"...Duerme
ya, desnuda,
el sueño te viste mejor que una túnica"
"Sensualidad"
Alphonse Mucha
Reseña biografica
Poeta y
dramaturgo mexicano nacido en Ciudad de México en 1902.
Desde muy
joven mostró inclinación a la literatura. Inició sus estudios
profesionales en la Escuela de Jurisprudencia
y en la Facultad de Altos Estudios de la Universidad Nacional de México
donde se licenció en Filosofía y Letras.
Gracias a su amplia
trayectoria intelectual, mereció cargos importantes en el campo de la
diplomacia y la literatura,
tales como, Miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, del
Colegio Nacional, del Instituto de Francia
y de la
Academia del Mundo Latino. Doctor Honoris Causa de
varias universidades y representante diplomático de
su país en varios países europeos y americanos.
Su obra poética se
inició con «Fervor» en 1918, al que siguieron entre otros, «El corazón
delirante» 1922, «La casa»
en 1923, «Poemas» 1924, «Biombo» en 1925, «Destierro» en 1930,
«Cripta» en 1937, «Sonetos» en 1949, «Fronteras»
en 1954, «Sin tregua en» 1957, «Trébol de cuatro hojas» en 1958 y «Obra
poética» en 1967.
Obtuvo en 1966 el Premio Nacional de Letras.
Después de padecer una larga enfermedad, se quitó la vida en 1974. ©
Amor
Canción de las voces serenas
Carta
Civilización
Confianza
Final
Fuga
Invitación al viaje
La doble
Mujer
Música
Palimpsesto
Paz
Retrato
Ruptura
Sitio
Soledad
Tiempo
Túnel
Vaguedad
Verano
Voluntad
Sonetos:
Bajamar
Baño
Continuidad
Madrigal
Nocturno
Octubre
Orquídea
Regreso
Voz
Amor
Para escapar de ti
no
bastan ya peldaños,
túneles, aviones,
teléfonos o barcos.
Todo
lo que se va
con el hombre que escapa:
el silencio, la voz,
los
trenes y los años,
no sirve para huir
de este recinto exacto
-sin horas ni reloj,
sin ventanas ni cuadros-
que a todas partes
va
conmigo, cuando viajo.
Para escapar de ti
necesito un cansancio
nacido de ti misma:
una duda, un rencor,
la vergüenza de un llanto;
el miedo que me
dio
-por ejemplo- poner
sobre tu frágil nombre
la forma
impropia y dura
y brusca de mis labios...
Canción de las voces serenas
Se nos ha ido la tarde
en cantar una canción,
en perseguir una
nube
y en deshojar una flor.
Se nos ha ido la noche
en decir una oración,
en hablar con una
estrella
y en morir con una flor.
Y se nos irá la aurora
en volver a esa canción,
en perseguir
otra nube
y en deshojar otra flor.
Y se nos irá la vida
sin sentir otro rumor
que el del agua de
las horas
que se lleva el corazón...
Carta
Amada, en las palabras que te escribo
quisiera que encontraras el
color
de este pálido cielo pensativo
que estoy mirando, al
recordar tu amor.
Que sintieras que ya julio se acerca
-el oro está naciendo de la
mies-,
y escucharas zumbar ]a mosca terca
que oigo volar en el
calor del mes...
Y pensaras: "¡Qué año tan ardiente!",
"¡Cuánto sol en las
bardas!"... y, quizás,
que un suspiro cerrara blandamente
tus
ojos... nada más... ¿Para que más?
Civilización
Un hombre muere en mí siempre que un hombre
muere en cualquier lugar,
asesinado
por el miedo y la prisa de otros hombres.
Un hombre como yo; durante meses
en las entrañas de una madre
oculto;
nacido, como yo,
entre esperanzas y entre lágrimas,
y
-como yo- feliz de haber sufrido,
triste de haber gozado,
hecho de
sangre y sal y tiempo y sueño.
Un hombre que anheló ser más que un hombre
y que, de pronto, un
día comprendió
el valor que tendría la existencia
si todos cuantos
viven
fuesen, en realidad, hombres enhiestos,
capaces de legar sin
amargura
lo que todos dejamos
a los próximos hombres:
El amor,
las mujeres, los crepúsculos,
la luna, el mar, el sol, las
sementeras,
el frío de la piña rebanada
sobre el plato de laca de
un otoño,
el alba de unos ojos,
el litoral de una sonrisa
y, en
todo lo que viene y lo que pasa,
el ansia de encontrar
la
dimensión de una verdad completa.
Un hombre muere en mí siempre que en Asia,
o en la margen de un
río
de África o de América,
o en el jardín de una ciudad de
Europa,
una bala de hombre mata a un hombre.
Y su muerte deshace
todo lo que pensé haber levantado
en mí
sobre sillares permanentes:
La confianza en mis héroes,
mi afición
a callar bajo los pinos,
el orgullo que tuve de ser hombre
al oír
-en Platón- morir a Sócrates,
y hasta el sabor del agua, y hasta el
claro
júbilo de saber
que dos y dos son cuatro...
Porque de nuevo todo es puesto en
duda,
todo se interroga de nuevo
y deja mil preguntas sin
respuesta
en la hora en que el hombre
penetra -a mano armada-
en la vida indefensa de otros hombres.
Súbitamente arteras,
las
raíces del ser nos estrangulan.
Y nada está seguro de sí mismo
-ni en la semilla en germen,
ni
en la aurora la alondra,
ni en la roca el diamante,
ni en la
compacta oscuridad la estrella,
¡cuando hay hombres que amasan
el
pan de su victoria
con el polvo sangriento de otros hombres!
Confianza
Esta noche tu amor me
penetra
como llanto de lluvia en negrura,
o, más bien, ese ritmo
sin letra
que de un verso olvidado perdura;
y me torna profundo y
sencillo
como el oro del sol tamizado
que renueva, en hipnótico
brillo,
el barniz de algún cuadro apagado.
Final
Vuelves de andar a solas por la orilla de un río.
Estás llena de
música, como un árbol al viento.
Has dejado correr tu pensamiento
viendo en el agua el paso de una nube de estío...
Traes tejido al alma el olor de una rosa.
En lo blando del césped
te prolonga tu huella...
Has vivido ¡has vivido!... Y vas, como la
estrella,
a perderte en el mar de un alba silenciosa.
Fuga
¡Huyes, pero es de ti!
J. R. Jiménez
Huías... pero era en mí
y de ti quien huías.
¿Cómo? ¿Adónde? ¿Para
qué?
Por todo lo que es vial,
ascensor, tragaluz, puerto
para
fugarse del hombre
en el hombre: por la voz,
por el pulso, por el
sueño,
por los vértigos del cuerpo...
Por todo lo que la vida
ha puesto de catarata
-en el alma y en el alba-
huías... Pero era
en mí.
Invitación al viaje
Con las manos juntas,
en la tarde clara,
vámonos al bosque
de
la sien de plata.
Bajo los pinares,
junto a la cañada,
hay un agua limpia
que
hace limpia el alma.
Bajaremos juntos,
juntos a mirarla
y a mirarnos juntos
en
sus ondas rápidas...
Bajo el cielo de oro
hay en la montaña
una encina negra
que
hace negra el alma:
Subiremos juntos
a tocar sus ramas
y oler el perfume
de sus
mieles ásperas...
Otoño nos cita
con un son de flautas:
vamos a buscarlo
por
la tarde clara.
La doble
Era de noche tan rubia
como de día morena.
Cambiaba, a cada momento
de color y
de tristeza,
y en jugar a los reflejos
se le iba la existencia,
como al niño que, en el mar,
quiere pescar una estrella
y no la
puede tocar
porque su mano la quiebra.
De noche, cuando cantaba,
olía su cabellera
a luz, como un
despertar
de pájaros en la selva;
y si cantaba en el sol
se
hacía su voz tan lenta,
tan íntima, tan opaca,
que apenas
iluminaba
el sitio que, entre la hierba,
alumbra al amanecer
el
brillo de una luciérnaga.
¡Era de noche tan rubia
y de día tan morena!
Suspiraba sin razón
en lo mejor de las fiestas,
y puesta frente a
la dicha,
se equivocaba de puerta.
No se atrevía a escoger
entre el oro de la mies
y el oro de la
hoja seca,
y -tal vez por eso- no
supe jamás entenderla,
porque de noche era rubia
y de mañana morena...
Mujer
¿Qué palabras dormidas
en páginas de líricos compendios
-o al contrario, veloces,
azules,
verdes, blancas, recorriendo
los tubos de qué eléctricos letreros-
debo resucitar para expresarte,
cielo de un corazón que a nadie
aloja,
anuncio incomprensible,
mujer: adivinanza sin secreto?
Música
Amanecía tu voz
tan perezosa, tan blanda,
como si el día
anterior
hubiera
llovido sobre tu alma...
Era, primero, un temblor
confuso del corazón,
una duda de
poner
sobre los hielos del agua
el pie
desnudo de la palabra
Después,
iba quedando la flor
de la emoción, enredada
a los
hilos de la voz
con esos garfios de escarcha
que el sol
desfleca en cintillos de agua.
Y se apagaba y se iba
poniendo blanca,
hasta dejar traslucir,
como la luna del alba,
la luz
tenue de la madrugada.
Y se apagaba y se iba,
¡ay!, haciendo tan delgada.
Palimpsesto
A través de las frases
que dices, adivino las que callas
como,
bajo los versos
de un pergamino antiguo -mal borradas
por la mano
del monje
que para un jefe gótico miniara
en su blancura el trance
de un martirio-
aparecen de pronto,
a contraluz de un sueño,
las líneas de un colérico epigrama.
Paz
No nos diremos nada.
Cerraremos las puertas.
Deshojaremos rosas sobre el lecho vacío
y
besaré, en el hueco de tus manos abiertas,
la dulzura del mundo, que
se va, como un río...
Retrato
Tu amor es todo de ausencia.
Llegan a mi alma
-como el aroma de un jardín oculto-
tus palabras,
vagas .
No sabes durar. Tu esencia
como el agua pasa.
Como el agua el alma del cielo que miras
es, sólo, tu alma.
Para otros fuera como arcilla dócil,
como
yedra blanda.
Yo no logré verte quieta un solo instante
en la
misma rama...
Ruptura
Nos hemos bruscamente desprendido
y nos hemos quedado
con las manos vacías, como si una guirnalda
se nos hubiera ido de las manos;
con los ojos al suelo,
como viendo un cristal hecho pedazos:
el cristal de la copa en que bebimos
un vino tierno y pálido...
Como si nos hubiéramos perdido,
nuestros brazos
se buscan en la sombra... Si embargo,
ya no nos encontramos.
En la alcoba profunda
podríamos andar meses y años, en pos uno del otro,
sin hallarnos
Sitio
Penetro al fin en ti,
mujer desmantelada.
que -al terminar el
sitio-
ya sólo custodiaban
monótonos tambores
y trémulas
estatuas.
Penetro en ti, por fin.
Y, entre la luz delgada
que filtran,
por momentos,
estrellas y palabras,
encuentro a cada paso
que
doy sobre los fríos
peldaños que conducen
al centro de tu alma
-un cuerpo junto a otro-
cien horas derrotadas.
Me inclino... Una por una
las reconozco, a tientas.
Contra
una jaula exacta
en ésta, oscuramente,
un ruiseñor estuvo
rompiéndose las alas.
En ésa... No sé ya
lo que en esa existencia
moría o principiaba:
esquivas formas truncas,
presencias
instantáneas,
deseos incompletos,
dichas decapitadas...
Soledad
Si das un paso más te
quedas sola...
En el umbral de un tiempo
que no es el tuyo aún y
no es ya el mío.
sobre el primer peldaño
de una escalera rápida
que nadie
podrá jamás decir si baja o sube.
En el principio de una
primavera
que, para tu patético hemisferio,
nunca resultará
sino el reverso casto de un otoño...
Porque la frágil hora
en que tu pie se apoya en un espejo,
si das un paso más te quedas
sola.
Tiempo
La noche se rompía en
nuestras manos.
Nos sitiaba el invierno.
Y tú estabas allí,
desde la almena
de unos ojos adversos,
engañándome,
irguiéndote, llamándolo.
Sin palabras. Sin gestos.
En tu mirada, un río de
diamante
me arrojaba, sin cólera, del tiempo.
Túnel
Una antorcha enemiga
alumbra, mientras duermes, el profundo
túnel que de mi amor a tu alma
lleva.
Con invisibles puños
¿qué guardia la sustenta?
Quiero
avanzar... Y me detiene un muro.
Pretendo entonces
retroceder y
siento que una puerta
se cierra tras de mí siempre que dudo...
En pleno sol me quedo
-trémulo, terco, ciego- imaginando
no
más el golpe brusco
con que, al cortar tu sueño,
me arrojará a la
noche, sin antorchas,
otro invisible centinela mudo.
Vaguedad
Paisaje lento de mi poesia...
¿Ocaso? No. Más bien, tras de la
lluvia,
entre el líquido verde de las hojas,
amanecer sombrío de
la luna.
Ambigua luz de incienso en las volutas
de una melodía vagabunda;
enrejado sutil de sicomoros
sobre la plata azul de una laguna:
paisaje sin sorpresas
y sin aristas bruscas,
diluido en matices,
hecho todo de ritmos sin premura,
más lento cada vez y realizado
al fin en una rosa taciturna,
como se queda el alma sostenida
en
esa onda última
-alta, vibrante, sólida-
de la marea blanda de la
música...
Verano
Corrí
las persianas azules de la siesta
sobre el oasis del
jardín.
En la colmena del reloj
se adormeció el enjambre de las horas.
Olía a trigo de setiembre el sol.
Afuera, el ruido fresco
de la fuente mojaba
la arena del
silencio
y el canto sin color de la cigarras.
Como una copa demasiado llena
el corazón se derramó del cuerpo.
Sentí
en el pecho un gran hueco feliz.
Una paloma del
jardín
se puso a picotear el tiempo
en el oro granado del maíz.
Voluntad
Si yo pudiera acariciarte, ¡oh fina
suavidad de la música del
viento!,
en las ramas profundas de la encina...
¡Oh, si tuviera
tacto el pensamiento
para palpar la redondez del mundo,
el rumor de los cielos
transparentes,
el pensar de las frentes
y el viaje del suspiro
vagabundo!...
¡Si al corazón llegara
en su forma real, el infinito;
lo que
fué llanto en la pupila clara,
saciedad en el grito;
si la verdad
me hiriera
con su arista cruel, en tajo rudo;
si todo lo que viera
estuviera desnudo!
¿Qué palabra soberbia y rebosante
daría esa expresión apetecida?
¡Pensar que bastaría, así, un instante
para borrar las formas de la
vida!
Sonetos:
Bajamar
Conforme va la vida descendiendo
-bajamar de los últimos ocasos-
se distinguen mejor sombras y pasos
sobre esta playa en que a morir
aprendo.
Acaba el sol por declinar. Los rasos
de la luz se desgarran sin
estruendo
y del azul que ha ido enmudeciendo
afloran ruinas de
horas en pedazos.
Ese que toco, desmembrado leño,
un día fue timón del barco
erguido.
que por piélagos diáfanos conduje.
En aquel mástil desplegué un ensueño.
Y en estas velas, ¡ay!,
siento que cruje
todavía la sal de lo vivido.
Baño
Mujer mirada en el espejo umbrío
del baño que entre pausas te
presenta,
con sólo detenerte una tormenta
de colores aplacas en el
río...
Sales al fin, con el escalofrío
de una piel recobrada sin
afrenta,
y gozas de sentirte menos lenta
que en el agua en el aire
del estío.
Desde la sien hasta el talón de plata
-única línea de tu cuerpo,
dura-
tu doncellez en lirios se desata.
Pero ¡con qué pudor de veste pura,
recoges del cristal que te
retrata
-al salir de tu sombra- tu figura!
Continuidad
No has muerto. Has vuelto a mí. Lo que en la tierra
-donde una parte de tu ser reposa-
sepultaron los hombres, no te
encierra;
porque yo soy tu verdadera fosa.
Dentro de esta inquietud
del alma ansiosa
que me diste al nacer, sigues en guerra
contra la insaciedad que
nos acosa
y que, desde la cuna, nos destierra.
Vives en lo que pienso, en lo que digo,
y con vida tan honda que
no hay centro,
hora y lugar en que no estés conmigo;
pues te clavó la muerte tan adentro
del corazón filial con que te
abrigo
que, mientras más me busco, más te encuentro.
2
Me toco... Y
eres tú. Palpo en mi frente
la forma de tu cráneo. Y, en mi boca,
es tu palabra aún la que consiente
y es tu voz, en mi voz, la que te
invoca.
Me toco... Y eres tú, tú quien me toca.
Es tu memoria en mí la
que te siente;
ella quien, con lágrimas, te evoca;
tú la que
sobrevive; yo, el ausente.
Me toco... Y eres tú. Es tu esqueleto
que yergue todavía el
tiempo vano
de una presencia que parece mía.
Y nada queda en mí sino el secreto
de este inmóvil crepúsculo
inhumano
que al par augura y desintegra el día.
3
Todo, así, te prolonga y te señala:
el pensamiento, el
llanto, la delicia
y hasta esa mano fiel con que resbala,
ingrávida, sin dedos, tu caricia.
Oculta en mi dolor eres un ala
que para un cielo póstumo se
inicia;
norte de estrella, aspiración de escala
y tribunal supremo
que me enjuicia.
Como lo eliges, quiero lo que ordenas:
actos, silencios, sitios y
personas.
Tu voluntad escoge entre mis penas.
Y, sin leyes, sin frases, sin cadenas,
eres tú quien, si caigo,
me perdonas,
si me traiciono, tú quien te condenas...
Y tú quien, si te olvido, me abandonas.
4
Aunque si
nada en mi interior te altera,
todo, -fuera de mí- te transfigura
y, en ese tiempo que a ninguno espera,
vas más de prisa que mi
desventura.
Del árbol que cubrió tu sepultura
quisiera ser raíz, para que
fuera
abrazándote a cada primavera
con una vuelta más, lenta y
segura.
Pero en la soledad que nos circunda
ella te enlaza, te defiende,
te ama,
mientras que yo tan sólo te recuerdo.
Y al comparar su terquedad fecunda
con la impaciencia en que mi
amor te llama,
siento por vez primera que te pierdo.
5
Porque no es la muerte orilla clara,
margen visible de
invisible río;
lo que en estos momentos nos separa
es otro
litoral, aun más sombrío.
Litoral de vida. Tierra avara
en cuyo negro polvo, ávido y frío,
del naufragio que en ti me desampara
inútilmente busco un resto mío.
Es tu presencia en mí la que me impide
recuperar la realidad que
tuve
sólo en tu corazón, cuando latía.
Por eso la existencia nos divide
tanto más cuanto más tiempo en
mi alma sube
la vida en que tu muerte se confía.
6
Sí; cuanto más te imito, más advierto
que soy la tenue
sombra proyectada
por un cuerpo en que está mi ser más muerto
que
el tuyo en la ficción que lo anonada.
Sombra de tu cadáver inexperto,
Sombra de tu alma aún poco
habituada
a esa luz ulterior a la que he abierto
otra ventana en
mí, sobre otra nada...
Con gestos, con palabras, con acciones,
creía perpetuarte y lo
que hago
es lentamente, en todo, deshacerte.
Pues para la verdad que me propones
el único lenguaje sin estrago
es el silencio intacto de la muerte.
7
Y sin embargo, entre la noche inmensa
con que me ciñe el
luto en que te imploro,
aflora ya una luz en cuyo azoro
una
ilusión de aurora se condensa.
No es el olvido. Es una paz más tensa,
una fe de acertar en lo
que ignoro;
algo -tal vez- como una voz que piensa
y que se aísla
en la unidad de un coro.
Y esa voz es mi voz. No la que oíste,
viva, cuando te hablé, ni
la que al fino
metal del eco ajustará en su engaste,
sino la voz de un ser que aún no existe
y al que habré de llegar
por el camino
que con morir tan sólo me enseñaste.
8
Voz interior, palabra presentida
que, con promesas
tácticas, resume
-como en la gota última, el perfume-
en su
paciente formación, la vida.
Voz en ajenos labios no aprendida
-¡ni siquiera en los tuyos!-;
voz que asume
la realidad del alba estremecida
que alcanzaré
cuando de ti me exhume.
Voz de perdón, en la que al fin despunta
esa bondad que me
entregaste entera
y que yo, a trechos, voy reconquistando;
voz que afirma tan bien lo que pregunta
y que será la mía
verdadera
aunque no sé decir cómo ni cuándo...
9
¿Ni cuándo?... Sí, lo sé. Cuando recoja
de la ceniza
que en tu hogar remuevo
esa indulgencia inmune a la congoja
que,
al fuego del dolor, pongo y atrevo.
Cuando, de la materia que me aloja
y cuyo fardo en las tinieblas
llevo,
como del fruto que la edad despoja,
anuncie la semilla el
fruto nuevo;
cuando de ver y de sentir cansado
vuelva hacia mí los ojos y el
sentido
y en mí me encuentre gracias a tu ausencia,
entonces naceré de tu pasado
y, por segunda vez, te habré debido
-en una muerte pura- la existencia.
Madrigal
Eres, como la luz, un breve pacto
que de colores fragua su blancura;
y en iris -como a ella- te figura
de la nieve menor el prisma
abstracto.
Dejas, como la luz, un sordo impacto
de sombra en la retina y,
por la oscura
huella que de su tránsito perdura,
recuerdo el
esplendor de tu contacto.
El cristal te deshace, no el acero;
aunque, más que el cristal,
la geometría,
pues transparencias sin aristas nunca
lograron traducir tu ser ligero.
Y, por eso tal vez, el alma mía
te descompone cuando no te trunca.
Nocturno
1
Cierra, punto final, única estrella
del firmamento claro
todavía,
la estrofa de silencio de este día
en que tu voz, por
tácita, descuella.
Desde el alba lo azul te prometía,
última gota en ignición tan
bella
que sólo ardiendo -como el lacre- sella
y sólo sella al
tiempo que se enfría.
Ser el adiós que un cielo sin querella
igual que tú mi espíritu
quería
y que, como tu luz, la poesia
cristalizara en mí, diáfana estrella,
más transparente cuanto más
sombría
fuese la oscuridad en torno de ella.
2
Principia, pues, aquí, tu obra futura,
Noche, y con lengua
libre de falacia
explícame la edad, el sol, la acacia,
el río, el
viento, el musgo, la escultura...
De los colores adjetivos cura
esta instantánea flor, póstuma
gracia
de un idioma que fue -con pertinacia-
retórica guirnalda a
la hermosura.
Brújula sin piedad, tiniebla pura,
orienta, Noche, mis sentidos
hacia
las torres de tu intrépida estructura
y deja que, en racimos de luz dura,
se apague esta inquietud que
nada sacia
sino el error de ser tiempo figura.
3
Tiempo y figura fuí, mientras la esquiva
curiosidad de ser
distinto en cada
minuto de la frívola jornada
arrojaba mi anhelo a
la deriva.
Tiempo y figura: cólera pasiva,
impaciencia de luz en llamarada,
alma a todos los cauces derramada
y, aunque a ninguno fiel, siempre
cautiva.
Pero de pronto, ¡ay!, conciencia armada,
coraza de amazona
pensativa,
toco de nuevo, en bronce, tu alborada,
¡y descubro por fin que la hora ansiada
estaba en mí, pretérita y
furtiva,
y, al oírla sonar, siento mi nada!
4
Hecho de nada soy,
por nada aliento;
nada es mi ser y nada mi sentido
y, muerto, no
seré más qúe al oído
un roce de hojas muertas en el viento...
A nada me negué. De nada exento
-pasión, fiebre o virtud- he
persistido
y de esa misma nada envejecido
sombra de sombras es mi
pensamiento.
Pero si nada di, nada he pedido
y, si de nada soy, a nada
intento;
espectador no más de lo que he sido.
Como inventé el nacer, la muerte invento
y, sin otro epitafio que
el olvido,
a la nada me erijo en monumento.
Octubre
Ya empiezas a dorar, octubre mío,
con las cimas del huerto, ésas
-distantes-
del pensamiento a cuyas frondas fío
la sombra de mis
últimos instantes.
Corazón y jardín tuvieron, antes,
cada cual a su modo, su
albedrío;
pero deseos y hojas tan brillantes
necesitaban, para
arder, tu frío.
Aterido el vergel, desierta el alma,
más luz entre los troncos
que despojas
a cada instante, envejeciendo, veo.
Y en el cielo ulterior, de nuevo en calma,
cuando terminen de
caer las hojas
miraré, al fin, desnudo, mi deseo.
Orquídea
Flor que promete al tacto una caricia
más que el otoño de un perfume,
suave
y que, pensada en flor, termina en ave
porque su muerte es
vuelo que se inicia.
Párpado con que el trópico precave
de su luz interior la ardua
delicia,
música inmóvil, flámula en primicia,
aurora vegetal,
estrella grave.
Remordimiento de la primavera,
conciencia del color, pausa del
clima,
gracia que en desmentirse persevera,
¿por qué te pido un alma verdadera
si la sola fragancia que te
anima
es, orquídea, el temor de ser sincera?
Regreso
1
Vuelvo sin mí; pero al partir llevaba
en mí no sólo cuanto
entonces era
sino también, recóndita y ligera,
esa patria interior
que en nadie acaba.
Oigo gemir la aurora
que te alaba,
músico litoral, viento en palmera,
y me asedia la
enjuta primavera
que la razón, no el tiempo, presagiaba.
Entre el capullo que
dejé y la impura
corola que hoy en cada rama advierto
pasaron
lustros sin que abrieran rosas.
Viví sin ser... Y sólo
me asegura,
entre tanta abstención, de que no he muerto
la fatiga
de mí que hallo en las cosas.
2
¿Quién habitó esta ausencia? ¿Qué suspiro
interrumpo al
hablar? ¿A quién despojo
del recobrado cuerpo en que me alojo?
¿Quién mira con mis ojos lo que miro?
La luz que palpo, el aire que respiro,
el peso del silencio que
recojo,
todo me opone un íntimo cerrojo
y me declara intruso en mi
retiro.
En vano el pie que avanzo coincide
con la huella del pie que
hundió en la arena
el invisible igual que substituyo;
pues lo que el alma, al regresar, me pide
no es duplicarse en
cuanto me enajena
¡sin ser otra vez lo que destruyo!
3
¡Espejo, calla! y
tú, que en el furtivo
recuerdo el filo de la voz bisela,
eco,
responde sin palabra. Y vela
porque en tu ausencia al menos esté
vivo...
Del mármol con que el ocio me encarcela
quiero en vano extraer un
brazo esquivo
hacia ese blando mundo infinitivo
en que todo está
aún y todo vuela.
Estatua soy donde caí torrente,
donde canto pasé, silencio duro
y donde llama ardí ceniza esparzo.
Nada me afirma y nada me desmiente.
Sólo tu golpe, corazón
oscuro,
a fuerza de latir aprieta el cuarzo.
4
Por esa fina herida silenciosa
que siquiera da paso a la
agonía,
¡ay!, entra, muerte, en mí, como la guía
de la hiedra que
el sol prende en la losa.
Abre -¡aunque sea así!- la última rosa
en que tu fuerza adulta se
extasía,
ansia de ya no ser, llama tan fría
que a su lado la luz
parece umbrosa.
Rompe la plenitud, la simetría,
el basalto en que acaba toda cosa
que dura más de lo que tarda el día;
y, arrancándome al tedio que me acosa,
envuélveme en tu vértigo,
alegría,
¡afirmación total, muerte dichosa!
Voz
Tú me
llamaste al íntimo rebaño
-única voz que manda cuando implora-
mientras la burla despreciaba el daño
y florecía, en el cardal, la
aurora.
Era la intacta juventud del año.
Principiaban el mes, el día, la
hora...
Y el corazón, intrépido y huraño,
te oía sin creerte, como
ahora.
¡Ay!, porque -desde entonces-, ya disperso
sobre la vanidad del
universo,
a cada paso, infiel, te abandonaba
y con cada promesa te mentía
y con cada recuerdo te olvidaba
¡y con cada victoria te perdía!