"El aire oreaba tu cabello, y fue
sólo
pasar, apenas un minuto y ya dejarte"
"Young man washing himself"
Pier Paolo Pasolini
Reseña biografica
Poeta,
narrador, traductor y ensayista español nacido en Madrid en 1951.
A
los diecinueve años, sin terminar sus estudios de Filología Clásica y
Románica, publicó sus primer libro
de poemas «Sublime Solarium», dedicándose desde entonces a la
literatura.
Excelente antólogo, biógrafo y estudioso de
la poesia española contemporánea, también ha traducido a poetas
y autores de la talla de Sandro Penna, Miguel Angel Buonarotti y Oscar
Wilde.. Es además autor de novelas y relatos
entre los que se destaca «El burdel de Lord Byron», Premio Azorín
en el año de 1995.
Recibió el Premio Nacional de la Crítica en 1981 por su
libro «Huir del Invierno», el Premio Internacional Ciudad
de Melilla
en 1998 por «Celebración del libertino» y el Premio Sonrisa Vertical
en 1999 por su libro «El mal mundo».
Sus últimos poemarios «Las herejías privadas» y «Amores iguales» fueron
publicados en el año 2001 y 2002.
Reside actualmente en Madrid.
©
Andaluz
Balada de un joven canallita
Brillos del otoño ido
Celebración mediterránea
Celebrando delicia y ternura
Cipariso
Corsario
Cortesanía
Costura propia
Cuarto de duchas
Dominio de la noche
El ciruelo blanco y el
ciruelo rojo
El desterrado
El invierno de la edad media
El joven de los
pendientes de plata
El nombre de la desesperanza
El perfumista
El viaje infinito del arte
moderno
Emblema sobre un tópico
antiguo
En la noche perdida
Epinicio
Filósofo de
Cirene enamorado del amor
Hécata divina
Infancias y suicidios
Inténtalo, sensitivo
La tarde dichosa
Labios bellos, ámbar suave
Las rosas
Los monasterios más ocultos
Magia en verano
Martas cibelinas
Mercedes
Morboso
Ni memoria ni olvido
Oratio amatoria
Piscina
Quimeras
Satélite del amor
Sed pagana
Tractatus de amore
Un arte de vivir
Un cuento en azul
Una escena del mudo flotante
Andaluz
No me di cuenta al principio,
me fijé después porque le hablabas.
Y se iba y volvía, llevando cosas,
sonriéndote, con gracia
desusada...
Vi entonces sus bellos ojos negros,
sobre la piel
oscura, y la sonrisa,
que mostraba los dientes como flores blancas.
Y empecé a pensar: ¡Qué dulce aquello...!
Y daba vueltas por ese
cuerpo justo,
oscuro, fino y joven: como silvestres cañas.
Y oía
la voz al responderte, alada,
cantarina, inconsciente en su magia.
Después, ya abajo, en la soleada plaza,
pensé en los garzos ojos
negros, y me vi
enamorado de un acento del sur:
Vivo, grácil,
musical. Igual que quien hablaba.
Balada de un joven canallita
Anoche, dando vueltas como siempre,
camino de la alta madrugada
(bares y discotecas, calle estrecha,
negros que venden hasta el alma
blanca)
pensé que al encontrarte era mi suerte
recorriendo el
burdel que nos ampara.
Y te miré la cara dulcemente
pensando que
mi hora en ti empezaba.
Aunque sé que te echan del trabajo
pues te
aburre la vida rutinaria,
y haces de camello cuando puedes
recorriendo el burdel que nos ampara.
En Marruecos saliste de un mal
paso
y usaron y abusaste de la tranca.
Modelo, chulo, amante para
cenas,
sabes el lujo de la gente cara
y camas cutres, feas y con
chinches
recorriendo el burdel que nos ampara.
¡Que estupenda la
noche los dos juntos!
Riendo, colocados, mente alzada...
Ojalá que
el ritmo nos llevase unidos
tahúres del vivir y camaradas.
Pero la
luz del alba rompe sueños
recorriendo el burdel que nos ampara.
Y
aunque eres santo como el pan bendito
tu futuro es el orden o la
nada.
Mal papel al zángano le espera:
no hay porvenir que a tu
lucero valga.
Nos mira ya acechante una galerna
recorriendo el
burdel que nos ampara.
Tampoco es convincente mi futuro:
Viejo
verde en tugurios del mañana
o figurón de eventos literarios
ajeno
a la Academia y a sus maulas.
Aunque bien puede el viento darme un
viaje
recorriendo el burdel que nos ampara.
Juntos somos dos
pájaros muy raros,
solo el presente nos pone su medalla.
Amigo de
la noche, adiós, hermano.
Ya ves que casi todo nos separa.
Pero
golfos y ninchis seguiremos
recorriendo el burdel que nos ampara.
Brillos del otoño ido
Era el centro elegante. El lugar de las perfumerías
con
sillas delante del mostrador, el lugar de los sastres
y de las
sederías donde te tomaban medida para un abrigo...
¿Te acuerdas mamá,
de aquellas tardes? En los autobuses
azules de dos pisos yo siempre
quería ir arriba, en el asiento
delantero, que era como un panorámico
ventanal al mundo.
O abajo, en el asiento más cerca de la puerta, con
su
aislada barra blanca, asidero y columpio de quienes entraban
y
salían, como se entra y se sale en la beatitud del mundo...
Con mi
abrigo azul cruzado y una boina también azul.
Tú y yo, elegantes,
camino del médico o
de las tiendas caras. Camino del que
querías
que fuera nuestro mundo, pues lo sentías tuyo...
Yo dichoso sin
saberlo y tú íntimamente desdichada.
Yo entretanto, como de juego, al
mundo perfecto,
y tú en serio, jugando a que nunca hubieses salido...
Mucho tiempo después, llorando, me dijiste una tarde
que ninguno de
los dos habíamos sido felices.
Tan cierto y tan falso como es todo.
Tan falso
y tan cierto como que aquel mundo de señores
dejó de
existir, tan cierto como que lo traicioné
después que me escupiera o
que tú nunca hallaste,
mamá, al hombre de tus sueños, al caballero
que reinase
en aquel mundo contigo. Y sin embargo estuvimos allí,
tu con tus pieles y yo con mi abrigo azul cruzado,
comprando perfumes
y merendando tortitas con nata,
cuando los taxistas llevaban uniforme
y se dirían charolados
los azules autobuses de dos pisos, un Madrid
tan sofisticado
que tú y yo -y casi todos los demás- nos lo creímos.
O quizás a ti no te hizo falta creértelo, pues lo tuviste.
Yo me lo
creí. Yo, que llegué una tarde en autobús de dos pisos...
Celebración mediterránea
Dicen los maldicientes: ¡Qué poco le queda a Miguelito!
Fue rey
-como tantos- de unas horas: Cinco o seis primaveras.
Poca cosa. El
tiempo se lo lleva. ¿Quién recordará su edad maravillosa?
También yo tuve envidia de tu belleza pura. Y de tu alegre vida,
sobre todo, negada a la tragedia. Favorita del dios. Sin angustia ni
sombra.
¡Qué hermoso verte riendo por las noches! Sábado o lunes: la
vida es
perfecta.
Yo en ti pensé mi vida coronada. Pero un símbolo no
vale a la vida.
Te imaginé en amor, en dicha, en compañía. Curándome
la soledad inhabitada.
¡Qué vano fui! Tu corazón no tiene
corazón. Eres el sol radiante a
mediodía.
No hagas caso de las malas lenguas. Tú eres solo presente,
sólo
ahora. El tiempo en tu sonrisa se va por la cloaca.
Cuando sea viejo
de intención ya lo soy- pensaré en ti: Minuto de luz divina, entre la
nada.
Celebrando delicia y ternura
Para A.
Y aquel círculo sacro cerró entorno nuestro.
Todo
era oscuridad y atmósfera callada.
Un centro nos unía y una emoción
muy cálida.
Los cuerpos se rozaban exactos y encendidos,
y la piel
profería su lenguaje perfecto.
Una dulce pasión en un círculo negro,
mientras la hoguera llena de sentidos el tiempo
y me cuenta tu mano
la maravilla toda.
Si algún día he de hablar en favor de la vida,
no olvidaré esa noche en el círculo ciego,
ni a ti, que me enseñabas
minucioso lo eterno.
De "Como a lugar extraño"
Cipariso
Hemos venido a verte al sórdido escenario
donde hombres y mujeres
agradecidos adulan tu
belleza. ..
Adolescente en el filo del
reino,
tu cuerpo tiene la hermosura blanca de rosas tropicales
y
el vigor del muchacho en el cuerpo de guardia.
Tu fruta, oscura y
larga, llama a una sed prohibida.
Tus muslos son de seda, de agua
femenina.
Tus ojos muy, muy dulces, desfallecientes, húmedos,
pero
tus músculos sin pelo golpean cuando miran.
Tú te vas desnudando
lentamente
entre una música arábiga de rai y rock folklórico.
y
deslumbras de blanco como el niño secreto
que se viste de blanco las
bragas de su hermana.
y también ruedas en el sucio suelo
como un
joven guerrero montando a los leopardos.
Te miramos con envidia
tranquila
y un furioso deseo de desdén y codicia...
Eres un lirio
hermoso de viril temperanza
y la blanda violeta de una virgen
enferma.
He soñado, de pronto, con tu carne en mi cama.
y he
sentido las sábanas teñidas de colonia.
Pero cuando tu culo era la
gloria de una hoguera
y tu fruta pendía bajo el pelo revuelto,
los
aplausos de un público delicado y abyecto
me han recordado que el
sueño terminaba.
El dueño ha dicho: Unas quince mil pelas...
Y el
dios, sudando, pide ginebra y coca.
El mundo se ha tornado de peltre
y de tornado,
y ya sabemos todos que no existe la vida.
Corsario
Piernas tensas. Tacones sonoros. Revuelto el cabello negro...
Era o
había sido, hasta que la noche descubrió su cuerpo
largo, fibroso,
duro. La magnífica belleza angular de su rostro,
la piel tan fina
como el agua dulce, chispazos de fósforo.
En sus ojos - turbadores, negros - alguien ha escrito
un día una
palabra soez, maravillosa: Vicio.
¿Qué significa? ¿Albas largas,
cocaína, mujeres muy ardientes
besándole los pies? ¿Hombres que han
alabado su terso viril joven?
Tirado, sentado en las ergástulas de la sauna, entre
toallas
húmedas y aleteantes aves de silente deseo,
basta contemplar la seda
de sus muslos ágiles para
olvidarlo todo. Llama es galán su cuerpo. Ansia, cobra...
La deja
ver como un reptil perfecto entre lo oscuro.
Apasionado, alarmante,
vicioso. ¿Él o tú? ¡Pero qué importa!
Cortesanía
Tumbado en una suite de lujo:
Hermoso, delicado, con la piel canela
y el negro cabello en amado desorden,
lentamente desnudo en
entresueño
giras, y se curvan los brazos
y las piernas muy largas
conformas...
A tu lado, con el índice solo
de la mano derecha,
recorro yo tu espalda,
sobrevuelo las ingles, apenas me demoro
en
una oreja, vuelvo a tus tobillos leves,
y miro como giras, curvas los
brazos,
conformas a mi deseo tuyo las piernas...
Me digo, a veces,
que nada más querría.
Que tu impecable desnudo me
bastase,
imposible precioso, dulce sometido.
Querría en ti, Miguel, que la
carne
muriese para siempre, su grito infame,
y eternamente a una
vida con límites
correspondiese este tocable amor, diré,
hecho de
límites sin límite...
Costura propia
He ido muchas veces ataviado de tristeza,
hundiéndoseme el mundo a
cada rato,
fingiendo entre los amigos que me interesaba algo...
Me
da miedo quien me mirase,
y angustia me producía no ser perfecto,
tener que competir, luchar por el oficio, por la vida, el nombre...
Y
pensaba: la tragedia de todos consiste en no ser Dios.
Todos
quisiéramos ser un pequeño Dios omnipotente..
Y hacíamos bromas sobre
la muerte, chistes sobre la soledad,
Pequeños disparates sobre el
amor comprado.
(Y yo soñaba en ti, mamá, como lo único seguro).
Me
daba miedo la autoridad, la ley, el mundo, el futuro.
Pensaba:
Incluso si alguna vez me creí libre.
Y la noche engañaba -como los
amigos- con cierto parecido
a bondad o indiferencia.
Y yo iba
ataviado de tristeza
y hubiera querido llorar -no podía-
o
simplemente hundirme lentamente.
Y me veía en una barca negra (acaso
en una gruta)
navegando hacia un negro horizonte...
la tristeza me
llena la cabeza de plomo,
los bolsillos de piedras,
las manos de
artrosis dura
y tira de mí tanto hacia abajo
que me vuelve imagen
verticalizada, estirada, de un
espejo deformante.
Dame la tristeza, échamela -gira la soledad.
-Lánzame la pelota -repite el miedo.
Aquí, aquí, centra -reclama la
angustia,
chútame a mí- y no sé qué agobio extraño lo sugiere.
Sólo sé que cuando voy ataviado de tristeza
quiero enraizarme en el
sueño,
bogar en un río de calma
y susurrar junto al silencio: Dame
la mano, mamá, ya he vuelto...
Cuarto de duchas
No, no me gusta. En realidad detesto la crápula
de las saunas:
Cópulas en la tristeza del anonimato. ..
¿Pero las líneas de los
poemas mejores, sus ritmos,
su ceniza, su carmín, no conducen a la
belleza
del amor? Me siento aquí -un viejo es invisible
para la
juventud- y observo los cuerpos bajo el agua.
Glúteos, suaves
ascensiones del vello: El torso
reluciente. y todos juntos, como si
fuese posible
un orgasmo de espadas. ¿Lo entiende? La limpieza
de
la juventud que mancha. Alguna vez, siguiendo
sus piernas, su mirada,
o su sexo, voy a la oscura
y húmeda cabina. Extraigo de la funda de
las gafas
una barra de labios, y pintado, asumo su eminencia.
¿Qué
pensará de ese viejo sucio?
¿Qué pensará algún día de los versos de
la vida,
planos, difíciles a la felicidad, llenos de líquen?
Benevolencia. El agua, al caer, arrastra los sentidos...
Dominio de la noche
El cabello se esparce suavemente en el lino,
como un mar que es el
oro si despacio amanece.
Suavemente se pliegan las pestañas, y los
besos se duermen en los labios y respiran flores.
Ignora la cintura que es sagrada la mano
que recorre las piernas
y sus bahías dulces,
la extensión marina del lino que se tuerce,
las playas invisibles de la espalda. Todo ignora.
Y otra mano se expande así, muy quedamente,
y al moverse, el
impulso descubre más ocultas
dulzuras, Besos. Deseos. Amor. Ignoradas
bahías.
Duérmese. Y yo miro dormir tu joven negligencia.
El ciruelo blanco y el ciruelo rojo
Museo Atami
Fue afortunado, en verdad, Ogata Korin.
Gozó del esplendor de la
juventud en
los barrios de licencia, frecuentó el paladar
sagrado
del deseo. Ordenó sus kimonos
en la seda más fina; pintó un fondo
de oro para lirios azules. Refinado y altivo,
no olvidó sin embargo
(artista como era) la melancolía
fugaz del tiempo que transcurre.
En su madurez, con audaz virtuosisimo,
se dedicó sobre todo a la
búsqueda estilística.
Creó lacas y biombos. Le hizo célebre
la
perfección, el refinamiento de su
arte -lirios, ciruelos, dioses-
decorativo.
Debió morir fascinado en la belleza,
rodeado por una seda extraña, tranquilo.
Fue afortunado, en
verdad, Ogata Korin;
su vida fue un culto a la efímera
sensación de la belleza. Al placer y al arte.
Y la vida le
concedió sentir, ser traspasado
por el dardo febril de la
hiperestesia.
Le llamaron excéntrico, dandy o esteta.
Pero no
pidió más. Sensación por sensación.
Vivir, sentir, gozar. Sin más
problemas.
De "Hymnica" 1979
El desterrado
El cuerpo envuelto en un gabán azul, muy ancho;
la corbata cuidada, y
alborotado el pelo por el viento
de tarde, pasea el hombre solo, por
una gris ciudad,
hurgando en sus bolsillos cigarrillos rubios y
cerillas malas.
Se sienta en los cafés, y bebe mucho; acaso lee
un
periódico sin ganas, mientras mira y le rondan ideas,
casi siempre
extrañas. Habla, quizá, con alguien, un momento,
pero semeja ausente
la sonrisa forzada. Se va deprisa,
y caminando, llega a tabernas o
clubs de peor laya,
donde de nuevo bebe, y entre una torpe música, un
instante
le embriaga una piel inmadura, que la vista descansa.
(Dulce cuerpo floral, incipiencia suave donde habita la gracia.)
Unas
palabras luego. Y medio ocultas citas, ahora o mañana.
Entrada ya la
noche, con demasiado alcohol y el humo del
tabaco
pegado entre las manos, abrirá la puerta de un piso frío,
vacilante, con libros y papeles en desorden y botellas gastadas.
y
allí, tumbado en un sofá antes del sueño -escuchando las
violas
de Rameau en el aire -sentirá ese hombre solo brotar lágrimas.
Ha visto aproximarse al fin (hoy también) el Angel imposible
que le salva.
"El viaje a Bizancio" 1972 - 1974
El joven de los pendientes de plata
Llevaba días viéndole en el bar,
apoyado en la barra y bebiendo cerveza.
Jamás respondió a mis miradas
(que probablemente no viese) y cuando
pregunté a los parroquianos si sabían de él,
ninguno -ni los camareros- pudieron darme nuevas.
Apenas hablaba, y aunque joven de cierto,
parecía perdida su mente en lejanías,
como si algo le arrastrase hacia un remoto tiempo.
Moreno, con botas negras y chaquetón azul,
llevaba en coleta el pelo, y pendientes de plata.
Pero eran sus ojos sobre todo, sus profundos
y grandes ojos garzos, lo que más me impresionaba
en aquel hermoso y triste solitario de la barra.
No: La gente siguió sin saber nada. Y entonces
me decidí (suelo ser muy osado) y me acerqué
y le pregunté, invitándole a la par a otra
cerveza. Me miró sonriendo -sin sorpresa-
y tuvo la actitud del que concede, aunque
apenas dijera una palabra. Tras ciertos circunloquios
vanos, contestó que su oficio era el mar.
Que había viajado mucho, cambiado también
de empresa, y que en fin, estaba muy cansado.
Hablaba un español con acento entre holandés
y brasileño, y mientras decía y bebía (cordial siempre)
perseveraba su dejo de añorante distancia.
Le propuse si quería acompañarme a casa,
y beberse conmigo -oyendo música- la última cerveza.
Sonrió como quien ya supiera, y me hizo otro gesto
indicando la puerta. Mis amigos me vieron salir,
amedrentados, con aquel extranjero de pendientes argénteos.
Y cuando concluimos la cama y las cervezas,
y hablamos de aventuras y pasiones, y del amor
al riesgo, mientras se vestía (cuerpo delgado
y duro, cálido y cobrizo) torné a preguntarle quién era
y cómo se llamaba, pues nunca dijo el nombre.
Con un leve desdén en la boca perfecta,
me pidió dinero para pasar la noche y replicó
(abrochándose el cinturón y francamente hilarante):
Ya ves, tío, yo soy el último pirata del mar
los Sargazos. Le contesté riendo: ¿Pero aún
queda alguno? Nosotros ya creíamos que todos habíais
muerto.Y entonces, con tristeza, tras tomar el billete,
y a punto de largarse, me miró suavemente:
Pequé con delirio en los mares de España. Adiós, chico.
No me permiten todavía que muera. Y escuché el ascensor
el sonido del viento que en la calle silbaba.
El invierno de la edad media
Desaté tus sandalias
y te besé los pies. Fríos, estaban fríos
y hermosamente rojos de la
nieve.
Tumbados junto a un fuego de encina,
entre ese olor vegetal
y cálido del mundo,
oíamos a los monjes cantar salmos, muy
oscuramente...
¡Tu cuerpo hermoso! ¡Cómo besé tu cuerpo,
tan
blanco, dulce y fuerte, mientras te entredormías!
Tragué tu sexo
entero.
No podía olvidar que caminábamos juntos, flagelantes,
hacia el perdón y hacia la penitencia...
El silencio parecía un
gigante
y el rezo de los monjes el retumbe de un barco en la galerna.
No sé si me decías:
¿Estamos cerca ya del final de los tiempos?
Tu
cuerpo de tan recio me parecía dulce.
Dulces fríos tus pies. Dulce tu
axila.
Tu cuerpo, con el sayal subido.
Tu cuerpo erecto allí.
No sé adónde íbamos. Era el más duro invierno.
La nieve más profunda.
y la voz de los monjes
retumbaba en la piedra.
La música -dijiste-
la música...
Tus labios eran rosas, suavemente rojos
como tu dulce
cuerpo...
Hermano mío de tiempo y penitencia.
¿Qué hacemos los dos
juntos? ¿Dónde vamos?
¿Dónde nos lleva el miedo? No es la peste, no
el hambre.
El viento ruge en el claustro de piedra.
Los monjes
cantan en plegaria de sombra.
Estamos solos, tú y yo, hermano.
Solos...
Es una Edad media interminable. Fuego ahí, en la noche
oscura.
El nombre de la desesperanza
Los viejos pederastas lloran por la noche.
No es extraño.
Entre el riesgo y el milagro su vida toda,
dudan de si es el Bien o
el Mal
quien los posee.
Soñaron siempre una Hélade turbia.
Una
paternidad erótica.
Una hermandad de goce primigenio.
Soñaron un
mundo solar.
Pero las horas fueron, con frecuencia, temor y
desventura.
Bajaron a los fondos de las cuevas.
Volaron sobre
praderas dulces.
Su sueño -tan palpable- se deshacía en sueño.
Los
viejos pederastas, ya muy viejos,
bajan al Metro por las tardes.
Los ojos les lloran por el humo.
Un cantautor les llamó sapos del
subway.
Están más que habituados al desprecio.
Los viejos
pederastas -humillados, heridos,
torpes, sin futuro-
lloran
solitarios por las noches.
Rezan al Angel de la Guarda.
Piensan en
el Niño Dios.
No saben si abrirse las venas
(el rojo es un color
muy hermoso).
Los viejos pederastas sienten
que la vida se les va
de las manos,
y la nada sucede a la nada.
Los viejos pederastas
leen a Voltaire,
y escriben su epitafio:
Si no pudiera ser un
joven guerrero sioux,
Señor del Universo,
no volver. Sólo pido no
volver, de nuevo...
El perfumista
Quiero darte mis señas, por si vuelves,
y sospecho que seguramente vas a hacerlo.
Mi tienda está (ya ves)
bien dentro del zoco,
muy cerca de las paredes de la Gran Mezquita
que se llama Az-Zituma, y vendo y hago
perfumes: rosa-cristal,
benjuí, ámbar,
jazmines... En los perfumes ya es un aroma
el
nombre; y hay que haber leído y ser sensible
para inventar alguno.
Vivo algo más allá,
muy cerca. Pero si no es aquí, podrás hallarme
sobre todo en los Baños, al caer la tarde.
Allí discretamente se
glorifica el cuerpo,
y una música tenue se mezcla con vapor y
juventud:
Ahmed domina el masaje, y el negro es
también muy
diestro. Acércate algún día, cuando vuelvas.
Por la noche, en la
casa, bebemos café turco
y nos reunimos (esos chicos y yo) contando
lances
de medida y hazañas con turistas, o calibrando
las gracias
y modos de esa vieja palabra (la diré)
que casi nadie usa, a pesar de
su imagen: zorrotroco.
Sí, es exactamente para reírse un poco. Algún
día,
después, se leen poemas o se fuma kifi,
y alguna vez (más
rara) se va al burdel muy tarde.
El día siempre es esto: los
perfumes.
Y este olor también a carne, cuero y especias
que son
¿por qué no? otros raros perfumes.
Llevo siempre estas dos sortijas
puestas,
y me preocupo muy poco del futuro. Ya sabes
dónde estoy. Bien
dentro del zoco,
junto a la Mezquita. Y, en fin, si cuando vuelvas
quieres hacerme un especial regalo, no busques
mucho. Hazte acompañar
del mocito aquel
del aeropuerto, o del esbelto servidor del Café,
con ojos y tersura de gacela. (Es una imagen
de los antiguos poetas).
La música y los dulces
los pondré yo. Y que la noche nos relate el
resto.
El viaje infinito del arte moderno
Dicen que se quedaba en silencio.
Largas horas. En silencio.
Se llama sufrir. No es agua muerta. Un pantano
en silencio. Hay
vértigos adentro.
Una sierra eléctrica, brutal, que zumba a veces.
Y no lo sé. Sufrir. Y de repente
Las piernas del
Idilio de Fortuny. Como voz de vida.
Y hablaban
interminablemente después.
¿Quién dijo la palabra motriz? ¿Qué dices
cuando dices, etc...?
Te juro que me tiene sin cuidado.
Lo que
quiero es ser feliz,
solo algo más que mantenerme en pie.
¿Saber?
También saber. Y joder. Y mirar cuadros.
Pero apenas nunca ocurre.
¿Hablo? ¿Digo?
Largas horas. Fatiga.
Dijo: El Estado, nos está
masacrando el Estado...
Y ella le miró delicadamente, anochecía:
Creo que esa luz rojiza está intentando decirnos lago.
De "Asuntos de delirio"
Emblema sobre un tópico antiguo
Me gustaría invitarte
una noche (y aún lo espero)
a charlar, para que te vieran, y a tomar
una copa juntos.
(Porque es emocionante discurrir junto a un cuerpo
tan hermoso
y tan joven, y verlo con deleite, sin prisa, y que lo
crean tuyo.)
Y cuando el camarero nos tendiese la copa, exuberante,
grata, y colmada de algún licor entre el hielo y el oro,
a la luz
íntima y brillante de las lámparas, Vitucho,
te diría: ¿La ves? Fulge
el cristal, y el licor rebosa.
Tras un breve rato, aún en plena
noche, estará vacía
y sucia. Las huellas de los dedos pegadas al
vidrio. Ida.
Y te diría que tu adolescencia es, ahora, como esa copa
rebosante. Te lo diría, y te miraría y esperaría que entendieras.
"El viaje a Bizancio" 1972 - 1974
En la noche perdida
(Else Lasker-Schüler)
Esta es la dama rara.
Ojos de tizne
negro y pelo negro tinto...
¿Cuántos años tiene la dama rara?
Vieja es y eternamente joven...
Los abalorios, el turbante, los
anillos, su extrañeza...
¿Porqué desprende estupor la dama rara?
Óyela hablar.
Cuanto tú has sido la esquina de la vida...
Sus
palabras dislocadas, sus manos perturbantes,
sus amores sin final...
Un judío es uno que ha sufrido.
Una amante loca fue una niña herida.
Un maya el habitante de un pozo.
Esta es la dama rara.
Te mira
provocativa, inteligente, seductora, absurda.
Su brillo oculta el
llanto del Talmud.
Su fulgor, carreras por la callejita del odio.
Porque me despreciaron, nunca he querido ser más.
Esta es la dama
rara.
Expresionista, ultramoderna, más allá del mundo.
Vieja es y
enormemente joven.
Paladina de todo lo perdido.
Mariscala de las
bambalinas.
Luz crepuscular, cristales hindúes,
pulseras de
Cachemira...
Un ser brillante y absurdo.
Perdida en la cabellera
de la Destrucción
me alojo en la alcoba de la Vida...
Ya no le
importa qué dirás.
Esta es la dama rara.
Tadeus Aludra (que la
conoció)
la soñaba caminar por el futuro...
Epinicio
Salta al aire, y arde al sol en un brillo encendido.
El músculo se
estira victorioso. Ondea el pelo rubio,
y bailan sedas de agua sobre una piel de oro.
Bulle un río, y el
cuerpo es la sed de una batalla.
Los brazos se alargan, y las piernas armoniosas
y brillantes. Se
cierra un bosque al cerrar los ojos.
Cantan las manos. El cuerpo
adolescente reta al aire.
Como un himno se eleva la figura, y se
ondula.
El pelo nada, la piel seduce al ámbar, y el impulso
se transforma
en joven música encendida. Salta ahora.
Y es todo victoria. Quien
saltó y quien baja es otro distinto.
Y va más allá el milagro porque
es otro el que mira.
Filósofo de Cirene
enamorado del amor
Y es que la belleza, en efecto, promete un infinito.
¿Qué ves en el
hermoso cuerpo joven?
Como un día al comienzo del verano - contestó -
cuando todo es brillo y delicia.
Y la carne vibra en éxtasis dorado,
y se balancea el pelo juvenil
como las ramas más altas de los
árboles,
y semeja que el minuto aquél no tendrá fin.
¿Pero no hay
más? ¿No notas acaso tú,
como si el cuerpo bello fuese la frontera de
otro reino?
Es eterno, te dices. Y promete además
un mundo donde
la perfección será costumbre.
Y le ves brincando en la dulce alegría
de sí mismo,
como un quimérico país donde el sol más benigno
y la
hierba y el río jamás terminasen...
¿Ves solamente la belleza del
cuerpo?
¿La armonía del torso, la flor de la cintura?
Miras
también tus deseos eternamente vivos,
tu antiguo cuerpo joven siempre
igual a sí mismo,
la amistad perdurable con nobles camaradas
en
inmóviles días de luz y primavera,
y el continuo torrente de la
sangre detenido
con él, en el momento álgido
en que pasión de
piel, espasmo entre los brazos,
significa también felicidad, amor,
perfección de lo exacto, inmutable placer
en que vive la mente su
carne como espíritu...
El cuerpo juvenil es mucho más que él mismo.
Permanente promesa que se cumple en promesa,
mundo de plenitud vivido
en luz del mundo,
júbilo de su tacto, oro, sed, perfumes,
como si el aspirar, el
palpar, la bebida,
el vuelo portentoso no concluyesen nunca...
Y
es que la belleza -repitió- promete, en efecto, un infinito.
Hécate divina
Es un sueño. Y en el sueño (que es despertar abrupto)
hay un amigo antiguo, ahora ilustre,
con gran batón barroco
en barcas que figuran el río del adiós
o del olvido...
Ese amigo ha traicionado la moral que quiso.
Ha traicionado, en el altar del sol,
los fuegos de la luna que quisimos,
fuegos fríos de dioses antinormativos,
dioses del no, del nunca, dioses rebeldes, vivos...
¿No fue nunca mi amigo en su verdad lunar?
¿Fue sólo ocasional su luna?
¿O es la traición -incluso la más simple-
corrientísima moneda de la vida?.
Éramos, no somos.
Sólo un trecho caminamos con alguien.
El camino, frecuentemente, se hace sólo,
y cambian, mudan las fugaces
y dulces compañías...
¿Traición o imposible?
Yo no sé si existe la amistad
y muchas veces dudo del camino y la meta...
Pero nunca he dudado de la luna y la noche.
De sus dioses salvajes, rebeldes, juveniles...
(Incluso cuando no sabía).
Sólo he querido la ley contra la Ley.
Sólo he querido rehacer el mundo.
Sólo la radical desobediencia.
(Pese al río que pasa y que es constante olvido).
Infancias y suicidios
Sí, claro que pensé en el suicidio. Tenía dieciséis años
y habían
logrado -tras un aparente primera felicidad-
mancharme de mí mismo
hasta lo abyecto...
Ser como era me condenaba, me hundía.
La
verdad es que antes, cuatro años atrás,
ya podría, consecuentemente,
haber pensado en desaparecer.
¿Me salvaron los libros, la fantasía,
los sueños?
¿La falsa maravilla acaso con que pensaba edificar mi
vida?
Todo me condenaba. ¿Lo sabías?
Pese al silencio, pese a las
ofensas, pese a la oscuridad
tan sola, llegué a pensar en el
suicidio.
Es extraño que lograra sobrevivir.
Lo pienso ahora,
lejos. Insólito haber llegado acá,
Si bien se mira.
Algunos
también como yo, se ahogaron casi en sus islas.
Alguien me dio el
nombre y la seña salvadora:
los proscritos tenemos también un reino.
La seña de Caín. Algo parecido.
Los deshauciados por el infame reino
del Bien.
En los ojos un vago nublo de melancolía...
Acaso me lo
dijo el decadente, sólida y rotunda efigie.
Somos tu mundo. No estás
solo.
El reino de los réprobos. La raza de los acusados.
¿Te
acuerdas?
Saberme en el mal
me devolvió entonces a la bondad de la
vida.
Del suicidio no quedó, lógicamente,
más que una notoria
disposición a la bruma
y la fraternal nostalgia hacia todas las
caídas.
Inténtalo, sensitivoSi me lo
hubieran descrito, hubiese dicho
no, no se puede vivir ahí. La
oscuridad que hay
dentro quiere destruirte. Y el desprecio,
la
desgana, la fatalidad buscan la muerte.
Claro que tampoco quieres
morir, o no exactamente
morir, cesar acaso. Porque es muy difícil
vivir ahí.
Los pensamientos te tambalean. Se despeñan.
Gesticulan.
Golpean contra ti. Buscan herirte
fingiendo otras destrucciones. Tu
pensamiento
se vuelve violento, paria, obtuso, y quiere,
quiere
morir, o no exactamente, cesar. No se puede
vivir ahí. Un yermo.
Ajeno al aire. Poca la luz.
Ajeno al movimiento. Sin gozo, sin voz
casi,
con luces agrias. Si te lo describo con imágenes
de delirio
y pesantez: No, no se puede vivir ahí.
El dolor es un país
inhabitable, que
está habitado. Y cuantos recorren ese país
-por
un mismo camino- viajan solos...
No se puede vivir. Voy caminando.
La tarde dichosa
Era una edad de libros y de escasos placeres.
Yo no pude, por tanto,
haber sido uno de ellos,
y es otra cosa más que el Tiempo me adeuda.
* * *
En el
extremo mismo de la juventud, uno es
frágil y esbelto con algo de
pétalo y foscor en los ojos.
Y el otro un leve atleta, con los
músculos tensos,
y alguna gallardía, rondando los dieciocho.
En el
rincón penúltimo de un bar de esos, sentados,
la espalda se acarician
y se besan después, muy lentamente.
La historia que hay detrás no es
difícil saberla.
Días con sol y trenes sin nombre hacia el futuro,
y el mundo (ya lo ves) erguido en realidad perfecta.
"Huir del invierno" 1977 -1981
Labios bellos, ámbar suave
Con sólo verte una vez
te otorgué un nombre,
para ti levanté una bella historia humana.
Una casa entre árboles y amor a media noche,
un deseo y un libro, las
rosas del placer
y la desidia. Imaginé tu cuerpo
tan dulce en el
estío, bañado entre las
viñas, un beso fugitivo y aquel
-"Espera,
no te vayas aún, aún es temprano".
Te llegué a ver
totalmente a mi lado.
El aire oreaba tu cabello, y fue sólo
pasar,
apenas un minuto y ya dejarte.
Todo un amor, jazmín de un solo
instante.
Mas es grato saber que
nos tuvo un deseo,
y que no hubo futuro ni presente ni pasado.
"El viaje a Bizancio"
1972 - 1974
Las rosas
Entonces hubiera
gritado:
¡Señor, salva a Juan!
He visto deshacerse muchas
bellezas;
sería bueno que quedase
una como emblema de nuestro
tiempo, un licor joven
que -contra el uso-
no envejeciera nunca...
Aún es hoy como monda
de naranja, y sonríe,
y un aroma delgado
aún llena el aire...
Pero no, tampoco mi oración
obtuvo respuesta.
Los monasterios más ocultos
Aludra dejó aquel inédito: Viajes solares...
¿Era un sueño ese
sur sarraceno y sarraceno?
¿Guardaba un mundo acre la íntima piel del
durazno?
En compañía de aquel pintor mexicano
penetramos los
vastos reinos ilimítrofes del Sahel...
Y aunque aquel mundo de sol y
serpientes
se volvía en la noche corzo de agua y caricioso tigre,
el pintor insistía en el fondo del viaje:
Llegar -aún muy brevemente-
al centro del desierto,
donde Aludra situó la plenitud.
Marún y
Hasim dispusieron tiendas,
fruta, música, y los viejos ciegos,
guiadores...
Aún parecía que el primitivo regazo del placer
alargaría sus manos y sus piernas dulces, desveladas...
Y aquella
noche antigua
(porque hacia el interior las estrellas fulgen tan
cerca)
un líquido amoroso nos impregnó
los dedos y los labios en
sedas
de aquellos oscuros Marún y Hasim, azules,
cuando el cuerpo
perfecciona la música...
El pintor dijo a Gustavo Sendón: Es extraño,
siento que morir no importaría, no se sentiría
en este momento...
La amanecida -naranja y rosa- parecía blanda.
El esplendor llegó más tarde.
La luz del sol, la perfección de la
luz,
lo vuelven piedra cuarzo,
y es tan geométrico el rayo,
tan
exacta la caída
y tan sublime el transparente poliedro
ígneo y
puro,
que la vida deja de existir. Desaparece enteramente.
Porque
en la perfección -narró el profesor- nunca hay vida.
Apenas podíamos
movernos. El sol mataba el agua
y agrietaba los labios;
la
perfección -que es de un solo color-
genera un laberinto. La luz da a
la luz
y el cristal al cristal: Monumentos de vidrio.
Marún y
Hasim -de húmeda cintura- murieron
sin llegar a Tombuctú.
Y al
pintor y a mí, casi exhaustos, cubiertos de llagas,
nos recogió un
cuerpo de la Legión Extranjera, no supimos
adónde...
La perfección está justo antes de la perfección.
Igual
que el placer y la dicha brotan, maravillosos,
la víspera del festivo.
Pues nunca vemos, amigo, lo que no está
profundamente oculto.
Magia en verano
Me recreo ante tu cuerpo como ante un paisaje
imprevisto. Me
sorprende verte en la desnudez juvenil,
y ansío recorrerlo, como una anhelada geografía.
Me ves pensando
en la umbría vegetal de algunas
grutas, o en el agua del muslo donde brillan las venas.
Me
perderé en un bosque que cruzo con mis manos,
y pediré una larga estepa donde los labios hablen.
Me ves
sorprendido, anonadado, pensando en habitarte.
Y tú, mientras, te abandonas al cálido primor del aire.
Te dejas
en la luz, que te navega; y si miro tus ojos
vuelvo al jardín oscuro donde es verano el verde.
Te miro otra
vez y casi no te creo posible. Fulges,
encantas, guarda tu cuerpo el hechizo insabido de la tierra.
Y
despacio sonríes al irme yo acercando, atónito,
hacia ti mientras el sol nos cubre con su luz, nos desdibuja,
y
nos va metiendo en la calma inmensa y rubia de la tarde.
Martas cibelinas
Yo, señor, salí de Rusia por Crimea.
Era en 1919.
Hacía diseños
vanguardistas para los ballets.
Pintaba colores infames, excesivos,
caucásicos,
y vestía con delicado exotismo...
En Estambul,
primero,
viví la miseria de amores sin dueño.
Era fácil.
Divinamente fácil.
La tela blanca, fresca, sienta lujos en la piel
oscura.
Pero también llegó al desorden.
Fui a Londres -vía
Plymouth-
y luego a París (el inevitable París, toldos de perla)
donde pasaba tardes cansinas en un restaurant
y noches desgalichadas,
obtusas, moradas de lujo,
con vodka barato y blinis mal hechos,
y
caballeros a la antigua usanza
que pedían a ese mínimo lujo -y mi
cintura-
el dulce perdón de los pecados...
Pecadores cuantos
vivimos -decía el viejo pope-
sólo en la caridad hay salvación.
Soñábamos en la patria lejos. En días de nieve y oro.
Días de troikas
y pieles blancas,
amores de armiño, adolescentes, isbas, sones de
la melancolía
vuelta perspectivas neoclásicas, cúpulas bulbosas...
Han pasado -querido señor- más de setenta años.
Casi todos han
muerto. Son nietos, sobrinos, otros, lejos,
nadie.
Yo no he cambiado apenas. He perdido la cuenta. Casi no
sé mis años.
Vivo en España. Estuve en Porto. Volví a Berlín.
Ya
sólo sé que todo es exilio.
Sólo que mi patria no existe. Que la
patria -si es- está
muy lejos.
Sólo sé que todo es provisión. Esperanza, futuro, nada.
Sólo sé que cambiaré de pisos y ciudades,
siempre con recibos de la
luz pendientes,
con viejas botellas de vodka en los rincones,
periódicos sin fecha, libros gastados, húmedos,
palabras de una
lengua ausente...
Siempre sin fe, aguardando, sin esperanza, atentos.
Sólo sé que hay pisos estrechos,
nombres falsos, oscuros uniformes,
títulos vanos, inventos de aquel reino, frases falsas del
Emperador.
Recuerdo de orgías que no existieron nunca.
Música en
palacios de deshielo, violines sin cuerdas...
Sólo que no volveré
nunca.
Sólo que no soy de ningún sitio.
Que nunca estuve donde
creí estar. Que nada sé,
y que la ilusa patria no existió ni
existirá,
ni es posible.
En un perpetuo otoño, los quinqués dan una luz muy
tibia.
Crees en una casa. Pero toda casa está vacía.
Mercedes
Aunque el tiempo nos haya separado
(no es el tiempo sino la vida
quien aleja)
no debo, no sería lícito olvidarte y ser injusto contigo.
Porque
si tu presente de mujer burguesa
está tan lejos de lo que creo y siento,
a la muchachita que
fuiste, junto a mí
la amé hasta ese natural punto que
no precisa palabras, ni
declaración ni sexo.
Era la amistad el calor, más allá de otros lazos.
Jugaba contigo
y me reía contigo
y te buscaba cuando estaba solo (tantas veces)
sin que tú nunca
me fallaras ni mostrases
extrañeza. ¿Te acuerdas de cómo nos reíamos?
Jugábamos a chicas
y hablábamos del mundo.
Íbamos al cine y me contabas, por fin,
los chicos que te
gustaban, los actores, los sueños
de lo que ambos seríamos huyendo de aquella
adolescencia en el
opaco, hosco Madrid cerrado
a la libertad, de los mediados sesenta. Adiós,
amiga mía, nunca
será como antes y nunca hablaremos
como hablábamos entonces. Tú vas en tu avión
y yo vuelo -no sé
cómo- en dirección contraria.
Pero te recuerdo y te doy las gracias. Única
amiga de mi
infancia. Por ti no estuve solo del todo.
Por ti sentí que la vida podría ser amable.
Para ti fui un niño
normal y corriente,
al que quisiste -creo- y te quería. Otro amigo.
Jamás sentí que me mirases con extrañeza.
Pocos -poquísimos- me vieron tan real, tan cerca.
De
"Herejías privadas"
Morboso
Los ojos eran extremadamente hermosos.
Los labios de una carne
muy dulce.
No era, en fin, tan joven como su belleza.
Gemía, se
turbaba, descendía a los sótanos
más húmedos del cuerpo,
usaba su
saliva como miel,
simulaba trances de pequeña muerte,
indudablemente efímeros y ciertos. ..
Algo en él era terriblemente
delicado,
algo semejaba un perfume muy oscuro
de jazmines
enfermos.
Era la suavidad de un lecho de agua,
la escurridiza
obsesión de las ojeras,
la blanca piel, suntuosamente condenada.
La sexualidad más sórdida se le volvía azul.
Era el fin del mundo en
filo de primavera.
Sabes que no era amor, ni amistad;
sólo un
placer que se mira en espejos de noche.
Únicamente esperaba deshacer
tu sensualidad en sus muslos.
Cada amanecer deseaba el horror del
amor romántico.
Como húmeda flora,
putrefacción, y hermosura.
Luz lunar en un valle de caricias.
Era la belleza extremadamente
turbia.
Su sexo descansaba, magnífico, como un león satisfecho...
Ni memoria ni olvido
Yo quise olvidar, estoy seguro. Incluso
aceleré tanto los caballos
lujosos de mi vida
que pude haber llegado más allá del olvido.
Pero si hay arte en olvidar, cuando el recuerdo
vuelve, no como
nostalgia sino cual boca viva,
también ha de haber arte en no
sucumbir
a esa trepidación de odio, tristeza y futuro
que es el
recuerdo no deseado, aquel garfio
que resultó, a la postre, más
potente que la fantasía.
Quise olvidar. Quise tapar al niño negro que
fui,
a esas tardes tan tristes, a los días violentos,
al extraño
odio de unos camaradas de piedra...
Quise habitar un palacio de
olvido. Y no pude.
Afortunadamente, dioses, no he podido. Pues si
es un arte olvidar, también lo es (y terrible)
volver virgen a morder
aquella gruta podrida.
Oratio amatoriaFueron dos
o tres tardes de verano. Y esa noche
la primera casa prestada que
recuerdo.
Si alguien me hubiese dicho entonces si te amaba,
¿qué
habría contestado? Quería tus ojos negros,
el río oscuro y casi niño
de tu hermoso cuerpo...
* * * Otro año
después, era casi el otoño. Un calor
opaco y dorado con sabor de
merienda...
Y otra casa prestada a la hora de la siesta.
¿Te
amaba? Me incendiaban tus ojos de africana
luna, y tu piel que
enseñaba a mis manos delicia.
Y me acuerdo también de tu postura
aquella,
y del fruto pequeño, escondido; y tu risa...
Te besaba.
Yo hubiera querido allí morir contigo.
* * *
Pasó
tiempo de nuevo. Y la casa prestada era
al menos la quinta. Yo te
bañé de noche
y te unté de colonia (era invierno) y tus ojos
inmensos me querían. Hablábamos. Me contaste (y vi)
lo de las
purgaciones. ¿Era el amor aquello?
Un nombre que sentaba muy
bien a tu belleza.* * *
Estés
donde estés. Te suceda lo que te suceda,
yo te deseo el bien mayor,
la bondad
imposible en este mundo. Te deseo el antiguo
verano y su
agua dulce. El oro que mereces,
un bonancible viaje, y el amor que sé
ya
(inútilmente ahora) que entonces te tenía.
"Huir del invierno" 1977 -1981
Piscina
Con un ligero impulso la palanca palpita,
y el desnudo se goza un
instante en el aire,
para astillar después en vibraciones verdes
el oro y el azul y la espuma que canta.
Desciendes un
momento. Y riela en los visos
del cristal transparente el fuego que
galopa
entre las ramas verdes, y es túnica
de seda que amorosa
recoge la selva de tu cuerpo.
Te detienes y nadas. El fondo es tu capricho.
Como un solaz de
algas que amase tu cabello
te complaces en verte por grutas
submarinas.
Y al regresar al sol,
nos miras en la orilla,
mientras, toda codicias sexuales, el agua
deseosa, se goza solitaria en tu cintura.
Quimeras
Mi perfecto, mi ídolo de
noche, provocación
de mis gozos solitarios mentales...
Te pienso,
déjame que te piense. Me dirán
inmaduro, idealista, incapaz de amor.
Déjame suponerme entre tus piernas
(qué bien nos veo) coronarte de
hiedras africanas
en idilios fingidos, con agua de rosas rociarte
los pies, pintarte un corazón sobre la cama
revuelta, con el pelo
mojado y los ojos ardientes,
encendidos de sexo. En realidad te alabo
solo
el perfil, me olvidaré del mundo luego. Tiraré
a la letrina
todo, hecho un rebuño. Inmaduro,
del amor incapaz, te he amado por
encima
del mundo, más allá de cualquiera...
Vino el amor mental.
Siempre viene. Perdona.
Satélite del amor
The moon is the mother of pathos and pity
Wallace Stevens
Es hermoso y sagrado el reino de la noche,
lo pueblan suaves seres que maquillan sus ojos
y mezclan la tristeza
con el sabor del júbilo.
Seres agrestes para quienes el amor tiene
todos los nombres del peligro. Las lámparas dejan
su ámbar por la
noche. La lluvia su dulzura.
Los inmaduros cuerpos el delicado olor
de su erotismo.
Rugen las motos. Cada puerta es un viaje sin destino.
Entonces tu cabello, como la piel suave de los hombros
desnudos,
abunda más en bronce, se abandona a los tactos.
Son más dulces los
labios. Más cálido de luna el río
esbelto y bello de tus piernas.
Somos de ese reino,
donde como en Chuang-tsé, el filósofo, se mezcla
sueño y vida.
Donde amar es provocación y goce, y un cuerpo el
misticismo.
"El viaje a
Bizancio" 1972 - 1974
Sed pagana
Yo miraba aquella noche arder la maravilla.
Os veía abrazándoos,
bebidos, tan jóvenes los dos,
bailando entrelazados, alegres, entre
la música
festiva y la entibidada luz de un lugar clandestino.
Observaba los ojos cariñosos, el biselado exacto
de los cuerpos
tersos -serían apenas diecisiete años-
el fogoso frescor de pestañas
y labios. En ambos
la hermosura. La indolencia natural de lo
perfecto.
Y pensaba, mirándoos, que mi placer de belleza
y de
ginebra no iba desinteresado con la envidia.
Que debía sufrir, claro,
por no participar en ese reino.
Pero miraba y era deleite sólo
vuestra danza,
deseo vuestras ondas de euritmia jovencísima.
Y
pensé: No buscamos el logro, anhelamos deseo.
Que no es la fuente
sólo, sino la sed que invita.
De pie en el antro penumbroso, sumido
entre la música,
yo miraba aquella noche arder la maravilla.
Tractatus de amore
I
No digas nunca: Ya está aquí el amor.
El amor es siempre un
paso más,
el amor es el peldaño ulterior de la escalera,
el amor es
continua apetencia,
y si no estás insatisfecho, no hay amor.
El amor es la fruta en
la mano,
aún no mordida.
El amor es un perpetuo aguijón,
y un deseo
que debe crecer sin valladar.
No digas nunca: Ya está aquí el amor.
El verdadero amor es un no
ha llegado todavía...
II
Y es que el verdadero amor -nos dicen- nunca jamás
se
parece a su imagen.
Disociadas la forma y la materia,
se nos obliga a elegir,
considerando en más a la anterior morada.
(¡Pequeña traición, dulce retaguardia, muy humana!)
Porque el
verdadero amor coincide
con sí mismo,
y dice bien Novalis que todo será cuerpo
un
día que anhelamos.
Columna de oro y niño de azul,
el tetractys entregado en la
mirada,
tú fuiste al tiempo unísono
el amor y su imagen
y sólo la
realidad trastocó nuestros cuerpos
o confundió con falsa voz nuestra amistad equivocada.
Porque no
siempre es posible el encuentro
y hostil es, a menudo, el bosque y su carcoma,
y se cubren los
senderos de hojas malas...
Mas el verdadero amor, el alto amor,
-lo sé y te vi-
coincide, inevitablemente, con su alta representación afortunada.
III
¿Será el amor vencer tan sólo al cuerpo
con el cuerpo?
Porque el ansia de beldad
empuja hacia dentro, para alcanzar un alma
confundida con las
formas mismas de la materia...
Y al succionar los labios bebes alma,
y al estrechar el pecho
tocas otro jardín
cuyas ramas te alcanzan. Queremos romper
el cuerpo para
encontrar el cuerpo, bañarnos
en el pozo acuático de adentro con la imagen
misma que la luz
nos muestra. Posesionar
el cuerpo para tocar un alma que es el mismo cuerpo.
Pues al ver
y palpar el dorado desierto
de tu cuerpo, saltaba el alma en mis labios
deseando entrar en
ti, restregarse a ti, ser en ti,
chupando tus axilas y tus nalgas y tu cuello,
ebria de ti, la
absurda, la infame, la degenerada...
IV
Ya que el más alto amor es imposible.
Ya que no existe el
alma pura convertida en cuerpo.
Ya que el instante detenido
(¡oh, párate un momento, eres tan
bello!)
no es más que un grato sueño de la literatura.
Ya que se muda el
dios de un día
y el tiempo torna falaz toda imagen armónica.
Ya que el eterno
muchacho es sólo mito
y fugaz representación que solemniza el arte;
cuando alguien nos
provoca amor,
cuando sentimos el ansia irreprimible
de estar con fuertemente,
y de abrasarnos,
cuando creemos que aquel ser es toda
la dorada plenitud, sin
dudar nos engañamos.
(Una magia y un deseo nos embaucan.)
No existe el sumo amor. Es
tan sólo
un impulso del alma, y unas horas o unos meses,
ciegos, felices,
burlados...
V
Aunque quizá todo esto es mentira.
Y el único amor posible
(entiéndase, pues el Amor con mayúscula)
sea un ansia poderosa y humilde de estar juntos,
de compartir
problemas, de darse calor bajo los cubrecamas...
Reír con la misma frase del mismo libro
o ir a servirse el vino
a la par, cruzando las miradas.
Deseo de relación, de compartir, de comprender tocando,
de
entrar en otro ser, que tampoco es luz, ni extraordinario,
pero que es ardor, y delicadeza y dulzura...
No la búsqueda del
sol, sino la calma día a día encontrada.
El montón de libros sobre la mesa, tachaduras y tintas
en
horarios de clase, el programa de un concierto,
un papel con datos sobre Ophuls y la escuela de Viena...
Quizá
es feliz tal Amor, lleno de excepcionales minutos
y de mucha, mucha vulgaridad cotidiana...
Amor de igual a igual,
con arrebato y zanjas, pero siempre amor,
un ansia poderosa, pobre, de estar unidos, juntos,
acariciar su
pelo mientras suena la música
y hablamos de las clases, de los libros,
de los pantalones
vaqueros,
o simplemente de los corazones...
Aunque quizá todo esto es
mentira.
Y es la elección, elegir, lo que finalmente nos desgarra.
VI
Pero no utilices la palabra desprecio
si no aceptan el amor que regalas.
Si es un amor de palabras
dulces,
de comprensión, de afecto, de ternura,
sabrás bien que el
obsequio que
ofreces no lo has de dar tú solo...
Y si es pasión tu amor,
si es un arrebatamiento que desborda
y desdeña la vida cotidiana,
entonces el regalo recae sobre ti
propio.
Desprecio no habrá en ningún caso.
Sólo carencia. Echar algo en
falta.
Pero es que todo gran amor,
el poderoso amor, el importante
amor,
el que llenaría plenamente un vivir,
ése es siempre ausencia,
hay un foso
siempre; lo ves y no lo alcanzas...
VII
Eres, al fin, el
nombre de todos los deseos.
No importa sin en ti buscamos la solicitud o la amistad.
No
importa si es el río dorado de la carne,
o el alma, el inasible alma,
siempre la última frontera.
Son
tuyos todos esos nombres, y en ellos te vemos
pero nunca, jamás te acercas.
No eres el codiciado calor de la
leña
que temen perder quienes tienen morada y compañero.
No eres el
brillo acuático, ni la piel del ídolo solar
que buscan paseantes solitarios.
Tampoco la marcha alada, el
cendal bello, la plática antigua
del que desea la corpórea forma (aunque espiritual)
del Angel...
Sombrío dios sin devotos, les prestas tu mirar a todos ellos,
pero ninguno eres.
Estás siempre más allá, más lejos.
Y no te adornan aljabas ni
rosas.
Ni proteges en tu seno a quienes nombran la palabra amor,
o
dicen cumplirla, célibes y familiares.
Sobre tus largas uñas pones frío oro molido,
y en tus ojos
oscuros dejas entrar la luna...
¿Qué nombre darte? ¿Amor Hipólito, Cupido?
Eres un dios de
muertos. El dios, por excelencia.
Y pues que nada te cumple, ni rosas te sirven
ni anacreónticas
imágenes.
Frío cuerpo de oro, las rojas amapolas te coronan
y las plantas
del largo sueño eterno.
Un arte de vivir
Vivir sin hacer nada. Cuidar lo que no importa,
tu corbata de tarde,
la carta que le escribes
a un amigo, la opinión sobre un lienzo, que
dirás
en la charla, pero que no tendrás el torpe gusto
de
pretender escrita. Beber, que es un placer efímero.
Amar el sol y
desear veranos, y el invierno
lentísimo que invita a la nostalgia
(¿de dónde
esa nostalgia?). Salir todas las noches, arreglarte
el
foulard con cariño esmerado ante el espejo,
embriagarte en
belleza cuanto puedas, perseguir
y anhelar jóvenes cuerpos, llanuras
prodigiosas,
todo el mundo que cabe en tanta euritmia.
Dejar de
amanecida tan fantásticos lechos,
y olerte las manos mientras buscas
taxi, gozando
en la memoria, porque hablan de vellos y delicias
y
escondidos lugares, y perfumes sin nombre,
dulces como los cuerpos.
¡Qué frío amanecer entonces,
qué triste es, qué bello! Las sábanas te
acogerán
después un tanto yermas, y esperarás el sueño.
Del día
que vendrá no sabes .nada. (No consultas
oráculos). Te quemarán
hastíos y emociones,
tertulias y bellezas, las rosas de un banquete
suntuario, y las viejas callejas, donde se siente
todo, en el verano,
como un aroma intenso.
Vivir sin hacer nada. Cuidar lo que no
importa.
y si todo va mal, si al final todo es duro,
como
Verlaine, saber ser el rey de un palacio de invierno.
"El viaje a Bizancio" 1972 - 1974
Un cuento en azul
Seguramente estaba
sola.
Llevaba los ojos muy cercados de negro.
Era mayor, vieja,
con ropas gastadas.
Por la noche -más aún en invierno-
se acercaba
a los jardines del convento o del parque
con su bolsa de plástico
llena de despojos para gatos.
Junto a las verjas, entre las plantas,
por las aceras
nocturnas,
la vieja dama de los ojos negros,
más sola que el más
solo de la tierra,
buscaba a los gatos.
Bonito ven. Ven, mi rey.
Para ti también, mimosa.
Toma, linda. Ay, qué bueno, tesoro...
y
los gatos callejeros, los gatos atigrados del jardín,
la iban
rodeando zalameros, altivos, dulces,
formando una Piedad extraña
de una madre y sus hijos, en el fin de los tiempos.
Mira a la gatera
(oí decir otra noche
a unos que pasaban) vaya vieja loca...
Pero
la vieja dama de los ojos negros,
con su bolsita de plástico y
despojos,
ya no oía. Nunca oía. Porque el mundo
-desde hacía mucho
tiempo-
no era afortunadamente real para ella.
Por ello nos
sorprendió saber
que una noche de aquellas,
un hermoso muchacho
con uniforme azul
se acercase a la dama y le dijese:
Soy el Rey de
los Gatos, madame.
Y se cruzaron sus miradas.
Y el muchacho de los
ojos gatunos la besó en la boca.
Los gatos se restregaban en sus
piernas.
Y tomó de la mano a la dama.
Y se fueron hacia un mundo
perfecto,
un maravilloso mundo de luz
que un benévolo dios creó
para las viejas locas,
donde los gatos son chicos
y los chicos son
gatos
que tienen siete almas, y no envejecen nunca,
como quiso
aquel Rey
del Día Primero del Antiguo Mundo Bien Hecho.
Una escena del mundo flotante
Fue, en cierto modo, una historia trivial.
Yo tuve, hace años,
algunas parecidas.
Si acaso, aquí no era común su insólita belleza,
ni tampoco su bondad, su grata camaradería.
Lo había mirado varias
veces, en ese tiempo
en que la noche era para mí como una caja de
sorpresas.
Alguien -no sé cómo- nos acercó un día
en un barito de
esos, en calleja pobre y mal estilo
inglés... (Un lugar, incluso hoy,
para el desdén absoluto
de la burguesía.) Y todo fue fácil y en
seguida.
Tomamos una copa, repasamos los sitios
en que sin duda,
días atrás, nos habríamos visto,
y un rato después entrábamos en una
cama fría.
Pero era tanta su belleza, había tanta perfección
y
calor en su joven cuerpo colmado de delicia,
que recuerdo que al
meterme en sus brazos,
al besarnos, y sentir el tacto de su piel
total
por vez primera, me estremecí absolutamente,
y me dije que
sí, que era verdad, que estaba allí,
y que su boca, su cálida boca,
buscaba la mía...