
Apuro sediento tu tierno gemido, tu intimidad que me embriaga y ardiente, la lengua del dulce deseo, pasión cuyo vino no sacia...
Fragmentos del "Libro del buen amor":
Aristóteles dijo...
Cantiga de los clérigos de
Talavera
Elogio de la mujer chiquita
En la cama muy loca...
Habla el amor...
Haz a la dama un día...
Las ranas que demandaban un rey
Muy villano sería...
Pasando yo mañana...
Sírvela, no te canses...
Aristóteles dijo, y es cosa
verdadera...
Aristóteles dijo, y es cosa verdadera,
que el hombre por dos cosas
trabaja: la primera,
por el sustentamiento, y la segunda era
por
sonseguir unión con hembra placentera.
Si lo dijera yo, se podría tachar,
mas lo dice un filósofo, no se me
ha de culpar.
De lo que dice el sabio no debemos dudar,
pues con
hechos se prueba su sabio razonar.
Que dice verdad el sabio claramente se prueba;
hombres, aves y
bestias, todo animal de cueva
desea, por natura, siempre compaña nueva
y mucho más el hombre que otro ser que se mueva.
Digo que más el hombre, pues otras criaturas
tan sólo en una época se
juntan, por natura;
el hombre, en todo tiempo, sin seso y sin mesura,
siempre que quiere y puede hacer esa locura.
Prefiere el fuego estar guardado entre ceniza,
pues antes se consume
cuanto más se le atiza;
el hombre, cuando peca, bien ve que se desliza,
mas por naturaleza, en el mal profundiza.
Yo, como soy humano y, por tal, pecador,
sentí por las mujeres, a
veces, gran amor.
Que probemos las cosas no siempre es lo peor;
el
bien y el mal sabed y escoged lo mejor.
[...]
Cántiga de los clérigos de Talavera
Allá por Talavera, a principios de abril,
llegadas son las cartas de
Arzobispo don Gil,
en las cuales venía un mandato no vil
que, si a
alguno agradó, pesó a más de dos mil.
Este pobre Arcipreste, que traía el mandado,
más lo hacía a disgusto,
creo yo, que de grado.
Mandó juntar Cabildo; de prisa fue juntado,
¡pensaron que traía otro mejor recado!
Comenzó el Arcipreste a hablar y dijo así:
-«Si a vosotros apena,
también me pesa a mí.
¡Pobre viejo mezquino! ¡En qué envejecí,
en ver
lo que estoy viendo y en mirar lo que vi!»
Llorando de sus ojos comenzó esta razón:
Dijo: -«¡El Papa nos manda
esta Constitución,
oS lo he de decir, sea mi gusto o no,
aunque por
ello sufra de rabia el corazón.»
Las cartas recibidas eran de esta manera;
Que el cura o el casado, en
toda Talavera,
no mantenga manceba, casada ni soltera:
el que la
mantuviese, excomulgado era.
Con aquestas razones que el mandato decía
quedó muy quebrantada toda
la clerecía;
algunos de los legos tomaron acedía.
Para tomar acuerdos
juntáronse otro día.
Estando reunidos todos en la capilla,
levantóse el Deán a exponer su
rencilla.
Dijo: -«Amigos, yo quiero que todos en cuadrilla
nos
quejemos del Papa ante el Rey de Castilla.
»Aunque clérigos, somos vasallos naturales,
le servimos muy bien,
fuimos siempre leales
demás lo sabe el Rey: todos somos carnales.
Se
compadecerá de aquestos nuestros males.
»¿Dejar yo a Venturosa, la que conquisté antaño?
Dejándola yo a ella
recibiera gran daño;
regalé de anticipo doce varas de paño
y aún, ¡por
la mi corona!, anoche fue al baño.
»Antes renunciaría a toda mi prebenda
y a la mi dignidad y a toda la
mi renta,
que consentir que sufra Venturosa esa afrenta.
Creo que
muchos otros seguirán esta senda.»
Juró por los Apóstoles y por cuanto más vale,
con gran ahincamiento,
así como Dios sabe,
con los ojos llorosos y con dolor muy grande:
-«Novis enim dimittere -exclamó - quoniam suave!-»
Habló en pos del Deán, de prisa, el Tesorero;
era, en aquella junta,
cofrade justiciero.
Dijo: -«Amigos, si el caso llega a ser verdadero,
si vos esperáis mal, yo lo peor espero.
»Si de vuestro disgusto a mí mucho me pesa,
¡también me pesa el
propio, a más del de Teresa!
Dejaré a Talavera, me marcharé a Oropesa,
antes que separarla de mí y de mi mesa.
»Pues nunca tan leal fue Blanca Flor a Flores,
ni vale más Tristán,
con todos sus amores;
ella conoce el modo de calmar los ardores,
si de
mí la separo, volverán los dolores.
»Como suele decirse: el perro, en trance angosto,
por el miedo a la
muerte, al amo muerde el rostro;
isi cojo al Arzobispo en algún paso
angosto,
tal vuelta le daría que no llegara a agosto!»
Habló después de aqueste, Chantre Sancho Muñoz.
Dijo: -«Aqueste
Arzobispo, ¿qué tendrá contra nos?
Él quiere reprochamos lo que perdonó
Dios;
por ello, en este escrito apelo, ¡avivad vos!
»Pues si yo tengo o tuve en casa una sirvienta,
no tiene el Arzobispo
que verlo como afrenta;
que no es comadre mía ni tampoco parienta,
huérfana la crié; no hay nada en que yo mienta.
»Mantener a una huérfana es obra de piedad,
lo mismo que a viudas,
¡esto es mucha verdad!
Si el Arzobispo dice que es cosa de maldad,
¡abandonad las buenas y a las malas buscad!
»Don Gonzalo, Canónigo, según vengo observando,
de esas buenas
alhajas ya se viene prendando;
las vecinas del barrio murmuran,
comentando
que acoge a una de noche, contra lo que les mando.»
Pero no prolonguemos ya tanto las razones;
apelaron los clérigos,
también los clerizones;
enviaron de prisa buenas apelaciones
y después
acudieron a más procuraciones.
Elogio de la mujer chiquita
Quiero abreviar, señores, esta predicación
porque siempre gusté de pequeño sermón
y de mujer pequeña y de breve
razón,
pues lo poco y bien dicho queda en el corazón.
De quien mucho habla, ríen; quien mucho ríe es loco;
hay en la mujer
chica amor grande y no poco.
Cambié grandes por chicas, mas las chicas no
troco.
Quien da chica por grande se arrepiente del troco.
De que alabe a las chicas el Amor me hizo ruego;
que cante sus
noblezas, voy a decirlas luego.
Loaré a las chiquitas, y lo tendréis por
juego.
¡Son frías como nieve y arden más que el fuego!
Son heladas por fuera pero, en amor, ardientes;
en la cama solaz,
placenteras, rientes,
en la casa, hacendosas, cuerdas y complacientes;
veréis más cualidades tan pronto paréis mientes.
En pequeño jacinto yace gran resplandor,
en azúcar muy poco yace
mucho dulzor,
en la mujer pequeña yace muy gran amor,
pocas palabras bastan al buen
entendedor.
Es muy pequeño el grano de la buena pimienta,
pero más que la
nuez reconforta y calienta:
así, en mujer pequeña, cuando en amor
consienta,
no hay placer en el mundo que en ella no se sienta.
Como en la chica rosa está mucho color,
Como en oro muy poco, gran
precio y gran valor,
como en poco perfume yace muy buen olor,
así,
mujer pequeña guarda muy gran amor.
Como rubí pequeño tiene mucha bondad,
color virtud y precio, nobleza
y claridad,
así, la mujer chica tiene mucha beldad,
hermosura y
donaire, amor y lealtad.
Chica es la calandria y chico el ruiseñor,
pero más dulce cantan que
otra ave mayor;
la mujer, cuando es chica, por eso es aún mejor,
en
amor es más dulce que azúcar y que flor.
Son aves pequeñuelas papagayo y orior,
pero cualquiera de ellas es
dulce cantador;
gracioso pajarillo, preciado trinador,
como ellos es
la dama pequeña con amor.
Para mujer Pequeña no hay comparación:
terrenal paraíso y gran
consolación,
recreo y alegría, placer y bendición,
mejor es en la
prueba que en la salutación.
Siempre quise a la chica más que a grande o mayor;
¡escapar de un mal
grande nunca ha sido un error!
Del mal tomar lo menos, dícelo el sabidor,
por ello, entre mujeres, ¡la menor es mejor!
En la cama muy loca, en la casa muy cuerda...
»En la
cama muy loca, en la casa muy cuerd:
no olvides tal mujer, sus ventajas
recuerda.
Esto que te aconsejo con Ovidio concuerda
y para ello hace
falta mensajera no lerda.
[...]
Habla el amor...
»Si quieres amar dueñas o a cualquier mujer
muchas cosas tendrás primero
que aprender
para que ella te quiera en amor acoger.
Primeramente,
mira qué mujer escoger.
»Busca mujer hermosa, atractiva y lozana,
que no sea muy alta, pero
tampoco enana;
si pudieres, no quieras amar mujer villana,
pues de
amor nada sabe, palurda y chabacana.
»Busca mujer esbelta, de cabeza pequeña,
cabellos amarillos, no
teñidos de alheña;
las cejas apartadas, largas, altas, en peña;
ancheta de caderas, ésta es talla de dueña.
»Ojos grandes, hermosos, expresivos, lucientes
y con largas pestañas,
bien claros y rientes;
las orejas pequeñas, delgadas; para mientes
si
tiene el cuello alto, así gusta a las gentes.
»La nariz afilada, los dientes menudillos,
iguales y muy blancos, un
poco apartadillos,
las encías bermejas, los dientes agudillos,
los
labios de su boca bermejos, angostillos
»La su boca pequeña, así, de buena guisa,
su cara sea blanca, sin
vello, clara y lisa;
conviene que la veas primero sin camisa
pues la
forma del cuerpo te dirá: ¡esto aguisa!
[...]
Haz a la dama un día la vergüenza perder...
»Haz a la dama un día la vergüenza perder
pues
esto es importante, si la quieres tener,
una vez que no tiene vergüenza
la mujer
hace más diabluras de las que ha menester.
»Talante de mujeres ¿quién lo puede entender?
su maestría es mala,
mucho su mal saber.
Cuando están encendidas y el mal quieren hacer
el
alma y cuerpo y fama, todo echan a perder.
»Cuando el jugador pierde la vergüenza al tablero,
si el abrigo
perdiere, jugará su braguero;
cuando la cantadora lanza el cantar primero
siempre los pies le bullen, mal acaba el pandero.
»Tejedor y coplera nunca tienen pies quedos,
en telar y en el baile
siempre bullen los dedos;
'la mujer sin pudor, ni aun por diez Toledos
dejaría de hacer sus antojos y enredos.
»No abandones tu dama, no dejes que esté quieta,
siempre requieren
uso mujer, molino y huerta;
no quieren en su casa pasar días de fiesta,
no quieren el olvido; cosa probada y cierta.
»Es cosa bien segura: molino andando gana
huerta mejor labrada da la
mejor manzana,
mujer muy requerida anda siempre lozana;
con estas tres
verdades no obrarás cosa vana.
»Dejó uno a su mujer (te contaré la hazaña;
si la estimas en poco,
cuéntame otra tamaña)
Era don Pitas Payas un pintor de Bretaña,
casó
con mujer joven que amaba la compaña.
»Antes del mes cumplido dijo él: -Señora mía,
a Flandes volo ir;
regalos portaría.
Dijo ella: -Monseñor; escoged vos el día,
mas no olvidéis la casa ni la persona mía.
»Dijo don Pitas Payas: -Dueña de la hermosura,
yo volo en vuestro
cuerpo pintar una figura
para que ella os impida hacer cuelquier locura.
Contestó:
Monseñor; haced vuestra mesura.
»Pintó bajo su ombligo un
pequeño cordero
y marchó Pitas Payas cual nuevo mercadero;
estuvo allá
dos años, no fue azar pasajero.
Cada mes a la dama parece un año entero.
»Hacía poco tiempo que ella estaba casada,
había con su esposo hecho
poca morada;
un amigo tomó y estuvo acompañada,
deshízose el cordero,
ya de él no queda nada.
»Cuando supo la dama que venía el pintor,
muy deprisa llamó a su
nuevo amador;
dijo que le pintase, cual supiese mejor,
en aquel lugar
mismo un cordero menor.
»Pero con la gran prisa pintó un señor carnero,
cumplido de cabeza,
con todo un buen apero.
Luego, al siguiente día, vino allí un mensajero:
que ya don Pitas Payas llegaría ligero.
»Cuando al fin el pintor de Flandes fue venido,
su mujer, desdeñosa,
fría le ha recibido:
cuando ya en su mansión con ella se ha metido,
la
señal que pintara no ha echado en olvido.
»Dijo don Pitas Payas: -Madona, perdonad,
mostradme la
figura y tengamos solaz.
-Monseñor -dijo ella-, vos mismo la mirad:
todo lo que
quisieres hacet; hacedlo audaz.
»Miró don Pitas Payas el sabido lugar
y vio aquel gran carnero con
armas de prestar.
-¿Cómo, madona, es esto? ¿Cómo puede pasar
que yo pinté corder y encuentro este manjar?
»Como en estas
razones es siempre la mujer
sutil y mal sabida, dijo: -¿Qué,
monseñer?
¿Petit cordet; dos años, no se ha de hacer carner?
Si no tardaseis
tanto aún sería cordel.
»Por tanto, ten cuidado, no abandones la pieza,
no seas Pitas Payas,
para otro no se cueza;
incita a la mujer con gran delicadeza
y si
promete al fin, guárdate de tibieza.
»Alza Pedro la liebre, la saca del cubil,
mas, si no la persigue, es
un cazador vil;
otro Pedro la sigue, la corre más sutil
y la toma:
esto pasa a cazadores mil.
»Medita la mujer: -Otro Pedro es aqueste
más apuesto y
osado, mejor amante es éste
comparado con él no vale el otro un feste,
con el nuevo iré
yo, ¡Dios ayuda me preste!
[...]
Las ranas que demandaban
un rey
Las ranas en un lago cantaban et jugaban,
cosa non las nucía,
bien solteras andaban,
creyeron al diablo que de mal se pagaban,
pidieron Rey a Don Júpiter, mucho gelo rogaban.
Envióles Don Júpiter una viga de lagar,
la mayor quel pudo, cayó
en ese lugar:
el grand golpe del fuste fizo las ranas callar,
mas
vieron que no era Rey para las castigar.
Suben sobre la viga cuantas podían subir,
digeron: non es este
Rey para lo nos servir:
pidieron Rey a Don Júpiter como lo solían pedir,
Don Júpiter con
saña hóbolas de oír.
Envióles por su Rey cigueña mansillera,
cercaba todo el lago,
ansí fas la ribera,
andando pico abierta como era venternera
de dos en dos las ranas comía bien ligera.
Querellando a Don
Júpiter, dieron voces las ranas:
señor, señor, acórrenos, tú que
matas et sanas,
el Rey que tú nos diste por nuestras voces vanas
danos muy malas tardes et peores mañanas.
Su vientre nos sotierra, su pico nos estraga,
de dos en dos
nos come, nos abarca et nos traga:
señor, tú nos defiende, señor, tú
ya nos paga,
danos la tu ayuda, tira de nos tu plaga.
Respondióles Don Júpiter: tened lo que pedistes
el Rey tan
demandado por cuantas voces distes:
vengué vuestra locura, ca en poco
tuvistes
ser libres et sin premia: reñid, pues lo quisistes.
Quien tiene lo quel' cumple, con ello sea pagado,
quien puede ser
suyo, non sea enagenado,
el que non toviere premia non quiera ser
premiado,
libertad e soltura non es por oro comprado.
Muy villano sería y muy torpe payés...
Muy
villano sería y muy torpe payés
si de la mujer noble hablase de través,
pues en mujer lozana, placentera y cortés
reside el bien del mundo y todo
placer es.
Si, después de crear al hombre, Dios supiera
que la mujer sería su
mal, no se la diera
creada de su carne y como compañera;
si para bien
no fuera, tan noble no saliera.
Si no quisiese bien el hombre a la mujer
el Amor no podría tantos
presos tener;
por muy santo o muy santa que se suponga ser
nadie sin
compañía quiere permanecer.
Hay un refrán que afirma lo que yo os digo ahora:
Un ave, si está
sola, ni bien canta ni llora;
el mástil, sin la vela, no puede ir toda
hora;
va. la berza, con el agua de la noria, mejora.
[...]
Pasando yo una mañana...
Pasando yo una mañana
el puerto de Malangosto
asaltóme una serrana
tan pronto asomé mi rostro.
-«Desgraciado, ¿dónde
andas?
¿Qué buscas o qué demandas
por aqueste puerto angosto?»
Contesté yo a sus preguntas:
-«Me voy para Sotos Albos»
Dijo:
-«¡El pecado barruntas
con esos aires tan bravos!
Por aquesta
encrucijada
que yo tengo bien guardada,
no pasan los hombres salvos.»
Plantóseme en el sendero
la sarnosa, ruin y fea,
dijo: -«¡Por mi
fe, escudero!
aquí me estaré yo queda;
hasta que algo me prometas,
por mucho que tú arremetas,
no pasarás la vereda.»
Díjele: -«¡Por Dios, vaquera,
no me estorbes la jornada!
deja
libre la carrera;
para ti no traje nada.»
Me repuso: -«Entonces torna,
por Somosierra trastorna,
que aquí no tendrás posada.»
Y la Chata endiablada,
¡que San Julián la confunda!
arrojóme la
cayada
y, volteando su honda,
dijo afinando el pedrero:
-«¡Por el
Padre verdadero,
tú me pagas hoy la ronda!»
Nieve había, granizaba,
hablóme la Chata luego
y hablando me
amenazaba:
-«¡Paga o ya verás el juego!»
Dije yo:-«¡Por Dios, hermosa,
deciros quiero una cosa,
pero sea Junto al fuego!»
-«Yo te llevaré a mi casa
y te mostraré el camino,
encenderé fuego
y brasa
y te daré pan y vino.
Pero ¡a fe!, promete algo
y te tendré
por hidalgo.
¡Buena mañana te vino!»
Yo, con miedo y arrecido,
le prometí un garnacha
y ofrecí, para el
vestido,
un prendedor y una plancha.
Dijo: -«Yo doy más, amigo.
¡Anda acá, vente conmigo,
no tengas miedo a la escarcha!».
Cogióme fuerte la mano
y en su pescuezo la puso,
como algún zurrón
liviano
llevóme la cuesta ayuso.
-«¡Desgraciado!, no te espantes,
que bien te daré que yantes
como es en la tierra uso.»
Me hizo entrar mucha aína
en su venta, con enhoto;
y me dio
hoguera de encina,
mucho conejo de Soto,
buenas perdices asadas,
hogazas mal amasadas
y buena carne de choto.
De vino bueno un cuartero,
manteca de vacas, mucha,
mucho queso de
ahumadero,
leche, natas y una trucha;
después me dijo: -«¡Hadeduro!,
comamos de este pan duro,
luego haremos una lucha.»
Cuando el tiempo fue pasando,
fuime desentumeciendo;
como me iba
calentando
así me iba sonriendo.
Observóme la pastora;
dijo:
--«Compañero, ahora
creo que voy entendiendo».
La vaqueriza, traviesa,
dijo: «Luchemos -un rato,
levántate ya, de
priesa;
quítate de encima el hato» .
Por la muñeca me priso,
tuve
que hacer cuanto quiso,
¡creo que me fue barato!
Sírvela, no te canses, sirviendo el amor crece...
»Sírvela, no te canses, sirviendo el amor crece;
homenaje bien hecho no muere ni perece,
si tarda, no se pierde; el amor
no fallece
pues siempre el buen trabajo todas las cosas vence.
»Agradécele mucho cuanto ella por ti hiciere,
ensálza10 en más precio
de lo que ello valiere
no te muestres tacaño en lo que te pidiere
ni
seas porfiado contra lo que dijere.
»Busca muy a menudo a la que bien quisieres,
no tengas de ella miedo
cuando tiempo tuvieres;
vergüenza no te embargue si con ella estuvieres:
perezoso no seas cuando la ocasión vieres.
»Si la mujer encuentra un haragán cobarde
dice luego entre dientes:
-¡Fuera, que se hace tarde!
Si a una dama cortejas, tu ropón no te
enfarde,
que tu vestido airoso haga del talle alarde.
»La pereza excesiva es miedo y cobardía,
pesadez y vileza, suciedad y
astrosía;
por pereza perdieron muchos mi compañía,
por pereza se
pierde mujer de gran valía.
[...]
Apuro sediento tu tierno gemido, tu intimidad que me embriaga y ardiente, la lengua del dulce deseo, pasión cuyo vino no sacia...