,
y el sueño antiguo por
tesoro y carga.
Quiso callado y solo y sin lamento
sorbo a sorbo
agotar su fuente larga.
Miserable señor de su destino,
de espaldas a
la aurora abrió el camino.
De espaldas a su Oriente y a su gloria,
y hueso adentro una centella
vaga,
mordió el seco laurel de su victoria
y nunca fue curado de su
llaga.
Terco aguijón de luto su memoria,
en toda miel ejercitó su
plaga.
Y entre las brumas del silencio agrario
fue una lenta sonrisa
su calvario.
Pero entre sus espigas y sus flores,
cuando la muerte le entreabrió
las puertas
el guerrero de blancos y resplandores
dianas oyó por las
borradas huertas.
¡Mi caballo!, gritó: y en los alcores
resonaron
angélicos alertas.
¡Mi caballo! Montó el corcel sombrío,
y tendió su
galope sobre el frío.
La página vacía
A Stéphane Mallarmé
C6mo atrever esta impura
cerrazón de
sangre y fuego,
esta urgencia de astro ciego
contra tu feroz blancura.
Ausencia de la criatura
que su nacimiento espera,
de tu nieve
prisionera
y de mis venas deudora,
en el revés de la aurora
y el no
de la primavera.
De pronto el viento que movía
Las vestiduras y las almas
Borra en un sueño de ala inmóvil
Su rumorosa torre de alas.
Cada mujer y cada hombre
Solo en su sola huella marcha,
Y se ignoran secretamente
En el desnudo de la plaza.
Todos esperan, convocados
Por un silencio de campanas;
Todos esperan, sombra a sombra,
Que por sus ojos hable el alba.
En cada gota de la sangre
Preludia un mar de lenta escama,
Y el peso antiguo de la nieve
Las vigilantes lenguas cuaja.
Todos tiemblan y nada saben:
Algo se triza, algo se alza.
Todos escuchan ateridos,
Un rumor de médulas blancas.
¿Quién se detiene y es cruzado
Por mil heridas destelladas?
¿Quién ha medido ya su muerte
Sobre las losas de la plaza?
Bajo las piedras cristalinas
Bellos demonios verdes braman,
Y entre los árboles de humo
Gemas agónicas estallan.
Las soledades se han quebrado:
Se llena el aire de ventanas.
Rechinan dientes en lo oscuro.
La miel de llanto se dispara.
Corren venenos amarillos
Por las venas de los fantasmas.
Fuentes suicidas se clausuran,
Y desiertos su arena mascan.
Se arrodillan vivos y muertos
En sus túnicas solidarias,
porque hay uno, entre todos uno,
que fue mordido de la llama.
Los dulces pies del alcanzado
Lumbre en la tierra azul derraman.
La ciudad hunde sus raíces
En la tersa furia del alba.
Hasta esa boca mensajera
Sube una flor desesperada.
Todo el jardín de Dios se encoge
Tironeado por las entrañas.
Porque hay uno, entre todos uno,
Glorioso pasto de la llaga.
Rey sin ventura. El inocente:
El que ha traído la palabra.
Liras
V
Voy a llorar sin
prisa.
voy a llorar hasta olvidar el llanto
y lograr la sonrisa
sin
cerrazón de espanto
que traspase mis huesos y mi canto.
Por el árbol inerme
que
un corazón de pájaro calienta
y sin gemido duerme,
yal gran silencio
enfrenta
sin esta altiva lengua cenicienta.
Por el cordero leve
de
la pezuña tierna y belfo rosa;
por su vibrante nieve
que la tiniebla
acosa
y al final de un relámpago reposa.
Por la hormiga azorada
que
un bosque de cien hojas aprisiona;
por su pequeña nada
que al misterio
no encona
y que la enorme muerte no perdona.
Por la nube que alcanza
los umbrales de un lirio sin semilla.
Lengua de la mudanza
sin éxtasis
ni orilla,
que no sabe morirse de rodillas.
Por la hierba y el astro.
¿C6mo miden tus ojos, Dios oscuro?
Por el más leve rastro
de sombra
contra el muro,
mi llanto ha abierto su cristal maduro.
No puedo cerrar mis puertas...
No puedo cerrar mis puertas
ni clausurar mis ventanas:
he de salir al
camino
donde el mundo gira y clama,
he de salir al camino
a ver la
muerte que pasa.
He de salir a mirar
cómo crece y se derrama
sobre el planeta
encogido
la desatinada raza
que quiebra su fuente y luego
llora la
ausencia del agua.
He de salir a esperar
el turbión de las palabras
que sobre la
tierra cruza
y en flor los cantos arrasa,
he de salir a escuchar
el
fuego entre nieve y zarza.
No puedo cerrar las puertas
ni clausurar las ventanas,
el laúd en
las rodillas
y de esfinges rodeada,
puliendo azules respuestas
a sus preguntas
en llamas.
Mucha sangre está corriendo
de las heridas cerradas,
mucha sangre
está corriendo
por el ayer y el mañana,
y un gran ruido de torrente
viene a golpear en el alba.
Salgo al camino y escucho,
salgo a ver la luz turbada;
un cruel
resuello de ahogado
sobre las bocas estalla,
y contra el cielo
impasible
se pierde en nubes de escarcha.
Ni en el fondo de la noche
se detiene la ola amarga,
llena de
niños que suben
con la sonrisa cortada,
ni en el fondo de la noche
queda una paloma en calma.
No puedo cerrar mis puertas
ni clausurar mis ventanas.
A mi
diestra mano el sueño
mueve una iracunda espada
y echa rodando a mis
pies
una rosa mutilada.
Tengo los brazos caídos
convicta de sombra y nada;
un olvidado
perfume
muerde mis manos extrañas,
pero no puedo cerrar
las puertas
y las ventanas,
y he de salir al camino
a ver la muerte que pasa.
Pasión y muerte de la luz
VIII
Mi entraña mereció, panal mestizo,
la incorruptible ley de tu
voluta.
En cada nervio de clavel o fruta
un embozado arroyo de
granizo.
La abeja por mi sangre se deshizo.
Vi las raíces de tu isla enjuta,
y el atisbo tenaz de la cicuta
mezcló a tu piel su aroma fronterizo.
Tiendo la mano para recogerla
y el lento cáliz de una llaga fría
estanca el iris de tu simple perla.
Me ciño a su enlutada melodía
quemándome sin fin por retenerla
en
el doble rumor de mi agonía.
X
El verano se agota en el racimo.
Ni avena, ni cigarra, ni
amapola.
Ni el alga haciendo venas en la ola,
ni las tímidas ranas en
el limo.
Ni la corteza que hasta el llanto oprimo
entre la tierna muchedumbre,
sola,
hecha de sangre y labios la aureola
donde me corroboro y me
lastimo.
Ni la centella que la liebre rubia
mueve entre los primores del
rocío,
ni la humilde fragancia de la alubia.
Ni el caballo de sal que adiestra el río;
ni la múltiple espada de la
lluvia,
dirán tu arisca huella, idioma frío.
Quisiera abrir mis venas bajo los durazneros...
Quisiera abrir mis venas
bajo los durazneros,
en aquel distraído verano de mi boca.
Quisiera
abrir mis venas para buscar tus rastros,
lenta rueda comida por agrias
amapolas.
Yo te ignoraba fina colmena
vigilante.
Río de mariposas naciendo en mi cintura.
Y apartaba las
yemas, el temblor de los álamos,
y el viento que venía con máscara de
uvas.
Yo no quise borrarme cuando
no te miraba
pero me sostenías, fresca mano de olivo.
Estrella
navegante no pude ver tu borda
pero me atravesaste como a un mar
distraído.
Ahora te descubro, tan
herido extranjero,
paraíso cortado, esfera de mi sangre.
Una hierba de
hierro me atraviesa la cara...
Sólo ahora mis ojos desheredados se abren.
Ahora que no puedo derruir
tu frontera
debajo de mi frente, detrás de mis palabras.
Tocar mi
vieja sombra poblada de azahares,
mi ciego corazón perdido en la
manzana...
Soliloquios del soldado
II
Quisiera abrir mis venas bajos los durazneros,
en aquel
distraído verano de mi boca.
Quisiera abrir mis venas para buscar tus
rastros,
lenta rueda comida por agrias amapolas.
Yo te ignoraba fina colmena vigilante.
Río de mariposas naciendo en
mi cintura.
Y apartaba las yemas, el temblor de los álamos,
y el
viento que venía con máscara de uvas.
Yo no quise borrarme cuando no te miraba
pero me sostenías, fresca
mano de olivo.
Estrella navegante no pude ver tu borda
pero me
atravesaste como a un mar distraído.
Ahora te descubro, tan herido extranjero,
paraíso cortado, esfera de
mi sangre.
Una hierba de hierro me atraviesa la cara...
Sólo ahora mis
ojos desheredados se abren.
Ahora que no puedo derruir tu frontera
debajo de mi frente, detrás de
mis palabras.
Tocar mi vieja sombra poblada de azahares,
mi ciego
corazón perdido en la manzana.
Ahora estoy despierto. Nacen al fin mis ojos
pisados por el humo,
agujereando arañas,
duros estratos de algas con muertos veladores
que
sin cesar devoran sus raicillas heladas.
Y te cruzo despierto, fiero túnel de ortigas,
remolino de espadas,
vómito de la muerte.
Voy asido a las crines de un caballo espinoso
que
vuela con ciudades quemadas en el vientre.
Voy despierto, despierto y obediente a mis manos,
con un río de
pólvora cuajado en el aliento,
ahora que estoy solo y enemigo del aire,
seco, desarraigado, desnudo, combatiendo.
Trino y uno
II
Después de tantos mares donde se deshojaron
en otoños de espuma los leves
rostros muertos
y fueron como sombras de incendiados marfiles
a
plegarse en el fondo de dormidos espejos,
aquel sol de violetas y oro
decapitado
que invadió sordamente la raíz de tu pecho
y trepó hasta
tus ojos con moradas espinas,
y hasta tu voz con ácidos aguijones de
hielo.
Y aquel canto bruñido por las lluvias del polen
se llenó de nocturnas
mariposas sin sueño,
y el viento que jugaba por los altos vitrales
y
entre los mirtos tuvo su casa de gorjeos,
resquebrajó el crestado recinto
de tu audacia
y fue huracán golpeando tus árboles desiertos.
Mientras se despeñaban los altivos jardines
en un rescoldo amargo de
melodiosos ecos,
en las duras florestas las tórtolas morían
ahogadas
por un aire de serafines negros,
y cerraban sus párpados los olorosos
claves
sellados para siempre por ruiseñores ciegos,
a orillas de la
fiesta en que el centauro abría
como un rosario vivo su galope en tu
verso,
entre escorias de cisnes y escrituras del frío,
sobre las
tenebrosas arenas del desvelo
tú solo, tú en la isla, con las manos
desnudas,
sitiada por la noche tu garganta de fuego.
Tú, esperando mi sombra
Ahora que oyes tu sangre
me has oído.
Ahora que te has quedado dueño
del universo,
la más desamparada criatura del tiempo.
Ahora que te has quedado
solo y solo.
En este instante puro para
mirar la muerte
puede mi sombra amiga reconquistar tu frente.
¿Has buscado en el agua
mi sonrisa?
¿Te has inclinado a veces para
tocar la tierra
donde el musgo defiende las flores más pequeñas?
¿Has mirado la nube
sin descanso ?
¿Has tomado del viento las
semillas secretas?
¿Has tocado las locas manos de la tormenta?
¿No me has reconocido?
Óyeme ahora:
mira en tu soledad una abeja
dormida,
que elabora en el sueño su miel sin alegría.
Tú, has
vuelto
Dame la
mano Angel
sin heridas.
Piedra, dame tu esquivo corazón sin arrugas.
Nube, dame tu rostro de repentina fruta.
Hermanos, sostenedme
la alegría.
Temo que la ceniza me invada de
repente.
Voy a caer sin sangre, van a volar mis sienes.
Pasas una larga rosa
por mis hombros.
Un mar adolescente me riza
los cabellos.
Mis pies tocan apenas las cúpulas del viento.
Hermanos, rodeadme
porque temo
que mis ojos se alejen como trompos
de niebla
o que sobre mi pecho se derrame la tierra.
Angel sin duelo, dame
tu sonrisa.
Corroboradme hermanos para que
yo no encuentre
sino andando a través de sus ojos a la muerte.
Tú, por mi pensamiento
¿Que se estiró la tierra
hasta el gemido?
¿Que fue el cielo sonando
sus campanas azules
desde el pálido sueño a la sangre que sufre?
¿Que se ha cruzado un río,
llanto y llanto?
¿Que se han cruzado
veinte galopes de cristales,
con sus veinte misterios llenos de
claridades?
¿Que se alzó la montaña
poderosa?
¿Que alargó el alto hielo su
selva inmaculada?
¿Que las rocas crecieron para tapar tu cara?
¿Que el viento se hizo espeso
como piedra,
como una inmensa rueda
de vidrio turbulento
girando entre tus sienes y el rumor de mis besos?
¿Que el espacio se burla
de mis ojos?
¡Ah, no! Yo sé el camino
para poder hallarte.
La muerte me ha mirado caminar por sus valles.
Visiones
XVIII
Las madres allí están, desde allí miran
las polvorientas, las
hundidas madres,
secas fuentes del hijo,
los vientres desfondados,
los arrugados muslos como perlas marchitas,
largos lirios quemados por las lágrimas
en un aire que gime como los
moribundos,
aire que huele a la perdida sangre
en que los hijos nadan
antes de entrar en el combate de oro,
cuando estrenen su casa de
temblores
vistiendo el tenebroso
ropaje del perfecto paraíso.
Sollozan con un torpe sollozo de ceniza
mirando siempre
hacia un remoto cielo de agrias lluvias,
hacia las sementeras del
otoño
donde los ojos de los hijos caen.
Allí crujen y oran y se
aprietan
como gavilla de Angeles sin sueño
de sol a sol de tiempo
sumergido
donde giran los hijos arrancados,
sombras de sal, recónditos
caolines;
los que se hundieron bajo las violetas
funerales del humo,
los que tragaron el desierto en llagas,
perdidos en los dédalos del átomo
y en sulfúreas galaxias divididos;
los que yacen detrás dela sonrisa
guardada para el día del retorno.
ellos duermen mecidos y anudados
por la ráfaga de ojos vigilantes,
los
siemprevivos que en la sombra bullen,
las maternas semillas del castigo,
huevos atroces de la primavera
final, cuevas del rayo.
Allí están sin
dormirse,
sin derrumbarse nunca, en el aliado
corazón de la noche, y
allí esperan.
A sus pies, con herido centelleo
pasa bramando el río de
la leche,
aúlla la encelada torrentera,
y corre, corre, corre,
ahíta de cabezas de verdugos,
por la tiniebla sorda
buscando entre
gargantas
escarpadas los deltas del infierno.