
Apuro sediento tu tierno gemido, tu intimidad que me embriaga y ardiente, la lengua del dulce deseo, pasión cuyo vino no sacia...
Canción
Canción II
Los Lusiadas (fragmento)
¿Qué veré que me contente?
Verso ajeno
Vos tenéis mi corazón
Canción
Mote
Ojos heridos me habéis,
acabad ya de matarme;
mas, muerto, volvé a
mirarme,
porque me resucitéis.
Voltas
Pues me distes tal herida
con gana de darme muerte,
el morir me es
dulce suerte,
pues con morir me dais vida.
Ojos, ¿qué os detenéis?
Acabad ya de matarme;
mas, muerto, volvé a mirarme,
porque me
resucitéis.
Canción II
Mote
Irme quiero, madre,
a aquella galera,
con el marinero
a ser
marinera
Voltas
Madre, si me fuere,
do quiera que yo,
no lo quiero yo,
que el
Amor lo quiere.
Aquel niño fiero
hace que me muera
por un
marinero
a ser marinera.
Él, que todo lo puede,
madre, no podrá,
pues el alma va,
que el
cuerpo se quede.
con él, por quien muero
voy, porque no muero
voy, porque no muera:
que si es marinero,
seré marinera.
Es
tirana ley
del niño señor
que por un amor
se deseche un rey.
Pues desta manera
quiero irme, quiero,
por un marinero
a ser
marinera.
Decid, ondas, ¿cuándo
vistes vos doncella,
siendo tierna y bella
andar navegando?
Mas ¿qué no se espera
daquel niño fiero?
Vea
yo quien quiero:
sea marinera.
Los Lusiadas
Fragmento
Canto Primero.
Argumento del Canto Primero.
Navegación de los Portugueses por los mares Orientales: celebran los
dioses un consejo:
se opone Baco á la navegacion: Vénus y Marte favorecen á los navegantes:
llegan á Mozambique,
cuyo gobernador intenta destruirlos: encuentro y primera función de
guerra de los Portugueses
contra los gentiles: levan anclas, y pasando por Quiloa, surgen en
Mombaza.
I
Las armas y varones distinguidos,
Que de
Occidente y playa Lusitana
Por mares hasta allí desconocidos,
Pasaron más allá de
Taprobana;
Y en peligros y guerra, más sufridos
De lo que prometia fuerza
humana,
Entre remota gente, edificaron
Nuevo reino, que tanto
sublimaron:
II
Y también los renombres muy gloriosos
De los Reyes, que fueron
dilatando
El Imperio y la Fé, pueblos odiosos
Del África y del Asia
devastando;
Y aquellos que por hechos valerosos
Más allá de la muerte ván
pasando;
Si el ingenio y el arte me asistieren,
Esparciré por cuantos
mundos fueren.
III
Callen del sabio Griego, y del Troyano,
Los grandes viajes,
conque el mar corrieron;
No diga de Alejandro y de Trajano
La fama las victorias que
obtuvieron;
Y, pues yo canto el pecho Lusitano,
A quien Neptuno y Marte
obedecieron,
Ceda cuanto la Musa antigua canta,
A valor que más alto se
levanta.
IV
Vosotras, mis Tajides, que creado
En mí habéis un ingenio,
nuevo, ardiente;
Si siempre, en verso humilde, celebrado
Fue por mí vuestro rio
alegremente.,
Dádme ahora un son noble y levantado,
Un estilo grandílocuo y
fluyente,
Con que de vuestras aguas diga Apolo,
Que no envidian corrientes
del Pactolo.
V
Dádme una furia grande y sonorosa,
Y no de agreste avena ó
flauta ruda:
Más de trompa canora y belicosa,
Que arde el pecho, y color al
rostro muda:
Canto digno me dad de la famosa
Gente vuestra, á quien Marte
tanto ayuda:
Que se estienda por todo el universo,
Si tan sublime asunto cabe
en verso.
VI
Y vos, ¡oh bien fundada aseguranza,
De la Luseña libertad
antigua,
Y no menos ciertísima esperanza
De la estension de cristiandad
exigua!
Vos, miedo nuevo de la Máura lanza,
En quien hoy maravilla se
atestigua,
Dada al mundo por Dios, Rey sin segundo,
Para que á Dios gran
parte deis del mundo:
VII
Vos, tierno y nuevo ramo floreciente
De una planta, de Cristo
más amada
Que otra alguna nacida en Occidente,
Cesárea, ó Cristianísima
llamada:
Mirad el vuestro escudo, que presente
Os muestra la victoria ya
pasada,
En el que os dió, de emblemas por acopio,
Los que en la Cruz
tomó para sí propio:
VIII
Vos, poderoso Rey, cuyo alto imperio
El primero ve al sol en
cuanto nace,
Y en el medio despues del hemisferio,
Y el último, al morir,
saludo le hace:
Vos, que yugo impondreis y vituperio
Al ginete Ismaelita y duro
Trace,
Y al turco de Asia y bárbaro gentío,
Que el agua bebe aún del
sacro rio:
IX
Breve inclinad la majestad severa
Que en ese tierno aspecto en
vos contemplo,
Que luce ya, como en la edad entera,
Cuando subiendo ireis al
árduo templo;
Y ora la faz, con vista placentera,
Poned en nos: vereis un
nuevo ejemplo
De amor de patrios hechos valerosos,
Sublimados en versos
numerosos.
X
Amor vereis de patria, no movido,
De vil premio, mas de alto
casi eterno;
Que no es un premio vil ser conocido
Por voz que suba del mi
hogar paterno.
Oid; vereis el nombre engrandecido
Por los de quienes sois señor
superno,
Y juzgareis lo que es más escelente,
Si ser del mundo Rey, ó de
tal gente.
XI
Oíd, que no á los vuestros con hazañas
Fantásticas, fingidas,
mentirosas,
Vereis loar, cual hacen las estrañas
Musas, de engrandecerse
deseosas:
Las nuestras, no fingidas, son tamañas,
Que á las soñadas vencen
fabulosas,
Y con Rugiero á Rodamonte infando
Y, aun siendo verdadero, hasta
á Rolando.
XII
Os daré en su lugar un Nuño fiero,
Que hizo al reino y al
Rey alto servicio:
Un Égas y un Don Fúas; que de Homero,
Para ellos solos el cantar
codicio;
Y por los doce Pares daros quiero,
Los doce de Inglaterra y su
Magricio;
Y os doy, en fin, á aquel insigne Gama,
Que de Eneas también
vence la fama.
XIII
Y si del Franco Cárlos en balanza,
O de César queréis igual
memoria,
Ved al primer Alfonso, cuya lanza
Oscurece cualquiera estraña
gloria:
Y á aquel que al nuevo reino aseguranza
Dejó, con grande y
próspera victoria,
Y á otro Juan, siempre invicto caballero,
Y al quinto Alfonso,
al cuarto y al tercero.
XIV
Ni dejarán mis versos olvidados
A aquellos que en los reinos
de la Aurora,
Alzaron, con sus hechos esforzados,
Vuestra bandera, siempre
vencedora:
A un Pacheco glorioso, á los osados
Almeidas, por quien siempre
Tajo llora:
Al terrible Alburquerque y Castro fuerte,
Y otros, con quien
poder no halla la muerte.
XV
Y hora (que en estos versos os confieso.
Sublime Rey, que no
me atrevo á tanto)
Tomad las riendas del imperio vueso
Y dad materia á nuevo y
mayor canto:
Y empiecen á sentir el duro peso
(Que por el mundo todo cause
espanto)
De ejércitos y hazañas singulares,
De Africa tierras y de
Oriente mares.
XVI
El Máuro en vos los ojos pone frio,
Viendo allí su suplicio
decretado:
Por vos solo el gentil bárbaro impío
Al yugo muestra el cuello
ya inclinado:
Tétis todo el cerúleo poderío
Para vos tiene, en dote,
preparado:
Que, aficionada al rostro bello y tierno,
Adquiriros desea para
yerno.
XVII
Míranse en vos, de la eternal morada,
De los avos las dos
almas famosas,
Una en la paz angélica dorada,
Otra en las duras lides
sanguinosas;
En vos hallar esperan renovada
Su memoria y sus obras valerosas;
Y allá os muestran lugar, como acá ejemplo,
Que abre al mortal
de eternidad el templo.
XVIII
Mas mientras ese tiempo se dilata
De gobernar los pueblos,
que os desean
Dad á mi atrevimiento ayuda grata,
Para que estos mis versos
vuestros sean:
Y mirad ir cortando el mar de plata
A vuestros argonautas,
porque vean
Que son vistos de vos en mar airado;
Y á ser, acostumbraos,
invocado.
XIX
Ya por el ancho Oceáno navegaban,
Las inconstantes ondas
dividiendo:
Los vientos blandamente respiraban,
De las náos la hueca lona
hinchendo:
Blanca espuma los mares levantaban,
Que las tajantes proras van
rompiendo
Por la vasta marina, donde cuenta
Proteo su manada turbulenta;
XX
Cuando los Dioses del Olimpo hermoso,
Dó está el gobierno de
la humana gente,
Van á verse en consejo majestoso
Sobre futuras cosas del
Oriente:
Del cielo hollando el éter luminoso,
Van, por la Láctea vía
juntamente,
Convocados de parte del Tonante,
Por el nieto gentil del viejo
Atlante.
XXI
Dejan de siete cielos regimiento,
Que por poder más alto les
fué dado;
Poder que, con el solo pensamiento,
Cielo y tierra gobierna, y
mar airado:
Allí juntos se ven en un momento,
Los que habitan Arturo
congelado,
Los que tienen el Austro y partes donde
La aurora nace, el rojo
sol se esconde.
XXII
Estaba el padre allí sublime y dino
Que vibra el fiero rayo
de Vulcano,
En asiento de estrellas cristalino,
Con semblante severo y
soberano:
Exhalaba del rostro aire divino,
Que en divino tornára un cuerpo
humano,
Con corona y el cetro rutilante,
De otra piedra más clara que el
diamante.
XXIII
Más abajo, en asientos tachonados,
De perlas y oro
lúcidos, estaban
Todos los otros dioses asentados,
Según saber y juicio
demandaban.
Los antiguos preceden honorados:
Los menores tras ellos se
ordenaban;
Y aquí Júpiter alto, de este modo
Dijo, y llenó su voz el cielo
todo:
XXIV
«Eternos moradores del luciente
Estrellífero polo y claro
asiento,
Si del esfuerzo grande de la gente
Lusa no habéis quitado el
pensamiento,
Recordareis que existe permanente,
De los hados escrito
anunciamiento;
Por el que han de olvidarse los humanos
De Asirios, Persas,
Griegos y Romanos.
XXV
«Ya les fué, bien lo visteis, concedido,
Que un poder, de
recursos poco lleno,
Tomase Máuro fuerte y guarnecido
Todo el suelo que riega el Tajo
ameno:
Y luego le asistió, contra el temido
Castellano, favor alto y
sereno:
Así que siempre, en fin, con fama y gloria,
Victoria consiguió
tras de victoria. (...)
¿Qué veré que me contente?
Desque una vez yo miré,
señora, vuestra beldad,
jamás por mi
voluntad
los ojos de vos quité.
Pues sin vos placer no siente
mi vida, ni lo desea,
si no queréis que yo os vea,
¿Qué veré que
me contente?
Verso ajeno
Vos tenés mi corazón.
Glosa
Mi corazón me han robado,
y Amor, viendo mis enojos,
me dijo:
-Fuete llevado
por los más hermosos ojos
que desque vivo he
mirado.
Gracias sobrenaturales
te lo tienen en prisión.
Y si
maor tiene razón,
señora, por las señales,
vos tenéis mi corazón.
Mote
Ojos, herido me habéis,
acabad ya de matarme;
mas, muerto,
volvé a mirarme,
porque me resucitéis.
Vos tenéis mi corazón
Mi
corazón me han robado;
y Amor viendo mis enojos,
me dijo: "Fuete
llevado
por los más hermosos ojos
que desque vivo he mirado.
Gracias sobrenaturales
te lo tienen en prisión".
Y si Amor tiene
razón,
señora, por las señales,
vos tenéis mi corazón.
Apuro sediento tu tierno gemido, tu intimidad que me embriaga y ardiente, la lengua del dulce deseo, pasión cuyo vino no sacia...