"Estás allá y estás aquí conmigo
y lo sabemos sin saberlo cómo..."
"Sin título"
Steve Hanks
Reseña biografica
Poeta
colombiano nacido en Santa Rosa de Viterbo en 1911.
Licenciado en
Ciencias Económicas y Jurídicas, dedicó parte de su trabajo a la
traducción y al ensayo.
Inspirado en un verso de Juan Ramón Jiménez,
fue el creador y difusor del movimiento «Piedra y cielo».
Su poesia, al mismo tiempo muy sencilla y muy deslumbradora, tiene una
insólita maestría.
Entre sus obras importantes se cuentan,
«Transparente corazón», «La ciudad sumergida», «Soledades»
y «Rosa de agua».
Falleció en 1995. ©
Acción de gracias por el beso
Aire de entonces
Angustia del amor
Confidencia
Crepúsculo
Cuerpo en la oscuridad
Declaración de amor
El agua
El amor
Ella
En su clara verdad
Epístola moral a mí mismo
Fragante soledad
La soledad
La última forma de su huída
Las islas de tu imagen
Lección del mundo
Momentos de la doncella
Mujer cerrada
Narciso
Niña
Nocturno
de Adán
Preludio de soledad
Razón de ti
Retozo
Salmo de la triste
desposada
Si quieres acércate más...
Sitio de sueño y vida
Verdad de ti
Vida
Acción de gracias por el beso
Gracias,
amor, de nuevo tu criatura
se inclina al vasallaje de tu peso.
Encadenado estoy, me tienes preso
entre la red sin par de tu
hermosura.
Gracias,
amor, por esta cosa pura
que a través de la carne te alza ileso.
poder la boca convertirse en beso
es ser el fruto sólo la dulzura.
No
importa, amor, que el labio ante el abismo
del gozo haya quedado
silencioso
si es casi el pasmo como el verso mismo.
Gracias,
pues tu lenguaje me ha enseñado
que en el silencio todo es más
hermoso
y lo callado es más que lo cantado.
Aire de entonces
El aire de
un abrazo de ríos sin deseo.
Los árboles, un aire vegetal de palomas.
La tarde era un ligero movimiento del párpado,
y la escarcha, la
espuma fácil de tu sonrisa.
La veleta
era el viento clavado en una espina.
Tu niñez, la distancia que había
entre los lirios.
Orilla de tu sueño y pestañas de música
era
entonces el ojo limpio de la mañana.
Venías de
más lejos que un hombre de un olvido.
En tu lejana sangre había
brumas y mástiles.
Entonces yo era triste y miraba el silencio
creyendo que el silencio era la oscuridad.
Todo mi
afán de viajes ancló sobre tu piel
que iba bajo el sol sosteniendo la
luz;
proa, el pecho hendía dulcemente los días
y el corazón sabía
cómo es de azul el mar.
Por cada
rosa un sitio en el aire tus hombros
dejaban redondeado por dónde tú
pasabas,
y el viento en tus cabellos era sólo un pañuelo
estampado
de aromas y soplos de colores.
Tus ojos
no tenían color que yo pudiera
decir como palabras: «saúz» o
«golondrina».
corrías como el agua y el agua de tu risa
subía a
los tejados a hacer la tarde clara.
Hoy que ni
los espejos saben cómo mirabas
cuando tu edad de lino te daba a las
rodillas;
yo te recuerdo y digo simplemente las cosas
como si las
sacara de una gota de agua.
Era
entonces el tiempo dulce de nuestro encuentro.
La saeta era un rumbo
sin ¡ay! en la llegada.
El jazmín, un recuerdo de olor en tu memoria.
Y el bronce era una brisa con olor de campana.
Angustia del amor
Bajo mi
piel, ¡qué viento enloquecido,
por valles de la sangre y sus colinas,
estremece un rosal, de más espinas
que de fragantes rosas florecido!
¡Qué
agreste furia, qué hórrido sonido
de árbol cayendo y ciegas
golondrinas
convoca su ulular entre las ruinas
de un efímero beso
consumido!
¡Qué
amargo mar su desatado llanto
encrespa entre mi ser! ¡Qué tolvanera
de angustia envuelve el hálito del canto!
¡Amor,
fugaz Amor! Sin ti no fuera,
dentro de mí, un vértice de espanto
la hora, en cada instante pasajera.
Confidencia
Somos el uno para el otro, ¡mujer!
Nuestros corazones se encuentran
en la misma palabra del libro que leemos,
va nuestra mano trémula,
en busca de una misma rosa.
A veces no me atrevo a mirarte
pues tus ojos límpidos
no
soportarían el resplandor que me ciega.
Y de repente nuestros labios
se juntan
y no los separa ni el rayo.
Y nuestra propia muerte tiene que esperar
hasta que nuestros
cuerpos
den paso a cualquier otro designio.
Crepúsculo
Intuyo tu
presencia.
Silencio de tu voz.
Vives en el paisaje.
Pura
prolongación.
Nos
llaman. Despertamos.
Van tus cabellos sueltos
-estandartes de sol-
comandando los vientos.
Los
caballos galopan
y la tarde agoniza.
¿Brisa? Ciclón al frente
de rosas amarillas.
Cuerpo en la oscuridad
Te adivino
tendida
bajo la leve túnica
de aroma que te cubre,
mientras el
sueño mide
el espacio profundo
que hay del párpado al alma.
Respiración y nieve
hacen bajo el perfume
invisibles colinas;
la oscuridad me llena,
la ansiedad de tus formas:
montes de lilas
pálidas,
desmayadas palomas.
Trino de
amanecer,
sombra de arbusto fresco,
eres nueva en mis manos
sólo por el milagro
del mundo en las tinieblas.
¡Qué rosas
de tu cuerpo
florecen al hallazgo
múltiple de mis dedos!
Te
palpo y eres mía
y mis manos son cestas
para el fruto del tacto
maduro ya, en la rama
trémula del deseo.
Declaración de amor
¡Oh! mi enemiga,
a medida que me cuentas tu vida
cómo hierve
dentro de mí un veneno dulce,
un humor amargo, una uva terrible.
No he debido saber ni de dónde venías.
¿Qué más daba, un remoto país
o un reciente amante?
Quiero exterminar todos los sitios
donde
estuvo tu corazón o tu piel.
Mas, oh encadenado, sólo puedo volver añicos
este mapa de colores
que pinté cuando niño.
¿Qué más debo destruir? ¿Nada más?
Sí, también, cada día, morderé en tus labios
todos los besos que
ahí han quedado
junto a los nombres de las ciudades.
El agua
Beso sin
labio, novia en tu desvelo
esperando una boca que te beba;
y niña
aún si un cántaro te lleva
arrullada en los brazos bajo el cielo.
Llueve, y el mundo goza
de tu vuelo;
danza la espiga, ábrese la gleba
y es más dulce
cantar cuando se prueba
tu líquido que sabe a nuestro suelo.
Saltando
entre los juncos extraviada
en busca de la sed, corza ligera,
has
quedado en mi mano aprisionada.
No importa
que quien te haga prisionera
te dé su forma, corre alborozada
persiguiendo tu forma verdadera.
El amor
Estar
nuestro querer
gozándose en sí mismo
al pasmo de un instante
no
soñado. Vivido.
Sin pedir
ni dar nada
ver mi fondo en tu fondo.
Ser objeto e imagen
como
el agua del pozo.
Beatitud
de lo cierto:
aquiescencia de Dios.
Nescencia de la duda:
presencia de tu amor.
Ella
Poma en
sazón. Y el tallo estremecido
de la vida se alza tan ileso
que
parece tan sólo el claro peso
de la luz el volumen florecido.
Nada más
dulcemente sometido
que el aire a su existir, hay algo en eso,
como de pulpa prodigando el beso
de aroma su contorno diluido.
El aroma
no es más que la distancia
entre la fruta y ella. Si muriera,
¿ya
para qué el perfume? Sin fragancia,
¿para qué
la manzana? Si pudiera
ella ocultar su cálida sustancia
el cuerpo
de las frutas no existiera.
En su clara verdad
"...porque había derramado mi alma sobre la arena,
amando a un mortal como si no fuera mortal".
San Agustín, Confesiones. IV-VIII-13
Perdóneme
el Amor haberlo amado
en el cuajado sol de los racimos;
en la
pronta vendimia de los labios;
en el cristal en fuga de los días.
Perdóneme
el Amor haberlo amado
sobre la rosa que meció su vida
pendiente de
la luz
y en pétalos de sombra se deshizo.
Perdóneme
el Amor haberlo amado
en el azoro de pupilas húmedas:
en fáciles
paréntesis de abrazo;
sobre entregados hombros me llevaron
sin
devoción el peso de mi sangre.
Perdóneme el Amor, siendo tan puro,
haberlo amado en la caída sombra
que limita la piel de las criaturas,
y haber vertido en sus oscuros ríos
mi sangre de campanas navegantes
y mi gozo que abría las mañanas
azules, en los ojos del rocío,
para fundar la luz sobre la hierba.
Y le
ofrezco al Amor el tierno tallo
de sollozo en mi cuello florecido.
Y la semilla de mi sal doblando
la espiga horizontal de las pestañas.
Y mi verdad tan claramente mía,
oscurecida por buscarla blanda
hechura de materias derrumbables.
Y le ofrezco al amor haber tenido
un transparente corazón de agua
y haberlo dado pródigo en mis manos
a la sed de los otros, y dejado
sólo a mi sed la piedra de su cauce.
Y le ofrezco al Amor volver al ancho
lugar de soledad donde me espera
y dice su silencio, sin garganta
para expresar su voz que no limita
ni acento, ni palabra, ni sentido.
Y prometo
borrar bajo mis ojos
el rostro de mujer que pintó el sueño
en los
lienzos purísimos del alba;
y su cuerpo de ardidas geometrías
con
su sombra de lirio entre mis brazos;
y la callada curva de su alma
que en el maduro instante del encuentro
pesaba blandamente contra el
hombro.
Y prometo
arrancar del leve tacto
la sensación de fruta que me daba
la
tierna pelusilla de la carne,
cuando pasaba yo sobre su cuerpo
la
cóncava frecuencia de mis manos;
y su oculta tibieza y sobresalto,
y el casi pensamiento de los senos
en la quietud redonda de sus
mieles.
Y prometo
también que los pequeños
cálices que florecen en su lengua,
y los
racimos de viscosos jugos
que cogen los sabores y los hacen
una
insistente flora submarina
donde recuerda el beso los corales,
no
me darán su hiel de verde espada,
ni sus dulces violines derretidos,
ni las rendidas sales de su llanto,
ni el limón sorprendente a que
sabía
la piel bajo los vellos que ocultaban
su minuciosa red de
escalofríos.
Y prometo
arrojar sobre una playa
-a orillas del silencio y del sollozo-
el
caracol sin mar de mis oídos,
para olvidar su voz entrecortada
por
sirenas de música y espumas
de risa en las riberas de su labio.
Y prometo
que el aire que la envuelve
no dejará que yo bajo la noche,
pueda
medir, basado en el aroma,
el alto sueño y el profundo abrazo
de
su cuerpo entreabierto dulcemente,
ni que sus muslos como dos rosales
en perfumada laxitud me digan
el olor de sus sangre enamorada.
Y prometo
también no ver la noche
para abolir la sombra de su sexo;
y
destruir el fondo de mí mismo
donde crecen columnas en mis huesos
y el silencio se comba como un templo
sobre el arco tendido de la
sangre.
Y qué
rumor de lienzos desgarrados
rodará del recuerdo. Qué vitrales
de
partido color mostrará el ojo
caídos bajo el polvo de las lágrimas.
Y cuánta dura arista habrá en la dulce
huida redondez de las
imágenes.
Y cuánta soledad contra los muros
donde estuvo mi
lámpara alumbrando.
Y cuánto corazón bajo las ruinas
de tantos
corazones destrozados.
De tal
destrozo quedaré yo solo
de pie, pero tendidos en el alma,
cuántos
alzados ríos de voz clara,
cuánto dolor caído de mi gozo,
cuántas
vidas marchitas en mi vida,
cuánta perdida fe y oscura grieta,
del
odio en los cimientos quebrantados.
Tú solo,
Amor, me prestarás tu nuevo
labio perennemente preparado;
tu
estambre de cristal que clarifica
con azúcar de soles la mañana,
tu espacio de milagro donde flota,
perdido el peso y dolorosamente.
el corazón del hombre como un barco
de sollozo en un agua de saetas.
Te buscaré en el quieto movimiento
de mi ansiedad que espera tu
llegada;
bajo el caído párpado del sueño
donde guardas tus luces
esenciales;
en el follaje de la interna noche
pugnando por cubrir
tu inmensidad.
Sabré de tu presencia, sin sentidos
que te tiendan
espacios, ni volumen
para medir tu aliento imponderable.
En el
cambio ordenado de las cosas
el llanto será mar o enredadera,
vendrás amor, y encontrarás más limpia
y oreada mi voz en los
collados
de mi eterna esperanza que se abre
de par en par al
«aire de tu vuelo»".
Tú solo,
Amor, me plantarás la rosa
fuerte, que, con sus pétalos de instante
temblorosa de júbilo y de esfuerzo,
detenga y pasme en mágico
equilibrio
la inminente llegada de la muerte.
Epístola moral a mí mismo
…tal soy llevado
al último suspiro de mi vida
Anónimo. Siglo XVII
Que fácil es vivir: un ascenso continuo
sin que nos turbe el viento, la llovizna, las hojas
que mueven dulcemente los aires del camino,
e impasibles seguir la cuesta rumorosa.
Que fácil es vivir: marchar siempre adelante
dejando los jirones del sueño entre las zarzas;
no regresar al sitio donde el trino de un ave
traspasaba la luz virgen de la mañana.
Que fácil es vivir: no beber del arroyo
que calmaba mi sed y contuvo sus labios;
no hallar entre su linfa nuestro antiguo contorno
y amar más lo presente que todo lo pasado.
Que fácil es vivir: si al galope del transcurso
los árboles amados cayeron en el bosque,
no indagar por los nidos, ni buscar el dibujo
que en su tronco trazamos de nuestros corazones.
Que fácil es vivir: no tornar las pupilas
para ignorar dónde cayeron nuestras lágrimas,
callar que a nuestro paso quedan sólo cenizas,
cenizas de minutos, de besos, de manzanas.
Que fácil es vivir: no vagar en la noche
solo, bajo las frondas, mientras cae la lluvia
con un verso insistente en los labios o un nombre
de mujer que tal vez no conocimos nunca.
Que fácil es vivir: decir súbitamente
"Cuan tibia está mi casa" "qué hermosos mis caballos"
mostrar como los trigos y los honores crecen
y saber desde ahora qué viene cada año.
Que fácil es vivir: no perder un instante
tendido sobre el césped contemplando las nubes
ni extasiarse mirando la estrella de la tarde
mientras del campo suben las sombras y el perfume.
Que fácil es vivir: tallar el pensamiento
como frío diamante y hacer de las facetas
puras de la razón, un conjunto perfecto
más por número y orden que por su iridiscencia.
Que fácil es vivir: buscar solo la luna
cuando es noche de luna. Y la perla y la rosa
tenerlas en la mano. Desechar la locura
de ambicionar las gracias perdidas o remotas.
Que fácil es vivir: deshacer las estatuas
de sal que alzó el recuerdo a espaldas de la vida.
No dar un paso atrás. Ni una simple palabra
repita cuanto ayer pudo ser nuestra dicha.
Que fácil es vivir: llegar a lo más alto
de la vida y mirar la prometida tierra,
y ver por fin, o vida, los soles del ocaso
dorar las yertas torres donde la muerte espera.
Fragante soledad
"Huelen hasta tus ojos
celestes de cristal..." J.R.J.
Qué
fragante soledad ha dejado tu cuerpo
en este anochecer.
Regusto el
aire.
Olisqueo la almohada
donde se desató tu pelo
Busco tu
olor de rosa estrujada,
me hundo en el recuerdo de tu axila,
de tu
pubis, donde -eterno Narciso-
persigo la imagen de mis labios.
Ya es
inútil buscarte en el lecho,
en el vano de las ventanas,
entre el
marco de los espejos,
entre el dogal de mis brazos.
Qué
fragante soledad.
Huelo mi propio olfato.
Deambulo
por los senderos crujientes
detrás del taconeo de la lluvia
viendo
gotas como estrellas
entre los gajos de las acacias.
A cada
paso
siento tu nombre debajo de la lengua
como un granito de
azúcar.
Tu nombre que huele a ti
hecho de letras como pétalos.
¡Aquí no,
pienso, todavía no!
Salgo a la vastedad del campo,
encuentro lo
más redondo del silencio,
me sitúa en su centro,
y entonces
te llamo a gritos
para que tu nombre
se deshoje
y mi voz se
rompa al unísono
contra cada uno de los puntos
que limitan el
círculo de mi soledad.
La soledad
Siempre la
soledad está presente
donde estuvo la voz y fue la rosa,
en todo
lo de ayer su pie se posa
y le ciñe su sombra dulcemente.
El
recuerdo que está bajo la frente
tuvo presencia. Fuente rumorosa
fue su paso en la tierra, cada cosa
lleva su soledad tras su
corriente.
Es soledad
la miel que dora el seno
y soledad la boca que conoce
su entregado
sabor de fruto pleno.
Cada
instante que pasa, cada roce
del bien apetecido, queda lleno
de
soledad, al tránsito del goce.
La última forma de su huida
El humo de
mi pipa ya no es humo
sino la fuga azul de mi cerebro
hacia la
orilla última del mundo
y hacia el último mundo en que te pierdo.
Acabando
en el mundo del recuerdo,
sin olanes de límite en los brazos,
no
nos definen términos los cuerpos,
y tan solo mi pie mueve tu paso.
Ya no hay
brisa que pase entre el abrazo
ni mi sangre suspira por tus venas.
No hay beso que separe nuestros labios,
ni punteros de instante
mientras juegas.
No hay
sombra para dos cuando a mí llegas
en el desvelo de la madrugada,
porque el límite interno de mi esencia
es el límite externo de tu
alma.
Fuiste la
desazón, y eres la calma.
Eras el horizonte, y en el filo
de mi
partida anulas mi llegada.
De tanto que eras mía te he perdido.
El humo de
mi pipa ya se ha ido
confundiendo a la niebla del pasado;
desnuda
estabas, de humo te he vestido
y el humo que te viste te ha llevado.
Las islas de tu imagen
¿Vuelves a mí tal vez?
Dejemos el dolor,
vámonos a pasear por tus
retratos.
¡Cómo hay allí de azules!
Cielos de azules claros
que
fueron con nosotros de la mano.
Vientos que no se ven y te despeinan.
Carreras detenidas en el aire
te suben los vestidos.
Y mi gozo
temblando en los azules, en tu pelo,
en la sombra de ti,
sobre las
piedras
mientras tú las pisabas.
Las horas se quedaron sorprendidas
como en relojes muertos.
Como vuelos de pájaros sin alas,
como un amor delante de mujeres
que no existieran nunca. Se quedaron
echadas cara al cielo
en mi álbum de estampillas de las islas
borradas de tu imagen.
Todo quedó allí quieto:
el movimiento
desertó de su fin.
El
columpio en el aire bien pudiera
sin momento de apoyo ni llegada
devolverse al cenit de tu capricho.
La cinta que me diste, ecuadora
la levedad del oro en tu cabeza.
Estos retratos tuyos te devuelven
en un itinerario de jardines,
de la rosa al botón,
y quedas niña,
con tu verdad primera,
con tus trajes de holán adolescente,
con tu
dolor negándose a venir.
¿Vuelves a mí tal vez?
Dejemos el dolor,
vámonos a pasear por tus retratos.
¡Estos retratos tuyos!
Los de
ver con los ojos,
los que tienen tamaño y se colocan
en una
extensión cierta entre dos vidrios,
como cruzando un cuerpo entre dos
aires,
conciben el espacio sólo tuyo.
Aquel espacio,
que
contuvo tu cuerpo una mañana
al moverte, quedaba esclarecido,
preciso, limitado, diferente,
y era extensión sin cuerpo en el
espacio
ese claro dolor de no seguirte,
como claro dolor de no
seguirlo
los vidrios sin retrato.
¿Vuelves a mí tal vez?
Dejemos el dolor,
vámonos a pasear por tus retratos.
El otro que
atestigua que en el tiempo
fuiste potencia y acto
y rebelde a la
gloria en que te vivo,
te muestra de dos años.
O el de vientos
grumetes que te cercan
y de tus ojos verdes en el lago,
el del
retrato aquel de las sirenas
sacado a la memoria de las barcas,
el
de faldas veleras que te ciñen,
retrato de los lagos.
Este otro,
el preferido, con su fondo
de silencios llamando,
con el tren que
se va y el alma en tierra
al borde de las vidas como rieles;
el de
lágrima al fondo, donde escala
el corazón el muro de los ojos,
el
de la blusa clara
de telas primordiales que te llevan
y tu almita
lavada de quince años.
Las horas se quedaron sorprendidas
como en
relojes muertos.
Como vuelos de pájaros sin alas.
Como un amor
delante de mujeres
que no existieran nunca. Se quedaron
echadas
cara al cielo
en mi álbum de estampillas, de las islas,
borradas
de tu imagen.
Lección del mundo
Este es el
cielo de azulada altura
y este el lucero y esta la mañana
y esta
la rosa y ésta la manzana
y esta la madre para la ternura.
Y esta la
abeja para la dulzura
y este el cordero de la tibia lana
y estos:
la nieve de blancura vana
y el surtidor de líquida hermosura.
Y esta la
espiga que nos da la harina
y esta la luz para la mariposa
y esta
la tarde donde el ave trina.
Te pongo
en posesión de cada cosa,
callándote tal vez que está la espina
más cerca del dolor que de la rosa.
Momentos de la doncella
1. El
sueño
Dormida así, desnuda, no estuviera
más pura bajo el lino. La guarece
ese mismo abandono que la ofrece
en la red de su sangre prisionera.
Y ese
espasmo fugaz de la cadera
y esa curva del seno que se mece
con el
vaivén del sueño y que parece
que una miel tibia y tácita lo
hinchiera.
Y esa
pulpa del labio que podría
nombrar un fruto con la voz callada
pues su propia dulzura lo diría.
Y esa
sombra de ala aprisionada
que de sus muslos claros volaría
si
fuese la doncella despertada.
2. El
espejo
Retrata el agua dura su indolencia
en la quietud sin peces ni
sonidos;
y copian los arroyos detenidos
sus rodillas sin mancha de
violencia.
Sumida en
esa fácil transparencia,
ve sus frutos apenas florecidos,
y encima
de su alma endurecidos
por curva miel y cálida presencia.
Con un
afán de olas, blandamente,
cada rayo de luz quiere primero
reflejarla en la estática corriente.
Y el pulso
entre sus venas prisionero
desata su rumor y ella se siente
a la
orilla de un río verdadero.
3. La
muerte
Igual que
por un ámbito cerrado
donde faltara el aire de repente,
volaba una
paloma por su frente
y por su sexo apenas sombreado.
Y por su
vientre de cristal -curvado
como un vaso de lámpara- caliente
el
óleo de su sangre dulcemente,
quedó de su blancura congelado.
Sus claras
redondeces abolidas,
bajo la tierra al paladar del suelo,
entregaron sus mieles escondidas.
Y alas y
velas sin el amplio cielo
de su mirada azul, destituidas
fueron
del aire y fueron de su vuelo.
Mujer cerrada
Plena
mujer. La siesta diluía,
en sus huesos de flauta melodiosa,
frutos
y miel. La arteria rumorosa
bajo la piel sus cálices corría.
Un zumbido
de abejas circuía
sus oídos. El vaho de la rosa,
la movible nariz,
en mariposa
de alillas agitadas convertía.
Se
desvelaba el sueño entre su frente
cuando el ala del lino le rozaba
el cuerpo de pereza y de serpiente.
la sangre
la mordía, y si lloraba,
virgen de abrazos, yerma de simiente,
con
besos de sí misma se besaba.
Narciso
Ojos de
mar y senos como olas;
largos muslos de río, y cabellera
fluvial
bajo la espalda, ella era
toda de agua y líquidas corolas.
buena para
la sed; y verdes colas
de sirena cruzábanle la esfera
de la
pupila; el sueño se volviera
delfín para gozar su amor a solas.
Sexo y
canción, yo estuve de rodillas,
doblado, como un junco, aún me veo
sobre sus transparentes maravillas.
El agua se
entreabrió y un aleteo
de cristales cruzó por sus orillas
y allí
cayeron cántico y deseo.
Niña
Niña en el
tacto de la luz te siento
diluida en palabras, gesto, risa,
levemente agitada por la brisa
que dan las alas de mi pensamiento.
Niña que
pasas con el movimiento
sin curso de la flor, lleva tu prisa
un
amoroso tiempo de sonrisa
en cada eternidad de tu momento.
Niña que
traspasándome la frente,
como flechas de sol un claro río,
haces
pensar en ti tan dulcemente.
Está tu
voz en el espacio mío,
salvándome el instante, como un puente
hecho sobre una gota de rocío.
Nocturno de Adán
Estoy
desde hace siglos despierto sobre el mundo
mirándote, tendida a mi
lado, extenuante
hoguera de perfumes, de sonrisas, de frutos,
y si
busco tu sombra me vigilan los Angeles.
La forma
de tu rostro es la misma que engendra
órbitas y estaciones sobre sus
claros ejes
y da normas al sol, la luna y las estrellas,
y
gobierna el transcurso de la rosa y la nieve.
Te cobija
el arbusto de la sabiduría;
y convocas la luz y te besa la luna
los pies; y los luceros te forman una cinta
de claridad que ciñe,
temblando, tu cintura.
Tus ojos
escaparon al mandato divino
que puso en el azul señales de la noche,
y estás sobre la tierra entre Dios y el rocío,
turbando con miradas
el sosiego del orbe.
Oh sellada
mujer. Hecha del mismo grano
de mi profundo sueño y mi pobre
sustancia
yo sé que la ternura se reclina en tus brazos
y el
lirio, mientras duermes, con su sombra te guarda.
Muerdes
jugosos frutos que compartes conmigo
y en su pulpa me das tu saliva y
tu aliento;
y estamos entre el agua, y las ondas del río
arrastran
tu temblor para abrazar mi cuerpo.
Y en este
vivo espacio de cristales y lianas
también he visto tu desnudez
rotunda,
y en el vaivén del juego, llenar de curvas blancas
el
lugar de las olas hecho para la espuma.
Parece que
del fondo de tu carne naciera
el sol, con su encendida muchedumbre de
rayos,
y el espacio rutila donde tu piel empieza
a derrotar las
sombras con un temblor dorado.
Tendida en
la ribera, van quedando tus miembros
inmóviles y tibios a la orilla
del agua,
y sube de ti un vaho y un calor de tus pechos
que
dulcemente doran la piel de las manzanas.
A veces la
mirada he posado en tus muslos,
y he visto lentamente sobre tu piel
cernirse
la palidez, quedabas igual que un cuarzo húmedo
cuando el
sol va secando su dura superficie.
Tus
cabellos revueltos azotan mis costados;
y me hieren tus uñas de joven
bestezuela,
entonces en mi espalda crecen flores de espasmo,
igual
a cuando cae sobre el agua una piedra.
Me turban
tus preguntas y prefiero estar solo;
yo que nombré las cosas que
sobre el mundo caben,
me quedo sin palabras delante de tus ojos
y
si te vas no acierto con qué nombre llamarte.
Tus
hombros que descienden firmemente del cuello,
dejan caer tus brazos
en redonda cascada,
hombros donde se posan tu mejilla y mi sueño
con un párpado de humo y una rosa tronchada.
Qué arco,
que compás va a medir tu cadera,
que la forma construye rica de
proporciones
y en donde el crecimiento de la curva semeja
el
flanco tembloroso de una llama en la noche.
Tus muslos
poderosos como horqueta de árbol,
fuertes como tenazas, atraen como
el abismo;
y allí el desvelo muestra tu sexo enamorado,
sus
profundos infiernos, sus altos paraísos.
Qué
redondo tu vientre, cuyo límite ordena
todo cuanto fue caos en torno
de su centro;
la noche lo circunda, y el horizonte queda
con el
cielo encerrando su círculo perfecto.
Soledad de
tu pubis en inmensa blancura
de la creación sin mancha. Miro su breve
vida
de rosa no deshecha. Su potencia desnuda,
su acto por llegar
de furor y delicia.
¿Qué
espero que no caigo como un pesado fruto,
si siento derrumbarse mis
hombros en tus hombros?
¿Si cada rosa escucha un llamado profundo
y hasta los astros caen de un cielo a otro más hondo?
Llámame
con tu voz de paloma y colmena,
con tu voz de resuello, de grito, de
palabras.
Llámame con tu silbo que en el aire me espera
y hace
salir los peces encima de las aguas.
Oscura,
ciegamente, voy llegando a tu boca,
donde la lengua emerge como un
maligno estambre,
sítiame con tus dientes. Tómame gota a gota.
Caigan por fin los Angeles malditos de mi sangre.
II
"...echémosle de aquí no sea que
viva para siempre...".
Génesis, III, 22
Como un
terrible vendaval en el bosque,
aún tiemblan mis raíces. He caído; un
silencio
igual a la distancia que hay entre Dios y el hombre
agranda esta tremenda soledad en que muero.
La
destrucción me rinde con su implacable sitio,
la he visto en las
pupilas de palomas y peces
y en el tiempo y el agua. Mis brazos en el
río
no pueden detener ni su dulce corriente.
Todo
muere. Los besos han quedado en el suelo
igual que tibios nidos o
recientes retoños.
¿Tanta palpitación, tanto hermoso deseo
cómo
puede quedar convertido en escombros?
Todo el
azul le he dado por tu sexo sombrío.
La rosa de indecisos aromas la
he cambiado
por tu piel de agrio clima. Manzano de exterminio
donde la muerte clava su diente cotidiano.
Tuve la
frente alta, levantada a la pura
proximidad de Dios. Mis ojos
alcanzaban
a contar las estrellas. Hoy de sus luces últimas
sólo
queda mi rostro salpicado de lágrimas.
En vano
alzo los ojos. Inútilmente clamo.
La soledad opone su muro
silencioso.
¡Soy libre!, me repito, y detrás de mis pasos
un ruido
de cadenas agoniza en el polvo.
Bajo la
inmensa noche en la lucha con el cuerpo,
el alma como un Angel
invisible aletea,
vástago del azul quisiera alzar el vuelo
mas ¡oh
contienda inútil! ¡Oh condición terrena!
Ya todas
las criaturas saben que llevo expuesta
la sangre como un hilo que
pudiera romperse,
y el hierro me persigue y la espina me acecha,
y
en cada instante un poco de mi vida perece.
De la
inmortal estirpe del cielo me separo,
por batallar mi pan y beber mi
amargura.
Vengo a enterrar mis alas porque sólo mis brazos
anuden
el amor y desaten la lucha.
Si ahora
es necesario morir, si tuve en vano
contra mi cuerpo un día desnudo
el paraíso,
¿qué importa? fueron mías las mieles del pecado,
antes
que labio alguno lo hubiese conocido.
Mujer que
te apareces ondulante y erguida,
igual que una serpiente cubierta de
manzanas.
Enemiga del cielo. En tus claras rodillas
conviven
dulcemente el pecado y el alma.
Tu
desnudez en balde se rescató en la higuera
y desde entonces nada
puede ocultar tus pechos;
más altas son tus formas debajo de la seda,
y en la noche más brilla tu piel bajo el deseo.
Brota en
ti la mentira que embellece tus labios,
como el pezón en lo alto de
la tensa blancura.
suma de imperfecciones y tesoro de halagos,
inagotable fuerza donde todo se muda.
Tu sexo
que me enturbia el correr de la sangre
diluye su negrura más allá de
la noche,
allá donde los sueños súbitamente saben
cuanto la luz
del día ni siquiera conoce.
Pago en
pequeñas muertes tu galope nocturno.
Eva. Dispensadora del amor y el
desmayo,
mientras el paraíso que compartimos juntos
otra vez nos
destierra de su estéril espacio.
Huyo de ti
deshecho y mi cuerpo disfruta
su libertad sin rosas y su amor sin
cadenas;
pero siempre el anillo duro de tu cintura
me encierra en
su mandato y a tu ley me regresa.
Ofréceme
el infierno nuevamente en tu mano.
Déjame tembloroso de pavor sobre
el mundo.
Materia de la llama. Criatura de relámpagos.
Soy tu
rehén de guerra y el pasto de tus triunfos.
A pesar de
que eres dadora de la vida,
madre de los humanos, por ti todo perece
y acatas el designio del polvo y la ceniza.
El ser que de ti nace
sólo hereda la muerte.
Condéname
a buscar nuestra alianza en los huesos
si te esposó el oficio con
sortija que daña
y te lanzó a la muerte como a profundo hueco
donde el ardiente labio para el beso se acaba.
Como fruta
caída que se pudre en el suelo
es amargo este beso que me llevo a los
labios.
Cuanto ansiamos es triste y cuanto poseemos
y más que lo
perdido nos da pena lo hallado.
Aunque el
amor no muera con espadas de olvido,
de cada abrazo un Angel de tedio
nos expulsa.
Con todo, de ti vengo y a ti voy, azar mío,
oh mujer,
dulce monstruo de placer y amargura.
Destino de
mi tacto, claridad de mis ojos,
aspiro tus axilas y me bebo tus
lágrimas,
y mi oído en la noche recoge tus sollozos
igual que un
caracol en la orilla del alma.
La sal
mide tus labios y la sed te convida
con su insaciable arena a darme
el beso último,
el que más sabe a llanto, porque toda caricia
es
triste como sombra de un antiguo infortunio.
Oh
criatura de espanto, cómo te pertenezco;
siendo mi propia hija me
señalan tu esposo
y eras también mi madre. Maldición de mis huesos
en donde estaban todos los linajes monstruosos.
También
eres yo mismo, por eso cuando te amo
me miras como un pozo que
copiara mi angustia,
y por borrar mi imagen te deshaces en llanto.
¡Oh soledad de amor! ¡Oh imposible ventura!
III
"Ella quebrantará tu cabeza..."
Génesis, III, 15
Con todo,
de ti nace la doncella sin mancha:
blancura del cordero, misterio de
la harina,
pasmo de la pureza, surtidor de la gracia
en quien el
pacto tiene su esperanza cumplida.
Oh Eva,
señalada por la muerte y el Angel,
venga el divino pie a posarse en
la tierra,
su huella te sostenga y el amor te levante
mientras que
a la serpiente quebranta la cabeza.
Preludio de soledad
Vagaré bajo la sombra y
las estrellas
que conocen mi frente y sus desvelos,
contaré como
pétalos sus rayos
sin pedir al azar su vaticinio.
Quiero con mis pisadas
recorrer hacia atrás,
horas que se quedaron extasiadas
en el reloj
que el sol eternizaba,
y repetir: ¡Dios mío! ¡Cuántos nombres!
Criaturas, norte, sur,
sólo viento y ceniza,
ebrios itinerarios que extraviaron mis
brújulas.
Hay algo indefinible
entre el follaje,
un olor de mujer que no regresa.
Ya las palabras
no tienen el deleite del labio,
se borran en el aire como saetas de
humo,
caen en la hojarasca
ajenas a su rumbo y su herida.
En una escondida copa,
el alma ha guardado todas las caricias
y cuando la luna me alarga los
brazos
por sobre los senderos
y no encuentro a nadie vivo
acerco sus bordes a mi sed.
Sin olvidar que un gran
silencio
soporta otros silencios,
y así se levanta la torre
donde habitó la soledad.
Razón de ti
Fuiste sol, fuiste llama, fuiste lumbre,
canto en la soledad, como un
concierto
de cristales celestes que no puedo
fingir en los
recuerdos del espacio.
Cerca de ti también germen y fruto,
el alma
floreció como un retorno
de eterna eternidad en el minuto,
y se
hizo gozo en el dolor del fruto,
y se hizo canto en la embriaguez del
gozo.
Y razón suficiente de la vida,
norma, fin y principio
confundidos,
eras eternidad.
Y cómo ahora,
siendo que estabas
hecha de presentes,
podré decir: "¿Tú fuiste"?
Retozo
Escucha, no importa que te lo diga
por teléfono,
de todos modos
son palabras
a tu oído.
Te amo.
¿Por qué somos así?
Mientras tú hueles una
rosa
yo gusto un vino.
Porque somos así
iguales cada uno
en la plenitud de su
destino.
Me amas como soy
si no sería equivocarte.
Te amo, y me
equivoco
y vuelvo a amarte.
¡Cómo te amo!
Salmo de la desposada
"Narrabo omnia mirabilia tua".
David, Psalmo IX-2
Por la
dulzura que hallaste en mi soledad
te alzaré de los hombros con mi
voz de colmena
abandonada.
Arrancaré
de tus dedos todo lo que te encadena,
todo signo que oscurezca tu
piel
y no habrá más sortijas que tus venas.
Entonces
vendrás a mí tan nueva
como si nunca hubieras sentido peso sobre
tus hombros.
Y empujaré
tu sangre hacia atrás
para verte de quince años y comiendo cerezas.
Yo soy el
que tú, de niña,
habías oído navegar entre los caracoles.
El que
refería cuentos de azúcar a las naranjas
cuando volvías de jugar al
aro.
el que
hacía los sueños de lino y Angeles
sobre las sábanas limpias.
El que en
el día de tu primer espanto
puso amapolas en tu lecho.
Yo aún no
era poeta
pero los naranjos ya tenían idea del azahar; y
pensaba:
«Cuando te
encuentre
te seguiré buscando día a día.
te besaré
a distinta hora
para cambiar la llegada de la noche.
Abandonarás tus ropas con olor de mujer sobre
los surcos
para que la tierra sepa que ha de florecer.
Cuando sea
el tiempo de las orquídeas, las prenderé
de tu pelo
y tus orejas pequeñitas confundirán la cosecha.
Comeremos
frutas silvestres y andaremos descalzos
para que nos sepan los labios
a rocío.
No
entraremos a las ciudades y a los templos
para que no haya hechura de
hombre entre la piel
y Dios.
Serás el
regreso para aquel hijo mío
que está perdido desde el principio del
mundo.
Cuando
acunes los brazos y te doble el arrullo
el mimbre pensará que sobra
en las riberas.
Y tu
blancura propiciará la onda
donde el molino sueña la flor de sus
harinas.
Y cuando
haya necesidad de velar por el cocimiento
del pan
me llenarás la boca de granizo para apagar los besos.
Escamparás
la lluvia dentro de un caracol
y mi mano cogerá tu canción y la
alzará a mi oído.
Te
arrojarás al fondo de los ríos
para pasar sin caer de una nube a
otra.
Hundirás
las manos en la tierra llovida
para indicar el sitio de los lirios.
El primer
día que cantes talaremos los árboles
porque ese día serán inútiles
los nidos.
Y al oír
tu voz se verán defraudados los panales
y no creerán más en las
abejas».
Esto te lo
digo yo.
Ahora escucha esto que sí te digo yo.
Canta,
hasta que sientas
que te duelen los párpados.
Piénsame,
hasta que el sueño
te vaya llenando de golondrinas.
Suéñame
hasta que la noche
tenga que refugiarse en las campanas.
Quiéreme,
hasta que los ojos
se te llenen de lágrimas.
Llora,
hasta que las lágrimas
hagan huir los pájaros.
Llámame
hasta que crezcan
espinas en mi oído.
Espérame
hasta que los peces
se hayan bebido todos los ríos y canten.
Porque un
día ha de ser.
Si quieres acercarte más a mi corazón...
Si quieres
acercarte más a mi corazón
rodea tu casa de árboles.
Y sentirás
el júbilo de la flor incipiente
mientras menos lograda más lejos de
la muerte.
Escucharás
las cosas pequeñas que yo escucho
cuando cae la tristeza sobre los
campos húmedos.
El grillo
que devana su pequeña madeja
de soledad y extiende su música en la
hierba.
Y verá tu
pupila la aventura del vuelo,
la fatiga del ala bajo el plumaje
trémulo.
Planta
delgados álamos, donde sus sombras midan
el césped silencioso y el
agua cantarina,
y el
quieto surtidor verde de los sauces
para que la tristeza caiga en tus
ojos dulces.
El huso de
los pinos donde la sombra crece
que hile la blandura de los
atardeceres.
Y cuando
esté maduro el silencio del bosque
pártelo como un fruto,
pronunciando mi nombre.
Que
sostengan los árboles la lluvia entre sus ramas
con la misma dulzura
con que se toca un arpa.
Y hasta en
la oscura noche, cada tallo en aroma
te entregue la delicia de las
futuras pomas.
Y las
redondas bayas -madurez y deseo-
pendan de los flexibles gajos de los
ciruelos.
Y decoren
de plata sus hojas las acacias
como si amaneciera la luna entre las
ramas.
Que la
flor del magnolio, al alto mediodía,
un loto te recuerde bajo la luz
tranquila.
Y la savia
palpite si grabas en los robles
el contorno perfecto de nuestros
corazones.
El laurel,
aun sin frente que aprisionar, recuerde
a tus manos la ausente
materia de mis sienes.
Y el
mimbre que se doble tierno sobre el estanque
como si en él quisiera
ver el vuelo de un ave.
Despertarán entonces al vaivén de las ramas
más pájaros que cantos
caben en la mañana.
Y la luz
será lira sostenida en el aire,
iniciación del alba, límite de la
tarde.
Acércate
al rumor del viento entre los árboles,
amada, y sentirás el rumor de
mi sangre.
Sitio de sueño y vida
¡Devuélveme la estrella
donde nos encontrábamos!
La de los dos,
aquella
con mordisquillos tiernos
de cielo entre las puntas,
que una noche inventamos.
Donde tú me esperabas
a las nueve,
saltando
de una luz a un reflejo
o asegurando el vértice
total
de nuestros ángulos
¿Y mi
vida? ¿En dónde está mi vida?
¿Por qué miraré atrás para encontrarla?
En la muerte delante
la que marca el camino.
Lo último que queda.
La solución del grito.
Con una estrella roja iré más frío
-yo
mismo haré mi frío-
que el alma de los hielos
por la noche del
sueño irremediable.
¿Ya para qué la estrella?
Hacíamos
del mirar
maromas, y nos íbamos,
tú por los hilillos verdes,
yo
por cuerdas oscuras
a sus playas; de súbito,
gozosos, con la mano
puesta aún en el álbum,
de todos tus retratos
yo, y en los labios
tú,
la oración de la noche
porque yo fuera bueno.
¿Ya para
qué ser bueno si me odio?
¿Si quiero hundirme donde nunca encuentre
ni la estrella, ni el sueño, ni la absurda
compañía de mí mismo?
¿Y para qué ser bueno?
Tal como
si te fueras
por tu sueño en la alcoba,
te ibas con el pijama
azul de hilos marinos
que guardaba en sus redes
peces -los de tu
piel-
sueños de rosas tiernas.
Junto a tu
cuello como junto al mío,
los minutos se aprietan desollados.
buscan su piel de instante.
¿No sientes cómo gritan?
¿Y para
qué tu piel de rosas tiernas?
Hoy he
vuelto a la estrella
a las nueve, y no estabas.
He llamado por
todos
los golfos de la isla,
-isla de ensueños náufragos
sobre
los caballetes
de oro donde cuelgan
los columpios que mecen
el vuelo de los Angeles,
y era como el desierto
sin bocas en el
aire
para decir el eco.
¿Y para
qué una voz si nadie escucha?
¿Si perdiste tu voz?
¿si ni la mía
puedo ahora encontrar?
¿Y para qué una voz?
He vuelto
y ya no estaba
más que tu ausencia ancha,
como una nada extensa,
en donde fracasaran
los aros de la luz
y negaran la estrella
donde nos encontrábamos.
Di, ¿tal vez la llevaste
y la tienes
debajo
de la almohada escondida
con mis versos? ¡Devuélvela!,
devuélveme la estrella
donde nos encontrábamos!
¿Y para
qué la estrella
si no te iré a buscar?
Ya no me encontrarás. ¿O
acaso puedo
interrogar yo mismo lo que he sido?
¿Hubo
acaso una estrella?
¡Pensar
que era mentira!
Verdad de ti
Aquí quedó
la forma de tu huida.
Como la flor tronchada, en el vacío
queda
erguida en perfume, el canto mío
te levanta en el aire, florecida.
El tallo
de mi voz tiene tu vida
en su rama invisible, como un río
levísimo
de llanto o de rocío
la más lejana estrella sostenida.
Como el
mar que se fue queda evidente
en el empuje manso de la ola
dibujada en la arena, dulcemente
te me vas
y te quedas -forma sola
de tu no ser- presente en mi presente
como
erguida en perfume la corola.
Vida
Vivir como
una isla,
lleno por todas partes
de ti, que me rodeas
ya
presente o distante
con un
temblor de luz
primera, sin pulir,
sin arista de tarde,
ni
sombra de jardín.
Y Angeles
en espejos
guardando tu mirada
para hacerse verdades
y noches
estrelladas.