A la muerte de Filis
A la peligrosa enfermedad
de Filis
Al pintor que me ha de
retratar
Anacreóntica
Epístola dedicada a Ortelio
Letrilla satírica
Mientras vivió la dulce
prenda mía...
No basta que en su
cueva se encadene...
Si el cielo está sin luces...
Todo lo muda el tiempo,
Filis mía
A la muerte de Filis
En lúgubres cipreses
he visto convertidos
los pámpanos de Baco
y de Venus
los mirtos;
cual ronca voz del cuervo
hiere mi triste oído
el
siempre dulce tono
del tiempo jilguerillo;
ni murmura el arroyo
con delicioso trino;
resuena cual peñasco
con olas combatido.
En vez de los corderos
de los montes vecinos
rebaños de leones
bajar con furia he visto;
del sol y de la luna
los carros
fugitivos
esparcen negras sombras
mientras dura su giro;
las
pastoriles flautas,
que tañen mis amigos,
resuenan como truenos
del que reina en Olimpo.
Pues Baco, Venus, aves,
arroyos,
pastorcillos,
sol, luna, todos juntos
mirad me compasivos,
ya
la ninfa que amaba
al infeliz Narciso,
mandad que diga al orbe
la pena de Dalmiro.
A la peligrosa enfermedad de Filis
el campo está sin flores,
los pájaros no cantan,
los arroyos no corren,
no saltan los corderos,
no bailan los
pastores,
los troncos no dan frutos,
los ecos no responden...
es que enfermó mi Filis
y está suspenso el orbe.
Al pintor que me ha de retratar...
Discípulo de Apeles,
si tu
pincel hermoso
empleas por capricho
en este feo rostro,
no me pongas
ceñudo,
con iracundos ojos,
en la diestra el estoque
de Toledo
famoso,
y en la siniestra el freno
de algún bélico monstruo,
ardiente como el rayo,
ligero como el soplo;
ni en el pecho la insignia
que en los
siglos gloriosos
alentaba a los nuestros,
aterraba a los moros;
ni cubras
este cuerpo
con militar adorno,
metal de nuestras Indias,
color azul y
rojo;
ni tampoco me pongas,
con vanidad de docto,
entre libros y
planos,
entre mapas y globos.
Reserva esta pintura
para los nobles locos,
que honores solicitan
en los siglos
remotos;
a mí, que sólo aspiro
a vivir con reposo
de nuestra frágil
vida
estos instantes cortos
la quietud de mi pecho
representa en
mi rostro,
la alegría en la frente,
en mis labios el gozo.
Cíñeme la cabeza
con tomillo oloroso,
con amoroso mirto,
con pámpano beodo;
el cabello esparcido,
cubriéndome los hombros,
y descubierto
al aire
el pecho bondadoso;
en esta diestra un vaso
muy grande, y
lleno todo
de jerezano néctar
o de manchego mosto;
en la siniestra un
tirso,
que es bacanal adorno
y en postura de baile
el cuerpo chico
y gordo,
o bien junto a mi Filis,
con semblante amoroso,
y en cadenas
floridas
prisionero dichoso.
Retrátame, te pido,
de este sencillo
modo,
y no de otra manera,
si tu pincel hermoso
empleas, por
capricho,
en este feo rostro.
Anacreóntica
¿Quién es aquél
que baja
por aquella colina,
la botella en la mano,
en el rostro la
risa,
de pámpanos y hiedra
la cabeza ceñida,
cercado de zagales,
rodeado de ninfas,
que al son de los panderos
dan voces de
alegría,
celebran sus hazañas,
aplauden su venida?
Sin duda será
Baco,
el padre de las viñas.
Pues no, que es el poeta
autor de
esta letrilla.
Epístola dedicada a Ortelio
Desde el centro de aquestas soledades,
gratas al que conoce las
verdades,
gratas al que conoce los engaños
del mundo, y aprovecha
desengaños,
te envío, amado Ortelio, fino amigo,
mil pruebas del descanso
que consigo.
Ovidio en tristes metros se quejaba
de que la suerte no le
toleraba
que al Tíber con sus obras se acercase,
sino que al Ponto cruel
le destinase;
mas lo que de poeta me ha faltado
para llegar de Ovidio a lo
elevado,
me sobra de filósofo, y pretendo
tomar las cosas como van
viniendo.
Oh, ¡cómo extrañarás, cuando esto veas,
y sólo bagatelas
aquí leas,
que yo criado en facultades serias,
me aplique a tan ridículas
materias!
Ya arqueas, ya levantas esas cejas,
ya el manuscrito de la mano
dejas,
¿por qué dejas los puntos importantes?
y dices: «Por juguetes
semejantes,
¡No sé por qué capricho tú te olvidas
materias tan sublimes y
escogidas!
¿Por qué no te dedicas, como es justo,
a materias de más
valor que gusto?
Del público derecho, que estudiastes
cuando tan sabias cortes
visitastes;
de la ciencia de Estado y los arcanos
del interés de varios
soberanos;
en la ciencia moral, que al hombre enseña
lo que en su obsequio
la virtud empeña;
de las guerreras artes que aprendistes
cuando a campaña
voluntario fuistes;
de la ciencia de Euclides demostrable,
de la física nueva
deleitable,
¿no fuera más del caso que pensaras
en escribir aquello que
notaras?
¿Pero coplillas, y de amor? ¡Ay triste!
Perdiste el poco
seso que tuviste».
¿Has dicho, Ortelio, ya cuanto, enfadado,
quisiste a este pobre
desterrado?
Pues mira, ya con fresca y quieta flema
te digo que prosigo con
mi tema.
De todas esas ciencias que refieres
(y añade algunas otras
si quisieres),
yo no he sacado más que lo siguiente:
escúchame, por Dios,
atentamente;
mas no, que más parece lo que digo
relación, que no carta de un
amigo.
de todas las antiguas más hermosa,
el primero dirá con
claridades
por qué dejé las altas facultades,
y sólo al pasatiempo me
dedico;
que los leas despacio te suplico,
y si conoces que razón me
sobra,
calla, y no juzgues que es tan necia mi obra.
Pero si acaso
omites este asunto,
y la crítica pasas a otro punto,
cual es el que contiene la obra
mía
faltas contra la buena poesia,
Conozco tu razón, mas oye atento;
con Ovidio respondo a tu argumento:
Siqua meis fuerint, ut
erunt, vitiosa libellis,
Excusata suo tempore, lector, habe.
Exul eram; requiesque mihi
non fama petita est;
Mens intenta suis ne foret usque malis.
Significa (y perdona
la osadía
de interpretar de Ovidio la armonía,
porque en la traducción es
consiguiente
que pierda la dulzura competente,
como sucede a todos los
autores
en manos de mejores traductores):
El tiempo en que esta obra yo
compuse,
las faltas que hallarás, lector, excuse.
Quietud busqué, no
fama, desterrado,
por distraer a mi alma del cuidado.
Adiós.
Letrilla satírica
Que dé la viuda
un gemido
por la muerte del marido,
ya lo veo;
pero que ella
no se ría
si otro se ofrece en el día,
no lo creo.
Que Cloris me
diga a mí:
«Sólo he de quererte a ti»,
ya lo veo;
pero que
siquiera a ciento
no haga el mismo cumplimiento,
no lo creo.
Que los maridos
celosos,
sean más guardias que esposos,
ya lo veo;
pero que estén
las malvadas,
por más guardias, más guardadas,
no lo creo.
Que al ver de
la boda el traje,
la doncella el rostro baje,
ya lo veo;
pero que al
mismo momento
no levante el pensamiento,
no lo creo.
Que Celia tome
el marido
por sus padres escogido,
ya lo veo;
pero que en el
mismo instante
ella no escoja el amante,
no lo creo.
Que se ponga
con primor
Flora en el pecho una flor,
ya lo veo;
pero que
astucia no sea
para que otra flor se vea,
no lo creo.
Que en el
templo de Cupido
el incienso es permitido,
ya lo veo;
pero que el
incienso baste,
sin que algún oro se gaste,
no lo creo.
Que el marido a
su mujer
permita todo placer,
ya lo veo;
pero que tan
ciego sea,
que lo que vemos no vea,
no lo creo.
Que al marido
de su madre
todo niño llame padre,
ya lo veo;
pero que él,
por más cariño,
pueda llamar hijo al niño,
no lo creo.
Que Quevedo
criticó
con más sátira que yo,
ya lo veo;
pero que mi
musa calle
porque más materia no halle,
no lo creo.
Mientras vivió la dulce prenda
mía...
Mientras vivió la dulce prenda mía,
Amor, sonoros versos me
inspiraste;
obedecí la ley que me dictaste
y sus fuerzas me dio la poesia.
Mas, ¡ay!, que desde aquel aciago día
que me privó del bien que tú
admiraste,
al punto sin imperio en mí te hallaste
y hallé falta de ardor a mi Talía.
Pues no borra su ley la Parca dura
-a quien el mismo Jove no resiste-
olvido el Pindo y dejo la hermosura.
Y
tú también de tu ambición desiste
y junto a Filis tengan sepultura
tu flecha inútil y mi lira triste.
No basta que en su cueva se
encadene...
No basta que en
su cueva se encadene
el uno y otro proceloso viento,
ni que
Neptuno mande a su elemento
con el tridente azul que se serene,
ni que Amaltea
el fértil campo llene
de fruta y flor, ni que con nuevo aliento
al eco den las aves dulce acento,
ni que el arroyo desatado suene.
En vano
anuncias, verde primavera,
tu vuelta de los hombres deseada,
triunfante del invierno triste y frío.
Muerta Filis,
el orbe nada espera,
sino niebla espantosa, noche helada,
sombras
y sustos como el pecho mío.
Si el cielo está sin luces...
Si el cielo está sin luces,
el campo está sin flores,
los pájaros no cantan,
los arroyos no corren,
no saltan los
corderos,
no bailan los pastores,
los troncos no dan frutos,
los ecos no responden...
es que enfermó mi Filis
y está suspenso
el orbe.
Todo lo muda el tiempo, Filis
mía...
Todo lo muda el tiempo, Filis mía,
todo cede al rigor de sus
guadañas;
ya transforma los valles en montañas,
y apone un campo
donde un mar había.
Él
muda en noche opaca el claro día,
en fábulas pueriles las hazañas,
alcázares soberbios las cabañas,
y el juvenil ardor en vejez fría.
Doma el tiempo al caballo desbocado,
detiene al mar y viento
enfurecido,
postra al lén y rinde al bravo toro.
Solo una cosa al tiempo denodado
ni cederá, ni cede, ni ha cedido,
y es el constante amor con que te adoro.