"...Todo me hiere: la tristeza, el
perfume,
la adorable cascada de colores ardientes..."
Cantante
Juan Gris
Reseña biografica
Poeta español
nacido en La Línea, Cadiz, en 1955.
Inició estudios de Filosofía y Letras
en Barcelona licenciándose luego en Filología Hispánica por la Universidad
de Granada. Ha participado en numerosos libros colectivos, recibiendo además,
una beca de Creación del Ministerio
de Cultura para escribir su libro «Número de Venus» publicado en 1996.
Su
poesia, traducida a varios idiomas, ha sido galardonada con los premios
Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez,
Luis de Góngora y el
I Premio Nacional de poesia Emilio Prados, entre otros.
«Ladrón
de fuego» publicado en 1975, fue su primera obra, seguida luego por «Río
solar» en 1978, «El jardín de ópalo»
en 1979, «Amante de gacela» en 1980, «Música de esferas» en 1982 y «Arcanos»
en 1984.
Con posterioridad han visto la luz, «Puerto escondido» en 1998, «La verde
senda» en 1999, y más recientemente
«El sueño de Estambul» y «Petra» en 2004. ©
Especial
El poeta
andaluz José Lupiáñez nos ha enviado una cuidadosa seleccion de su obra
poética.
Con gran gusto queremos compartirla con nuestros visitantes, seguros de que
la disfrutarán muchísimo.Gracias, José.
Aquí están sus poemas:
Amanecer frente al mar de Mármara
Amante de gacela
Balneario
Días
celestes
Fábula
Florinda
Giro
Hacia la brisa
Huida
Imagen
Jamás la vida breve
Jardín
La despedida
Marie Claire
Miniatura del beso en Candolim
Mirador umbrío
Narghile
Noche de las sirenas
Nocturnos
Ofrenda
Paisaje
Pendiente del amor
Perfil
Rostro
Saeta con aviso
There she goes...
Uleke
Amanecer frente al mar de Mármara
Sé que mi corazón alguna tarde
recordará estas aguas quietísimas
del Mar de Mármara y este liviano
encantamiento azul
del cielo que las sueña. Sé muy bien
que mi
corazón alguna tarde,
en el jardín, quizá, ya del crepúsculo
buscará este frescor, estos reflejos
del lento amanecer que ven mis
ojos.
El mar, el Mar de Mármara,
con buques para siempre varados
en sus aguas, con buques que renuncian
a cualquier travesía,
quietos también sobre las aguas quietas.
Los pájaros escriben con
sus vuelos
en la celeste página de la mañana
el salmo que recito
de verdad y belleza.
Esta visión, esta emoción
viaja ya por el
tiempo hasta ese día,
para dejar temblando su milagro.
Entonces,
me acordaré de hoy.
Amante de gacela
He mirado tu desnudo flotar
en las tranquilas aguas de mi estanque…
Corres hacia la flor, hacia la nube
de un paraíso y brilla tu
desnudo, la antorcha
que ha dorado en la sien el humo del deseo.
Cristal y amor te cercan, una danza,
un reflejo del cielo en la
sonrisa. Hiere,
cobra su presa la locura del tiempo;
es el latido
de una voz
por el sendero dulce que punzaba los ojos.
Como
violenta espada, fuego estéril,
animal de las aguas, sube la sangre
turbia a donde vives.
Nace, vagido doloroso, al clamor
de tus
plantas, una estrella del fondo
de aquel mar que alimenta
la
tristeza de un canto.
Sube al dintel y apaga de las brasas
el
temblor y los fríos
designios de las aves: un destino
que cierra
la pasión en tus labios.
Bebe la hiel que ofrezco en este cáliz,
humedece la ronca desazón
que anida en la garganta.
Un mar respira por mis venas y hojas,
hojas azules adorno de la frente.
Bebe este resplandor que vierten
mis pupilas,
ata mis manos con tu caricia inmóvil,
rompe el
párpado impune
que ha sellado una lenta podredumbre
en el vientre.
¡Vuelva tu rostro a ser
la vida que se pierde
sobre mi vidrio en
llamas!
Mi amenaza fue amor, llanto
que en blancas espirales
apresaba
en la huida el odio de su manto…
Arrastré mi clamor
prendido de una espalda
Y la sangre nublaba su tersura.
Mi sombra
fue como se cubre el día,
súplica, espera, vértigo de las horas,
astro sobre la piel, silbido, aroma, engaño.
La esquiva orla del
ropaje
imprime, desde el seco caudal, una razón
un vuelo, firme
como la muerte
que se aferra a los miembros;
a los brazos que
trazan su desdén en el agua.
¡Velar tu nombre a la deriva,
eterna
la riqueza de quien se lleva el aire!
Balneario
Soñando va la tarde en su divisa
y azul la vida marcha hacia el
ocaso.
(Acuden siempre pájaros los jueves).
Dolor, es un decir, no siento mucho,
ni nada que al dolor se le
asemeje.
(Me gustan los colores de tus guantes).
Muy cerca de Ajijíc te recordaba
y tú tumbada al sol de la
injusticia...
(Me acaba de morder otra serpiente).
No atino con el mundo, se me olvida
que llevo el corazón algo
atrasado.
(¿No estoy cuando me llamas? ¡Qué fastidio!).
No busques nunca alivio, te suplico,
en el oscuro fondo de unos
ojos.
(Le enseño a disparar desde hace meses).
Ni vengas hasta el filo de la nada
que ha cortado los puentes
entre ambos.
(Me voy, adiós; regresaré muy tarde).
Días celestes
Hay versos que guardaron la nostalgia
de hermosos cuerpos que abracé
otro tiempo
y que aún avivan la memoria, inerme,
de muchos besos y
de algunos nombres.
En otros aún resuenan las semillas,
las cuentas del azar que fue
mi vida
y dejan sus sonidos en la mente,
las huellas de aquel paso
de la gloria.
Palabras son, pero que así me llevan
de nuevo hasta tus manos o
tus labios,
de nuevo a tu cintura en donde siguen
mis sueños
aferrándose, ya en vano...
Sonajas venturosas de los versos:
vibrad ahora y espantad la
cuitas;
traedme hasta esta esquina de mi casa
el sol, el son de
aquellos días celestes.
Fábula
Del mar, en los adentros,
donde las aguas refulgentes, aún cálidas,
espejean por el astro más bello que conozco,
vide aquella barcaza
donde los dos se amaban,
y cómo discurría lentamente.
Ella volcaba
todo su candor y con júbilo
era un ovillo hermoso prendido a su
cintura.
Su larga cabellera se derramó en el agua
y sus brazos
oscuros se alzaban oferentes.
Un tiempo los estuve observando,
hasta que mis ojos se abrasaron.
Florinda
Yo noté que apretabas, Florinda, mi cintura,
que tus manos me hacían
resbalar hasta el cielo,
que tu poma dulcísima me estallaba en los
labios
y tus brazos me alzaban para siempre al seol.
Yo noté que
rondaba tu manzana redonda,
que mordía la pulpa cada vez más
sediento,
que los dientes dejaban su mejor tintineo...
Me
sangrabas con perlas, con anillos y ajorcas,
tu pulsera, el diamante,
me rasgó ¿lo recuerdas?
Pero yo penetraba -¡la humedad!-, penetraba,
zahiriendo tu oreja o el zarcillo dorado.
Te encajaste rotunda,
decidida, perfecta,
dimos vueltas al mundo y entornabas los ojos,
era un gozo sentirse caballero a tu costa
y marcar en tu espalda el
mejor tatuaje.
Era la dicha entonces navegar a tu suerte,
y
apretar tu cadera que es la luna redonda.
Te encajaste rotunda,
decidida, ¿lo dije?,
éramos invencibles, intangibles, eternos.
Pero yo penetraba furibundo en tu gema,
la que tanto se enciende, la
que más centellea,
ese párpado cálido, esa rosa cruel,
y fue
entonces que al filo de su pétalo insomne
llegó extraña la plata de
la dicha, Florinda.
Lo que fue, con la pluma que felices nos hizo,
queda escrito, mi
vida, que por vos sigue inquieta.
Giro
Como la
tarde
que posó una mínima
caricia en tu desnudo,
o el sol dando
en tu vientre;
como la tarde toda desprendida
sobre tu seno
blanco;
como la tarde me detengo absorto
en la maleza débil de tu
voz
y giro en torno a ti,
como la tarde,
deshaciendo este lecho
que ahora esconde en su entraña
tu delirio.
Hacia la brisa
Si el tiempo me persigue
me ocultaré en el mar,
regazo inmenso que
me envuelva
lejos de las orillas.
Allí,
(lejos de las orillas),
en el adentro más remoto,
flotar acaso me veréis
-barquilla blanca-
con los brazos en
cruz...
Digo:
si me persigue el tiempo,
buscadme por el mar.
Huida
A la mitad del día
corrimos hacia el mar, hacia la oscura
ola
de azul y de vaivén,
de brisa y de pequeños mensajes
extendiéndose
lejos o viniendo quizás
hasta la roja estampa
De la orilla sin
huellas.
A la mitad del día, nuestros cuerpos,
recibiendo la luz,
se hundieron en la informe
oquedad sin estela. Blancos,
dejáronse
llevar de una corriente,
de algún latido hermoso,
de algún curso
fugaz,
y aquí se encuentran hoy,
tendidos para siempre,
en la
inquieta y más tensa
longitud de este verso.
Imagen
Ves discurrir la tarde
con un manso silbido
de lágrima en los
ojos,
de música sagrada
en cámaras vacías.
Estancias o dominio
y el perfume en el aire
de labios aleteando
por amor de las nubes,
al roce del deseo…
Su voz será la oscura
sequedad de los campos,
la lluvia o el silencio
que devuelve la frente;
su voz como la
queja
inmóvil en los días,
os dejará un olvido
de rostro sin
imagen.
Jamás la vida breve...
Jamás la vida breve
abrió para tus plantas
sus hojas grandes,
ni sus rojas flores;
ni derramó en tus días
sus perfumes extraños.
Jamás te dio una luz,
una esperanza de alas,
ni te llevó hasta
aquellas
heredades ignotas
en las que el mundo adquiere
rostros
desconocidos.
No te dieron talentos
en el torvo reparto,
cuando las manos,
juntas,
suplicaban al amo.
Algunos consiguieron
llenarlas de
promesa,
pero tú regresabas
con las tuyas vacías.
Por eso ahora retornas
a la casa sin alma,
vacía como tus
manos,
a esperar que el destino
te confunda en su niebla.
Jardín
Delgada es esta tarde de julio,
inmóvil,
asida a las columnas
que se alzan
sobre la hierba blanda
Delgada es esta tarde de julio
que decae con dulzura,
como las
manos
que no atienden al sol,
ni están alerta
al paso de las
horas...
¡Qué tristes dan los cuerpos
una vez y otra vez
contra esta
paz eterna,
para perderse ardientes
por la trama olvidada
del
asombroso cielo!...
(Sentados en el banco del parque
se presiente la noche
tras de
la luz en calma,
desnuda, sorprendida
en su propia penumbra
y
silenciosa):
Las palabras, la gente,
en su nuevo color
la misma tarde
ahora,
nuestro amigo que calla:
todo se borra al filo de los
árboles,
todo es oscuridad que se remonta
azul, veladamente,
lo
mismo que el Jardín
cerrado, se suelta en el olvido
para perderse
en la aventura del ensueño.
La despedida
Aquí en lo oscuro
quedo pulsando mi dulcémele,
mientras veo que te
alejas
feliz, contra la línea del horizonte.
Mueves el cuerpo al
son de mis acordes,
cada vez más distante, más cómplice,
y un
ritmo de secreto te hace tan diminuto.
sí, te alejas de esta pequeña
hoguera
que hemos prendido juntos,
y en la alcoba, se extingue la
ardentía,
como hermoso extinguirse era bajo tu cuerpo.
Hay un sol
tibio que camina delante,
y una brisa en el rostro de quien amé;
mis besos lleva en él como prendidos,
hoy que se aleja,
feliz,
contra la línea del horizonte.
Marie Claire
Una noche en París me raptó Marie Claire;
me tomó de la mano, me
llevó a su mansión,
me tendió sobre un lecho, se quitó el camisón
y mostró sus encantos, que eran dignos de ver.
Derramó sus oscuros cabellos sobre mí
y abrazó bien mi vida, que
no vale un real.
Se ofreció sin reservas, turbadora, ideal
y
apretó entre sus muslos mi liviano existir.
Oh sultana divina, qué pasión, qué placer
galopar sobre un cuerpo
de tan firme esplendor;
oh amazona de un cuento, tú sí sabes de amor,
de ese amor que nos hace invencibles, tal vez.
Hoy me acuerdo del triunfo de Les Champs Elysée
y del Sena y tus
labios, de tu olor de azahar,
y me pongo muy triste, y me pongo a
pensar
en un lecho, una noche de París, Marie Claire.
Miniatura del beso candolim
Al despertarme beso
los labios de mi amada,
que saben a
mango y a miedo.
Y me tranquilizo.
Tiene la piel suave
como un amanecer
y
lleva en sus tobillos
las ajorcas de plata
que tintinean en mi
lecho
y envidian mis hermanas.
En la noche repleta
de
espejuelos brillantes
como los de su falda
del Rajasthán,
la
beso dulcemente
en los labios
y acaricio su frente
con mis
dedos
para entender sus sueños.
Mirador umbrío
Desde la torre observas cómo cae la tarde,
las últimas montañas
perdidas con la niebla,
los árboles que ascienden levemente, el
abismo,
el fulgor de los astros que brillan por tus ojos.
Cerca
quedan las playas del Sur, amplias
y lentas, vacías a esta hora en
que el mar
se desvanece en fuegos. Vive el mar en la brisa,
su
mágico vaivén como tus pasos, firmes,
en este oscuro mirador, alto,
insomne,
distante como el humo de la ciudad en calma.
Y es el
tiempo que inventa su eterno desvarío,
tu sombra, ya fundida con las
sombras del mundo.
Narghile
Raki al atardecer,
turbio en el vaso.
El cafetín humea
y
las narghiles
dispersan por el aire
un olor a manzana.
Fija el
sol su reflejo
de sangre en los cristales.
Mostachos casi azules,
ojos negros con cercos
misteriosos y tristes.
La tarde ya se va,
pero en el alma
nos queda este perfume,
y en la boca,
el
almíbar rabioso
que tienen tus palabras.
Noche de las sirenas
Sombras por las esquinas de la noche,
luna roja de sangre, ojo
colérico,
que desde el aguacero nos contempla.
Noche de las sirenas, mar de invierno,
luces lejanas figurando
astros,
lluvia en el rostro, pesadumbre amarga.
Bajo los altos arcos de la niebla
pasan los catafalcos de los
buques,
purpúreos y solemnes, silenciosos...
Nocturnos
En
las noches lascivas, amables, suntuosas,
nos miran desde el lecho
vibrantes, decididas,
desde el lecho que ha sido la góndola azarosa
donde el amor dejaba sus rosas escondidas.
En las noches lascivas nos miran insistentes,
y sus brazos
reclaman más dulzura y más brío,
y sus brazos nos rondan, nos prenden
de repente
con la lenta amenaza de un mejor desafío.
Mientras las amas, miras esa oscura recámara:
los autos bordan
móviles encajes luminosos;
ellas jadean sin tregua, de brillo
acribilladas
y tú esperas tan sólo sus dorados sollozos.
Al fin con queja muerden tus hombros y con lágrimas,
y derraman
sus cuerpos de nuevo entre tus brazos,
y tú las acaricias, pasas
algunas páginas,
y la historia se acaba durmiendo en sus regazos.
Ofrenda
Hubo
una flor, un lecho
donde aprendiste pronto la sombra
del deseo, la
juventud de un cuerpo
vencido como nave, la soledad
que el alma
dejaba en otra frente.
Hubo como una música
saltando de los labios,
como una espina
en sangre,
clavada a tu memoria.
Y hubo un amor,
un cáliz, una celeste huída
hacia donde los
cuerpos
encontrarán el goce, o la creciente
y fija lentitud de la
ofrenda.
Paisaje
Brillan crestas de luz en el mar de la noche
y un desvelo de sombras
de olas ondulantes;
brillan olas oscuras, altísimas, adversas
en
la nada infinita que nos muestra su filo.
Bajo este mar antiguo laten dos corazones.
Nada existe, ni el
aire, sino brillos y ritmos;
no existen los insectos, ni siquiera el
perfume
sino brillos y ritmos; ojos que no se miran.
Pendiente del amor
Yo rodaba a tu suerte por la ladera abajo,
éramos un ovillo, una
hoguera encendida;
dos cuerpos que rodaban desnudos hacia el valle,
carne fresca y elástica que el amor había herido.
Recuerdo que las risas no nos importunaban,
ni las zarzas que
ansiaban dejar huella en tu muslo.
No importaba la luna, monedita de
plata,
ni el cri cri de la noche con mil grillos despiertos.
Yo te amaba a mis anchas, porque así lo pedías,
eras dona en su
juego, danzarina imprevista;
carne prieta y rotunda que abrasaba mis
manos
o, de pronto, tigresa con sombras a la espalda.
"Ven aquí", te decía navegando en tu hondura.
"Ven aquí", cuando
tu alma me mordía en la boca.
"Estos brazos tan bellos no podrán
retenerme"
y más firme ceñías contra mí tus caderas...
En la noche de agosto, cuando Virgo es quien rige
dos cuerpos
enlazados la floresta perfuma...
Arriba las ruinas son emblema
emisario
de un amor que se sueña ser eterno en el tiempo.
Perfil
La imposible belleza de ese perfil me tienta,
las luces de la
noche dando brillo a sus ojos,
la hermosura y el vértigo, la espiral
que me acerca
los labios deseosos y el amor y su niebla.
Ojos desconocidos que tanto me conocen;
labios que besarán los
labios de la dicha:
distancia que no empuja, que conduele o desvive
al pecho que se altera junto a un pecho que vibra.
La noche nos embriaga de su antiguo perfume,
y un perfil, ese
enigma, convida a su lisonja;
la caricia es de pronto quemazón, nube,
lumbre
y es su piel esa noche lasciva y peligrosa.
Qué sueño, qué sonrisa, qué misterio, qué mano
roza mi frente
ahora sin saber lo que piensa,
hoy que la noche es bosque de súbito y
de sombra
y un perfil imposible de belleza me tienta.
Rostro
Cómo se trenza el amor en las tardes,
mientras todo sucede sin
vértigo y el sueño
cumple asilo de formas y de imágenes.
Cómo se
trenza y cómo no desvía su ser:
el sueño pende. Los labios se han
dormido,
la flor cae de su rizo; sueña la frente y cunde.
Mas
hacia adentro, pasa el amor,
pasa el amor sin nombres;
el amor, un
sonido.
Saeta con aviso
Por los aires
sombríos
de la noche
de octubre
va mi dolor
volando
hacia ti,
sin consuelo.
Atraviesa
las nubes,
dice
adiós
a los pájaros,
y es a tu corazón
a donde apunta
su
queja
sagitaria.
Va hasta
tu corazón,
distante
y sordo...
Un corazón
que hoy late
lejos,
con sangre
de otros
fuegos.
There she goes...
Mi amor va a la deriva como un barco sin rumbo;
su corazón heridas,
sin par, lleva marcadas...
Mi amor se va alejando de sus horas
gastadas
y alivio busca sola por los puertos del mundo.
Qué estela tan amarga va dejando en mi vida
su celeste congoja,
que curar quise en vano;
no pude retenerla, se soltó de mi mano
y
a su destino corre, sin que yo se lo impida.
"Matamos lo que amamos", le recordé algún hora;
"no hieras con tu
daga mi pobre pecho inerme",
pero siguió en su lance, queriendo o sin
quererme,
hasta romperme el alma, por donde sufre agora.
Adiós, amor, le ha dicho mi corazón maltrecho;
adiós, aguardan
tiempos de oscuro desconsuelo:
tú te marchas y, airosa, ya has
levantado el vuelo,
yo me quedo escondiendo esta herida en mi pecho.
Uleke
Todos sufren por ver tu corazón,
se acercan a tu casa con las paredes
blancas,
se mecen en la música de aquel viejo país
en donde naces.
Y tu alcoba se inunda
de amistosa cadencia…
Oh lentas, suaves
notas del armonio,
llenáis mi ser de bosques, de caminos
brillantes; vuestra danza desnuda
esa grávida estancia
donde
juntos libamos un cálido
aguardiente. Uleke vendrá pronto
del mar,
su cabellera es rubia
como la miel, como el temprano estío
de sus
ojos.