"Tu oscura trenza hacia tus pechos
tibios
baja con su perfume de amapolas..."
"Reclining in a white dress"
Henri Matisse
Reseña biografica
Poeta
argentino nacido en Buenos Aires en 1910.
Su espíritu aventurero lo
llevó a vivir una vida intensa como tripulante de barcos mercantes en el
Caribe
y Europa, experiencia que le sirvió para dotar con un carácter universal
su expresión artística tanto en la poesia
como en la pintura.
Identificado con las ideas y los fines del movimiento surrealista,
fundó en 1952, con Aldo Pellegrini, la revista
A partir de cero.
Considerado como uno de los más importantes
poetas de Latinoamérica, obtuvo importantes galardones, entre los
que merece destacarse el Gran Premio Fondo Nacional de las Artes
1992.
Su obra está contenida en las siguientes publicaciones:
«Las cosas y el delirio» en 1941, «Pasiones terrestres» en 1946,
«Costumbres errantes o la redondez de la tierra» en 1951, «Amantes
antípodas» en 1961, «Fuego libre» en 1962,
«Las bellas furias» en 1966, «Monzón Napalm» en 1968, «Los últimos
soles» en 1980 y «El ala de la gaviota» en 1985.
Falleció en
Buenos Aires en 1997. ©
Adiós
Algún vestigio de
tu paso
Alta marea
Amantes antípodas
Despedida
El lugar del principio
El erotismo y las gaviotas
Elegía
Joven desierto
Las cosas y el delirio
Las nubes no retornan
Los hoteles secretos
Nada de nostalgia
Pasiones terrestres
Poema tres
Poema cuatro
Poema cinco
Poema siete
Poema diez
Poema trece
Sólo una etapa
Un oscuro mensaje
Adiós
Un día más, sólo un minuto más, para estar vivo
y despedirme de
cuanto amé.
Para decir adiós a las cosas que vi y toqué mientras
moría
desde el instante mismo en que nací.
Y vino el niño con el
premio que sacó en el colegio por su
sabiduría,
y el ala de la
gaviota golpeando en lo infinito con su vuelo,
vino la cabellera
derramada y el rostro de la misteriosa
mujer que estuvo a mi lado, en
el lecho, sin que yo lo supiera,
y el río con su lenta corriente
musculosa
a través de cada mueble, cada objeto y cada gesto
de
quien me ve parir, ¡oh Dios mío!
Un instante más aún en el suelo que pisé,
en el aire de mi
respiración
sofocada por el amor, en los vestigios de la pasión,
con cuanto -mosca o sol- me deslumbró en este extraño
planeta, donde
perdure año tras año, presintiendo
este límite de espumas, este
revuelto torbellino
de la despedida, yo, que tanto fui deslumbrado
por centelleante atracción de la tierra,
por cuanto fue caricia o
solamente un espejismo del mundo
es mi destino.
Así, pues, despidiéndome de los caballos, de la canoa,
los
pájaros, el gato y sus costumbres. Déjame
una vez más mirar las
flores y la lluvia. Es éste
el trágico instante en que uno descubre
el delirio misterioso de las cosas, sus raíces secretas,
el instante
supremo de decir adiós.
a cuanto se adoró en esta vida.
Algún vestigio de tu paso
La dulzura de recordar el sol en la espiral del sueño
y el vano
poder de haber ido tan lejos.
Es tan extraño perdurar, oír aún
la grave letanía de los huesos y
el hechizo del mundo.
Déjame ver, déjame ver:
alguien me condujo hasta aquí y se
oculta,
cubierto de grandes praderas, de climas,
refugios baldíos, luces
que brillan
en el faro donde la tierra termina.
Salido de lugares inciertos,
de trópicos y lluvias,
voraz como fuego, intruso,
la huella de sus dientes y sus besos
en la manzana.
¿De quién es ese rostro desconocido entrevisto
donde se pierde?
Es incierto y ansioso
extraviado en la fábula oscura de mi vida.
Adiós, sombra mía.
Alta marea
Cuando un hombre y una mujer que se han amado se separan
se yergue
como una cobra de oro el canto ardiente del orgullo
la errónea
maravilla de sus noches de amor
las constelaciones pasionales
los
arrebatos de su indómito viaje sus risas a través de las piedras
sus plegarias y cóleras
sus dramas de secretas injurias enterradas
sus maquinaciones perversas las cacerías y disputas
el oscuro
relámpago humano que aprisionó un instante el furor
de sus cuerpos con el lazo fulmíneo de las antípodas
los lechos a la
deriva en el oleaje de gasa de los sueños
la mirada de pulpo de la
memoria
los estremecimientos de una vieja leyenda cubierta de pronto
con la palidez de la tristeza y todos los gestos del abandono
dos o
tres libros y una camisa en una maleta
llueve y el tren desliza un
espejo frenético por los rieles de
la tormenta
el
hotel da al mar
tanto sitio ilusorio tanto lugar de no llegar nunca
tanto trajín de gentes circulando con objetos inútiles o
enfundadas en ropas polvorientas
pasan cementerios de pájaros
cabezas actitudes montañas alcoholes y contrabandos informes
cada
noche cuando te desvestías
la sombra de tu cuerpo desnudo crecía
sobre los muros hasta el techo
los enormes roperos crujían en las
habitaciones inundadas
puertas desconocidas rostros vírgenes
los
desastres imprecisos los deslumbramientos de la aventura
siempre a
punto de partir
siempre esperando el desenlace
la cabeza sobre el
tajo
el corazón hechizado por la amenaza tantálica del mundo
Y ese reguero de sangre
un continente sumergido en cuya boca aún
hierve la espuma de los
días indefensos bajo el soplo
del sol
el nudo de los cuerpos constelados por un fulgor de
lentejuelas
insaciables
esos labios besados en otro
país en otra raza en otro planeta en otro
cielo en
otro infierno
regresaba en un barco
una ciudad se aproximaba a la
borda con su peso de sal como un
enorme galápago
todavía las alucinaciones del puente y el sufrimiento del trabajo
marítimo con el desplomado trono de las olas y el árbol
de la hélice que pasaba justamente bajo mi cucheta
éste es el mundo desmedido el mundo sin reemplazo el mundo
desesperado como una fiesta en su huracán de estrellas
pero no hay
piedad para mí
ni el sol ni el mar ni la loca pocilga de los puertos
ni la sabiduría de la noche a la que oigo cantar por la boca de las
aguas y de los campos con las violencias de este planeta
que nos pertenece y se nos escapa
entonces tú estabas
al final
esperando en el muelle mientras el viento me devolvía a tus
brazos
como un pájaro
en la proa lanzaron el cordel con la bola de plomo en
la punta y el
cabo de Manila fue recogido
todo
termina
los viajes y el amor
nada termina
ni viajes ni amor ni
olvido ni avidez
todo despierta nuevamente con la tensión mortal de
la bestia que
acecha en el sol de su instinto
todo
vuelve a su crimen como un alma encadenada a su dicha y
a sus muertos
todo fulgura como un guijarro de Dios sobre la playa
unos labios lavados por el diluvio y queda atrás
el halo de la
lámpara el dormitorio arrasado por la vehemencia
del verano y el remolino de las hojas sobre las sábanas vacías
y una
vez más una zarpa de fuego se apoya en el corazón de su presa
en este
Nuevo Mundo confuso abierto en todas direcciones
donde la furia y la
pasión se mezclan al polen del Paraíso
y otra vez la tierra despliega
sus alas y arde de sed intacta y sin raíces
cuando un hombre y una
mujer que se han amado se separan.
Amantes antípodas
Itinerarios
Tu cuerpo y el lazo de seda rústica que conduce a las plantaciones
de la costa
al sudor de tu cabellera quemada por las nubes
a los
instantes inolvidables
-tantas mutaciones de nómada y de
clandestinidad
tantos homenajes a una belleza salvaje
que exige el
desorden-
¡oh raza de labios de abandono
hechizada por la vehemencia!
y
nuestra fuerza de profundos besos y tormentas
para el infierno de los
amantes
hasta volver a su placer fantasma
a su ola de hierro de
ayer detrás del mundo!
Aquellos hoteles...
Todas las rampas de la vida cambiante
la
velocidad del amor el mágico filtro de la excomunión
la hambrienta
luz del desencuentro en nuestras venas de azote
cartas desamparadas
antiguas prosas de la noche de los abrazos
y el solitario frenesí de
las palmeras
cuando en la ausencia
creciendo hacia mi pecho el fondo de la tierra
me devuelve de golpe
todas nuestras caricias
el nudo furioso de la pasión en las negras
argollas del tiempo
aquellos moblajes de desvalijamiento y de lluvias
luz de senos en el mar y sus gaviotas y músicas
sobre un altar de
desunión con grandes lunas fascinantes sin más
pradera que tus ojos
país incorruptible
país narcótico
con
risas del alcohol del viento
y tu pelo sobre mi cara
y las cálidas
bestias doradas por el trópico
y el jadeo abrasador de la ola que
vuelca en tu corazón su grito
de espasmo y de caída
y de nuevo esos lugares intactos para el sol
y de nuevo esos cuerpos ilesos para el amor
en medio del perezoso
meteoro del día
levantando hacia el alma aquel esplendor
los
paroxismos el lecho de las dunas y de la corriente con sus besos
en marcha
y las tareas de los amantes mientras la llamarada de la
muerte brillaba
alrededor de sus cuerpos
como un afrodisíaco
avivando el deseo
el hambre
¡aquella furia
de ayer detrás del mundo!
Despedida
¡Adiós pájaro definitivo!
Continuarás tu vuelo en mi alma
sin entenderme, pero conmigo.
Es tan bello este día invernal,
hay tanta distancia en tus alas:
lo que vuela contigo es el
cielo.
¿Qué podría decir de mí?
¿Qué podría decir en sueños?
Casa
pintada de rojo, con un gato,
la ropa tendida en la azotea:
¿quién abrirá la puerta si desapareció
con sus flores, lámparas y
muebles,
los amigos que la frecuentaban,
conversaciones, una historia
melancólica
y un poco imprecisa. ¿Cuándo terminó?
¿Quién sabe nunca lo que ha
amado?
Hay como un resplandor en torno. ¡Adiós
pájaro más profundo que
el cielo!
El lugar del principio
La casa está perdida en un jardín
o un jardín esconde en su garganta
el hogar que
vivimos,
lenguaje elemental,
laberinto de piedra,
las ramas de los árboles que abrazan
a ese
mundo herido en el costado.
A veces el jardín respira y deja ver
esas paredes que alguna vez fueron de luz.
A veces inventan un mundo
sin saber
que no se entra jamás,
que hay que permanecer afuera de
la Historia.
La casa está perdida en unos ojos que nunca más veré.
La casa
está perdida en esa misma casa.
La casa es una pérdida constante
en cualquier jardín.
La casa es un jardín perdido
en el lugar de la memoria.
El erotismo y las gaviotas
Ahora pido evidencias, certidumbres.
En mi extraño escenario,
pasiones y las aves remotas,
surgen paraderos, lugares troncos,
idilios,
el sol está partido en dos por la avidez,
mutaciones y la
pescadería donde la muerte brilla con escamas,
al borde de la ruta,
después de las represas salineras.
La mujer del azar se contempla en
su espejo,
con sensuales bucles, en el oscuro bosque de su amor,
flexible y voraz, su cuerpo regido por la luna
se alzó sobre el
viento y el cielo,
lejano como estrellas, pero sólo después
vacilaciones, dudas y reproches
para una triste crónica donde ríe la
mosca
en la edad triturada.
Reminiscentes caricias flotantes entre
adioses
hacen temblar las cosas con un ardor irónico.
¿Pero entonces
tampoco existió el fuego,
el mundo relatado por una
voz querida?
Parejos amantes, a ciegas en la ira y el esplendor del
tiempo,
el mozo del hotel recogió las maletas,
de ciudad en
ciudad, de idioma en idioma, en medio de rostros
movedizos.
Al despertar aparecía el fantasma;
sonriente,
con senos de una melosa consistencia, con dientes
brillantes,
insistente y perfumado en la cálida atmósfera,
se
tendía en la playa con languidez, hablaba de las pequeñas cosas
del día,
volando en torno a mi alma con la luz de los mares,
(con
el sabor del whisky, hacia el cuerpo del hombre.
¿No hay un guijarro entonces,
una naranja, un puñado de arena
que
reclame la herencia sin destino del sueño y el olvido?
Has oído el exaltante chasquido del agua
como una boca que
rememora de muy lejos,
inmensidad y huesos lavados por el sol,
brillando y ondulando y salpicando las rocas,
un solo instante, un
suspiro y las nubes vacías.
Y ahora, por Dios, nada de imprecisiones,
el viento,
sobre la mesa revientan espumas, los muros no existen,
el viento,
las gaviotas exhalan su graznido en el pálido extremo del
día,
ella se esfuma en la terraza con su copa y un lento cigarrillo
en los
labios,
el viento,
los rostros son ahora más tensos, desaparecen de golpe,
nadie responde, hay un orden extraño, fuera de lugar,
el viento,
la costa, la noche, zonas espléndidas y asesinas,
sólo
el viento, el viento con sus garras equívocas.
Elegía
Esos cuerpos que alguna vez latieron en mis brazos
cuando el sol era un lento reverbero en su piel,
cuando sus cabelleras se volcaban como oleadas de fiebre y de nostalgia,
ahora perduran sólo como una vibración
o una angustia indeleble en el fondo del alma
mientras va la gaviota por las playas.
Relucen ya tan lejos llenos de tentaciones desesperadas,
se irisan en la espuma del mar,
llaman con el recuerdo de su piel y su aliento
y vuelven a hechizarnos como lagos dormidos
o tibias sombras prisioneras de la tierra.
Fueron cuanto tuvimos de más ardiente y hondo
-los dones más intensos de este mundo-,
arrasaron al corazón con las más altas llamas
hasta dejarnos en un ciego abandono
a orillas de su huella de brasas invisibles.
Cuerpos enamorados que una vez fueron míos,
palpitando con sus tiernas reverberaciones,
con la inolvidable tersura de sus espaldas
y sus bocas ansiosas, sus muslos de esplendor y mediodía.
Así abrieron de par en par el mundo,
llamaron a la tormenta y al relámpago, se deslizaron
por todos los rituales de la pasión,
y fueron arrastrados por la vorágine de los días
hasta perderse silenciosamente
como todos los dones más altos de esta vida
en el voraz horizonte donde nos extraviamos como niños errantes,
como todas las dádivas para siempre fugaces
que el azar y el destino nos dieron un instante.
Joven desierto
Cuando llega la noche y solitario torno
a mi grisáceo lecho, como a una madriguera
donde, cual una amante fiel, la desesperanza contra mi pecho sube
con guirnaldas de meses calcinados,
lloro, entre mi espléndida y vana anatomía,
como una rama balanceada por un triste viento,
apenas verdadera entre lujuria y olvido
y la luz que desprenden los contornos del día,
cuya fúlgida barca tanto ha costado despedir
una vez más, una vez más, entre los hombres.
¡Oh, armonía, oh juventud necesaria para el aire!
Solo, entre las sombras que se persiguen como pájaros,
y el son distante del viento en los tejados.
Ya el tiempo es evidente, y en él beben mis venas,
con milenaria sed, a grandes sorbos, sin amparo.
Las cosas y el delirio mientras
corren los grandes días
Arde en las cosas un terror antiguo, un profundo y secreto soplo,
un ácido orgulloso y sombrío que llena las piedras de grandes
agujeros,
y torna crueles las húmedas manzanas, los árboles que el
sol
consagró;
las lluvias entretejidas a
los largos cabellos con salvajes perfumes
y su blanda y ondeante
música;
los ropajes y los vanos objetos; la tierna madera dolorosa en
los
tensos violines
y honrada y sumisa en
la paciente mesa, en el infausto ataúd,
a cuyo alrededor los Angeles
impasibles y justos se reúnen a recoger
su
parte de muerte;
las frutas de yeso y la íntima lámpara donde el
atardecer se condensa,
y los vestidos caen como un seco follaje a los
pies de la mujer
desnudándose,
abriéndose
en quietos círculos en torno a sus tobillos como un
espeso estanque
sobre el que la noche flamea y se ahonda, recogiendo
ese cuerpo
melodioso,
arrastrando las
sombras tras los cristales y los sueños tras
los semblantes dormidos;
en tanto, junto a la tibia habitación, el
desolado viento plañe
bajo las hojas de la
hiedra.
¡Oh Tiempo! ¡Oh, enredadera pálida! ¡Oh, sagrada fatiga de
vivir...!
Oh, estéril lumbre que en mi carne luchas! Tus puras hebras
trepan
por mis huesos,
envolviendo mis
vértebras tu espuma de suave ondular.
Y así, a través de los rostros
apacibles, del invariable giro del Verano,
a través de los muebles
inmóviles y mansos, de las canciones
de
alegre esplendor,
todo habla al absorto e indefenso testigo, a las
postreras sombras
trepadoras,
de su
incierta partida, de las manos transformándose en la gramilla
estival.
Entonces mi corazón lleno de idolatría se despierta
temblando,
como el que sueña que la sombra entra en él y su adorable
carne
se licúa
a un son lento y dulzón,
poblado de flotantes animales y neblinas,
y pasa la yema de sus dedos
por sus cejas, comprueba de nuevo
sus labios y mira una vez más sus
desiertas rodillas,
acariciando en torno sus riquezas, sin penetrar
su secreto,
mientras corren los grandes días sobre la tierra
inmutable.
Las nubes no retornan
La memoria de la ola
flota dispersa en la costa baldía.
escucha
ahora, vagabundo acechante, entre el vino
descolorido y la noche.
¿Y quién puede dormir?
El zumbido no cesa
en el salón de las moscas.
La memoria de la ola,
la memoria del amor
te confiesa que
nunca te susurró al oído su verdad.
Sólo el rumor del puerto,
pies
que se alejan pisando sobre conchillas,
el lugar es oscuro
y
alguien me sopla su aliento en la cara
o sólo el rudo olor del mar.
El lugar ha desaparecido.
Nada más que esa gente alrededor de la
olla
donde algo se cocina lentamente.
Inútil que tiendas tu plano,
los invitados esperan el momento del festín,
unas mujeres ponen la
mesa
en el fondo de la inundación,
otras ajustan la clavija en el
cráneo.
La memoria de la ola:
el blanco esqueleto del pez
junto a la
barca abandonada.
Lo que trae, lo que lleva,
lo que no llegó nunca.
De
"El ala de la gaviota"
Los hoteles secretos
El brillo nómade del mundo
como un ascua en el alma una joya del
tiempo
se abre tan sólo al paso de ciertos hechos tormentosos
arrastrados por la corriente
hasta las escaleras cortadas por el mar
en ciertos antros de lujuria de bordes sombríos
poblados por estatuas
de reyes
casi irreconocibles entre el reverberar de las antorchas
cuya
luz es la hiedra que cubre los muros
¡Oh corazón corazón orgulloso!
entrégate al fantasma apostado en la puerta
Ahora que tan bien te conozco
sin otra sed que tu memoria
criatura melancólica que tocas mi alma de tan lejos
invoca en las
alcobas el éxtasis y el terror
el lento idioma indomable de la pasión
por el infierno
y el veneno de la aventura con sus crímenes
¡Oh!
invoca una vez más el gran soplo de antaño
en estas cámaras de piedra
enlazada a tu amante
y ambos envueltos en la lona de los días
perdidos como el
muerto en el mar
y prontos a deshacerse en las hogueras instantáneas
sobre lechos de un metal misterioso que brilla en las tinieblas
bajo la zarpa de los candelabros
y el coro de pájaros lascivos
girando con furia en las habitaciones
selladas por el hierro de otras noches
Pues tales antros solemnes
cubiertos de flores carnívoras
con mármoles que se pudren a la sombra
de cabelleras opulentas
se balancean labrados pomposamente desde el
portal hasta
la cúpula
como la nave anclada sobre el abismo
agitando con
lentitud sus espejos para adormecer a la mujer
desnuda entre los
verdugos que incineran el corazón
de la noche
y el zaguán donde se cruzan la lluvia y la frustración
los camareros con el rostro podrido por el tufo de las flores
acumuladas en los pasillos infinitos
el rumor de los suspiros
sofocados
los besos entretejidos en nácar tristísimo
la hierba sin
nombre en que se hunden sus huéspedes
repiten una vez más entre la
sombra
la leyenda del amor que nunca muere
Nada de nostalgia
El que pueda llegar que llegue
Esta es la sal de las partidas
Una
perla de amor insomne
Entre manos desconocidas
Lechos de plumas en el viento
Sólo dormimos en los médanos
Thi
la gitana del desierto
En la noche del Aduanero
La gitana con una cítara
Un león la huele como a una flor
Es
el sueño feroz y tierno
El olfato de la pasión
Alas de nunca y de inconstancia
A través del cielo se filtran
implacables cuerpos amantes
con sus terribles maravillas.
Todas las llaves abren la muerte
Pero la vida nunca se cierra
¡Todas las llaves abren la puerta
Del puro incendio de la tierra!
Pasiones terrestres
A Vahine
(pintada por Gauguin)
Negra Vahíne,
tu oscura trenza hacia tus pechos tibios
baja
con su perfume de amapolas,
con su tallo que nutre la luz
fosforescente,
y miras melancólica cómo el clima te cubre
de
antiguas hojas, cuyo rey es sólo
un soplo de la estación dormida en
medio del viento,
donde yaces ahora, inmóvil como el cielo,
mientras sostienes una flor sin nombre,
un testimonio de la
desamparada primavera en que moras.
¿Conservará la sombra de tus labios
el beso de Gauguin, como una
terca gota de salmuera
corroyendo hasta el fondo de tu infierno
la
inocencia -el obstinado y ciego afán de tu ser-;
ya errante en la
centella de los muertos,
lejana criatura del océano...?
¿Dónde labra tu tumba
el ácido marino?
Oh Vahíne, ¿dónde
existes
ya sólo como piedra sobre arenas azules,
como techo de
paja batido por el trópico,
como una fruta, un cántaro, una seta
que pueblan los espíritus del fuego, picada por los pájaros,
pura en
la Antologia de la muerte...?
No una guirnalda de sonrisas,
no un espejuelo de melosas luces,
sino una ley furiosa, una radiante ofensa al peso de los días
era lo
que él buscaba, junto a tu piel,
junto a tus chatas fuentes de
madera,
entre los grandes árboles,
cuando la soledad, la rebeldía,
azuzaban en su alma
la apasionada fuga de las cosas.
Porque ¿qué
ansía un hombre
sino sobrepujar una costumbre llena de polvo y tedio?
Ahora, Vahíne, me contemplas sola,
a través de una niebla azotada
por el vuelo de tantas invisibles
aves muertas.
Y oyes mi vida que
a tus pies se esparce
como una ola, un término de espumas
extrañamente lejos de tu orilla.
Poema tres
La mujer de los pechos oscilantes
deja posar sobre ellos
a las mariposas,
al temblor de las hojas en la brisa,
al aullido
del gato nocturno.
Sus dientes destilan un licor muy dulce,
se
producen también circunstancias incitadoras de
fantasías
y hay más descripciones.
¿Qué se ha visto?
Madonas inasibles yacentes en pantanos perfumados,
sinfonías de lo profundo del ser en los más hondos
soles corporales,
vestigios de la dicha
cuya llama se irisa en la
médula, un clamor
en la concavidad desolada del día.
Ella cubre sus muslos y sus brazos
con jaleas salvajes,
aceite de palmera sobre la arena suave,
a sus
espaldas el insondable paisaje del océano,
vendedora de choclos calientes y jugo de ananá,
invoca la
endemoniada dicha de vivir en un país de
la ribera de las moscas.
Frutas agujereadas, amores inhóspitos,
deserciones,
pasajeros que esperan en vano que el tren se
detenga
mientras corre sin fin a través de los campos
polvorientos.
Poema cuatro
La luna que tan dulcemente se dora en el campo
es mi madre cuando
tocaba el violín
entre las lagunas y el pasto dormido,
en un campo tan dilatado,
rodeada de montes de naranjos
y el terco, invencible olor de los
azahares.
Levantaba la lámpara en la noche
cuando llegaban los
ladrones, y el diablo
que afilaba sus pezuñas en el techo
ya no
podía pasar por las rendijas de las oraciones,
entre los hierros del
rosario.
La veía de pie, con un vestido
blanco como el desierto, playa tierna
del alma,
envuelta en una música del origen del mundo,
con venados rojos, duendes, tesoros,
viajes inmensos para los niños
del asombro.
Y la ondulante melodía
se grababa con grandes corazones
en la
corteza de los eucaliptus.
Tocaba el violín, daba órdenes
al loro, a las ánimas, a las lagunas,
a las oscuras criollas de cocina
de espesas trenzas donde dormía el
relámpago.
Poema cinco
La lluvia
se desliza por las plumas del día,
siempre inconclusa
como una muchacha
llena de astucias y caricias
libre para conjurar
lo más hondo y furtivo del deseo.
¿Cómo saber, entre los laberintos de la sangre,
en dónde está la clave
de ciertos momentos extrañamente adorables y
crueles
cuando las Esfinges disputan en nuestros corazones?
El lecho se mece en la corriente
hasta tornarse niebla,
palabras a la deriva, un pálido hueco.
Amanece, en las casas se
enciende fuego,
los elementos dispares del día
inician su batalla, sus injurias,
tales islas emergen a la miseria,
al tránsito,
los trabajos llegan con su capucha de tortura,
pero
aún flota un gran esplendor, una delicia
incierta
en las constelaciones que aún tiemblan en el cielo
de los besos.
Los amantes que juntos yacieron se separan
bajo el trueno de la mañana.
Ahora saben que su vínculo es terrible
con el último embrujo de sus caricias.
Poema siete
Sobre el viejo recolector de pedruscos
se posa un pájaro,
sobre el hombre de los tatuajes
cristalizan las
aguas de tantas travesías,
rudas orgías, ceremonias para partir,
lujuria y avidez en un reino sin pausa.
En vano intenta ver su imagen:
¿sentado junto al fuego? ¿dormido en
la cueva?
¿en donde está ese antro, esa promesa?
¿en qué totalidad
indecible de un sueño?
Una mujer semidesnuda sale del monte,
y el
hombre a quien el mundo enardeció,
con la arena, con la miga del pan,
con la piel de
las cosas
deja un mensaje para nadie,
penetra a su propia soledad,
a su tormenta.
Poema diez
Las estatuas de sal que tanto hemos amado
tras el gemido de Sodoma y
Gomorra,
sus cuerpos se deshacen si las ciñen tus brazos.
Amantes
desoladas como un paisaje ciego,
en cuyos pechos, recién salidos del
océano,
nacía la sed. ¿Pero qué maldición cayó sobre ellas,
sino
la maldición a las bodas de la carne y el sueño,
cuerpos y
ceremonias, cabelleras y susurros
en los tibios secretos de la noche,
deslumbramientos de la travesía?
Todo cuanto la urdimbre sombría del pecado
condena: la pasión, la
poesia, la línea del amor
grabada en la palma de la mano, el linaje
de increíbles amantes fundidos en su propio laberinto.
Sin embargo,
en la más luminosa estela del corazón
donde nada es mentira,
perdura la gloria de esas paras mujeres orgullosas,
blancas como la
muerte, con rouge en los labios.
Poema trece
Bien sé cómo es ella, secreta y perversa
como un Angel del bosque, se
hunde
en mi sangre, canta en la noche
como un río que corre debajo
de las piedras.
Pero lo que invoca, lo que rescata,
está más allá
de la piedad de sus besos,
vasto como el sueño, tormentoso
como su
cuerpo lascivo.
Lo que se alcanza de sus confesiones
desnuda los
deseos, súplicas, un vuelo
hacia cuerpos solares en un cielo mortal.
El viento es tibio en sus cabellos,
en su garganta herida. Todo en
ella
es insomne como su latido desdeñoso,
consagrado a las grandes
singladuras de Ahab.
Nunca llegará donde la esperas, en una
quemadura,
en un altar demente de memorias perdidas
o aves
migratorias. Nunca llegará.
Cuando trae la bebida de los náufragos.
Se escurre
entre los grandes secretos de su sueño.
Sólo una etapa
Piedras llevadas por el viento,
con la misteriosa canción de los
muertos
retumban
contra mi corazón, y la antigua
pasión del furor de
partir sopla de nuevo,
murmura besos, calendarios de lo desposeído,
sangre de la lejanía, sangre de la lejanía.
Esa dicha fue a la vez unánime y transitoria,
tantos países de
antaño, devoradores,
se fríen lejos y rechinan, irrumpen
con una
belleza implacable, con bocas
húmedas del rocío de los sueños, y de
pronto
un rostro de huérfana brilla de nuevo al sol.
Acabas de
grabar un bisonte en la caverna,
acabas de resucitar una llamarada de
la distancia,
algunas historias
para instalarte en un infierno propio donde
ya
la gente no canta ni penetra a sus casas,
para llegar sólo al establo roto, al suelo desfondado,
con
placeres como novias arrojadas por la escalera.
Todo aquello al fin
será la luz, el grito de la lluvia,
la pisada de un cuerpo fantasma
en las orillas fulgurantes del mundo.
Ciertas criaturas de frontera, ciertos éxtasis,
alguna vez amamos
en el altiplano, montaña, buitres,
el andar femenino de las llamas,
tales delirios
desde las grandes fiestas al olvido en medio
de
viajes y caminos que se cruzan, risotadas
de esas gentes con rostros
de plumas o de cuero, en el frío,
entre los ácidos cactus erizados
por el zapateo
y la embriaguez de los indios, dichosos
de una
grandeza tan humilde.
En una posada, junto a la mesa, con una olla de hierro,
surgió
una mujer desde el fondo de un pozo de fuego,
con ojos de una ternura
viciosa,
taciturna mujer de servicio con triple falda
y la pesada
trenza negra donde nacía la tormenta,
para que el camino se hundiera y la roja
franja de sus labios
brillara a la intemperie,
hasta que la inmensa música de su latido
llegara hasta mi pecho como una galaxia sexual
en lo más profundo del
cielo, como si nada pudiera
ir más allá de su sangre y de su ensoñación.
De todo eso un gran
pájaro vuela,
sus alas atruenan en la diversidad del mundo.
Un oscuro mensaje
Criatura enigmática,
con el anillo verde del reino vegetal
y su respiración de silenciosa sombra,
sin pasiones,
una divinidad indescifrable.
Con su lenta explosión
el árbol me vigila
enfrente a mi ventana,
espía mis menores movimientos
a veces con un pájaro,
con un gemido solitario,
con un hilo de lluvia,
atento a mi presencia
sin que pueda acallar su interrogante.
Algo exige de mí,
algo que debo hacer pero que ignoro,
algo que debo olvidar
o quizás recordar toda la vida,
tal vez un nombre,
la luz de cierta noche
o tal vez el instante en que algo amado
desaparece también con un susurro.
Algo que pugna por surgir
como la mano del que se hunde en el mar,
algo impreciso aún,
sin duda vinculado al amor, a los astros,
y que por último
me será revelado en su raíz.
Quizás tan sólo sea
una nube, una brisa,
la misma ardiente música del mundo
oída siempre y siempre y siempre.