"...Amor que tornas, entra. Te aguardaba.
Temía tu regreso, y lo deseaba.
Toma, no pidas, porque tuyo es todo..."
Miranda
Gary Banfield
Reseña biograficaPoeta
chileno nacido en La Serena en 1878.
Desde muy corta edad mostró una
marcada preferencia por la poesia y las letras, constituyéndose con el
correr
del tiempo en una destacada figura del panorama literario de su
país.
Perteneció al Grupo de los Diez, pequeño círculo de
intelectuales de variadas actividades, cuya creación artística
se inspiraba en los postulados de León Tolstoi.
Aunque falleció a la
edad de 48 años, dejó una amplia obra poética reunida en «Facetas», «La
casa junto al mar»
y «Florilegio». ©
Adoración
Alma mía
Amor
Ansiedad
Apaisement
Aquella tarde
De mis días tristes
El baño
El buen olvido
El paseo solitario
El regreso
El
rompimiento
El vendimiador a su amada
Jamás
La niña jadeante
Mañana gris
Marina
Nadie ve, ni tú misma...
Por la orilla del mar
¿Recuerdas?
Sobremesa alegre
Adoración
Tus manos presurosas se
afanaron y luego,
como un montón de sombra, cayó el traje a tus pies,
y confiadamente, con divino sosiego,
surgió ante mí tu virgen y suave
desnudez.
Tu cuerpo fino,
elástico, su esbelta gracia erguía.
Eras en la penumbra como una
claridad.
Era un cálido velo que toda te envolvía,
la inefable
dulzura de tu serenidad.
Con el alma en los ojos
te contemplé extasiado.
Fui a pronunciar tu nombre y me quedé sin
voz....
Y por mi ser entero pasó un temblor sagrado,
como si en
ti, desnuda, se me mostrara Dios.
Alma mía, pobre alma mía...
Alma mía, pobre alma mía,
tan solitaria en tu dolor.
Enferma
estás de poesia,
alma mía llena de amor.
Crees que la vida es un cuento,
crees que vivir es soñar...
Pobre alma sin entendimiento,
hora es esta de razonar.
Ve que la vida no es aquella
que te forjaste en tu candor:
la
vida con amor es bella,
pero es más bella sin amor.
Ve, alma mía, pobre alma mía
ve y empéñate en comprender
que
el amor es melancolía
y es amargura la mujer.
Sin amor y sin sentimiento
serás fuerte, podrás triunfar.
Alma, la vida no es un cuento;
alma, el vivir no es el soñar.
Que en ti el vivir no deje huella
ni de placer ni de dolor:
la
vida con amor es bella,
pero es más bella sin amor.
Sé cauta, sé diestra, sé fría;
no te dejes enternecer
que es
el amor a la mujer
por tu amor a la poesia.
Coge, alma, la flor del momento
y
no la quieras conservar.
Si se marchita, échala al viento,
que lo
demás fuera soñar.
Esta mujer es como aquélla:
todas son fuente de dolor.
Alma
mía, la vida es bella,
pero es más bella sin amor.
Y mi alma dijo: «En mi embeleso
oí tu voz como un cantar.
¿Sabes? Soñaba con un beso
robado a orillas de la mar.
Amor
Amor que vida pones en
mi muerte
como una milagrosa primavera:
ido ya te creí, porque en
la espera,
amor, desesperaba de tenerte.
era el sueño tan largo
y tan inerte,
que si con vigor tanto no sintiera
tu renacer,
dudara, y te creyera,
amor, sólo un engaño de la suerte.
Mas te conozco bien, y
tan sabido
mi corazón, te tiene, que, dolido,
sonríe y quiere
huirte y no halla modo.
Amor que tornas, entra.
Te aguardaba.
Temía tu regreso, y lo deseaba.
Toma, no pidas,
porque tuyo es todo.
Ansiedad
Ella:
Sus ojos suplicantes me pidieron
una tierna mirada, y por piedad
mis ojos se posaron en los suyos...
Pero él me dijo : ¡más!
Sus ojos suplicantes me pidieron
una dulce sonrisa, y por piedad
mis labios sonrieron a sus ojos...
Pero él me dijo : ¡más!
Sus manos suplicantes me pidieron
que les diera las mías, y en mi
afán
de contentarlo, le entregué mis manos...
Pero él me dijo :
¡más!
Sus labios suplicantes me pidieron
que les diera mi boca, y por
gustar
sus besos, le entregué mi boca trémula...
Pero él me dijo :
¡más!
Su ser, en una súplica suprema,
me pidió toda, ¡toda!, y por
saciar
mi devorante sed fui toda suya
Pero él me dijo: ¡más!
Él:
La pedí una mirada, y al
mirarme
brillaba en sus pupilas la piedad,
y sus ojos parece que
decían:
¡No puedo darte más!
La pedí una sonrisa. Al sonreírme
sonreía en sus labios la
piedad,
y sus ojos parece que decían:
¡No puedo darte más!
La pedí que sus manos
me entregara
y al oprimir las mías con afán,
parece que en la
sombra me decía:
¡No puedo darte más!
La pedí un beso, ¡un beso!, y al dejarme
sobre sus labios el amor
gustar,
me decía su boca toda trémula:
¡No puedo darte más!
La pedí en una súplica suprema,
que me diera su ser..., y al
estrechar
su cuerpo contra el mío, me decía:
¡No puedo darte más!
Apaisement
Tus ojos y mis ojos se
contemplan
en la quietud crepuscular.
Nos bebemos el alma
lentamente
y se nos duerme el desear.
Como dos niños que
jamás supieron
de los ardores del amor,
en la paz de la tarde nos
miramos
con novedad de corazón.
Violeta era el color de
la montaña.
Ahora azul, azul está.
Era una soledad el cielo. Ahora
por él la luna de oro va.
Me sabes tuyo, te
recuerdo mía.
Somos el hombre y la mujer.
Conscientes de ser
nuestros nos miramos
en el sereno atardecer.
Son del color del agua
tus pupilas:
del color del agua del amar.
Desnuda, en ellas se
sumerge mi alma,
con sed de amor y eternidad.
Aquella tarde única se ha quedado en mi
alma...
Aquella tarde única se
ha quedado en mi alma.
Su luz flota en la sombra de mi noche
interior.
Sólo una fugitiva
vislumbre en la ventana,
sólo un azul reflejo, nada más que un vapor
de luz que se filtraba por las breves junturas,
sólo un vaho de
cielo, no más que una ilusión
de claridad fluyendo por entre los
postigos.
Nada más que el ensueño de aquel suave fulgor.
Sólo esa fugitiva
vislumbre en la ventana.
No más. Y en la penumbra, libres al fin, tú
y yo.
En silencio llegaba yo al fondo de la dicha;
con infantil
dulzura, tú gemías de amor.
Sólo el azul reflejo de
aquella tarde única...
¿No ves tú en la ventana? ¿No ves tú? Quizá
no.
Acaso no lo viste, porque cuando yo inmóvil
me quedé
contemplando aquel suave fulgor,
tú en aquellos momentos de lánguido
reposo
dormías dulcemente sobre mi corazón.
Veo la fugitiva
vislumbre en la ventana,
oigo el ritmo apacible de tu respiración.
Te siento. En la penumbra te siento. Eres tú misma
que te duermes, ya
mía, sobre mi corazón.
De mis días tristes
Quedo, muy quedo penetré a tu alcoba
y ahogando el rumor de mis
pisadas.
Avancé...
Ya la luz desfallecía.
El aposento sumergido
estaba
en una claridad tenue y dudosa;
y era esa claridad así tan
lánguida
como la suave luz de tus pupilas
cuando mi boca
febriciente y ávida
muerde la dulce carne de tus labios...
Entonces languidecen tus miradas
con desfallecimientos de crepúsculo.
En el limpio cristal de la ventana
agonizan reflejos purpurinos
y las sombras germinan en la estancia.
como un florecimiento de
tristezas
en los pliegues recónditos de un alma.
Flota un
vago perfume... Así el perfume
de tu alma de mujer enamorada.
Así
tan leve, así tan vago... Acaso
este perfume delicioso es tu alma!
Acaso este perfume es el espíritu
de aquellas pobres rosas deshojadas
que por buscar el sol del vaso huyeron
y sin sol se quedaron y sin
agua...
Acaso este perfume delicioso
así tan leve, así tan vago,
es tu alma!
Aquí la mesa pequeñita en donde
llorando escribes tus amantes
cartas:
allí tu traje rosa, cuya seda
el tibio aroma de tu cuerpo
guarda;
allá en el muro, hundida en la penumbra,
la silueta
borrosa de una santa;
acá el vacío espejo de Venecia
como un pozo
de sombra, y de la estancia
en un ángulo oscuro, el blanco lecho,
como un altar de albura inmaculada!
De rodillas caí junto a aquel lecho
y convulso de amor besé la
almohada,
y el tibio aroma de tu carne virgen
busqué, besando las
revueltas sábanas
que ajé ardorosamente en mi locura...
Y hallé las dulces huellas que buscaba
y el tibio aroma de tu
cuerpo amado
llegó hasta el fondo mismo de mi alma.
Y lloré de placer y de amargura,
y amoroso besé, mordí con rabia
y fué un delirio enorme y angustioso...
Temblé.
Miré en redor y mi mirada
se hundió en la negra sombra de la noche.
Sentí fuego en los ojos... Eran lágrimas.
Tambaleando salí,
como un demente,
y abierta y sola se quedó tu estancia...
El baño
A Pedro Gil
En un rincón discreto del parque legendario
sus muros que
recubren viejas enredaderas
alza el baño, al través de las brumas
ligeras
que suben de la tierra como de un incensario.
Dentro de la vacía piscina un solitario
sauce va dejando caer sus
postrimeras
hojas. mientras los sapos desde sus madrigueras
gargarizan las notas de un vibrante rosario.
Dentro de la vacía piscina un solitario
sauce va dejando caer sus
postrimeras
hojas, mientras los sapos desde sus madrigueras
gargarizan las notas de un vibrante rosario.
Flota en aquel recinto misterioso el ensueño
de las blancas
mujeres que con reír sonoro
se hundieron en el agua de la piscina
aquella.
Todo habla de caricias, y hasta un rayo risueño
del sol poniente,
vuela como un beso de oro
que buscara una boca para posarse en ella.
El buen olvido
¡Hace ya tanto tiempo!
Te creí tan distante,
tan perdida en el hondo sendero del olvido,
y ha bastado esta noche tranquila e inquietante,
y han bastado este
aroma en el aire doemido,
y estas sombras profundas y este vago
claror
de la luna en creciente, para que yo te tienda
mi alma a
través de todo, como una buena senda
lunada de esperanza y olorosa de
amor.
Porque olvidé tus
besos, tengo sed de tu boca,
porque olvidé tu acento, tengo ansias de
tu voz,
porque olvidé tu alma, mi alma ahora te evoca
al pie de la
montaña, bajo el cielo de dios.
Amada, ¿ves la luna?
Dame, dame tu mano.
Dame también tus labios. seremos como hermano
y hermana. Nos iremos por el vago sendero
que se interna en la noche.
Nos seguirá un austero
silencio, y poco a poco será el buen recordar.
roces, palabras, besos.
¡Te creí tan distante!
Y en la pálida noche, el placer fulgurante
de sentirnos de nuevo, de volvernos a hallar.
El paseo solitario
Ya estoy solo, mi amor. Tras el penoso
ascender por atajos y
quebradas
domino la extensión del mar ruidoso,
cuyas olas se
rompen en cascadas
al pie del farellón en que reposo.
El mar, la soledad... Allá la ardiente
fulguración del sol que ya
declina,
y abajo un remover de espuma hirviente
y un chorrear de
agua cristalina
que está corriendo interminablemente.
El mar y el cielo en lo alto separados
poco a poco se acercan, se
confunden,
cual dos enormes cuerpos enarcados
y ya en el
horizonte, ambos se funden
como en un beso dos enamorados.
* * *
Ya estoy solo, mi amor. Estar contigo
en esta soledad fuera mi
anhelo;
solos ante el océano, al abrigo
de estas rocas y bajo este
áureo cielo
que alegre ríe como un rostro amigo.
Tener sobre mi hombro reclinada
tu cabeza y posar en tus pupilas
mis ojos y beber la luz dorada
de tus pupilas verdes y tranquilas
que miran como un mar hecho mirada.
Tenerte aquí mientras el mar desflora
sus espumas jugando entre
las peñas;
tenerte aquí, sobre esta erguida roca
y preguntarte
suavemente: -¿sueñas?
y unir después mi boca con tu boca
* * *
Para
decirte lo que mi alma amante
callada guarda, pues no halló el
momento
de decírtelo a solas y anhelante
contarle todo, todo lo
que siento,
quisiera estar contigo en este instante.
Aquí en la soledad, a la difusa
claridad del crepúsculo marino,
encendida en amor mi alma y confusa
de placer, te hablaría en el
divino
idioma en que el poeta habla a su musa.
Aquí en la soledad, de este paraje
donde ojos no hay que miren a
hurtadillas
ni oídos prestos al espionaje,
yo a tus pies caería de
rodillas
como cae ante el ídolo el salvaje...
* * *
Ya estoy solo, mi amor. El viento azota
las olas que en rebaños
tumultuosos
atropelladas van. Un barco flota
y abre y cierra sus
remos luminosos
en un blanco aleteo de gaviota.
Y prefiero estar solo, amada mía,
porque allá al lado tuyo está
el tormento
de ver que en todo hay un mirar que espía,
de hallar
en todo un escuchar atento
que oye cuanto mi boca te confía.
Sí! Prefiero estar lejos del encanto
que de tu ser divino se
desprende
y recordar tu imagen que amo tanto
mientras resuena el
mar y el cielo enciende
las luminosas flores de su manto.
* * *
Porque en la soledad amplia y desnuda
que me envuelve, mi boca se
liberta
de la mordaza que la tiene muda
y con gran voz te llama y
no despierta
ni un eco hostil mi voz ardiente y ruda.
Porque en la soledad te llamo y vienes
ya mí te acercas llena de
ternura
y me dejas besar tus blancas sienes
y el prodigio admirar
de tu hermosura
sin que las ansias de mi amor refrenes.
Porque en la soledad con alegría,
vienes al lado mío y soy tu
dueño;
porque en la soledad mi fantasía
realiza en ti su más
soñado sueño
y en mis brazos te estrecho, y eres mía!
* * *
Va la luna bogando como una
barca que se tumbó del lado
izquierdo.
Volveré por aquella blanca duna
y alumbrarán mi senda
tu recuerdo
y la luz misteriosa de la luna.
El regreso
Me detuve en la
entreabierta
puerta de mi oscuro hogar
y besó mi boca yerta
aquella bendita puerta
que me convidaba a entrar.
Mi corazón fatigado
de luchar y de sufrir,
cuando escuchó el sosegado
rumor del hogar
amado
de nuevo empezó a latir.
Fue como el lento
regreso
de la muerte hacia la vida,
como quien despierta ileso
tras fatal caída al beso
de alguna boca querida.
Adentro una voz serena
decía cosas triviales
y había un dejo de pena
en esa voz suave y
llena
de cadencias musicales.
La voz suave de la
esposa
despertó mi corazón,
aquella voz amorosa
que en otra
edad venturosa
me arrulló con su canción.
Desfallecido de tanto
batallar y padecer,
llevando en los ojos llanto
y en el alma
desencanto
llegué ante aquella mujer.
Caí junto a su regazo
y en él mi cabeza hundí,
y unidos en mudo abrazo
de nuevo atamos
el lazo
que en mi locura rompí.
Ni reproches ni
gemidos...
sólo frases de perdón
brotaron de esos queridos
labios empalidecidos
por tanta y tanta aflicción.
«Llora, llora -me
decía-.
Yo sé que llorar es bueno»...
Mudo mi llanto caía
y
ella mi llanto bebía
y me estrechaba a su seno.
Nunca, nunca he de
olvidar
sus palabras de cariño
ni el amoroso cantar
con que
tras lento llorar
me hizo dormir como a un niño.
El rompimiento
En un chispazo de orgullo,
o de dignidad (y creo
que quizás fue de
amor propio)
la eché en cara mi desprecio.
Ello quiso disculparse,
quiso defenderse, pero
yo no lo
escuché y entonces
su boca guardó silencio.
Calló su boca y hablaron
sus ojos. ¡Lo que dijeron
esos
adorados ojos
en su mirar altanero!
Aún me parece mirarlos.
Me parece que aún siento
cómo rasgo mi
alma el filo
de esa mirada de hielo.
Y nos separamos. Ella,
dominando en un esfuerzo
de valentía el
desmayo
de su alma y de su cuerpo.
Yo con las pupilas húmedas
y con un nudo en el pecho,
sin
saber adonde iría,
tambaleando como un ebrio.
Y poco a poco, a medida
que caminaba y más lejos
veía su casa
muda,
más crecía mi tormento.
Era un dolor crüel, como
si me arrancaran los nervios.
Era
como si mi alma
se hubiera quedado dentro
de aquella casa querida
y al alejarse mi cuerpo
tirara de ella
y sus fibras
fuera una a una rompiendo!
* * *
Pasan y pasan los días
y no pasa mi tormento:
mi alma sigue
allá prendida
y tira de ella mi cuerpo.
Y es una angustia constante,
y es un padecer eterno
y es un
sufrir sin alivio
y es un dolor sin consuelo.
Continuamente en mis labios
está el sabor de sus besos;
continuamente me embriaga
el aroma de su cuerpo.
Para ella, al despertar,
es mi primer pensamiento:
y estoy en
ella pensando
a toda hora y momento.
Cuando por la noche apago
la lámpara, en ella pienso
y en el
fondo de la sombra
la ven mis ojos abiertos.
La ven mis ojos, erguido
el alto y hermoso cuerpo,
tan bella
como la Virgen
María que está en los cielos.
Y hallo que mi almohada es dura
y helada, helada la siento
porque una vez mi cabeza
recliné sobre su seno.
Y cuando
desfallecido
de sufrir los ojos cierro,
mi espíritu está con ella
y ella está en todos mis sueños.
* * *
Maldito
orgullo y maldita
dignidad de aquel momento!
Creí que ya no la
amaba
y estoy por su amor muriendo...
El vendimiador a su amada
En los frescos lagares
duerme el zumo oloroso
de las uvas maduras. Turbador, amoroso,
es
el vapor que sube de los frescos lagares.
¡Y tu aliento oloroso
como los azahares!
Ayer, cuando en la viña
cogías los maduros
racimos, yo observaba los finos, los seguros
perfiles de tus amplias caderas y los llenos
contornos de tus breves
y poderosos senos.
El sol quemaba el aire,
y caía, caía
sobre mí, y en mi alma no sé qué florecía.
Algo en mí
germinaba; algo ardiente, algo rudo.
¡Y tus ojos brillantes y tu cuello desnudo!
* * *
Ayer, cuando en la viña
bañada en sol cogías
los racimos maduros, advertí que reías
con
una risa nueva. Tus labios se esponjaban
húmedos, deliciosos... Y los
míos temblaban.
En torno a ti agrupábanse todas tus compañeras.
¡Y la sencilla falda
ciñendo tus caderas!
* * *
Cuando me quedé solo
bajo el sol irritante
descubrieron mis ojos aquel bosque distante
de amarillentos álamos. Nunca había advertido
que existiera aquel
bello bosque desconocido.
Caminando por entre las
vides deshojadas,
ahuyentando a mi paso las sonoras bandadas
de
los pájaros, fuime hacia aquel bosquecillo.
Como oro al sol brillaba
su follaje amarillo.
Allí, en aquel boscaje,
todo, todo es amable.
Allí las zarzas tejen un muro impenetrable
y
se esparcen las hojas por el suelo, formando
como un alfombra de oro.
¡Si supieras qué blando
tapiz es el que forman las hojas amarillas!
Allí hay rumor de
insectos y cantos de avecillas
pero nada perturba la calma deseada...
¡Y tus labios henchidos
cual fruta sazonada!
* * *
Me interné todo trémulo
por aquel bosquecillo
y allí oculto, allí estuve hasta que cantó el
grillo
¿Por qué te esperé tanto? ¿Por qué creí que irías?
* * *
Al regreso las sendas
todas eran sombrías...
Jamás
Ante nosotros las olas
corren, corren sin cesar,
como si algo persiguieran
sin alcanzarlo
jamás.
Dice la esposa: ¿No es cierto
que nunca habrás de tornar
junto
a esa mujer lejana?
Y yo contesto: ¡Jamás!
Ella pregunta: ¿No es cierto
que ya nunca volverás
a celebrar
su hermosura?
Y yo contesto: ¡Jamás!
Ella interroga: ¿No es cierto
que nunca habrás de soñar
con
sus fatales caricias?
Y yo respondo: ¡Jamás!
Las olas, mientras hablamos,
corren, corren sin cesar,
como si
algo persiguieran
sin alcanzarlo jamás.
Dice la esposa: ¿No es cierto
que nunca me has de olvidar
para
pensar sólo en ella?
Y yo le digo: ¡Jamás!
Ella pregunta: ¿No es cierto
que ya nunca la amarás
como la
amaste hasta ahora?
Y yo contesto: ¡Jamás!
Ella interroga: ¿No es cierto
que su imagen borrarás
de tu
mente y de tu alma?
Y yo murmuro: ¡Jamás...!
Los dos callamos. Las olas
corren, corren sin cesar,
como si
algo persiguieran
sin alcanzarlo jamás.
La niña jadeante
Te llegas junto a mí, toda agitada
como tras de un divino y largo
esfuerzo.
Es un cansancio alegre el que te inquieta,
como el cansancio
alegre del que alcanza
con porfiada labor un regocijo.
Tus labios me sonríen entreabiertos
y por ellos se escapa el
fuerte soplo
de tu respiración, y cuando luego
tus labios se
reúnen, se dilatan
los nerviosos y finos agujeros
de tu nariz.
Con tu cansancio alegre.
con el ondear de tus redondos senos,
con
el rodar de tus sedosas trenzas,
con el fuego de vida en que está
envuelto
todo tu ser, pareces, niña ingenua,
una bacante de vestir
moderno.
Seductora inconsciente, encantadora
que ignoras, castamente, los
efectos
de tus vivos encantos, tus pupilas
miran con limpidez, sin
ver que dentro
de las mías se yergue amenazante
una hambrienta
manada de deseos.
Mañana gris
Flota la
niebla sobre el mar.
Flota la niebla
y es como un sueño blanco y misterioso
vagando
sobre un alma entristecida;
como el vapor de un sueño melancólico
al aclarar de un triste día.
Flota
la niebla.
Sobre el
mar la niebla es como
un ensueño flotando sobre una alma:
un
ensueño muy íntimo, muy hondo
y muy blanco, por cuya blanca bruma
fuera temblando un desfilar borroso
de pensamientos tristes, como
sombras
al través de la niebla; y en el fondo
de aquel ensueño
blanco, lentas, lentas
van las barcas. Aquellas que ni al soplo
del viento, ni al empuje formidable
del vapor abandonan su reposo.
Aquellas que se mueven solamente
cuando se arquean los fornidos
torsos
de los barqueros, y los remos se hunden
en el inflado
vientre tembloroso
del agua.
Van las
barcas y el prodigio
de la niebla agiganta sus contornos.
Envueltas en la bruma van las barcas.
Van como pensamientos dolorosos
que huyeran al través de un sueño blanco.
Y mudas como en un cinematógrafo
se encogen y alargan las
siluetas
de los que van remando con monótono,
pausado compás.
Aquellas barcas.
con su deslizamiento silencioso,
parecen los
espectros de las naves
que el océano atrajo hasta su fondo.
Son
como lenta procesión de sombras
tras la bruma de un velo tembloroso.
Del blanco abismo de la blanca niebla
se escapan grifos
prolongados, chorros
de sonidos que vibran en el aire
con rumor de
aletazos. Un sonoro
silbido arranca y de onda en onda vuela
como
un grito salvaje.
Sobre el dorso
del infinito mar, la blanca niebla
duerme su sueño
inmóvil.
Poco a poco
se deslizan las barcas como espectros
al través de un
ensueño melancólico.
Marina
Tus
ojos me han llamado.
Hacia ti has atraído mis deseos,
como la luna
atrae
las olas de la mar.
Tus ojos buenos
me han dicho «ven, acércate» y en mi alma
las alas
han abierto
los impulsos de amor, como gaviotas
que ya emprenden
el vuelo.
En torno a ti, mi amada,
vuelan mis sentimientos
en ronda
infatigable.
Pájaros de la mar parecen ellos.
Pájaros de la mar, que en
dilatado
círculo giran, giran, sin sosiego.
Cuando las veas descender, acógelos
con amor y en silencio.
Deja a la banda de nerviosos pájaros
posarse sobre ti.
Seas en medio
del mar enorme, cual peñón desnudo
que brilla al
sol. vibrante de aleteos.
Nadie ve, ni tú misma...
Como el rayo de sol que envuelve al árbol
y que hace florecer
todas sus ramas;
como la onda de agua cristalina
que da al rugoso
tronco fresca savia,
así en redor de mí, como un divino
efluvio
que hace florecer mi alma,
así como la onda cristalina,
dándome un
vigor nuevo estás, mi amada.
Como la flor su aroma, como el rayo
de sol su aura ardiente, como
el agua
su frescura vital, así te llevo
conmigo, así de mí nunca
te apartas.
Ante mi vista erguida te hallo siempre,
siempre estás
al final de mis miradas:
te ven mis ojos cuando estoy despierto,
y
si dormido estoy te ve mi alma.
Aunque nunca se unieron nuestras bocas
y nunca nuestros brazos en
guirnalda
de amor entrelazáronse mis labios
están sobre tu boca perfumada
continuamente. Nadie, ni tú misma,
nadie ve con qué dulce, con qué blanda
suavidad van mis labios
oprimiendo
tu boca tan pequeña y tan amada...
Nadie ve, nadie ve cómo rodean
mis brazos tu cintura delicada;
cómo mi cuerpo roza el cuerpo tuyo,
cómo te estrecho a mí, cómo te
palpan
mis manos temblorosas. Nadie advierte
cómo, ávido de ti,
caigo a tus plantas!
Nadie ve, ni tú misma, que te adoro
con toda
la ternura de mi alma...
Por la orilla del mar
A la caída del sol,
por la playa inmensa y sola,
de frente al
viento marino
nuestros caballos galopan.
Es el horizonte de oro,
oro es la mar y oro arrojan
los cascos
de los caballos
al chapotear en las olas.
En blancos grupos contemplan
caer el sol las gaviotas;
mas, al
acercarnos, vuelan
en bandadas tumultuosas.
Pesadamente se alejan
sobre las revueltas olas
y abátense a la
distancia
trazando una curva airosa.
Alcance pronto les damos
y ellas, de nuevo en derrota,
a
volar, siempre adelante,
por sobre la mar sonora.
Por la arena húmeda y firme
nuestros caballos galopan.
Al
fuerte viento marino
cabelleras y almas flotan.
A la caída
del sol,
en la playa inmensa y sola
tu alma se entregó a mi lama,
tu boca se dio a mi boca.
No se sabe de qué hablar
cuando la emoción es honda.
por la
orilla de la mar
nuestros caballos galopan.
¿Recuerdas?
¿Recuerdas? Una linda
mañana de verano.
La playa sola. El vuelo de alas grandes y lerdas.
Sol y viento.
Florida...el mar azul. ¿Recuerdas?
Mi mano suavemente oprimía tu mano.
Después, a un tiempo
mismo, nuestras lentas miradas
posáronse en la sombra de un barco que surgía
sobre el cansado
límite de la azul lejanía,
recortando en el cielo sus velas desplegadas.
Cierro ahora
los ojos; la realidad se aleja,
y la visión de aquella mañana luminosa
en el cristal oscuro de
mi alma se refleja.
Veo la playa, el mar, el velero lejano,
y es tan viva, tan
viva la ilusión prodigiosa,
que a tientas, como un ciego, vuelvo a buscar tu mano.
Sobremesa alegre
La viejecita ríe como una muchachuela,
contándonos la historia de sus
días más bellos.
Dice la viejecita: «¡Oh, qué tiempos aquellos
cuando yo enamoraba a ocultas de la abuela!»
La viejecita ríe como una picaruela
y en sus ojillos brincan
maliciosos destellos
¡Qué bien luce la plata de sus blancos cabellos
sobre su tez rugosa de color de canela!
La viejecita olvida todo cuanto la agobia
y ríen las arrugas de
su cara bendita
y corren por su cuerpo deliciosos temblores.
Y mi novia me mira y yo
miro a mi novia,
y reímos, reímos... mientras la viejecita
nos
refiere la historia blanca de sus amores.