"Y yo había dicho: ¡Vive!... ama y besa,
escucha, mira, toca, embriágate y sueña..."
"Cuatro estaciones"
Goyo Domínguez
Reseña biografica
Poeta español nacido en
Sevilla en 1874.
Junto a su hermano Antonio estudió en la Institución Libre de
Enseñanza en unos años en que sucedieron
varias desgracias familiares. A los veintitrés años obtuvo su Licenciatura
de Filosofía y Letras y se trasladó
a Paris donde trabajó como traductor de Casa Garnier.
A su regreso a
España se hizo cargo de la Biblioteca Nacional y desde 1938 en plena guerra
civil, fue elegido
miembro de la Real Academia de la Lengua.
Entre sus obras más
destacadas figuran «Cadencias de Cadencias» y «Horario».
Falleció en
1947. ©
Adelfos
Antífona
Ars moriendi
Ausencia
Cantares
Cante hondo
Canto a Andalucía
Chouette
Desnudos de mujer
Dice la fuente...
Dolientes madrigales
El camino de la muerte...
El querer
El
jardín gris
El jardín negro
Elogio de la soleá
Encajes
Fantasía de Puck
Figulinas
La
buena canción
La copla
La copla andaluza
La Karmesse
La primavera
Las mujeres de Romero de Torres
Melancolía
Misterio
Morir, dormir
Música di camera
Ocaso
Oriente flores
Otoño
Puente genil
Retrato
Sandro Boticelli
Sé buena, es el secreto
Se perdió en las
vagas selvas de un ensueño
¿Te acuerdas?
Verano
Adelfos
Yo, soy como las gentes que a mi tierra vinieron
-soy de la raza mora, vieja amiga del Sol-,
que todo lo ganaron y todo, lo perdieron.
Tengo el alma de nardo del árabe español.
Mi voluntad se ha muerto una noche de luna
en que era muy hermoso no pensar ni querer...
Mi ideal es tenderme, sin ilusión ninguna...
De cuando en cuando, un beso y un nombre de mujer,
En mi alma, hermana de la tarde, no hay contornos...,
y la rosa simbólica de mi única pasión
es una flor que nace en tierras ignoradas
y que no tiene aroma, ni forma, ni color.
Besos, ¡pero no darlos! Gloria..., ¡la que me deben!
¡Que todo como un aura se venga para mí!
Que las olas me traigan y las olas me lleven,
y que jamás me obliguen el camino a elegir.
¡Ambición!, no la tengo, ¡Amor!, no lo he sentido.
No ardí nunca en un fuego de fe ni gratitud.
Un vago afán de arte tuve... Ya lo he perdido.
Ni el vicio me seduce, ni adoro la virtud,
De mi alta aristocracia, dudar jamás se pudo,
No se ganan, se heredan, elegancia y blasón...
Pero el lema de casa, el mote del escudo,
es una nube vaga que eclipsa un vano sol,
Nada es pido. Ni os amo, ni os odio, Con dejarme,
lo que hago por vosotros, hacer podéis por mí...
¡Que la vida se tome la pena de matarme,
ya que yo no me tomo la pena de vivir!...
Mi voluntad se ha muerto una noche de luna
en que era muy hermoso no pensar ni querer...
Da cuando en cuando un beso, sin ilusión ninguna,
¡El beso generoso que no he de devolver!
Antífona
Ven, reina de los besos,
flor de orgía
amante sin amores, sonrisa loca...
Ven, que yo sé la
pena de tu alegría
y el rezo de amargura que hay en tu boca.
Yo no te ofrezco amores que
tú no quieres;
conozco tu secreto, virgen impura:
amor es enemigo de
los placeres
en que los dos ahogamos nuestra amargura.
Amarnos...¡Ya no es tiempo
de que me ames!
A ti y a mí nos llevan olas sin leyes.
¡Somos a un
mismo tiempo santos e infames,
somos a un mismo tiempo pobres y reyes!
¡Bah! Yo sé que los mismos
que nos adoran
en el fondo nos guardan algún desprecio.
Y justas son
las voces que nos desdoran...
Lo que vendemos ambos no tiene precio.
Así, los dos, tú amores, yo
poesia,
damos por oro a un mundo que despreciamos...
¡Tú, tu cuerpo de
diosa; yo, el alma mía!...
Ven y reiremos juntos mientras lloramos.
Joven quiere en nosotros
Naturaleza
Hacer, entre poemas y bacanales,
el imperial regalo de la
belleza,
luz, a la oscura senda de los mortales.
¡Ah! Levanta la frente,
flor siempreviva,
que das encanto, aroma, placer, colores...
Diles con
esa fresca boca lasciva...
¡que no son de este mundo nuestros amores!
Igual camino en suerte nos
ha cabido.
Un ansia igual que nos lleva, que no se agota,
hasta que se
confundan en el olvido
tu hermosura podrida, mi lira rota.
Crucemos nuestra calle de
amargura
levantadas las frentes, juntas las manos...
¡Ven tú conmigo,
reina de la hermosura;
hetairas y poetas somos hermanos!
Ars moriendi
I
Morir es... Una flor hay, en el sueño
-que, al despertar, no está ya en nuestras manos-,
de aromas y
colores imposibles...
Y un día sin aurora la cortamos.
II
Dichoso es el que olvida
el porqué del viaje
y, en la estrella, en la flor, en el celaje,
deja su alma prendida.
III
Y yo había dicho: «¡Vive!»
Es decir: ama y besa,
escucha, mira, toca,
embriágate y sueña...
Y ahora suspiro: «¡Muérete!»
Es decir:
calla, ciega,
abstente, para, olvida,
resígnate... y espera.
IV
Era un
agua que se secó,
un aroma que se esfumó,
una lumbre que se apagó...
Y ya es sólo
la aridez,
la insipidez,
la hez...
V
La Vida se aparece como un
sueño
en nuestra infancia... Luego despertamos
a verla, y caminamos
el
encanto buscándole risueño
que primero soñamos;
... y, como no lo hallamos,
buscándolo
seguimos,
hasta que para siempre nos dormimos.
VI
¡Y Ella viene
siempre! Desde que nacemos,
su paso, lejano o próximo, huella
el mismo sendero por donde
corremos
hasta dar con Ella.
VII
Lleno estoy de sospechas de verdades
que no me sirven ya para la vida,
pero que me preparan dulcemente
a bien morir...
VIII
Mi pensamiento, como un sol ardiente,
ha cegado mi espíritu y secado
mi corazón ...
IX
El
cuerpo joven, pero el alma helada,
sé que voy a morir, porque no amo
ya nada.
Ausencia
No tienes quien te bese
tus labios de grana,
Ni quien tu cintura elástica estreche,
dice tu
mirada.
No tienes quien hunda
Las manos amantes
en tu pelo hermoso, y a tus ojos negros
no se asoma
nadie.
Dice tu mirada
que de
noche, a solas,
suspiras y dices en la sombra tibia
las terribles
cosas...
Las cosas de amores
que
nadie ha escuchado,
esas que se dicen los que bien se quieren
a eso de
las cuatro.
A eso de las cuatro
de
la madrugada,
cuando invade un poco de frío la alcoba
y clarea el
alba.
Cuando yo me acuesto,
fatigado y solo,
pensando en tus labios de grana, en tu pelo
y en tus
ojos negros....
Cantares
Vino, sentimiento, guitarra y poesia,
hacen los cantares de la
patria mía...
Cantares...
Quien dice cantares, dice Andalucía.
A la
sombra fresca de la vieja parra,
un mozo moreno rasguea la guitarra...
Cantares...
Algo que
acaricia y algo que desgarra.
La prima que canta y el bordón que llora...
Y el tiempo
callado se va hora tras hora.
Cantares...
Son dejos fatales de la raza mora.
No
importa la vida, que ya está perdida.
Y, después de todo, ¿qué es eso, la vida?...
Cantares...
Cantando la pena, la pena se olvida.
Madre, pena, suerte; pena, madre, muerte;
ojos negros,
negros, y negra la suerte.
Cantares...
En ellos, el alma del alma se vierte.
Cantares. Cantares de la patria mía...
Cantares son sólo los de Andalucía.
Cantares...
No tiene más
notas la guitarra mía.
Cante hondo
A todos nos han cantado
en una noche de juerga
coplas que
nos han matado...
Corazón, calla tu pena;
a todos nos han cantado
en una noche
de
juerga.
Malagueñas, soleares
y seguiriyas gitanas...
Historias
de mis pesares
y de tus horitas malas.
Malagueñas, soleares
y seguiriyas gitanas...
Es el
saber popular,
que encierra todo el saber:
que es saber sufrir,
amar,
morirse y aborrecer.
Es el saber popular,
que encierra todo el saber.
Canto a Andalucía
Cádiz, salada
claridad. Granada,
agua oculta que llora.
Romana y mora, Córdoba callada.
Málaga cantaora.
Almería, dorada.
Plateado, Jaén. Huelva, la orilla
de las tres carabelas.
Y Sevilla.
Chouette
En
cualquier parte hay un espejo,
un poco de agua clara y un peine. Y si
la nena
es bonita, ¡ya esta! La noche pasa,
y el nuevo día llega.
Y no se te conoce
la batalla de amor ni a ti ni a ella.
Y luego, son dos vidas
separadas, ajenas,
dos mundos. Tú, al
trabajo
cotidiano, a la eterna
lucha, pequeña o grande, cosas de
hombre
archisabidas... Ella,
a dormir ya esperar la noche. Y viene
la noche, y la despierta.
Desnudos de mujer
¡Oh la dorada carne triunfadora
de esta gentil madona veneciana,
que ha sido Venus, Dánae, Diana,
Eva, Polymnia, Cipris y Pandora!...
¡Oh gloria de los ojos, golosina
eterna del mirar, dulce y
fecunda
carne de la mujer, suave y jocunda,
madre del Arte y del
vivir divina!
Húmedos labios a besar mil veces...
Líneas de lujuriantes
morbideces
que el veneciano sol dora y estuca...
¡Oh el delicioso seno torneado!...
¡Oh el cabello de oro
ensortijado
en el divino arranque de la nuca!
Dice la fuente...
No se callaba
la fuente,
no se callaba...
Reía,
saltaba,
charlaba... Y nadie sabía
lo que decía,
Clara, alegre,
polifónica,
columnilla salomónica
perforaba
el silencio del Poniente
y, gárrula, se empinaba
para ver el sol muriente.
No se callaba la fuente,
no se callaba...
Como vena
de la noche, su barrena,
plata fría,
encogía
y estiraba...
Subía,
bajaba,
charlaba... Y nadie sabía
lo que decía.
Cuando la aurora volvía...
Dolientes madrigales
Por una de
esas raras reflexiones
de la luz, que los físicos
explicarán
llenando
de fórmulas un libro...,
Mirándome las manos
-como
hacen los enfermos de continuo-,
veo la faceta de un diamante, en una
faceta del diamante de mi anillo,
reflejarse tu cara, mientas piensas
que divago o medito,
o sueño... He descubierto
por azar este medio
tan sencillo
de verte y ver tu corazón, que es otro
diamante puro
y limpio.
Cuando me muera, déjame
en el dedo este anillo.
Estoy muy mal... Sonrío
porque el desprecio del dolor me asiste,
porque aún miro lo bello en torno mío,
y... por lo triste que es el
estar triste.
Pero ya la fontana
del sentimiento mana
tan lenta
y silenciosa, que su canto,
sonoro otrora como risa, es llanto.
El camino de la muerte...
Es el camino de la muerte.
Es el camino de la vida...
En la frescura de las rosas
ve reparando. Y en las lindas
adolescentes. Y en los suaves
aromas de las tardes tibias.
Abraza los talles esbeltos
y besa las caras bonitas.
De
los sabores y colores
gusta. Y de la embriaguez divina.
Escucha
las músicas dulces.
Goza de la melancolía
de no saber, de no creer, de
soñar un
poco. Ama y olvida,
y atrás no mires. Y no creas
que tiene raíces
la dicha.
No habrás llegado hasta que todo
lo hayas perdido. Ve,
camina...
Es el camino de la muerte.
Es el camino de la vida.
El jardín gris
A Francisco Villaespesa
¡Jardín sin jardinero!
¡Viejo jardín,
viejo jardín sin
alma,
jardín muerto! Tus árboles
no agita el viento. En el estanque,
el agua
yace podrida. ¡Ni una onda! El pájaro
no se posa en tus ramas.
La verdinegra sombra
de tus hiedras contrasta
con la triste
blancura
de tus veredas áridas...
¡Jardín, jardín! ¿Qué tienes?
¡Tu soledad es tanta,
que no deja poesia a tu tristeza!
¡Llegando a ti, se muere la
mirada!
Cementerio sin tumbas...
Ni una voz, ni recuerdos, ni esperanza.
¡Jardín sin jardinero!
¡Viejo jardín,
viejo jardín sin alma!
El jardín negro
Es noche. La inmensa
palabra es silencio...
Hay entre los árboles
un grave
misterio...
El sonido duerme,
el color se ha muerto.
La fuente está
loca,
y mudo está el eco.
¿Te acuerdas?... En
vano
quisimos saberlo...
¡Qué raro! ¡Qué oscuro!
¡Aún crispa mis
nervios,
pasando ahora mismo
tan sólo el recuerdo,
como si rozado
me hubiera un momento
el ala peluda
de horrible murciélago!...
Ven, ¡mi amada!
Inclina
tu frente en mi pecho;
cerremos los ojos;
no oigamos,
callemos...
¡Como dos chiquillos
que tiemblan de miedo!
La luna aparece,
las nubes rompiendo...
La luna y la estatua
se dan un gran beso.
El querer
En tu boca
roja y fresca
beso, y mi sed no se apaga,
que en cada beso
quisiera
beber entera tu alma.
Me he enamorado de ti
y es enfermedad tan mala,
que ni la
muerte la cura,
¡bien lo saben los que aman!
Loco me pongo si escucho
el ruido de tu charla,
y el contacto
de tu mano
me da la vida y me mata.
Yo quisiera ser el aire
que toda entera te abraza,
yo quisiera
ser la sangre
que corre por tus entrañas.
Son las líneas de tu cuerpo
el modelo de mis ansias,
el camino
de mis besos
y el imán de mis miradas.
Siento al ceñir tu cintura
una duda que me mata
que quisiera
en un abrazo
todo tu cuerpo y tu alma.
Estoy enfermo de ti,
de curar no hay esperanza,
que en la sed
de este amor loco
tu eres mi sed y mi agua.
Maldita sea la hora
en que contemplé tu cara,
en que vi tus
ojos negros
y besé tus labios grana.
Maldita sea la sed
y maldita sea el agua,
maldito sea el
veneno
que envenena y que no mata.
En tu boca roja y fresca
beso, y mi sed no se apaga,
que en
cada beso quisiera
beber entera tu alma.
Elogio de la soleá
Canto de
soleares,
hondo cantar del corazón,
hondo cantar.
Reina de los cantares.
Madre del canto popular.
Llora tu son,
copla sin par.
Y en mi vacío corazón
se oye sonar
el De profundis del bordón...
Llora, cantar.
Encajes
Alma son de mis
cantares,
tus hechizos...
Besos, besos
a millares. Y en tus rizos,
besos, besos a millares.
¡Siempre amores! ¡Nunca amor!
Los placeres
van de
prisa:
una risa
y otra risa,
y mil nombres de mujeres,
y mil
hojas de jazmín
desgranadas
y ligeras...
Y son copas no apuradas,
y
miradas
pasajeras,
que desfloran nada más.
Desnudeces,
hermosuras,
carne tibia y morbideces,
elegancias y locuras...
No me quieras, no me
esperes...
¡No hay amor en los placeres!
¡No hay placer en el amor!
Fantasía de Puck
A Silvio Rebello
El hada pequeñita
de las piedras preciosas
que vive en un coral
busca al gnomo que habita
la corteza
rugosa
de un antiguo nogal.
Y, juntos, de la mano
para hacer travesuras,
aquella noche van,
como hermana y
hermano,
por las sendas oscuras
de la selva ideal...
Detrás va su cortejo
de dudas y sospechas...
Y una marcha triunfal
saluda al
crimen, viejo
que ruge y canta endechas
con su voz de puñal.
Van los presentimientos
junto a las intenciones...
Con los recuerdos van
los malos
pensamientos,
las locas tentaciones
ahogadas al brotar.
Todo lo que hay de
sueños
de otra vida perdido;
lo que pasó o vendrá.
Vagas curvas de
ensueños:
lo que casi no ha sido...,
lo que tal vez será...
Va, callado, cruzando
el cortejo discreto
por la selva ideal...
¡Viene el día
temblando...;
va a romper el secreto
la aurora al despuntar!...
Mas sólo vio, al
mostrarse,
una burbuja sobre
las olas del mar...
Y una cara borrarse
en la corteza pobre
del antiguo nogal.
Figulinas
A Jacinto Benavente
¡Qué bonita es la princesa!
¡Qué traviesa!
¡Qué bonita!
¡La princesa pequeñita
de los cuadros de Watteau!
¡Yo la miro, yo la admiro,
yo
la adoro!
Si suspira, yo suspiro;
si ella llora, también lloro;
si
ella ríe, río yo.
Cuando alegre la contemplo,
como ahora, me sonríe...
Y
otras veces su mirada
en los aires se deslíe,
pensativa...
¡Si parece que está
viva
la princesa de Watteau!
Al pasar la vista hiere,
elegante,
y ha de amarla quien la viere.
... Yo adivino en su
semblante
que ella goza, goza y quiere,
vive y ama, sufre y muere...
¡Como yo!
La buena canción
Vente conmigo y haremos
una chocita en el campo
y en ella nos meteremos.
¡Oh la paz, oh la paz, oh la bendita
paz de un paisaje matinal!...
¡Cristales
de mi ventana al campo!... ¡Oh la chocita
de la copla entre
los cañaverales!
Frente al sol generoso, junto al río
sonoro, en plena gloria de
la vega
andaluza -gitana que se entrega-,
bajo el azul turquí del
cielo mío.
¡Y un amor solo y grande, aquel primero
que floreció en la senda,
tan seguro
que aguarda siempre y sin quemarnos arde!...
¡Aquel primer amor, que fue el lucero
de la mañana y brilla ahora
tan puro
en la senda tranquila de la tarde!
La copla
Hasta que el pueblo las canta,
las coplas, coplas no son,
y cuando las canta el pueblo,
ya nadie sabe el autor.
Tal es la gloria, Guillén,
de los que escriben cantares:
oír decir a la gente
que no los ha escrito nadie.
Procura tú que tus coplas
vayan al pueblo a parar,
aunque dejen de ser tuyas
para ser de los demás.
Que, al fundir el corazón
en el alma popular,
lo que se pierde de nombre
se gana de eternidad.
La copla andaluza
Del placer que irrita,
y el amor, que ciega,
escuchad la canción, que recoge
la noche morena.
La noche sultana,
la noche andaluza,
que estremece la tierra y la carne
de aroma y lujuria.
Bajo el plenilunio,
como lagrimones,
Como goterones, sus cálidas notas
llueven los bordones.
Son melancolía
sonora, son ayes
de las otras cuerdas heridas, punzadas,
las notas vibrantes.
Y en el aire, húmedo
de aroma y lujuria,
levanta su vuelo -paloma rafeña-
la copla andaluza.
Dice de ojos negros
y de rojos labios,
de venganza, de olvido, de ausencia,
de amor y de engaño...
Y de desengaño.
De males y bienes,
de esperanza, de celos..., de cosas
de hombres y mujeres.
Y brota en los labios
soberbia y sencilla,
como brotan el agua en la fuente,
la sangre en la herida.
Y allá va en la n0che,
paloma rafeña,
a decir la verdad a lo lejos,
triste, clara y bella.
Del placer, que irrita,
y el amor, que ciega,
escuchad la canci6n, que recoge
la noche morena.
La karmesse
Del sol
flamenco a las postreras llamas
entre escarlatas, oro y brocado;
-carmín y nácar- por el bello prado,
ricos galanes y esplendentes
damas.
Ella
escuchaba la frase violadora,
jugoso el labio, jadeante el pecho,
los ojos anegados... El implora,
el blando césped convertido en
lecho.
Las ricas
vestiduras opulentas
desordena la torpe mano ardiente,
en ansia de
las formas suculentas.
Y en las
cárdenas brasas del poniente
sus flechas, surge, a disparar
sangrientas
un cupido rechoncho y sonriente.
La primavera
¡Oh, el sotto voce
balbuciente, oscuro,
de la primer lujuria!... ¡Oh, la delicia
del beso
adolescente, casi puro!...
¡Oh, el no saber de la primer caricia!...
¡Despertarse de amor entre
cantares
y humedad del jardín, llanto sin pena,
divina enfermedad que
el alma llena,
primera mancha de los azahares!...
Angel, niño, mujer.... Los
sensuales
ojos adormilados y anegados
en inauditas savias
incipientes...
¡Y los rostros de almendra,
virginales,
como flores al sol aurirrosados,
en los campos de mayo
sonrientes!
Las mujeres de Romero de Torres
Rico pan de esta carne morena, moldeada
en un aire caricia de
suspiro y aroma...
Sirena encantadora y amante fascinada,
los
cuellos enarcados, de sierpe o de paloma...
Vuestros nombres, de menta y de ilusión sabemos:
Carmen, Lola,
Rosario... Evocación del goce,
Adela... Las Mujeres que todos
conocemos,
que todos conocemos ¡y nadie las conoce!
Naranjos, limoneros, jardines, olivares,
lujuria de la tierra,
divina y sensual,
que vigila la augusta presencia del ciprés.
En este fondo, esencia de flores y cantares,
os fijó para siempre
el pincel inmortal
de nuestro inenarrable Leonardo cordobés.
Melancolía
Me siento,
a veces, triste
como una tarde del otoño viejo;
de saudades sin nombre,
de
penas melancólicas tan lleno...
Mi pensamiento, entonces,
vaga junto a las tumbas de los muertos
y en torno a los cipreses y a los sauces
que, abatidos, se
inclinan... Y me acuerdo
de historias tristes, sin poesia... Historias
que tienen casi
blancos mis cabellos.
Misterio
En sueños
te conocí,
y, del amor peregrino,
he adivinado el camino
para
llegar hasta ti.
Tras de aquel sueño corrí
con el dulce y loco
empeño
de ser tu esclavo y tu dueño...
Pero aún tú no me contaste
por qué camino llegaste
a penetrar en mi sueño.
Morir, dormir
-Hijo, para
descansar
es necesario dormir,
no pensar,
no soñar,
-Madre, para descansar,
morir.
Música di camera
Ya
galantes no más y delicados
madrigales haré -para las flores
y las
mujeres-, sobrios de colores
y vagamente estilizados.
Pintaré la
preciosa
gota de sangre, roja como guinda,
en el pétalo rosa del dedo de
Luscinda,
al coger una rosa.
O diré los
alegros
(silenciosos y ardientes)
de las niñas de los ojos,
de
las niñas de los ojos negros...
Y charlaré como las fuentes...
Consuelo,
tu nombre me sabía
igual que un caramelo.
¡Qué pobre
soy desde que me falta
el oro de tu pelo!...
Tus ojos
azules no me miran,
y para mí no hay cielo...
¡Consuelo!
Ocaso
Era un suspiro lánguido y
sonoro
la voz del mar aquella tarde... El día,
no queriendo morir, con
garras de oro
de los acantilados se prendía.
Pero su seno el mar alzó potente,
y el sol, al fin, como en soberbio
lecho,
hundió en las olas la dorada frente,
en una brasa cárdena
deshecho.
Para mi pobre cuerpo dolorido,
para mi triste alma lacerada,
para
mi yerto corazón herido,
para mi amarga vida fatigada...
¡el mar amado, el mar apetecido,
el mar, el mar, y no pensar nada...!
Oriente flores
A Ramón del Valle Inclán
Antonio, en los acentos de Cleopatra encantado,
la copa de oro
olvida que está de néctar llena.
Y, creyente en los sueños que evoca la sirena,
toda en los ojos
tiene su alma de soldado.
La reina, hoja tras hoja, deshojando sus flores,
en la copa
de Antonio las deja dulcemente...
Y prosigue su cuento de batallas y amores,
aprendido en las
magas tradiciones de Oriente...
Detiénese... Y Antonio ve su copa olvidada...
Mas pone ella
la mano sobre el borde de oro,
y, sonriendo, lenta hacia sí la retira...
Después, siempre a
los ojos del guerrero asomada,
sella sus gruesos labios con un beso sonoro...
Y da la copa a un
siervo, que la bebe y expira...
Otoño
En el parque, yo
solo...
Han cerrado
y, olvidado
en el parque viejo, solo
me han dejado.
La hoja seca,
vagamente,
indolente,
roza el suelo...
Nada sé,
nada quiero,
nada espero.
Nada...
Solo
en el parque
me han dejado
olvidado,
y han cerrado.
Puente
genil
De celeste y blanco
viste el pueblecillo...,
de blanco y celeste.
Y el viejo a lo noble,
joven a lo alegre,
con sus dos colores
de blanco y celeste.
De árabe pasado
su sabor no pierde,
pero es hace siglos
cristiano ferviente...
Ora, ríe, canta,
de blanco y celeste.
En él no hay más negro
que ojos de mujeres
y rizos de ébano
sobré blancas sienes.
Lo demás, hermanos,
es blanco y celeste.
Viva luz lo inunda,
y, cuando al Poniente
llega el sol, perfuma
el aire... Y parece
como que un cariño
flota en el ambiente.
Lleno de poesia
y de pena alegre,
dejad me que llore,
que cante y que rece...,
porque aquí las horas
no sé lo que tienen,
que invaden el alma
de blanco y celeste.
Sandro Boticelli
La
primavera
¡Oh el sotto voce balbuciente, oscuro,
de la primer lujuria!...
¡Oh la delicia
del beso adolescente, casi puro!...
¡Oh el no saber
de la primer caricia!
Despertase
de amor entre cantares
y humedad de jardín, llanto sin pena,
divina enfermedad que el alma llena,
primera mancha de los
azahares!...
Angel,
niño, mujer,.. Los sensuales
ojos adormilados y anegados
en
inauditas savias incipientes...
¡Y los
rostros de almendra, virginales,
como flores al sol, aurirrosados,
en los campos de mayo sonrientes!...
Sé buena. Es el secreto. Llora, o
ríe de veras...
I
Sé buena.
Es el secreto. Llora, o ríe de veras.
Que se asome a tus ojos y a tus
labios de grana
la ternura de tu corazón, sin las hueras
flores de
trapo de la retórica vana.
¡Oh la sabiduría en amor! ¡Si tú vieras!...
Es tan corta, que
linda con la tortura insana
de una pasión conceptuosa y sus maneras...
Sé buena. Es el secreto. Sé mi amante y mi hermana.
Con tus ojos azules y tu pelo de oro,
sé consecuente. El Ars Amandi
da al olvido.
Quema tu alma en el ara del amor soberano.
No pretendas vencer. Ríndete. Y que el tesoro
de tu hermosura sea
dulcemente ofrecido,
como al sediento un sorbo de agua pura en la mano.
II
Y en una dulce convalecencia, una mañana
limpia y azul como tus
ojos, una
de esas mañanas de cristal y grana
que aun dejan ver el
pulido semblante de la luna,
pasearemos la gloria -dulce paz sin victoria-
de nuestro amor
tranquilo, bajo del claro cielo...
Y dirá el agua pura nuestra sencilla
historia.
Y nuestras sombras débiles, juntas llevará el suelo.
El campo verde joven, bañado por la brisa,
movido así tan tenue
por tu alocada risa
feliz, recorreremos. Y tú conmigo, sola,
en el paisaje inmenso, en el aire fragante,
divinamente mudo, me
tenderás, amante,
tus rojos labios como una roja amapola.
Se perdió en las
vagas selvas de un ensueño...
A Miguel Sawa
Se perdió en las vagas
selvas de un ensueño,
y sólo de espaldas
la vi desde
lejos...
Como una caricia
dorada, el cabello,
tendido, sus hombros
cubría. Y, al verlo,
siguióla mi alma
y fuese muy lejos,
dejándome solo,
no sé si dormido o despierto.
Se fue hasta el
castillo
del burgrave fiero,
que está en la alta roca:
los puentes
cayeron
y se despertaron
los sones del hierro.
Pasamos... Mi alma,
tras ella corriendo,
dejándome solo,
no sé si dormido o
despierto.
Se fue hasta las verdes
llanuras de Jonia; y el templo
cruzó de Partenes.
Del mármol
eterno
dejó las regiones...
Y se fue más lejos
con mi alma,
dejándome solo,
no sé si dormido o despierto.
Oro y negras piedras,
y muros inmensos,
y tumbas enormes
-sepulcro de un pueblo
que mira hacia Oriente
con sus ojos muertos-.
Siguió... Y
arrastraba
mi alma más lejos,
dejándome solo,
no sé si dormido o
despierto.
Siguió; entre menhires
pasamos y horrendos
despojos de fieras...
Siguió; y a lo
lejos,
perdióse en las selvas
oscuras del sueño
dejándome solo,
no sé si dormido o despierto.
¿Te acuerdas?
Es noche. La
inmensa
palabra es silencio...
Hay entre los árboles
un grave
misterio...
El sonido duerme,
el color se ha muerto.
La fuente está loca,
y mudo está el eco.
¿Te acuerdas?... En vano
quisimos saberlo...
¡Qué raro! ¡Qué oscuro!
¡Aún crispa mis
nervios,
pasando ahora mismo
tan sólo el recuerdo,
como si rozado
me
hubiera un momento
el ala peluda
de horrible murciélago!...
Ven, ¡mi amada!
Inclina
tu frente en mi pecho;
cerremos los ojos;
no oigamos,
callemos...
¡Como dos chiquillos
que tiemblan de miedo!
La luna aparece,
las
nubes rompiendo...
La luna y la estatua
se dan un gran beso...
Verano
Frutales
cargados.
Dorados
trigales...
Cristales
ahumados.
Quemados
jarales...
Umbría
sequía,
solano...
Paleta
completa:
verano.