
A la tristeza
Capítulo
Como aquel que en soñar
gusto recibe...
Dulce soñar
El ruiseñor que pierde sus
hijuelos...
En la huerta nasce la rosa...
Garcilaso, que al bien
siempre aspiraste...
Gran tiempo fui de males
tan dañado...
La ausencia
Muy graciosa la doncella...
Nunca de amor estuve tan
contento...
Qué haré por quereros...
Si el corazón de un
verdadero amante...
A la tristeza
Tristeza, pues yo
soy tuyo,
tú no dejes de ser mía;
mira bien que me destruyo,
sólo
en ver que el alegría
presume de hacerme suyo.
¡Oh tristeza!
que
apartarme de contigo
es la más alta crueza
que puedes usar conmigo.
No huyas ni seas
tal
que me apartes de tu pena;
soy tu tierra natural,
no me dejes
por la ajena
do quizá te querrán mal.
Pero di,
ya que estó en tu
compañía:
¿Cómo gozaré de ti,
que no goce de alegría?
Que el placer de
verte en mí
no hay remedio para echallo.
¿Quién jamás estuvo así?
Que de ver que en ti me hallo
me hallo que estoy sin ti.
¡Oh ventura!
¡Oh amor, que tú heciste
que el placer de mi tristura
me quitase de
ser triste!
Pues me das por mi
dolor
el placer que en ti no tienes,
porque te sienta mayor,
no
vengas, que si no vienes,
entonces vernás mejor.
pues me places,
vete ya, que en tu ausencia
sentiré yo lo que haces
mucho más que en
tu presencia.
Capítulo
...Era este tu
cuerpo, el cual yo viendo,
tan grande era mi miedo y mi deseo
que
moría entre yelo y fuego ardiendo.
Pues ya de tu alma
si escribir deseo,
tanto he de andar por lo alto rodeando
que habrá de
ser perderme en el rodeo.
Andaré pues, así
como trazando
las figuras por sí, sin las colores
la obra por
mis fuerzas conformando.
No basta amor, ni
bastan los amores,
a levantar tan alto mi sentido
que muy bajos no
queden mis loores.
El saber de tu alma
es infinido:
¿cómo podré de vista no perdelle,
con este mi entender
que es tan finido?
harto será de lejos
sólo velle;
y aun este ver será en mí tan confuso
que su bulto veré
sin conocelle.
El cielo acá en el
mundo te dispuso
con obra tal que, al tiempo que te hizo,
el bien que
en él pusieron en ti puso...
Como aquel que en soñar gusto recibe...
Como aquel que en
soñar gusto recibe,
su gusto procediendo de locura,
así el imaginar
con su figura
vanamente su gozo en mí concibe.
Otro bien en mí,
triste, no se escribe,
si no es aquel que en mi pensar procura;
de
cuanto ha sido hecho en mi ventura
lo sólo imaginado es lo que vive.
Teme mi corazón de
ir adelante,
viendo estar su dolor puesto en celada;
y así revuelve
atrás en un instante
a contemplar su
gloria ya pasada.
¡Oh sombra de remedio inconstante,
ser en mí lo
mejor lo que no es nada!
Dulce soñar
Dulce soñar y dulce
congojarme,
cuando estaba soñando que soñaba;
dulce gozar con lo que
me engañaba,
si un poco más durara el engañarme.
Dulce no estar en
mí, que figurarme
podía cuanto bien yo deseaba;
dulce placer, aunque
me importunaba
que alguna vez llegaba a despertarme.
¡Oh sueño, cuánto
más leve y sabroso
me fueras, si vinieras tan pesado,
que asentaras en
mí con más reposo!
Durmiendo, en fin,
fui bienaventurado,
y es justo en la mentira ser dichoso
quien siempre
en la verdad fue desdichado.
El ruiseñor que pierde sus hijuelos
Cual suele el ruiseñor entre las sombras
de las ahojas del olmo o de
la haya
la pérdida llorar de sus hijuelos,
a los cuales sin plumas
aleando
el duro labrador tomó del nido;
llora la triste pajarilla
entonces
la noche entera sin descanso alguno,
y desde allí, do está
puesta en su ramo,
renovando su llanto dolorido,
de sus querellas
hincha todo el campo.
En la huerta nasce la rosa...
En la huerta nasce la rosa:
quiérome ir allá,
por mirar al ruiseñor
cómo cantabá.
Por las riberas del río
limones coge la virgo:
quiérome ir allá,
por mirar al ruiseñor
cómo cantabá.
Limones cogía la virgo
para dar al su amigo:
quiérome ir allá,
para ver al ruiseñor
cómo cantabá.
Para dar al su amigo
en un sombrero de sirgo:
quiérome ir allá,
para ver al ruiseñor
cómo cantabá.
Garcilaso, que al bien siempre aspiraste...
Garcilaso, que al bien siempre aspiraste,
y siempre con tal fuerza le
seguiste,
que a pocos pasos que tras él corriste,
en todo enteramente
le alcanzaste;
dime: ¿Por qué tras ti no me llevaste,
cuando desta mortal tierra
partiste?
¿Por qué al subir a lo alto que subiste,
acá en esta bajeza
me dejaste?
Bien pienso yo que si poder tuvieras
de mudar algo lo que está
ordenado,
en tal caso de mí no te olvidaras.
Que, o quisieras honrarme con tu lado,
o, a lo menos, de mí te
despidieras,
o si esto no, después por mí tornaras.
Gran tiempo fui de males tan dañado...
Gran tiempo fui de
males tan dañado,
por el dañado amor que en mí reinaba,
que a sanos y
a dolientes espantaba
la vista de un doliente tan llagado.
Conveníame andar
siempre apartado,
según de mí la gente se apartaba,
y aquello en que
más yo me reposaba
era hartarme de ser desdichado.
Vime sano después
en un momento,
y vueltos en placer los males míos;
miraban todos esta
salud mía
con un maravillado
sentimiento,
como al ciego miraron los judíos
espantados de velle como
vía.
La
ausencia
Quien
dice que la ausencia causa olvido
merece ser de todos olvidado.
El
verdadero y firme enamorado
está, cuando está ausente, más perdido.
Aviva
la memoria su sentido;
la soledad levanta su cuidado;
hallarse de su
bien tan apartado
hace su desear más encendido.
No
sanan las heridas en él dadas,
aunque cese el mirar que las causó,
si
quedan en el alma confirmadas.
Que si
uno está con muchas cuchilladas,
porque huya de quien lo acuchilló,
no
por eso serán mejor curadas.
Muy graciosa es la doncella...
Muy graciosa es la doncella,
¡cómo es bella y
hermosa!
Digas tú, el marinero
que en las naves vivías,
si la nave o la
vela o la estrella
es tan bella.
Digas tú, el caballero
que las armas vestías,
si el caballo o las
armas o la guerra
es tan bella.
Digas tú, el pastorcico
que el ganadico guardas,
si el ganado o
los valles o la sierra
es tan bella.
Nunca de amor estuve tan contento...
Nunca de amor
estuve tan contento,
que en su loor mis versos ocupase:
ni a nadie
aconsejé que se engañase
buscando en el amor contentamiento.
Esto siempre juzgó
mi entendimiento,
que deste mal todo hombre se guardase;
y así
porque esta ley se conservase,
holgué de ser a todos escarmiento.
¡Oh! vosotros que
andáis tras mis escritos,
gustando de leer tormentos tristes,
según
que por amar son infinitos;
mis versos son
deciros: «¡Oh! benditos
los que de Dios tan gran merced hubistes,
que del poder de amor fuésedes quitos».
Qué haré, que por quereros...
¿Qué haré, que por quereros
mis extremos son tan claros,
que ni soy para miraros,
ni puedo
dejar de veros?
Yo no sé con vuestra ausencia
un punto vivir ausente,
ni
puedo sufrir presente,
señora, tan gran presencia.
De suerte que, por quereros,
mis
extremos son tan claros,
que ni soy para miraros,
ni puedo dejar de veros.
S i
el corazón de un verdadero amante...
Si el corazón de un verdadero amante,
y un continuo morir por contentaros,
y un extender mi alma en
desearos,
y un encogerme, si os estoy delante;
y si un penar con un sufrir constante,
satisfecho y contento con
miraros,
y un derramar mis pasos por buscaros,
preguntando por vos a
cada instante;
y si un tener mi razonar compuesto,
en hablándoos, sin más, luego
turbarme,
con un grande embarazo y desvarío,
los accidentes son que han de llevarme
con público pregón a morir
presto,
la culpa es vuestra y el dolor es mío.