"...No; volver a quererte, qué locura,
qué cielo amargo me envenenaría..."
"Portrait of Eleonora Tomassi"
Silvestro Lega
Reseña biografica
Poeta
argentino nacido en Buenos Aires en 1898.
Huérfano desde muy pequeño,
su educación estuvo al cuidado de sus abuelos quienes le prodigaron una
esmerada
educación. Muy joven editó su primer libro «El imaginero», cuyo lenguaje
poético hizo que los intelectuales
de su país lo reconocieran como unos de los grandes poetas de la época.
Junto a Borges y Leopoldo Marechal, integró un importante grupo
literario reunido alrededor de la revistas
Martín Fierro,
Inicial y Cuadernos del plata.
Obtuvo el Premio
Nacional de poesia en 1958 y ocupó desde 1968 una silla en la
Academia Argentina de Letras.
Entre sus obras se destacan
«Panegírico de Nuestra Señora de Luján», «Odas a orillas de un
viejo río»,
«El pez y la manzana», «Mundos de la madrugada» y el «Libro de las
soledades del poniente».
Falleció en 1996. ©
Cante mi mundo de amor
Casida de la bailarina
Cuando me hablan de ti...
Día de espacio enamorado
Estas cosas
Helada en su corona
de deseo...
Mi pasión tiene la
forma de un río...
Nao de amores
No; no me he cansado
de pensar en ti...
No; no volver a
quererte, qué locura...
Oda a la
sangre
Qué muerte
tan larga llevan las flores...
Quisiera llegar por su boca...
Si el olvido es agua...
Si te vieran subir
desnuda, sola...
Si yo pudiera verte
rama ardida...
Sí, qué tejado,
que sombra de madera...
Ya
no volveré a ti...
Yo quisiera ser feliz...
Yo te he querido bien...
Cante mi mundo de amor...
Cante mi mundo de amor,
tan dulcemente, que el viento
frío sienta
su dolor
de nieve dura en mi aliento.
Corona de aire ofrecido,
río de calor cedido
al olvido; a un amante
sueño, exacto. ¡Mundo!
Mundo
mío -tuyo-, ya profundo
en ¡ay! de cierzo distante.
Palma sedienta, jacinto
asido. Cantar a un día
turbado -solo
aún-, distinto,
con su muerte todavía.
Rama de espacio celoso,
rumbo huído, riguroso.
Muro, flor, herida: ¡suelo
deshallado!
Único. Sola.
Mi fe con su tiempo, aureola
de mundo solo, en tu
cielo.
Brizna alta. Universo. Río.
Tu cielo, tu cielo, fuente
unida,
ya sin vacío.
Eterno, eterna, luciente.
Que nadie toque tu rosa
de sonido, angustiosa
ayer, sin vida. Aire amado,
crecido:
escúchame hoy -alma
viva- cantar en la calma,
en desierto
enamorado.
Casida de la bailarina
A Federico García Lorca
1
Quiero acordarme de una ciudad deshecha
junto a sus dos
ríos sedientos;
quiero acordarme de la muerte de los jardines, del
agua verde que beben las palomas,
ahora que tú bailas, y cantas con
una voz áspera de
campamento;
quiero
acordarme de la nieve que vuelve con la lluvia
para humedecer su boca
de viento dormido, su luna
abierta entre la
yedra.
Quiero acordarme de mis amigos, ay, de cómo
dormirá una mujer
que he querido.
Baila, aliento triste, alarido oscuro. Lleva tus pies
de acero
sobre los alacranes
que tiemblan por las hojas de la madera,
golpeando sus tenazas de polvo
cerca de tu piel.
Baila, amanecida;
empuja el aire con el calor del
cuello, con
la serpiente que conduces rota
en la mano enamorada y dura.
Yo estoy pendiente de ti, ensombrecido: tu canto
me enfría la cara, me envenena el vello.
Qué haría para poder estar
quieto,
abierto en tu garganta llena de barro,
hasta resbalarme
por tu pecho, como una llama de rocío.
Baila sobre el desierto caliente,
Nilo de voz, delta de aire
perecible.
2
Quisiera oír su
voz que duerme inmensa con su narciso
de sangre en el cuello,
con su noche
abandonada en la tierra.
Quisiera ver su cara caída, impaciente sobre el amanecer,
junto a
su viola de luz insuperable, a su Angel tibio;
su labio con su
muerte, con su flor deliciosa sumergida.
Así, ofrecido; luna de jardín, perfume de fuente,
de amor sin amor;
ah, su alto río encerrado, vagando por la aurora.
3
Rosa de cielo, de espacio melancólico;
Orfeo de aire,
numeroso solo. Quien verá
su sombra cubriendo los árboles
o
volviendo del agua, desnuda. Quién verá
la tarde que contuvo su cara
de hombre muerto.
su soledad esparcida entre los ríos.
4
Baila, que él
tiene el cuerpo cubierto de verguenza
y la lengua seca saliéndole por
la boca dulce,
como una vena perdida.
Yo pienso en él, y ya
no me duele el silencio,
porque nunca estará más cerca de la luz
que en su muerte. Su pobre muerte
encadenada.
¡Ya ve su sueño en
el desierto!
Las altas tardes que van naciendo del mar, los pájaros
con los árboles de las colinas; las gentes aún pegadas
a las sombras,
a los ríos oscuros de la
carne-
Su muerte, sí, su muerte, un poco de la nuestra;
de nuestra
muerte sin premura. Ya estás ahí, solo
como alguno de nosotros en la
vida.
Duerme, triste mío, perdido, que yo estoy oyendo
el canto del
adufe que viene del desierto.
Enero 18 de 1937
Cuando me hablan de ti, es como
si me perfumaran la cara...
Cuando me hablan de ti, es como si me perfumaran la cara
con una hoja
de mirto. Ya estoy tan seguro de que te quiero,
que a veces quito
mis ojos de la luz
para que atraviesen la noche por el cielo.
el cielo.
Los jardines saben el nombre de tu río
y el de los antílopes que
lo cruzan jugando entre el agua;
ninguno habrá que no lo haya sentido
fluir, humedeciéndome la boca,
en la mañana, o al caer la tarde,
sobre el aliento perezoso
de las flores.
Día de espacio enamorado...
Día de espacio
enamorado. Espada
y nubes. Oh, mar mío presuroso:
celeste entre
paredes, nemoroso
mar entreabierto. ¡Rama desvelada!
Luna y labio. ¡Ay, amor hundido -nada-,
ya en tu horizonte
helado, codicioso
de muerte, de deseo fatigoso!
Eterno mío, flor
desesperada.
Borde distante; mi otra vida sola,
perdida sin morir: huída
quieta;
no, pluma y tierra; mar, espuma, ola.
Sombra suelta, sirena adiós, oído.
¡El mar, el mar! Sí, el mar,
mar meseta:
solo con el amor, con el olvido.
Estas cosas
No sé, pero quizás me esté yendo de algo, de todo,
de la mañana, del olor frío de los árboles o del íntimo sabor
de
mi mano.
Pero estas llamas y la lluvia bajan por la tarde del día elevadas,
con su trabajo cruel y afanoso, con el terror de la primavera
y
el tiempo y la noche vanamente disueltos en su impaciencia.
Yo sé que estoy mirando, extendido, sin atender
lo que el
polvo y el abandono ocultan de mi cuerpo y de mi lengua.
Una palabra, aquella sonriente y terrible de ternura,
oscurecida
por la razón y el mágico envenenamiento de la nostalgia;
sedentaria huye por un campamento, llamada y perseguida permanente,
sin alguna vez, devuelta entera y desentendida
al seno ardiente
de la noche, al ser mayor e indestructible de la atmósfera.
Nada queda después de la muerte definido y elevado, ni la imagen
voluntariosa
sobre los pastos crecidos y ondulantes, ni el pie
atropellado
que dispara de su quemada historia intacta.
Sin clamor el rostro siente el húmedo temporal, el albergue
perecedero
y la flor abierta en el vacío,
sin volver los ojos, va en su
rapidez disuelto
y extrañísimo.
Soy el ido, el variante del cielo,
de la
calle muerta en las nubes,
su entretenimiento como un pájaro.
¡Amor, amor! una brizna
del sentido,
tal vez un día donde mis labios bebieron la sangre
y todas estas
nieblas azotadas e irremediables, perdidas.
Decidido, toma, ¡oh noche!, mis secos ramos y llénalos de rocío
brillante
y pesado, igual al de las hojas del orgulloso y reclinado invierno.
Helada en su corona de deseo...
Helada en su corona de deseo
quién la verá, perfume de otro día,
ramo de aire perdido, todavía.
Espacio, luz de amor, lengua de aseo.
Terrible, incomparable, alta la veo
quebrar la espuma insomne
-alma mía-,
en su sabor hallando la alegría,
el sonido, su flor;
la voz de Orfeo.
Dura en su nieve, en su adiós de la tierra,
qué ámbito iluminado
o noche ciega
la espera. Dónde irá el viento, su día.
Qué mar, qué luna; qué espejo la cierra
desdichado. jQué río alto
la riega
sin amargura y bebe su agonía!
Mi pasión tiene la forma de un río apresado...
A Luis J. Morganti
Mi pasión tiene la forma de un río apresado por
el desierto,
como por una noche penetrante,
inmóvil.
Amor es abrir la arena con narcisos.
(Dejen mi rostro apoyado en
el agua
hasta que se me enfríe la voz,
solitariamente.)
Deseo
una corona abandonada por su cuello,
besar el aire de su cabello
hasta llenarme de vacío
De otra vida.
Nadie sabe hasta dónde llega el destierro;
que hace la tarde con
un clavel, con un día caído
de mi mejilla.
el cielo es cielo, y yo estoy tan lejos,
como una lanza junto a
una cota empañada
por los arroyos de la noche. Ay, en un
costado de la tierra,
con un nombre sordo,
mojándome el cuerpo distraído.
Gualeguaychú, abril de
1937
Nao de amores
A Alfonso Reyes
Ya estoy harto de mar,
de gente, de cielo;
de muerte, si Dios quiere.
Nadie podrá arrancarte
de mí, sombra de sueño,
porque tengo pegada en el pecho toda tu noche
de pasión horrible.
Dentro de días estaré
en la llanura
para cubrir mi corazón de polvo,
el aire de arena.
Nuestra sola muerte
olvidada en un paraíso seco.
(Si pudiera encontrarte. Si pudiera bajar a Río, esta noche;
andar por las calles oliendo las hojas gruesas de los árboles;
abandonarme en la tierra hasta llenarme de piojos. Distraído.)
No quiero mi idioma, mi otra vida; no quisiera
llegar nunca. Volver si fuera posible
Magoas.
Esta noche ¡así! desprendido totalmente;
vuelto, devuelto, perseguido: ajeno mío
sin quererme. Caído en otra
voz,
resbalado.
Mi corazón negándose al polvo,
ya detrás de tu cuerpo, del aire
desterrado.
Bahía de Río de Janeiro, 25 de abril de 1933
No; no me he cansado aún de pensar en ti...
No; no me he cansado aún de pensar en ti;
de noche cuando se me
queda el cuerpo sobre la tierra,
llego a tu país, allá, donde el
viento sale a ventilar la arena,
a recostar en las paredes las aletas
de pescado amanecidas
en la calle;
a buscarme embebecido al
pie de las escaleras.
Ya no sé de ti, tal vez de nadie; sólo recuerdo que me peino
el
cabello dormido, con una mano que estuvo junto a tu cuerpo.
Qué sé yo de nada. De lo que puedo ser la voz;
una hoja
envenenada que se pudre en el pecho,
en otro espacio penetrante,
consumido.
4 de abril de 1933,
ya estoy deshecho de
vivir un solo día, de moverme
con tu sola alma. Dios se compadezca de mí, que entro apasionado
por las venas secas de la tarde.
No; volver a quererte, qué locura...
No; volver a quererte, qué locura,
qué cielo amargo me envenenaría
el ánimo, la sed, la noche pura
del sueño en que te vuelve a ver el
día.
Qué bienaventuranza triste, dura,
es la de abrirme el pecho,
tiranía
ardiente sin consuelo, flor oscura
espaciosa: clavel,
soledad mía.
Frente de amor, ternura transparente.
No, sin cesar hacia el
olvido: río,
niebla, isla, piedra, luna, esfera ausente;
ay, alto aire aterido, sin amigo,
primor inútilmente vuelto al
frío,
a la memoria, sin nadie, contigo.
Oda a la sangre
Esta noche en que el corazón me hincha la boca duramente,
sin pudor,
sin nadie, quisiera ver mi sangre corriendo
por la tierra:
golpeando su cuerpo de flor,
-de soledad perdida e
inaguantable-
para quejarme angustiosamente
y poder llorar la
huida de otros días,
el color áspero de mis viejas venas.
Si
pudiera verla sin agonía
quemar el aire desventurado, impenetrable,
que mueve las tormentas secas de mi garganta
y aprieta mi piel dulce,
incomparable;
no, ¡las mareas, las hierbas antiguas,
toda mi vida
de eco desatendido!
Quisiera conocerla espléndida, saliendo para vivir fuera de mí,
igual que un río partido por el viento,
como por una voluntad que
sólo el alma reconoce.
Dentro de mí nadie la esperó. Hacia qué tienda
o calor ajeno
saldrá alguna vez
a mirar deshabitada su memoria sin paraíso,
su
luz interminable, suficiente.
Quisiera estar desnudo, solo, alegre,
para quitarme la sombra de la muerte
como una enorme y desdichada
nube destruida.
Si un día no fuéramos tan extraños, defendidos,
que oyéramos
gemir las hierbas igual que un sediento
hábito peregrino,
limpios del humor sucio, corruptivo,
me cortaría
las venas de amor
para que se escuchase su retumbar;
para vestir
mi cuerpo solitario
de un larguísimo fuego delicioso.
Pero no ha de llegar nunca ese tiempo mágico,
como no llega la
felicidad
donde no vive el olvido, una voz muerta,
apagada
voluntariamente.
Ni mar ni cielo ni flor ni mujer: nada;
nadie la
ha visto llevar su rosa vulnerable,
su desierto extraviado entre
inútiles bocas.
¡Qué duro silencio la cubre!
Ya no sé dónde llega
o la distrae la vida
o desea dejarla
desprendida.
Dónde se
angosta su piel imposible,
su lento signo enigmático: llama de
esencia sin despedida.
A través de la carne va llorando,
metida en su foso sin cielo,
en su noche despreciada,
con su lengua eterna, contenida.
Qué gran
tristeza la vuelve a la vida sin cansancio;
al reposo, cerrada.
¡La muerte inmensa vela su sueño sin alborada!
Nadie sabe
nada, nunca. Nada.
Todo es eso. ¡Ansiedad vuelta hacia dentro,
sorda, detestable; alejada!
Majestuosa en su mundo obscuro, volverá a su raíz
indefinida,
penetrante, sola.
Tal vez un río, una boca inolvidable,
no la
recuerden.
Qué muerte tan larga llevan las flores en tu seno...
¡Qué muerte tan larga
llevan las flores en tu seno;
tu soledad no es parecida a la de
nadie;
tu soledad tiene la boca quebrada y el acero
de los pechos fríos, con herrumbre.
No es el mundo lo que gira a
tu alrededor
sino tu asco eterno
que lo desalienta y lo desprecia,
con una flor sin aire, con un dolor vacío.
Si yo me viera sumergido en el mar, donde la sal
cubre el átomo y los árboles dan flores
que nadie recoge, y el cielo
estrellas
que nadie mira, tal vez encontrara tu sombra
sobre un
piso de raíces
y espinas.
Si yo volviera al aire, qué almohada de brazos húmedos
tendría tu
sombra,
qué serenidad hallaría tu pie desnudo;
tu canto haría
temblar la raíz de las hojas muertas de los valles.
Pero el amor es el amor, y yo agradezco el tuyo
que me llena de
lombrices los oídos.
¡Qué alto pino es la memoria del amor! Debajo
de las hojas
está tu cuerpo con su Angel
muerto.
Pero yo quisiera ser distinto: huir,
huir de la ceniza.
Si yo
pudiera, qué viento hermoso movería
tu sueño de aire sin cielo
de
agua sin peces, de amor sin recuerdo;
de flores que atraviesan una
cuenca triste
dormida sobre el polvo.
Quisiera llegar por su boca, como por un pueblo desierto...
Quisiera llegar por su
boca, como por un pueblo desierto,
al centro de su cuerpo;
quisiera despojarme del horizonte, de un escorpión
azul alejado del día;
quisiera volver a ser otra mañana
junto a un
caballo con cola de pescado.
Pero no; cuando se me queda el corazón
por la piel distraído,
igual que una tierra sorda, inmensa,
me
siento desamparado
porque nunca le ha de llegar la muerte,
porque
su pelo ya no se humedecerá dentro de mis ojos.
A veces quisiera apagar
su río amarillo,
su vida pegada como una hoja en mi sed.
¡Nada!
Quisera dormir con una mano
sobre su seno.
Si el olvido es agua y el recuerdo
fuego...
Si el olvido es agua y
el recuerdo fuego,
¡ay! qué corazón de nieve tan triste tengo.
Si
yo te viera con tu perfil perdido entre dos losas,
envueltos los pies
desnudos en tus sábanas frías
y la azucena del pecho, lastimada, sin
defensa,
mi mano quedaría sobre los techos golpeándose por
el filo de las tejas
hasta hacerse sangre y formar un río amargo
que bajara hasta el centro de la calle,
en busca de la basura.
¡Amor! ¡Amor! Qué es amor, sino quedarse más
solo con el corazón,
con el pensamiento estropeado, el cabello lleno
de nubes
y hojas de Otoño. Sí, pero yo soy diferente: tengo
un cielo ardiendo en los ojos
y una muerte que me muerde los dedos
y me encarna las lágrimas.
Qué inútiles quedan los dientes después de nunca;
después de
cerrar una ventana y romper los vidrios
para que se quede temblando
el recuerdo
y no huya por encima de las cajas de sombreros,
hacia
el mar.
Tu cabellera hundida, tu boca sorda, tu pecho enrojecido
de
guardar tanta pluma de azucena prisionera.
¡Todo el amor del
galápago!
¡Ay! qué viento frío te da vueltas el mundo de los caballos
y de
las adelfas.
Mis brazos están dormidos, quebrados en un ataúd
de
piedra profunda. Amor. Amor, viento mío.
Pero tu luna, qué grito tan
alto sobre los álamos;
qué hemisferio de hielo líquido te envuelve
los bosques,
tu voz perdida, tu sombra que huye con un clavel,
y
el clavel con su esqueleto de ámbar, perfumado de nieve.
¡Cielo! ¡Cielo! Mi
cielo muerto, con su isla de cieno
en la
garganta.
Sí, qué tejado,
qué sombra de madera sobre el último día...
Sí, qué tejado, qué
sombra de madera sobre el último día.
Cantaba el mar en playas de
níquel, el mar lleno de sudor,
siempre el mar.
Yo estaba desesperado como si ya no quedara otra vida,
como si el
mundo fuera plano
y mi sueño estuviera colgado de una pared.
Sí; el amor, la carne, el triste sueño. Yo no quería morir,
no
quise llevar una flor transparente sobre el hombro pasajero;
dejar de
ser un pobre árbol sin jacintos.
(Mañana, cuando esté sereno, todo se me ha de volver tonto;
ya estoy sordo
de llevar mis ríos a un corredor;
de dirigirme a
una frase viviente entre montañas,
a un vaso de café, a una canción,
a toda una noche sin dormir.
Pero el amor es el amor,
y yo tolero lo que me ayuda a ser
diferente:
silencio entre dos hojas, espacio entre los hombres.)
Si te vieran subir
desnuda, sola...
Si te vieran subir desnuda, sola,
sin turbación, queriendo llegar
ciega
a la tierra, sujeta, con tu aureola
de jacinto, de llama que
se niega.
Sí, si te vieran salir del mar, una
mañana, con los muslos
abrazados
por serpientes -de frío hondo, de luna
que no quiere
morir-, desesperados,
te hallarían cantando desasida,
con la memoria inútil, diferente;
en tu destierro solo, transparente.
Amor de amor, palabra dulce, huída
hacia otro sueño sin defensa.
Río
ardiente, suspirado. Aire de envío.
Si yo pudiera verte rama
ardida...
Si yo pudiera verte
rama ardida,
prometida de espejos -flor de celo-
quebrando el aire
dulce sin consuelo,
en ámbitos de lumbre despedida.
Espacio estéril, cielo sin salida.
¡Ay, qué gozosa muerte es tu
anhelo
de agua y tierra apretada, de tu cielo
sin Angeles! Tu
cielo sin huída,
allí, donde mi voz está callada,
con el borde deshecho, con la
frente
sin tarde: ¡clavel!; rosa desolada.
Sueño de sueño, luna de gemido,
-claridad despoblada- impaciente;
sí, campo, mar, estío, aire querido.
Ya no volveré a ti -luna de
tierra...
Ya no volveré a ti
-luna de tierra-;
quédate en tu cielo derrumbado,
con tu piel perdida, mojada en la
lluvia.
Con tu soledad llena de espejos,
con tu dolor partido como
una fruta.
Yo quiero volver a otro día, salir de tu sed
sin dejar
un solo beso sobre una cornisa;
salir igual que una llama cubierta
de espumas y cenizas
a un nivel de flores.
Huir. Huir hacia donde el mar no lleve cariño
sobre las hojas,
donde no haya asfixia y tu nombre de piedra y espumas
se oculte entre
montones de arena y conchas.
Pero el amor es el amor, y nadie puede desterrar una
raíz de plata
con destino y latidos. Con una sombra inmóvil cubierta
de memoria: con su casta de alma,
con su
paisa e resbaladizo y sus manos
de vidrio quemado.
Si yo pudiera olvidar sin oírte, sin dejar
la huella de mi
cintura temblando
en el aire. ¡Pero el amor es el amor, y el tiempo
mueve juncos y adelfas
para que se encuentren con la muerte!
Cuando pienso que nunca he de volver al frío,
qué ganas me llevan
de talar un árbol;
de quebrar el ala de una paloma,
para que ella
disfrute
de un amor enloquecido.
(Cuando uno vive alegre
qué bien le debe caer
el canto de la noche sobre la carne. El canto
de la
noche. ¡Agua y pinos!... Quién
viera tu niebla
oscura, ala de frente, plumón muerto,
aire de vino
desdichado. )
Pero yo quisiera volver a otro día. Siwmpre he soñado,
perdido en la sombra,
buscar una rosa de hielo con su hoja de viento.
-La rosa que no verá la multitud,
la que espera, como yo, un largo
día de fiesta
a orillas de un río de Invierno.
Adiós, junco húmedo,
oscuridad de Verano entristecido.
Hasta nunca, si nunca es volver
alguna vez: estas
palabras como una flor
en su lecho de polvo, con su nunca, amando, en la garganta;
con tu
sombra inmóvil, preferida.
¡Raíz de nieve, ocioso viento!
Yo quisiera ser feliz como un pie desnudo en una playa...
A Victoria y Enrique
Yo quisiera ser feliz como un pie
desnudo en una playa;
como un reno frente al mar;
como la cinta
llena de muerte de la gorra de los marineros;
como la hoja de ciprés
que guarda el horizonte de las estatuas;
como duerme el Condestable
de Castilla en la Catedral de Burgos;
como la hoja y la corona del
laurel;
como tu sombra de plomo, dormida entre columnas y peces;
como el aire desierto.
¡Pero yo estoy con tu muerte sin pronto!
Con un cielo que se
cansa de mirar los pastos;
con un cielo que vuelve hacia sí la mirada
de piedra y nieve
que llevo colgada de los dientes. Yo sé que él
consuela a algunos,
pero a mí me destemp!a el corazón, de flor
apretada,
de espuma sin raíz, de gemido impedido.
Pero tu muerte es tu muerte: sin murallas, con todo el tiempo
distante en la boca.
¡Como el aire desnudo!
Yo te he querido bien. Nunca lo
sabrá el polvo...
1
Yo te he querido bien. Nunca lo sabrá el polvo
de tu cuerpo,
ni tu cama desolada, sin noche entera.
-Tampoco sabe el hielo si
la montaña siente,
cuando le oculta las nubes
una rama de tierra
muerta-.
Yo amo como en un sueño perdido.
Me agrada sentirme vivir;
mi
cuerpo es torpe porque llevo el pensamiento lejano,
y la soledad
rodea mis latidos
con su calor sin mejillas.
Hoy es día de mi cumpleaños, y deseo estar todo para ti
-como si
estuviera muerto -
lejos del otro mundo, sin azul, sin hombres que
metan sus palabras
en mi cuerpo distraído.
Tal vez ya no te acuerdes de mí. Qué importa.
El recuerdo es
igual a una llovizna
sobre un largo acueducto.
El viento del Otoño mueve las hojas de los árboles
y el frío abre
sus manos en una pampa de ceniza.
Yo quisiera estar en el campo junto a un río,
o al lado de un
amigo verdadero,
porque estoy melancólico.
Mi corazón desearía quedar dentro de tu pecho.
¡Quién entiende el
amor
sin un lirio morado entre las cejas,
sin un bronce húmedo
apretado en el cuello!