"...En esta
historia sólo yo me muero
y moriré de amor porque te quiero,
porque te quiero, amor, a sangre y fuego..."
"Paradies auf
Erden"
Francine Van
Hove
Reseña biografica
Poeta chileno nacido en
Parral en 1904.
Huérfano de madre desde muy pequeño, su infancia
transcurrió en Temuco donde realizó sus primeros estudios.
Aunque su
nombre real fue Neftalí Reyes Basoalto, desde 1917 adoptó el seudónimo de
Pablo Neruda como su
verdadero nombre. Escritor, diplomático, político, Premio Nobel de
Literatura, Premio Lenin de la Paz y Doctor
Honoris Causa de la Universidad de Oxford, es considerado como uno de los
grandes poetas del siglo XX.
Militó en el partido comunista chileno
apoyando en forma muy decidida a Salvador Allende.
De su obra poética, se
destacan títulos como «Crepusculario», «Veinte poemas de amor y una canción
desesperada»,
«Residencia en la tierra», «Tercera residencia», «Canto general», «Los
versos del capitán», «Odas elementales»,
«Extravagario», «Memorial de Isla Negra» y «Confieso que he vivido».
Falleció en 1973. ©
Al golpe de la ola
Amor América
Amor, cuántos caminos hasta llegar a un
beso...
Amor mío, si muero y tú
no mueres...
Barcarola
De noche, amada, amarra
tu corazón al mío...
El amor
El deshabitado
En vano te buscamos
Es bueno, amor, sentirte cerca de mí en la noche...
España
en el corazón
Galope muerto
Juntos nosotros
La jiribilla
La
poesia
La vulgar que pasó
Los versos del capitán
Melancolía en las familias
No te quiero sino porque te
quiero...
Noche
Oda a
la bella desnuda
Oda
a la casa abandonada
Oda a
la casa dormida
Oda a la esperanza
Oda a la jardinera
Oda a la manzana
Oda a la pobreza
Oda a la tristeza
Oda a las algas del océano
Oda a los números
Oda a una estrella
Oda al átomo
Oda al primer día del año
Oda al secreto amor
Plena mujer, manzana carnal, luna
caliente...
Sabrás que no te amo y que
te amo...
Si muero sobrevíveme con tanta fuerza
pura...
Tú venías
Una canción desesperada
Yo aquí me despido, vuelvo...
Yo te soñé una tarde
Más poesia de Pablo Neruda
en:
Pablo Neruda #1
Al golpe de la ola
Al golpe de la ola contra
la piedra indócil
la claridad estalla y establece su rosa
y el
círculo del mar se reduce a un racimo,
a una sola gota de sal azul que cae.
Oh radiante magnolia
desatada en la espuma,
magnética viajera cuya muerte florece
y
eternamente vuelve a ser y a no ser nada:
sal rota, deslumbrante movimiento marino.
Juntos tú y yo, amor mío,
sellamos el silencio,
mientras destruye el mar sus constantes estatuas
y derrumba sus torres de arrebato y blancura,
porque en la trama de estos
tejidos invisibles
del agua desbocada, de la incesante arena,
sostenemos la única y acosada ternura.
Amor América
Antes de la peluca y la casaca
fueron los ríos, ríos arteriales:
fueron las cordilleras, en cuya onda raída
el cóndor o la nieve
parecían inmóviles:
fue la humedad y la espesura, el trueno
sin nombre todavía, las
pampas planetarias.
El hombre tierra fue, vasija, párpado
del barro trémulo, forma
de la arcilla,
fue cántaro caribe, piedra chibcha,
copa imperial o sílice araucana.
Tierno y sangriento fue, pero en la empuñadura
de su arma de cristal
humedecido,
las iniciales de la tierra estaban
escritas.
Nadie pudo
recordarlas después: el viento
las olvidó, el idioma del agua
fue enterrado, las claves se
perdieron
o se inundaron de silencio o sangre.
No se perdió la vida,
hermanos pastorales.
Pero como una rosa salvaje
cayó una gota roja en la espesura
y
se apagó una lámpara de tierra.
Yo estoy aquí para contar la historia.
Desde la paz del búfalo
hasta las azotadas arenas
de la tierra final, en las espumas
acumuladas de la luz antártica,
y por las madrigueras despeñadas
de la sombría paz venezolana,
te busqué, padre mío,
joven guerrero de tiniebla y cobre,
oh tú, planta nupcial, cabellera
indomable,
madre caimán, metálica paloma.
Yo, incásico del légamo,
toqué la piedra y dije:
Quién
me espera? Y apreté la mano
sobre un puñado de cristal
vacío,
Pero anduve entre flores zapotecas
y dulce era la luz como un
venado,
y era la sombra como un párpado verde.
Tierra mía sin nombre,
sin América,
estambre equinoccial, lanza de púrpura,
tu aroma me trepó por las
raíces
hasta la copa que bebía, hasta la más delgada
palabra aún no nacida
de mi boca.
Amor, cuántos caminos hasta llegar a un beso...
Amor, cuántos caminos hasta
llegar a un beso,
qué soledad errante hasta tu compañía!
Siguen los
trenes solos rodando con la lluvia.
En Taltal no amanece aún la primavera.
Pero tú y yo, amor mío,
estamos juntos,
juntos desde la ropa a las raíces,
juntos de otoño, de agua, de
caderas,
hasta ser sólo tú, sólo yo juntos.
Pensar que costó tantas
piedras que lleva el río,
la desembocadura del agua de Boroa,
pensar
que separados por trenes y naciones
tú y yo teníamos que
simplemente amarnos,
con todos confundidos, con hombres y mujeres,
con la tierra que implanta y educa los claveles.
Amor mío, si muero y tú no mueres...
Amor mío, si muero y tú no
mueres,
no demos al dolor más territorio:
amor mío, si mueres y no muero,
no hay extensión como la que vivimos.
Polvo en el trigo, arena en
las arenas
el tiempo, el agua errante, el viento vago
nos llevó como grano
navegante.
Pudimos no encontrarnos en el tiempo.
Esta pradera en que nos
encontramos,
oh pequeño infinito! devolvemos.
Pero este amor, amor, no ha
terminado,
y así como no tuvo
nacimiento
no tiene muerte, es como un largo río,
sólo cambia de tierras y de
labios.
Barcarola
Si solamente me tocaras el
corazón,
si solamente pusieras tu boca en mi corazón,
tu fina boca,
tus dientes,
si pusieras tu lengua como una flecha roja
allí donde mi
corazón polvoriento golpea,
si soplaras en mi corazón, cerca del mar,
llorando,
sonaría con un ruido oscuro,
con sonido de ruedas de tren con sueño,
como aguas vacilantes,
como el otoño en hojas,
como sangre,
con un ruido de llamas húmedas
quemando el cielo,
sonando como sueños o ramas o lluvias,
o bocinas de
puerto triste,
si tú soplaras en mi corazón cerca del mar,
como un
fantasma blanco,
al borde de la espuma,
en mitad del viento,
como
un fantasma desencadenado,
a la orilla del mar, llorando.
Como ausencia extendida, como
campana súbita,
el mar reparte el sonido del corazón,
lloviendo,
atardeciendo, en una costa sola:
la noche cae sin duda,
y su lúgubre
azul de estandarte en naufragio
se puebla de planetas de plata
enronquecida.
Y suena el corazón como un caracol agrio,
llama, oh mar, oh lamento,
oh derretido espanto
esparcido en desgracias y olas desvencijadas:
de
lo sonoro el mar acusa
sus sombras recostadas, sus amapolas verdes.
Si existieras de pronto, en una costa lúgubre,
rodeada por el día
muerto,
frente a una nueva noche,
llena de olas,
y soplaras en mi
corazón de miedo frío,
soplaras en la sangre sola de mi corazón,
soplaras en su movimiento de paloma con llamas,
sonarían sus negras
sílabas de sangre,
crecerían sus incesantes aguas rojas,
y sonaría,
sonaría a sombras,
sonaría como la muerte,
llamaría como un tubo lleno
de viento o llanto,
o una botella echando espanto a borbotones.
Así es, y los relámpagos cubrirían tus trenzas
y la lluvia entraría
por tus ojos abiertos
a preparar el llanto que sordamente encierras,
y
las alas negras del mar girarían en torno
de ti, con grandes garras, y
graznidos, y vuelos.
¿Quieres ser el fantasma que sople, solitario,
cerca del mar su
estéril, triste instrumento?
Si solamente llamaras,
su prolongado son,
su maléfico pito,
su orden de olas heridas,
alguien vendría acaso,
alguien vendría,
desde las cimas de las islas,
desde el fondo rojo del mar,
alguien vendría, alguien vendría.
Alguien vendría, sopla con furia,
que suene como sirena de barco
roto,
como lamento,
como un relincho
en medio de la espuma y la sangre,
como un agua feroz mordiéndose y
sonando.
En la estación marina
su caracol de sombra circula como un grito,
los pájaros del mar lo desestiman y huyen,
sus listas de sonido, sus
lúgubres barrotes
se levantan a orillas del océano solo.
De noche, amada, amarra tu corazón al mío...
De noche, amada, amarra tu
corazón al mío
y que ellos en el sueño derroten las tinieblas
como
un doble tambor combatiendo en el bosque
contra el espeso muro de las hojas mojadas.
Nocturna travesía, brasa
negra del sueño
interceptando el hilo de las uvas terrestres
con la
puntualidad de un tren descabellado
que sombra y piedras frías sin cesar arrastrara.
Por eso, amor, amárrame el
movimiento puro,
a la tenacidad que en tu pecho golpea
con las alas
de un cisne sumergido,
para que a las preguntas
estrelladas del cielo
responda nuestro sueño con una sola llave,
con
una sola puerta cerrada por la sombra.}
El amor
XI
El firme amor, me diste con tus dones.
Vino a mí la ternura que esperaba
y me acompaña la que lleva el beso
más profundo a mi boca.
No pudieron
apartarla de
mí las tempestades
ni las distancias agregaron tierra
al espacio de
amor que conquistamos.
Cuando antes del incendio,
entre las mieses
de España apareció tu vestidura,
yo fui doble nación,
luz duplicada,
y la amargura resbaló en tu rostro
hasta caer sobre
piedras perdidas.
De un gran dolor, de
arpones erizados
desemboqué en tus aguas, amor mío,
como un caballo
que galopa en medio
de la ira y la muerte, y lo recibe
de pronto una
manzana matutina,
una cascada de temblor silvestre.
Desde entonces, amor, te
conocieron
los páramos que hicieron mi conducta,
el océano oscuro que
me sigue
y los castaños del Otoño inmenso.
¿Quién no te vio, amorosa,
dulce mía,
en la lucha, a mi lado, como una
aparición, con todas las
señales
de la estrella? ¿Quién, si anduvo
entre las multitudes a
buscarme,
porque soy grano del granero humano,
no te encontró,
apretada a mis raíces,
elevada en el canto de mi sangre?
No sé, mi amor, si tendré
tiempo y sitio
de escribir otra vez tu sombra fina
extendida en mis
páginas, esposa:
son duros estos días y radiantes,
y recogemos de
ellos la dulzura
amasada con párpados y espinas.
Ya no sé recordar cuando
comienzas:
estabas antes del amor,
venías con todas las esencias del destino,
y antes de ti, la soledad
fue tuya,
fue tal vez tu dormida cabellera.
Hoy, copa de mi amor, te
nombro apenas,
título de mis días, adorada,
y en el espacio ocupas
como el día
toda la luz que tiene el universo.
El deshabitado
Estación invencible! En los
lados del cielo un pálido cierzo se acumulaba, un aire desteñido
e invasor, y hacia todo lo que los ojos abarcaban, como una espesa leche,
como una cortina endurecida existía, continuamente.
De modo que el ser se sentía aislado, sometido a esa
extraña substancia, rodeado de un cielo próximo, con el mástil quebrado
frente a un litoral blanquecino, abandonado de lo sólido,
frente a un transcurso impenetrable y en una casa de niebla. Condenación y
horror! De haber estado herido y abandonado, o haber escogido las arañas, el
luto y la sotana. De haberse
emboscado, fuertemente ahíto de este mundo, y de haber conversado sobre
esfinges y oros y fatídicos destinos. De haber amarrado la ceniza al traje
cotidiano, y haber besado el origen
terrestre con su sabor a olvido. Pero no. No.
Materias frías de la lluvia que caen sombríamente,
pesares sin resurrección, olvido. En mi alcoba sin retratos, en mi traje sin
luz, cuánta cabida eternamente permanece, y el lento
rayo recto del día cómo se condensa hasta llegar a ser una sola gota oscura.
Movimientos tenaces, senderos verticales a cuya flor
final a veces se asciende, compañías suaves o brutales, puertas ausentes!
Como cada día un pan letárgico, bebo de un agua aislada!
Aúlla el cerrajero, trota el caballo, el caballejo empapado en lluvia, y el
cochero de largo látigo tose, el condenado! Lo demás, hasta muy larga
distancia permanece inmóvil, cubierto por el mes de junio y sus vegetaciones
mojadas, sus animales callados, se unen como olas. Sí, qué mar de invierno,
qué dominio sumergido trata de sobrevivir, y, aparentemente muerto,
cruza de largos velámenes mortuorios esta densa superficie?
A menudo, de atardecer acaecido, arrimo la luz a la
ventana, y me miro, sostenido por maderas miserables, tendido en la humedad
como un ataúd envejecido, entre paredes
bruscamente débiles. Sueño, de una ausencia a otra, y a otra distancia,
recibido y amargo.
En vano te buscamosNo, nadie
reunirá tu firme forma,
ni resucitará tu arena ardiente,
no volverá tu
boca a abrir su doble pétalo,
ni se hinchará en tus senos la blanca
vestidura.La soledad
dispuso sal, silencio, sargazo,
y tu silueta fue comida por la arena,
se perdió en el espacio tu silvestre cintura,
sola, sin el contacto del
jinete imperioso
que galopó en el fuego hasta la muerte.
Es bueno, amor, sentirte cerca de mí en la noche...
Es bueno, amor, sentirte
cerca de mí en la noche,
invisible en tu sueño, seriamente nocturna,
mientras yo desenredo mis preocupaciones
como si fueran redes confundidas.
Ausente, por los sueños tu
corazón navega,
pero tu cuerpo así abandonado respira
buscándome sin
verme, completando mi sueño
como una planta que se duplica en la sombra.
Erguida, serás otra que
vivirá mañana,
pero de las fronteras perdidas en la noche,
de este ser y no ser
en que nos encontramos
algo queda acercándonos en
la luz de la vida
como si el sello de la sombra señalara
con fuego
sus secretas criaturas.
España en el corazón
Madrid 1936
Madrid, sola y solemne.
Julio te sorprendió con tu alegría de panal pobre.
Clara era tu calle, claros eran tus sueños.
Un hipo negro,
una ola de sotanas rabiosas
rompió entre tus rodillas sus cenegales aguas,
sus ríos de gargajos.
Con los ojos heridos todavía de sueño,
con escopetas y piedras,
Madrid, recién herida,
te defendiste,
corrías por las calles dejando estelas de tu santa sangre,
lamiendo y llamando con una voz de océano
con un rostro cambiado para siempre
por la luz de la sangre
como una vengadora montaña
como una silbante estrella de cuchillos.
Cuando en la sacristía de la traición
entró tu espada ardiendo,
no hubo sino silencio de amanecer,
no hubo sino tu paso de banderas
y una honorable gota de sangre en tu sonrisa.
Preguntaréis:¿ Dónde están las lilas?
Y la metafísica cubierta de amapolas?
Y la lluvia que a menudo golpeaba
sus palabras llenándolas
de agujeros y pájaros?
Os voy a contar todo lo que me pasa.
Yo vivía en un barrio
de Madrid, con campanas,
con relojes, con árboles.
Desde allí se veía
el rostro seco de Castilla
como un océano de cuero.
Mi casa era llamada
la casa de las flores, porque por todas partes
estallaban geranios: era
una bella casa
con perros y chiquillos.
Raúl, te acuerdas?
Te acuerdas, Rafael?
Federico, te acuerdas
debajo de la tierra,
te acuerdas de mi casa con balcones en donde
la luz de junio ahogaba flores en tu boca?
Hermano, hermano!
Todo
eran grandes voces, sal de mercaderías,
aglomeraciones de pan palpitante,
mercados de mi barrio de Arguelles con su estatua
como un tintero pálido entre las merluzas:
el aceite llegaba a las cucharas,
un profundo latido
de pies y manos llenaba las calles,
metros, litros, esencia
aguda de la vida,
pescados hacinados,
contextura de techos con sol frío en el cual
la flecha se fatiga,
delirante marfil fino de las patatas,
tomates repetidos hasta el mar.
Y una mañana todo estaba ardiendo
y una mañana las hogueras
salían de la tierra
devorando seres,
y desde entonces fuego,
pólvora desde entonces,
y desde entonces sangre.
Bandidos con aviones y con moros,
bandidos con sortijas y duquesas,
bandidos con frailes negros bendiciendo
venían por el cielo a matar niños,
y por las calles la sangre de los niños
corría simplemente, como sangre de niños.
Chacales que el chacal rechazaría,
piedras que el cardo seco mordería escupiendo,
víboras que las víboras odiaran!
Frente a vosotros he visto la sangre
de España levantarse
para ahogaros en una sola ola
de orgullo y de cuchillos!
Generales
traidores:
mirad mi casa muerta,
mirad España rota:
pero de cada casa muerta sale metal ardiendo
en vez de flores,
pero de cada hueco de España
sale España,
pero de cada niño muerto sale un fusil con ojos,
pero de cada crimen nacen balas
que os hallarán un día el sitio
del corazón.
Preguntaréis por qué su poesia
no nos habla del sueño, de las hojas,
de los grandes volcanes de su país natal?
Venid a ver la sangre por las calles
venid a ver
la sangré por las calles,
venid a ver la sangre
por las calles!
Del libro "España en el
corazón". Himno a las glorias en guerra (1936-1937)
Galope muertoComo cenizas,
como mares poblándose,
en la sumergida lentitud, en lo informe,
o como se oyen desde el alto de los caminos
cruzar las campanadas en cruz,
teniendo ese sonido ya aparte del metal,
confuso, pesando, haciéndose polvo
en el mismo molino de las formas demasiado lejos,
o recordadas o no vistas,
y el perfume de las ciruelas que rodando a tierra
se pudren en el tiempo, infinitamente verdes.
Aquello todo tan rápido, tan viviente,
inmóvil sin embargo, como la polea loca en sí misma,
esas ruedas de los motores, en fin.
Existiendo como las puntadas secas en las costuras del árbol,
callado, por alrededor, de tal modo,
mezclando todos los limbos sus colas.
Es que de dónde, por dónde, en qué orilla?
El rodeo constante, incierto, tan mudo,
como las lilas alrededor del convento,
o la llegada de la muerte a la lengua del buey
que cae a tumbos, guardabajo, y cuyos cuernos quieren sonar.Por eso, en lo
inmóvil, deteniéndose, percibir,
entonces, como aleteo inmenso, encima,
como abejas muertas o números,
ay, lo que mi corazón pálido no puede abarcar,
en multitudes, en lágrimas saliendo apenas,
y esfuerzos humanos, tormentas,
acciones negras descubiertas de repente
como hielos, desorden vasto,
oceánico, para mí que entro cantando
como con una espada entre indefensos.
Ahora bien, de qué está hecho ese surgir de palomas
que hay entre la noche y el tiempo, como una barranca húmeda?
Ese sonido ya tan largo
que cae listando de piedras los caminos,
más bien, cuando sólo una hora
crece de improviso, extendiéndose sin tregua.
Adentro del anillo del verano
una vez los grandes zapallos escuchan,
estirando sus plantas conmovedoras,
de eso, de lo que solicitándose mucho,
de lo lleno, obscuros de pesadas gotas.
Juntos nosotrosQué pura eres
de sol o de noche caída,
qué triunfal desmedida tu órbita de blanco,
y
tu pecho de pan, alto de clima,
tu corona de árboles negros, bienamada,
y tu nariz de animal solitario, de oveja salvaje
que huele a sombra y a
precipitada fuga tiránica.
Ahora, qué armas espléndidas mis manos,
digna su pala de hueso y su lirio de uñas.
y el puesto de mi rostro, y el
arriendo de mi alma
están situados en lo justo de la fuerza terrestre.
Qué pura mi mirada de nocturna influencia,
caída de ojos oscuros y
feroz acicate,
mi simétrica estatua de piernas gemelas
sube hacia
estrellas húmedas cada mañana,
y mi boca de exilio muerde la carne y la
uva,
mis brazos de varón, mi pecho tatuado
en que penetra el vello
como ala de estaño,
mi cara blanca hecha para la profundidad del sol,
mi pelo hecho de ritos, de minerales negros,
mi frente, penetrante como
golpe o camino,
mi piel de hijo maduro, destinado al arado,
mis ojos
de sal ávida, de matrimonio rápido,
mi lengua amiga blanda del dique y
del buque,
mis dientes de horario blanco, de equidad sistemática,
la
piel que hace a mi frente un vacío de hielos
y en mi espalda se torna, y
vuela en mis párpados,
y se repliega sobre mi más profundo estímulo,
y
crece hacia las rosas en mis dedos,
en mi mentón de hueso y en mis pies
de riqueza.
Y tú como un mes de estrellas, como un beso fijo,
como estructura de
ala, o comienzos de otoño,
niña, mi partidaria, mi amorosa,
la luz
hace su lecho bajo tus grandes párpados,
dorados como bueyes, y la paloma
redonda
hace sus nidos blancos frecuentemente en ti.
Hecha de ola en
lingotes y tenazas blancas,
tu salud de manzana furiosa se estira sin
límite,
el tonel temblador en que escucha tu estómago,
tus manos hijas
de la harina y del cielo.Qué parecida
eres al más largo beso,
su sacudida fija parece nutrirte,
y su empuje
de brasa, de bandera revuelta,
va latiendo en tus dominios y subiendo
temblando,
y entonces tu cabeza se adelgaza en cabellos,
y su forma
guerrera, su círculo seco,
se desploma de súbito en hilos lineales
como filos de espadas o
herencias de humo.
La jiribilla
AMÉRICA, no invoco tu nombre en vano.
Cuando sujeto al corazón la espada,
cuando aguanto en el alma la gotera,
cuando por las ventanas
un nuevo
día tuyo me penetra,
soy y estoy en la luz que me produce,
vivo en la
sombra que me determina,
duermo y despierto en tu esencial aurora:
dulce como las uvas, y terrible,
conductor del azúcar y el castigo,
empapado en esperma de tu especie,
amamantado en sangre de tu herencia.
La poesia
Y fue a esa edad... Llegó la poesia a buscarme.
No sé, no sé de dónde
salió,
de invierno o río.
No sé cómo ni cuándo,
no, no eran voces, no
eran palabras, ni silencio,
pero desde una calle me llamaba,
desde las
ramas de la noche,
de pronto entre los otros,
entre fuegos violentos
o regresando solo,
allí estaba sin rostro
y me tocaba.
Yo no sabía qué decir, mi boca no sabía nombrar,
mis ojos eran
ciegos,
y algo golpeaba en mi alma,
fiebre o alas perdidas,
y me
fui haciendo solo,
descifrando aquella quemadura,
y escribí la primera
línea vaga,
vaga, sin cuerpo, pura tontería,
pura sabiduría
del que
no sabe nada,
y vi de pronto el cielo desgranado
y abierto, planetas,
plantaciones palpitantes,
la sombra perforada,
acribillada por
flechas, fuego y flores,
la noche arrolladora, el universo.
Y yo, mínimo ser,
ebrio del gran vacío constelado,
a semejanza, a
imagen del misterio,
me sentí parte pura del abismo,
rodé con las
estrellas,
mi corazón se desató en el viento.
La vulgar que pasó
No eras para mis sueños, ni
eras para mi vida,
ni para mis cansancios aromados de rosas,
ni para
la impotencia de mi rabia suicida,
no eras la bella y buena, la bella y
dolorosa.
No eras para mis sueños, no
eras para mis cantos,
no eras para el prestigio de mis amargos llantos,
no eras para mi vida ni para mi dolor,
no eras lo fugitivo de todos mis
encantos.
No merecías nada. Ni mi agrio desencanto
ni siquiera la
lumbre que presintió el Amor.
Bien hecho, muy bien hecho
que hayas pasado en vano
que no se haya engarfiado mi vida a tu mirar,
que no se hayan juntado a los llantos ancianos
la amargura doliente de un
estéril llorar.
Eras para un imbécil que te
quisiera un poco.
Oh! mis ensueños buenos, oh! mis ensueños locos.
Eras para un imbécil, un cualquiera no más
que no tuviera nada de mis
ensueños, nada,
pero que te daría tu dicha animalada
la corta y bruta
crisis del espasmo final.
No eras para mis sueños, no
eras para mi vida
ni para mis quebrantos ni para mi dolor,
no eras
para los llantos de mis duras heridas,
no eras para mis brazos, ni para
mi canción.
Melancolía en las familiasConservo un
frasco azul,
dentro de él una oreja y un retrato:
cuando la noche obliga
a las plumas del búho,
cuando el ronco cerezo
se destroza los labios y amenaza
con cáscaras que el viento del océano a menudo perfora,
yo sé que hay grandes extensiones hundidas,
cuarzo en lingotes,
cieno,
aguas azules para una batalla,
mucho silencio, muchas
veta& de retrocesos y alcanfores,
cosas caídas, medallas, ternuras,
paracaídas, besos.
No es sino el paso de un día hacia otro,
una sola botella
andando por los mares,
y un comedor adonde llegan rosas,
un comedor abandonado
como una espina: me refiero
a una copa trizada, a una cortina, al fondo
de una sala desierta por donde pasa un río
arrastrando las piedras. Es una casa
situada en los cimientos de la lluvia,
una casa de dos pisos con ventanas obligatorias
y enredaderas estrictamente fieles.
Voy por las tardes, llego
lleno de lodo y muerte,
arrastrando la tierra y sus raíces,
y su vaga barriga en donde duermen
cadáveres con trigo,
metales, elefantes derrumbados.Pero por sobre
todo hay un terrible,
un terrible comedor abandonado,
con las alcuzas rotas
y el vinagre corriendo debajo de las sillas,
un rayo detenido de la luna,
algo oscuro, y me busco
una comparación dentro de mí:
tal vez es una tienda rodeada por el mar
y paños rotos goteando salmuera.
Es sólo un comedor abandonado,
y alrededor hay extensiones,
fábricas sumergidas, maderas
que sólo yo conozco,
porque estoy triste y viajo,
y conozco la tierra, y estoy triste.
Noche
Una vez más, amor, la red del día extingue
trabajos, ruedas, fuegos, estertores, adioses,
y a la noche entregamos el trigo vacilante
que el mediodía obtuvo de la luz y la tierra.
Sólo la luna en medio de su página pura
sostiene las columnas del estuario del cielo,
la habitación adopta la lentitud del oro
y van y van tus manos preparando la noche.
Oh amor, oh noche, oh cúpula cerrada por un río
de impenetrables aguas en la sombra del cielo
que destaca y sumerge sus uvas tempestuosas,
hasta que sólo somos un solo espacio oscuro,
una copa en que cae la ceniza celeste,
una gota en el pulso de un lento y largo río.
No te quiero sino porque te quiero...
No te quiero sino porque te
quiero
y de quererte a no quererte llego
y de esperarte cuando no te
espero
pasa mi corazón del frío al fuego.
Te quiero sólo porque a ti
te quiero,
te odio sin fin, y odiándote te ruego,
y la medida de mi amor
viajero
es no verte y amarte como un ciego.
Tal vez consumirá la luz de
enero,
su rayo cruel, mi corazón entero,
robándome la llave del sosiego.
En esta historia sólo yo me
muero
y moriré de amor porque te quiero,
porque te quiero, amor, a sangre
y fuego.
Oda a la bella desnudaCon casto
corazón, con ojos
puros,
te celebro, belleza,
reteniendo la sangre
para que surja y siga
la línea, tu contorno,
para
que te acuestes a
mi oda
como en tierra de bosques o de espuma,
en aroma terrestre
o
en música marina.Bella desnuda,
igual
tus pies arqueados
por un antiguo golpe
de viento o del
sonido
que tus orejas,
caracolas mínimas
del espléndido mar
americano.
Iguales son tus pechos
de paralela plenitud, colmados
por la luz de la vida.
Iguales son
volando
tus párpados de trigo
que descubren
o cierran
dos
países profundos en tus ojos.La línea que
tu espalda
ha dividido
en pálidas regiones
se pierde y surge
en
dos tersas mitades
de manzana,
y sigue separando tu hermosura
en
dos columnas
de oro quemado, de alabastro fino,
a perderse en tus pies
como en dos uvas,
desde donde otra vez arde y se eleva
el árbol doble
de tu simetría,
fuego florido, candelabro abierto,
turgente fruta
erguida
sobre el pacto del mar y de la tierra.Tu cuerpo, en
qué materia,
ágata, cuarzo, trigo,
se plasmó, fue subiendo
como el
pan se levanta
de la temperatura
y señaló colinas
plateadas,
valles de un solo pétalo, dulzuras
de profundo terciopelo,
hasta
quedar cuajada
la fina y firme forma femenina?No sólo es luz
que cae
sobre el mundo
lo que alarga en tu cuerpo
su nieve
sofocada,
sino que se desprende
de ti la claridad como si fueras
encendida por dentro.Debajo de tu
piel vive la luna.
Oda a la casa abandonada
Casa, !hasta luego!
No
puedo decirte
cuándo
volveremos:
mañana o no mañana,
tarde o mucho más tarde.
Un viaje más, pero
esta vez
yo quiero
decirte
cuánto
amamos
tu corazón de piedra:
qué generosa eres
con tu fuego
ferviente
en la cocina
y tu techo
en que cae
desgranada
la lluvia
como si resbalara
la música del cielo!
Ahora
cerramos
tus ventanas
y una opresiva
noche prematura
dejamos instalada
en las habitaciones.
Oscurecida
te quedas viviendo,
mientras
el tiempo te recorre
y la humedad gasta poco a poco tu alma.
A veces una
rata
roe, levantan los papeles
un murmullo
ahogado,
un insecto
perdido
se golpea.
ciego, contra los muros,
y cuando
llueve en la soledad
tal vez
una gotera
suena
con voz humana,
como si allí estuviera
alguien llorando.
Sólo la sombra
sabe
los secretos
de las casas cerradas,
sólo
el viento rechazado
y en el techo la luna que florece.
Ahora,
hasta luego, ventana,
puerta, fuego,
agua que hierve, muro!
Hasta luego, hasta luego,
cocina,
hasta cuando
volvamos
y el reloj
sobre la puerta
otra vez continúe palpitando
con su viejo
corazón y sus dos
flechas inútiles
clavadas
en el tiempo.
Oda a la casa dormida
Hacia adentro, en Brasil, por las altas sierras
y desbocados ríos,
de noche, a plena luna...
las cigarras
llenaban
tierra y cielo
con su telegrafía
crepitante.
Ocupada la noche
por la redonda
estatua
de la luna
y la tierra
incubando
cosas ciegas,
llenándose
de bosques,
de agua negra,
de insectos victoriosos:
Oh espacio
de la noche
en que no somos:
praderas
en que sólo
fuimos un movimiento en el camino,
algo que corre
y corre
por la sombra...
Entramos
en
la
casa nocturna,
ancha, blanca, entreabierta,
rodeada,
como una isla,
por la profundidad de los follajes
y por las olas
claras
de la luna.
Nuestros zapatos por las escaleras
despertaban
otros antiguos
pasos,
el agua
golpeando
el lavatorio
quería
decir algo.
Apenas se apagaron las luces
las sábanas
se unieron palpitando
a nuestro sueño.
Todo
giró
en el centro
de la casa en tinieblas
despertada de súbito
por brutales
viajeros.
Alrededor
cigarras,
extensa luna,
sombra,
espacio, soledad
llena de seres,
y silencio
sonoro...
La casa entonces
apagó sus ojos,
cerró todas
sus alas
y dormitorios.
Oda a la esperanza
Crepúsculo marino,
en medio
de mi vida,
las olas como uvas,
la soledad del cielo,
me llenas
y desbordas,
todo el mar,
todo el cielo,
movimiento
y espacio,
los batallones blancos
de la espuma,
la tierra anaranjada,
la cintura
incendiada
del sol en agonía,
tantos
dones y dones,
aves
que acuden a sus sueños,
y el mar, el mar,
aroma
suspendido,
coro de sal sonora,
mientras tanto,
nosotros,
los hombres,
junto al agua,
luchando
y esperando
junto al mar,
esperando.
Las olas dicen a la costa firme:
«Todo será cumplido»
Oda a la jardinera
Sí, yo sabía que tus manos
eran
el alhelí florido, la azucena
de plata;
algo que ver tenías
con el suelo,
con el florecimiento de la tierra,
pero
cuando
te
vi cavar, cavar,
apartar piedrecitas
y manejar raíces
supe de
pronto,
agricultora mía,
que
no sólo
tus manos,
sino tu
corazón
eran de tierra,
que allí
estabas
haciendo
cosas
tuyas,
tocando
puertas
húmedas
por donde
circulan
las
semillas.
Así, pues,
de una a otra
planta
recién
plantada,
con el rostro
manchado
por un beso
del barro,
ibas
y regresabas
floreciendo,
ibas
y de tu mano
el tallo
de la astromelia
elevó su elegancia solitaria,
el jazmín
aderezó
la niebla de tu frente
con estrellas de aroma y de rocío.
Todo
de ti crecía
penetrando
en la tierra
y haciéndose
inmediata
luz verde,
follaje y poderío.
Tú le comunicabas
tus
semillas,
amada mía,
jardinera roja.
Tu mano
se tuteaba
con
la tierra
y era instantáneo
el claro crecimiento.
Amor, así también
tu
mano
de agua,
tu corazón de tierra,
dieron
fertilidad
y
fuerza a mis canciones.
Tocas
mi pecho
mientras duermo
y los árboles brotan
de mi sueño.
Despierto, abro
los ojos,
y has plantado
dentro de mí
asombradas estrellas
que
suben con mi canto.
Es así, jardinera:
nuestro amor
es
terrestre:
tu boca es planta de la luz, corola,
mi corazón trabaja en las raíces.
Oda a la manzana
A ti, manzana,
quiero
celebrarte
llenándome
con tu nombre
la boca,
comiéndote.
Siempre
eres nueva como nada
o nadie,
siempre
recién caída
del Paraíso:
plena
y pura
mejilla arrebolada
de la aurora!
Qué difíciles
son
comparados
contigo
los frutos de la tierra,
las celulares uvas,
los mangos
tenebrosos,
las huesudas
ciruelas, los higos
submarinos:
tú eres pomada pura,
pan fragante,
queso
de la vegetación.
Cuando mordemos
tu redonda inocencia
volvemos
por un instante
a ser
también recién creadas criaturas:
aún tenemos algo de manzana.
Yo quiero
una abundancia
total, la multiplicación
de tu familia,
quiero
una ciudad,
una república,
un río Mississipi
de manzanas,
y en sus orillas
quiero ver
a toda
la población
del mundo
unida, reunida,
en el acto más simple de la tierra:
mordiendo una manzana.
Oda a la pobreza
Cuando nací,
pobreza,
me seguiste,
me mirabas
a través
de las tablas podridas
por el profundo invierno.
De pronto
eran tus ojos
los que miraban desde los agujeros.
Las goteras,
de noche, repetían
tu nombre y tu apellido
o a veces
el
salto quebrado, el traje roto,
los zapatos abiertos,
me advertían.
Allí estabas
acechándome
tus dientes de carcoma,
tus ojos de pantano,
tu lengua gris
que corta
la ropa, la madera,
los huesos y la sangre,
allí estabas
buscándome,
siguiéndome,
desde mi nacimiento
por las calles.
Cuando
alquilé una pieza
pequeña, en los suburbios,
sentada en una silla
me esperabas,
o al descorrer las sábanas
en un hotel oscuro,
adolescente,
no encontré la fragancia
de la rosa desnuda,
sino el silbido frío
de tu boca.
Pobreza,
me seguiste
por los cuarteles y los hospitales,
por la paz y la
guerra.
Cuando enfermé tocaron
a la puerta:
no era el doctor, entraba
otra vez la pobreza.
Te vi sacar mis muebles
a la calle:
los
hombres
los dejaban caer como pedradas.
Tú, con amor horrible,
de un
montón de abandono
en medio de la calle y de la lluvia
ibas haciendo
un trono
desdentado
y mirando a los pobres
recogías
mi último plato haciéndolo
diadema.
Ahora,
pobreza,
yo te sigo.
Como fuiste implacable,
soy
implacable.
Junto
a cada pobre
me encontrarás cantando,
bajo
cada
sábana
de hospital imposible
encontrarás mi canto.
Te sigo,
pobreza,
te vigilo,
te acerco,
te disparo,
te aislo,
te cerceno
las uñas,
te rompo
los dientes que te quedan.
Estoy
en todas partes:
en el océano con los pescadores,
en la mina
los hombres
al
limpiarse la frente,
secarse el sudor negro,
encuentran
mis poemas.
Yo salgo cada
día
con la obrera textil.
Tengo las manos blancas
de dar pan en las
panaderías.
Donde vayas,
pobreza,
mi canto
está cantando,
mi vida
está viviendo,
mi sangre
está luchando.
Derrotaré
tus
pálidas banderas
en donde se levanten.
Otros poetas
antaño te llamaron
santa,
veneraron tu capa,
se alimentaron de humo
y desaparecieron.
Yo te desafío,
con duros versos te golpeo el rostro,
te embarco y te destierro.
Yo con otros,
con otros, muchos otros,
te vamos expulsando
de la tierra a la
luna
para que allí te quedes
fría y encarcelada
mirando con un ojo
el pan y los racimos
que cubrirá la tierra
de mañana.
Oda a la tristeza
Tristeza, escarabajo
de siete patas rotas,
huevo de telaraña,
rata descalabrada,
esqueleto de perra:
Aquí no entras.
No pasas.
Ándate.
Vuelve
al Sur con tu paraguas,
vuelve
al Norte con tus dientes de culebra.
Aquí vive un poeta.
La
tristeza no puede
entrar por estas puertas.
Por las ventanas
entra el aire del
mundo,
las rojas rosas nuevas,
las banderas bordadas
del pueblo y sus
victorias.
No puedes.
Aquí no entras.
Sacude
tus alas de murciélago,
yo pisaré las plumas
que caen de tu manto,
yo barreré los trozos
de tu cadáver hacia
las cuatro puntas del viento,
yo te torceré el cuello,
te coseré
los ojos,
cortaré tu mortaja
y enterraré tus huesos roedores
bajo la
primavera de un manzano.
Oda a las algas del océano
No conocéis tal vez
las desgranadas
vertientes
del océano.
En mi patria
es la luz
de cada día.
Vivimos
en el filo
de la ola,
en el olor del mar,
en su estrellado vino.
A veces
las altas
olas
traen
en la palma
de una gran mano verde
un tejido
tembloroso:
la tela
inacabable
de las algas.
Son
los enlutados
guantes
del océano,
manos
de ahogados,
ropa
funeraria,
pero
cuando
en lo alto
del muro de la ola,
en la campana
del mar,
se transparentan,
brillan
como
collares
de las islas,
dilatan
sus rosarios
y la suave turgencia
naval de sus pezones
se balancea
¡al peso
del aire que las toca!
Oh despojos
del gran
torso marino
nunca desenterrado,,
cabellera
del cielo submarino,
barba de los planetas
que rodaron
ardiendo
en el océano.
Flotando sobre
la noche y la marea,
tendidas
como balsas
de pura
perla y goma,
sacudidas
por un pez, por un sol, por el latido
de una sola sirena,
de pronto
en una
carcajada de furia,
el mar
entre las piedras
del litoral los deja
como jirones
pardos
de bandera,
como flores caídas de la nave.
Y allí
tus manos, tus pupilas
descubrirán
un húmedo universo de frescura,
la transparencia del
racimo
de las viñas sumergidas,
una gota
del tálamo
marino,
del ancho lecho azul
condecorado
con escudos de oro,
mejillones minúsculos,
vedes protozoarios.
Anaranjadas, oxidadas formas
de espátula, de huevo,
de palmera,
abanicos
errantes
golpeados
por el
inacabable
movimiento
del corazón
marino,
islas de los sargazos
que hasta mi puerta
llegan
con el despojo
de
los arcoiris,
dejadme
llevar en mi cuello, en mi cabeza,
los pámpanos mojados
del océano,
la cabellera muerta
de la ola.
Oda a los números
Qué sed
de saber cuánto!
Qué hambre
de saber
cuántas
estrellas tiene el cielo!
Nos pasamos
la
infancia
contando piedras, plantas,
dedos, arenas, dientes,
la juventud
contando
pétalos, cabelleras.
Contamos
los colores, los años,
las
vidas y los besos,
en el campo
los bueyes, en el mar
las olas. Los navíos
se
hicieron cifras que se fecundaban.
Los números parían.
Las ciudades
eran miles, millones,
el
trigo centenares
de unidades que adentro
tenían otros números pequeños,
más
pequeños que un grano.
El tiempo se hizo número.
La luz fue numerada
y por más que
corrió con el sonido
fue su velocidad un 37.
Nos rodearon los números.
Cerrábamos la
puerta,
de noche, fatigados,
llegaba un 800,
por debajo,
hasta
entrar con nosotros en la cama,
y en el sueño
los 4000 y los 77
picándonos la frente
con sus
martillos o sus alicates.
Los 5
agregándose
hasta entrar en el mar o en el delirio,
hasta que el sol saluda con su cero
y nos vamos corriendo
a la oficina,
al taller,
a la fábrica,
a comenzar de nuevo el infinito
número 1 de cada día.
Tuvimos, hombre, tiempo
para que nuestra sed
fuera saciándose,
el ancestral deseo
de
enumerar las cosas
y sumarlas,
de reducirlas hasta
hacerlas polvo,
arenales de
números.
Fuimos
empapelando el mundo
con números y nombres,
pero
las cosas existían,
se fugaban
del número,
enloquecían en sus cantidades,
se
evaporaban
dejando
su olor o su recuerdo
y se quedaban los números vacíos.
Por eso,
para ti
quiero las cosas.
Los números
que
se vayan a la cárcel,
que se muevan
en columnas cerradas
procreando
hasta darnos
la suma
de la totalidad de infinito.
Para ti sólo quiero
que aquellos
números del camino
te defiendan
y que tu los defiendas.
La
cifra semanal de tu salario
se desarrolle hasta cubrir tu pecho.
Y del número 2 en que se
enlazan
tu cuerpo y el de la mujer amada
salgan los ojos pares de tus hijos
a contar otra vez
las antiguas estrellas
y las innumerables
espigas
que llenarán la tierra transformada.
Oda a una estrella
Asomando a la noche
en la terraza
de un rascacielos altísimo y amargo
pude tocar la bóveda nocturna
y en un acto de amor extraordinario
me apoderé de una celeste estrella.
Negra estaba la noche
y
yo me deslizaba
por la calle
con la estrella robada en el bolsillo.
De cristal
tembloroso
parecía
y era
de pronto
como si llevara
un paquete de
hielo
o una espada de arcAngel en el cinto.
La guardé
temeroso
debajo de la cama
para que no la
descubriera nadie,
pero su luz
atravesó
primero
la lana del colchón,
luego
las tejas,
el techo de mi casa.
Incómodos
se hicieron
para mí
los más privados menesteres.
Siempre con esa luz
de astral acetileno
que palpitaba como si
quisiera
regresar a la noche,
yo no podía
preocuparme de todos
mis
deberes
y así fue que olvidé pagar mis cuentas
y me quedé sin pan ni provisiones.
Mientras tanto, en la calle,
se amotinaban
transeúntes, mundanos
vendedores
atraídos sin
duda
por el fulgor insólito
que veían salir de mi ventana.
Entonces
recogí
otra vez mi estrella,
con cuidado
la envolví en mi
pañuelo
y enmascarado entre la muchedumbre
pude pasar sin ser reconocido.
Me dirigí al oeste,
al río Verde,
que allí bajo los sauces
es sereno.
Tomé la estrella de la
noche fría
y suavemente
la eché sobre las aguas.
Y no me sorprendió
que se alejara
como un pez insoluble
moviendo
en la noche del río
su cuerpo
de diamante.
Oda al átomo
Pequeñísima estrella,
parecías para siempre enterrada en el metal:
oculto,
tu diabólico fuego.
Un día golpearon en la puerta minúscula:
era el hombre.
Con una descarga te desencadenaron,
viste el mundo, saliste por el día,
recorriste ciudades,
tu gran fulgor llegaba a iluminar las vidas,
eras una fruta terrible,
de eléctrica hermosura,
venías a apresurar las llamas del estío,
y entonces llegó armado con anteojos de tigres y armadura,
con camisa cuadrada,
sulfúricos bigotes,
cola de puerco espín,
llegó el guerrero y te sedujo:
duerme, te dijo,
enróllate,
átomo, te pareces a un dios griego,
a una primaveral modista de París,
acuéstate en mi uña,
entra en esta cajita,
y entonces el guerrero te guardó en su chaleco
como si fueras sólo una píldora norteamericana,
y viajó por el mundo
dejándote caer en Hiroshima.
Despertamos.
La aurora se había consumido.
Todos los pájaros cayeron calcinados.
Un olor de ataúd,
gas de las tumbas,
tronó por los espacios.
Subió horrenda la forma del castigo sobrehumano,
hongo sangriento, cúpula, humareda,
espada del infierno.
Subió quemante el aire
y se esparció la muerte en ondas paralelas,
alcanzando a la madre dormida con su niño,
al pescador del río y a los peces,
a la panadería y a los panes,
al ingeniero y a sus edificios,
todo fue polvo que mordía,
aire asesino.
La ciudad desmoronó sus últimos alvéolos,
cayó, cayó de pronto,
derribada, podrida,
los hombres fueron súbitos leprosos,
tomaban la mano de sus hijos
y la pequeña mano se quedaba en sus manos.
Así, de tu refugio,
del secreto manto de piedra en que el fuego dormía te sacaron,
chispa enceguecedora,
luz rabiosa,
a destruir las vidas,
a perseguir lejanas existencias,
bajo el mar,
en el aire,
en las arenas,
en el último recodo de los puertos,
a borrar las semillas,
a asesinar los gérmenes,
a impedir la corola,
te destinaron, átomo,
a dejar arrasadas las naciones,
a convertir el amor en negra pústula,
a quemar amontonados corazones
y aniquilar la sangre.
Oh chispa loca,
Vuelve a tu mortaja,
Entiérrate en tus manos minerales,
vuelve a ser piedra ciega,
desoye a los bandidos,
colabora tú,
con la vida,
con la agricultura,
suplanta los motores,
eleva la energía,
fecunda los planetas.
Ya no tienes secreto,
camina entre los hombres sin máscara terrible,
apresurando el paso y extendiendo los pasos de los frutos,
separando montañas,
enderezando ríos,
fecundando,
átomo,
desbordada copa cósmica,
vuelve a la paz del racimo,
a la velocidad de la alegría,
vuelve al recinto de la naturaleza,
ponte a nuestro servicio,
y en vez de las cenizas mortales de tu máscara,
en vez de los infiernos desatados de tu cólera,
en vez de la amenaza de tu terrible claridad,
entréganos tu sobrecogedora rebeldía para los cereales,
tu magnetismo desencadenado
para fundar la paz entre los hombres,
y así no será infierno tu luz deslumbradora,
sino felicidad,
matutina esperanza,
contribución terrestre.
Oda al primer día del año
Lo distinguimos
como
si fuera
un caballito
diferente de todos
los caballos.
Adornamos
su frente
con una cinta,
le ponemos
al cuello
cascabeles colorados,
y a medianoche
vamos a recibirlo
como si
fuera
explorador que baja de una estrella.
Como el pan se parece
al pan de ayer,
como un anillo a todos los
anillos:
los días
parpadean
claros, tintineante, fugitivos,
y se
recuestan en la noche oscura.
Veo el último
día
de este
año
en un ferrocarril, hacia las
lluvias
del distante archipiélago morado,
y el hombre
de la
máquina,
complicada como un reloj del cielo,
agachando los ojos
a
la infinita
pauta de los rieles,
a las brillantes manivelas,
a los veloces vínculos del fuego.
Oh conductor de trenes
desbocados
hacia estaciones
negras de la
noche.
este final
del año
sin mujer y sin hijos,
no es igual al
de ayer, al de mañana?
Desde las vías
y las maestranzas
el primer
día, la primera aurora
de un año que comienza
el primer día, la
primera aurora
de un año que comienza,
tiene el mismo oxidado
color de tren de hierro:
y saludan
los
seres del camino,
las vacas, las aldeas,
en el vapor del alba,
sin saber
que se
trata
de la puerta del año,
de un día
sacudido
por campanas,
adornado con plumas y claveles,
La tierra
no lo
sabe:
recibirá
este día
dorado, gris,
celeste,
lo extenderá en colinas,
lo mojará con
flechas
de
transparente
lluvia,
y luego
lo enrollará
en su tubo,
lo
guardará en la sombra.
Así es, pero
pequeña
puerta de la esperanza,
nuevo día del año,
aunque seas igual
como los panes
a todo pan,
te vamos a vivir de otra manera,
te vamos a comer, a florecer,
a
esperar.
Te pondremos
como una torta
en nuestra vida,
te
encenderemos
como candelabro,
te beberemos
como
si fueras un topacio.
Día
del año
nuevo,
día eléctrico,
fresco,
todas
las hojas salen verdes
del
tronco de tu tiempo.
Corónanos
con
agua,
con jazmines
abiertos,
con todos los aromas
desplegados,
sí,
aunque
sólo
seas
un día,
un pobre
día humano,
tu aureola
palpita
sobre
tantos
cansados
corazones,
y eres,
oh día
nuevo,
oh nube
venidera,
pan nunca visto,
torre
permanente!
Oda al secreto amor
Tú sabes
que adivinan
el misterio:
me ven,
nos ven,
y nada
se ha dicho,
ni tus ojos,
ni tu voz, ni tu pelo,
ni tu amor han
hablado,
y lo saben
de pronto,
sin saberlo
lo saben:
me
despido y camino
hacia otro lado
y saben
que me esperas.
Alegre
vivo
y canto
y sueño,
seguro
de mí mismo,
y
conocen,
de algún modo,
que tú eres mi alegría.
Ven
a través del
pantalón oscuro
las llaves
de tu puerta,
las llaves
del papel,
de la luna
en los jazmines,
el canto en la cascada.
Tú, sin abrir
la boca,
desbocada,
tú, cerrando los ojos,
cristalina,
tú,
custodiando
entre las hojas negras
una paloma roja,
el vuelo
de
un escondido corazón,
y entonces
una sílaba,
una gota
del cielo,
un sonido
suave de sombra y polen
en la oreja,
y todos
lo saben,
amor mío,
circula entre los hombres,
en las librerías,
junto a las
mujeres,
cerca
del mercado
rueda
el anillo
de nuestro
secreto
amor
secreto.
Déjalo
que se vaya
rodando
por las calles,
que asuste
a los retratos,
a los muros,
que vaya
y vuelva
y salga
con las nuevas
legumbres del mercado,
tiene
tierra,
raíces,
y arriba
una amapola,
tu boca:
una amapola.
Todo
nuestro secreto,
nuestra
clave,
palabra
oculta,
sombra,
murmullo,
eso
que alguien
dijo
cuando no estábamos presentes,
es sólo una amapola,
una
amapola.
Amor,
amor,
amor,
oh flor secreta,
llama
invisible,
clara
quemadura!
Plena mujer, manzana carnal, luna caliente...
Plena mujer, manzana
carnal, luna caliente,
espeso aroma de algas, lodo y luz machacados,
qué oscura claridad se abre entre tus columnas?
Qué antigua noche el hombre toca con sus sentidos?
Ay, amar es un viaje con
agua y con estrellas,
con aire ahogado y bruscas tempestades de harina:
amar es un combate de relámpagos
y dos cuerpos por una sola miel derrotados.
Beso a beso recorro tu
pequeño infinito,
tus márgenes, tus ríos, tus pueblos diminutos,
y el fuego genital
transformado en delicia
corre por los delgados
caminos de la sangre
hasta precipitarse como un clavel nocturno,
hasta ser y no ser sino un rayo en la sombra.
Sabrás que no te amo y que te
amo...
Sabrás que no te amo y que
te amo
puesto que de dos modos es la vida,
la palabra es un ala del
silencio,
el fuego tiene una mitad de frío.
Yo te amo para comenzar a
amarte,
para recomenzar el infinito
y para no dejar de amarte nunca:
por
eso no te amo todavía.
Te amo y no te amo como si
tuviera
en mis manos las llaves de la dicha
y un incierto destino
desdichado.
Mi amor tiene dos vidas
para amarte.
Por eso te amo cuando no te amo
y por eso te amo cuando te amo.
Si muero sobrevíveme con tanta fuerza
pura...
Si muero sobrevíveme con
tanta fuerza pura
que despiertes la furia del pálido y del frío,
de
sur a sur levanta tus ojos indelebles,
de sol a sol que suene tu boca de guitarra.
No quiero que vacilen tu
risa ni tus pasos,
no quiero que se muera mi herencia de alegría,
no
llames a mi pecho, estoy ausente.
Vive en mi ausencia como en una casa.
Es una casa tan grande la
ausencia
que pasarás en ella a través de los muros
y colgarás los cuadros en
el aire.
Es una casa tan
transparente la ausencia
que yo sin vida te veré vivir
y si sufres, mi amor, me moriré otra
vez.
Tú venías
No me has hecho sufrir
sino esperar.
Aquellas horas
enmarañadas,
llenas
de serpientes,
cuando
se me caía el alma
y me ahogaba,
tú venías andando,
tú venías desnuda y arañada,
tú
llegabas hambrienta hasta mi lecho,
novia mía,
y entonces
toda la
noche caminamos
durmiendo
y cuando despertamos
eras intacta y
nueva,
como si el grave viento de los sueños
de nuevo hubiera dado
fuego a tu cabellera
y en trigo y plata hubiera sumergido
tu cuerpo
hasta dejarlo deslumbrante.
Yo no sufrí, amor mío,
yo sólo te
esperaba.
Tenías que cambiar de
corazón
y de mirada
después de haber tocado la profunda
zona de mar
que te entregó mi pecho.
Tenías que salir del agua
pura como una gota
levantada
por una ola nocturna.
Novia mía, tuviste
que
morir y nacer, yo te esperaba.
Yo no sufrí buscándote,
sabía que
vendrías,
una nueva mujer con lo que adoro
de la que no adoraba,
con tus ojos, tus manos y tu boca
pero con otro corazón
que amaneció a
mi lado
como si siempre hubiera estado allí
para seguir conmigo para
siempre.
Una canción desesperada
Emerge tu recuerdo de la noche en que estoy.
El río anuda al mar su lamento obstinado.
Abandonado como los
muelles en el alba.
Es la hora de partir, oh abandonado!
Sobre mi corazón llueven
frías corolas.
Oh sentina de escombros, feroz cueva de náufragos!
En ti se
acumularon las guerras y los vuelos.
De ti alzaron las alas los pájaros del canto.
Todo te lo
tragaste, como la lejanía.
Como el mar, como el tiempo. Todo en ti fue naufragio!
Era la
alegre hora del asalto y el beso.
La hora del estupor que ardía como un faro.
Ansiedad de piloto,
furia de buzo ciego,
turbia embriaguez de amor, todo en ti fue naufragio!
En la
infancia de niebla mi alma alada y herida.
Descubridor perdido, todo en ti fue naufragio!
Te ceñiste al
dolor, te agarraste al deseo.
Te tumbó la tristeza, todo en ti fue naufragio!
Hice retroceder
la muralla de sombra,
anduve más allá del deseo y del acto.
Oh carne, carne mía, mujer
que amé y perdí,
a ti en esta hora húmeda, evoco y hago canto.
Como un vaso
albergaste la infinita ternura,
y el infinito olvido te trizó como a un vaso.
Era la negra,
negra soledad de las islas,
y allí, mujer de amor, me acogieron tus brazos.
Era la sed y el
hambre, y tú fuiste la fruta.
Era el duelo y las ruinas, y tú fuiste el milagro.
Ah mujer, no
sé cómo pudiste contenerme
en la tierra de tu alma, y en la cruz de tus brazos!
Mi deseo de
ti fue el más terrible y corto,
el más revuelto y ebrio, el más tirante y ávido.
Cementerio de
besos, aún hay fuego en tus tumbas,
aún los racimos arden picoteados de pájaros.
Oh la boca mordida,
oh los besados miembros,
oh los hambrientos dientes, oh los cuerpos trenzados.
Oh la
cópula loca de esperanza y esfuerzo
en que nos anudamos y nos desesperamos.
Y la ternura, leve como
el agua y la harina.
Y la palabra apenas comenzada en los labios.
Ese fue mi destino
y en él viajó mi anhelo,
y en él cayó mi anhelo, todo en ti fue naufragio!
Oh, sentina de
escombros, en ti todo caía,
qué dolor no exprimiste, qué olas no te ahogaron!
De tumbo en
tumbo aún llameaste y cantaste.
De pie como un marino en la proa de un barco.
Aún floreciste en
cantos, aún rompiste en corrientes.
Oh sentina de escombros, pozo abierto y amargo.
Pálido buzo
ciego, desventurado hondero,
descubridor perdido, todo en ti fue naufragio!
Es la hora de
partir, la dura y fría hora
que la noche sujeta a todo horario.
El cinturón ruidoso del mar
ciñe la costa.
Surgen frías estrellas, emigran negros pájaros.
Abandonado como
los muelles en el alba.
Sólo la sombra trémula se retuerce en mis manos.
Ah más allá de
todo. Ah más allá de todo.
Es la hora de partir. Oh abandonado!
Yo aquí me despido, vuelvo...
Yo aquí me despido, vuelvo
a mi casa, en mis sueños,
vuelvo a la Patagonia en donde
el viento golpea los establos
y
salpica hielo el Océano.
Soy nada más que un poeta: os amo a todos,
ando errante por el mundo
que amo:
en mi patria encarcelan mineros
y los soldados mandan a los jueces.
Pero yo amo hasta las raíces
de mi pequeño país frío.
Si tuviera
que morir mil veces
allí quiero morir:
si tuviera que nacer mil veces,
allí quiero
nacer,
cerca de la araucaria salvaje
del vendaval del viento sur,
de
las campanas recién compradas.
Que nadie piense en mí.
Pensemos en toda la tierra,
golpeando
con amor en la mesa.
No quiero que vuelva la sangre
a empapar el pan, los frijoles,
la música: quiero que venga
conmigo el minero, la niña,
el abogado, el marinero,
el
fabricante de muñecas,
que entremos al cine y salgamos
a beber el vino más rojo.
Yo
no vengo a resolver nada.
Yo vine aquí para cantar
y para que cantes conmigo.
Yo te soñé una tardeMujer, hecha
de todas mis ficciones reunidas
has vibrado en mis nervios como una
realeza
llorando en los senderos de la ilusión perdida
siempre he
sentido el roce de tu ignota belleza.
Marchitando mis sueños y
mis buenas quimeras
te he forjado a pedazos celestes y carnales
como
un resurgimiento, como una primavera
en la selva de tantos estúpidos
ideales.
He soñado tu carne divina y
perfumada
en medio de un morboso torturar de mi ser,
y aunque eres
imprecisa, sé como eres, amada,
ficción hecha realeza en carne de mujer.
Yo te miro en los ojos de
todas las mujeres,
te miro pero nunca te he podido encontrar
y hay en
el desencanto el encanto de que eres,
o que serás más bella que una mujer
vulgar...
Te sentirán mis sueños
eternamente mía
brotando de la bruma de todas mis tristezas
como
germinadora de raras alegrías
que avivarán la llama de tu ignota belleza.