"Sus frentes buscan manos,amorosas
caricias de algún cielo distante..."
"Art goute beauté"
Pierre Choderlos
Reseña biografica
Poeta español nacido en
Talavera de la Reina, Toledo en 1919.
Es Licenciado en Filosofía y Letras
por la Universidad de Madrid y en Literatura Portuguesa por la Universidad
de Coimbra.
Fue director del Aula de Literatura del Ateneo de Madrid y de
«La Estafeta Literaria». Ha sido además crítico literario
en la revista Ateneo y en varios diarios españoles. Colaboró
activamente en la sección de Filología y Literatura
de la Enciclopedia de la Cultura española.
Ha obtenido numerosos premios
siendo el más importante el
Premio Nacional de Literatura obtenido en 1954.
De su obra
poética se destacan, «Poemas del toro» en 1943, «El corazón y la tierra» en
1946, «Los desterrados» en 1947,
«Canción sobre el asfalto» en 1954, «La rueda y el viento» en 1971,
«El prado de las serpientes» en 1982 y «Obra poética
completa» en 1999. ©
A un esqueleto de muchacha
A
unos labios sin amor
Apasionada esperanza
Ausencia
BesoCántico doloroso al cubo de
la basura
Deseo
Dolor del hombre
El toro
En una
tarde de desengaño y pena
Gato negro de las
delicias
Jardín
La agonía del toro
Las amantes viejas
Los no amados
Mirad
los locos, altos como ramas...
Ocaso
Ocaso en el parque
Pasión
Poema del cuerpo
amante
Presencia de la
esposa
Toro de amor y
ausencia
Toros en la noche
Una mano de
niebla temerosa...
A un esqueleto de muchacha
En esta frente, Dios, en esta frente
hubo un clamor de carne rumorosa
y aquí, en esta oquedad, se abrió la rosa
de una fugaz mejilla
adolescente.
Aquí el pecho sutil dio su naciente
gracia de flor incierta y
venturosa,
y aquí surgió la mano, deliciosa
primicia de este brazo
inexistente.
Aquí el cuello de garza sostenía
la alada soledad de la cabeza,
y
aquí el cabello undoso se vertía.
Y aquí, en redonda y cálida pereza,
el cauce de la pierna se extendía
para hallar por el pie la ligereza.
A unos labios sin amor
¿Para qué tanto fuego y
tanta loca
plenitud de color y lozanía,
si tan sólo tenéis por
compañía
la soledad de vuestra misma boca?
Buscasteis el amor y se
hizo roca.
¿Para quién esa llama, esa porfía,
si vuestra roja y prieta
valentía
al aire más ajeno desemboca?
Esa vibrante luz
desordenada,
tras la doliente piel en la que brilla
se quedará en sí
misma sepultada.
O ha de quedarse pálida,
amarilla,
desmayándose lenta, calcinada,
y soñando el amor desde su
orilla.
Apasionada esperanza
Para ti tuve sueños. Yo
quería
darlos forma, color, límite exacto,
realidad absoluta, línea,
tacto,
felicidad para entregarte un día.
Puse toda mi fe, la vida
mía
en cada pensamiento, en cada acto,
y sin cejar y sin ningún
retracto
firme seguí por si lo conseguía.
Y ya lo ves, mintió mi
pensamiento
porque burla el destino a quien se empeña
en doblegar su
mar, su rudo viento,
su pecho helado, su maciza peña.
Mas el amante
corazón violento
aún sigue, esposa, firme en lo que sueña.
Ausencia
Estoy solo en el campo. El mundo está vacío
sin ti. Yo palpo, triste,
la soledad del cielo...,
dejo mi alma lenta que se la lleve el río,
que un pájaro se lleve mi corazón en vuelo.
La soledad, la ausencia, concrétanse en la roca,
y el silencio se
expande como niebla en mis venas;
el campo me parece la ofrenda de tu
boca
y acaricio tu piel si toco las arenas.
Estoy solo en el campo, sin ti, de Talavera.
Oigo por este árbol
crecer tu sangre amada,
subir hasta los cielos, colmar la primavera,
mientras me sienta ausencia, suspiro.,viento, nada.
Beso
Mi sangre se me puebla de
un ardor inefable
y en las manos me laten incomprensibles pájaros,
altas nubes oscuras, atormentados mares,
cuando acerco a tus sienes
rumorosas mis labios.
Todo mi ser se inunda de
infinito y hondura,
me fundo con el cielo, con la luz, con los campos,
y las piedras inertes y el arroyo tranquilo
se me acercan y tiemblan,
venturosos y humanos.
¿Qué misterio celeste entre
tus venas fluye?
¿Qué Dios omnipotente me llama entre tus labios?
¿Qué
mares increíbles me llevan poderosos
entre adelfas y estrellas, entre
nubes y astros?
Arrebatado, enorme, como
huracán perdido,
mi corazón se evade y va hacia ti sangrando.
¡Ay,
corazón herido de pasión y locura,
pájaro sordo, inmenso, que va ciego
volando!
Cántico doloroso al cubo de la basura
Tu curva humilde, forma silenciosa,
le pone un triste anillo a la basura.
En ti se hizo redonda la ternura,
se hizo redonda, suave y dolorosa.
Cada cosa que encierras, cada cosa
tuvo esplendor, acaso hasta
hermosura.
Aquí de una naranja se aventura
la herida piel silente y
penumbrosa.
Aquí de una manzana verde y fría
un resto llora zumo delicado
entre un polvo que nubla su agonía.
Oh, viejo cubo sucio y resignado,
desde tu corazón la pena envía
el llanto de lo humilde y lo olvidado.
Deseo
Eres como la luz, muchacha mía,
dulcemente templada y transparente;
caricia toda tú, la piel te siente
con plenitud frutal de mediodía.
Eres la gloria tú que tiene el día,
el día tú creciéndome inocente
por este pecho, amor, por esta frente,
por esta sangre que la tuya guía.
Ay, terca luz, abrásame en tu cielo,
donde la maravilla me convoca
al gozo fugitivo de tu vuelo.
No me des tu calor como a la roca;
dame tu vida en él, que sólo
anhelo
hallar a Dios en tu abrasada boca.
Dolor del hombre
La tristeza es arena de
desierto,
sombra de soledad, sombra del aire,
larga ausencia de Dios
que nos circula
por el llanto olvidado de la sangre.
Todo está triste hoy y es un desierto
mi corazón, que apenas si es de
alguien;
todo está triste, sí, todo está triste
en esta inmensa y
desolada tarde.
Madera de ataúd es lo que crece
en esta primavera de los árboles,
mientras proyecta el cielo largamente
su soledad vastísima en mi carne,
en mi alma sin dueño, en esta pena
que me crece y me crece interminable.
El toro
Es la noble cabeza negra pena,
que en dos furias se encuentra
rematada,
donde suena un rumor de sangre airada
y hay un oscuro llanto
que no suena.
En su piel poderosa se serena
su tormentosa fuerza enamorada
que
en los amantes huesos va encerrada
para tronar volando por la arena.
Encerrada en la sorda calavera,
la tempestad se agita enfebrecida,
hecha pasión que al músculo no altera:
es un ala tenaz y enardecida,
es un ansia cercada, prisionera,
por
las astas buscando la salida.
En una tarde de desengaño y
pena
Soledad, soledad late en
mis venas.
Hay un cielo vacío, indiferente,
y es una ausencia et río y
sus arenas
que dora el sol lejano del poniente.
Todo está solo: el corazón y el viento
a la deriva van por la
alameda.
Yo me siento vacío, sólo siento
la ausencia enorme que en mis
venas queda.
Gato negro de las delicias
Es hermoso este gato de color de paraguas
mojado por la lluvia.
Miro
su desamparo en medio de la calle,
miro su islita negra de terror y de
asombro.
Podría tocar la noche y su silencio
si acercase mi mano a su congoja,
sentir entre mis dedos la esperanza de alguien
o quizás a Dios mismo
clamando en este gato,
en este miedo oscuro,
en este gran olvido de
los hombres.
Jardín
La tarde gris es un
ensueño... Apenas
si se nota la brisa, si se siente
que llueve
delicada, suavemente
sobre rosas, claveles y azucenas.
Qué tranquilo el ramaje,
qué serenas
las nubes lentas, leves del poniente...
OH, caricia de
Dios, tibia y silente,
derramada en el aire y en mis venas.
A ti te sueño, Concepción,
te evoco
en esta tarde de templada calma,
donde faltan la luz y tu
sonrisa,
y, en la dulzura de la tarde, toco
la pureza celeste de tu
alma,
que llega con la lluvia y con la brisa.
La agonía del toro
Una mano de niebla temerosa
llega a tu corazón doliente y fría,
y
aprieta lentamente, como haría
el aire más sereno con la rosa.
Su dulce sombra, mansa y silenciosa,
sube a tus ojos su melancolía,
apagando tu dura valentía
en la pálida arena rumorosa.
La dura pesadumbre de la espada
no permite siquiera tu mugido:
poderosa y tenaz está clavada.
Tú ves cerca de ti a quien te ha herido
y tiendes tu mirada sosegada
sin comprender, ¡oh toro!, cómo ha sido.
Las amantes viejas
¡Ay, carne de destierro,
ayer amante,
reseca carne vieja y apagada,
recuerdo ya del tiempo
caminante,
desierto de ilusión, rama tronchada,
flor de la ausencia
pálida y constante!
¿En dónde aquella luz de la
mirada
escondió su fulgor y su hermosura?
Acaso boga ya, deshabitada,
por un cielo lejano, dulce y pura,
perdida, amor, herida y olvidada.
¡Ay, los pechos de nieve,
casi vuelo,
de suave vientecillo y de manzana,
montecillos de amor,
temblor de cielo!...
Como mis flores muertas en la vana
ausencia caen
para buscar el suelo.
¿En dónde está la púrpura
templada
de aquellos labios de mojado fuego?
Entró en ellos la noche
despiadada
y todo lo dejó desierto y ciego,
todo destierro y sombra de
la nada.
Los no amados
Qué soledad del cuerpo; qué
soledad del alma;
qué vacío en los ojos; qué vacío en la sangre.
Nadie
escucha su pena ni su cálido aliento,
rosa ardiente en el aire.
Sus bocas para el
beso, rojas de amor se abren;
sus frentes buscan manos, amorosas caricias
de algún cielo distante.
Sus manos alzan dulces,
llenas de sombra,
amantes;
las levantan temblando como tristes
fantasmas,
amarillas de amor, rosas muertas, al aire;
rosas ciegas que
buscan a través de su noche
la luz rosada y grande.
Alto vuelo de angustia,
alta torre de sangre
levantan estos hombres hacia un cielo impasible
donde no habita nadie.
Mirad los locos, altos
como ramas...
Mirad los locos, altos como ramas,
llenos de inmensidad y poderío;
mirad los altos cual soberbias llamas,
amenazando al cielo con su brío.
Como harapos ardientes y violentos
esparcen sus delirios y su anhelo.
Vedlos chocar su pecho con los vientos,
pobres guiñapos locos junto al
cielo.
¡Ay, qué locura de abrasado vino
arde en su honda y más profunda
vena!
y van raudos, tenaces, sin destino,
hijos del cielo, ciegos en
la arena.
Fantasmas de la nada y del coraje,
dioses heridos, bellos,
desgarrados,
que llenan de pavor todo el paisaje
con aullidos
tremendos y abrasados.
Otras veces tranquilos, misteriosos,
llenos de humilde pena y de
grandeza,
se agolpan contra el suelo silenciosos
y reposan en tierra
su cabeza.
Si acarician la tierra
dulcemente,
sienten allá en su alma enamorada
una mujer que besa
tiernamente
su pobre frente loca y desolada.
Cuando su seca, marchitada boca
acercan a la piedra, enamorados,
¡qué soledad tremenda da la roca
a sus nobles sentidos desbordados!
¡Ay, pobres locos del amor,
de anhelo,
de la nada simiente y alimento,
mitad tierra sin nadie,
mitad cielo,
carne de Dios en la mitad del viento!
Ocaso
Yo estaba junto a ti. Calladamente
se abrasaba el paisaje en el ocaso
y era de fuego el corazón del mundo
sobre el silencio cálido del campo.
Un no sé qué secreto, sordo, ciego,
me colmaba de amor; yo,
ensimismado.
estaba fijo en ti, no comprendiendo
el profundo misterio
de tus labios.
Puse la mano en tu mejilla pura
con un temblor casi de luz, de
pájaro,
y vi el paisaje convertirse en ala
y arder mi frente contra el
cielo alto.
¡Ay, locura de amor!, ya todo estaba
en vuelo y en caricia
transformado...
Todo era bello, venturoso abierto...
y el aire ya
tornóse casi humano.
Ocaso en el parque
La tarde iba cayendo.
Lentamente,
como se alacia un fruto de dorada
piel sensitiva, silenciosa y pura
la luz palidecía y se mustiaba.
Con tímida ternura se afligía
sobre el aire doliente, sobre el agua
que antes brillaba con metal,
con ira,
con súbitos cuchillos que pasaban...
Por la verde arboleda, entre el
ramaje,
en un pálido adiós se deslizaba
y en el extremo de las ramas
puras
era una pena dolorida y clara.
En la arena del parque,
sobre el césped,
las fugitivas sombras se alargaban
leves y dulces,
pálidas, confusas
en busca de la noche, hacia su nada.
La furia del
color, su poderosa
plenitud virginal se sosegaba.
Ya el gran mineral,
el rojo altivo,
el azul sideral y el escarlata
de hiriente dentellada
vengativa
tenuemente cansados replegaban
sus grandes alas silenciosas,
puras,
abatidas, serenas, derrotadas.
Los tiernos amarillos se
extinguían
y era un suspiro fugitivo el malva,
lo gris iba creciendo,
oscureciendo,
adensando negror entre las ramas.
Las sombras se
fundían. Ya la noche
entre la yerba humilde se ocultaba,
se hundía
entre las cosas; quedamente
invadía los huecos suave y mansa
y luego,
sigilosa, se extendía,
caía sobre el mundo. Era una garra
que en el
aire se hundía, que en la tierra,
lenta, implacable, firme se adentraba.
Pero la vida viva proseguía,
pero la vida viva levantaba
en medio de la sombra, de la noche
surtidores de sangre, de palabras,
dientes y risas, besos, corazones,
arracimada furia, plural ansia;
surgía entre las uñas de la sombra,
brotaba incontenible como un
agua,
surgía por la boca y por los ojos
de la nocturna y planetaria
máscara.
Allí estaba la vida, sí.
Era una densa palpitación,
una gozosa presencia interminable,
una
gran eclosión germinal,
una gran plenitud bajo la noche,
un inmenso ramaje desplegado,
unas alas abiertas, unas ciegas raíces
bajando febricentes
hasta el profundo secreto seminal,
hasta el
latente y puro corazón genesiaco.
Pasión
Tras el engaño de la capa
suave,
un encendido toro va burlado
y siente con furor que el trapo
alado
se le escapa ligero como un ave.
A sí va mi pasión tras ese
grave
fantasma vaporoso que he soñado,
y despierto creyéndole
alcanzado,
mas viento sólo entre mis brazos cabe.
Y así mi corazón, igual que
el toro,
desborda su pasión huracanada
hecho dolor brevísimo y sonoro.
mas la ilusión ha sido
derrotada
y la sangre se ha vuelto largo lloro
bajo el reinado firme
de la espada.
Poema del cuerpo amante
Se ha inundado mi cuerpo de un anhelo constante,
ríos de espesa sombra
circulan por mis sienes,
un galopar me lleva, me arrastra no sé a dónde.
Mi carne se ha poblado de mágicos corceles.
Si me acerco a la piedra olvidada y silente,
siento latir la nada en
su entraña sin nadie,
siento el mundo vacío como una ausencia inmensa,
siento una soledad hondísima en la carne.
Si reposo mi mano sobre la yerba helada,
siento que apreso un grave
misterio inconfundible.
¿Quién me llama del hondo de esta sordera extraña
que el árbol sube al cielo soñado en sus raíces?
Lo desierto responde, responde eternamente
a mi anhelo de hombre, a
mi llamada amante.
(La tierra, indiferente, va girando y girando
mientras los hombres siembran su ya gastada carne.)
La nada la llevamos sembrada entre las venas,
por eso nos halaga la
noche sorda y grande;
pero también la vida llevamos en la frente,
que
huye de la tierra para buscar el aire.
Qué terrible es, amantes, esta oquedad del mundo
cuando está llena el
alma de un ansia que la colma,
y ver que un inclemente destino va
poniendo,
en la amorosa carne, silencio y sombra y sombra.
Tan sólo el amor puede colmar estas ausencias
cuando la carne es
grito para el amor nacido.
Tan sólo el amor colma la soledad inmensa
que siente el hombre y siente a través de los siglos.
Por eso aquí a tu lado, mujer, es cuando siento
que se inunda mi
carne de celestes corceles
y que todo se puebla de tu clara presencia.
Ahora rebosa el mundo su fuego entre la nieve.
Aquí a tu lado siento que mágicos ramajes
se van abriendo lentos por
mi carne de amante;
felices en su vuelo me hunden y me hunden
en la
honda llamada de la carne a la carne.
Presencia de la esposa
Quizá tan suave como mano,
acaso
como temblor de rama sensitiva,
como estela de un ala fugitiva
o tenue luz rosada del ocaso,
llega hasta mí, perdida
entre la brisa,
-ave de amor, caricia derramada-,
la dulce plenitud de
tu mirada,
fundida con tu voz y tu sonrisa.
De caricia de amor se van
poblando
mi alma y el paisaje en que te siento;
mi corazón se esparce
con el viento
y van las naves por la mar soñando...
Olvídanse las cosas de su
peso,
y, al brillar una estrella por lo oscuro,
siento tan alto el
corazón y puro
que ignoro si te beso o si la beso.
Toro de amor y ausencia
Tu ausencia está en mi
sangre y en mi vida,
hecha forma de toro enamorado,
que embiste por
mis huesos desbordado,
buscando por mi pecho la salida.
Y este toro, constante en
la embestida,
te busca por mi piel ensangrentado,
te busca por mi
frente, te ha buscado
por estos labios que tu amor olvida.
Toro de amor, de llanto, de
tristeza;
toro inclemente en loco desvarío,
no busque su presencia tu
fiereza.
Secóse el dulce arroyo en
el estío:
no besarán mis labios su pureza,
tan sólo amarga tierra,
¡toro mío!
Toros en la noche
Cuajado de tristeza y de agonía,
el encinar rotundo y soñoliento
hunde
su soledad en este viento
amargo de la verde serranía.
Y la noche de hierro, sorda y fría,
parece que se pone en movimiento
cuando siente en su carne el turbulento
mugir de fieros toros en porfía.
Toda la noche suena y se estremece,
y fundida con toros y paisaje
rueda redonda, caudalosa crece.
Todo el campo se inflama de coraje,
y el viento tormentoso bien
parece
un pecho desgarrado en el ramaje.
Una mano de niebla temerosa...
Una mano de niebla temerosa
llega a tu corazón doliente y fría,
y
aprieta lentamente, como haría
el aire más sereno con la rosa.
Su dulce sombra, mansa y silenciosa,
sube a tus ojos su melancolía,
apagando tu dura valentía
en la pálida arena rumorosa.
La dura pesadumbre de la espada
no permite siquiera tu mugido:
poderosa y tenaz está clavada.
Tú ves cerca de ti a quien te ha herido
y tiendes tu mirada sosegada
sin comprender, ¡oh toro!, cómo ha sido.