"Alguien cose en tu sangre lentejuelas para que
atravieses los redondos umbrales del placer..."
"Payasos metafísicos"
Vito Campanella
Reseña biografica
Poeta española nacida en
Cádiz en 1950.
Es una de las voces femeninas más exuberantes de la
literatura española. Ha dedicado su vida a las letras
escribiendo no sólo poesia sino libretos para ópera, novela y diversas obras
en prosa.
Ha obtenido varios premios importantes como el
Gules en 1980, La sonrisa vertical de la novela erótica
en 1991, y Rey Juan Carlos en 1985 por su obra «Devocionario». Fue
distinguida con la Medalla de Plata
de la Junta de Andalucía.
Obra poética: «Los devaneos de Erato» en 1980,
«Dióscuros» en 1982, «Indicios vehementes» en 1985,
«Apuntes de ciudades» en 1990, «Virgo potens» 1994, «Punto umbrío»
1995 y «La nota de blues» 1996. ©
A quién, no
obstante tan deliciosos placeres debo
A un joven con abanico
Chico Wrangler
Cibeles ante la
ofrenda anual de tulipanes
Cierta
secta feminista se da consejos prematrimoniales
Creí que te habías muerto...
Cuando mi hermana y yo, solteras, queríamos ser virtuosas y santas
Cuarto
Custodio mío
Demonio, lengua de plata...
Diotima a su muy
aplicado discípulo
El gladiolo banco de mi primera comunión
El jardín de tus delicias
Exaltación de la preciosa sangre
Festividad del dulcísimo
nombre
Hubo un tiempo...
Inconfesiones de Gilles de Rais
Introito, natura
ordenatus ad imperandum
Invitatorio
Isolda
Llámame
Los
ojos de la noche
Mi jardín de los suplicios
Nightingale
Notas para un blues
Nueve
Ocho
Por qué mi carne no te
quiere verbo...
Prematrimoniales
Primero
Quinto
Sálvame
Se
vuelve púrpura
Segundo
Sexto
Si recordaras amor mío...
Siempre nocturno
Strangers in the night
Tercero
Triunfo de Artemis sobre
Volupta
Where is my
man
Yesterday
A quien, no obstante tan deliciosos
placeres debo
"Cuando una se siente bien, puede prescindir de lo mejor.
Eso me parece sabio".
Andrea de NerciatY esa tan
transparente neblina que su lengua
extendió sobre mí... labor
concupiscente,
minuciosa e inútil, pues el bello prosélito
¿me
atreveré a decirlo? es que es tan impotente
como adorable es. Por ello,
aún intacto
conservo el corazón de mi valiosa orquídea
(falsas futuras
nupcias blancas) y, así, entre tanto,
mi precioso tormento, recibo tus
bombones
y mis ingles remojo detrás de cada cita
con abluciones vanas.
Pero, tonto muchacho,
no te avergüences si, de pronto, no se abulta tu
pretina,
ni tu enarbolado furor puede,
impasible, horadarme la
membrana
y arrancar de mi carne el clásico aspaviento.
Y no te
desesperes si no soy despojada
aún de aquello que, sobrepasando el tiempo
que la edad aconseja y Cupido consiente,
fiel guardo en el ardiente
túnel. Ya custodiada
mi pelvis por amor tan incauto cerrada
permanece,
mi escudo, sabrosa precaución!
Hundamos nuestras bocas en la fresca
reseda
de nuestros célibes y ocultos sitios
y tú, tonto muchacho, si
encuentras resistencia
en donde tu ternura esperaba verterse,
torpemente no insistas empeñado en robarme
unas gotitas rojas y un agudo
gritito,
pues no soportarías placer tan cruento.
De "Los devaneos de Erato" 1980
A un joven con abanico
Y qué encantadora es tu
inexperiencia.
Tu mano torpe, fiel perseguidora
de una quemante gracia
que adivinas
en el vaivén penoso del alegre antebrazo.
Alguien cose en
tu sangre lentejuelas
para que atravieses
los redondos umbrales del
placer
y ensayas a la vez desdén y seducción.
En ese larvado gesto que
aventuras
se dibuja tu madre, reclinada
en la gris balaustrada del
recuerdo.
Y tus ojos, atentos al paciente
e inolvidable ejemplo, se
entrecierran.
Y mientras, adorable
y peligrosamente, te desvías.
De "Los devaneos de
Erato" 1980
Chico Wrangler
Dulce corazón mío de súbito
asaltado.
Todo por adorar más de lo permisible.
Todo porque un cigarro
se asienta en una boca
y en sus jugosas sedas se humedece.
Porque una
camiseta incitante señala,
de su pecho, el escudo durísimo,
y un
vigoroso brazo de la mínima manga sobresale.
Todo porque unas piernas,
unas perfectas piernas,
dentro del más ceñido pantalón, frente a mí se
separan.
Se separan.
De "Indicios
vehementes" 1985
Cibeles ante la
ofrenda anual de tulipanes
Que mi corazón estalle! / Que el amor a su antojo, /
acabe con mi cuerpo. "
Amaru
Desprendida su funda, el
capullo,
tulipán sonrosado, apretado turbante,
enfureció mi sangre
con brusca primavera.
Inoculado el sensual delirio,
lubrica mi
saliva tu pedúnculo;
el tersísimo tallo que mi mano entroniza.
Alta
flor tuya erguida en los oscuros parques;
oh, lacérame tú, vulnerada
derríbame
con la boca repleta de tu húmeda seda.
Como anillo se
cierran en tu redor mis pechos,
los junto, te me incrustas, mis labios
se entreabren
y una gota aparece en tu cúspide malva.
Cierta
secta feminista se da consejos prematrimoniales
"...Trabajada despiadadamente por un autómata
que cree que el cumplimiento de un cruel deber es
un asunto de honor."
Andrea de Nerciat
Y besémonos, bellas vírgenes, besémonos.
Démonos prisa desvalijándonos
destruyendo el botín de nuestros cuerpos.
Al enemigo percibo respirar tras el muro,
la codicia se yergue entre sus
piernas.
Y besémonos, bellas vírgenes, besémonos.
No deis pródigamente a la
espada,
oh viril fortuna, el inviolado himen.
Que la grieta, en el
blanco ariete
de nuestras manos, pierda su angostura.
Y besémonos, bellas vírgenes, besémonos.
Ya extendieron las sábanas
y la felpa absorbente está dispuesta.
para que los floretes nos derriben
y las piernas empapen de amapolas.
Y besémonos, bellas vírgenes,
besémonos.
Antes que el vencedor la ciudadela
profane, y desvele su
recato
para saquear del templo los tesoros,
es preferible siempre
entregarla a las llamas.
Y besémonos, bellas vírgenes, besémonos.
Expolio singular:
enfebrecidas
en nuestro beneficio arrebatemos
la propia dote. Que el
triunfador altivo
no obtenga el masculino privilegio.
Y besémonos, bellas vírgenes, besémonos.
Con la secreta fuente
humedecida
en el licor de Venus,
anticipémonos,
de placer mojadas,
a Príapo.
y con la sed de nuestros cuerpos, embriaguémonos.
Y besémonos, bellas vírgénes, besémonos.
Rasgando el azahar,
gocémonos, gocémonos
del premio que celaban nuestros muslos.
El falo,
presto a traspasarnos
encontrará, donde creyó virtud, burdel.
De "Los devaneos de Erato" 1980
Creí que te habías muerto,
corazón mío...
Creí que te habías muerto,
corazón mío,
en Junio.
Creí que, definitivamente, te habías muerto:
sí, lo creí.
Que, después de haber esparcido el revoloteo púrpura
de
tu desesperación, como una alondra caíste en el
alféizar; que te
extinguiste como el fulgor atemorizado
de un espectro; que como una
cuerda tensa te rompiste,
con un chasquido seco y terminante.
Creí
que, acorralado por tus desvaríos, traicionado por
los todavías,
alcanzado por las evidencias, exhausto,
abatido, habías sido derribado al
fin.
Y contigo, se desvanecieron los engarces entre
sentimientos,
imágenes, suposiciones y pruebas.
Se me fueron abriendo las costuras de
la memoria: ya
me estaba acostumbrando a vivir sin ti.
Pero tus
fragmentos estallados se han ido
buscando, encontrando, cohesionándose
como gotas de
mercurio, sin cicatriz ni señal.
Y ahí estás, otra vez
inocente, sin acusar enmienda ni
escarmiento, guiando, dirigiendo,
adentrando en ti el
peligro, como si fueras invulnerable o sabio, como
si,
recién nacido apenas, ya fueras capaz de distinguir, en
el mellado
filo del clavel,
la espada
Cuando mi hermana y yo, solteras, queríamos ser virtuosas y santas
Y cuando al jardín,
contigo, descendíamos,
evitábamos en lo posible los manzanos.
Incluso
ante el olor del heliotropo enrojecíamos;
sabido es que esa flor amor
eterno explica.
Tu frente entonces no era menos encendida
que tu
encendida beca*, sobre ella reclinada,
con el rojo reflejo competía.
Y
extasiadas, mudas, te espiábamos;
antes de que mojáramos los labios en la
alberca,
furtivo y virginal, te santiguabas
y de infinita gracia te
vestías.
Te dábamos estampas con los bordes calados
iguales al platito
de pasas
que, con el té, se ofrece a las visitas,
detentes y reliquias
en los que oro cosíamos
y ante ti nos sentábamos con infantil modestia.
Mi tan amado y puro seminarista hermoso,
¡cuántas serpientes enroscadas
en los macizos de azucenas,
qué sintieron las rosas en tus manos que así
se deshojaban!
Con la mirada baja protegerte queríamos
de nuestra
femenina seducción.
Vano propósito.
Un día, un turgente púrpura,
tu
pantalón incógnito, de pronto, estirará
y Adán derramará su provisión de
leche.
Nada podrá parar tan vigoroso surtidor.
Bien que sucederá,
sucederá.
Aunque nuestra manzana nunca muerdas,
aunque tu espasmo
nunca presidamos,
bien que sucederá, sucederá.
Y no te ha de salvar
ningún escapulario,
y ni el terrible infierno del albo catecismo
podrá
evitar el cauce radiante de tu esperma.
*Beca: especie de manto
de seda o paño, que colgaba del cuello
hasta cerca de los pies, y que en
algún tiempo usaron
sobre la sotana los eclesiásticos que tenían alguna dignidad.
De "Los devaneos de
Erato" 1980
Cuarto
Apoyar la frente enfebrecida en la nublada celosía del confesionario.
Enumerar los inasibles recorridos de la serpiente.
Buscar un nombre para hacer cada crimen discernible. Dibujar las noches; las
llagas de las paredes
encaladas en la oscuridad, brillando; los
colibríes enzarzados, enredando sus lenguas de pistilo bajo los rígidos
almidones
de mis tocas. Apoyar la frente. Abandonarse. Sentir cómo el anillo que
atenaza mi corazón, se me resbala por el pecho
como un crisantemo decapitado.De "Virgo
Potens" 1994
Custodio mío
Salamandra es deseo
bebiendo en los topacios de un estanque,
en
cielos de Giotto,
en las bóvedas húmedas de translúcida yedra.
Morera
y vid se agotan en tu mano.
Es deseo caballo enloquecido
de temor bajo
un raudal de agua,
cascada donde estalla el arcoiris,
desbaratada
trenza entre piedras cayendo.
Brazo tuyo defensa en mi cintura.
Y como la belleza -desmesura, naufragio
o voluble liana que se empina
hasta el cedro
sofocándolo- el deseo penetra y es herida.
Cuerpo tuyo,
cercado que mi pasión desborda,
todo escudo en dócil miel fundido
y es
inútil tu intento: a un labio enamorado
ni el laurel más mortífero
detendría.
Ya no podrás lograr que permanezca intacta,
angélica tesela
en su alto dominio,
que mi emoción recorte cual ciprés
en un parque
atildado,
que contemple el abismo desde los barandales
y al vértigo
resista.
Crueldad subyugadora es el deseo.
Y me entrego a su lanza, y
ho quiero rehuir
su mordedura.
Apártate de mí, no quiero que me
guardes,
que en mi cuerpo refrenes lágrimas ni jardines,
y antes de
que las quejas aviven mi desprecio,
los avisos mi cólera, caiga sobre tus
labios
-incendio alertador, granada suplicante-
la delicada muerte de
mi olvido.
Demonio, lengua de plata...
«Truman Capote»
ArcAngel desterrado y refugiado en mi anhelo;
cada vez que la albahaca se movía
a mi vientre tu mano apuñalaba
y en
el raudo abanico de luces y luciérnagas
o en la pared confusa, donde el
enfebrecido
pájaro de la noche se cernía,
aparecías tú.
Continua
caracola prendida de mi oído;
hasta cuando la hierba, de grillos
relucientes
salpicada, de pronto enloquecía
podíase escuchar tu lengua
colibrí.
Y había que decidirse
entre el blanco inocente del naranjo
y tu oscura coraza.
Duro, frío y deslumbrante estuche
para tan dulce
torso, terciopelo.
Diotima a su muy aplicado
discípulo
"El placer es el mejor de los cumplidos."
Coco Chanel
El más encantador instante
de la tarde
tras el anaranjado visillo primorosa.
Y en la mesita el té
y un ramillete, desmayadas rosas,
y en la otomana de rayada seda,
extendida la falda, asomando mi pie
provocativo, aguardo a que tú
avecines
a mi cuello, descendiendo la mirada
por el oscuro embudo de
mi escote,
ahuecado a propósito. Sonrójome
y tus dedos inician
meditadas cautelas
por mi falda; demoran en los profundos túneles
del
plisado y recorren las rizadas estrellas
del guipur. Apresúrate, ven,
recibe estos pétalos
de rosas, pétalos como muslos
de impolutas
vestales, velados. Que mi boca
rebose en sus sedosos trozos, tersos y
densos
cual labios asomados a mis dientes
exigiendo el mordisco.
Amordázate,
el jadeo de tu alto puñal, y sea tu beso
heraldo de las
flores. Apresúrate,
desanuda las cintas, comprueba la pendiente
durísima del prieto seno, míralo, tócalo
y en sus tiesos pináculos
derrama tu saliva
mientras siento, en mis piernas, tu amenaza.
El gladiolo blanco de mi primera comunión se vuelve púrpuraNunca más, oh
no, nunca más
me prenderá la primavera con sus claras argucias.
Desconfío del tumescente
gladiolo blanco, satinadas pastas
de misales
antiguos.
Parece una mortaja de niño,
su apariencia es tan pura
que, sin malicia, lo exponemos
a la vista de muchachas seráficas.
Y
sin embargo, qué hermoso señuelo,
jamás halló Himeneo instructor más
propicio.
Ya visita, de noche, silente, las alcobas,
se introduce en
los sueños
y despierta a las vírgenes con dura sacudida.
Nunca más, oh
no, nunca más
me prenderá la primavera con sus claras argucias.
De "Los devaneos de Erato" 1980
El jardín de las deliciasFlores,
pedazos de tu cuerpo;
me reclamo su savia.
Aprieto entre mis labios
la lacerante verga del gladiolo.
Cosería limones a tu torso,
sus
durísimas puntas en mis dedos
como altos pezones de muchacha.
Ya
conoce mi lengua las más suaves estrías de tu oreja
y es una caracola.
Ella sabe a tu leche adolescente,
y huele a tus muslos.
En mis muslos
contengo los pétalos mojados
de las flores. Son flores pedazos de tu
cuerpo.
"Los devaneos de Erato" 1981
Exaltación de la preciosa sangre
Desvelado el espejo -dosel del costurero
saqueado- tantos dones
magníficos
excesiva duplica.
Y, no obstante, sólo tiene su cómplice
e incitante señal la madeja encarnada.
Oh, tomémosla. Rasguemos las
vítolas,
las hebras desprendiendo con esmero,
y en las tensadas palmas
de tus queridas manos
laceolados estigmas bordaré diestramente...
Tan
frágiles cutículas, la sangre al traspasar
su rúbrica brillante va
prendiendo.
Mas si al sedoso hilo la sangre verdadera
ha querido
emular agolpándose cárdena
a su orilla, no te asustes, amor.
Pues
presurosamente mi estremecida boca
a tu herida será vaso propicio.
Labios míos temblando, del precioso regalo
de tu mano, tiñéndose. Tu
sabor penetrando
mi inviolada saliva, comulgándome,
y el fervor
confundido en delirio de besos.
Festividad del dulcísimo nombre
Yo te elegía nombres en mi
devocionario.
No tuve otro maestro.
Sus páginas inmersas en tan
terrible amor
acuciaban mi sed. Se abrían, dulcemente,
insólitos
caminos en mi sangre
-obediente hasta entonces- extraviándola,
perturbando la blancura espectral
de mis sienes de niña cuando de los
versículos,
las más bellas palabras, asentándose iban
en mi inocente
lengua.
Mis primeras caricias fueron verbos,
mi amor sólo nombrarte
y el
dolor una piedra preciosa
en el tierno clavel de tu costado herido.
Flotaba mi mirada en el menstruo continuo
del incensario ardiente y mis
pulsos,
repitiendo incesantes arrobada noticia,
hasta el vitral
translúcido, se elevaban.
La luz estremecíase con tu nombre,
como un
corazón era saltando entre los nardos
y el misal fatigado de mis manos
cayendo,
estampas vegetales desprendía
cual nacaradas fundas de
lunarias.
Párvulas lentejuelas entre el tul,
refulgiendo, desde el
comulgatorio
señalaban mi alivio.
Y anulada, enamorada yo
entreabría mi boca, mientras mi cuerpo todo
tu cuerpo recibía.
De "Devocionario" 1986
Hubo un tiempo...
Hubo un tiempo en el que el amor era un
intruso temido y anhelado.
Un
roce furtivo, premeditado, reelaborado durante
insoportables desvelos.
Una confesión perturbada y audaz, corregida mil
veces, que jamás llegaría
a su destino.
Una incesante y tiránica inquietud.
Un galopar repentino
del corazón ingobernable.
Un continuo batallar contra la despiadada
infalibilidad
de los espejos.
Una íntima dificultad para distinguir la
congoja del
júbilo.
Era un tiempo adolescente e impreciso, el tiempo
del
amor sin nombre, hasta casi sin rostro, que merodeaba,
como un
beso prometido, por el punto más umbrío de la
escalera.
In confesiones de Gilles de
Rais
"...se hallaba tendido en una chaisse-longue, y tenía en
su blanca mano una rosa sin perfume."
O. Mirebau
Es tan adorable
introducirme
en su lecho, y que mi mano viajera
descanse, entre sus
piernas, descuidada,
y al desenvainar la columna tersa
-su cimera
encarnada y jugosa
tendrá el sabor de las fresas, picante-
presenciar
la inesperada expresión
de su anatomía que no sabe usar,
mostrarle el
sonrosado engarce
al indeciso dedo, mientras en pérfidas
y precisas
dosis se le administra audacia.
Es adorable pervertir
a un muchacho, extraerle del vientre
virginal esa rugiente ternura
tan parecida al estertor final
de un
agonizante, que es imposible
no irlo matando mientras eyacula.
De "Los devaneos de
Erato" 1980
Introito, natura
ordenatus imperandum
Si al apagar las luces te
invadía el terror
de que mientras durmieras la belleza
podría
acometerte.
Si infatigablemente inaugurabas nombres
y a todo
sortilegio prestabas tus oídos.
Si te cuidabas tanto en elegir los dedos
que tallo o mariposa tocarían
como si algún acorde de ello dependiera.
Si a escondidas, leyendo, con pervertidos príncipes,
apasionados mártires
y almas de atormentados
el pacto establecías de una rara alianza.
Si
acechabas collares de continuo
pues gustabas probar el sabor de las
gemas,
biselados confites convertidos en ascuas
por tu boca.
Sí te fingías enfermo
para, en vez de jugar, a tus desmesurados
dominios acudir y disponer cortejos
o banquetes, o asaltos, y perpetrar
delito
y hermosura en baúles y árboles.
Si entregado a ti mismo decías
ser feliz
aun cuando, suntuosa, la tristeza vagaba
por tus ojos,
desconocido mío,
afortunado fue que no te presintiera.
Pues de la
soledad era yo soberana,
tenía todo un atlas pintado en el jardín
y el
atrevido espejo que igualarme pudiera,
que pudiera doblar, extender los
confines
de mi íntimo reino, me hubiera, irremediable,
aniquilado.
Incapaz de adorar lo que a mí se asemeja,
despiadada y tenaz te hubiera
combatido.
Pero si derrotada
me fuera insoportable someterme,
vencedora, perdiéndote, no lo resistiría:
Son débiles corazas el amor y
el orgullo.
Desconocido mío, afortunado es
que todavía te sueñe.
Invitatorio
"No te contemples en la muerte;
deja que tu imagen sea llevada
por las aguas que corren"
Marcel Schwob
No hay cortejo comparable para ti,
alma melancólica, a esta multitud
de ecos silenciados, galería monótona
que la quietud repite y obstinada refleja
sus trastornados ritmos.
Y la muerte está ahí, en el espejo
que divulga las voces de las aguas,
en esa luna inerte donde la menta asoma
tiritando, mientras que entre los dientes
las culebras son besos, y en la inmóvil tristeza,
el frío, de sus parques, traza la geometría.
Y el tinte de tu rostro se hace pálido y verde.
Pero si alguna vez quieres sobrepasar,
desgarrar la cruel lámina y clavar el gladiolo
en la caverna húmeda del espejo,
te arrastraré a la danza delirante
que en un instante alberga mil figuras distintas,
podré decirte cómo derrochar la belleza
en la noche magnífica, incendiándola,
a usar los diccionarios como libros de música,
orquesta fugitiva para esta insurrección,
esta brillante fiesta que en tu obsequio preparo.
Pues sentir es el prodigio único
que me alerta y preocupa, y la audacia,
como un tenaz diamante rasgando las ventanas,
la joya y homenaje que prefiero.
Llámame pues si rompes esa fronda sombría
del espejo, si has llegado al final
hasta el papel de plata, de repente arañado,
si tu rostro al cristal desampara
y con agudo estruendo se desprende.
No siempre hay que creer lo que el espejo dice.
Tu rostro verdadero puede ser cualquier máscara.
De Indicios vehementes 1985
Isolda
Si alguien sabe de un
filtro que excuse mi extravío,
que explique el desvarío de mi sangre,
le suplico:
Antes de que se muera el jazmín de mi vientre
y se cumplan
mis lunas puntuales y enteras
y mis venas se agoten de tantas madrugadas
en las que un muslo roza al muslo compañero
y lo sabe marfil pero lo
piensa lumbre;
antes de que la edad extenúe en mi carne
la vehemencia,
que por favor lo diga.
Contemplo ante el espejo,
hospedado en mis sábanas,
las señales febriles de la noche inclemente
en donde el terso lino aulaga se vertiera
y duro pedernal y cuerpo de
muchacho.
ciño mi cinturón y el
azogue me escruta,
fresas bajo mi blusa ansiosas se endurecen
y al
resbalar la tela por mi inclinada espalda
parece una caricia; y la boca
me arde.
si alguien sabe de un
filtro que excuse mi locura
y me entregue al furor que la pasión exige,
se lo ruego, antes de que me ahogue
en mi propia fragancia, por favor,
por favor se lo ruego:
que lo beba conmigo.
Llámame
Paraíso sin ti, ni imagino ni quiero
Julio Aumente
Yo aguardo la señal para reconocerte.
Cada
noche, mientras tiembla el invierno
y abatida la lluvia se derrama
y
el frío elige calles y restalla cordeles,
indóciles cabellos de pronto
destrenzados,
yo aguardo la señal.
Y te busco incesante, y en la
música entro:
acolchada la puerta se cierra tras de mí,
la sombra me
golpea y mis ojos insisten,
suelta lanza dispersa y confundida.
Por el
esbelto nardo y el armonioso alerce,
sauce, flor, el oro se desnuda,
gráciles piernas, bosques, enramadas:
dime, serpiente, dónde tus anillos.
Irresistible seductora mía, sin ti mi rostro
es fervoroso girasol
anclado, es alabanza inerte,
no selva trastornada, no subterránea herida
ni belleza.
Sin deseos, sin sed, sin perseguido abismo,
sin que
aceches y ofrezcas y arrebates,
qué jardín, dime tú, qué jardín
se
podría llamar paraíso o delicia.
Mi tentación hermosa,
cada noche te
busco, cada noche.
Y aguardo tu señal, transida ya de ti
para
reconocerte y entregarme.
Los ojos de la noche
Terminando el rosario a
nuestros dormitorios
subiremos donde el Angel maligno,
que quiere
atormentarnos, nos espera.
La espalda en la pared, cuidando que las ropas
no escondan nuestros ojos mucho tiempo,
la fragante franela nos ha
vestido al fin.
Y sabemos, tras el vuelo fruncido
del tibio cubrecama,
quién se oculta.
Al mínimo ruido en el contiguo cuarto
irrumpiremos,
entre las tenues sábanas
de cruda muselina, anhelantes,
buscándonos.
Y nos sorprenderán
e irremisiblemente seremos castigados,
devueltos al
horror de las alcobas.
Pero, abrázame ahora. Febriles confortémonos
que el miedo vendrá, en breve, dispuesto a aniquilarnos.
Mi jardín de los suplicios
En el jardín secreto, bajo
el árbol,
despacio, muy despacio, desataste mis trenzas
y luego,
impetuoso, porque yo sentí frío
y terca me negaba, arrancaste mi ropa.
Con cíngulo de larga enredadera
la deslucida organza que sirviera de
colcha
a la cuna común, experto me ceñiste.
En la callada hora, muy
lejos de los padres,
con jugo de geranios la boca me teñías
y ajorcas
vegetales en mis breves tobillos
se enroscaron.
Bailé furiosamente.
Cual halo tras de mí henchíase la túnica,
en torno
a ti crecían los aros de mis huellas.
Yo, tanagra diversa, evasivo laurel
y tú quieto. Perfectamente quieto.
salvo el brazo con el que me
flagelabas.
Nightingale
"Cada palabra es una herida mortal,
Debo tener cuidado".
Jorge Díaz
Noche,
palabra mía henchida de sucesos.
La aflicción, el vacío, la muerte, la
tiniebla
avivan en tus sílabas sus temores y ansiase
Extenuado
nombre, fatigada corola,
para caer de ti como cansino pétalo,
o
hundirse en tus confines, abiertos,
afilados, beso ardiente, última
sensación,
locura extrema.
Noche, noche, amor mío,
¿es que acaso
me atreveré a saltar
traspasada de ti hasta la muerte?
Lengua:
nupcial espada.
Apenas te mencione, convocadas estrellas
insistirán
solícitas mostrando el desvarío
de tus ojos vibrátiles.
Oh noche,
qué incitante, qué turbadora eres;
madre y devoradora, acercas tu
regazo,
y cómo quiero huir, cómo desertar quiero
de tus lágrimas
ávidas, cómo intento esconderme
de tus manos, oh noche, mi tristeza.
Y quizá seas la única, la palabra final
que todo amor explique. Y el
estremecimiento.
Y el magnífico instante que ni aun la memoria
más
fiel y enamorada consiente en repetir.
Noche, tristeza mía, todavía es
posible
que te llame, y me abreve en el láudano amargo
que destilan
tus letras. Que a tu herida me entregue
y a tu abismo, mi tristeza, mi
noche,
todavía es posible.
Oh noche mía, acaso... acaso te amaría.
Notas para un blues
Do
lor
por estar contigo en cada cosa. Por no dejar de estar contigo en cada cosa.
Por estar irremediablemente contigo en mí.
Re
cordar que mis monedas no me permiten adquirir. Que
mi deseo no es tan
poderoso como para taladrar blindajes,
ni mi atrevimiento tan hábil como
para no hacer saltar la
alarma. Recordar que sólo debe mirar los
escaparates.
Mi
edo por no llegar a ser, por ni siquiera conseguir estar.
Fa
cilmente lo
hacen: clavan sus espinas invisibles, abren la
puerta del temor, hacen que renieguen de mí misma cuando
menos se
espera. Y ni siquiera saber cuántos han sacado copia
de mis llaves.
Sol
o he logrado el punzón de la pica, la lágrima del diamante
o los
caprichos del trébol. Quizá no existan los corazones.
Quizá es que sea
imposible elegir.
La
bios sellados, custodios del mejor guardado secreto, del recinto en donde
las palabras reanudan
sus batallas silenciosas, sus pacientes y refinados ejercicios de rencor.
Si
crees que es paciencia, resignación, inmunidad o anestesia te
equivocas.
Es que he procurado cortar todas las margaritas
para no tener que
interrogarlas.
Nueve
No juegas ya conmigo, tan
orgulloso estás
que más allá de ti no necesitas nada.
Tú observas
incesante, sin embargo
te olvidas de que yo te soy tan parecida
que te
describiría con la fidelidad
de un espejo: tan semejante a ti
que
hasta podrías amarme sin temor a excederte.
Pero, si en desdeñarme
persistes obstinado,
no importa, esperaré.
Mientras enhebro cintas de
dulce terciopelo
en el blanco entredós de una tira bordada
o anchas
randas de encaje infatigable labro,
atisbando estaré el menor de tus
gestos.
Tan preciso lo retendré en mi rostro,
tan exacto, que pasado
algún tiempo,
cuando la edad viril, arrasándote
tras derruir la seda
delicada
exija tus mejillas para sus arrayanes,
tu pecho como un muro
para enredar su hiedra,
no tendrás más remedio que mirarme.
Y te verás
en mí, adolescente, inmóvil
durante muchos años todavía.
De "Dióscuros" 1982
Ocho
A los pies de la cama, oí
el ruido
y a mi grito aterrado se encendieron las luces
y el alforzado
traje de abombado organdí
que desde ayer pendía de la lámpara
y el
viso de rayón, y la enagua crujiente
de batista, y el ingrávido velo
ya no estaban. El sedoso papel
que cien recordatorios contenía
apareció rasgado por la alfombra.
Hasta la verde alberca, atropellando
lirios,
asido el roto tul al arco del rosal,
corrías con mis ropas
ataviado.
Entre harapos de algas te sacaron inerte,
los pómulos tan
blancos que muerto te creyera.
Y sonreí triunfante, midiendo por tu
envidia
mi ventaja.
De "Dióscuros" 1982
Por qué mi carne no te quiere verbo...
Por qué mi carne no te
quiere verbo,
por qué no te conjuga, por qué no te reparte,
por qué
desde las tapias no saltan buganvillas
con tus significados
y en
miradas de azogue que no reverbera el sol
dando de ti noticia,
ni se
destapan cajas con tu música
y su claro propósito,
y ningún
diccionario ajeno te interpreta.
Por qué, por qué, Amor mío,
eres mapa
ilegible,
flecha desorientada,
regalo ensimismado en su intacto
envoltorio,
palabra indivisible que nace y muere en mí.
Primero
Oh, Dios
mío. Oh, Dios mío. Oh, Dios mío, tened misericordia de mí, pues
el
enemigo ha conseguido entrar en la ciudadela; cautamente, ha derribado
hasta el último bastión, como cera ha fundido toda vigilancia y ha alcanzado
mis ojos para asomar sus oriflamas
desde ellos. Mi mirada ha conducido sus anzuelos velo. Apoyar la frente
enfebrecida es, sedal han sido,
segura trayectoria de su reclamo. Oh, Dios mío. Oh, Dios mío, tened
misericordia de mí.De "Virgo
Potens" 1994
Quinto
Y decirle: Acúsome, reverendo padre. Acúsome del descuido que os reveló
mi rostro, de la negligencia de mi velo en ocultar mi codicia. Acúsome del
lazo que tendí a los pies de vuestra reverencia, de la tela de araña
emboscada, del grillete que aprisionó
vuestra mirada en mi sombra. Acúsome de ser lanza en el vientre, medusa
entre las piernas, desvelo
de vuestra reverencia y sed. Acúsome de clavaros la aguda y persistente
dentellada de los rosales del remordimiento.De "Virgo
Potens" 1994
Sálvame
Mis ojos, por tu cuerpo reclamados,
de su hermosura avisan, amplio
torso devastan
y en la estrecha cadera contiénense aturdidos.
Sin
indulgencia alguna muestran al labio hambriento,
de cerezas mordientes,
la semilla
y al igual que mis dedos el más ardiente roce
de tu piel se
presagia, de la amatista intrusa
e irisado pezón, en mi confusa lengua
avívase su tacto.
Las feroces punzadas de un turbador augurio
procura
apaciguar mi inasaltado vientre,
pero es vano el combate del que ya ha
sido herido.
Y es un abismo el goce, el anhelo locura,
es tu nombre
invocado amarga extenuación
y tu cuerpo inminente rigurosa medida
de
mi infierno.
De este insaciable afán dicen que has de salvarme.
Pero
lo cierto es que enfebrecida aguardo
y que puedo morir antes de que me
toques.
Segundo
Si con
Noviembre un penetrante nardo ahogara los temblores de mis sábanas. Si
lágrimas de lluvia diluyeran
sucesos anteriores, y de mis ojos cayeran como hojas de otoño,
desnudándolos. Si el tiempo desandase
hasta cuando era inocente todavía y quieto y transparente. Y si, además,
pudiera apresurarse, desplegar el velo
que mi mirada contuviera, antes de que la suya alcanzara. Antes de que sus
ojos sorprendieran en los míos
el hechizo de Lucifer.De "Virgo
Potens" 1994
Sexto
Pero
acúsome también de ser tribuna de orgullo. Acúsome de toda la
vanagloria que me asiste al comprobar que vos, capaz de convocar con una
divina fórmula la Carne y la Sangre
de Ntro. Señor, jamás poseeréis la palabra que hiciera nacer el tacto de tu
cuerpo entre vuestros dedos consagrados.
Y acúsome, reverendo padre, del sentimiento de rebeldía y de triunfo con que
me embriaga esta crueldad. Amén.
De "Virgo Potens" 1994
Si recordaras, amor mío, qué es lo que te aguarda...
Si recordaras, amor mío, qué es lo que te aguarda tras las
seguras paredes de la espera.
Si recordaras cómo ¡y qué cruelmente! el
deseo atendido
oculta su puñalada de decepción.
Si recordaras que, una vez que la pasión estalla, el secreto
deja de ser escudo y huída,
no me insistirías para que te mostrara, para
que te ofreciera,
para que te otorgue.
Sino que te resignarías
a sobrevivir dentro de mí en el dúctil
territorio de los sueños, donde todos los modos
de ternura
que puedas inventar son permitidos, toda
tempestad música
y ningún temor es irrevocable.
Si
recordaras, Amor mío, qué es lo que te aguarda tras las
seguras paredes de mi corazón,
no me obligarías a levantarme en armas
contra ti, a detenerte,
a desmentirte, a amordazarte, a traicionarte...
antes de que te me arrebaten, dulce silencio mío,
mi único tesoro,
insensato e irreductible sentimiento.
De "Punto umbrío" 1995
Siempre nocturno
Cada noche implacable, cada
noche,
la ginebra cimbrea visiones y deseos,
y un lamento de
intolerable ansia
-dice llamarse música- exhausta se sucede.
Y el
neón carmesí, cordoncillo enredado
en la pálida estrella de la aurora
sólo es sangre delgada. Despedida.
Strangers in the night
Cuando en la noche surge tu
ventana,
el oro, taladrando los visillos,
introduce en mi alcoba tu
presencia.
Me levanto e intento sorprenderte,
asistir al momento en
que tu torso cruce
los cristales y la tibia camisa
sea a la silla
lanzada.
Mi pupila se engarza en el encaje
y mis pies ya no atienden,
de las losas, el frío.
Tercero
En sus dedos la ostia lunar amanece, se alza desde el vaso sagrado, brilla
sobre el carmesí de la casulla. Y cómo ir, cómo prosternarme, cómo abrir la
herida de mi boca a la luz
si en mis entrañas anidan los petreles y mis venas son astas de ciervo y mi
cuerpo es batalla con sus brechas
y minas. De la lámina blanca que él me ofrece depende mi perdición, pero mi
lengua, avanzando con rojos destellos,
recibe de su mano el sacrilegio y la muerte.De "Virgo
Potens" 1994
Triunfo de Artemis sobre
Volupta
"Ah!, sí..."
Marie DorvalEdad
inimitable, a tu espejo interrogo
en cuál de mis innumerables
alacenas
está la máscara de diosa
que de oscuro los mármoles cubría.
Vuestro
fervor, tan obsesivo éxtasis,
la hizo hermosa y distante y proclamó
única.
Sin embargo, tantas veces os maltrató!
Su lengua tan cruel como
un látigo era.
Tras de los balcones atisbaba ansiosa
y a los
suplicantes ojos se negaba
si de vuestros deseos tenía certidumbre.
No
os consintió ni una sola hebra de su túnica,
ni tan siquiera que
hurgarais entre sus collares.
Ni pudisteis, a través de una cerradura,
mirar cómo parsimoniosa se desvestía
haciendo crecer su desnudo desde la
bañera.
Vaho de enredadera gris. La mano recurriendo
a la esponja. Y
la fragante espuma, reptando
por su cuerpo, en él se introduce
instalando su invisible dominio.
No bebisteis tampoco en las sabrosas
fuentes
que anegaban los turbios laberintos
que una maligna virginidad
clausuró.
Ni las sombrías axilas, ni la frondosa concha
de la pelvis,
ni la entrelazada cabellera
supieron del amable tacto de esos dedos
que conozco tan bien. Pero cuánto la amáis!
No la oisteis gritar cuando
el estrépito
del placer os sobrevino y tumultuosamente
desbordó la
hendida cúpula.
Mas el recuerdo de ella, precipitándose,
os asaltay en
mí la buscáis. Qué terrible
e inimitable edad. Siempre a tu espejo
interrogando.
Intento renacer, antigua identidad
que os fascinaba,
aquel cuerpo tan desconocido,
si es que es posible tal metamorfosis.
Sabéis ya en qué precisos
lugares de mi piel Eros se asienta;
los
secretos, derramados por la colcha,
por vuestras hábiles bocas
sorprendidos.
Rendida, mis piernas fuertemente a vuestras piernas
enlazarán para que la total arremetida
a mi vientre penetre y arda en él.
Ahora soy costumbre,
invadida patria de rutinarias delicias.
Al
poseerme perdisteis mi belleza anterior
y se os han desvanecido los
deseos.
Mas si me ayudáis a buscar
en los armarios las túnicas
olvidadas
y a rescatar la máscara propicia,
si me vuelvo arrogante,
¿os podré convencer?
Tan sagaz es la experiencia
y tan indestructible
su mandato
que os sobrepasé largamente.
Incluso os instruiría. Y me lo
reprocháis.
Edad inimitable,
donde los dioses habitaban y era
la
admiración el tributo único
que a mis pies esparcíais.
No me pidáis que vuelva,
pues la inocencia es irrecuperable.
De "Los devaneos de Erato" 1980
Where is my man
Nunca te tengo tanto como cuando te busco
sabiendo de antemano que no
puedo encontrarte.
Sólo entonces consiento estar enamorada.
Sólo
entonces me pierdo en la esmaltada jungla
de coches o tiovivos, cafés
abarrotados,
lunas de escaparates, laberintos de parques
o de espejos,
pues corro tras de todo
lo que se te parece.
De continuo te acecho.
El alquitrán derrite su azabache,
es la calle movible taracea
de
camisas y niquis, sus colores comparo
con el azul celeste o el verde
malaquita
que por tu pecho yo desabrochaba.
Deliciosa congoja si creo
reconocerte
me hace desfallecer: toda mi piel nombrándote,
toda mi
piel alerta, pendiente de mis ojos.
Indaga mi pupila, todo atisbo
comprueba,
todo indicio que me conduzca a ti,
que te introduzca al
ámbito donde sólo tu imagen
prevalece y te coincida y funda,
te
acerque, te inaugure y para siempre estés.
Yesterday
Es tan adorable
introducirme
en su lecho, y que mi mano viajera
descanse, entre sus
piernas, descuidada,
y al desenvainar la columna tersa
su cimera
encarnada y jugosa
tendrá el sabor de las fresas, picante
presenciar
la inesperada expresión
de su anatomía que no sabe usar,
mostrarle el
sonrosado engarce
al indeciso dedo, mientras en pérfidas
y precisas
dosis se le administra audacia.
Es adorable pervertir
a un muchacho, extraerle del vientre
virginal esa rugiente ternura
tan parecida al estertor final
de un
agonizante, que es imposible
no irlo matando mientras eyacula.