
Apuro sediento tu tierno gemido, tu intimidad que me embriaga y ardiente, la lengua del dulce deseo, pasión cuyo vino no sacia...
¡Cuán triste vivir!
La guarida de amor
Perdí mi corazón
Recuerdos de amor
¡C uán
triste vivir!
¡Cuán triste vivir!
Morir por la patria,
Vivir en cadenas
¡cuán
triste vivir!
Morir por la patria,
¡qué bello morir!
Partamos al campo,
que es gloria el partir;
La trompa guerrera
nos llama a la lid:
La patria oprimida
con ayes sin fin
convoca a sus hijos,
sus ecos oíd.
¿Quién es el cobarde,
de sangre tan vil,
que en rabia no siente
sus penas hervir?
¿Quién rinde sus sienes
a un yugo servil
viviendo entre esclavos,
odioso vivir?
Placeres, halagos,
quedaos a servir
a pechos indignos
de honor
varonil;
que el hierro es quien solo
sabrá redimir
de afrenta
al que libre
juró ya vivir.
Adiós hijos tiernos
cual flores de abril;
adiós, dulce lecho
de esposa gentil:
Los brazos, que en llanto
bañáis al partir
sangrientos, con honra,
veréislos venir;
mas tiemble el tirano
del Ebro y del Rhin,
si
un astro a los buenos
protege feliz.
Si
el hado es adverso,
sabremos morir...
morir por Fernando
y
eternos vivir.
Sabrá el suelo patrio
de rosas cubrir
los huesos
del fuerte
que expire en la lid:
Mil ecos gloriosos
dirán:
"Yace aquí
quien fue su divisa
triunfar o morir".
Vivir en cadenas,
¡Qué bello morir!
La guarida del
amor
Amor, como se
vio desnudo y ciego,
pasando entre las gentes mil sonrojos,
pensó
en buscar unos hermosos ojos
donde vivir oculto y con sosiego.
¡Ay Silvia!, y
vio los tuyos, vio aquel fuego
que rinde a tu beldad tantos despojos,
y hallando satisfechos sus antojos,
en ellos parte a refugiarse
luego.
¡Qué extraño es
ver ya tantos corazones
rendir, bien mío, los soberbios cuellos,
y
el yugo recibir que tú les pones,
si a más de que
esos ojos son tan bellos,
está todo el Amor con traiciones,
haciéndonos la guerra dentro de ellos!
Perdí mi corazón...
Perdí mi
corazón -¿lo habéis hallado,
ninfas del valle en que penando vivo?-
ayer andando solo y pensativo,
suspirando mi amor por este prado.
Él huyó de mi pecho
desolado
como el rayo veloz, y tan esquivo
que yo grité: "Detente, ¡oh fugitivo!"
y ya no lo vi más por
ningún lado.
Si no lo conocéis, como en un ara
arde en él una hoguera, y
cruda herida
por víctima de Silvia lo declara.
Dadlo, por
vuestro bien, que esa homicida
lo hizo tan infeliz que donde para
mi corazón, ya no hay placer ni vida.
Recuerdos de amor
Suave sería el
labio de mi musa
modular solitario sus congojas,
al son del agua y
silbo de las hojas
de selva y río en variedad confusa;
tal vez allí la ilusa
copia de mis pesares,
en tan nuevos cantares
sanara que envidioso
a mis recreos
el ruiseñor, en circulares giros
bajara y repitiera
entre gorjeos
lo que yo le cantara entre suspiros.
La vi deidad, y
me postré a adorarla,
y por volver el ídolo benigno,
la prosa
olvido, y me dedico a hablarla
en el lenguaje de los dioses digno.
De entonces fue mi signo
pintar en mis canciones
sus dulces perfecciones;
¡y cuánto, oh
cielos, su beldad me humilla!
que es a su lado mi elocuencia parca.
Un hilo de agua que en el campo brilla,
y el ancho mar que casi el
mundo abarca.
Hijos mis
versos, Silvia, de tus ojos,
cuando mi amor mirabas indecisa,
tras
de mil que engendraron tus enojos
volaron mil nacidos de tu risa;
Oh, cómo se divisa
en unos aquel frío
de tu ingrato desvío,
y en otros un calor que al mismo exceda
con
que el torno del eje diamantino
la gran masa del sol rápido rueda,
ardiendo en fervoroso remolino!
Tú los
cantabas, Silvia, ¡en qué lugares!
¿Te acuerdas de la selva en que
habitamos,
que remedaba el ruido de los mares
con el sordo susurro
de sus ramos?
Muramos, ¡ay! muramos
de vergüenza y disgusto;
que aún en algún arbusto
se ve escrito que en todo el universo
fuerza no habrá que a separarnos baste;
y aún está allí tu letra,
allí mi verso;
¿y dónde está la fe que me juraste?
Los sauces
pintarán con elegancia,
bajo el imperio de los euros roncos,
en
sus fugaces hojas tu inconstancia,
y mi tristeza en sus desnudos
troncos;
destemplados y broncos
murmurarán los vientos
de aquellos juramentos
cuando desafiaste a aquella roca
a
firmeza... ¡oh dolor! ¡y ahora es aquella
en la que sólo estampo yo
mi boca,
porque sólo tu nombre encuentro en ella.
Tal lo dispuso
irremisible el hado;
encubra el velo lúgubre y espeso
que oculta
el porvenir, lo ya pasado.
Silvia, murió el amor; mas no por eso
te ofendas de que impreso
subsista en mi memoria;
que si hay alguna gloria
en conmover los bellos corazones
con
dulces metros llenos de ternura,
y esto se diere a mí, serán
lecciones
de tus gracias, tu fuego y tu hermosura.
Y como corren a
la mar undosa
las claras aguas por el campo ameno,
a ti mis
versos; bríndales, hermosa,
tu blanda mano y tu mirar sereno;
guárdalos en tu seno;
y al abrigo de aquellas
cimas del Pindo bellas,
verá, de aliento y no de furia escaso,
el
monstruo vil que por morderlos lidia,
que no se oye en la cumbre del
Parnaso
el ladrar de la cueva de la envidia.
Apuro sediento tu tierno gemido, tu intimidad que me embriaga y ardiente, la lengua del dulce deseo, pasión cuyo vino no sacia...