"...Dar la vida y el alma me provoca
por besarla otra vez sólo un momento.."
Sin título
María Victoria Vélez
Reseña biografica
Poeta y ensayista
colombiano nacido en Barranquilla en 1889.
Autor de una vasta obra
poética y de numerosos ensayos, brilló con luz propia en el panorama
literario
de su época.
De su obra merecen destacarse los poemarios «A flor de
alma», «Cuando las hojas caen», «Para leer en la tarde»
y «La manzana del Edén».
Falleció en 1953. ©
A una onda
Amor errante
De
bohemia
Dedicatoria
Dualidad fatal
Eclipse
Edén
de los edenes
El nido
El retrato de la amada
El secreto
El
tesoro
Elogio primaveral
Espasmo
Éxtasis
Grito de amor
Idilio columbino
Iniciación
Las manzanas del Edén
Obsesión
Redes y sueños
Silueta
Tu boca
Tu palidez
Tus ojos
Valse nocturno
A una onda
Onda del mar,
padezco tu inquietud: a tu modo
vibro, sollozo, canto, me agito sin
cesar;
como tú no hallo nunca concreción ni acomodo,
como tú sufro el
signo turbulento del mar.
Caprichosos, volubles, inconformes con todo,
cambiamos, sin que
cambie nuestra vida al cambiar;
¿dóndé estará la playa, dónde estará el
recodo
traaquilo en que podamos sin morir reposar?
La lumbre te embellece con un prisma risueño,
cual sonrosan mi alma
la ilusión y el ensueño,
mas tu prisma y mi sueño son mentira no más.
¿Quién
sospecha tus rumbos? ¿Quién mis dudas resuelve?
Tú eres lo que en la
orilla dice adiós y no vuelve...
Yo lo que al despedirse no ha de volver
jamás.
Amor errante
La donna se ben fa come la luna
e sempre quella sia bruna sia bianca.
D' Annunzio
Así dijo en la noche, desolado, el viajero:
vengo
de las diversas comarcas del amor;
crucé por muchas almas y en todas fui
extranjero;
de todas salí siempre con fatiga y dolor.
Vi en los ojos más claros un mirar traicionero,
y en las bocas más
frescas hallé el mismo sabor;
no hubo brazos capaces de hacerme
prisionero,
ni carnes que temblaran con un nuevo temblor.
De una mujer en otra fui pasando y en cada
una dejé una parte de mi
vida inmolada...
Ya no tengo que darles ni espero que me den.
Sólo con los
amores que he soñado me quedo,
y con el tuyo ¡oh muerte! aunque me causa
miedo
que tus labios destilen sólo tedio también.
De bohemia
Noche
invernal. En torno de la mesa
transcurre humildemente la velada;
ella calla y me mira; en su mirada
tiembla su corazón hecho
promesa.
Callo también y sueño. Me embelesa
la quietud de este cuarto de
barriada
en que vivo una hora, sazonada
con mieles de pecado y de
sorpresa.
Un abandono lánguido me embarga,
pues en la noche embrujadora olvido
del diario afán la pequeñez amarga,
y porque en el
silencio y a su lado,
gozo un minuto libre, en el florido
regazo del
azar y del pecado.
Dedicatoria
En un
ejemplar de Para leer en la tarde
Gasté la ilusa juventud
primera
esperando un amor que nunca vino,
y a la sombra de un árbol
del camino,
me senté a ver morir la primavera.
¡Qué triste ocaso el que a mi vida espera!
pensaba ante el avance
vespertino;
mas repentinamente hubo un divino
florecimiento en mi
ánima: Ella era...
Eras tú que venías. Y este libro,
en el que a todos los anhelos
vibro,
es mi ayer; es un parque abandonado
donde duermen
en paz viejos amores.
¡Pasa cantando y deshojando flores
sobre las
hojas secas del pasado!
Dualidad fatal
Cuando se daba entera a mi
albedrío,
muchas veces salí de entre sus brazos
con mi pobre ilusión
hecha pedazos
y con el corazón turbio de estío.
Y hoy que, por propio o por
fatal desvío,
de otro amor se adormece en los regazos,
como quisiera
renovar los lazos
de aquel amor que me atedió por mío.
Oh dualidad entre infernal
y loca:
padecí taciturno desaliento
siempre que un beso desfloré en su
boca.
Y cuando ajena a mi
ansiedad la siento,
dar la vida y el alma me provoca
por besarla otra
vez sólo un momento.
Eclipse
En medio
a mis congojas, en mitad de mi hastío,
tu recuerdo lejano, tu recuerdo
clemente,
vino, desde las sombras, a posarse en mi frente
y a decirme
que aún vive nuestro amor, amor mío.
Perdóname! La culpa del injusto desvío
fue del hombre que sueña, no
del hombre que siente.
Míra: puede en su rumbo desviarse la corriente
pero la imagen sigue reflejada en el río.
Tu recuerdo en mi alma se nubló como aquella
lumbre de los luceros
que en la noche callada
se eclipsa si las nubes se detienen ante ella.
Mi olvido fue
una nube que ya va de partida,
y tu amor es la estrella que un momento
eclipsada
sigue irradiando inmóvil en lo azul de mi vida.
Edén de los edenes
En la grata penumbra de la
alcoba
todo, indecisamente sumergido
y ella, desmelenada en el mullido
y perfumado lecho de caoba;
tembló mi carne enfebrecida
y loba,
y arrobeme a su cuerpo repulido
como un jazminero florecido
una alimaña pérfida se arroba;
besé con beso deleitoso y
sabio
su palpitante desnudez de luna
y en insaciada exploración, mi
labio
bajo al umbroso edén de los
edenes
mientras sus piernas me formaban una
corona de impudor sobre las sienes....
El nido
Cuando
llegué a tus brazos, mi corazón rendido
venía del desierto de una pena
tenaz;
tus brazos eran tibios y muelles como un nido,
y en ellos me
ofreciste la blandura y la paz.
Con flatiga del mundo, con nostalgia de olvido,
escondí entre tus
senos perfumados la faz,
y me quedé sobre ellos dulcemente dormido,
como un niño confiado sobre un valle feraz.
Quiero que así transcurra la vida que me resta
por vivir: sin
anhelos, sin dolor, sin protesta,
sintiendo que tú encarnas mi insa,ciado
ideal.
y cuando ya la
muerte se llegue cautelosa,
pasar, como en un sueño, de tus brazos de
rosa,
a los brazos solemnes de la noche eternal.
El retrato de la amada
Ella es así: la frente
marfileña,
a sol bruñidos los cabellos de oro,
y dichoso compendio del
sonoro
brazo de un arpa la nariz risueña.
Su perfil reproduce el de
fileña
concha de mar en que durmió un tesoro,
y los hombros, de
helénico decoro,
son dignos de un reposo de cigüeña.
Es tan blanca, que a veces
se confunde
su cuerpo con la luz. en lo que mira
una instantánea
castidad infunde;
a su lado inocencia se
respira,
y en conjunto feliz ella refunde
nieve, perla, ave, flor,
Angel y lira.
***
Ella es así: por donde pasa
deja
de subyugante sencillez la nota;
cada expresión que de sus labios
brota
algún móvil purísimo refleja.
Nunca turba su voz áspera
queja;
nunca innoble pesar su alma denota;
donde impera la sed, ella
es la gota;
donde falta el panal. ella es la abeja.
La intimidad de los
jardines ama;
ingenua devoción le inspira el arte
que en el dolor de
sus bálsamos derrama.
Cual pan de Dios la
comprensión reparte;
si dicha no le doy no la reclama,
mas si alguna
le dan, tengo mi parte.
El secreto
Guardo en mi triste corazón
inquieto
un recóndito amor. Nadie lo ha visto
ni lo verá jamás, pues
lo revisto
-para hacerlo más mío- del secreto.
Ella lo inspira en mí, pero
discreto
nunca lo nombro ni en mirarla insisto
cuando, por un feliz
don imprevisto,
de su vago mirar soy el objeto...
Callada vive en mis
ensueños como
en virgen concha adormecida perla,
o leve aroma en
repulido pomo.
Y si presiento en mi
inquietud perderla,
a el alma bajo y con temor me asomo,
para poder,
sin que me miren, verla.
El tesoro
Dos columnas pulidas, dos
eternas
columnas que relucen de blancura,
forja la línea irreprochable
y pura,
como trazada en mármol, de tus piernas.
Con qué noble prestigio las
gobiernas
cuando al marchar, solemne de hermosura,
imprimes a tu
cuerpo la segura
majestad de las Venus sempiternas.
Y cuando, inmóvil, luminosa
y alta,
en desnudez olímpica te ofreces,
entre tus muslos de marfil
resalta,
como una sombra, el
bosquecillo terso
de ébano y seda, bajo el cual guarneces
el tesoro
mejor del universo.
Elogio primaveral
Estábamos a solas en el parque silente
la tarde en desmayadas medias
tintas moría,
y era tal el encanto que en las cosas había
que daban
como anhelos de besar el ambiente.
Primavera llegaba y el retoño incipiente
-anuncio placentero de la
flor- verdecía
y el alma contagiada del milagro del día
florecía lo
mismo que el jardín renaciente
Ella escrutaba el cielo con fijeza tan honda
que el verdor
transparente de sus ojos cordiales
transformóse en un verde sensitivo de
fronda.
Yo la miré y ansioso de halagar sus antojos,
la dije ante los tiernos
brotes primaverales:
esta vez ha empezado la estación en tus ojos.
Espasmo
Después de que con lúbrico
recreo
ávidos besos en tu boca imprima,
como quien logra ambicionada
cima
te escalaré en la fiebre del deseo.
Buscaré el montecillo de
Himeneo
donde celoso musgo lo escatima,
y en contubernio de tu carne
opima
llegaré del deleite al apogeo.
Pasado el lujurioso
escalofrío,
sentiré ante tu carne poseída
odio a tu cuerpo,
repugnancia al mío;
y también la congoja
repetida
de ver que sólo a destilar hastío
se abre, mujer, tu
impenitente herida.
Éxtasis
En la
noche de enero plenamente estrellada,
como acaso en los siglos no lo ha
sido ninguna,
parecían los cielos constelados de luna,
florestas por
donde iba pasando una nevada.
Era un lecho de bodas la tierra perfumada;
propicio era el silencio;
la paz era oportuna;
mas la noche inspiraba tal arrobo, que ni una
vez
osaron mis labios besar los de la Amada.
Unción ultraterrena de dos almas; delicia
de dos seres que, a solas,
eluden la caricia
y que juzgan sacrílego contemplarse un momento.
Noche, de tan
hermosa, noche casi imposible,
en la que era su carne, cual la luz,
intangible,
y puro, cual los astros, era mi pensamiento.
Grito de amor
Qué demencia,
con soplo arrebatado,
me impulsa a ti en un vértigo? Lo ignoro,
sólo
sé que te ansío, que te adoro,
y que en ti el universo he compendiado.
Tu hechizante beldad brilló a mi lado
y no la supe ver; perdí el
tesoro
de tu belleza espléndida; y hoy lloro
la infausta ceguedad de
mi pasado.
Mejor así: te ennobleció la vida
en la cruz del pesar, y al
encontrarte
te siento a mí por el dolor unida.
Hago de tu
dolor sangre del arte,
y te amo con amor cuya medida
se extiende al
tiempo que dejé de amarte.
Idilio columbino
Sobre el techo rojizo de la
iglesia aldeana
se congregan en corte las palomas. El día
confunde con
el d'ellas su blancor: se diría
que milagrosamente las brotó la mañana.
De súbito, ascendiendo, la
legión se desgrana
en un vuelo vibrante que en el éter se amplía,
para
tomar con una cadenciosa armonía
bajo la rutilante claridad meridiana.
Vibra el soplo fecundo del
amor. El palomo
ronda a su compañera, que se le postra, como
dócil
cojín de plumas que la luz tornasola.
Como al solio un monarca,
sube en ella de un paso
y busca el sexo esquivo, desplegando la cola
a
manera de un lúbrico abanico de raso.
Iniciación
Sobre el busto de mármol se
contornan los senos,
y apartando con nimias complacencias la bata,
succiono los erguidos pezones de escarlata:
pomos donde se acendran
invisibles venenos.
Ella ciñe los muslos,
vigorosos y plenos,
donde el sexo apremiado se defiende y recata,
mientras se contorsiona con lujurias de gata,
al roce de mis labios que
la exploran obscenos.
A un desmayo de toda su
belleza vibrante,
logra mi mano intrusa desligar un instante
de sus
piernas esquivas el frenético nudo.
Y de todas mis ansias en el
ímpetu ciego,
busco el cáliz virgíneo de su cuerpo desnudo,
y a una
lenta tortura de puñales le entrego.
Las manzanas del Edén
(fragmento)
A ti viciosamente me
encadena,
tu cuerpo insano en que la muerte aspiro:
eres sierpe o
mujer, hada o vampiro,
o Angel con maleficios de sirena?
Da sopor como un vino tu
melena;
quema como una brasa tu suspiro;
tu beso, que es voraz, quita
el respiro,
y tu aliento, que es de áspid, envenena.
En el lecho te ciñes a
quien te ama,
convulsa y frenética, lo mismo
que a seco tronco
enardecida llama.
Y cuando amor en tus
entrañas siembra,
se siente un frío vértigo de abismo
sobre el abismo
de tus muslos de hembra.
Obsesión
Nunca te encontraré; nunca a mi lado
veré fulgir tu cándida silueta,
novia de mis ensueños de poeta,
que a través del vivir tánto he buscado.
Con insistente afán alucinado,
bajé a la sima y ascendí a la meta,
y en ninguna mujer te hallé completa:
en todas ¡ay de mí! te he
eqnivocado.
Ya no te busco. ¿Para qué? Vendrías,
envuelta en engañosas fantasías,
a darme la ilusión de que ella eres,
mas al tocar
tu frágil hermosura,
sentiré renovarse la amargura
que en mí dejaron
las demás mujeres.
Redes y sueños
Tejedora incansable que en
la noche y el día,
tejes calladamente las más gráciles mallas,
dime:
¿en el ritmo lento de tus labores hallas
alguna consonancia con tu
melancolía?
¿Los hilos que se engarzan
con sutil armonía
van fijando en la tela los ensueños que callas?
¿Se
parece el recuerdo tenaz con que batallas
al vaivén perezoso de la aguja
tardía?
Tejedora incansable: su
labor es la de una
araña que hace redes, como gasas de luna,
para
encantar las horas entre encajes sedeños.
Y yo soy cual la araña -de
tus manos gemela-;
yo también vivo hilando, como sobre una tela,
sobre
el dolor sumiso de la vida mis sueños.
Silueta
Es tierno su mirar; su voz discreta;
del bohemio vivir tiene el encanto
y en el rostro de nácar el quebranto,
la marchitez de lánguida griseta.
Ilusiona mi vida y la completa,
y, una con mi sentir, canta si canto;
y si me ve llorar, corre su llanto
por mi abatida frente de poeta.
Ama todo lo que amo; el silencioso
vagar nocturno; el organillo
errante,
el barrio extremo; el cafetín dudoso,
sólo ignora una cosa: su belleza,
y recibe, con plácido semblante,
el regalo casual de mi pobreza.
Tu boca
Escollo
de buriles y pinceles,
es tu boca una vívida granada
que pide,
tentadora y encarnada,
un beso audaz que la disuelva en mieles.
Cuando a la risa abandonarte sueles,
difunde en rededor tu carcajada
el grato olor a fruta sazonada
que hay en la intimidad de los vergeles.
Es abreviada gruta de frescura,
constreñido paréntesis de flores,
animado jardín en miniatura.
La besara con férvido embeleso
para sentir, muriéndome de amores,
la eternidad en lo fugaz de un beso.
Tu palidez
Tu noble palidez forma tu encanto:
es como aquella palidez extraña
del
lirio matinal de la montaña
que al reflejo del sol sufre quebranto.
A veces logra esclarecerse tanto
que tu sutil respiración la empaña,
y otras adquiere, si la luz la baña,
la transparencia rútila del llanto.
Todo en mí se ilumina al contemplarte,
y, arrobado en tu faz, pienso
que alguna
noche la luna te nevó al mirarte,
o que por rara y singular fortuna,
sintiéndose mujer, quiso imitarte
y osó tomar tu palidez la luna.
Tus ojos
Estábamos a solas en el
parque silente
la tarde en desmayadas medias tintas moría,
y era tal
el encanto que en las cosas había
que daban como ganas de besar el
ambiente.
Primavera llegaba y el
retoño incipiente
-anuncio placentero de la flor- verdecía,
y el alma
contagiada del milagro del día,
florecía lo mismo que el jardín
renaciente.
Ella escrutaba el cielo con
fijeza tan honda,
que el verdor transparente de sus ojos letales
tomó
de pronto un verde sensitivo de fronda.
Yo la miré y ansioso de
halagar sus antojos,
la dije ante los tiernos brotes primaverales:
-Esta vez ha empezado la estación en tus ojos.
Valse nocturno
En la paz de la alcoba
sosegada,
bajo la media noche en agonía,
llega a mí, desde incierta
lejanía,
una llorona música olvidada.
Entra en mi corazón como
una alada
saeta de letal melancolía,
porque recuerdo que cuando eras
mía,
si algo nos supo unir fue esa tonada.
El vals - lírica flor que
se deshoja-
se va apagando al fin y una congoja
mortal deja en la
noche difundida...
Yo un infinito desamparo
siento,
y es que a veces un vals que va en el viento,
¡suele ser, más
que un vals, toda una vida!