«Busquen las gentes
fiestas con alegría...»«Canto espiritual»«¿Qué seguros consejos
vas buscando...?»«No tanto la clara fuente...»«Placer no tiene ser do no
se sabe...»
«Sexto canto de muerte»«Velas y vientos cumplan mi
deseo...»
«Busquen las gentes fiestas con alegría...»
Busquen las gentes fiestas con alegría,
alabando a Dios, entremezclando
deportes;
que plazas, calles y deleitosos jardines
se llenen con los
relatos de grandes gestas;
y vaya yo los sepulcros buscando,
interrogando a las almas condenadas,
que me responderán, pues no están
acompañadas
sino por mí en su perenne lamento.
Cada cual busca y quiere a su semejante;
por esto no me agrada el
trato con los vivos.
Al imaginar mi estado, se tornan esquivos;
como
de hombre muerto, de mí toman espanto.
El rey ciprio, prisionero de un
hereje,
no es a mis ojos desventurado,
pues lo que quiero jamás será
logrado;
de mi deseo médico alguno podrá curarme.
Como Prometeo, a quien el águila come el hígado
y siempre brota de
nuevo la carne,
y jamás termina el pájaro de devorar;
más fuerte dolor
que éste me tiene asediado,
pues un gusano me roe el pensamiento,
otro el corazón, y de roer no
cesan,
y su trabajo no podrá interrumpirse
sino con aquello que es imposible de lograr.
Y si la muerte no me
infiriese la ofensa
-alejándome de tan placentera visión-,
no le
agradecería que vista de tierra
mi desnudo cuerpo, quien no piensa perder
el placer, pues tan sólo imagina
que mis deseos no pueden cumplirse;
y
si mi postrera hora ha llegado,
término tendrá también el bien amar.
Y si en el cielo me quiere Dios albergar,
amén de verle, para cumplir
mi deseo
será preciso que allá me sea dicho
que mi muerte vos tenéis a
bien llorar,
arrepintiéndoos de que por vuestra poca merced
muriese un
inocente, mártir por amaros:
pues el cuerpo del alma separaría
si en
verdad creyese que de ello os doleríais.
Lirio entre cardos, vos sabéis y yo sé
que bien puede morirse por
amor;
si creéis que en tal dolor me hallo,
no os excederéis, poniendo
en ello plena fe.Versión
de José Batlló
Canto espiritual
Pues que sin Ti, a Ti ninguno alcanza,
dame la
mano, del suelo levántame;
y aunque la mía no tienda a la tuya,
aunque
sea a la fuerza arrástrame hacia Ti.
A tu encuentro quería yo salir;
no sé por qué no hago lo que quiero;
pues cierto que mi voluntad es libre
e ignoro quién impide mi deseo.
Quiero alzarme, mas no hago lo bastante:
y es la causa el peso de mis
terribles culpas;
antes de que la muerte concluya mi proceso,
dígnate,
Señor, que tuyo sea, pues serio quiero;
haz que tu sangre mi duro corazón
ablande :
de mal semejante a otros muchos ella curó.
Tu tardanza
denuncia tu enojo;
tu piedad no halla en mí lugar .
No pequé tanto con el entendimiento
como he cargado mi voluntad de
culpa.
¡Ayúdame, Señor! Mas locamente te ruego,
pues tú no ayudas sino
a quien a sí mismo se ayuda,
ya cuantos a Ti se acercan
no les fallas,
bien lo muestran tus brazos.
¿Qué haré, si no merezco tu ayuda,
pues
sé que no me esfuerzo tanto como pudiera?
¡Perdóname que te hable locamente!
A la pasión se deben mis palabras.
Siento pavor del infierno, al cual me llevas;
quisiera volverme, y no
dispongo de mis pasos.
Mas también recuerdo que redimiste al Ladrón
(tanto cuanto es claro que no bastaban sus obras);
allá donde le place,
sopla tu espíritu:
ni cómo ni por qué saben los humanos.
Aunque mal cristiano sea por mis obras,
no te guardo ira, ni de nada
te inculpo;
cierto sé que siempre obras bien,
y bien haces tanto dando
vida como muerte:
todo es lo mismo si brota de tu poder,
por lo que
loco es quien contra Ti se yergue.
Amor al mal, ignorancia del bien,
tales son las razones por las que el hombre te desconoce.
A Ti te pido que mi corazón fortalezcas,
a fin de que mi voluntad a
la tuya se ligue;
y pues sé que el mundo no me aprovecha,
dame fuerzas
para abandonarlo del todo,
y del placer que el bueno en Ti gusta,
alcánzame tan siquiera una migaja,
para que mi carne, que se me subleva,
quede satisfecha y deje de acosarme.
¡Ayúdame, Señor, que sin Ti no puedo moverme,
pues mi cuerpo más que
paralítico está!
Tan arraigados están en mí los malos hábitos,
que el
sabor de la virtud me resulta amargo.
¡Oh Señor, piedad! Renueva mi
naturaleza,
que mala es por mi gran culpa;
y si muerto puedo redimir
mi falta,
sea la muerte mi dulce penitencia.
Te temo más que no te amo,
y ante Ti me confieso de esta culpa;
turbada está mi esperanza,
y en mi interior hay una terrible lucha.
Te
veo justo y misericordioso;
tu voluntad concede gracia al sin méritos,
y sin méritos los dones das y quitas a capricho.
¿Quién será tan justo,
cuánto más yo, que no te tema?
Si el justo Job a Dios temía tanto,
¿qué no haré yo que en mis culpas
nado?
Cuando pienso en el infierno donde el tiempo no existe,
se me
muestra cuánto los sentidos temen.
El alma, que para contemplar a Dios
fue hecha,
contra su Señor, blasfemando, se rebela.
No es el hombre
quien tan gran mal ama;
entonces, ¿dónde está quien hacia tal parte
camina?
Ruégote, Señor, que mi vivir acortes
antes de que peores casos me
sucedan;
en dolor vivo haciendo vida perversa,
y temo aquella muerte
que es eterna.
Pues aquí con mal, y allá con pena sin fin.
Tómame en
el instante en que mejor me halles;
el retardarlo, no sé qué finalidad
tiene;
no ha reposo quien el viaje ha de emprender.
Me duelo de no dolerme tanto como quiero
del dolor infinito, del cual
dudo;
pues tal dolor no lo ampara la naturaleza,
ni puede medirlo el
hombre, ni menos sentirlo.
Si es así, pobre parece mi excusa,
cuando de mi daño, que tanto es, no me espanto.
El cielo pido, y no
lo aprecio lo bastante:
gran falta tengo de miedo y de esperanza.
Por más que irascible
te presentes,
ello sólo es debido a nuestra ignorancia;
tu voluntad
siempre es clemente,
el mal que muestras es bien inestimable.
Perdóname, Señor, si de algo te culpé,
pues me confieso ser el único
culpable;
con ojos humanos juzgué tus hechos:
¡quieras darle luz a la
vista del alma!
Mi voluntad a la tuya es contraria,
y enemigo tuyo soy queriendo ser
amigo.
¡Ayúdame, Señor, pues me ves en tal aprieto!
Me desespero si
mis méritos mides;
me enoja el que mi vida se prolongue,
y mucho dudo
de que tenga término;
en dolor vivo, pues mi deseo no es firme,
y
alterado en mí está el equilibrio.
Tú eres la meta donde todo acaba,
y no es final si en Ti no termina;
Tú eres el bien donde todo bien se mide,
y no es bueno quien a Ti,
Señor, no se parece.
A quien te complace, dios Tú le llamas;
para que se te asemeje,
mayor grado de hombre le das;
es justo, pues, que quien al diablo complace,
tome el nombre de
aquel a quien se conforma.
Si algún fin en este mundo se halla
no es auténtico fin, ya que
no hace al hombre feliz:
sólo es el principio donde lo otro termina,
según el curso que
podemos entender los humanos.
Los filósofos que el final pusieron
en sí mismos, está visto que son
seres discordes:
señal cierta de que en la verdad no se fundaron;
por consiguiente,
al hombre no satisfacen.
La ley judaica por sí misma no bastaba
(no se entraba con ella en el
Paraíso),
sino en cuanto fue principio de la nuestra,
por lo que puede decirse
que las dos son una.
Así, toda meta totalmente humana
no da reposo ni término al deseo,
mas tampoco sin ella el hombre alcanza la otra;
San Juan anunció la
llegada del Mesías.
No tiene reposo quien otro fin persigue,
pues la voluntad en nada
más descansa;
es cosa sabida, y no caben sutilezas,
que, si no es en
Ti, el deseo no termina.
Así como los ríos a la mar se apresuran,
así
todos los fines en Ti se cumplen.
Puesto que te conozco, ayúdame a
amarte.
¡Que el amor venza al miedo que te tengo!
Y si tanto amor como quiero no siento,
aumenta mi miedo para que,
temiendo, no peque,
pues no pecando, perderé aquellos hábitos
que en
mí fueron la causa de no amarte.
Mueran quienes de Ti se apartaron;
casi me dieron muerte y me impiden vivir .
¡Oh Señor! Haz que mi vida se
prolongue,
ya que creo que hacia Ti camino.
¿Quién me enseñará a excusarme ante Ti,
cuando tenga que rendirte mis
mal ordenadas cuentas?
Tú me diste un camino derecho,
y yo hice de la
regla una hoz muy curva;
enderezarla quiero, mas preciso tu ayuda.
Ayúdame, Señor, pues débiles son mis fuerzas;
deseo saber qué destino me
reservas:
para Ti es presente, pero para mí incierto futuro.
No te pido que me des salud corporal
ni bien alguno natural o de
fortuna,
pero sí que tan sólo a Ti, Señor, te ame,
pues bien cierto sé
que el mayor bien de ello nace.
Por consiguiente, no siento altas
delectaciones
ya que no me hallo bien dispuesto a sentirlas;
pero
hasta el más grosero de los hombres sabe
que, sobre todos, el mayor bien
es deleitable.
¿Qué día será en que la muerte ya no tema?
Será cuando de tu amor yo
me inflame,
y ello no es posible sin menospreciar la vida;
haz que por
Ti yo desprecie la mía.
Debajo de mí, entonces, estarán las cosas
que
ahora veo pasar sobre mis hombros;
quien no teme a las garras del fiero
león,
mucho menos temerá al aguijón de la avispa.
Ruégote, Señor, que me hagas insensible
para que nunca más ciertos
deseos sienta,
no tan s61o los feos que te contrarían,
sino también
aquellos que te son indiferentes.
Tal deseo, para poder pensar sólo en Ti
y poder buscar el camino que
a Ti lleva;
hazlo, Señor, y si de esto me arrepiento,
encuentre ya
para siempre tus oídos sordos.
Quítame el dolor de ver cómo pierdo el tiempo,
pues, doliéndome, no
puedo amarte como deseo
y quiero hacerlo aunque la costumbre me lo
impida;
en tiempos pretéritos me cargué de culpas.
Tanto valgo yo como
otros que no te sirvieron,
ya ellos diste no menos bien del que te pido;
por ello te suplico, Señor, que entres en mi corazón,
ya que en otros más abominables penetraste.
Católico soy, mas la
Fe no me da calor,
pues la apaga el lento frío de los sentidos.
Mas ya
dejo lo que mis sentidos sienten
y en el Paraíso creo por fe, pero con
razón juzgo.
La parte del espíritu está pronta,
Imas la de los sentidos sólo
arrastrándola se acerca;
socórreme, pues, Señor, con el fuego de la fe,
hasta el punto en que mi parte fría se abrase.
Tú me creaste para que mi alma salvara,
y quizá sepas que haré
precisamente lo contrario.
Si es así, ¿por qué, entonces, me creaste,
ya que en Ti reside el saber infalible?
Devuelve mi ser a la nada, te lo
suplico;
preferible es a una eterna y oscura cárcel;
como quisiste
decir acerca de Judas, yo creo
que mejor sería no haber nacido hombre.
¡Preferiría, habiendo recibido el bautismo,
no haber tornado a los
brazos de la vida,
sino haber pagado a la muerte mi deuda,
con lo que
ahora no viviría ya en la duda!
Más temen los humanos al infierno
que
no los placeres del Paraíso juzgan;
lo que padecemos, de aquel padecer es
ejemplo,
mientras el Paraíso sin sentirlo se juzga.
Dame fuerzas para tomar de mí venganza;
contra Ti obré, y con gran
culpa.
Y si no lo consigo, castiga mi carne,
pero no toques mi
espíritu, hecho a tu semejanza;
y, sobre todo, que mi fe no vacile
y
que no tiemble mi esperanza :
no me faltará la caridad, si permanecen
firmes,
y si por mi carne te pidiera, no me escuches.
¡Oh! ¿Cuándo será que mis mejillas moje
con el agua de un llanto de
dulces lágrimas?
La contrición es la fuente de donde manaran:
tal es
la llave que el cerrado cielo nos abre.
De la contrición, nacen las
amargas,
pues antes en temor que en amor se fundan;
pero, pese a todo,
dame de éstas en abundancia,
pues son camino y vía para llegar a las
otras.
Versión de José Batlló
No tanto la clara fuente...
No tanto la clara fuente
desea ciervo herido,
como yo, vuestro rendido,
estaros siempre
presente.
Al grande y dulce reposo
do está mi contentamiento,
por otra
puente no siento
hallar otro paso, ni oso.
Tarde me llega aquel día,
para mí
tan deseado,
muy caramente comprado
con dolor y pena mía.
Pero al fin,
tarde o temprano,
que ha de venir estoy cierto,
si muerte el camino abierto
no lo
cierra con su mano.
No puedo ser de esperanza
por ningún caso lanzado,
porque,
señora, os he amado
según bienaventuranza.
Y de vos favorescido
contra mí cosa
no siento,
si vuestro consentimiento
me otorga lo que le pido.
De
grandes dolores siento
un monte delante puesto,
de mil estorbos que opuesto
se han a mi
contentamiento.
De mí preguntaros nueva,
señora, tengo temor,
dudando que no
hay amor
para mí puesta a la prueba.
Y de no sabello temo
vivir en
mayor tormento
y estos dos males que siento
por cualquier lado me quemo.
No
está a vos el contentaros
de cumplir lo que yo pido,
si bien queráis por partido
contra
vos misma forzaros.
Amor, amor es aquel
que es fuerza que os aconseje
para que
mi bien se deje
en vos cumplido y en él.
Cosa alguna os dé temor
de que
rescibáis despecho,
mis pensamientos han hecho
la verdad de su color.
Que
serviros habrá sido
en firmeza confirmados;
de tal suerte de criados
quiere ser amor
servido.
Si mentira os paresciere
este lenguaje que oís,
o vos sin
amor vivís
o no sabéis lo que quiere.
Muy mal puede reposar
quien
siente aqueste tormento,
tan sólo en el movimiento
tendréis siguro lugar.Versión
de Fransisco de Quevedo
«Placer no tiene ser do
no se sabe...»
Placer no tiene ser do no se sabe;
pierde su merescer mucha costumbre.
Morimos por saber de amor la cumbre
y en viéndola de mala no nos
cabe;
aquello que pensamos que perdido
dará poco dolor, cuando se pierde
no hay cosa que al sentido desacuerde
tanto como sentir que se haya
ido.
A tal extremo y punto soy llegado
que aquello que más quise en
esta vida
lo siento con tibieza descaída,
y al punto que lo pierdo soy
quemado.
Ninguno puede ver tales hazañas
como las veo después que al cielo
fuistes;
sin vida con moriros me hecistes;
Dios sabe el porvenir destas
marañas.
El bien o mal que da o quita fortuna,
hijos, hacienda, honor
abalanzaron
aquellos que tras vicios caminaron,
teniendo a la virtud por
importuna;
yo tengo ya mi cuenta fenescida:
no puedo haver jamás ningún
contento,
no lloro lo futuro que no siento,
la vuestra muerte cruel fue mi
homicida.
Tengo de mi dolor placer sencillo,
holgando de mi mal por quien
le tengo;
con este imaginar yo le sustengo,
ni helgo de dejalle ni sufrillo.
¡Oh espíritu que estás gozando el cielo!,
si vees de allá mi mal, de
mí te duele
y tu gloria y beldad se me revele,
que espíritus te dan gloria y
consuelo.
Muerte que quita el bien y la riqueza
que vida suele dar a los
mortales,
cuanto era me llevó, sino mis males,
dejando de aquel tiempo una
tristeza.
A todos doy señal de lo presente
mostrando de pesares el extremo;
del tiempo por venir recelo y temo,
pues sola la tristeza en mí se
siente.
Nunca de mi dolor me veo pagado,
pues busco en el dolor el
alegría;
mi corazón es duro, pues podría
vivir siendo de vos desamparado.
Amor fue mi enemigo en aquel punto
que os vi dejar el cuerpo tan hermoso;
cruel fue más que león el ser
piadoso,
y más mi corazón, que no es defunto.
No puede en breve tiempo el
mal sentirse
cuánto es como después que es conoscido;
ataja un gran dolor todo
sentido
el tiempo, que le hace dividirse;
razón pide que el mal, para
entenderse,
se parta, porque en tiempo viva y dure,
porque de hacer placer nunca
se cure
ni nadie jamás pueda dél valerse.
No cure de juzgarme a mí
ninguno
si no sabe la causa de mi duelo:
la muerte me llevó mi bien al
cielo,
dolor es este tal más que importuno.
¿Quién puede ser tan cruel que
así no llora
a quien más que a sí mismo en vida quiso,
ni cómo de llorar se ve
arrepiso
privado ya de ver a mi señora?
La muerte es desventura al más
dichoso,
mirá qué puede ser al desdichado;
todo lo trae la cruel amedrentado,
por siempre su dolor es congojoso.
Aquesta del amor cruel enemiga,
contino anda partiendo corazones;
de un golpe a vos y a mí partió
sus dones
y en mí quedó el durar de su fatiga.
Versión de José Batlló
«¿Qué seguros consejos vas buscando...?»
¿Qué seguros consejos vas buscando,
desgraciado corazón, asqueado de
vivir?
Amigo de llantos y enemigo de reír ,
¿cómo soportarás los males
que te aguardan?
Apresúrate, pues, hacia la muerte que te espera,
aunque para tu mal prolongues los días;
tanto más lejos se halla tu
deleitosa estancia,
cuanto más quieres huir de la muerte incitante.
Con los brazos abiertos sale al camino,
llorándole los ojos por exceso de
gozo;
el melodioso canto de su voz escucho,
que dice: «Amigo, sal de
casa ajena.
Tomo placer dándote mi favor,
que jamás tuvo hombre
nacido,
pues rehúyo a quien me llama,
tomando sólo a quien huye de mi
rigor.»
Llorándole los ojos, la cara aterrada,
mesándose el cabello con
grandes alaridos,
la vida quiere darme heredades
y el señor de estos
dones quiere que sea,
gritando con voz horrible y dolorosa,
cual la
muerte llama al bienaventurado;
ya que para quien está avezado al
sufrimiento,
la voz de la muerte le será melodiosa.
¡Cómo me maravilla la orgullosa
voluntad de muchos amadores!
Aun
no preguntándome a mí qué es el Amor,
en mí hallarán su fuerza dolorosa.
Maldiciendo, todos jurarán
que nunca el Amor los poseerá,
mas si yo
les hablo del cálido placer,
el tiempo perdido, suspirando, maldecirán.
No sé de hombre o mujer semejante a mí
que, atormentado por el Amor,
dé lástima;
soy yo a quien hay que compadecer,
pues de mi corazón la
sangre se retira.
Debido a la tristeza que se le acercó,
secóse para
siempre el humor que sostiene mi vida,
contra mí la tristeza muestra
arrojo,
y en mi socorro no acude mano armada.
Lirio entre cardos, siento acercarse la hora
en que civilmente mi
vida está conclusa;
puesto que por entero mi esperanza está perdida,
mi alma en este mundo resta condenada.Versión
de José Batlló
Sexto canto de muerte
Si durante algún tiempo creí amar,
de tal sentimiento, poco conozco
ahora en mí.
Si me comparo al común de la gente,
es verdad que hallo
en mí gran amor;
mas si recuerdo a alguien de otro tiempo,
y lo que
Amor puede en buena disposición,
ni tan sólo puedo darme el nombre de
amador,
pues mi pasión no es tanta como debiera.
La que tanto amé, ya murió,
y yo sigo vivo, viéndola morir;
un
gran amor no podría sufrir
que la Muerte de ella me alejara.
Tendría
que ir a buscarla a su camino,
mas no sé qué me impide decidirme:
parezco quererlo, mas no es verdad, pues la Muerte
no se resiste a quien
en sí la desea.
Claro está que mi vida no terminó,
cuando vi cómo la muerte se le
acercaba,
y llorando decía: -¡No me dejéis,
sentid el dolor que el
dolor causa en mí! -
¡Oh malvado corazón de quien en tal trance
no
queda despedazado y sin sangre!
Un poco de piedad, un poco de amor
bastaría para mostrar un gran dolor.
¿Quién será aquél que llegue a dolerse
la bastante de los piadosos
males que la Muerte trae?
¡Oh mal cruel, que la juventud arrebatáis
y
hacéis que la carne se pudra en la fosa!
El espíritu, despavorido, va volando
a incierto lugar, temiendo la
condena eterna;
todo el placer presente atrás queda.
¿Qué Santo no
dudó ante la Muerte?
¿Quién será aquél que lamentará la muerte
propia o ajena, tanto como
grande es el mal?
No se puede sentir el dolor mortal,
y menos aquél al
que la muerte jamás tentó.
¡Oh mal cruel, que para siempre separas
los
ánimos que siempre permanecieron unidos!
Mis sentimientos se hallan
aturdidos;
mi espíritu perdió la sensibilidad.
Todos mis amigos me compadecerán
así que vean mi pasión;
el falso
compañero se alegrará,
y el envidioso, que disfruta con el mal,
¡pues,
tanto como puedo, sufro y sufrir quiero,
y si no padezco, siento fuerte
disgusto,
pues deseo no volver a sentir placer
y que jamás cese el
llanto de mis ojos!
No amo tan poco como para que no mojen mi cara
las lágrimas, al
pensar en su vida y en su muerte;
rememorando su vida, vivo en la
tristeza,
y su muerte lamento tanto como puedo.
No logro más, nada más
puedo hacer,
sino obedecer lo que mi dolor ordena;
antes quisiera
perder la razón que no el dolor,
y de poco amor me acuso, puesto que no
muero.
No se excuse el amador de amar poco
si sigue vivo, estando muerta su
amada;
que viva por lo menos apartado del mundo,
y que tan sólo tenga
el nombre de cautivo.
Versión de José Batlló
«Velas y vientos cumplan mi deseo...»
Velas y vientos cumplan mi deseo,
siguiendo dudosos caminos por la
mar.
Mistral y Poniente contra ellos veo fraguar,
más Siroco y Levante
les ayudarán
junto con sus amigos Gregal y Mediodía,
que humildemente
ruegan al viento tramontana
que les sea propicio en su soplar,
y así,
los cinco, consigan mi regreso.
Hervirá el mar cual la cazuela en el fuego,
mudando su color y estado
natural,
y mostrará querer mal a cualquier cosa
que un instante sobre
él se detenga;
peces grandes y pequeños correrán a salvarse
y buscarán
escondrijos secretos;
huirán del mar donde nacieron y crecieron,
y su
salvaci6n en la tierra perseguirán.
Todos los peregrinos a la vez jurarán
y prometerán presentes hechos
de cera;
el gran pavor sacará a la luz los secretos
que al confesor no
fueron descubiertos.
En el peligro, no os borraréis de mi pensamiento,
antes bien haré
votos al Dios que nos ligó
para que no mengüe mi firme voluntad
y en
todo momento me seais presente.
A la muerte temo, que de vos me separa,
y porque Amor por muerte es
anulado;
mas no creo que mi querer, superado
pueda ser por tal
separación.
Me temo que vuestro escaso amor
me abandone al olvido,
apenas yo muera;
tan sólo este pensamiento aturde mi placer
-pues no
creo que tal suceda mientras viva-:
que tras mi muerte, perdáis poder de amar,
y todo él en ira se
convierta,
en tanto que forzado yo a dejar este mundo,
todo mi mal sea
el de no poderos ver.
¡Oh Dios! ¿por qué no hay limite en el amor,
si
cerca de aquél yo me encontraría solo?
Sabría cuándo vuestro querer me
quiere,
temiendo, confiándolo todo al porvenir.
Soy el más ferviente amador,
tras de aquel a quien la vida ya Dios
arrebató:
pues yo vivo, y mi corazón no muestra duelo
tanto por la
muerte como por su enorme dolor.
A bien o mal de amor estoy dispuesto,
pero mi mala fortuna a tal caso no me lleva ;
desvelado, abierta de par
en par la puerta,
me hallará respondiéndole humildemente.
Yo deseo aquello que tanto puede costarme,
y esta espera de muchos
males me consuela;
no me place el que mi vida esté a salvo
de un muy
grave caso, el cual pido a Dios ocurra.
Entonces no tendrán las gentes
que dar fe
de lo que Amor fuera de mí haga;
su poder se manifestará
con actos
y mis dichos con hechos probaré.
Amor, siento de vos más que no sé,
y la peor parte me tocará:
sólo
sabe de vos quien sin vos está.
Al juego de los dados os asemejáis.
Versión de José Batlló