Reseña biografica
Poeta
costarricense nacida en San José en 1922.
Desde muy temprana edad se
inició en la lectura de los clásicos cultivando el ensayo, la narrativa
y la poesia
con una gran riqueza de los recursos líricos, para dar vuelco a las
inclinaciones tradicionales de los textos bíblicos
y temas tradicionales, convirtiéndola en un punto de referencia
importante en el panorama literario de Centroamérica.
En 1947 ganó el Premio Centroamericano de poesia 15 de Septiembre
con su obra «Los Elementos Terrestres».
Cansada del rechazo de una sociedad urbana tradicionalista, se trasladó
a México, país donde residió hasta su muerte,
acaecida en 1974.
Del resto de su obra merecen destacarse «Zona en Territorio del Alba» en
1953, «El Tránsito de Fuego» en 1957,
«El Rastro de la Mariposa» y «Los trabajos de la Catedral. ©
Acorde final
Aprisionada por la espuma
Declinaciones del monólogo
Epígrafe
La dama de bronce
Natalia, la niña del
pintor Granell
Nube y cielo mayor
Poema primero
(Posesión en el sueño)
Poema segundo
(Ausencia de amor)
Poema tercero
(Consumación)
Poema cuarto
(Canción del Esposo a su Amada)
Poema
quinto
(Esterilidad)
Poema sexto
(Creación)
Poema séptimo
(Germinación)
Poema octavo
(Mi Amado)
Preludios
Recepción a un amigo
Satchmo Liroforo
Si pudiera abrir mi gruesa
flor...
Yo quisiera ser niña
Al borde de alegres segadores tiembla el agua,
y ofrece para el orden del labio complacido
dulce rumbo crecido de preñadas mañanas,
y agraria transparencia, dulcemente encendida.
El trigo coronado de apretada espesura,
retiene el desbordado color con que le ordenan
–vecino de la carne– colmarse en primavera.
El ganado decrece tiernamente en lo oscuro
donde dilata el suelo su asombrosa corriente,
y la abeja termina su tránsito de nieve,
y su majada oculta sobre tímidos jaspes.
Y tú, Amado,
que pones rumbo fijo al arado
que circuye la tarde y apresura la rosa,
Dónde tienes el pecho frondoso de raíces,
dónde la sien desnuda sin regazo ni término.
Sobre los pastos suaves, cándidos mayorales
habilitan la uva en que se aloje el vino,
y congregan el clima en que crezca su aroma
y reparta en la lengua manojos de alegría.
Así el verano atiende su reciente hermosura
y sobre el viento solo distribuye sus pájaros.
Así el nácar esparce su quietud y deleite
y su color silvestre reanuda y apacienta.
¡Oh dádivas,
Oh dones terrestres,
Oh suaves alimentos;
Sólo agotar la siembra con el pecho,
Sólo desembocar al gozo y detenerse
Oh piel,
Oh ceniza colmada y balbuciente!
Aprisionada por la espuma
I
Aprisionada en cárceles de espuma,
en la medida de tu cuerpo,
no veo pasar la noche,
sólo veo el día
que entra por tus axilas
transparentes
y te desnuda.
Veo, amor mío,
el lecho donde estamos
y compartimos
las
dádivas,
los cielos...
Todo lo que nos negó y afirmó como lo que
somos:
mil años de alegría corporal
y materia sin sombra
y
palabras
que se dicen diurnamente porque vienen del aire
y hay que
oírlas y decirlas
a través de los árboles
y en lo que no se
escribe porque aún no se inventa su
nombre;
porque su júbilo
todavía no ha sido descubierto
y las flores de su alrededor
aún no
son cosas del viento
(aún no han ido a un invierno ni regresado a la
primavera).
II
Voy a tu cuerpo igual que ir a los ríos,
igual que van
los ríos a los pájaros
y ellos al espacio desatado y florido.
Vengo de ti a la era
donde todo es de todos:
los que llegan,
los que se han ido,
los que aún no han venido,
los que no
volverán...
Porque eso es tu cuerpo:
un adentro, un afuera compartido
por
mí y por el viento,
por el mar y los seres que lo guardan;
por el
color y las embestidas del otoño,
y las andanzas del verano
¡que
viste cosas silvestres
y es custodio de las abejas
y funde las
hierbas en un crisol matutino,
en una prolongación de azucenas.
Declinaciones del monólogo
I
Estoy sola,
muy sola,
entre mi cintura y mi vestido,
sola entre mi voz entera,
con una carga de Angeles menudos
como
esas caricias
que se desploman solas en los dedos.
Entre mi pelo,
a la deriva,
un remero azul,
confundido,
busca un niño de
arena.
Sosteniendo sus tribus de olores
con un hilo pálido,
contra un perfil de rosa,
en el rincón más quieto de mis párpados
trece peregrinos se agolpan.
II
Arqueándome ligeramente
sobre mi corazón de piedra en flor
para verlo,
para calzarme sus arterias y mi voz
en un momento dado
en que alguien venga,
y me llame...
pero ahora que no me llame
nadie,
que no quepo en la voz de nadie,
que no me llamen,
porque estoy bajando al fondo de mi pequeñez,
a la raíz complacida de
mi sombra,
porque ahora estoy bajando al agónico
tacto de un
minero, con su media flor al hombro,
y una gran letra de te quiero al
cinto.
Y bajo más,
a las inmediaciones del aire
que aligerado
espera las letras de su nombre
para nacer perfecto y habitable.
Bajo,
desciendo mucho más,
¿quién me encontrará?
Me calzo mis
arterias
(qué gran prisa tengo),
me calzo mis arterias y mi voz,
me pongo mi corazón de piedra en flor,
para que en un momento dado
alguien venga,
y me llame,
y no esté yo
ligeramente arqueada
sobre mi corazón, para verlo.
y no tenga yo que irme y dejar mi gran
voz,
y mi alto corazón
de piedra en flor.
Epígrafe
I
Tu mano en que desdoblan ruiseñores
su pálido desnudo,
su ancho pecho de musgo coronado,
es mano que abre al viento reclinado
claro jazmín entre la sien oscura.
Sí, deshojada el agua entre la frente,
labra pequeña placidez de lirio
y entre los dedos gajos de violines.
II
Tiende el oído y óyeme esta canción
que es como semilla de estaciones.
Que es como la casa de verano
donde me crece de la mano un niño,
y el alma da empujones a la orilla,
y es como piel el alma –no se siente.
Entraremos de pronto en el verano como árboles
vegetalmente abiertos de oídos y de polvo,
Porque todo refluye hacia el arribo,
asciende el vientre a capital de fruto
y el aire hacia ecuación de golondrina.
¡Brotes sacramentales de la hierba,
oh, dádivas subiendo de la entraña,
suma de transitados alimentos!
Y a la altura del pecho y la labranza
semilla de silencio y luz desierta.
Todo regresa hasta su forma exacta.
La vida retoma su ambición pequeña
de ser, del todo, vegetal profundo,
La dama de bronce
(fragmento)
La Dama de Bronce
tenía el cuerpo
afilado y
hambriento;
tenía desnuda la mirada.
¡Cúbrela, Dama de Bronce!
¡Guárdala!
Su garganta caía
lentamente hacia el Hudson
¿Adónde vas, Dama de Bronce,
veloz tu cielo azul, lento el
cayado?
¿Qué aguja cristalina te atraviesa y despierta
los párpados, los
astros?
En la ruta,
la penetrante ruta donde un rayo
se asomaba a los
días terrenales,
la Gran Dama de Bronce,
la querida del tiempo matutino,
la fulgurante amada despredida
de frescas arpas y nublados
lechos,
llamó a una puerta
que ella creyó temprana,
puerta de
entrada a transparentes horas.
Y fue la puerta de la noche abierta,
la sombra en carne viva por
el alba.
Estaba hecha de agrietada espuma,
del escombro de un ojo,
de
solitaria sien y putrefacta altura.
Aquella puerta era un tapiz agónico
en donde cada cuerpo
confundía su aliento
con la garganta próxima.
¡Dama de Bronce!,
Sierva de la mañana!
¡Da un paso
interno,
toca con las entrañas
la rosa de los vientos!
¿No habrá, en estas líneas,
la longitud de una pupila sola?
¿No habrá un eco, un indicio
que me esconda?
Y de pronto
pasó
(más bien volvió del fuego)
una sagrada estirpe solitaria.
Era un hombre escoltado por el fuego
y vestido como viste el
espacio.
De su cintura y de su alegría
partía el ciervo claro.
Tenía la lengua en la mirada pura
y un río
(una copa de guirnaldas
oscuras).
El hombre vio los pechos,
los ojos
de la Dama de
Bronce
y ella
-bandera de oro ebio,
victoriosa soledad de la
tarde-
dio un paso interno
(su paso era una rosa caminante,
una flor
calcinada),
marchó sobre agua viva,
sobre el río que volverá mañana.
Nueva York, 1961
Natalia, la niña del
pintor Granell
Ahora estoy en esta ciudad
peligrosamente armada de riesgo
y llenos de accidentes la voz,
el traje claro,
el pulso de amor.
Uno de estos días en que andaba callada
y recorriendo para
siempre mi espalda,
de pronto resbalé sin fin,
mi caída atravesada
por un astro.
Por todo eso:
peligro,
gracia,
riesgo,
me es grato recordar su casa instalada en el mundo
para que su mujer
se aclare las trenzas
que le suben como árbolas;
para que su mujer agrupe la miel
y la apretada harina
en altos
signos cotidianos.
Su casa instalada en el mundo
donde violentamente armándose de
lámparas,
corazón al cinto,
pinceles al alma,
secreta la
memoria,
se reorganiza su salida al sueño.
Aparte de todo eso
recuerdo a la muchacha de los peces
impalpables
a quien con otra voz, con otra cifra,
espera el mar
sentado en su banco de arena
o disfrazado de pez en el olivo;
y su desnudo de un caballo atormentado
cuyo balido de varón
prematuro
reanuda el cielo más allá del aire
También,
y poco a poco,
como cuando en la infancia
yo soñaba que un sueño me dolía
recuerdo al muchacho que yo amaba:
una tarde íbamos por mi cuerpo
con alegría de arpas cosechadas,
cortadas en la mañana,
y húmedas.
Entre tanto, a treinta
mil kilómetros de mi alma
y mientras yo recuerdo,
Amparo, su mujer, vestida a la moda de las amapolas,
canta una
canción.
Luego dice: (el silencio le pica las venas
como un pájaro):
-¡Qué hermosa está la niña.
Es ya la piel azul de las
jardinerías!
Yo me miro por dentro,
preparo lentamente
un acto de
terciopelo...
...De súbito,
en la ventana,
sin que nadie lo sienta,
un
Angel se desviste de río pequeño,
pone a secar la brisa
y se
derrama.
Después quieren que yo no escuche,
que no salte la niña,
(la niña da un salto de lámpara que se abre,
de norte a sur recorre
una azucena)
¡que nadie la vea!
La niña se me acerca allá en mi pecho,
la
oigo perder su paladar sin venas.
(Cerca de la ventana,
con poco pie de barco distraído
ha caído
un deseo de irse volando a nácar
el mar,
todo verde).
Pero dice la niña allá en mi
oído:
-El mar ha salido de paseo por las playas,
¡qué dirían los viejos
cocodrilos si lo vieran!
(¡qué nadie lo sepa!)
La niña tiene un retrato del mar
(¡Qué nadie lo vea!)
Nube y cielo mayor
A los milicianos de dentro y fuera
Porque en España ardía la voz,
Ardía el vientre floral de la
mujer
encinta con el mundo,
Ardía la arteria triste desnuda
Ardía el humus conciso de los
hombres,
Ardía el húmedo estuario de tu daga
total y coronada.
Porque en España
se cubrían de lujosos cadáveres
los párpados de
las muchachas
y el alba cercenada
soñaba con obispos y medusas,
y murmuraba
el hombre su cándida estatura
más allá de su muerte conquistada,
Porque en España
Miliciano español
encubierto de escombros
doloridos,
y tu cielo veloz acuchillado,
Mientras los enlutados
perdían tu ancha jornada de magnolias,
y revolvían
hasta variarla toda,
la gracia popular de las tahonas,
tú estabas en la época lluviosa de tu sangre,
y tu cuerpo,
en aire de paloma entrecortada,
recorría este
suave desorden de ecuadores,
esta fácil ternura de los rostros de
América.
Salud
Miliciano español
a tu frente miliar
y a la turbia
excelencia de tu sangre,
Salud a tu mejilla levantada,
Salud
Miliciano español
Discípulo tatuado
en la cubierta extraña de Guernica,
Salud al espinazo de tu espada,
Porque en España,
cuando los enlutados
pacían en tu dulzor
enrojecido,
y comían de tu carne derramada,
tú eras como un Angel
escolar
en la esquina del mundo,
como un sol destapado con tu herida,
Salud
Miliciano
español
griterío original de días degollados,
Herida desplomada en las puertas del hombre,
para que el
hombre oyera
tu iracunda fragancia
y acogiera
el alto decaer de
tu cintura,
el cálido color de tu armonía,
Salud a tu lacónica silueta
melancólico el gesto entre las rocas,
y la mirada envuelta en una lágrima,
Salud
hasta tu corazón más íntimo,
y en tu sudor más íntimo,
y hasta en el dorso
más olvidado de tu hueso,
desordenado y alto,
Salud a esa tu muerte tan desechada,
tu muerte aun húmeda y sola
al socaire del olivo,
Salud
Miliciano español,
Dinamitero que ardes
con tu
boca en amas
y tu fragor al cinto,
Salud hasta en tu niño fusilado
que deslinda su ombligo entre tu
frente,
Salud
Miliciano español
Porque cuando en España
los
arzobispos desfondaban a Cristo
y le pateaban el muslo y los dedos
largos,
tú estabas con el rostro dividido
y con el sexo lleno de
semanas
eternamente oscuras.
Porque cuando los militares de medio
rostro
mutilaban la era embarazada
y se masturbaban la mente con
un paraguas,
tú estabas cerrado a todas las sangres,
parado sobre
todos los asaltos,
y tu cuerpo de suave corola destituida
tenía
una voz para tu mismo cuerpo,
Salud
Huésped funeral y hermoso,
Salud
entre tu frente
que está al socaire del olivo
aun sola;
porque aún
entre los relojes de los bufetes
y de los
tocadores,
los arzobispos y los medios rostros de los traidores,
se masturbaban la mente con un paraguas,
y en tu España,
en la
mía,
en la de todos,
aún arde tu cuerpo como un clavel de asalto.
Aquí,
amigo,
Miliciano español
poblado hermano nuestro,
sobre tu corazón de polvo y estampido
nosotros estamos parados al pie
de las cosechas,
Sobre lo que parece que se ha roto en el llanto,
Estamos
todos,
mostrando el tanto de brillo de una lágrima.
Somos los apasionados magníficos,
los pequeños exaltados
siempre floridos,
los de rostro transitable,
Estamos todos
esperando sobre
la piedra erguida,
somos los de dentro y los de fuera,
somos todos los americanos.
Poema primero
(Posesión en el sueño)
Ven
Amado
Te probaré con
alegría.
Te soñaré conmigo esta noche.
Tu cuerpo acabará
donde comience para mí
la hora de tu
fertilidad y tu agonía;
y porque somos llenos de congoja
mi amor
por ti ha nacido con tu pecho,
es que te amo en principio por tu
boca.
Ven
Comeremos en el sitio de mi alma.
Antes que yo se te
abrirá mi cuerpo
como mar despeñado y lleno
hasta el crepúsculo de
peces.
Porque tú eres bello,
hermano mío,
eterno mío dulcísimo.
Tu cintura en que el día parpadea
llenando con su olor todas las
cosas,
tu decisión de amar,
de súbito,
desembocando inesperado
a mi alma,
Tu sexo matinal
en que descansa el borde del mundo
y se
dilata.
Ven
Te probaré con alegría.
Manojo de lámparas será a
mis pies tu voz.
Hablaremos de tu cuerpo
con alegría purísima,
como niños
desvelados a cuyo salto
fue descubierto apenas, otro niño,
y
desnudado su incipiente arribo,
y conocido en su futura edad, total ,
sin diámetro,
en su corriente genital más próxima,
sin cauce, en
apretada soledad.
Ven
te probaré con alegría.
Tú soñarás conmigo esta noche,
y anudarás aromas caídos nuestras bocas.
Te poblaré de alondras y semanas
eternamente oscuras y desnudas.
De "Los elementos terrestres"
Poema segundo
(Ausencia de amor)
Amado
en cuyo cuerpo yo reposo,
cómo será tu sueño
cuando yo te he buscado sin hallarte.
Oh,
Amado mío, dulcísimo
como alusión de nardo
entre aromas
morenos y distantes,
Cómo será tu pecho cuando te amo.
Cómo será encontrarte
cuando es amor tu cuerpo
y tu voz,
un manojo de lámparas.
Amado,
hoy te he buscado
por entre mi ciudad
y tu ciudad
extraña,
donde los edificios
no se alegran al sol,
como
frutales conchas
y celestes cabañas.
Y andaba yo
con un crepúsculo enredado entre la lengua,
Con aire de laguna
y ropa de peligro.
Me vió desde su torre
un auriga de jaspe,
yo te andaba
buscando
por entre el verde olor de sus caballos,
Por entre las matronas
con pañales y pájaros;
Y pensando
en tu boca
reposaban mis ojos,
como palomas diurnas
entre
hierbas amargas.
Y te buscaba entonces
por las inmediaciones de mi cuerpo.
Tú me podías llegar
desde el suceso cálido.
II
Amado,
hoy te he buscado sin hallarte
por entre mi
ciudad
y tu ciudad extraña,
Junto a alquerías errantes
guardadas por el campo
y de agitado
pasto vencidas y entornadas.
Y de pronto llegaste,
huésped de mi alegría,
y me poblé de
islas
con tu brillante dádiva.
Desde la brisa fresca llegaste
como un niño con un pañuelo blanco
y la noche voló de sueño entre las ramas,
junto al gozo del agua
y el rastro de la abeja.
Amado,
en cuyo cuerpo yo reposo
y en cuyos brazos desemboca mi
alma,
Cómo será no hallarte en la distancia,
y llegar a tu cuerpo como
los alimentos
reanudados al calor de la gracia
necesaria y
perdida.
Estar donde no estoy más que de paso,
no estar donde tu aliento
me contiene
y me desgarra
como una piedra el alma.
Cómo será tener,
de golpe, el cuerpo dividido
y el corazón
entre las manos
congregado y solo.
Amado,
hoy te he buscado sin
hallarte
por entre mi ciudad y tu ciudad extraña,
y no te he
hallado.
Cómo será buscarte en la distancia.
Poema tercero
(Consumación)
Tus brazos
como blancos animales nocturnos
afluyen donde mi
alma suavemente golpea.
A mi lado,
como un piano de plata profunda
parpadea tu voz,
sencilla como el mar cuando está solo
y organiza naufragios de peces
y de vino
para la próxima estación del agua.
Luego,
mi amor bajo tu voz resbala,
Mi sexo como el mundo
diluvia y tiene pájaros,
Y me estallan al pecho palomas y desnudos.
Y ya dentro de ti
yo no puedo encontrarme,
cayendo en el camino de mi cuerpo,
Con sumergida y tierna
vocación de espesura,
Con
derrumbado aliento
y forma última.
Tú me conduces a mi cuerpo,
y llego,
extiendo el vientre
y
su humedad vastísima,
donde crecen benignos pesebres y azucenas
y
un animal pequeño,
doliente y transitivo.
II
Ah,
si yo siquiera te encontrara un día
plácidamente
al borde de mi muerte,
soliviantando con tu amor mi oído
y no
retoñe...
Si yo siquiera te encontrara un día
al borde de esta falda
tan
cerca de morir, y tan celeste
que me queda de pronto con la tarde.
Ah,
Camarada,
Cómo te amo a veces
por tu nombre de
hombre
Y por mi cuello en que reposa tu alma.
Poema cuarto
(Canción del Esposo a su Amada)
Asomada a mi pecho
tatuada en
él como la edad
y el daño.
Como una suave grey de colinas
cuyo rumbo retorna con el alba,
Habla mi amada
con su amor que tiene
apenas pecho diurno y voz
descalza.
A mi sombra
se bordearon de pulpa su caderas.
Por mí arrea
con sus pechos
el ganado del alba,
Y la tarde a su paso se quebranta,
como de junco herido
y
laurel entornado.
Párpados transitados
de nieve y mediodía,
Pozo donde mi
boca
desmedida resbala
como torrente de paloma
y sal
humedecida.
Sobre los muslos te pusieron
racimos de ira y vocación de besos.
Yo haré que de tus muslos
bajen manojos de agua,
y
entrecortada espuma,
y rebaños secretos.
Ven,
Amada.
Los árboles
todos tienen tu cándida
estatura,
y tu párpado caído,
y tu gesto mojado,
Edificio de alondras
habitado de climas
donde legisla el sol
sobre viñedos de oro.
A tu sombra
me encontrarán los pájaros salvajes.
Tu voz de
aire caído
entre cuatro azucenas,
desfilará en mi oído
como
acude la tarde.
Ven,
te probaré con alegría,
tú soñaras conmigo
esta noche.
Poema quinto
(Esterilidad)
El hombre
nacido de mujer,
corto de días y harto de sinsabores;
que sale como una flor, y es cortado,
y huye como la sombra, y no permanece.
Job 14, 1 y 2.
Tal como flor que sale
y es cortada,
Con la piel por donde huye
la risa de los niños,
Y llena hasta los muslos
de tristeza;
así es nuestra hermana
en cuyo umbral
naufraga el cuerpo de uso eterno.
Golpe de viento nuevo
inexperto en aromas,
y sin rubor azul ya
despreciada sombra,
escombro de oro en sueños por las ramas.
Carne en que tropezara de costado
la gracia del alumbramiento,
Fácil como los signos en reposo
por donde llega de la mano el
niño;
Asomada al arrimo,
con media flor y apenas
medio rostro,
Y con el vientre en que tembló
una piedra.
Con un
desfiladero en cada pecho,
sola,
venas arriba por los ojos,
Sola
como el primer hombre cuando descubrió
la primera sonrisa
y se volvió,
de pronto,
con todo el cuerpo
a flor de fabuloso
labio estremecido,
más solo que antes,
cuando no tenía sonrisa
cotidiana
que dividir en dos pedazos triunfales;
cuando no pensaba
en el otro
y descendía junto a su piel profunda,
roto entre los
sonidos venideros
como pájaro en proyecto por los árboles:
júbilo
de vacío jubiloso.
Como huella que cae
clara y sin cuerpo
y no levanta hoja
que al volver por el suelo,
alta de días,
instale al humus su
unidad primera,
Así es nuestra hermana.
Secreto cauce
quieto,
agua sin
ruido.
Nacida de mujer,
corta de días, y harta de sinsabores;
que
sale como una flor, y es cortada,
y huye como la sombra, y no
permanece.
Poema sexto
(Creación)
Proposiciones de Prometeo
Y la tierra estaba desordenada y vacía,
y las tinieblas estaban sobre la haz
del abismo, y el espíritu de Dios empollaba
sobre la haz de las aguas.
El Génesis, 1-2
I
Altas proposiciones de lo estéril
por cuyo rastro voy sangrando a media altura
y buscándome,
palpándome,
por detrás de la rosa edificada,
sobre lo que no tiene
orilla ni regreso
y es, como lo descubierto recobrado
que acaba el
que siga y me revele.
Me apoyo en ti,
clima desenterrado de lo estéril
para fundar
el aire de la gracia y el asombro;
y el metaloide aciago y
desmentido,
primero en rama llega,
y luego en flor el metaloide
oscuro,
y en fruto de sabor martirizado,
baja junto a la lengua
enajenada,
pasa de mano en mano hasta la altura.
Porque no es lo posible lo seguro
sino lo que inseguro se
doblega,
lo que hay que abrir y sojuzgar por dentro,
y es como
polvo en cantidad de sombra.
Porque el fruto no es puerto
sin rumbo entre las aguas,
sino
estación secreta de la carne;
íntima paz de cotidiana guerra
donde
reposa el vientre silvestre y revestido
de accidentes geológicos y
espesos.
Y la alegría purísima,
la honda grace presente y madurada,
que
rebota hasta el fondo de la sangre,
que hace correr y madrugar en
pájaros,
y equivocarse de pecho y ponerse,
como ciertas flores
un corazón de pana en la mañana.
La alegría de caer en inocencia de sí mismo
y disfrutarse junto a
otras criaturas
en el descubrimiento de su nombre,
madrugando de
pecho para arriba
donde los alimentos perseveran
hallados para el
cielo.
II
Y será como el árbol plantado
junto a arroyos de aguas,
que da su fruto en su tiempo,
y su hoja no cae; y todo lo que
hace, prosperará.
Salmo 1-3
Al borde estoy de herirme y escucharme
ahora
que le propongo al polvo una ecuación
para el deslizamiento de la
garganta,
Ahora que inauguro mi regreso
junto a mi pequeñez iluminada,
Ahora que me busco revelada
y transida en otros nombres,
Cuando por mí descienden y se agrupan
anchas temperaturas matinales,
Y han gran fiesta cerval en los caminos.
III
Pasa mi
corazón
con su pastosa identidad doliente.
Mi aliento transitivo que enarbolo
y el niño cuyos pasos me
prolongan.
Pero la sangre está ya en marcha,
repercute,
hacia un país
recóndito y anclado,
entre pasados hierros con nombre de muchacho,
y extensos materiales fuera del pulso mío.
La sangre está ya en marcha
hacia una parte mía donde llego de
pronto,
y me conoce el pecho en que tropiezo,
y mis extensas,
pálidas, boreales coronarias.
El cuerpo es ya contagio de azucena,
estación de la rama y su
eficacia;
palacio solitario en cuya orilla
crece el suelo y afluye
entre rebaños
y entre sueños secretos y pacíficos.
IV
Puede pasar mi pecho errante,
mi instantáneo cabello
y
mi atroz rapidez que no me alcanza,
Pero se ha vuelto inaugural
mi peso de habitante recobrado.
Y
aires de nacimiento me convocan,
¡Ah, feliz muchedumbre de huesos en reposo!
Refluyen a mi
forma y se congregan
los elementos suaves y terrestres
y la pulpa
negada y transcurrida.
Los pájaros me cambian
a traslados mayores del sonido,
Y
la tierra a empujones de llanura.
Al borde estoy de herirme y escucharme
ahora que me lleno de
retoños y párpados tranquilos,
Cuando tengo costumbre de nacer
donde bajan los huesos
temporales,
Cuando me llamo para mí, callada,
y alguien que no soy yo ya
recuerda,
Sollozante y sangrando a media altura,
sobre lo detenido
descubierto
y recobrado.
Poema séptimo
(Germinación)
Introducción
I
Oh don,
oh don de sí,
tu pelo,
albo discurso,
designio azul,
futuro de jacinto.
Yo podría cantar una canción
para que me sospechen de humo, en
aire,
y de animal tallado entre la espuma,
en larga, leve,
carcajada de arpa
Yo podría traer al corazón recuerdos
como uñas cayéndose del
alma.
Pero estoy casi al borde de tu cuerpo,
Pero está al pie del
surco tu desnudo
en traje de profundidad;
Piensa en tu edad el mar y palidecen
delfines ciegos cielo
arriba, en rama,
pesando más el cielo menos aire
mar con sólo las
olas y sin agua.
Y tú a la orilla del paisaje tiemblas
ah, intramarino pescador de
espumas
cuya cadera crece entre corales,
Crepúsculo manchado de violines,
compañero fugaz de mi costado.
II
Alguien pasa rozándome las venas
y se abre el surco entre
la flor y el labio.
Es que llega la noche
en columna de amor y ruiseñores;
su
casco azul, lacustre, enjuga el alba,
baja la niebla por su piel y
huyen
roces de pluma herida y madrugada.
Y antes de ser,
para futuro arribo de planeta
tiniebla
inaugural,
cristal esquivo,
quietud de sumergidos resplandores,
la noche es de aire y tallo oscurecido.
Poema octavo
(Mi Amado)
I
Pregunté a las mujeres del campo
por el
Hombre;
Pregunté a la mujer
cuya insepulta frente deteníase
al cabo de
su niño infecundo
y sollozaba.
-Mujer
has visto tú a mi Amado,
Has visto al huésped mío,
al camarada hermoso?
Su carne que el verano
golpea de amapolas,
Su nariz de
poniente,
Y el pecho de oro náufrago
como los litorales.
¿Lo
conoces?
Puede pasar de pronto
con la piel soñolienta
y alegres las
axilas retumbantes
y frescas.
Oh,
el camarada hermoso
con los talones ágiles
y pálido el
peinado candoroso,
Saturada de clima nocturno
su garganta,
Y la mano en que
estalla la angustia
como el mar.
¿Lo reconoces
reposando al borde de mis inmediaciones
como
torrente de islas y pájaros cautivos?
II
Yo lo busco.
Él es mi Camarada;
Junto a su mano
dejan
su olor las golondrinas
Y una ola de mineral oculto
lo recorre.
Queréis hallarlo
conmigo
¡Oh, mujeres de vientre madurado
en cuya piel antigua desfallece
el tiempo del desnudo
y se hace honda en la frente
la señal de
parir
y sollozar!
¡Oh, doncellas alegres
en cuya boca estalla
el primer ruiseñor
y el agua masculina
es recogida en cauce
estremecido!
¡Oh, niños de marfil y nácar fugitivo
por cuyo salto de jazmín
resbalan las mañanas escolares!
Busco a mi Camarada
y por su origen inocente
avanzo
sin
saberlo;
y me detengo.
Buscadlo cuando el trueno,
cuando las
manos de Dios vienen rodando
como suaves árboles enfurecidos,
Por entre los sepulcros invasores,
Entre semanas llenas de
ovejas
y enramadas.
Queréis buscarlo conmigo,
y exaltarlo,
A Él, al Hombre,
Al que camina en parte
con mi alma,
Al del muslo entornado
cuya daga sumergida en la noche
ya no tiembla en el aire,
ni
secará en su diestra
cortada a pico
y sola con el miedo.
Y al otro,
desamado sollozo de mi frente
que apenas tiene un
trozo de hierba
para posar su oído
y es señor de arboledas y
ciudades.
Al Hombre, al Camarada.
Bendito sea su vientre
que
comparto en el seno de mi madre
Queréis buscarlo
y exaltarlo conmigo,
Al Amado del día
transitorio
cuya angustia se detiene
en mis pechos como el mar.
Queréis que vaya y me ofrezca en sus manos
como semilla de
éxtasis,
Que le lleve mi cuerpo
reclinado entre palomas,
Y que
llene su boca
de sol y mediodía
Oh niños,
Oh doncellas alegres,
Oh mujeres de vientre
madurado,
Glorificadlo
y exaltadlo conmigo.
Hasta que nuestras bocas
sagradas
se detengan
Así sea.
Óyeme esta canción que en mí te nombra
carne para la fruta necesaria.
Cuando la soledad
bajo tu nombre oída y apretada,
Cuando yo era como niño enterrado
a quien llaman por su nombre pasado,
y responde, y no se oye en sí mismo;
Y mi mano en el fondo,
confundida,
tenía ya atisbo, llave, forma mía,
Y se sentía más arriba del pecho y del abrazo
como corona alegre y consumada.
Tú me llamabas a tu nombre,
y vine,
con clara identidad de nacimientos,
con la veraz acostumbrada gracia
con que sueñan su honor las catedrales.
Tú eres ya de día junto a la noche.
Ya soy contigo el día,
y en virtud de la ausencia en que me evoco
miro cómo mi forma me comparte,
cómo respiro en pelo y a mansalva,
por dentro de mi voz y no a lo largo.
Recepción a un amigo
Lo sigo,
lo
precedo en la voz
porque tengo,
como el humo en despoblado,
vocación de acuarela.
Cuénteme
cómo son ahí las cosas de consumo:
libros,
rosas,
tintineos de golondrina.
Aparte de todo eso
le pregunto
por los mangos geológicos
bordeándolo de pulpa,
y por un río nuevo,
sin mirarlo,
con pueblos de sonido
y longitud de ArcAngel.
Dígame algo también sobre el pequeño litoral
donde recientemente
el día,
como un celeste animal bifronte,
acampó en dos acuarios
y se llenó de peces.
O si lo recibieron unánimes los árboles
como cuando eligieron a
la primera alondra del año
y el día de florecer.
Resúmame ahora que tiemblo
benignamente
detrás de una
golondrina,
ahora que me proponen públicamente
para desnudo de mariposa
y estoy como las rosas
desordenando el aire.
Satchmo Liroforo
¿Te acuerdas, Louis Armstrong,
del día en que viajamos por un
corredor de sonidos
que amábamos hasta la muerte?
¿Recuerdas la
onomatopeya que no salió al paso
y que nos dio un trono de un solo
golpe?
Parece mentira, Louis, amor mío,
que hayamos compartido
tantas cosas,
tantas ramas
y tan gran número de espumas.
Parece
imposible, Louis,
que entre nosotros se deshagan
las formas del
azul que nos acompañaban;
que tú, dardo, arma del Angel vivo,
te
lances a donde nadie podrá reconocerte sino por tu alegría,
por tu
voz de durazno,
por tu manera de prolongarte en la luz
y crecer en
el aire.
No creo que haya desaparecido del mundo
la manada de
resplandores que nos seguía.
Más bien creo que se ocultan en el
tiempo
y que no será consumidos.
Tú, continuación del fuego,
pedestal de la nube,
desinencia de
mariposa,
andas hoy al garete entre harinas
y entre otras materias
incorruptibles que te guardan
como guardan a todos los justos,
a
todos los hermosos
cuya hermosura viene de lejos y no se va nunca,
y se incendia cada día
igual que la altura.
Satchmo, querido hasta la música,
soñado hasta el arpegio,
las
arpas de David y sus graves de cobre
te están tocando el alma
y
los clavicémbalos el cabello sin fin.
Ricardo Wagner está de pie, aguardándote en una azotea tetralógica,
lleno de flores que andan y crecen continuamente.
Ricardo Wagner está
en sí mismo
viendo que llegas al dominio de los cristales,
armado
de la trompeta bastarda y de la baja
tocando un son del viento,
sonando como un trueno
recién nacido, y húmedo y perfecto.
Y yo, sombra sonora del futuro
también estoy allí,
soñada por
dos cuerpos transparentes
que se besan y funden y confunden
en la
gran azotea tetralógica
donde todo es tan claro como Dios
y el
amor
y los árboles.
Si pudiera abrir mi gruesa flor...
Yo no me dejar humillar por las cosas irracionales:
penetrar lo que haya en ellas de sarcasmo hacia mí
haré que las ciudades y civilizaciones se me rindan.
W. Whitman
En un lugar de la Mancha de cuyo nombre
no quiero acordarme...
Cervantes
Eunice andaba en el sueño
con zapatos de vigilia,
¡ay, Eunice, por tus pies
te van a negar el día!
Eunice Odio
Si pudiera abrir mi gruesa flor
para ver su
geografía íntima,
su dulce orografía de gruesa flor:
si pudiera saltar desde los
ojos
para verme, abierta al sol,
si no me golpeara de pronto, en la
mejilla,
esta reunida sombra,
esta orilla de silencio
que es lo que
ciertos pañuelos a la lágrima,
un aposento blanco, descubierto.
Si pudiera quedarme abierta al sol
como el sencillo mar
y
alta, recién nacida hija del agua,
creciera mi color al pie del agua.
Por qué no he de poder desnudarme los pies
en una casa en que los
alfabetos ascienden
por el labio a la palabra, y en que duendes de menta,
sirven té
verde y florecida sombra.
Por qué no he de poder
desnudarme los pies en una casa
en
que todos los días
un año desviste su estatura melancólica,
y en que la costa azul de un relicario
guarda el retrato de un
vecino de mayo que se ha ido.
Sin embargo
no puedo desnudarme los pies en esta casa
ni
poner sobre la mesa el corazón.
Pero puedo abrirme como una flor
y saltar desde los ojos para
verme,
abierta al sol.
Granada, Nicaragua, Junio 12 de
1946
Yo quisiera ser niña...
Yo quisiera ser niña
para acoplar las nubes a distancia
(Claudicadoras altas de la forma),
Para ir a la alegría por lo pequeño
y preguntar,
como quien no
lo sabe
el color de las hojas
¿Cómo era?
Para ignorar lo verde,
el verde mar,
La respuesta salobre
del ocaso en retirada,
el tímido gotear de los luceros
en el muro
vecino,
Ser niña
que cayera de pronto
dentro de un tren con Angeles,
que llegaban así, de vacaciones
a correr un poquito por las uvas,
o por nocturnos
fugados de otras noches
de geometrías más altas.
Pero ya, ¿que he de ser?
Si me han nacido estos ojos tan grandes,
y esos rubios quereres de soslayo.
Cómo voy a ser ya
esa que quiero yo
niña de verdes,
niña
vencida de contemplaciones,
cayendo de sí misma sonrosada,
... si
me dolió muchísimo decir
para alcanzar de nuevo la palabra
que se
iba,
escapada saeta de mi carne,
y me ha dolido mucho amar a trechos
impenitente y sola,
y
hablar de cosas inacabadas,
tinas cosas de niños,
de candor
disimulado,
o de simples abejas,
enyugadas a rosarios tristes.
O estar llena de esos repentes
que me cambian el mundo a gran
distancia,
Cómo voy a ser ya,
niña en tumulto,
Forma mudable y pura,
o
simplemente, niña a la ligera,
divergente en colores
y apta para
el adiós
a toda hora.
De "Tránsito de
fuego"