"...La raíz del temblor llena tu boca, tiembla,
se vierte en ti y canta germinal en tu garganta..."
"Praise to Joy the God"
Gustav Klimt
Reseña biografica
Poeta
español nacido en 1929 en Orense, donde pasó su infancia y adolescencia.
Inició estudios de Filología romantica en Santiago de Compostela y los
terminó en Madrid.
Fue profesor de literatura en la Universidad de Oxford y funcionario de
varios organismos internacionales
en diversos países. Además de poeta fue ensayista y traductor. Es una de
las voces más representativas
de la poesia española.
Premio Adonais en 1955, Premio de la Crítica en 1960,
Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1988,
Premio Nacional de poesia en 1993 y Premio Reina Sofía
en 1998.
Su poesia se caracteriza por una gran exigencia verbal.
Falleció en el año 2000. ©
Ahora, amiga mía...
Ahora no tienes, corazón, el vuelo...
Análisis del vientre
Anónimo: versión
Cae la noche
Cerqué, cercaste...
Cómo se abría el
cuerpo del amor herido...
Cuando te veo así,
mi cuerpo, tan caído...
El adiós
El amor está en lo que
tendemos...
El Angel
El círculo
El deseo era un punto
inmóvil...
El fulgor
El pecado
El
temblor
En muchos tiempos...
Esta imagen de ti
Estabas desleída en la
dulzura...
Graaal
Hay
una leve luz caída...
Hoy andaba debajo de mí mismo...
Iluminación
La adolescente
La blanca anatomía de
tu cuello...
La mujer estaba desnuda...
La víspera
Latitud
Luego del despertar
Mandorla
Material, memoria III
Muerte y resurrección
No amanece el cantor
No me dejes vivir...
Octubre
Oda a la soledad
Pájaro del olvido
Pero tú nunca
Poema
Por debajo del agua;
Prohibición del incesto
Sé tú mi límite
«Serán ceniza...»
Siete cantigas de más allá
Sólo el amor...
Toda la noche...
Ahora, amiga mía...
Ahora, amiga mía
que
una flor de papel preside el aire,
que el aire se deshace en dulces
pétalos
de jadeante miel en tus rodillas,
ahora que no hablamos
del otoño
ya nunca más
para no tropezar con tu mirada,
ahora
que te adentras por la vida,
ligera, según dices,
desposeída al
fin de prejuicios,
ideas recibidas, tiempo estéril,
incomprensibles normas y principios,
ay -ahora
que la virginidad
navega todavía
como un barco vacío por oscuros telares,
por
intactos desvanes y sueños sin sentido,
qué hacer en medio de la
tarde,
cómo entregarse sin terror de pronto
y cómo confesar que
detrás de tu lecho
odiosa la inocencia,
inservibles los claros
pensamientos,
traicionan palabras aprendidas
en revistas de moda,
tópicos de vanguardia,
digo, tópicos que tan libre te hacen,
aunque no de ti misma,
aunque no de tu vientre inopinado
donde
súbito baja,
feroz y sofocante, el duro golpe
del corazón.
Qué tierna insensatez
la de estar solos,
la del estremecimiento vergonzoso
ante la voz
del hombre
Y el no estar a la altura de las propias palabras
con
esfuerzo aprendidas,
pues ahora
bien sencillo sería el acto del
amor
sin aquel eco
soez de sumergidas tradiciones
no expurgadas
a tiempo,
ahora que la misma indiferencia
de las frases audaces y
ante oídas
del loro varonil tan propicia parece,
si la
conversación no fuera ya pretexto,
argumento de un miedo mal oculto
a no saber qué hacer en este trance.
Demasiado tarde vuelves
a recaer en frases y agudezas,
mientras escondes el temblor que sube,
absurdamente provinciano y burdo,
de niña de agua dulce,
desusada
y antigua, hasta tus labios,
mientras repites al pic-up la misma
canción francesa que nos gusta tanto,
que nos hace sentir más al
corriente,
casi no necios ni burgueses tristes.
Qué fácil fuera ahora
desnudarse,
dejar caer el velo simplemente
sin el terror oscuro
que te ata
a los núbiles senos,
qué fácil fuera acaso si no fuera
por la flor jadeante de papel amarillo
que preside la tarde,
por
el desasosiego súbito que oprime
hasta el dolor tu tímida cintura
por la imposible confesión aciaga
de tu añeja inocencia,
por el
urbano gesto
de loro aclimatado a otras regiones
con que el varón
disfraza su animal procedencia,
por los pasos de alguien que se
acerca,
por el timbre que suena
como un Angel guardián ( te
ruboriza
sin poder evitarlo el pensamiento )
y la ocasión
disuelve, mientras tú más segura
recuperas ingenio y frases hechas,
piensas que, al fin y al cabo, volverá a repetirse,
prefabricada como
es, y entonces
no dudarás en entregarte,
entonces-
es decir,
sin que llegue
el deseo a pasión ni la pasión a amor
ni el hálito
terrible del amor
al abrasado borde de tu cuerpo.
Ahora no tienes,
corazón, el vuelo...
Ahora no tienes,
corazón, el vuelo
que te llevaba a las más altas cumbres.
Lates, reptante, entre las hojas secas
del amarillo otoño.
¿Y hasta cuándo en la secreta larva de ti?
¿ Volverás a nacer en la mañana,
a respirar la frialdad del aire
donde hay un pájaro?
¿Lo oyes?
Canta arriba, en las cimas,
como tú, como entonces.
Tú eres sólo latir cobijado en lo oscuro.
Al pájaro que fuiste dedicas este canto.
(El vuelo)
Análisis del vientre
Aquel vientre era para ser observado con lupa,
pues bajo el cristal
cada pequeño pliegue,
cada rugosidad se hacía
multiplicado labio.
El amor, demasiado brutal,
jamás repararía,
el petulante de la
viril pasión
que el aire agota de un solo trago inútil
jamás
repararía.
Mas nosotros, mi amiga, analicemos
con la frialdad habitual a la
que sólo
el poema se presta
la difícil pasión de lo menos visible.
Anónimo: versión
Cima del canto.
El ruiseñor y tú
ya sois lo mismo.
Cae la noche
Cae la noche.
El corazón desciende
infinitos peldaños,
enormes galerías,
hasta encontrar la pena.
Allí descansa, yace,
allí, vencido,
yace su propio ser.
El hombre puede
cargarlo a sus espaldas
para ascender de nuevo
hacia la luz penosamente:
puede caminar para siempre,
caminar...
¡Tú que puedes,
danos nuestra resurrección de cada día!
"Poemas a Lázaro" 1960
Cerqué, cercaste....
Cerqué, cercaste,
cercamos tu cuerpo, el mío, el tuyo,
como si fueran sólo un solo
cuerpo.
Lo cercamos en la noche.
Alzose al alba la voz
del hombre que rezaba.
Tierra ajena y más
nuestra, allende, en lo lejano.
Oí la voz.
Bajé
sobre tu cuerpo.
Se abrió, almendra.
bajé a lo alto
de ti, subí
a lo hondo.
Oí la voz en el nacer
del sol, en el acercamiento
y en la inseparación, en el eje
del
día y de la noche,
de ti y de mí.
Quedé, fui tú.
Y tú quedaste
como eres tú, para siempre
encendida.
Cómo se abría
el cuerpo del amor herido...
Cómo se abría el cuerpo del amor herido
como si fuera un pájaro de fuego
que entre las manos ciegas se incendiara.
No supe el límite.
Las aguas
podían descender de tu cintura
hasta el terrible borde de la sed,
las aguas.
De "Material memoria"
Cuando te veo así, mi cuerpo, tan
caído...
Cuando te veo así, mi
cuerpo, tan caído
por todos los rincones más oscuros
del alma, en
ti me miro,
igual que en un espejo de infinitas imágenes,
sin
acertar cuál de entre ellas
somos más tú y yo que las restantes.
Morir.
Tal vez morir no sea más que esto,
volver suavemente,
cuerpo,
el perfil de tu rostro en los espejos
hacia el lado más
puro de la sombra.
El adiós
Entró y se inclinó hasta besarla
porque de ella recibía la
fuerza.
(La mujer lo miraba sin respuesta.)
Había un espejo
humedecido
que imitaba la vida vagamente.
Se apretó la corbata,
el corazón,
sorbió un café desvanecido y turbio,
explicó sus
proyectos
para hoy,
sus sueños para ayer y sus deseos
para
nunca jamás.
(Ella lo contemplaba silenciosa.)
Habló de nuevo. Recordó la
lucha
de tantos días y el amor
pasado. La vida es algo inesperado,
dijo. (Más frágiles que nunca las palabras.
Al fin calló con el
silencio de ella,
se acercó hasta sus labios
y lloró simplemente
sobre aquellos
labios ya para siempre sin respuesta.
"A modo de esperanza" 1955
El amor está en lo que tendemos...
El amor está en lo que tendemos
(puentes, palabras ).
El amor está en todo lo que izamos
(risas, banderas).
Y en
lo que combatimos
(noche, vacío)
por verdadero amor.
El amor está en cuanto
levantamos
(torres, promesas).
En cuanto recogemos y sembramos
(hijos, futuro).
Y en las
ruinas de lo que abatimos
(desposesión, mentira)
por verdadero
amor.
"Breve son" 1968
El Angel
Al amanecer,
cuando
la dureza del día es aún extraña
vuelvo a encontrarte en la precisa
línea
desde la que la noche retrocede.
Reconozco tu oscura
transparencia,
tu rostro no visible,
el ala o filo con el que he
luchado.
Estás o vuelves o reapareces
en el extremo límite, señor
de lo indistinto.
No separes
la sombra de la luz que ella ha
engendrado.
El círculo
Estaba la mujer con sus
dos senos,
su única cabeza giratoria,
la longitud de su sonrisa,
el aire
de estar y de alejarse sabiamente fingido.
Estaba rodeada de sí
misma,
de admiración opaca y compartida,
bajo la oscura luz de las
miradas.
La complacencia del
estar henchía
de estólida ternura los objetos cercanos.
Estaba en pie sumándose
a su cuerpo.
Las palabras sonaban conllevando sentidos
superfluos
y crasos.
Giraba la mujer.
Rebasaba su órbita
como un pronunciamiento
de todo lo que es bello,
vacío, ritual,
sonoro, triste.
El deseo era un punto inmóvil...
Los cuerpos se quedaban
del lado solitario del amor
como si uno a otro se negasen sin negar
el deseo
y en esa negación un nudo más fuerte que ellos mismos
indefinidamente los uniera.
¿Qué sabían los ojos y
las manos,
qué sabía la piel, qué retenía un cuerpo
de la
respiración del otro, quién hacía nacer
aquella lenta luz inmóvil
como única forma del deseo?
El fulgor
XXVI
Con las manos se forman las palabras,
con las manos y en
su concavidad
se forman corporales las palabras
que no podíamos
decir.
XXXIII
Ya te
acercas otoño con caballos heridos,
con ríos que rebasan el caudal de
sus aguas,
con sumergidos párpados y vientres sumergidos,
con
jardines que bajan descalzos hasta el mar.
Ya llegas con tambores enormes de tiniebla,
con largos lienzos
húmedos y manos olvidadas,
con hilos que deshacen en aire la mañana,
con lentas galerías y espejos empañados,
con ecos que aún ocultan lo
que ha de ser voz.
Y de sí desatado el cuerpo envuelto en oros
desciende oscuro al
fondo oscuro de tu luz.
XXXVI
Y todo lo que existe en esta hora
de absoluto
fulgor
se abrasa, arde
contigo, cuerpo,
en la incendiada boca
de la noche.
El pecado
El pecado nacía
como de negra nieve
y plumas misteriosas que
apagaban
el rechinar sombrío
de la ocasión y del lugar.
Goteaba exprimido
con un jadeo triste
en la pared del
arrepentimiento,
entre turbias caricias
de homosexualidad o de
perdón.
El pecado era el único
objeto de la vida.
Tutor inicuo de
ojerosas manos
y adolescentes húmedos colgando
en el desván de la
memoria muerta.
El temblor
La lluvia
como una
lengua de prensiles musgos
parece recorrerme, buscarme la cerviz,
bajar,
lamer el eje
vertical,
contar el número de vértebras que me separan
de tu cuerpo
ausente.
Busco ahora despacio
con mi lengua
la demorada huella de tu lengua
hundida en mis salivas.
Bebo, te bebo
en
las mansiones líquidas
del paladar
y en la humedad radiante de tus ingles,
mientras
tu propia lengua me recorre
y baja,
retráctil y prensil, como la lengua
oscura de la
lluvia.
La raíz del temblor
llena tu boca,
tiembla, se vierte en ti
y canta germinal en tu garganta.
En muchos tiempos...
En muchos tiempos
tu
cabeza clara.
En muchas luces
tu cintura tibia.
En muchos siempres
tu
respuesta súbita.
Tu cuerpo se prolonga
sumergido
hasta esta noche seca,
hasta esta sombra.
Esta imagen de ti
Estabas a mi lado
y
más próxima a mí que mis sentidos.
Hablabas desde dentro
del amor,
armada de su luz.
Nunca palabras
de amor más puras
respirara.
Estaba tu cabeza
suavemente
inclinada hacia mí.
Tu largo pelo
y tu alegre
cintura.
Hablabas desde el centro del amor,
armada de su luz,
en una tarde gris de cualquier día.
Memoria de tu voz y de
tu cuerpo
mi juventud y mis palabras sean
y esta imagen de ti me
sobreviva.
Estabas desleída en la
dulzura...
Estabas desleída en la
dulzura
de los secretos jugos de tu cuerpo
y te llevaba el agua
como a una larga cabellera verde
engendrada en los limas
obstinados del fondo.
Era tu forma ese deshacimiento.
Brotar.
Fluir.
Abandonarse.
Bajaba el aire hasta los límites
perfectos de tu piel.
Blancura.
Y ya oblicuo, el poniente la encendía
para nacer de ti aquella tarde
de qué lugar, qué tiempo, qué memoria.
(Orillas del Sar)
Graal
Respiración oscura de la vulva.
En su latir latía el pez del
légamo
y yo latía en ti.
Me respiraste
en tu vacío lleno
y yo latía en ti y en ti latían
la vulva, el verbo, el vértigo y el centro.
Hay una leve luz caída...
Hay una leve luz caída
entre las hojas de la tarde.
Dame
tu mano y cruza
de puntillas conmigo
para nunca pisarla,
para no arder tan tenue
en sus dormidas brasas
y consumirte lenta
en el perfil del aire.
(Octubre)
Hoy andaba debajo de mí mismo...
Hoy andaba debajo de mí
mismo
sin saber lo que hacía.
Hoy andaba debajo de la pena
con
risa inexplicable.
Hoy andaba debajo de la risa
con todo el llanto a cuestas.
Hoy andaba debajo de las aguas
sin que fuese milagro comparable.
Hoy andaba debajo de la
muerte
y no reconocía sus cimientos.
Andaba a la deriva por
debajo del cuerpo
confundiendo los dedos con los ojos.
Hoy andaba debajo de mí mismo
sin poder contenerme.
"Breve son"1968
Iluminación
Cómo podría aquí cuando
la tarde baja
con fina piel de leopardo hacia
tu demorado cuerpo
no ver tu transparencia.
Enciende sobre el aire
mortal que nos rodea
tu luminosa sombra.
En lo recóndito
te
das sin terminar de darte y quedo
encendido de ti como respuesta
engendrada de ti desde mi centro.
Quién eres tú, quién
soy,
dónde terminan, dime, las fronteras
y en qué extremo
de tu
respiración o tu materia
no me respiro dentro de tu aliento.
Que tus manos me hagan
para siempre,
que las mías te hagan para siempre
y pueda el tenue
soplo de un dios hacer volar
al pajarillo de arcilla para siempre.
La adolescente
Ya baja mucha luz por
tus orillas,
nadie recuerda la invasión del frío.
Ya los sueños no bastan
para darle
razón de ser a todos los suspiros.
Tú cantas por el aire.
Ya se ponen de verde
los vestidos.
Ya nadie sabe nada.
Nadie sabe
ni cómo ni por qué ni cuándo ha sido.
La blanca anatomía de tu
cuello...
La blanca anatomía de
tu cuello.
Subí a la transparencia.
Tallo de soberana luz, tu cuello.
Podría estar exento,
ser sólo así en la naturaleza,
tallo de una cabeza no existente.
Cuello. Tallo de luz. Exento.
Para inventar de nuevo
tu mirada y tu irrealidad.
Para soñar de nuevo el mismo sueño.
La mujer estaba desnuda...
La mujer estaba
desnuda.
Llegó un hombre,
descendió a su sexo.
Desde allí la llamaba
a voces cóncavas,
a
empozados lamentos.
Pero ella
no podía bajar
y asomada a los
bordes sollozaba.
Después, la voz, más
tenue
cada día,
ya se iba perdiendo en remotos vellones.
La mujer sollozaba.
Tendió grandes pañuelos
en las lámparas rotas.
Vino la noche.
Y la mujer abrió de par
en par
sus inexhaustas puertas.
La víspera
El hombre despojóse de sí mismo,
también del cinturón, del brazo
izquierdo,
de su propia estatura.
Resbaló la mujer sus largas medias,
largas como los ríos o el
cansancio.
Nublóse el sueño de deseo.
Vino
ciego el amor
batiendo un cuerpo anónimo.
De nadie
eran la hora ni el lugar
ni el tiempo de los besos.
Sólo el deseo de entregarse daba
sentido al acto del amor,
pero
nunca respuesta.
El humo gris.
El abandono.
El alba
como una inmensa retirada.
Restos
de vida oscura en un rincón caídos.
y lo demás vulgar,
ocioso.
El hombre
púsose en orden natural, alzóse
y tosió humanamente.
Aquella hora
de soledad. Vestirse de la víspera.
Sentir duros los
límites.
Y al cabo
no saber, no poder reconocerse.
Latitud
No quiero más que estar
sobre tu cuerpo
como lagarto al sol los días de tristeza.
Se disuelve en el aire
el llanto roto,
al pie de las estatuas
recupera la hiedra
y tu
mano me busca
por la piel de tu vientre
donde duermo extendido.
El pensamiento
melancólico
se tiende, cuerpo, a tus orillas,
bajo el temblor del
párpado, el delgado
fluir de las arterias,
la duración nocturna
del latido,
la luminosa latitud del vientre,
a tu costado, cuerpo,
a tus orillas,
como animal que vuelve a sus orígenes.
Luego del despertar....
Luego del despertar
y mientras aún estabas
en las lindes del día
yo escribía palabras
sobre todo tu cuerpo.
Luego vino la noche y
las borró.
Tú me reconociste sin embargo.
Entonces dije
con el
aliento sólo de mi voz
idénticas palabras
sobre tu mismo cuerpo
y nunca nadie pudo más tocarlas
sin quemarse en el halo de fuego.
Mandorla
Estás oscura en tu concavidad
y en tu secreta sombra contenida,
inscrita en ti.
Acaricié tu sangre.
Me entraste al fondo de tu noche ebrio
de claridad.
Material, memoria, III
El encuentro fugaz de
los amantes
en las furtivas camas del atardecer
y ya el adiós como
de antes casi
de empezar el amor
y el jadeante amor
bebiendo entre tus ingles
el vientre azul de tu primer desnudo,
tus párpados
y el súbito
pulso roto de un tiempo inmemorial
largando amarras hacia adentro del tiempo.
Tú decías será de noche, amor.
Y ya caía
la luz,
mas era igual, como era igual
igual a igual
y nunca a siempre, jamás a todavía
en la sola estación
solar
de tu mirada.
Muerte y resurrección
No estabas tú, estaban tus despojos.
Luego y después de tanto
morir no estaba el cuerpo
de la
muerte.
Morir
no tiene cuerpo.
Estaba
traslúcido el lugar
donde tu cuerpo estuvo.
La piedra había sido removida.
No estabas tú, tu cuerpo,
estaba
sobrevivida al fin la transparencia.
No amanece el cantor
El cuerpo del amor se vuelve transparente, usado
como fuera por las manos. Tiene capas de tiempo y húmedos,
demorados depósitos de luz. Su espejo es la memoria donde ardía. Venir a
ti, cuerpo, mi cuerpo, donde mi cuerpo
está dormido en todas tus salivas. En esta noche, cuerpo, iluminada
hacia el centro de ti, no busca el alba, no amanece el cantor.
No dejéis morir a los viejos profetas pues
alzaron su voz contra la usura que ciega nuestros ojos con óxidos
oscuros,
la voz que viene del desierto, el animal desnudo que sale de las aguas
para fundar un reino de inocencia, la ira que despliega
el mundo en alas, el pájaro abrasado de los apocalipsis, las antiguas
palabras, las ciudades perdidas, el despertar del sol como dádiva cierta
en la mano del hombre.
La paciencia del sur. Sus enormes lagartos
extendidos. El caparazón oscuro de la noche mordido por la sal. No llega
la pregunta a convertirse en signo. Interrogar, ¿por qué? ¿Quién nos
respondería desde la plenitud solar sin destruirnos?
Tenía el mar fragmentos laminares de noche. Los
arrojaba al día. Para que el ave tendida de la tarde no pudiera olvidar
su origen en los terribles pozos anegados del fondo.
Y tú, ¿de qué lado de mi cuerpo estabas, alma,
que no me socorrías?
Inmersión de la voz. Las aguas. Entraste en el
origen. Cabeza decapitada junto al mar. Después no quedan más silencios.
Veo, veo. Y tú ¿qué ves? No veo. ¿De qué color?
No veo. El problema no es lo que se ve,
sino el ver mismo. La mirada, no el ojo. Antepupila. El no color, no el
color. No ver. La transparencia.
El centro es un lugar desierto. El centro es un
espejo donde busco mi rostro sin poder encontrarlo. Para eso has venido
hasta aquí? ¿Con quién era la cita? El centro es como un círculo, como
un tiovivo de pintados caballos. Entre las crines verdes
y amarillas, el viento hace volar tu infancia. -Detenla, dices.Nadie
puede escucharte. Músicas y banderas. El centro se ha borrado. Estaba
aquí, en donde tú estuviste. Veloz el dardo hace blanco en su centro.
Queda la vibración. ¿La sientes todavía?
Los muslos de la mujer eran largos y húmedos. El
fino vello brillaba dorado al sol. Interminable profundidad sin fondo de
la piel. Cuando reía, parecía su risa estremecerle el sexo y desatar
bandadas por el aire de indeclinables pájaros. Brotaba allí, me dije,
como otras tantas cosas de la naturaleza.
(Jardín botánico)
What killed the dinosaurios?,
preguntas mientras clavas en mi pupila tu pupila azul.
¿O quién? ¿Tú misma, un meteoro, una erupción volcánica? ¿Murieron
uno a uno apuñalados
o fueron víctimas tempranas de una súbita y calculada exterminación?
(Anotación para un fin de siglo)
El oro fatigado envuelto en sangre de las tierras
del sur. Los perros vagabundos llegaban hasta el límite frío de los
vientos para morir. Nadie habitaba ya el lugar incierto. Óxidos. Nadie.
Los luminosos cuarzos amarillos incendiaba en su rápido descenso el sol.
Después, la sombra como una antorcha helada en todos los caminos que
llevan al vacío. La soledad hambrienta devora las figuras. Sube el
silencio contra el cielo, enorme, como un grande alarido.
a rogelio
Dedos sobre el tambor, la piel tendida, el aire
que se llena de un susurro de huellas dactilares, de comienzos de oír,
de oídos o silencios súbitos, plenitud del sonido, el silencio es la
pura plenitud del sonido. Acelerada percusión. Los dedos. La llamada del
dios. Los dedos solos sobre el puro temblor.
Quería escribir Unter den Linden. Escribir
las palabras en el mismo lugar al que designan.
Igual que los graffiti. Decir ante un simbólico público alemán
Der Tod ist ein Meister aus Deutschland. Como si yo mismo
fuese un campesino de esa tierra. Decirlo con amor y con tristeza. El
día dos de noviembre, un día de difuntos, de mil novecientos noventa, ya
casi al término del siglo, el aire es tenue aquí y frío y luminoso. Una
niña cruza en bicicleta, haciendo largas eses descuidadas, los vestigios
del límite aún visibles.
(Berlín)
No me dejes vivir
No me dejes vivir.
Ahógame en lo alto.
Sobre tu cuerpo enfurecido.
No me dejes
vivir...
Hay navíos que abaten
en el largo descenso
su arboladura amarga.
Octubre
Hay una leve luz caída
entre las hojas de la tarde.
Dame
tu mano y cruza
de puntillas conmigo
para nunca pisarla,
para no arder tan tenue
en sus dormidas brasas
y consumirte lenta
en el perfil del aire.
Oda a la soledad
Ah soledad,
Mi vieja y sola compañera,
Salud.
Escúchame tú
ahora
Cuando el amor
Como por negra magia de la mano izquierda
Cayó desde su cielo,
Cada vez más radiante, igual que lluvia
De
pájaros quemados, apaleado hasta el quebranto,
y quebrantaron
Al fin todos sus huesos,
Por una diosa adversa
y amarilla
Y tú, oh alma,
Considera o medita cuántas veces
Hemos pecado en vano contra nadie
Y una vez más aquí fuimos juzgados,
Una vez más, oh dios, en el banquillo
De la infidelidad y las
irreverencias.
Así pues, considera,
Considérate, oh alma,
Para
que un día seas perdonada,
Mientras ahora escuchas impasible
O
desasida al cabo
De tu mortal miseria
La caída infinita
De la
sonata opus
Ciento veintiséis
De Mozart
Que apaga en tan
insólita
Suspensión de los tiempos
La sucesiva imagen de tu culpa
Ah soledad,
Mi soledad amiga, lávame,
como a quien nace, en tus aguas australes
y pueda yo encontrarte,
descender de tu mano,
bajar en esta noche,
en esta noche séptuple
del llanto,
los mismos siete círculos que guardan
en el centro del
aire
tu recinto sellado.
Pájaro del olvido
Pájaro del olvido
jamás te tuve más cierto en mi memoria.
Vuelvo ahora
desde no sé qué sombra
al día helado del otoño en esta
ciudad no mía, pero al fin tan próxima,
donde el sol de noviembre tiene
la última dureza
de lo que ya debiera
morir.
¿Y es éste el
día
de mi resurrección?
Las hojas arrastradas por el viento
apagan nuestros pasos.
Llego y ni siquiera sé muy bien quién llega
ni por qué fue llamado a este convite
tantos años después.
(Comparición)
Pero tú, única
Soledad, sí
pero tú
nunca.
Ausencia,
pero tú nunca:
inmóvil luz sin término
bajo la luna
fría
de la falta de amor.
Poema
Sentí real el pálpito
de tu oscura impresencia.
Supe que
estabas.
Te busqué.
Ardía lento el fuego en los rincones
más secretos del
ciego laberinto.
No busqué la salida, la imposible
salida.
Te buscaba.
Manifiéstate,
dije, sintiendo repentino
que ya lo habías hecho en
el latido
de lo no manifiesto.
(el dios) 1° de mayo de 1997
Por debajo del agua...
Por debajo del agua
te busco el pelo,
por debajo del agua,
pero no llego.
Por debajo del agua
de tu cintura:
tú me llamas arriba
para que suba.
Para que suba al aire
de tu mirada;
mi corazón me enciende,
luego se apaga.
Te busco el pelo
por
debajo del agua,
pero no llego.
Prohibición del incesto
Piedra cuadrangular.
El búho reposa
en la lubricidad del pensamiento.
Igual en el
secreto envoltorio del vientre.
El cuerpo de la mujer se quiebra así
en dos formas sangrientas.
Recuerdo el parto al amanecer
como lleno de aire salino
y la
fatiga de haber corrido mucho por los arenales.
Piedra cuadrangular.
El tiempo roto
en cuerpos que eran antes
y que serán después,
mientras el amante recién engendrado
entra en el cuerpo de la mujer
madre
con el alarido de la posesión.
Y el mismo rito.
Y el mismo cuerpo.
Y la prohibición solar
de amar lo que hemos
engendrado.
Sé tú mi límite
Tu cuerpo puede
llenar mi vida,
como puede tu risa
volar el muro opaco de la
tristeza.
Una sola palabra tuya
quiebra
la ciega soledad en mil pedazos.
Si tu acercas tu boca
inagotable
hasta la mía, bebo
sin cesar la raíz de mi propia
existencia.
Pero tú ignoras cuánto
la cercanía de tu cuerpo
me hace vivir o cuánto
su distancia me
aleja de mí mismo
me reduce a la sombra.
Tú estás, ligera y
encendida,
como una antorcha ardiente
en la mitad del mundo.
No te alejes jamás:
Los hondos movimientos
de tu naturaleza son
mi sola ley.
Retenme.
Sé tú mi límite.
Y yo la imagen
de mí feliz, que tú me
has dado.
«Serán ceniza...»
Cruzo un desierto y su secreta
desolación sin nombre.
El corazón
tiene la sequedad de la piedra
y los estallidos nocturnos
de su materia o de su nada.
Hay una luz remota, sin embargo,
y sé que no estoy solo;
aunque después de tanto y tanto no haya
ni un solo pensamiento
capaz contra la muerte,
no estoy solo.
Toco esta mano al fin que comparte mi vida
y en ella me confirmo
y tiento cuanto amo,
lo levanto hacia el cielo
y aunque sea ceniza lo proclamo: ceniza.
Aunque sea ceniza cuanto tengo hasta ahora,
cuanto se me ha tendido a modo de esperanza.
Siete cantigas del más allá
I
Amarillea amargo el tiempo
y no hay tiempo
para más
desdecir la muerte.
Marinero que llevas
la barca del pasar,
el pájaro en la jarcia
dice aún su cantar.
Lo escucho más allá del tiempo.
II
Anhelo.
El verbo
crea el movimiento
de la luz en el fondo
de las amargas aguas.
Mañana,
no poses todavía
tus pájaros dorados
sobre mi pecho
herido.
III
Escucha, madre, he vuelto.
Estoy en el atrio
donde aquel día el gran cuerpo
de mi abuelo
quedó.
Aún oigo el llanto.
Volví. Nunca había
partido.
Alejarme tan sólo fue
el modo
de quedar para siempre.
IV
El verbo.
Recomponer el mundo
para ir añadiendo
sobre una muerte otra
hasta alcanzar el tiempo
que se va por el ojo
de la luz del puente.
Banderas sumergidas.
Noche
y soledad.
Palpita el verbo.
V
Cerqué, cercaste,
cercamos tu cuerpo, el mío, el tuyo,
como si fueran sólo un solo
cuerpo.
Lo cercamos en la noche.
alzose al alba la voz
del hombre que rezaba.
Tierra ajena y más nuestra, allende, en lo lejano.
Oí la voz.
Bajé sobre tu cuerpo.
Se abrió, almendra.
Bajé a lo alto
de ti, subí a lo hondo.
Oí la voz en el nacer
del sol, en el acercamiento
y en la inseparación, en el eje
del
día y de la noche,
de ti y de mí.
Quedé, fui tú.
Y tú quedaste
como eres tú, para siempre
encendida.
VI
Fomos ficando sós
o Mar o barco e mais nós.
Manoel Atonio.
Despiértate en la tarde.
Fuimos
un modesto fenómeno de antaño.
Ahora se echa el viento,
hermano.
No sé si fuimos.
Pues así
quedamos olvidados
de nosotros, vacíos ya
enteramente
de nosotros
y sea éste al fin para nosotros
el solo tiempo de la
verdad.
VII
Palidecen los sueños,
cae la noche en la noche.
Ya no
hay luz que no sea
la blancura de tus senos.
Aíslame en el hálito.
Que pueda oír aún,
como Alexander
Blok,
el chillido de las galaxias
cuando brille en el cielo la
encendida cola
del cometa Halley y cuando todas
las señales del
fin
hayan sido juntadas.
Vamos
hacia la tarde, amor, del siglo
sin saber si aún habrá
ventura saecula
o si el rostro del enigma no será
nuestro
rostro en el espejo
y si todas las palabras
no se habrán,
sin
saberlo nosotros, por sí mismas cumplido.
De "Siete cantigas de más allá"
Sólo el amor
Cuando el amor es gesto
del amor y queda
vacío un signo sólo.
Cuando está el leño en el hogar,
mas no
la llama viva.
Cuando es el rito más que el hombre.
Cuando acaso empezamos
a repetir palabras que no pueden
conjurar lo perdido.
Cuando tú y yo estamos
frente a frente
y una extensión desierta nos separa.
Cuando la noche cae.
Cuando nos damos
desesperadamente a la esperanza
de que sólo el amor
abra tus
labios a la luz del día.
Toda la noche me alumbres...
Toda la noche me
alumbres
redonda en el silencio.
Toda la noche, luna,
alúmbresme en
el cielo.
Toda la noche me
alumbres,
escudo de mi pecho,
escudo de verdad
firme en el cielo
negro.
Toda la noche me
alumbres
desnudo contra el sueño:
con la luz que reluces
hazme más
verdadero.
Con la luz que reluces
toda la noche me alumbres.