"¡Oh pasión de mi vida,
poesia
desnuda, mía para siempre!"
"Reflection"
Luis Ribas
Reseña biografica
Poeta español
nacido en Moguer, Huelva en 1881.
Estudió Derecho en la Universidad de
Sevilla, donde se aficionó al cultivo de la pintura.
Salió de España al comienzo de la guerra civil, viviendo sucesivamente en
Puerto Rico, La Habana,
Florida y Washington.
En 1956 recibió el Premio Nobel de Literatura,
falleciendo dos años después en medio de una profunda
desolación por la pérdida de su esposa Zenobia.
Autor entre otras obras
de: «Platero y Yo» y «Diario de un poeta recién casado». ©
A mi alma
Acabas de salir de
tu alcoba... Yo he entrado...
Adolescencia
Agua mujer
Ahogada
Alegría nocturna
Amor
Anda el agua de alborada...
Ante la sombra virgen
Aquella tarde, al decirle...
Árboles hombres
Belleza cotidiana -amor
tranquilo-...
Cállate por Dios, que tú...
¿Cómo era, Dios mío, cómo era?
Con lilas llenas de agua...
Cuando, dormida tú, me echo en tu alma...
De tu pecho alumbrado
Desnudos
Donador
El amor
El día bello
El mar lejano
El todo
En el sopor azul e
hirviente de la siesta...
Espejeo de estío
Esperanza
Estoy midiéndome con Dios
Estoy triste, y mis ojos
no lloran...
Eternidades
Hoy eres tú, mar de retorno...
Iba blanca y tierna...
Jardín
Las tardes de enero
Le he puesto una rosa...
Lejos tú, lejos de ti...
Los caminos de la tarde...
Luna sola
Manos
Mar ideal
Mi cuerpo
Nada
Nocturno
Nostalgia
Nubes
Octubre II
¡Oh triste coche viejo, que en
mi memoria ruedas!...
Otoño
Poeta
Primavera
Qué débil el latido...
¡Qué dulcemente va
cayendo tu belleza!...
¡Qué
goce triste éste...
¡Qué tristeza de olor a
jazmín! El verano...
¿Remordimiento?
Reproches
Rosas mustias de cada día...
Se entró mi corazón en
esta nada...
Si yo, por ti he creado un
mundo...
Solía ser en el estío. El viejo
coche...
Sueño
¿Te acuerdas?
Te conocí, porque al
mirar la huella...
Te
deshojé como una rosa...
Tal como estabas
Todas las rosas blancas
de luna caían...
Viento negro, luna blanca...
Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros...
A mi alma
Siempre tienes la rama
preparada
para la rosa justa; andas alerta
siempre, el oído cálido en
la puerta
de tu cuerpo, a la flecha inesperada.
Una onda no pasa de la
nada,
que no se lleve de tu sombra abierta
la luz mejor. De noche,
estás despierta
en tu estrella, a la vida desvelada.
Signo indeleble pones en
las cosas.
luego, tornada gloria de las cumbres,
revivirás en todo lo
que sellas.
Tu rosa será norma de las
rosas;
tu oír, de la armonía; de las lumbres
tu pensar; tu velar, de
las estrellas.
Acabas de salir de tu alcoba... Yo he entrado...
Acabas de salir de tu
alcoba... Yo he entrado.
está desarreglada, deshojada, marchita...
sobre una silla de oro, el corsé perfumado
que llevabas la tarde de la
última cita...
En el sofá -¡oh recuerdos!-
la magia de tu enagua,
tu huella en el desorden fragante de tu lecho,
¡ah, y en la palangana de plata, sobre el agua,
una rosa amarilla que
perfumó tu pecho!
¡Y un olor de imposible, de
placer no extinguido
y saciado, ese más que tiene la belleza,
laberinto sin clave, sin fin y sin sentido,
que nace con locura y muere
con tristeza!
Adolescencia
En el balcón, un instante
nos quedamos los dos solos.
desde la dulce mañana
de aquel día éramos
novios.
-El paisaje soñoliento
dormía sus vagos tonos,
bajo el cielo gris y rosa
del crepúsculo
de otoño-.
Le dije que iba a besarla;
bajó, serena, los ojos
y me ofreció sus mejillas
como quien pierde un
tesoro.
-Caían las hojas muertas,
en el jardín silencioso,
y en el aire erraba aún
un perfume de
heliotropos-.
No se atrevía a mirarme;
le dije que éramos novios,
...y las lágrimas rodaron
de sus ojos melancólicos.
Agua mujer
¿Qué
me copiaste en ti,
que cuando falta en mí
la imajen de la cima,
corro a mirarme en ti?
Ahogada
¡Su
desnudez y el mar!
Ya están, plenos, lo igual
con lo igual.
La esperaba,
desde siglos el agua,
para poner
su cuerpo
solo en su trono inmenso.
Y ha sido aquí en Iberia.
La suave
playa céltica
se la dio, cual jugando,
a la ola del verano.
(Así va la sonrisa
¡amor! a la alegría)
¡Sabedlo, marineros:
de nuevo es reina
Venus!
Alegría nocturna
¡Allá va el olor
de la rosa!
¡Cójelo en tu sinrazón!
¡Allá va la luz
de la luna!
¡Cójela
en tu plenitud!
¡Allá va el cantar
del arroyo!
¡Cójelo en tu libertad!
Amor
No, no has muerto, no.
Renaces,
con las rosas en cada primavera.
Como la vida, tienes
tus
hojas secas; tienes tu nieve, como
la vida...
Mas tu tierra,
amor, está sembrada
de profundas
promesas,
que han de cumplirse aún en el mismo
olvido.
¡En vano es
que no quieras!
La brisa dulce torna, un día, al alma;
una noche de
estrellas,
bajas, amor, a los sentidos,
casto como la vez primera.
¡Pues eres puro, eres
eterno! A tu presencia,
vuelven por el azul, en
blanco bando,
blancas palomas que creíamos muertas...
Abres la sola
flor con nuevas hojas...
Doras la inmortal luz con lenguas nuevas...
¡Eres eterno, amor,
como la primavera!
Anda el agua de alborada...
(Romance popular.)
Doraba la luna el río
-¡fresco de la
madrugada!-.
Por el mar venían olas
teñidas de luz de alba.
El campo débil y triste
se iba alumbrando. Quedaba
el canto roto
de un grillo,
la queja oscura de un agua.
Huía el viento a su gruta,
el horror a su cabaña;
en el verde de
los pinos
se iban abriendo las alas.
Las estrellas se morían,
se rasaba la montaña;
allá en el pozo del
huerto
la golondrina cantaba.
Ante la sombra virgen
Siempre yo penetrándote,
pero tú siempre virjen,
sombra; como aquel día
en que primero
vine
llamando a tu secreto,
cargado de afán libre.
¡Virjen oscura y
plena,
pasada de hondos iris
que apenas se ven; toda
negra, con las
sublimes
estrellas, que no llegan
(arriba) a descubrirte!
Aquella tarde, al decirle...
Aquella tarde, al decirle
que me alejaba del pueblo,
me miró triste,
muy triste,
vagamente sonriendo.
Me dijo: ¿Por qué te vas?
Le dije: Porque el silencio
de estos
valles me amortaja
como si estuviera muerto.
-¿Por qué te vas?- He sentido
que quiere gritar mi pecho,
y en
estos valles callados
voy a gritar y no puedo.
Y me dijo: ¿Adónde vas?
Y le dije: A donde el cielo
esté más alto
y no brillen
sobre mí tantos luceros.
La pobre hundió su mirada
allá en los valles desiertos
y se quedó
muda y triste,
vagamente sonriendo.
Árboles hombres
Ayer tarde,
volvía yo con las nubes
que entraban bajos rosales
(grande ternura redonda)
entre los troncos constantes.
La soledad era eterna
y el silencio inacabable.
Me detuve como un árbol
y oí hablar a los árboles.
El pájaro solo huía
de tan secreto paraje,
sólo yo podía estar
entre las rosas finales.
Yo no quería volver
en mí, por miedo de darles
disgusto de árbol distinto
a los árboles iguales.
Los árboles se olvidaron,
de mi forma de hombre errante,
y, con mi forma olvidada,
oía hablar a los árboles.
Me retardé hasta la estrella.
En vuelo de luz suave,
fui saliéndome a la orilla,
con la luna ya en el aire.
Cuando yo ya me salía,
vi a los árboles mirarme.
Se daban cuenta de todo
y me apenaba dejarles.
Y yo los oía hablar,
entre el nublado de nácares,
con blando rumor, de mí.
Y ¿cómo desengañarles?
¿Cómo decirles que no,
que yo era sólo el pasante,
que no me hablaran a mí?
No quería traicionarles.
Y ya muy tarde, ayer tarde,
oí hablarme a los árboles.
Belleza cotidiana -amor
tranquilo-...
Belleza cotidiana -amor
tranquilo-,
¡qué bella eres ahora!
¡Sí, en todo vives tú! ¡Mata que fue
esqueleto sin luz, hoy toda es rosas;
vereda que te ibas, como el enterrador
al cementerio, por la gavia roja y apestosa
de perros muertos y de almejas malas:
cómo vienes a mí,
clara, saltona,
igual que un niño! Agua muda y verde
de mis penas, hoy límpida y sonora
de mi alegría, ¿qué ruedas de oro y plata
le das a mi ventura misteriosa?
Cállate, por Dios, que tú...
¡Cállate, por Dios, que tú
no vas a saber decírmelo!
¡Deja: que abran todos mis
sueños y todos
mis lirios!
Mi corazón oye bien
la letra de tu cariño...
El agua lo va
temblando,
entre las flores del río;
lo va soñando la niebla,
lo
están cantando los pinos
-y la luna rosa- y el
corazón de tu molino...
¡No apagues, por Dios, la llama
que arde dentro de mí mismo!
¡Cállate, por Dios, que tú
no vas a saber decírmelo!
¿Cómo era,
Dios mío, cómo era?
¿Cómo era, Dios mío, cómo
era?
-¡Oh corazón falaz, mente indecisa!-
¿Era como el pasaje de la
brisa?
¿Como la huida de la primavera?
Tan leve, tan voluble, tan
ligera
cual estival vilano... ¡Sí! Imprecisa
como sonrisa que se pierde en
risa...
¡Vana en el aire, igual que una bandera!
¡Bandera, sonreír,
vilano, alada
primavera de junio, brisa pura...!
¡Qué loco fue tu carnaval, qué
triste!
Todo tu cambiar trocóse en nada
-¡memoria, ciega abeja de
amargura!-
¡No sé cómo eras, yo que sé qué fuiste!
Con lilas llenas de agua...
...Rit de la fraícheur de l'eau.
Victor Hugo
Con lilas llenas de agua,
le golpeé las espaldas.
y toda su carne blanca
se enjoyó de gotas claras.
¡Ay, fuga mojada y cándida,
sobre la arena perlada!
-La carne
moría, pálida,
entre los rosales granas;
como manzana de plata,
amanecida de escarcha.-
Corría, huyendo del agua,
entre los rosales granas.
Y se reía,
fantástica.
La risa se le mojaba.
Con lilas llenas de agua,
corriendo, la golpeaba...
( De "Francina en el jardín" )
Cuando, dormida tú, me echo en tu alma...
Cuando, dormida tú, me echo
en tu alma
y escucho, con mi oído
en tu pecho desnudo,
tu corazón
tranquilo, me parece
que, en su latir hondo, sorprendo
el secreto del
centro
del mundo. Me parece
que legiones de Angeles,
en caballos
celestes
-como cuando, en la alta
noche escuchamos, sin aliento
y
el oído en la tierra,
trotes distantes que no llegan nunca-,
que
legiones de Angeles,
vienen por ti, de lejos
-como los Reyes Magos
al nacimiento eterno
de nuestro amor-,
vienen por ti, de lejos,
a
traerme, en tu ensueño,
el secreto del centro
del cielo.
De tu lecho alumbrado de luna me venían...
De tu lecho alumbrado de
luna me venían
no sé qué olores tristes de deshojadas flores;
heridas
por la luna, las arañas reían
ligeras sonatinas de lívidos colores...
Se iba por los espejos la
hora amarillenta...
frente al balcón abierto, entre la madrugada,
tras
la suave colina verdosa y soñolienta,
se ponía la luna, grande, triste,
dorada...
La brisa era infinita. Tú
dormías, desnuda...
tus piernas se enlazaban en cándido reposo,
y tu
mano de seda, celeste, ciega, muda,
tapaba, sin tocarlo, tu sexo
tenebroso.
Desnudos
(Adioses. Ausencia. Regreso)
Nacía, gris, la luna, y Beethoven
lloraba,
bajo la mano blanca, en el piano de ella...
En la estancia
sin luz, ella, mientras tocaba,
morena de la luna, era tres veces bella.
Teníamos los dos desangradas las flores
del corazón, y acaso
llorábamos sin vernos...
Cada nota encendía una herida de amores...
-El dulce piano intentaba comprendernos.-
Por el balcón abierto a brumas estrelladas,
venía un viento triste de
mundos invisibles...
Ella me preguntaba de cosas ignoradas
y yo le
respondía de cosas imposibles...
Donador
Yo no soy yo.
Soy este
que va a mi lado sin yo verlo;
que, a
veces, voy a ver,
y que, a veces, olvido.
El que calla, sereno, cuando
hablo,
el que perdona, dulce, cuando odio,
el que pasea por donde no
estoy,
el que quedará en pie cuando yo muera.
De "Eternidades"
El amor
El amor, a qué huele?
Parece, cuando se ama,
que el mundo entero tiene rumor de primavera.
Las hojas secas tornan y las ramas con nieve,
y él sigue ardiente y joven, oliendo a rosa eterna.
Por todas partes abre
guirnaldas invisibles,
todos sus fondos son líricos -risa o pena-,
la mujer a su beso cobra un sentido mágico
que, como en los senderos, sin cesar se renueva...
Vienen al alma música de
ideales conciertos,
palabras de una brisa liviana entre arboledas;
se suspira y se llora, y el suspiro y el llanto
dejan como un romántico frescor de madreselvas...
El día bello
Y en todo desnuda tú.
He visto la aurora rosa
y la mañana celeste,
he visto la tarde verde
y he visto la noche
azul.
Y en todo desnuda tú.
Desnuda en la noche azul,
desnuda en la
tarde verde
y en la mañana celeste,
desnuda en la aurora rosa.
Y en todo
desnuda tú.
El mar lejano
La
fuente aleja su cantata.
Despiertan todos los caminos...
Mar de la
aurora, mar de plata,
¡qué limpio estás entre los pinos!
Viento del Sur, ¿vienes sonoro
de soles? Ciegan los caminos...
Mar
de la siesta, mar de oro,
¡qué alegre estás sobre los pinos!
Dice el verdón no sé qué cosa...
Mi alma se va por los caminos...
Mar de la tarde, mar de rosa,
¡qué dulce estás entre los pinos!
El todo
No recordar nada...
Que me hunda la noche callada,
como una
bandada
blanda y acabada.
(Que no quede nada...
Que pase la mujer amada
por una dejada
estancia soñada)
No desear nada...
Perderse
en la idea sagrada,
como una dorada
sombra en la alborada.
En el sopor azul e hirviente de la siesta...
En el sopor azul e hirviente de la siesta,
el jardín arde al sol. Huele a
rosas quemadas.
La mar mece, entre inmóviles guirnaldas de floresta,
una diamantería de olas soleadas.
Cúpulas amarillas encienden a lo lejos,
en la ciudad atlántica,
veladas fantasías;
saltan, ríen, titilan momentáneos reflejos
de
azulejos, de bronces y de cristalerías.
El agua abre sus frescos abanicos de plata,
hasta el reposo verde de
las calladas hojas,
y en el silencio solitario una fragata,
blanca y
henchida, surje, entre las rocas rojas. ..
( De "Mar del sur" )
Espejeo de estío
Sol único hecho agua, todo el mar
rumia y dormita como un solo monstruo de todos.
En un lejos total, entre el vapor ajeno
las costas son de ópalo.
Trae el viento
completo olor a la otra
isla, visión mayor del trópico
con la mujer universal
bajo el caobal secreto del dios loro.
Sube la tarde, el cielo
bate un cobre amarillo suntuoso,
bandadas lentas van
por el jardín del pensamiento roto.
Pasa una claridad de hechos más áureos
el cercano infinito.
Sólo rojo de velas un total navío
nos cubre el imposible conseguido
viniendo a lo oriental más misterioso.
Esperanza
¡Esperar! ¡Esperar!
Mientras, el cielo
cuelga nubes de oro a las lluviosas;
las espigas
suceden a las rosas;
las hojas secas a la espiga; el yelo
sepulta la hoja seca; en largo duelo,
despide el ruiseñor las
amorosas
noches; y las volubles mariposas
doblan en el caliente sol su
vuelo.
Ahora, a la candela campesina,
la lenta cuna de mis sueños mecen
los vientos del octubre colorado...
La carne se me torna más divina,
viejas, las ilusiones, encanecen,
y lo que espero ¡ay! es mi pasado.
Estoy midiéndome con Dios
Enmedio de la mar, un barco, éste, mide, corta, precisa, sitúa, relaciona su
conciencia, la mía, dios.
No vamos por la mar (yo solo con el barco, mientras los otros duermen) vamos
por tu conciencia,
que es ahora redonda, gris, lluviosa, acojedora como yo mismo, dios ahora,
en esta hora.
Esta es la noche igual a aquella de mi partida, la de
la pureza del mar, mar de igual ola, aquella de la puerta
de la luna a la que se llegaba por su propia estela, luna velada hoy por la
cortina de tu lluvia. Vamos, dios, por
conciencia de agua total en hilos de arpa de alta música con acompañamiento
de honda densidad moral.
Y, en medio de la mar, tu jeometría surje de pronto, te
sitúa, corta, mide, precisa, relaciona conmigo y en tu
barco que vijilo; barco que parte en tres mi vida: una vida en el este, otra
en el sur, 'otra en el norte; y yo sereno
enmedio de la mar de oeste, lleno de amor, el centro de rosa de las lluvias
del amor. Lleno de amor, el mío, un
barco y yo, el amor enmedio del amor, de tanto amor que necesita el mar para
medirse, dios. Y enmedio de la
mar yo estoy midiéndote, enmedio de la mar y en este barco, éste, estoy
midiéndome contigo, dios.
De "35 poemas del mar"
Estoy triste, y mis ojos no lloran...
Estoy triste, y mis ojos no lloran
y no quiero los besos de nadie;
mi mirada serena se pierde
en el fondo callado del parque.
¿Para qué he de soñar en amores
si está oscura y nuviosa la tarde
y no vienen suspiros ni aromas
en las rondas tranquilas del aire?
Han sonado las horas dormidas;
está solo el inmenso paisaje;
ya se
han ido los lentos rebaños;
flota el humo en los pobres hogares.
Al cerrar mi ventana a la sombra,
una estrena brilló en los
cristales;
estoy triste, mis ojos no lloran,
¡ya no quiero los besos
de nadie!
Soñaré con mi infancia: es la hora
de los niños dormidos; mi madre
me mecía en su tibio regazo,
al amor de sus ojos radiantes;
y al vibrar la amorosa campana
de la ermita perdida en el valle,
se entreabrían mis ojos rendidos
al misterio sin luz de la tarde...
Es la esquila; ha sonado. La esquila
ha sonado en la paz de los
aires;
sus cadencias dan llanto a estos ojos
que no quieren los besos
de nadie.
¡Que mis lágrimas corran! Ya hay flores,
ya hay fragancias y cantos;
si alguien
ha soñado en mis besos, que venga
de su plácido ensueño a
besarme.
Y mis lágrimas corren... No vienen...
¿Quién irá por el triste
paisaje?
Sólo suena en el largo silencio
la campana que tocan los
Angeles.
Eternidades
Vino primero pura,
vestida de inocencia;
y la amé como un niño.
Luego se fue vistiendo
de no sé qué
ropajes;
y la fui odiando sin saberlo.
Llegó a ser una reina
fastuosa
de tesoros...
¡Qué iracundia de yel y sin sentido!
Más se fue desnudando
y
yo le sonreía.
Se quedó con la túnica
de su inocencia antigua.
Creí de
nuevo en ella.
Y se quitó la túnica
y apareció desnuda toda.
¡Oh pasión de
mi vida, poesia
desnuda, mía para siempre!
Hoy eres tú, mar de retorno...
Hoy eres tú, mar de
retorno;
hoy, que te dejo,
eres tú, mar!
¡Qué grande eres,
de espaldas a mis ojos,
jigante negro hacia el ocaso grana
con tu carga chorreosa de tesoros!
-Te quedas murmurando
en un extraño idioma informe,
de mí; no quieres nada
conmigo; entre tu ida
y mi vuelta
resta el despego inmenso
de una eterna nostaljia.-
... De repente, te vuelves
parado, vacilante,
borracho colosal y, grana,
me miras con encono
y desconocimiento
y me asustas gritándome en mi cara
hasta dejarme sordo, mudo y ciego...
Luego te ríes, y cantando
que me perdonas,
te vas, diciendo disparates,
imitando gruñidos de fieras
y saltos de delfines
y piadas de pájaros;
y te hundes hasta el pecho
o sales, hasta el sol, del oleaje
-San Cristóbal-,
con mi miedo en el hombro acostumbrado
a levantar navíos a los cielos.
Me siento perdonado. Y lloro, mar salvaje,
toda tu agua de hierro, luz y oro!
(14 de junio.)
Iba, blanca y tierna...
Iba, blanca y tierna, entre
los brotes rubios y verdes...
A donde daba su frente,
oriente era. Lo fuerte,
a su mudo pasar
leve,
se caía, vano y débil.
Estaba encima y ausente
de todo, y
todo, envolviéndole
el corazón transparente,
la hacía una y perenne,
como la vida a la muerte.
-Como a la vida. Su nieve
era inmortal y celeste.
Nevaba del suelo
al cenit.
Pasó, sin irse. Indeleble
y absorto, quedó el presente
mirando su
huida, siempre...
Jardín
Yo no sé cómo saltar
desde la orilla de hoy
a la orilla de mañana.
El río se lleva, mientras,
la realidad de esta tarde,
a mares sin
esperanza.
Miro al oriente, al poniente,
miro al sur y miro al norte.
Toda la verdad dorada
que cercaba al alma mía,
cual con un cielo
completo,
se cae, partida y falsa.
Y no sé cómo saltar
desde la orilla de hoy
a la orilla de mañana.
De "Estío"
Las tardes de enero
Va cayendo la noche: La bruma
ha bajado a los montes el cielo:
Una
lluvia menuda y monótona
humedece los árboles secos.
El rumor de sus
gotas penetra
hasta el fondo sagrado del pecho,
donde el alma,
dulcísima, esconde
su perfume de amor y recuerdos.
¡Cómo cae la bruma
en en alma!
¡Qué tristeza de vagos misterios
en sus nieblas heladas
esconden
esas tardes sin sol ni luceros!
En las tardes de rosas y
brisas
los dolores se olvidan, riendo,
y las penas glaciales se
ocultan
tras los ojos radiantes de fuego.
Cuando el frío desciende a
la tierra,
inundando las frentes de invierno,
se reflejan las almas
marchitas
a través de los pálidos cuerpos.
Y hay un algo de pena
insondable
en los ojos sin lumbre del cielo,
y las largas miradas se
pierden
en la nada sin fe de los sueños.
La nostalgia, tristísima,
arroja
en las almas su amargo silencio,
Y los niños se duermen soñando
con ladrones y lobos hambrientos.
Los jardines se mueren de frío;
en
sus largos caminos desiertos
no hay rosales cubiertos de rosas,
no hay
sonrisas, suspiros ni besos.
¡Como cae la bruma en el alma
perfumada
de amor y recuerdos!
¡Cuantas almas se van de la vida
estas tardes sin
sol ni luceros!
Le he puesto una rosa fresca...
Le he puesto una rosa fresca
a la flauta melancólica;
cuando cante,
cantará
con música y con aroma.
Tendrá una voz de mujer,
vacilante, arrolladora,
plata con llanto
y sonrisa,
miel de mirada y de boca.
-Y será cual si unos finos
dedos jugasen con sombra
por los leves
agujeros
de la caña melodiosa-.
¡Tonada que no sé yo,
oída una tarde en la fronda;
tonada que fui
a coger
y que huía entre las hojas.
Para ver si no se iba,
la engañé con una rosa:
cuando llore,
llorará
con música y con aroma.
Lejos tú, lejos de ti...
Lejos tú, lejos de ti,
yo, más cerca del mío;
afuera tú, hacia la tierra,
yo hacia adentro,
al infinito.
Los soles que tu verás,
serán los soles ya vistos;
yo veré los soles nuevos
que sólo enciende
el espíritu.
Nuestros rostros, al
volverse
a hallar, no dirán lo mismo.
Tu olvido estará en tus ojos,
en mi corazón mi olvido.
Los caminos de la tarde...
Los caminos de la tarde
se hacen uno, con la noche.
Por él he de ir a
ti.
amor que tanto te escondes.
Por él he de ir a ti,
como la luz de los montes,
como la brisa del
mar,
como el olor de las flores.
Luna sola
Cesó el clarín agudo, y la
luna está triste.
Grandes nubes arrastran la nueva madrugada.
Ladra un
perro alejándose, y todo lo que existe
se hunde en el abismo sin nombre
de la nada.
La luna dorará un viejo camposanto...
Habrá un verdín con luna sobre
una antigua almena...
En una fuente sola, será una luna en llanto...
Habrá una mar sin nadie, bajo una luna llena...
Manos
¡Ay tus manos cargadas de
rosas! Son más puras
tus manos que las rosas. Y entre las hojas blancas,
surgen lo mismo que pedazos de luceros,
que alas de mariposas albas, que
sedas cándidas.
¿Se te cayeron de la luna?
¿Juguetearon
en una primavera celeste? ¿son del alma?
Tienen esplendor
vago de lirios de otro mundo;
deslumbran lo que sueñan, refrescan lo que
cantan.
Mi frente se serena, como
un cielo de tarde,
cuando tú con tus manos entre sus nubes andas;
si
las beso, la púrpura de brasa de mi boca
empalidece de su blancor de
piedra de agua.
¡Tus manos entre sueños!
Atraviesan, palomas
de fuego blanco, por mis pesadillas malas,
y, a la
aurora me abren, como con luz de ti,
la claridad suave del oriente de
plata.
Mar ideal
Los dos vamos nadando
-agua de flores o de hierro-
por nuestras dobles vidas.
-Yo, por la mía y por la
tuya;
tú, por la tuya y por la mía-.
De pronto, tú te ahogas en
tu ola,
yo en la mía; y, sumisas,
tu ola, sensitiva, me levanta,
te
levanta la mía, pensativa.
Mi cuerpo
Vivo olvidada
de mi
cuerpo.
Cuando miro la aurora,
confusamente lo recuerdo bello,
cual
si estuviera
fuera de mí y muy lejos.
Mas cuando tú me coges
me lo siento
todo,
duro, suave, dibujado, lleno,
y gozo de él en ti
y en mí,
contigo, descubierto, en su secreto.
Nada
A tu abandono opongo la elevada
torre de mi divino pensamiento.
Subido a ella, el corazón sangriento
verá la mar, por él empurpurada.
Fabricaré en mi sombra la
alborada,
mi lira guardaré del vano viento,
buscaré en mis entrañas mi
sustento...
Mas, ¡ay!, ¿y si esta paz no fuera nada?
¡Nada, sí, nada, nada!... -
O que cayera
mi corazón al agua, y de este modo
fuese el mundo un
castillo hueco y frío...-
Nocturno
A G. Martínez Sierra
Aun soñaba en las dulzuras de esta tarde.
Estoy solo; mis amores están lejos;
y mi alma que se muere de tristeza,
de nostalgia y de recuerdos,
se sumía fatigada
en la bruma de los
sueños.
Esta tarde han florecido
los vergeles de los cielos;
los
crepúsculos pasados fueron grises
cual monótonos crepúsculos de invierno.
Esta tarde renació la primavera:
los velados horizontes descubrieron
sus aldeas indecisas;
hubo rosas y violetas en lo azul del firmamento,
hubo magia fabulosa de colores y de esencias;
fue un crepúsculo de
aquellos
de las dulces primaveras que mi alma
ve vagar en sus
recuerdos.
En la nada flotó un algo de profundas transparencias
y los giros de
las brisas, un momento
dibujáronse temblando;
una onda ensombrecía los
misterios
de la tarde...
En el cielo religioso
las estrellas del
crepúsculo entreabrieron;
y mi alma se perdió en la vaga bruma
de los
últimos jardines melancólicos y quietos...
Aun soñaba en las dulzuras de esta tarde.
Estoy solo; mis amores
están lejos.
He entreabierto mi balcón:
por oriente ya la luna va naciendo;
las
fragantes madreselvas
dan al aire de la noche las unciones de sus frescos
y balsámicos perfumes;
están tristes los luceros.
En mi oído vibra el
ritmo de las voces que se aman.
Me da horror de estar a solas con mi
cuerpo...
El silencio me contagia;
estoy mudo..., en mis labios no hay
acentos...
Me parece que no hay nadie sobre el mundo,
Me parece que mi
cuerpo
se agiganta; siento frío, tengo fiebre,
en la sombra me
amenazan mil espectros...
He sentido que la vida se ha apagado
sólo viven los latidos de mi
pecho:
es que el mundo está en mi alma;
las ciudades son ensueños...
Sólo turba la quietud solemne y honda
el temblor de los diamantes de
los cielos.
Estoy solo con mi alma
que se muere de tristeza, de
nostalgia y de recuerdos.
¿A quién cuento mis pesares?
Me da miedo de turbar este silencio
con sollozos. ¡Si escuchara algún suspiro!
¡Mis amores están lejos!
Por los árboles henchidos de negruras
hay terrores de unos monstruos
soñolientos,
de culebras colosales arrolladas
y alacranes gigantescos;
y parece que del fondo de las sendas
unos hombres enlutados van
saliendo...
Los jardines están llenos de visiones;
hay visiones en mi
alma..., siento frío,
estoy solo, tengo sueño...
Los recuerdos se
amontonan en mi mente,
los suavísimos recuerdos
de las tardes que me
dieron sus colores,
sus esencias y sus besos.
¡Son tan dulces esas
tardes de la tierra!,
(¡ah, las tardes de los cielos!)
Ya la luna amarillenta
va subiendo.
Mis pupilas, anegadas por el
llanto,
se han cuajado de luceros.
Siento frío...¡Quién pudiera
dormitar eternamente en su ensueño,
olvidarse de la tierra
y perderse
en lo infinito de los cielos!
Llega un aire perfumado, caen mis lágrimas;
estoy solo; mis amores están lejos...
Nostalgia
Al fin nos hallaremos. Las
temblorosas manos
apretarán, suaves, la dicha conseguida,
por un
sendero solo, muy lejos de los vanos
cuidados que ahora inquietan la fe
de nuestra vida.
Las ramas de los sauces
mojados y amarillos
nos rozarán las frentes. En la arena perlada,
verbenas llenas de agua, de cálices sencillos,
ornarán la indolente paz
de nuestra pisada.
Mi brazo rodeará tu mimosa
cintura,
tú dejarás caer en mi hombro tu cabeza,
¡y el ideal vendrá
entre la tarde pura,
a envolver nuestro amor en su eterna belleza!
Nubes
Nevada de los cielos, pareciste
la luna trastornada en primavera.
Vi una vez, no sé dónde, una pradera
así, blanca cual tú te apareciste.
En un sueño más sueño aún, volviste
de nuevo a mí como la mensajera
del último blancor que el alma espera...
Me desperté dos veces, triste y
triste.
No sé si desvelada va o dormida
mi esperanza contigo. Sobrepasa
unas veces, con luz, tu mismo albor,
cuando estoy más despierto que en la vida...
Ya veces es como que me
traspasa
la negra sombra de un almendro en flor...
Octubre II
A través de la paz del agua
pura,
el sol le dora al río sus verdines;
las hojas secas van, y los
jazmines
últimos, sobre el oro a la ventura.
El cielo, verde, en la más libre altura
de su ancha plenitud, deja
los fines
del mundo en un extremo de jardines
de ilusión. ¡Tarde en
toda tu hermosura!
¡Qué paz! Al chopo claro viene y canta
un pájaro. Una nube se desvae
sin color, y una sota mariposa,
luz, se sume en la luz... y se levanta
de todo no sé qué hálito, que
trae,
triste de no morir aún más, la rosa.
¡Oh triste coche viejo, que en mi
memoria ruedas!...
¡Oh triste coche viejo, que en mi memoria ruedas!
¡Pueblo, que en un
recodo de mi alma te pierdes!
¡Lágrima grande y pura, lucero que te
quedas,
temblando en la colina, sobre los campos verdes!
Verde el cielo profundo, despertaba el camino,
fresco y fragante del
encanto de la hora;
cantaba un ruiseñor despierto, y el molino
rumiaba
un son eterno, rosa frente a la aurora.
-Y en el alma, un recuerdo, una lágrima, una
mano alzando un visillo
blanco al pasar un coche...
la calle de la víspera, azul bajo la luna
solitaria, los besos de la última noche
¡Oh triste coche viejo, que
en mi memoria ruedas!
¡Pueblo, que en un recodo de mi alma te pierdes!
¡Lágrima grande y pura, lucero que te quedas,
temblando, en la colina,
sobre los campos verdes!
Otoño
Esparce octubre, al blando movimiento
del sur, las hojas áureas y las
rojas,
y, en la caída clara de sus hojas,
se lleva al infinito el
pensamiento.
Qué noble paz en este alejamiento
de todo; oh prado bello que
deshojas
tus flores; oh agua fría ya, que mojas
con tu cristal
estremecido el viento!
¡Encantamiento de oro! Cárcel pura,
en que el cuerpo, hecho alma, se
enternece,
echado en el verdor de una colina!
En una decadencia de hermosura,
la vida se desnuda, y resplandece
la excelsitud de su verdad divina.
Poeta
Cuando cojo este libro,
súbitamente se me pone limpio
el corazón, lo mismo
que un pomo cristalino.
-Me da luz en mi espíritu,
luz pasada por mirtos vespertinos,
sin ver yo sol alguno...
¡Qué rico me lo siento! Como un niño
que no ha gastado nada de su vivo
tesoro, y aun lo espera todo de sus lirios
-la muerte es siempre para los vecinos-,
todo lo que es sol: gloria,
aurora, amor, domingo.
Primavera
Abril, sin tu asistencia
clara, fuera
invierno de caídos esplendores;
mas aunque abril no te
abra a ti sus flores,
tú siempre exaltarás la primavera.
Eres la primavera
verdadera:
rosa de los caminos interiores
brisa de los secretos
corredores,
lumbre de la recóndita ladera.
¡Qué paz, cuando en la
tarde misteriosa,
abrazados los dos, sea tu risa
el surtidor de
nuestra sola fuente!
Mi corazón recogerá tu
rosa,
sobre mis ojos se echará tu brisa
tu luz se dormirá sobre mi
frente...
Qué débil el latido...
¡Qué débil el latido
de
tu corazón leve
y qué hondo y qué fuerte su secreto!
¡Qué breve el
cuerpo delicado
que lo envuelve de rosas,
y qué lejos, desde
cualquiera parte tuya
-y qué no hecho-
el centro de tu alma!
¡Qué dulcemente va
cayendo tu belleza!...
...les bords, il fallait le reconnaître, commençaient à
se dessécher... « La bacchantes » :
Maurice de Guérin
¡Qué dulcemente va cayendo
tu belleza!
Otoño pleno desordena la armonía
de tu pecho; y, en
plástica oleada de triteza,
el mar de tu alma alza tu cuerpo de elegía.
Hueles a acacia mustia. A
veces, nubla un manto
tus ojos de poniente; y, en avara demencia,
recorrer, cada instante, el decaído encanto
- ¡magnolia, azucenón! -
de tu rubia opulencia.
Pero la permanencia vaga de
tu ruina,
bello como un crepúsculo reflejo de una gloria,
da al amor
que a ti vuelve, cual una golondrina
al nido, un goce lento, largo, como
tu historia.
¡Qué goce triste éste...
¡Qué goce triste éste
de
hacer todas las cosas como ella las hacía!
Se me torna celeste
la
mano, me contagio de otra poesia.
Y las rosas de olor,
que
pongo como ella las ponía,
exaltan su color;
y los bellos cojines,
que pongo como ella los ponía,
florecen sus jardines;
y si pongo mi
mano
-como ella la ponía-
en el negro piano,
surge, como en un
piano muy lejano,
más honda la diaria melodía.
¡Qué goce triste este
de
hacer todas las cosas como ella las hacía!
Me inclino a los cristales
del balcón,
con un gesto de ella,
y parece que el pobre corazón
no
está tan sólo. Miro
al jardín de la tarde, como ella,
y el suspiro
y la estrella
se funden en romantica armonía.
¡Qué goce triste este
de
hacer todas las cosas como ella las hacía!
Dolorido y con flores,
voy, como un héroe de poesia mía,
por los desiertos corredores
que
despertara ella con su blando paso,
y mis pies son de raso
-¡oh,
ausencia hueca y fría!-
y mis pisadas dejan resplandores.
¡Qué goce triste este
de
hacer todas las cosas como ella las hacía!
¡Qué tristeza de olor de jazmín!
El verano...
¡Qué tristeza
de olor de jazmín! El verano
torna a encender las calles y a oscurecer
las casas,
y, en las noches, regueros descendidos de estrellas
pesan
sobre los ojos cargados de nostaljia.
En los balcones, a las altas horas, siguen
blancas mujeres mudas, que
parecen fantasmas;
el río manda, a veces, una cansada brisa,
el ocaso,
una música imposible y romantica.
La penumbra reluce de suspiros; el mundo
se viene, en un olvido
májico, a flor de alma;
y se cojen libélulas con las manos caídas,
y,
entre constelaciones, la alta luna se estanca.
¡Qué tristeza de olor de jazmín! Los pianos
están abiertos; hay en
todas partes miradas
calientes... Por el fondo de cada sombra azul,
se
esfuma una visión apasionada y lánguida.
(De "Olor de jazmín" )
¿Remordimiento?
La tarde será un sueño de
colores...
Tu fantástica risa de oro y plata
derramará en la gracia de
las flores
su leve y cristalina catarata.
Tu cuerpo, ya sin mis
amantes huellas,
errará por los grises olivares,
cuando la brisa mueva
las estrellas
allá sobre la calma de los mares...
¡Sí, tú, tú misma...! irás
por los caminos
y el naciente rosado de la luna
te evocará, subiendo
entre los pinos,
mis tardes de pasión y de fortuna.
Y mirarás, en pálido
embeleso,
sombras en pena, ronda de martirios,
allí donde el amor,
beso tras beso,
fue como un agua plácida entre lirios...
¡Agua, beso que no dejó una
gota
para el retorno de la primavera;
música sin sentido, seca y rota;
pájaro muerto en lírica pradera!
¡Te sentirás, tal vez,
dulce, transida,
y verás, al pasar, en un abismo
al que pobló las
frondas de tu vida
de flores de ilusión y de lirismo!
Reproches
Como el cansancio se
abandona al sueño
así mi vida a ti se confiaba...
Cuando estaba en tus
brazos, dulce sueño,
te quería dejar ... y no acababa...
Y no acababa... ¡Y tú te
desasiste,
sorda y ciega a mi llanto y a mi anhelo,
y me dejaste
desolado y triste,
cual un campo sin flores y sin cielo!
¿Por qué huiste de mi? ¡Ay
quién supiera
componer una rosa deshojada;
ver de nuevo, en la aurora
verdadera,
la realidad de la ilusión soñada!
¿Adonde te llevaste, negro
viento,
entre las hojas secas de la vida,
aquel nido de paz y
sentimiento
que gorjeaba al alba estremecida?
¿En qué jardín, de qué
rincón, de dónde
rosalearán aquellas manos bellas?
¿Cuál es la mano
pérfida que esconde
los senos de celindas y de estrellas?
¡Ay quién pudiera hacer que
el sueño fuese
la vida!, ¡Que esta vida fría y vana
que me anega de
sombra, fuera ese
sueño que desbarata mi mañana!
Rosas mustias de cada día
Todas las rosas blancas de
la luna caían,
por la ventana abierta, en el cuerpo desnudo ...
Mirando aquellas carnes blandas que florecían,
hundido entre mis sueños,
yo estaba absorto y mudo.
¡Oh su sexo con luna!
¡Esencia indefinible
de su sexo con luna! Hervían los blancores
de la
carne, y el rostro, perdido en lo invisible
de la penumbra, lánguido,
cerraba sus colores.
Era el enervamiento del
dolor ... Y cual una
rosa de treinta años, opulenta y desierta,
el
cuerpo blanco se elevaba hacia la luna
frío, espectral, azul, como una
pompa muerta ...
Se entró mi corazón en esta nada...
Se entró mi corazón en esta nada,
como aquel pajarillo, que, volando
de los niños, se entró, ciego y temblando,
en la sombría sala abandonada.
De cuando en cuando intenta una escapada
a lo infinito, que lo
está engañando
por su ilusión; duda, y se va, piando,
del vidrio a la
mentira iluminada.
Pero tropieza contra el bajo cielo,
una vez y otra vez, y por la sala
deja, pegada y rota, la cabeza...
En un rincón se cae, al fin, sin vuelo
ahogándose de sangre, fría el
ala,
palpitando de anhelo y de torpeza.
Si yo, por ti, he creado un mundo para ti...
Si yo, por ti, he creado un
mundo para ti,
dios, tú tenías seguro que venir a él,
y tú has venido
a él, a mí seguro,
porque mi mundo todo era mi esperanza.
Yo he acumulado mi esperanza
en lengua, en nombre hablado, en nombre
escrito;
a todo yo le había puesto nombre
y tú has tomado el puesto
de toda esta nombradía.
Ahora puedo yo detener ya mi movimiento,
como la llama se detiene en
ascua roja
con resplandor de aire inflamado azul,
en el ascua de mi
perpetuo estar y ser;
ahora yo soy ya mi mar paralizado,
el mar que yo
decía, mas no duro,
paralizado en olas de conciencia en luz
y vivas
hacia arriba todas, hacia arriba.
Todos los nombres que yo puse
al universo que por ti me recreaba yo,
se me están convirtiendo en uno y en un
dios.
El dios que es siempre al fin,
el dios creado y recreado y recreado
por gracia y sin esfuerzo.
El Dios. El nombre conseguido de los nombres.
Solía ser en el estío. El viejo coche...
Solía ser en el estío. El
viejo coche
se llevaba a los otros... Y la tarde tranquila
se iba
alejando por los prados de la noche,
a un murmullo de pinos ya una queja
de esquila.
El coche aparecía, ladrado de lebreles,
a la vuelta fragante del
camino de arena.
Los ¡adiós! se perdían entre los cascabeles...
Nos
quedábamos solos en la hora serena.
Silencio, tú surgías de nosotros. Las manos,
más blancas que la luna,
entibiaban su anhelo,
y, bajo los pinares, nuestros ojos cercanos
se
ponían más grandes que la mar y que el cielo.
Sueño
Imagen alta y tierna del consuelo,
aurora de mis mares de tristeza,
lis de paz con olores de pureza,
¡premio divino de mi largo duelo!
Igual que el tallo de la flor del cielo,
tu alteza se perdía en su
belleza...
Cuando hacia mí volviste la cabeza,
creí que me elevaban de
este suelo.
Ahora, en el alba casta de tus brazos,
acogido a tu pecho
transparente,
¡cuán claras a mí toman mis prisiones!
¡Cómo mi corazón hecho pedazos
agradece el dolor, al beso ardiente
con que tú, sonriendo, lo compones!
Tal
como estabas
En el recuerdo estás tal
como estabas.
Mi conciencia ya era esta conciencia,
pero yo estaba
triste, siempre triste,
porque aún mi presencia no era la semejante
de
esta final conciencia
Entre aquellos geranios,
bajo aquel limón,
junto a aquel pozo, con aquella niña,
tu luz estaba
allí, dios deseante;
tú estabas a mi lado,
dios deseado,
pero no
habías entrado todavía en mí.
El sol, el azul, el oro eran,
como la luna y las estrellas,
tu
chispear y tu coloración completa,
pero yo no podía cogerte con tu
esencia,
la esencia se me iba
(como la mariposa de la forma)
porque
la forma estaba en mí
y al correr tras lo otro la dejaba;
tanto, tan
fiel que la llevaba,
que no me parecía lo que era.
Y hoy, así, sin yo saber por qué,
la tengo entera, entera.
No sé
qué día fue ni con qué luz
vino a un jardín, tal vez, casa, mar, monte,
y vi que era mi nombre sin mi nombre,
sin mi sombra, mi nombre,
el
nombre que yo tuve antes de ser
oculto en este ser que me cansaba,
porque no era este ser que hoy he fijado
(que pude no fijar)
para todo
el futuro iluminado
iluminante,
dios deseado y deseante.
¿Te acuerdas?
¿Te acuerdas?
Fue en el cuarto de los niños. La tarde
de estío alzaba, limpia, por entre la arboleda
suavemente mecida, últimas glorias puras,
tristes en el cristal de la ventana abierta.
El maniquí de mimbre y las telas cortadas,
eran los confidentes de mil cosas secretas,
una majia ideal de deshojadas rosas
que el amor renovaba con audacia perversa...
¡Oh, qué encanto de ojos, de besos, de rubores;
qué desarreglo rápido, qué confianza ciega,
mientras, en la suave soledad, desde el suelo,
miraban, asustadas, nuestro amor las muñecas!
Te conocí, porque al
mirar la huella...
Te conocí, porque al mirar
la huella
de tu pie en el sendero,
me dolió el corazón que me pisaste.
Corrí loco; busqué por todo
el día;
como un perro sin amo.
... ¡Te habías ido ya! Y tu
pie pisaba
mi corazón, en un huir sin término,
cual si él fuera el
camino
que te llevaba para siempre...
Te deshojé como una rosa...
Te deshojé como una rosa,
para verte tu alma,
y no la vi.
Mas todo en torno
-horizontes de
tierra y de mares-,
todo, hasta el infinito,
se colmó de una esencia
inmensa y viva.
Viento negro, luna blanca...
Viento negro, luna blanca.
Noche de Todos los Santos.
Frío. Las campanas todas
de la tierra están doblando.
El cielo, duro. Y su fondo
da un azul iluminado
de abajo, al romanticismo
de los secos campanarios.
Faroles, flores, coronas
-¡campanas que están doblando!-
...Viento largo, luna grande,
noche de Todos los Santos.
...Yo voy muerto, por la luz
agria de las calles; llamo
con todo el cuerpo a la vida;
quiero que me quieran; hablo
a todos los que me han hecho
mudo, y hablo sollozando,
roja de amor esta sangre
desdeñosa de mis labios.
¡Y quiero ser otro, y quiero
tener corazón, y brazos
infinitos, y sonrisas
inmensas, para los llantos
aquellos que dieron lágrimas
por mi culpa!
...Pero ¿acaso
puede hablar de sus rosales
un corazón sepulcrado?
-¡Corazón, estás bien muerto!
¡Mañana es tu aniversario!-.
Sentimentalismo, frío.
La ciudad está doblando.
Luna blanca, viento negro.
Noche de Todos los Santos.
Todas las rosas blancas de la luna caían...
Todas las rosas blancas de
la luna caían,
por la ventana abierta, en el cuerpo desnudo...
Mirando
aquellas carnes blandas que florecían,
hundido entre mis sueños, yo
estaba absorto y mudo.
¡Oh su sexo con luna!
¡Esencia indefinible
de su sexo con luna! Hervían los blancores
de la
carne, y el rostro, perdido en lo invisible
de la penumbra, lánguido,
cerraba sus colores.
Era el enervamiento del
dolor... Y cual una
rosa de treinta años, opulenta y desierta,
el
cuerpo blanco se elevaba hacia la luna
frío, espectral, azul, como una
pompa muerta...
Y yo me iré. Y se quedarán
los pájaros...
Y yo me iré. Y se quedarán
los pájaros
cantando;
y se quedará mi huerto, con su verde árbol,
y
con su pozo blanco.
Todas la tardes, el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta
tarde están tocando,
las campanas del campanario.
Se morirán aquellos que me amaron;
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincón aquel de mi huerto
florido y encalado,
mi espíritu errará, nostálgico…
Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo
blanco,
sin cielo azul y plácido…
Y se quedarán los pájaros cantando.