"La amé, y sólo después de consumado el beso,
me interrogué sobre el significado de la entrega..."
"Ternura"
Oswaldo Guayasamín
Reseña biografica
Poeta, novelista,
ensayista, traductor e historiador ecuatoriano nacido en Quito en 1928.
Estudió durante un año en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador
y terminó en la Universidad de París
de 1947 a 1951. Es uno de los más destacados poetas contemporáneos de su
país.
Traductor de poesia francesa y colaborador de importantes medios
literarios, ha sido catedrático de Historia
de la Cultura y Literatura en la Pontificia Universidad Católica del
Ecuador y Embajador del Ecuador en Austria,
Alemania, Rumania, y Egipto. Es Miembro de la Academia Ecuatoriana de
la Lengua, Premio Nacional de Cultura,
Doctor Honoris Causa por la Universidad Internacional del Ecuador y
ganador del Premio Eugenio Espejo
del Municipio de Quito en 2001.
Su principal obra poética está contenida en las siguientes
publicaciones:
"Agraz" 1956, "Relente" 1958, "Umiña" 1960,
"Signos II" 1966, "El cuerpo desnudo de la tierra" 1973,
"Los niños sordos" 1978, "Oficios del río" 1983,
"Los testimonios" 1992, y "La uña de dios" 1996.
©
I. Vaivén
1. Lo que
me interesó de ese amor...
2. Al
iniciarse todo comienzo...
3.
La amé, y sólo después de consumado el beso...
4. La historia que
relato...
5. Una lágrima: la he buscado en el fondo de mi pupila...
6.
Mas si volviese...
II. Retorno
1. Hay
una guillotina implacable...
2.
Del tiempo repartido al tiempo uniforme...
3. El mar,
pero el mar bíblico...
4. Era
absurdo, mas necesario...
5.
Hablaba de una cuerda directora de mis actos...
6.
Salté a tierra para vengar la distancia...
7. Y estoy aquí, de vuelta a las horas
terminantes...
III. La voz
1. Había entregado su noche a una calle...
2.
Comenzaba a definirse el perfil de la tarde...
3.
Cierta memoria de las cosas que fueron...
4.
Quiso, pues, gritar, huir...
IV. Relente
1. Transito por mi
vía...
2. Y si digo que la pienso...
3. Tú, en la tela de música...
4. Aflora a tu
piel el tacto del esmeril...
5. Que te vuelvas nada
o casi nada...
6. Las
manos, como súplica, palpan el reflejo...
7.
Mas, ¿dónde dejé lo esencial...
I. Vaivén
1. Lo que me interesó
de ese amor, de ese larguísimo simulacro de amor, fue precisamente lo
menos, lo simple, lo vulgar,
lo aburrido.
Amor aburrido y cotidiano, tan sin sorpresas, que fue tal vez
su ausencia de carácter lo que lo volvía sorprendente.
El comienzo, el fin, los intermedios, seguían un itinerario
preciso, cronométrico; sin olvido de destino ni equivocación
de ruta, sin citas fallidas ni menos retardos a una cita. Llegábamos,
saludábamos, desfogábamos nuestros deseos y partíamos
tras prudentes y moderados reposos, luego de haber ordenado
vestidos y ojeras y equilibrado la altura de los hombros y de la
mirada.
Sorprendente amor, tan cotidiano. Jamás el viento en el bosque
sopló más de lo debido. Los pétalos desflorados se empeñaban
en una afirmación impertinente de pasión y siempre sobraron tréboles
sobrecargados de la mejor suerte.
Sorprendente amor tan repetido. Nunca, en la caricia, utilicé
sendas diferentes: del cabello a los hombros; de la frente
al corpiño, hasta que surgía la púdica protesta de su mano cancerbera...
* * * * *
2. Al iniciarse
todo comienzo, innumerables razones, avatares, caminos y raíces surgen
en estrecha red, se mezclan y entremezclan dando variedad a la angustia
e impidiendo la monotonía de la risa.
El horizonte del recuerdo se abre y se entrega sin reparos ni
mezquindad. Nunca hay mayor aglomeración de circunstancias
ni más material descriptivo que en un comienzo. Todo se da aunque exista
todavía trecho por recorrer. Allí nos están permitidos desafueros y
exageraciones por pertenecer a la fantasía y al cuento, únicos tenedores
legítimos del derecho a la verdad y a la farsa.
Al iniciarse todo comienzo tropiezan desordenados los
acontecimientos y se encadenan por infinitos eslabones hacia
la trama del relato.
Pero el comienzo de este amor, abundante en tiempo y pobre en
novedad, no permite un margen de invención, me atropella
en lila desbandada de hechos similares, en un pasar sin pasar de días,
meses y años. Aquello que autoriza la definición de ese mágico nombre
"comienzo", no puede entrar en terreno de mi preocupación, por la
imposibilidad de descubrir un ángulo, una ocasión propicia que permitan
diferenciarlo de cualquier otro instante intermedio o final de este
larguísimo amor.
* * * * *
3.
La amé, y sólo después de consumado el beso, me interrogué sobre el
significado de la entrega.
Era el primer día y aún no conocía el color de sus ojos. Me equivoqué al
alabarlos, porque fui directo al fondo de la mirada.
De la misma manera que un día, el último, al caer de la noche y
conociendo ya el sabor de sus ojos, me equivoqué asimismo
y para siempre por la última vez. Claro que para entonces había ya
acostumbrado mis horas a ese error y amaba el error
que era Ella toda y que la hacía personal, incomparable, única.
No acierto a comprender cuál fue su última caricia: la de la noche
primera o la que cronológicamente clausuró nuestro intento
de amor. Pues si fue un beso de partida el saludo de sus labios, partió
lenta y difícilmente. Se despidió sin quererlo desde la entrega inicial
y retardó el desenlace de su definitiva desaparición.
Presintió la imposibilidad de fusión de labios y salivas y sufrió de la
certeza del fin que entreveía y al que no quería llegar
ni apresurarlo por haberse encariñado, aquerenciado súbitamente en la
imposibilidad fatal. Y si el último lo fue en realidad
¿por qué lo acortó y se echó, llorando, a correr?
* * * * *
4. La historia que
relato tiene en su actual realidad cariz y circunstancias idénticas,
aunque diferentes. ¡Ahora estoy solo!
La costumbre de Ella estuvo tan enraizada, que me duelen las horas
extraídas, los muebles abandonados, los gestos rutinarios:
me hice a esa rutina y ahora me pesa la rutina degollada.
"No te equivoques, parece decirme alguien, sobre la causa de tus
sufrimientos; los únicos que sufren son los baldados:
les duele el miembro que les falta". Compruebo la ausencia de
innumerables minutos en el día y ya no puedo conformar
ni ensamblar los instantes hasta completar las veinticuatro horas que
eran péndulo y constancia de mi vida.
¡Y los muebles! Los otros, fuera del lecho. Los muebles, digo: la
alfombra arrugada por los pasos imprecisos; la lámpara de
tres bombillas en la que nunca alumbró más de una; la cómoda, el
escritorio y la silla.
¡Ah! la silla, que favorecía tanto a la rigidez de su aparente dignidad.
Y hoyno hay nadie en la silla. Desde arriba la mira
un rayo de luz mas no encuentro la sombra que busco. El aire está
sentado en la silla, cómodo, tranquilo, cruzando
las piernas sin gracia. Mas a él no lo busco. Persigo una mirada algo
más arriba del espaldar y cerca, muy cerca de mi anhelo.
No me atrevo a aproximarme. Detesto palpar la ausencia. La silla
permanece inmóvil como mi aliento. Detesto la quietud
del mueble vetusto y el ruido que ya no está: como cuando algo
inquietaba su impaciencia. Era tarde; debía partir,
y partió a esta misma hora.
Y ahora me
duele la sombra escapada del cuerpo de los días y añoro los repetidos
gestos que me contrariaban; la voz que
hablaba y golpeaba mis oídos hasta exasperarlos. Añoro la monotonía, la
exasperación, la falta de incidentes, pues ahora estoy solo:
comprobación estricta y precisa.
* * * * *
5. Una lágrima: la he buscado en el fondo de mi pupila
como una súplica, como una imposibilidad.
Incapaz de lágrimas, por tener y mantener esta clausura, esta vida
y muerte del sentimiento ante la imperturbabilidad del gesto.
Me inclino ante la lágrima. La llamo. Intercedo su presencia. En
esta insoportable soledad del espíritu y del cuerpo no puedo permanecer
sin lágrimas.
Camino yermo el de mi angustia. Lo que cerca el camino no es
precisamente la sensación del fin próximo o lejano.
Es su preparación. A fin dorado, a término feliz, bordes y veredas que
fecunden esa preparación del gozo, aunque nos duela
tal proceso de fecundación. Hacia la muerte y por ella, en cambio, rutas
de sombra en las que las fronteras de la luz delimiten
sombra y claridad y fijen la necesidad de sus existencias en lucha. Para
Dios, la marcha desbordada noción de camino.
Vamos a Él plenos, indiferenciados. El camino corresponde a la infinita
amplitud del fin: fatiga y reposo, llanto y melodía
se justifican y explican toda contradicción aparente. Vale la pena tan
corto andar hacia ese motivo inconmensurable.
Pero hacia la soledad ¿cuál puede ser la razón del camino? ¿Dónde y
cómo determinar el borde?
¿ Qué sensación de fin próximo o lejano es capaz de caracterizar el
ruido de los pasos o su medida?
Y mis instantes se dirigen hacia la soledad. Caminan su soledad que
no tiene domicilio ni orientación, que es estéril y absurda.
De allí la ausencia de lágrimas a pesar de mi búsqueda cotidiana.
De allí que mis párpados deban cubrir el reflejo de esta actual realidad
y habituarse a la sinrazón y al desasosiego
provenientes de la ausencia de lágrimas.
* * * * *
6. Mas ¿si volviese?
¿Si un día la puerta cediera ante la voluntad del retorno y Ella se
presentara en sombras, contraluz de un tiempo deslumbrante? ¿Si,
inesperada y silente, despertara mi sueño?
¿Si viniera a inquietar mi apetito antiguo ya ofrecerme restaurar los
días iguales vividos por serle imposible brindármelos
diferentes?
Encontrarme de nuevo en el comienzo y en el fin, frente a la cruel
alternativa: con Ella, aburrido, o sin Ella, incompleto.
Como si el vacío y la angustia fuesen inevitables presencias lógicas.
Tener que aburguesar la angustia y sujetarla a horarios. Perderme y
encontrarme otra vez tan perdido con Ella y por Ella,
ambos desconcertados que ya no somos lo mismo ni Ella ni yo ni ambos...
¿Si volviese? me digo... y callo.
Que tal como me comporto hoy que me acosan recuerdo y ausencias,
que soy centro y blancode un doble destino,
echando de menos una doble circunstancia disímil antecedente, inútil
pretender puertas, que se me entregan cerradas,
suprimidas llaves y hendijas.
Estoy circunscrito, atado. No porque tenga razones de clausura sino
porque sobran motivos para temer la libertad:
la de juicio, la de acción y movimiento; la de amor.
Cada una, persiguiéndola, me ha sometido.
Por todo esto olvido y repito lo ya dich0: si volviese?
No me queda un cuarto libre. Estoy repleto de mis trastos y mis
cosas. Ofrecerle ese vacío llamándola a llenarlo.
Proponer eriales a quien imploro como agua de mi sed.
Y entre
aquello y lo de allá, ni entusiasta ni sosegado, trato de que se me
enseñe el itinerario de mi angustia y acabo por convencerme que no es
Ella, ni soy Yo sin Ella, o con Ella. Pues soy Yo solo, irreductible a
la entrada de alguien más.
Doliéndome. Hastiado antes de nada y, después de todo, inconforme,
indeciso, insatisfecho.
¿Si volviese?... ¡que nunca estuvo, ni es ni estará! Nos mintió el
desierto y perecimos con la fuente en los ojos.
Y si entonces no fue Ella, aun cuando volviese no lo sería...
Llegaría y me encontraría lejos. Más allá de antes: cuando
presentido, y, tal como entonces, Yo, nacido para nadie.
Con mi propia vegetación inadaptable a otros climas, mis aguas mías y
mis íntimos cielos, y andando hacia mi muerte
como Ella hacia la suya.
II. Retorno1. Hay una
guillotina implacable que ha suspendido la vida, dividiéndola. Y la vida
en pedazos, está destrozada y dispersa. ¿Rehacerla? Dejé de ser. Punto
aparte.
Mas, queda incrustado en el instante actual un sinnúmero de briznas
vitales, como raíces tan tenaces: paisajes de álamos,
mujeres, lágrimas, razones del alma y del juicio, las familias del
hábito y aquellas extrañas de todos los días de siete años.
Y los rostros, como arquitecturas, definitivos. La miel del pan y
del crepúsculo. El gusto del habla que nos despierta
o que nos duerme, manjar del lenguaje para delicia del sueño y la
vigilia.
Herrumbre asida y prolongada en la piel del hierro, la he cultivado
y favorecido. Musgos se ciñeron a mi vida sin intención precisa de
arrasamiento. Son plantas saludables las adheridas a la base del
recuerdo.* * * * *2.
Del tiempo repartido al tiempo uniforme circula la sangre de los días, y
hay concierto y
consonancia en este entrevero de sistemas: el boj persiste en tierras de
la orquídea; alientos góticos modelan el oro
de mis templos; y encuentro dulzura en el seno de la amada lejana o
presente. Sé que es posible confundir la seda y el ardor
de los antípodas. Ambos donaron su excelencia al capricho de mi mano y
de mi audacia.
Mi fuga fue de un anhelo a otro anhelo. De la encina y la lógica al
ágape y al amor sin puertas.
¿De qué lado me inclinará la cuerda? Me mata el equilibrio que he
perdido y quisiera segregarme en dos personas.
Una voz ajena, de ultramar, me persigue: mensaje de niebla, Angel
en movimiento, saeta retardada por mi prisa, que me alcanza.
* * * * *
3. El mar,
pero el mar bíblico, trató de impedir el corte de mi vida. Golpeó al
barco y a la dársenay dejó un muelle con sal
de llanto y de ola, peces temblorosos y otros habitantes expatriados.
Como a ellos, el destino me amenazó sus distancias.
La nave voló, sumisa a los brandales, en busca de bahías. Mi sed se
nutrió de búcaros y salitre.
Medio mar, sin barcos, con mundos presumidos y escalas vencidas o
que esperan: he aquí la medida exacta de mi viaje.
Medio mar: flor de acanto entre mis manos y buganvillas en el sueño;
carbón de castañas y de usinas en mis labios sedientos
de caña y de guajira. Sol de invierno, sol de la noche larga que aún no
encuentra sus cocuyos.
En medio mar me enlazaron los litorales, ambos, llamándome a un
puerto de su antojo. Hubo en las jarcias más tiempo
que el vivido, y me vencí entero al opuesto cargamento: de allá y de acá
me gritaron los instantes. Arranqué mi última garra
al pasado y floté sobre lo incierto hasta que la voluntad de la nave me
avisó el color de le tierra de origen.
* * * * *4. Era
absurdo, mas necesario, arrancarme un brazo y asirme mutilado a otra
ribera. Anclado ya, siento un suelo en tremedal sobre el que marcho con
los pies de la memoria. Entre mira y blanco describo mi propia
trayectoria y la de todos en este mundo nuevo...
Vengo del árbol. Voy al retoño. Traigo espigas entre mis dedos.
Dejo al abuelo y muerdo el vientre que prohija.
Tanta ola no me arregló nada y hay dos lamentos que buscan mi presencia.
Ni la encina ni el ceibo son capaces de entregarme
una imparcial alternativa. Se me quedó una mano en el bolsillo que he
dejado. Dolor vigente, suspendido entre dos labios.
Nube que se pertenece tanto a la tierra como al horizonte.
* * * * *
5.
Hablaba de una cuerda directora de mis actos, en la que el alma en vilo
aceptaba el riesgo; y de yacer entrelazadas
las partes, en un lecho hueco, mezcladas en un mismo anhelo las dos
garras, solas en medio del dolor que fermenta cada una.
Abrí la puerta y miré. Estaba erguida la costa de ultramar, atenta la
solicitud. Acepté el tránsito, el desequilibrio y la falta. Consecuencia
de dos muertes, avancé hacia la nueva vida. La llaga quedó en medio, ¿en
el tronco intacto y en el viento
que azotaba los costados.
El retorno clausuró sus objetivos y consumó el proceso: la doble
cuerda unida por el cuerpo en suspenso; el alma ahíta...;
el empeño por ser para ambos cabos igual voluntad; la fuerza y el
contragolpe tímidos, sin vencerse.
* * * * *
6.
Salté a tierra para vengar la distancia, para medir la edad de la
distancia. Pedí agua al primer pozo y me supo a agua
conocida. El reflejo no alteró en nada mi semblante. Me acosté en la
arena y analicé todos los confines del horizonte:
me eran familiares. Ni el cirro ni el azul me rechazaron y entonces
comprendí que estaba en casa propia. El cerebro,
en aire amigo, corrió a sus anchas: trató de conciliar las dos verdades,
los dos idiomas. Sin hacer escombros del pasado
y requiriendo sus rezagos para fundirlos a la cal de ahora, hice una
nación de dos afectos.
No me convino morder la almendra de la tierra baja por mucho
tiempo. Quise salir ileso, sin que la hoja del trópico estropee
mi mirar tranquilo. Y subir a la meseta recostada en un desván de los
Andes. Los rebaños me guiaron en el páramo. Su dueño,
el indio, reposaba junto al risco sin hablarme y reprochándome mi color
y mi sonrisa. Todo entero el horizonte se le entraba
por los ojos como cosa de su dominio. Las manos abarcaban maizales y
ganados. A esa altitud, el mundo le pertenecía
por derecho de paciencia, por el frío que azotaba sus cachetes sin barba
y por el légamo y el humus engastados en las uñas.
En cuclillas, su perfil bosquejaba la montaña a pesar de los saldos de
violencia que la tierra permitía a los picachos. Me advirtió
que en la sierra era extraño el adjetivo y que había que adaptarse a la
frase sin rodeos. La lección fue de provecho
y la he aprendido.
* * * * *7.
Y estoy aquí, de vuelta a las horas terminantes. Los lapsos de sueño han
caducado. Me he situado en la base de los actos,
una vez agotada la razón del tránsito. Retorno a las costumbres
arraigadas y debo olvidar por un instante sorpresas de trayectos.
Estoy como si nada. Me andan los pies tan naturalmente que ni me
canso. Y la vista, las ideas, las horas. Parece como si no hubiese
partido. Como si siempre hubiera habitado en estas calles. No temo a la
montaña. El horizonte no me depende ya de ella sino que se me ha entrado
profundamente para adentro. Miro adentro y la vista se me pierde, sin
obstáculos.
¡Qué segura amplitud he adquirido!
Esto, exactamente esto: la página blanca se presenta en su nitidez
para reclamar la acción de mi voluntad. El papel limpio guarda su
secreto. Debo violar ese espejo de la idea y extraer el mosto de la
novedad que correrá abundante y jugoso. Porque el sol
me entrega una mañana apta para el camino. Y el camino se abre.
Se trata, pues, de horizonte adentro. De mirarme porque no necesito
el color de afuera. De marchar por ese amplísimo destino
que desconozco: mi propio destino.
III. La voz1.
Había entregado su noche a una calle. Propietario sin títulos del aire y
las ventanas y de la ilusión que corre discretamente
una persiana. Calle con baches y otros motivos de tropiezo. Detenida en
el silencio, en el beso enmudecido, en el farol alrededor
del que revolotean insectos efímeros, en el grito del celofán hollado
por el caminante. Curvada, como las rutas de los hombres. Angosta
-habitación del eco-.
Pocos árboles quedaban, restos de voluntad de la tierra. Agua que
no habla, la de la fuente de peces mudos. Y el resto, ciudad: pavimento
sin protesta bajo la rueda, pájaros que huyen.
Debió sofocarse de ruido su aliento campesino, cofre de horizontes,
raíces y trigales. Su paso anhelante tejía vaivenes de tantos
pensamientos nacidos de la monotonía urbana.
Ya el espacio lo había definido por la marcha que huía de la risa,
por la persistencia ausente de los ojos, por la charla que sostenía con
la sombra y que a veces sorprendió a los niños. Sombra escapada por
instantes, mutilada en las aceras, torcida en sobresaltos ante el ruido
súbito.
En una esquina, ajeno a cosas inesperadas, quiso ampararse de una
ternura. La persiguió, y como huía, gritó. Mas la voz le rodó
íntegramente por el cuerpo, le atravesó las manos, se desprendió hasta
el suelo y allí, los otros, la pisotearon, la empujaron, la alejaron.
Quedó sin voz y sin ternura. Consumió de rodillas su impaciencia y sus
instantes. Fue en vano. Un cordón de ecos le anunció la distancia cada
vez más cierta por culpa de la gente. Muchedumbre ladrona de la voz...
la detestaba. ¡Ciudad! Estaba de tránsito y ahora debía permanecer en la
ciudad. Intolerable suplicio que le negaba la esperanza de arribar
al puerto de su destino: el de la idea.
Tengo sed, y nadie me habla ni puedo hablar con nadie!
Habló, pues, a solas -forma suya de silencio-. Palabra sin
pendientes, sin abismos, atada al gesto. Trató de buscar la voz que
había perdido, voz de soledad, su amiga y aire, su ruta hacia el puerto
perseguido.
-Allá llegaré por sobre todo, sin brújulas ni norte y contra la
noche. Marino o nave según la voluntad del llanto. Nunca el fin antes de
hora, ni el labio trunco de otro labio. Tocaré la sonrisa. Encontraré el
ángulo y la forma que me convengan. Recobraré la voz...
Tanto pasar, transitar, preguntar por algo ajeno en adelante. Y
todo al querer avanzar engañado por la ruta o al labrar bordes de un
deseo que ni trae ni lleva. ¿Intentar un murmullo fijo, una voz ajena?
Imposible. Voz de soledad, quiso asirse de ella y amarla por amar
algo, lejos del puerto de la idea.
* * * * *
2.
Comenzaba a definirse el perfil de la tarde. En bocanadas de humo fugaba
la ciudad y le nacían ojos inútiles. Muerte en el suburbio y en la
calle. Ciudad ensayo de morada del silencio y defunción de la luz -la
luz de la luna no lo es; es sueño de luz, y por eso el alba la sorprende
y hace de ella una mancha más del horizonte.
El ruido de la noche fustigó los lares de su calma con
impertinencia apenas perceptible. Se aproximó al más absurdo antojo de
quietud porque presentía la llegada de algo, ritmo marcado y cierto de
innumerables brisas, sonsonete del grito de antes de la vida, grito
previo y fatal.
Se paseó en sus penas para agotarlas y no encontró salidas ni
espacios en la sombra. Pidió noches y gestos a la noche... y murió de
esperarlos. Más, cuando abrió sus cofres, lavó las sombras y se puso
Angel en su piel de carne, la noche, discretamente, se unió a él,
presencia fingida, casi junto a él. Y él, sin saberlo, perdido en la
búsqueda y en la angustia, optó por un gesto de ave entumecida. Su
voluntad Se quebró entonces en medio de los ojos y miró largamente a
nada.
* * * * *3.
Cierta memoria de las cosas que fueron le devolvió a la luz. Lo de la
víspera se confundió en la niebla. El cielo amaneció
zarco. Ensayó la plegaria. Se sentía inútil con sus manos, su pena y su
silencio, retazos de alma que nadie podía ya zurcirlos.
-Amo esta mañana como a mi viejo cofre. Mucho fue vivir con las
ventanas abiertas y tener un paisaje a domicilio: paisaje de sonidos a
donde tal vez habrá retornado mi voz perdida. Me azota la memoria un
sabor de fuente, un eco de beso y una rosa. Y en la fuente la vida se
humedece. Y en el beso el secreto se prolonga. Y en la rosa espero mis
palabras...
¡Si la voz hubiera renacido en la plegaria o si al menos pudiesen
escucharle la mirada! La mirada, alma y sustancia del grito en el
mejor silencio, cuerpo del grito, transparencia. Torrentes y arrullo en
el secreto de la pupila.
* * * * *
4.
Quiso, pues, gritar, huir. Precedió a la fuga la violenta desazón del
grito que huía del silencio de la fuga. Grito sin voz, como que llamaba
desde siempre la nueva realidad de un gran silencio. La almeja en el
oído no le traía ya mar ni sabor de yodo. La piedra rodaba entre las
piedras como arena El cauce abría su muda geografía.
La sal del llanto nacía sin gemidos. Era muerte de la voz, apogeo del
gesto en un mundo de silencios: puertas canceladas, muros para hiedras,
llaves sin objeto, aventuras del tiempo de la infancia, duendes del
cuento entre los zarzales. Un mundo de silencios coreaba el grito
enmudecido: proyectos de viaje, seda de las sienes sembrada para el
tacto, comba del paladar y gustos de saliva de una noche con alguien; y
el resto, sabido y cotidiano.
El grito perseguía a la razón de la fuga y en medio hablaba un eco
cierto: el de nadie.
Si por lo menos supiera definir su muerte o limitar la vida. ¿Cuál
era el sendero y cuál la encrucijada ? ¿En qué se diferenciaban
borde y abismo, grito y silencio?
-Quién vendrá junto a mí en la brega, en la tierra que he de
romper, en el surco -vientre preparado a tantas siembras-. Un Angel, una
caricia, no nacieron en la noche pavorosa Muchos
sueños se cortaron. Mueren niños. En la calle de mi vida van verbenas,
funerales, árboles secos, fuentes. En la calle de mi muerte surge el
cielo, postergado. Quién va a escucharme... Quién va a hablarme...
De la noche de los sueños queda la resaca de un mar muerto en su orilla.
Perdí timón cuando el cierzo arrancó a mi impertinencia su raíz y
la abandonó. Nada creció de mi esfuerzo. Nada surtió de tanta fuente y
en un lugar de ayer mi voz se ha extraviado sin mueca ni huella.
Y así continuó por el alma de la urbe y entró en ella. Anduvo sin
ver ni oír, como si se extrajera de la ruta señalada y explorara
sorpresas y caídas. Sus ojos se adherían al recuerdo y hollaban
pensamientos, sonidos y colores que ya no le pertenecían.
El alma de la ciudad vino compasiva y penetró en él a escondidas.
Pretendía nacerle de nuevo, crepúsculo de diferente tarde,
raíz íntima y distinta, tallo urbano sin forma de otro tallo.
Cambiaron almas la ciudad y él. Quisieron transformarlas, mas fue
inútil porque eran ya idénticas. Y quedaron las mismas, aunque
despojadas, almas forasteras luego del cambio, con algo más de angustia.
Y él debió seguir sin ver, sin oír, sin voz ni grito.
Pereció así, perdida la voz, no destruida. Huída y herida la voz,
raíz en sangre del grito. Fue muerte silenciosa, de todos los
días, sin signos luctuosos. Muerte en los ojos, en la flor, en el paso;
preparada, elaborada y latente, de esas que duelen sin doler, lo mató.
Falleció el poeta en ese hombre y el hombre ha quedado allí, en medio de
la ciudad, sin voz, y como si inquiriera la forma y la manera de su peso
y de su espacio.
En el último instante, el hombre creía seguir viviendo, pues aún
sentía la arteria y palpaba la memoria de la vida feneciente. Sospechaba
que vivía -añorábase brizna de espíritu y objeto de mirada-. Ahora ya
nada dice. Ya ni la duda en la arteria, máquina de su flamante muerte,
ni el tacto del canto pretérito. Es muerte total, irrevocable,
irreparable en el hombre aquél que funciona, que circula, que ha
extraviado sus lágrimas y, al perder mortalmente la voz, ha aniquilado
al canto y al poeta.
IV. Relente1. Transito por mi vía, vereda
que me lleva hacia un único mundo, el de mi adentro.
Recodos y tropiezos pervierten la intención, la lastiman y causan
sus caídas. Pero llego y acontece la idea al día.
En el tráfago cruza a la contradicción, se engaña y desengaña.
La brisa tempera sus sudores. Pañuelo de viento perdido en el
viento: la brisa se lleva tan bien con la idea. Toca lo esencial,
acaricia el punto, precisa el número. Sin violencias, llega y
previene de su presencia; llega y no requiere impulso. Se da, subsiste
y dura una eternidad de vida exacta.
* * * * *2. Y si digo que la pienso,
que está en la materia de mis actos, comprendo mi cadena. Nadie mencionó
el color del tiempo.
Pero es tiempo esclavo el del amor. Instrumento de mensura, me ha
señalado la superficie del amor pensado, medida de mí mismo.
Nació la idea de Ella. Como brisa, alentó la atención. Envolvió sin
ruido la marcha de los actos. Dibujó la forma del futuro
y ya no pude expulsarme a otra mente.
* * * * *
3. Tú, en la tela de
música, buscas una voz y lastimas al tiempo para exigirle eso: tu nombre
mismo en boca de Angel. Hace mucho no existías porque nadie te llamaba o
porque lo hacían sin razón de amor. Tal vez por esa costumbre que se
instala a veces en nuestros caminos de nombrar el agua sin gritarla o de
mirar la aurora sin interrogarla, otros dijeron tu nombre, coincidieron
con el nombre sin palparlo y sin sorpresas.
Yo llegué y aspiré. Porque te presentía; porque un sin número de
brisas me advirtió que podíamos pronunciar nuestro destino
en un solo eco.
Ni la cítara fue tan acorde en manos del juglar. Ni la nube tan
muelle para la voz del Angel.
Angel sin tropiezo y sin congoja, se ha aferrado a mí tu silencio
de hoja caída, de mirada de mujer.
* * * * *
4. Aflora
a tu piel el tacto del esmeril y se amusga tu axila para mayor fasto de
la noche que, sin aspavientos, se asoma a las pestañas. Ciñes brazaletes
de oro viejo, metal del alma.
Me pides que despierte a la vendimia. La mañana me encuentra sin
defensa. Tengo un miedo de aguas calmas, ajeno al correntío. Me entregas
un amor de alga.
Te había ofrecido alfalfares, frutas. cereales, viento y lluvia. Te
he de amar sin ataduras, sin párpados, desvestido. Cuerpo en
carne y alma en vilo.
Al comienzo hay abundancia de alicientes. Tal blandura facilita el
correr del tiempo. Ajena a la calera y al yermo, te yergues en tu tallo
de libélula mientras mi angustia no logra ni siquiera desmayar su
intento.
El alba huele a toronjil. En la noche añoraba la alhucema. Pero es
olor vegetal el de tu amor.
Olor en que se place aguaitar la salamandra. Olor que persigue la
tarántula con sus ojos de obsidiana. Olor vegetal de espera y de retoño.
Olor de noche de amor que sobrelleva instantes hasta el júbilo de
la mañana.
* * * * *
5. Que te
vuelvas nada o casi nada para que no arda el rayo en tu horizonte.
Estar en ti, contigo, es infinito estar, tal es tu fuerza de amor.
Irme de ti, si ya no puedo más ir, llegado como estoy a mi
frontera.
El límite prevé o está previsto. Mas yo sobrepasé la puerta, estoy
exento de nuevo querer, tanto he querido. Te he querido y ese pasado
traspasa el presente, hasta la negación.
Irme de ti, dejar tu Angel y morir de sed sin tiempo de retorno,
sin borde de esperanza. Agua traediza, me vino una edad contigo que
embalsé en mis campos, que acanalé en mis huertos.
Qué regosto comparable al recuerdo de tu vena de agua. Tu presencia
recaló mis secanos tornándolos fértiles. Generosa, llevaste los cauces
de tu empeño hasta mi sed; fuiste fomento y azacán de mis tierras.
Si vino flor fue por tu gracia y ella vivió ya sin edades, flor sin
tiempo.
Aun cuando te vuelvas aire, abrazaré la atmósfera con la cuenca de
mi mano y quemaré sin llanto mi audacia. Tal es tu fuerza de amor, flor
de agua y fruto de torrente. -Y en ambos, pura la intención de correr,
de ser sin más, desposeída.
Baya o espiga, nuez o pezón, a tu fruto lo vi en cierne. Y me harté
cuando reventó el gajo y se abrieron de hinchazón los escueznos.
Esencia propia y preservada, fuego y agua que andan sin vencerse.
Ambos elementos y yo, cercano, para amarte.
Irme de ti, total querer, hacia mi nada...
* * * * *6. Las
manos, como súplica, palpan el reflejo, enorme lágrima caída de la nube.
Hay días con zumbido de nada y noches en que se lee el tiempo, en que
hendijas de luz arriban a la frente, que las huye por motivos que tan
sólo la muerte sabe: gris del hábito, trazado por huellas similares,
vacío de veredas.
Crin de potros de viento, formas de humo, tempestades aún tiernas,
os aguardo a un costado de la vida. Que las nubes, entonces, como manos,
se unan, alto gris. Para amar la flor, fomento eriales, tierra gris. Y
nado en tolvaneras que me ciegan y me impulsan. Mi camino quiere lluvia
y amor en lluvia.
* * * * *7. Mas, ¿dónde dejé lo
esencial -prescindencia de pasión, palabra pura clarividencia- ? Entré
en nueva claridad, flor de relente.
Tú me diste la mesura de mí mismo: amor pensado, oasis sin olvido
del desierto, con desierto presente y tangible. Lluvias me nazcan en mi
sed. Soles mitiguen el exceso. Y tú y yo pongamos la simiente del verbo
por venir, flor sin flor, fruto de amor y de idea.