"...Tú y la noche son jóvenes y
hermosas
como una tempestad que se aproxima..."
Ingenue
Pierre Auguste
Renoir
Reseña biografica
Poeta
mexicano nacido en Torreón, Cohahuila, en 1955.
Como diplomático de
carrera se ha desempeñado como Consejero Cultural en Cuba, Argentina,
España y Costa Rica,
donde fue además Director del Centro Cultural de México.
En 1985 fue
merecedor del Premio Latinoamericano Plural en el género de
poesia, y en 1998 obtuvo en México
el Premio Nacional de poesia de Aguascalientes por
"La puerta giratoria". Parte de su obra ha sido incluida en
numerosas
Antologias publicadas en México, Argentina y España.
Es autor
de las siguientes publicaciones: Voz temporal (FCBC, La Habana, 1985);
Aguas territoriales (México,
Colección Molinos de Viento, Universidad Autónoma Metropolitana, 1988);
Cuerpo Cierto (México, El Tucán de Virginia,
en 1995; La puerta giratoria (México, Joaquín Mortíz-Planeta,
1998/Verdehalago, Colección La Centena, 2006);
Jardines sumergidos (México, Colibrí, 2003); Cámara negra (México, Solar
Editores, 2005); Nostrum (Madrid, Arte
y Naturaleza, 2005); Tiempo fuera (1988-2005) (Universidad Nacional
Autónoma de México, 2007), y Los Alebrijes
(Madrid, Hiperión, 2007). Además, es coautor de la «Antologia
Norte y Sur de la poesia hispanoamericana« en 1997.
Se le han otorgado, en México, el Premio Nacional de poesia
Aguascalientes (1998) y en España el Premio Internacional
de poesia Miguel Hernández-Comunidad Valenciana (2007). ©
Especial
El poeta
Jorge Valdés presenta una seleccion poética marcada por un gran tono
amatorio, llevando al lector a explorar de forma diferente el campo del
amor y la pasión. Nos complace compartir con nuestros visitantes este
conjunto de poemas enviados por el poeta.
Gracias, Jorge.
Absenta
Aquel ahora
Canción de febrero
Cruz del sur
El cubista
El
desastre
El fotógrafo y la modelo
El olivar
Ex-libris
Formas migratorias
Ishmar
La invitada
La mesa
La otra rosa
La última vez de Casanova
Las flores del mall
Los argonautas
Los proscritos
Los sonámbulos
Materia del relámpago
Matzhevá
Nochevieja
Nox
Poema sin tranvía
Polaroid
Preludio y fuga
Pro nobis
Sobre
mojado
Tatuada en aire
Xochiquetzal
Absenta
No es la sombra del aire lo que brilla
en los bordes pulidos de las copas,
ni luz iridiscente que trasvase
los ruedos de cristal. Son otras voces
de qué ayer, de cuál silencio sin huella
o cielos de humedad lo que subsiste
en sus bocas perladas por el frío.
A simple vista nada es irregular
en el círculo abierto que cerramos
en honor de la noche. Pero acaso
el tacto de esos labios nos bosqueje
con cada sorbo helado la sonrisa.
De "Los Alebrijes" 2007
Aquel ahora
Las posibilidades de volverte a encontrar
eran remotas. Una entre un billón. Y habiendo
infinitos lugares dispersos por los números
de un cálculo improbable, quién imaginaría
que te iba a ver en esa cantina, transformándote
en luz de aquel entonces feliz, o eso quisieron
creer años atrás aquellos dos que fuimos.
Estabas allí, tú de pronto y sin aviso
previo, con una tímida sonrisa, recargada
en el hombro de un tipo de aspecto deleznable
que podría haber sido yo. No reconociste
mi rostro entre la gente del bar. Aunque tal vez,
supongo, pretendías saber adónde y cuándo
miraste mis facciones, en qué sitio más joven
hiciste un alto, bajo qué extrañas circunstancias
coincidiste con alguien que se me parecía
de lejos. Pero no recordaste, si acaso
lo intentabas, a quien le prometiste un sueño
que no ibas a cumplir, cuando nos despedimos
tras una ventanilla. De vuelta en este ahora,
tu cara era la misma donde vi el resplandor
del Angelus y el tacto de un crepúsculo gris
y hermético. Llevabas rubor en las mejillas
y el cabello más negro que alguna vez tocaron
mis manos por el valle lunar de tu cintura.
La bienaventuranza fue nuestra compañera
de viaje a las estrellas tan próximas al hambre
de nuestros corazones y su dolor difuso.
Era la edad del bronce pulido de tus pechos.
Las noches fueron lentas palabras inaudibles
del mundo que brotaba sin encajes. Bebíamos
la vida entre los versos de una poeta árabe
y bailaba desnuda la luz en la terraza.
Tú entonces te encendías y el viento iba contigo
por algún callejón a sórdidas tabernas,
levantando tu falda minúscula, mostrándome
las rutas que de súbito me alzaban al misterio.
Sin duda eras feliz de forma ingobernable.
También lo fui. Lo fuimos. Te dije, lo recuerdo
como si fuera ayer, que un dios haría suyos
los rasgos de tu nombre y el vino tu sabor
de almendra y paraíso. Sigues igual, incluso
me has parecido más hermosa, quizá menos
alegre que la imagen que de ti conservé
todo este tiempo en vano. Detrás de tu mirada
no encontré el resplandor de aquella chica insomne,
sino una palidez ceniza de rescoldos
que aún parecen guardar el vértigo del fuego.
No puedo asegurarlo. Y ya tan poco importa.
De "Los Alebrijes" 2007
Canción de febrero
sobre el pecho del cielo, palpitando...
Jaime Gil de Biedma
Leve y triste la tarde se retira
contigo hacia el crepúsculo y las horas
empiezan a doler en los distantes
repliegues de la sábana. De
pronto
la noche ha regresado y es difícil
no pensar en tu boca
momentánea
o en las altas comarcas de tu cuerpo
en lienzos de algodón en
alabanza.
Ahora que no estás, vuelvo a mirar
el rayo que dividen tus
pestañas
y el estremecimiento de tu espalda
moldeándome los brazos, la
sonrisa
de tu sexo en los vértigos del labio,
el instante fluvial de tu
alegría.
A lo lejos respira el mar, asciende
la blanda superficie su
clausura
bajo un raso de líquidos cristales.
La noche sin tu piel crece
más honda
por las calles donde asperjas la lluvia.
En silencio te
recuerdo, muchacha,
con las últimas brasas que se apagan
contra el pecho del cielo,
palpitando.
Cruz del sur
Arden las hojas del otoño
en la humedad crepuscular
de Buenos
Aires. Contra un parque
dividido por tres colinas,
la opacidad de
su belleza
busca en follajes la mirada
que acompañó la luz. Las
lámparas
doradas guardan sus memorias
y encienden sombras en el
césped.
Al atardecer se disponen
el horizonte de cortezas
y el suave
tacto de los ojos
para construirse otra estancia
con los pájaros.
En silencio
subes las calles y regresas
al canto de la noche.
Queda
entre tus labios el murmullo
que al abandono pronunciaste,
la rozadura de palabras
dejadas en la soledad
de un cuarto cálido,
ya oscuro.
Áspera en su constelación,
la Cruz del Sur abre sus puntas
mientras aguardo tu llegada
porque no eres tú quien ha vuelto
a
resplandecer junto al eco,
sino tus huellas hondas, tenues
fragmentos de un espejo en llamas
que te observó al entrar a ciegas
en las membranas del deseo.
El
cubista
Para Luis Alberto de Cuenca
Aquel cuadro de Klimt que te gustaba
tocar en las facciones de Sofía,
o la Venus con brazos que era Helena;
Beatriz, con su blancura Modigliani
reclinada en un manto que ni Goya;
o Angela, morena de Rivera;
la Romero de Torres, la gitana
Esperanza que hablaba con el fuego.
O Pilar, melancólica y fragante
con sus gasas de baile a lo Toulouse
Lautrec. Adónde se habrán ido aquellas
muchachas que son ya tan sólo un cuadro
abstracto de neón, algún dibujo
trazado con sanguina sobre lienzos
de un espectro que tiñe su agonía.
Con quién habrán partido, en qué momento
se hicieron humareda, por qué diablos
vinieron hasta aquí sin ser llamadas.
De "Los Alebrijes" 2007
El desastre
El Angel de pasión dejó tu casa
con un desorden tal que no sabías
por dónde comenzar: copas vacías,
ceniza por doquier. Y su amenaza
rotunda de carmín: “En la terraza
te aguardo. Un beso.
Adiós”. Tú conocías
la forma de cumplir sus profecías.
Temblaste
al recordar: “Todo lo arrasa
un Angel si al partir te sobrevuela”.
te diste apresurado a
la tarea
de hacerla remontar por tu memoria,
sus manos en tu piel, su duermevela.
Pensaste: “Si es amor, pues
que así sea”
y fuiste a abrir la puerta giratoria.
El fotógrafo y la modelo
El tiempo que fue siempre tu enemigo
se detuvo en tu imagen. Ya eres
esa
chica de calendario, la princesa
sin fábulas, el Angel que
consigo
colgar de cualquier nube. De oro y trigo
la luz ensortijada en tu
cabeza,
la arena que se acaba en donde empieza
la línea de tu
sexo. Estás conmigo
y no tienes tristezas ni pesares
ni citas por cumplir. Sólo
reposas
inmóvil en el cuadro, entre palmeras
de plástico y heladas
mariposas
robadas del Cantar de los cantares.
No sabes que no has
muerto. Si supieras.
El olivar
No diré la oración que se pronuncia
en otras ocasiones como ésta.
Yo he venido a enterrarte. Y mi silencio
es el otro lugar a donde has
ido.
Porque no hay más verdad que tu memoria
y nada por decir que
no conozcas.
Acaso alguna imagen te devuelva
la sombra original,
agua de jarro
en labios de tu sed, tal vez las flores
que
incendiaban la estancia con luz pura,
la terca evocación de sus
corolas
detrás de un ventanal, entre las líneas
de Ungaretti o
Cernuda que olvidamos.
Pero todo es real y es diferente
el aire
que respiro aquí, tan fuera
de tu aliento y sus raíces. Mañana
llamarán por teléfono y seguro
alguien dirá que no, que no has
llegado.
Seguirá el valle gris con sus olivos
resecándose al sol
como si nada
tuviera sucesión, y será en vano
que pregunten por
ti. Tú habrás partido.
Ex-libris
He vuelto a releer aquellos versos
que hablaban del amor y que leímos
la noche que ardió Troya y nos perdimos
al fondo de sus negros
universos.
He oído en cada página los tersos
acentos de tu piel donde
creímos
haber bebido al sol en sus racimos
y al mar que reflejaba
en sus diversos
murmullos nuestro ascenso al precipicio.
se puede oler la luz de
esos momentos
Al tacto de un doblez. Queda un indicio
debajo de las líneas subrayadas,
un hálito de ti, tus dedos
lentos
abiertos en esquinas despobladas.
Formas migratorias
para Katia Alemann
Aprendimos a amar a cuentagotas
esas
pequeñas pausas que el chubasco
viste para inundar puertas afuera
la soledad, la rama entre violeta
y ocre de las tardes, el murmullo
semántico del cielo. En este orden
hemos desdibujado la distancia,
la longitud sin proporción, las líneas
que relacionan a las cosas.
Breves
lagunas de aire, esos segundos quiebran
el ambiguo concepto
de equilibrio
que en el agua subyace y se sostiene
al igual que
otra voz dentro del fuego.
Cuando escampa y la tarde se armoniza
en su limpia explosión de veladuras,
aprendemos los mínimos rumores
donde irrumpen cenizas desmemorias.
Con ellos construimos este cuarto
que está lleno de música y de vítreos
aromas de jazmín o extranjería.
Nociones y raigambres que se agolpan
y edifican un óvalo sonoro,
un punto de llegada, otro pretexto
condenado a palpar nuestra
garganta
para oírnos decir: amo esta lluvia
cuando cesa y podemos
escucharla
recoger un país bajo la tierra.
De "Jardines
sumergidos"
Ishmar
para Martha Iga
La manera de peinarte desnuda
ante el espejo húmedo del baño,
de apresar en la palma tu
cabello
para escurrir el agua y agacharte
en medio de palabras que
no entiendo;
el acto de secar tu piel, la forma
de sentir con las
yemas una arruga
que ayer no estaba, o de pasar la toalla
por la pátina oscura de tu pubis;
el modo de mirarte a ti contigo
tan cerca y tan lejana, concentrada
en una intimidad que a mí me
excluye,
son gestos cotidianos de sorpresa,
ritos que desconozco
al observar
las mismas ceremonias que renuevas
al calor de tu
cuerpo y que dividen
un segundo en partículas: espacios
donde la
vida expresa su sentido
posible y que se afirman al peinarte
desnuda en las mañanas, como un fruto
que yo contemplo por primera
vez.
De "Jardines
sumergidos"
La invitada
Tienes que
detenerla
-dijo. Su voz temblaba
con pasión. Me gustaba
aquel
temblor; el verla
actuar así, tenerla
cerca mientras mudaba
su gesto,
confortaba.
Tienes que detenerla
-insistió. Ya es muy tarde,
no lo puedo evitar
-le
respondí-, no hay nada
que hacer. En un alarde
teatral, fingió llorar
aunque
reía, helada.
La
mesa
Para Wislawa Szymborska
Me contemplo en las caras ocultas de la noche
sin rasgos de mi acento del sur, sin evidencias
de ser el extranjero que alarga un punto móvil
sobre una servilleta doblada en dos. Estoy
en medio de personas de las que no sé nada
y que hablan de lugares apócrifos, de valles
desterrados del tiempo, distancia o geografías;
me observo desde mi soledad, desde afuera
del aire, de las formas del sillón que soporta
el peso de las vidas que tuve y me contienen
al pie de nuestra mesa. Me reconozco aquí,
con la ingenua cautela con la que se vislumbran
animales fantásticos en un libro de viajes
cuya última página no depara emociones,
ni algún final feliz que salve la memoria
de un bar donde la dicha se mire al otro lado
de esta sombra entre tantas estólidas fronteras.
De "Los Alebrijes" 2007
La otra rosa
Ella besó en la
rosa
(su nombre fue una espina
brutal y femenina)
la imagen de
otra rosa
grabada en una losa
de mármol, cristalina.
La luz era más
fina
y al tacto, tan hermosa
como la flor que ardía
sin pausa en su memoria.
En otro
mediodía,
la rosa era ilusoria
promesa compartida;
y el beso, la
otra vida.
La última vez de Casanova
Giacomo se envuelve en el crepúsculo del Florian
Me preguntas cuántos besos tuyos, Lesbia,
me bastarían para estar satisfecho.
Cátulo
Mientras beso tu boca, dulce
doncella en la
conquista, muerdo
las comisuras de tu madre
y los labios que tus hermanas
ceden al peso del deseo;
beso a las próximas mujeres
lejanas y desconocidas
aún por
mi codicia, aquellas
que algún día serán tú en otra
tú, que ahora oprimes mis labios
contra tu máscara de niebla,
y abres el negro terciopelo
donde mi angustia deposita,
con un grito húmedo y sordo,
el rubí de mi corazón
humeante
al pie de tu reflejo.
Las flores del Mall
Las jóvenes diosas, nocturnas
apariciones (ropa oscura,
plata
quemando sus ombligos)
en la cadencia de la pista,
comenzarán a
despintarse
con la premura de los años,
los problemas, quizá los
hijos
que no tienen aún. Ahora
miran tus ojos con un claro
desprecio (ya tienes cuarenta)
y piensas en ciertas palabras
de
Baudelaire que les darías
como si fueran frutas tuyas
(si al menos se acercaran), si
supieran quién es el poeta.
Pero ellas danzan, te rodean
sin importarles lo que callas.
Envejeciendo solas, brincan
sobre tus textos (tan perpetuas
y frágiles), deidades nuevas,
ellas, que bailan retiradas
de
tu florero de Lladró.
De "Jardines
sumergidos"
Los
argonautas
Han venido a cantar «Las golondrinas».
Llegarán a Nogales en tres días.
A Chicago, tal vez, en dos semanas.
Tienen familia allá, del otro lado.
Son de Minatitlán o Villahermosa.
Otros, de El Salvador y Nicaragua.
Su imagen de Illinois es una estatua.
Un campo de maíz la de Chicago.
Conocen el desierto sólo en fotos.
Van a seguir las huellas del coyote.
No levanta la niebla en la otra orilla.
Gibraltar se distingue a duras penas.
Son del Magreb y el sur de Cabo Verde.
Van a echar al oleaje su fe ciega.
Cruzarán en silencio todos juntos.
De "Los Alebrijes" 2007
Los proscritos
para Amalia Bautista
Lo más original no fue el pecado
no
la ira de Dios, ni la serpiente
sino aquella oración que se dijeron
al salir al exilio, temblorosos
con el sexo cubierto por vergüenza:
"amor no soy de ti, sino el principio".
Los sonámbulos
Y, cuando duermen, sueñan no con los
Angeles sino con los mortales.
Xavier Villaurrutia
Se despertó al oír un ruido
a sus
espaldas, un murmullo
de frondas embozado. Abrió
los ojos y rozó
en silencio
sus brazos recogidos entre
la nervadura de la sábana.
Qué sucede, por qué no duermes
-le preguntó mientras el alba
ya
era otra forma en los espejos.
Me soñaba contigo -dijo
sin
mirarle. Y se dio la vuelta,
cerró los párpados del sueño
para
buscar la piel que huía
desde sus yemas, luz adentro.
De "La puerta giratoria"
Materia del relámpago
Calculaste al detalle cada paso,
sutil, desde hace siglos. Finalmente
tu esposo está de viaje y tus pequeñas
se fueron a dormir con sus
abuelos.
Así que ahora estás sola y con euforia
te has vuelto a
maquillar y te has vestido
de negro riguroso y perfumado
tu mínima
porción de lencería.
Estás temblando, te dices, pero nada
te hará
volver atrás. Miras tu imagen
alzada en los tacones, desafiante.
Tú y la noche son jóvenes y hermosas
como una tempestad que se
aproxima.
De "Jardines
sumergidos"
Matzhevá
En un libro de mi padre, leo
la frase: "A ti, que me estás
leyendo".
Es el título de una elegía
escrita hace dos siglos, o un
hálito
de la soledumbre que ha subido
al lector imaginario desde
fuera de los círculos del tiempo.
Esa línea guarda en cada sílaba
la fresca impresión de su vehemencia:
ser semilla indócil algún día
limítrofe al de ahora, botella
de quebranto lanzada por alguien
igual a cualquiera de nosotros.
Es, junto a la tarde, un epitafio,
un grito que llega de muy lejos,
y hoy, a 29 de febrero
de 2000, estremece mis manos.
La invoco en
voz baja, me ilumina
como una oración en cautiverio;
la digo a
quien estuviera oyéndome
doblar esta página con frío.
Nochevieja
Miras arder lo que ha quedado
en pie del último sendero:
la luna
llena de otro enero
sobre la piel de tu pasado,
un mar que olvidas
y ha olvidado
en su esplendor tu verdadero
rostro, la luz que fue
primero
verbo y temblor en tu costado
y que hoy dejas partir a
solas,
detrás del fuego. Hacia el poniente
moja tu máscara un sol
frío.
Ya en ti la noche alza sus olas
mansas. La oyes indiferente
abrir el fuego y tu vacío.
De "La puerta
giratoria"
Nox
Algo como un rumor que se despide
tiembla sobre el jardín, lleva
las hojas
por la sombra del valle, nubes rojas
y pájaros arriba.
Nada impide
su vuelo hacia el crepúsculo. Y el viento
trae junto a las
súbitas estrellas
un polen de bondad, desiertas huellas
del mar en
rotación, el crecimiento
de la tarde. Anochece. Parte el día
sin dolor aparente ni
alegría.
Cuántas veces he oído este paisaje
mudar a voluntad frente al oleaje
del alba o del ocaso. Ya está
oscuro
el mundo. Están la noche y el futuro.
De "Jardines sumergidos"
Poema sin tranvía
Porque conocíamos también nuestros destinos
deambulando en torno a piedras rotas.
Seferis
Nunca supimos deletrear una palabra
que fuera de
nosotros
tuviese menos valor que este silencio.
Era entonces la hierba terracota
y eran otras las manos que
buscaban
levantar por sus puntas a la noche.
Al momento de cruzar esa frontera,
te nombro, te recorro
hasta
sacar a la luz nuestros espectros.
Polaroid
para Eugenio Montejo
Son siete contra el muro, de pie, y uno sentado.
Apenas si
conservan los rasgos desleídos
por los años. Las caras resisten su
desgaste,
aunque ya no posean los nítidos colores
que ayer las
distinguieron. Entre libros y copas,
las miradas sonrientes, las manos enlazadas
celebrando la vida
de plata y gelatina
se borran en el sepia de su joven promesa.
Por
detrás de la foto están escritos la fecha,
los nombres y el lugar de
aquel encuentro. Fuimos
a presentar el libro de uno de los amigos
que aparece en la
polaroid viendo hacia el vacío.
Después se hizo la fiesta y
más tarde el accidente
nos llevó al cementerio. Dijimos en voz alta
sus poemas. Los
siete contra el muro, de pie,
uno leía. Todos aún lo recordamos
y
casi por costumbre le voy a visitar
con girasoles. Todos hemos
envejecido
menos él, ahí en la vista fija. Nos mira
desde sus 20
años, que son los de su ausencia,
con ojos infinitos de frente hacia
la cámara,
llevándose un verano tras otro, aunque comience
a degradar su
tono naranja sobre el duro
cartón de la fotografía.
De "Jardines
sumergidos"
Preludio y fuga
La casa ha recogido
sus ruidos cotidianos en sí misma.
Solamente los libros y los grillos
hablan las lenguas de la
noche.
Nada interrumpe la calma insular
de este escritorio
para
oír la pulsación de la tormenta.
Hace horas la escucho golpear en los
cristales,
de pronto agazaparse contra el muro de la noche
para
caer desde lo alto repentina
con el diáfano estruendo de los rayos.
La ciudad toda se moja y en tinieblas como
el mar murmura el
viento.
De lejos me llega una tenue melodía:
alguien canta replegado
quizá en alguna esquina
o tras el húmedo rumor de una ventana;
entre la bruma
la voz pulsa en su propia soledad
la mía.
Pro nobis
para José Emilio Pacheco
De nuevo abrió sus fauces calientes el Averno.
Vienen las
pesadillas y el terror a morir
si el sueño al invadirlo se vuelve
flama negra,
si al dormir se lo llevan a él, al lujurioso
lagar de
los demonios. El niño enmudecido
contempla su silueta y llora. En la
oscuridad
de su cama se sabe maligno si no reza
y no implora el
perdón del Espíritu Santo
por los remordimientos que atiza el mismo
Diablo.
Por todos sus pecados pide misericordia
y dice sus
oraciones, otra vez y otra,
rogando por su alma enlodada y por la
indigna
vecina de su calle que besa sus pestañas
cada vez que le
mira; por su prima Rebeca
con quince años cumplidos a orillas de unos
pechos
de miel y de serpiente; por su hermana, que guarda
revistas
de
pin-ups al fondo de su armario;
por las chicas del aula
olorosas a jazmín
y a densa primavera, por todas las actrices
que torturan su
espíritu la tarde de los sábados
después del catecismo. Por su culpa
grandísima,
tan sólo por su culpa dice perdón mil veces,
hasta que llega el sueño narcótico y se pierde
en esos espejismos
que vive en carne propia
y en nombre del Amor que hirió al jurar en vano.
Sobre
mojado
Dame un poco de ti, llena mi copa
con la lluvia que ayer tocó tu pelo,
hilos de manantial, gotas de mayo
en la oscura pureza de su forma.
Deja que me acaricie la garganta
y esclarezca la voz para nombrarte
su cauce presuroso, el mar o el río
resonando hacia el fin. Escanciaré
el fondo de cristal con los destellos
del líquido que amolda su deleite.
En la orilla la sed serán los labios
nocturnos animales que celebren
el correr bermellón de nuestra sangre,
un hálito del bosque a flor del agua.
De "Los Alebrijes" 2007
Tatuada en aire
Destilada de caña, del agave
más azul, o de las uvas mazuelo
que pisaron descalzas una tarde
sumida en un lagar cerca del Tajo,
la mirada de aquella que se va
de pronto y que jamás conoceremos.
De "Los Alebrijes" 2007
Xochiquetzal
(Homenaje a Chuang-Tzu)
Anoche te soñé. Llevabas una
gabardina de piel, y abajo nada.
Era otoño y estabas empapada
de
lluvia; caminabas en alguna
estación de Madrid hacia ninguna
parte. Detenías tus pasos cada
tanto para sentir azafranada
tu piel resplandecer ante la luna
de un espejo invisible donde había
un hombre que soñaba una mujer
y una mujer semidesnuda, hermosa,
mojada en el orvallo. Todavía
me parece mirarte sostener
la
mirada de aquella mariposa.