"Las dunas de su cuerpo y esas manos
que la luz difumina en el papel..."
"Music becomes her"
E. Arbe
Reseña biografica
Poeta
español nacido en Valencia en 1951.
Doctor en Filología Clásica por
la Universidad de Salamanca, fue becado por la Fundación Juan March,
ampliando
sus estudios en la Universidad de Tübingen. Trabajó luego como
investigador contratado en el Departamento
de Lingüística de la
Universidad de Colonia. De 1976 a 1982 fue profesor de
Filología Latina en las
Universidades
de Salamanca y de Alcalá de Henares. En 1983 obtuvo la
cátedra de Filología Latina de la Universidad de Laguna,
de Tenerife. Ese mismo año fue nombrado Director del Instituto español
de Cultura en Viena y Agregado Cultural
en la Embajada de España en Austria.
Catedrático Honorario de la
Universidad de Viena, ha impartido clases en las universidades de
Graz, Salzburg,
Madison-Wiscosin, Bérgamo, Berna y St. Gallen. Actualmente es
Catedrático de Filología Latina de la Universidad de
Valencia.
En 1973 obtuvo el Premio Ocnos, en 1983, el Premio de
la Crítica y en 1989 el Premio Internacional Loewe de poesia.
Ganó además la 1ª edición del Premio Generación del 27.
De
sus libros de poesia se destacan, entre otros: «Canon»1973, «Alegoría»
1977, «Música de Agua» 1983,
«Poemas al revés» 1987, «La Realidad y el Lenguaje» 1989, «Semáforos,
Semáforos» 1990, e «Himnos tardíos» en 1990. ©
Acis y Galatea
Biografia
Canción de los espías
cultos...
Comisión de servicios
Convento de las dueñas
Daimon Atopon
El corazón del agua
Himno a Venus
Interiores
La tierra de la noche
Mayo del 68
Metamorfosis
Música de agua
Naturaleza
Parábola de este mismo
lugar
Ritornello
Semáforos... semáforos
Silencio
Sin
Variación barroca
sobre un tema de Lucrecio
Acis y Galatea
Ese cuerpo labrado como plata,
ese oro, esa
túnica, esa piel,
ese color que tiñe la escarlata
corola del
pistilo de un clavel;
ese cielo de cárdenos espacios,
esa carne que tiembla en el
vaivén
de las rodillas y de los topacios
nos dicen que este cuadro
es de Poussin.
El resplandor del sol en los minutos
del gris del agua sobre el
gouache del gres,
el césped de corales diminutos
que puntean las
puntas de sus pies;
el placer de los vicios absolutos,
el maquillado estambre, el
cascabel
de sus tacones, los ojos resolutos
disueltos en vidrieras
de bisel;
las dunas de su cuerpo y esas manos
que la luz difumina en el
papel
de este poema dicen que eran vanos
ese oro, esa túnica, esa
piel.
La chica que los mira aquí a mi lado
es más real que el lienzo y
que el pincel:
hace un gesto de geisha emocionado,
más certero,
más cierto, más rimado
de rimmel que la estrofa del clavel.
El cuadro del museo que miramos
no está en la sala, ni en el
Louvre, ni en
la Tate Gallery, el Ermitage o Samos,
y no es -ni
por asomo- de Poussin.
El cuadro del museo que miramos,
Acis y Galatea, ella y
él,
somos nosotros mismos mientras vamos
-ojo, labio, boca,
lengua, mano-
sobre la carne del amor humano
ensortijando flores,
cuerpos, ramos
de un verano mejor que el del pincel.
De "Semáforos,
semáforos" 1990
Biografia
Mi ayer son algas de pasión,
luces de espuma.
Y una arena
insaciable que devora
los cuerpos submarinos.
Un cielo blando
donde beben
las palomas sin rumbo del estío.
De "Biografia sola"
1971
Canción de los espías cultos en el
momento de envejecer
Mi vida a cambio de dos o tres cerillas.
Mi vida a cambio de
sorbos de cognac.
Mi vida a cambio de dos o tres colillas.
Mi vida
a cambio de este cul-de-sac.
Mi vida a cambio de litros de bencina.
Mi vida a cambio del cónico coral.
Mi vida a cambio del tul de
muselina.
Mi vida a cambio de códices de cal.
Mi vida a cambio de
luces opalinas.
Mi vida a cambio del cúfico cristal.
Mi vida a
cambio de sienes serpentinas.
Mi vida a cambio del fuego en un
portal.
Mi vida a cambio de túneles de mina.
Mi vida a cambio de
cámaras de gas.
Mi vida a cambio del zinc de una bocina.
Mi vida a
cambio del dado de este as.
Mi vida a cambio de nieve derretida.
Mi vida a cambio del ritmo de un compás.
Mi vida a cambio de carne
atardecida.
Mi vida a cambio del cine al que tú vas.
Mi vida es
esta cifra de la vida.
Mi vida es esta clave y este imán.
Mi vida
es la pistola y es la herida
abierta por la ley de un alacrán.
Mi
vida es recorrer las avenidas,
pasar por las fronteras como sal
disuelta en las mareas y crecidas
sin que una gota sienta el
temporal.
Mi vida es un andar por las esquinas
y en los pasos de
cebra atravesar
un semáforo rojo entre bocinas
y uno a uno los
coches sortear.
Mi vida son el metro y el tranvía,
y el avión y el
tren y el huracán:
son el paso a nivel sin guardavía
y el lapilli que lanza su
volcán.
Mi vida es la partida de la luna
al póker de las lenguas y
el disfraz
de todas las vocales y de alguna
consonante compuesta
por el caz
de la garganta y de la galante
fonemática suma
artificial
que los peligros ponen cimbreante
como un tallo de tersura
vegetal.
Mi vida de después es la de antes.
Mi vida son el mapa, el
telefax,
el télex, la pistola y el vibrante
telegrama enviado por
las FAS.
Ahora que no haya nadie aquí delante,
ahora que me hago viejo
nada más,
quiero tallar aquí como un diamante
este informe unívoco
y cambiante
cifrado en una copa de cognac.
El parte de mi vida sí
con arte.
El arte de mi vida en el compás
del tiempo que me parte
cuando parte
de mi vida en el dado no es el as.
Mi vida es la
película de Marte
que ponen en el cine al que tú vas.
Mi vida es
el punto del que parte
la ácida nada que deja el aguarrás.
Hoy quiero recordar sólo el diamante.
Hoy quiero recordar sólo el
final
de la mano que escribe con un guante
la plenitud total de
aquel instante
borrado por la aurora boreal.
Que sus manos me
digan el cuadrante;
el azimut, el cenit, el dial
del punto fijo e
inmóvil con que Dante
pintó el tiempo en forma de sextante
el
mismo día en que cumplió mi edad.
Quiero creer que soy aquel instante
que pintaba un poeta medieval.
Quiero creer que soy la consonante
estrofa de la aurora boreal.
Ahora que la sangre forma parte
de la bala que veo bajo el chal
y la camisa me tiñe con el arte
de la flor que se extiende por mi
ojal
quiero decir el mudo teorema
mi vida cifrada en el poema
del espía que expía su final.
De "Música de agua"
1983
Comisión de servicios
En la orilla del Sena sé y no sé
si el autobús me lleva o la ballena
de Jonás me conduce al Quai d'Orsay.
La arena de los mares suena,
suena.
Régates a Argenteuil de ClaudeMonet
se mueven en mis ojos y
la arena
que pinta en los desiertos Guillaumet:
Henri
Fantin-Latour hizo su Breda
de Rimbaud, de Verlaine. De Baudelaire
era el
foulard sonoro de la seda
que bordaba en el aire aquel
vaivén.
De todo aquel momento s6lo queda
lo que pienso sentado en
el andén
mientras el autobús me dice que sí queda
El Oro de sus cuerpos de Gauguin.
El oro de sus cuerpos en
la acera
son balandros que flotan en mi sien.
Son un mástil, las
velas, la carena,
los veloces tacones de sus pies.
Los veloces
tacones de sus pies
son las medias que suben, las caderas,
el
collar en el cuello, las hombreras
con el bolso en el brazo como
bies.
En un escaparate reverbera
una figura que es y que no es
o de carne o de lienzo o de cera
o la Gala del pintor de Cadaqués.
He de tomar un autobús. Y un tren.
Y un avión. Y un barco, por el
Sena,
deja en el agua escrita la carena
de las quillas que pasan por mi
sien.
Soy el avión y el barco y soy el tren.
Soy esta sensación
que me encadena
con la cabeza llena, llena, llena
de imágenes y
ritmos en vaivén.
Para que entiendas todo tú también
te escribo
esta postal. Tú no la leas.
Has de venir aquí para que veas
con
tus ojos mis ojos: note creas
que esta postal lo dice todo bien.
Si lo dijera todo, toma el tren.
Y, si no dice nada, una primera.
Y, si te dice algo, una litera.
Y, te diga o no diga, ¡ven!, ¡ven!,
¡ven!
Cenaré en la Embajada con las damas
y no en Maxim's. Te
compraré Chanel.
No traigas camisones ni pijamas:
te cubriré de
tinta y de papel
Tengo en la mesa cinco telegramas,
dos despachos
urgentes y, en la piel,
resueltos todos los crucigramas
del
diluvio a la Torre de Babel.
Si me llamas, hazlo por la mañana
de
seis a siete, no de nueve a diez.
Estoy aquí al pie de la ventana
esperando el télex color grana
cifrado sobre el tacto de tu tez.
No me digas la clave: sé que emana
de la combinación del diorama
de música, de labios y de cama
con la carne inventada cada vez.
Como las letras, si, del anagrama
del saturnio que somos, ama, ama
estos signos que sobre las semanas
de tu cuerpo militan como grama
de mi vegetación sobre el cuartel
de la memoria, que tendrá sus canas
-tu cintura, tu zinc, tu cronograma-
en las olas de todas las mañanas
de la espuma que fui sobre tu piel.
Escrito por los días en las
granas
pestañas y pistilos y ventanas
de la vidriera virgen del
papel,
el oro de tu cuerpo se derrama
en tacto, en tinta, en
texto, en tez, en trama
sobre la lengua líquida que llama
con un
rumor de ríos y de rama
la basa, el plinto, el fuste, el capitel
del gótico jinete que reclama
la enseña y la divisa de su dama,
los colores, la cinta, la retama
para el torneo y justo redondel,
combinación de música y de cama
con ese delicado diorama
que, bajo
las enseñas de la grama,
gleichzeitig langsam und gleichzeitig schnell,
ejecuta
en nosotros -pentagramas,
hiperbólicas sumas, cronoramas-
el vidriado Bolero de Ravel.
El ministro firmó. Una llamada
dice que el protocolo es de chaqué.
Toma el avión y tráeme, planchada,
la camisa de seda y, RESERVADA,
manda por la valija, bien lacrada,
la chequera, la Visa y tu corsé.
Acaba de llegar un telegrama
que dice que decreta una semana
el
gobierno de fiesta. ¡Ven!, ¡ven, ¡ven!
El Oro de sus cuerpos es un falso
engendro tahitiano de
Gauguin.
El Oro de tu cuerpo -also, also!-
el oro de tu cuerpo y
tu vaivén,
tu ritmo de amazona y tu melena
abierta porel aire en
una E.
La arena de tus mares suena, suena.
Régates a Argenteuil de Claude Monet
se mueven en mis ojos y
la arena
que pinta en los desiertos Guillaumet.
Son un mástil, las
velas, la carena,
los balandros que flotan en mi sien.
Con los
ojos llenos de gasolina
y del vapor del Sena sé y no sé
si el
autobús me lleva o la ballena
de Jonás me conduce al Quaid'Orsay.
Navegaré al compás de la bolina,
grímpolas en los estayes izaré.
Por tu carne -como una golosina,
un circuito de nata, un canapé-
navegará mi lengua submarina
las escotas, las jarcias, el bauprés
en el
cock-tail de la carta marina
-entremeses, ahumados y
terrina,
Gänsleber, caviar, Cháteau Sauternes
y, de postre,
tarta de mandarina,
Peras Duquesa con hojaldre y miel
polvorones de almendra y
espumosa
Viuda servida en copa. Minué
para ti, mandarina de la China.
Para ti, mi Duquesa, este proel
ha trazado tu mapa turmalina
en la tenue tinta mortecina
de la luz
que le pone en la retina
el oro de tu cuerpo y de tu piel.
En esta
sala sola, sin salida,
donde la craquelada simetría
que veo
dibujada en el pincel
del oro de tu cuerpo y no en la guía
del
museo, ni en la idolatría
de los lejanos mares ni en Gauguin,
me
hacen saber que la soberanía
del territorio está en la monarquía
de la carne del cuerpo de la vida
y no en el bronce pensante de
Rodin.
En el agua del Sena a mediodía
los paquebotes abren una vía
a la que el tiempo pone un cascabel.
El sonido que huye deja herida
no tanto el aire como sí la vida,
no tanto el agua como sí la piel
de este caballo que se me desbrida
por el raíl de la melancolía
que en un ritmo de imágenes desvía
la cortina y la saca del riel.
Ese grisú de gas de cada día
es el que quiero hoy para el pincel:
no la nata montada ni la fría
ordenación de la caballería
en un
desfile militar. Plein air!
La dotación de mi artillería
no
dispara sus salvas, sino envía
la munición contra la batería
del
tiempo atrincherado en el cuartel
de la memoria y del mediodía
que
soy en este instante de mi vida
ante este cuadro. Junto al Quai
D'Orsay
quiero que sepas que no sé si sé
si el autobús me lleva o
la ballena
de Jonás me conduce. ¿Quién, cuál, qué
quedará en la
orilla junto al Sena:
si tú, si yo, si el barco o la sirena.
Pero
esto -sólo esto- sí lo sé:
tu ritmo de amazona, tu melena
abierta
por el aire en una E.
La arena de tus mares suena, suena.
La arena
de tus mares son los pies
que sostienen el ritmo del poema
con el
mismo fulgor de diadema
que las manos sostuvieron el pincel.
¿Qué
importa que Gauguin ya no lo vea,
si la imagen es centro de la idea
y, en la idea, respira aquel vaivén?
El oro de sus cuerpos en la
acera
es la inmovilidad de la tijera
que nos corta y recorta en el
andén.
Para inmovilizar esa sirena
que oigo en las márgenes del
Sena,
quiero el oro de tu cuerpo yo también.
Ya ves que todo es
una cadena
de símbolos, y suena, suena, suena
el codaste, la cofa,
la carena
de la turgente urgencia de tu piel.
En este mediodía
junto al Sena
la tijera que corta la cadena
me ha dejado escrita
en el papel
toda la carta que es este poema
y, en el aire, abierta
la melena,
tu nombre resumido en una E.
Tu nombre como una diadema
que destella en la ele de tu Ela
mientras no sé si viene o vuelve o
vuela
este tan kilométrico poema
pintado por un mástil sin su vela
en el agua del Sena en Quai D'Orsay.
Hazme caso: no quiero que lo
leas.
Has de venir aquí para que veas
con tus ojos mis ojos: no te
creas
que este poema lo dice todo bien.
Si lo dijera todo, toma el
tren.
Y, si no dice nada, una primera.
Y, si te dice algo, una
litera.
Y, te diga o no diga, ¡ven!, ¡ven, ¡ven!
Arroja al fuego
esta postal-poema.
Yo sé que mis jazmines en tu gema
son el mejor
salón que tiene el tren.
El tren es lo que corta la tijera.
Y el
oro de tu cuerpo en la acera,
la única razón para mi espera
sobre
el gres, gris de nieve, del andén.
Por eso, mientras vienes, mientras
llegas,
construyo este edificio, esta quimera
de palabras que
trazan la frontera
en el tiempo que soy sobre el papel
con la tinta de tantas noches
ciegas
de leer en tu cuerpo la primera
sombra de luz y página de
cera
del día que, en su día, vio Gauguin.
Sobre la margen gélida
del Sena,
tahitiana miniada, niña buena,
bailaremos sin fin un minué
antes de que la muerte -la tijera
que recorta las sombras en la acera-
nos deje sin la la vida y sin vaivén.
Antes de que te hagan
prisionera
los faros y la niebla y la fea
escala en el viaje a la
vejez;
antes de que seamos anagrama
del telegrama que fuimos una
vez;
antes de todo eso, ama, ama,
mandarina, duquesa, tú, mi dama,
este vagón que somos y este tren
que correrá por las mañanas granas,
por los años, los días, las semanas
y dejará, en las estaciones
canas,
grises gotas de grasa en el andén.
Grises gotas de grasa
dicen: «Ven, ven
por los años, los días, las semanas,
Por el coral
pezón de las mañanas
y el traqueteo zíngaro del tren».
Tiene la
luz vegetación de alas,
cromatismo de olas, hilos, balas
disparadas al aire. ¿Contra quién
nos herirán los aros de las horas,
los relojes de arena, las auroras
y el sonido del zinc en esta sien?
En esta sien donde una caracola
la sucesión del mar tiene, y de ola
que bate en nieve púrpura tu piel.
Tu piel y tu clavel y tu corola
que pinto sobre el lienzo solo, sola
mientras en la memoria la
moviola
del Danubio como una pianola
de címbricos corales en
vaivén
me deja en las esloras de las horas
las espuelas y espinas,
amapolas
del oro de tu cuerpo y de tu piel
en una floración del
rompeolas
de las bombas, fusiles y pistolas
que el tiempo pone
dentro de mi sien.
Contra esos misiles de las horas,
contra esos
proyectiles, el proel
que he sido por el mar de las auroras
de la
página, la tinta y el papel,
dispara hoy las cargas niqueladas,
los torpedos, obuses y granadas
que defienden tu carne cincelada,
el oro de tu cuerpo y la nevada
acuarela de líquenes pintada
que
dejaron mis días sobre él.
El Oro de sus cuerpos de Gauguin
se resume en una pincelada:
es el pigmento, el punto, la mirada
que inmoviliza el tiempo en el
pincel.
Como él, como tú y como cada
cuerpo que se termina y que
resbala
por la página que somos, el papel
de la vida devuelve,
bronceada,
la trayectoria roja de la bala
y el recorrido terso de
la piel
en fuego graneado que dispara
sobre la posición de nuestra
nada
la memoria -el único cuartel
que, dentro de la luz erosionada
por la ceniza del color, prepara
una ventana que no tiene dintel,
una coma conífera y un ala
donde la trayectoria de la bala
y el
recorrido terso de la piel
se articulan en una sola sala
que la
luz en instantes acristala
en un juego de espejos en vaivén,
donde
la coma se convierte en ala,
el ala en bala, y la bala en
la
munición que el tiempo nos dispara
en fuego graneado que no para
de recorrer el oro de la piel.
El oro de la piel no para; para
el
pintor, y la mano, y el pincel,
pero no la pintura ni el verano
ni
la música que es su carrusel.
Lo que detiene el tiempo de la mano,
lo que detiene el cuadro de Gauguin
es el aire que pasa por el vano
del instante que pasa por la piel.
La cordillera del amor humano
está sobre los límites del plano
que, en la aceleración de su
aeroplano,
nos inventa la carne cada vez.
El altímetro que mide lo
lejano
reduce al escorzo de este plano
la intensidad que fuimos
una vez.
Veo cúpulas de todos los veranos,
brújulas, hemisferios,
meridianos
escritos en el cuadro de Gauguin.
Y veo la distancia de mis
manos
y siento la distancia del vaivén.
El que yo fui tiene color
lejano,
ceniza encima, el cuerpo tatuado
por el color del oro de
tu piel.
Lo que el tiempo me deja entre las manos
es el color de
todos los veranos
en la
Gare Saint-Lazare de Claude Monet.
En la Gare
Saint-Lazare de Claude Monet
los colores resultan tan lejanos
como lo son también los meridianos,
los hem!sferios y las mismas
manos
en la distancia que divide al quien.
El quien es dividido
por lejanos
colores de veranos y de planos
que vemos reunirse en
el andén
un día del otoño cuando vamos
al museo del mundo y lo
miramos
como un viajero desde el tren
mira los puntos que le son
lejanos
e imagina los montes y los llanos
y entra en un túnel y
sale a un terraplén.
Así también nosotros nos quedamos
con el olor
de todos los veranos
disueltos en el oro de la piel
y tomamos
aviones, hidroplanos,
globos-sondas, cohetes y llegamos
no al
corazón de zinc de los veranos
disueltos en el oro de la piel,
sino al falaz y turbio mecanismo
que devuelve las balas de uno mismo
repetidas en salvas de papel,
en las que el frenesí de los seísmos
se queda convertido en solipsismo
de la emoción que abre los abismos
y nos deja a un lado del arcén.
Por eso digo que nosotros mismos
somos reflejos de los espejismos
como el poema lo es de este papel
de este papel que me condena al istmo
de la península de un silogismo
de imágenes y ritmos en vaivén.
La arena de sus mares suena, suena.
Régates a Argenteuil de Claude Monet
se mueven en mis ojos y
la arena
que pinta en los desiertos Guillaumet.
Son un mástil las
velas, la carena,
los balandros que flotan en mi sien.
En el agua
del Sena a mediodía
los paquebotes abren una vía
a la que el
tiempo pone un cascabel.
El sonido que huye deja herida
no tanto
el aire como sí la vida,
no tanto el agua como sí la piel
de este
caballo que se me desbrida
por el raíl de la melancolía
que, en un
ritmo de imágenes, desvía
la cortina, y la saca del riel.
Ahora
que soy aún mi todavía,
ahora que soy aún y que no sé
si el
autobús me lleva a la ballena
de Jonás me conduce al Quai d'Orsay;
ahora que soy aún el que te mira,
ahora que soy aún el que te ve,
ahora que todavía nos admira
El Oro de sus cuerpos de Gauguin;
ahora que aún ardemos en
la pira,
ahora que aún el vértigo es un bien,
ahora que la carne
aún delira,
imitemos al mundo en su vaivén.
Con el lujo de goces
de la China,
con El Oro de sus cuerpos de Gauguin
he trazado una mapa
turmalina
en la tenue tinta mortecina
de la luz que me pone en la
retina
el oro de tu cuerpo y de tu piel.
Los dioses griegos y
todos los latinos,
los de Acadia, Sumeria e Israel,
los hititas,
egipcios y triestinos,
y el Atlántico, donde mojas tus pies,
darán
su bendición a este poema
escrito en el estribo de la E
de tu
nombre, tu piel y tu melena
por el aire que suena, suena, suena
con imágenes y ritmos en vaiven
sobre la sucesión de la cadena
de
símbolos que pasan por el Sena
como cuchillas pasan por mi sien.
Como las quillas pasan por el quien,
así también el túnel nos espera
en la cartografía que encadena
gotas grises de grasa en el andén.
Gotas grises de grasa dicen «¡ven!, ¡ven!»
En carne o voz o página de
cera
quiero llegar hasta la noche ciega
que -mientras viene o va o
vuelve o llega-
nos salva del metal de la tijera
y nos lleva, en
tu gema, por el tren.
Para inmovilizar esa sirena
que oigo en las
márgenes del Sena
quiero el oro de tu cuerpo yo también.
El oro de
tu cuerpo es el tesoro
que bato cuando fundo, fijo, doro
el
territorio todo de tu piel.
En la orilla del Sena sé y no sé
si el
autobús me lleva o la ballena
de Jonás me conduce al Quai d'Orsily.
La arena de tus mares suena, suena.
Régates a Argenteuil de Claude Monet
se mueven en mis ojos y
la arena
que pinta en los desiertos Guillaumet.
Contra el tiempo
que hace este poema
contra el tiempo que hace que no es,
ante ti,
mandarina de la China,
ante ti, mi Duquesa, este proel
ha trazado
el mapa turmalina
en la navegación a la bolina
que disuelve la luz
y difumina
sobre el texto del tacto de tu piel
la visión que se me
rebobina
en la sesión de cine vespertina
con el lápiz de labios
más cruel.
Con los ojos llenos de gasolina
he leído el espacio:
una Menina
de Velázquez. Y el tiempo -coronel
de la muerte- me
dio, como propina,
el gimnosperma poema de tu piel.De
"Música de agua" 1983
Convento de las dueñas
A Federico Ordiñana
El oscuro silencio tallado sobre el tacto
golpea sin tocar la luz
de esta materia,
de esta altura perdida persiguiendo
la eternidad
donada a sus figuras.
Un sosiego perenne asciende hasta la música.
difumina los ecos
sonoros del espacio
y pulsa, impele, domeña, geometriza
la mágica
sorpresa del aire en surtidores.
Infiel al arbotante, a la jamba convexa,
al ritmo que la mano con
claridad impone,
deja un aliento verde para llegar al sueño,
al
éxtasis que crece desde la piedra en fuga.
Y queda un resplandor, una callada imagen,
un fragmento de tiempo
que impreciso se ahonda
y nunca más se ha sido: se está siendo
porque en su dimensión la forma dura.
De "Canon" 1973
Daimon Atopon
A Marifé y Pepe PieraI
Se te
puede buscar bajo un ciprés de espuma,
en los dedos del aire,
metálico del sueño,
en un volcán de pájaros incendiados de nieve
o
en las olas sin voz de los peces de plata.
Te ocultas en los ríos,
en las hojas de piedra,
en las lunas
heladas.
Vives tras de las venas,
al borde de los dientes,
invisible en la sangre, desnuda, de la aurora.
Te he visto muchas veces arder en los cristales,
saltar en las
pupilas,
consumirte en los ecos de un abismo innombrable.
Tu sombra me dio luz,
acarició mi frente,
se hizo cuerpo en mi
boca.
Y tu mirada quema, relámpago de hielo,
humo en las cejas,
lava.
II
Árbol de olvido, tú,
cuerpo incesante,
paloma suspendida sobre el
vértigo.
Hay una sal azul tras de tus cejas,
un mar de abierto
fuego en tus mejillas
y un tic-tac indecible que me lleva
hasta un
profundo dios hecho de espuma.
Y es otear el aire,
arañar el misterio,
acuchillar la sombra.
Y te voy descubriendo,
metálica mujer, entre el espino:
un
murmullo de sangre transparente
en el rostro perdido del silencio.III
Por
ti la luz asciende a mediodía,
arena prolongada hasta mis labios,
hilo de tierra ardiente y
presurosa
donde el espacio brota mas intenso.
Es un géiser de espuma,
de interrumpida lava,
de paloma incompleta
que multiplica el aire
en dimensión de voces.
Todo es música, nota, diapasón.
Hasta los cuerpos, en la nada,
suenan.
De "Canon" 1973
El corazón del agua
Remos, mareas, olas.
Un murmullo impreciso perpetúa
la oculta faz
del imposible aliento.
Una gota de sal disuelta llama
sobre un pecho pretérito
buscándote.
Un párpado de luces diminutas
donde tus dedos tocan el azogue.
Un latido oxidado que penetra
y lame y teje y corta claridades.Sólo
existir perdido
donde el agua
multiplica su rostro en otras ondas.De
"Canon" 1973
Himno a Venus
Amor bajo las jarcias de un velero,
amor en los jardines luminosos,
amor en los andenes peligrosos
y amor en los crepúsculos de enero.
Amor a treinta grados bajo cero,
amor en terciopelos procelosos,
amor en los expresos presurosos
y amor en los océanos de acero.
Amor en las cenizas de la noche,
amor en un combate de carmines,
amor en los asientos de algún coche,
amor en las butacas de los cines.
Amor, en las hebillas de tu
broche,
gimen gemas de jades y jazmines.
De "Semáforos,
semáforos" 1990
Interiores
I
En el tacto interior de esas gaviotas
hay un eco de sombras que
conduce
a una intemperie toda de cristal.
Lo que el aire levanta es su presencia
que, en un compás de
luces, se diluye
hacia una abierta y sola identidad.
¡Qué profundo interior éste del aire,
cuyas formas modulan su no
ser!
II
¿Qué puede al hombre cautivar, sino la música
que en la
quietud la arena en sí eterniza
y las olas tan sólo que a lo lejos
una a una, en su olvido, repite sin cesar?
Como su cuerpo son, también, de sombra
y entre su voz la sal es
lo que dura
y ese rumor del eco en transparencia
de quien no sabe
de otra eternidad.
¿Puede la música ser algo más que sombras
hechas a medida de una
idea,
talladas en cristal por el que olvida
que hace surgir un
dios de entre sus notas?
¿O lo que aquí llamamos música pudiera
muy bien llamarse el ala
de una duda
y el paraíso firme que sostienen
interiores columnas
de temblor?
De "Alegoría" 1977
La tierra de la noche
La noche te escribe,
te transcribe,
te inventa.
Así,
sobre el papel,
lienzo tan
sólo,
tiempo:
papel donde la noche
abriera sólo
la tierra de su efigie,
la figura,
el cuerpo del
que brotan
los invisibles signos.
La Tierra
de la noche
la Terra della Notte,
terracota o destino
o
escritura que inventa
lo distante de ti,
lo más allá de ti:
alfabeto nocturno de la nada.
Mayo del 68
La falda resbalaba
por el fucsia frambuesa
de sus medias. La lava,
por su tez de tigresa.
Nevaba, sí, nevaba
una canción francesa.
Por su boca marchaba
la armada japonesa.
Era París en mayo
Boticelli: la diosa
que surgía del tallo.
Cimabué. Cimarosa.
Libertad: aquel rayo
de pestaña furiosa.
Metamorfosis
Indivisible voz
de indivisibles gotas
el fuego llega a ti
en voz de agua.
Mármoles, musgos, líquenes
que fueron
tu memoria de entonces
en el agua.
Bajo formas de fuego
que son luz
las figuras del fuego
que son agua.
Música del agua
El espacio
-debajo del espacio-
es la forma del agua
en
Chantilly.
No tú, ni tu memoria.
Sólo el nombre
que tu lenguaje escribe
en tu silencio:
un idioma de agua
más allá de los signos.
De "Música de agua"
1983
Naturaleza
A José M a Guelbenzu
Y si, de pronto, tú, naturaleza,
entre pliegues de piedra me mirases
y no pudiera ser yo, sino
tu.música
en los mismos instantes que dura una verdad;
una verdad
que pasa por un cuerpo
abriéndole a los ojos todas sus superficies
para dejar de ser lo sido cada día,
para dejar de ser una verdad,
qué transparencia en la quietud del fondo.
De "Música de agua" 1983
Parábola de este mismo lugar
El que camina y va
y el que regresa
El que está en un lugar
y el que ha venido
El que está inmóvil
y aquel que no ha tornado
El que sólo
es el tiempo
de un espacio distinto
El que nunca es el tiempo
ni tampoco el lugar
El que es y
no es
el que será y ha sido
El que era agua
y ahora es sólo aire
El que era tierra
y ahora es sólo agua
El que era aire
y ahora es sólo tierra
Informan la materia
de este mismo lugar
donde el que es ya era
y el que será ya ha sido
porque son
la materia
de este mismo lugar.
Ritornello
Nada hay en mí, sino esos horizontes
que alguien dormido contempla
desde un mar:
desde otro mar, que acaso ya no existe.
De "Alegoría" 1977
Semáforos... Semáforos
a Pedro Laín Entralgo
La falda, los zapatos,
la blusa, la melena.
El cuello con
sus rizos.
El seno con su almena.
El neón de los cines
en su piel, en sus piernas.
Y en los
leves tobillos,
una luz violeta.
El claxon de los coches
se desangra por ella.
Anuncios
luminosos
ven fundirse sus letras.
Cuánta coma de rimmel
bajo sus cejas negras
taquigrafía el
aire
y el aire es una idea.
El cromo de las motos
gira a cámara lenta.
Destellos,
dioramas,
tacones, manos, medias.
Un solo parpadeo
y todo se acelera.
El carmIn es un punto
y
es un ruido la seda.
La falda, los zapatos,
la blusa, la melena
se han ido con la luz
verde que se la lleva.
En un paso de cebra
-la ví y dije: ¡ella!
Y todos los motores
me clavaron su espuela.
El semáforo dijo
hola y adiós. Y era
muy pronto para todo,
muy tarde para verla.
El ámbar me mordía
los ojos y las venas
y la calle tenía
resplandor de pantera.
En qué esquina de yodo
su mirada bucea.
En qué metro de níquel
o burbuja de menta.
Ningún libro me dice
ni quién es ni quién era.
Ni su nombre ni
el mío
intercambian fonemas.
Lloran los diccionarios,
lloran las azoteas
y dicto mis
mensajes
en una lengua muerta.
Ha llegado hasta junio
y estoy en las afueras.
La costura del
cielo
tiene blondas de niebla.
Las boquitas pintadas
dejan polvo de estrellas
en el borde de
un vaso
boreal de ginebra.
Escrito en cuneiforme
el perfil de sus ruedas
los taxis
amarillos
tatúan la alameda.
La noche me maquilla
con su breve tormenta
de bares y de
hoteles
sonámbulos que tiemblan.
Otoño de terrazas
vacías y de mesas,
de toldos recogidos
y
sillas genuflexas.
Los lápices de labios
con la aurora despiertan.
Los espejos
los miran
dibujar sus dos letras.
En un paso de cebra
la ví y dije: ¡ella!
y todos los motores
me clavaron su espuela.
Ésta es la misma calle.
Ésta, la misma acera.
Y la hora, la
misma.
Sólo ella no es ella.
La falda, los zapatos,
la blusa, la melena.
El cuello con sus
rizos.
El seno con su almena.
¿Y la coma de rimmel
bajo sus cejas negras?
El aire me grafía
aún su silüeta.
Esculpida en el ámbar
-de algún paso de cebra
fosforece su
piel,
fosforecen sus medias.
De "Semáforos,
semáforos" 1990
Silencio
Equilibrio de luz
en
el sosiego.
Mínima tromba.
Ensoñación. quietud.
Todo:
un
espacio sin voz
hacia lo hondo oculto.
De "Biografia sola"
1971
Sin
Sin signos.
Sin idioma.
Sin final.
Tal cual a ti
en ti
nada te cambia.
Lo anterior a tu
voz,
eso es el mundo.
De "Biografia sola" 1971
Variación barroca sobre un tema de Lucrecio
I
En una noche nos hacemos viejos
y, al despertar al mundo, la
mañana
en la luz del cristal de la ventana
nos clava, como
insultos, sus reflejos.
Los ojos en el agua son espejos
de la memoria llena de gris grana
y la palabra, para siempre cana,
nos deja sus acentos circunflejos.
En el lavabo de las horas lavo
el hollín de los días. Las semanas
dejan cal en el cuerpo; ladeada,
la sombra de los años; ignorada,
la inteligencia de las cosas vanas:
el grifo, el jabón, este lavabo.
II
El grifo, el
jabón, este lavabo
adelantan la ciencia soberana
del existir:
mirar por la ventana,
ver cuántas cosas cada día lavo.
Un resplandor de rayas, rojos lagos,
una copa, un libro, una
mañana
de otro rostro mirando en la ventana
el mismo gris de sus
contornos vagos
me hacen saber que acentos circunflejos,
auroras grises de los
días, granas
sombras inmovilizan los espejos;
que somos el rumor
de los reflejos
de las horas, los días, las semanas
y que una
noche nos hacemos viejos.