"...Dame, dame la noche del
desnudo
para hundir mi mejilla en ese valle..."
"Female Nude"
Barry Paterson
Reseña biografica
Poeta español
nacido en Albolote, Granada en 1943.
Es doctor en Filología romantica por
la Universidad de Granada y titular del mismo claustro en Métrica.
Dotado de una gran facilidad para la versificación, es considerado como uno
de los poetas mayores de la actual
poesia española y excelente representante de la Generación del 68. Nunca
elude el cultivo de estrofas exquisitas
y complejas, manteniendo un fecundo diálogo entre la tradición y la
modernidad.
Desde su juventud ha venido escribiendo y publicando una
amplia obra poética que consta ya de una veintena de títulos,
iniciada con «Tigres en el jardín» en 1968,«Serenata y navaja» en 1973,
«Siesta en el mirador» en 1975,
«Después que me miraste» en 1984, «Testimonio de invierno» en 1990 y
culminada hasta el momento con las obras
«Alma región luciente» en 1997 y «Una perdida estrella» en 1999.
Ha obtenido distinciones importantes destacándose principalmente el
«Premio Nacional de la Crítica» en 1990 y el
Premio Nacional de poesia en 2012. ©A ti, siempre alegría
Amor mío te ofrezco
mi cabeza en un plato...
A veces el amor tiene
caricias frías
Aldaba de noviembre
Anunciación de la carne
Bajo continuo
Cantar de amigo
Capricho
Correspondencia
Como carne apretada a
nuestros huesos...
Cuentas de vidrio
Dame, dame la noche al desnudo...
Deshojar un recuerdo
Después que me miraste 1
Después que me miraste 22
Duérmete ahora, sentimiento
mío
Ebriedad de sol
El amor busca plumas
clandestinas
El deseo es un agua
Hacia las cumbres iba
Idilio
La música en Viana
La somnolencia
Madrigal de otro estío
Mejor que una punta fina
Narcisos
Nevando está en la tierra de
María
Noche entre dos labios
Noviembre
O no suspires por su nombre...
Otra vida, otro mar
Palabras en la piedra
Paraíso final
Pasión
Pocas cosas...
Poema final
Poemas de Valparaíso, XV
Por la escalera arriba...
Si fueras un crisantemo...
Sierpe profana
Siesta en el mirador
Tigres en el jardín
A ti, siempre alegría
Es el pagaros gloria tan subida
que cuanto más os pago, más os debo.
A ti, siempre alegría
si jazmín amanezcas
o canario en la jaula
de mi ventana seas.
Pero más si tu cuerpo
en mi amor se concreta,
de una herencia
celeste
suavísimo albacea.
Mucho más cuando carne
de mi carne te entregas
y ante tus
labios pálidas
son todas las anémonas,
si luna, porque clara;
si mar, porque serena;
si vegetal, por ser
prisión para la
estrella.
Pues te debo alegría
y esperanza y certeza
y ser quien soy sin
ti
no puede ser sin mengua,
tómame por rehenes
de mi amorosa
deuda
y canario en la jaula
de tu ventana sea.
Y todavía, entonces,
¿cómo no te debiera
el alpiste y el agua
y la lechuga tierna?
Tenme como un jazmín
silvestre que, a tu
vera,
se nutra de suspiros,
mi amor, mientras sesteas.
A veces el amor tiene
caricias...
A veces el
amor tiene caricias
frías, como navajas de barbero.
Cierras los
ojos. Das tu cuello entero
a un peligroso filo de delicias.
Otras veces se clava como aguja
irisada de sedas en el raso
del bastidor: raso del lento ocaso
donde un cisne precoz se
somorguja.
En general, adopta una manera
belicosa, de horcas y cuchillos,
de lanza en ristre o de falcón en mano.
Pero es lo más frecuente que te hiera
con ojos tan serenos y
sencillos
como un arroyo fresco en el verano.
Aldaba de noviembre
Una
tristeza dulce y anterior
al suspiro y las lágrimas,
anterior al
idilio de la tarde
azul y el jacaranda,
invade la memoria con su
música,
su brisa, su nostalgia:
Es la tristeza de mirar el cielo
cautivo entre las ramas.
Amor mío te ofrezco mi cabeza en un plato...
Amor mío
te ofrezco mi cabeza en un plato:
desayuna. Te ofrezco mi corazón
pequeño,
y una vena fecunda que tu lengua de gato
ha de lamer, ya
claras las arrugas del ceño.
Otra copita y basta: Amor mío, qué rato
más feliz tu mordisco,
como un nudo de sueño,
Yo escalo las paredes, tú apacientas un hato,
y yo balo en la sombra como cabra sin dueño.
Para ti no es la sombra, para ti es sólo el día,
mi Amor nunca
tocado por un dedo de bruma,
mi Amor nunca dejado por la indemne
alegría.
Te ofrezco un dedo rosa y unos labios de espuma,
Amor mío; te
ofrezco la lengua que tenía
cuando dije tu nombre y era el eco una
pluma.
"Tigres en el jardín" 1968
Anunciación de la carne
Envuelto en seda y nardos, encajes y rubíes,
vino el Angel del cielo
a verme una mañana;
yo encadenaba plumas de ensueño en mi ventana
con un candor desnudo de lino y alhelíes.
Su corte de querubes y jilgueros turquíes,
cambiaba por mi leche,
mi miel y mi manzana;
el beso y la mejilla eran de nácar grana,
de
tibios surtidores y absortos colibríes.
Se deslizó en mis venas como pez por el río
y, al tiempo que en
su torre daba el reloj la hora,
mané sangre y luceros mezclados con
rocío.
Me cerró las heridas su boca que enamora
y abrazando mi cuerpo
transitado en su brío,
me dijo: «Eres hermoso». y se fue con la
aurora.
Bajo continuo
Como en la muchedumbre
de los besos
tantos pierden relieve -sólo el beso
inicial y el
postrero por los labios
recibidos perduran-, estas flores
que el
año nuevo entrega: Con el blanco
del almendro en su abrigo contra el
norte,
la voz del macasar, no su presencia;
hoy, esta rosa. ¿La
aguardabas? Huele
como la adolescencia y sus deseos.
Pero en medio
se abrieron las cidonias,
los ciruelos, manzanos y perales,
tantos
y tantos, rojos, rosas, blancos,
y apenas los mirabas: Como el gozo
de unos brazos constantes de certeza
te acogieron, te acogen, y
recuerdas
sólo el primer calor, sólo la boca
que te ha dicho, al
partir esta mañana:
"No vuelvas tarde".
Pasas por los campos:
Entre las hojas con su verde intenso,
aún canta la blancura de los
pétalos.
Es la felicidad que da sus trinos,
sus trémolos, su leve
melodía,
sobre un bajo continuo de sosiego,
de paz, de vuelta al
labio no sabido
en la forma, en la flor que te formule.
Cantar de amigo
Di, noche,
amiga de los oprimidos,
di, noche, hermana de los solidarios,
¿dónde
dejaste al que ayer fue mi amigo,
dónde dejaste al que ayer fue mi
hermano?
-Verde le
dejo junto al mar tranquilo;
joven le dejo junto al mar callado.
Capricho
Un capricho celeste
dispuso que velado
de lágrimas quedara
el
nombre del amor;
la alondra, que lo tuvo
casi en sus iniciales,
lo perdiera en
el canto
primero que hizo al sol;
la raya temblorosa
del horizonte, herida,
repitiera la llaga
que el eco le dejó;
la lumbre de otros ojos
amortecida, apenas
para el silencio
nido,
para el sollozo flor.
Si oscuro fue el capricho,
y signo fue del cielo,
voluble
halló una pluma,
rebelde un corazón:
no sometió la sangre
al llanto sus latidos
y desveló el
secreto
con risas en la voz.
Como carne apretada a nuestros huesos...
Como carne
apretada a nuestros huesos
nos envuelve el amor más solo y puro,
que, apartados del mundo y su conjuro,
vivimos un festín de fiebre y
besos.
Este recinto prieto, donde presos
unánimes nos damos un seguro.
este campo solar y nido oscuro
abona en gracia vida y embelesos.
Contagiados de mundo, sin embargo,
lucha es la vida con caudal de
grito,
y a veces un sollozo y un letargo.
Y es que
el dolor destroza nuestro mito
y el dulce amor nos sabe tan amargo
como la sed de un páramo infinito.
Correspondencia
Fosa común de pájaros y fuentes
eran tus ojos en la tarde
ardida.
Había un brillo cruel de luz mordida
en tus labios sin besos y
en tus dientes.
Ayer dos corazones coincidentes,
hoy dos bordes sangrantes
de una herida,
mañana doble sombra de guarida
de sierpes y de lobos
impacientes.
Tú, aquí; él, por ahí: Porque no es buena
la vida, no: No es
justa y no es sagrada
para quien muerde el fruto de la ciencia.
Esa ciencia que
nace de la pena
de no verse mirada en su mirada,
pedir amor y recibir paciencia.
Cuentas de vidrio
Así,
rodado, crepitado, ungido,
estarcido y flagrado,
como derrama
un niño cuenta y cuenta
de vidrio en la sonora
patena de la
noche, te he entregado
mi puño y mi tormenta
y he nombrado
como albacea la Aurora.
Agujas y sedales han cosido
mi lengua al paladar, donde tú
abrías
ya no sé qué navajas o alegrías,
qué sigilo mortal, qué
luz de olvido.
No pido compasión; sangre te pido
y músculos joyantes y
agonías,
devoradoras águilas, orgías
y uñas escodadoras del
sentido.
Y vivir y cantar y la condena
cumplir de nuestro amor y ver
la cima
del monte más temible destrozada
por un súbito embate de carena,
por una mano que la piedra
oprima
con el temblor sediento de la espada.
"Serenata y navaja" 1973
Dame, dame la noche del
desnudo...
Dame, dame la noche del
desnudo
para hundir mi mejilla en ese valle,
para que el corazón
no salte, y calle:
hazme entregado, reposado y mudo.
Dame, dame la aurora, rompe el nudo
con que ligué mis rosas a tu
talle,
para que el corazón salte y estalle:
hazme violento,
bullidor y rudo.
Dame, dame la siesta de tu boca,
dame la tarde de tu piel, tu
pelo:
sé lecho, sé volcán, sé desvarío.
Que toda plenitud me sepa a poca,
como a la estrella es poco todo
el cielo,
como la mar es poca para el río.
Deshojar un recuerdo se convierte...
Deshojar un recuerdo se
convierte
en un trabajo lleno de rocío,
como un campo de lirios y
cerezos
donde me vieras sin estar conmigo.
Dócilmente te tiendes a
mi lado,
extiendes tu cabello, abres al lino
interiores de concha
y amaranto:
el alba fija tus contornos tibios.
Yo repaso el silencio
suavemente,
fluyen las horas, y en su claro signo
ponemos un común
astro de besos,
y damos los recuerdos al olvido.
Todo lo que anhelé, tú
me lo has dado;
todo lo que viví, por ti está vivo;
lo que no
fuiste tú, sombra es de un sueño
y no esta flor quemándose en tu
brillo.
Tus alas puras lo
tocaron todo
Y aún vuelas en mi gesto pensativo.
Oh, no levantes
más recuerdos yertos.
Déjame en ti gozosamente hundido.
Después que me miraste
Oigo tu voz muy remota:
¿Me llamas por la alameda
al fondo, donde
las hojas
o fulgen de brisa o tiemblan?
¿O me llamas desde
arriba,
desde mi memoria, desde
tu propio silencio, íntima
delicia de conocerte?
¿Por qué me llamas, si sabes
que me
tienes, que nos somos,
que después que me miraste
desde tu voz te
respondo?
Después que me miraste, 22
Cuéntase de un zagal heroico antiguo
tal singular hazaña:
consiguió
dominar preciadísimo caballo
asustadizo de su sombra
guiándolo hacia el sol; obtuvo, así,
loa y acatamiento de los
hombres.
Pero mayor hazaña fue la tuya
después que me miraste
pues mi pasión e instinto condujiste
a la luz de la vida y hoy me
miro
en el espejo de tus ojos puros
dócil corcel de amor.
Duérmete ahora, sentimiento mío...
Duérmete ahora, sentimiento mío.
Déjame en esta paz que me
regalan
la silenciosa habitación, las suaves
luces, las tenues
llamas.
Ya sé que ayer fue dura la congoja
y no sé cómo el corazón mañana
soportará romper con estos lazos,
con estas quietas brasas.
Pero no me perturbes esta noche
en que mi terca sangre se
acompasa
al fluir de otras vidas más serenas,
al soplo de otra
gracia.
Y tú, indiscreto pensamiento mío
pájaro equivocado de sus alas,
duerme también y deja que la noche
me abrigue, limpia, el alma.
De "Miradas sobre el agua"
Ebriedad de sol
Vente conmigo a esta caliente fosa,
al hueco en que un arcAngel nunca
anida:
es foso de leones o manida
de sangre, no de pétalos de
rosa.
Aquí los huesos silban, y qué hermosa
es su canción de besos y de
herida.
El relámpago apenas tiene vida
en tanta huesa amante y
cavernosa.
Ay, ven conmigo. Duérmete a mi lado.
El gusano no puede con el
sueño,
vino es la muerte de metal fundido.
Tierra en la tierra ya, nuestro costado
será un arpa que tañe el
Sol -su dueño-
para darle al Amor nuestro sonido.
"Serenata y navaja" 1973
El amor busca plumas clandestinas
Nació bajo la luz de una tarde de estío.
Súbitamente herido,
por calles, por tranvías, por geranios, por trajes,
liquen de labios,
desplegó sus alas.
Rodó por archipiélagos de madreselva húmeda,
por vinos aromados y
miradas furtivas,
pero temió las cárdenas navajas
que al inocente
acechan.
Por la tronera trémula del pino
podían dispararse cerbatanas,
flechas extintas como espejos sucios.
...Súbitamente herido.
El amor busca plumas clandestinas,
rodando por los nombres de los
meses,
errando las ambiguas direcciones,
bares de moho, pensativas
lunas,
súbitamente herido.
Tenía grandes alas, como fuentes,
como cedros, crepúsculos,
alondras;
iba por avenidas y jardines
encorvado de piedras y
deseo...
Súbitamente herido.
Oh los deseos que en el tiempo
anidan,
que incuban sus estrellas, sus acíbares,
y sobre el campo
hostil dejan cristales,
nácar de empuñadura de navaja,
caparazones
de marfil, diademas
de sangre sexual. Buscaba plumas
clandestinas,
covachas, paraísos
terrenales, ocultos, donde el hombre
no acosa
como hiena, como hombre,
como sonrisa cómplice, ni escándalo.
¡Qué
escándalo de plumas! Centinelas
de la certera soledad prendían
hachones en la noche
por barrancos, colinas,
por cactos
polvorientos, por yacijas
donde el amor inventa su mínima aventura,
súbitamente herido.
El amor se
resiste a los acosos,
súbitamente herido,
tiene oídos nocturnos, grandes ojos.
súbitamente herido,
las alas cubren con temor su torso,
súbitamente herido,
y es feliz con sus plumas de abandono,
súbitamente herido.
Acacias, gritos, campanadas, sombras,
buzones, fechas, compasión,
sollozos:
para que su rumor no desvele a los bosques,
pasa el amor
con la noche en los hombros.
El deseo es un agua
I
Siempre vive, pervive, sobrevive y asciende,
como un astro y sus
luces, el deseo a los cielos,
sin confundirse nunca con el cuerpo
logrado,
sin renunciar jamás al clamor de la sangre,
a las yemas feroces donde mana
una mano las nieves sin estrépito,
boca que sigue el trazo de las aves
más allá de la noche y su
sospecha.
Abierta noche insomne cuyos dientes
tiñen la sangre de
un rumor perplejo,
tacto de mineral, cristal y lágrima
que el mar
bebiera y en la luz se cumple
abrasadoramente, ardidamente
por
donde el tiempo yergue sus promesas.
Siempre en silencio perseguido y dúctil,
resbalando por montes de
corales tranquilos,
superviviente frágil que sobrenada el canto
último en que los barcos naufragaron sin día,
recubierto de arenas
marchitas y de pétalos
para perder los labios donde la luna insiste,
resiste. Donde el hierro, carmín rozado, frente
de otro pesar sin
nubes se desliza convulso
como serpiente muda que las sombras escruta
abrasadoramente,
nunca saciada, nunca
consumada en el tacto,
musgos frescos, saladas
márgenes, sonorosas
pulpas hendidas,
siempre
perseguidora inmune
al sudor del estío,
al frescor de
unos ojos
palpitantes de lábiles
corpúsculos de aurora,
nunca
dormida, nunca
cubierta por las alas mullidas
del olvido.
II
La
sangre, hierro convexo, pegajosa brasa
sin renuncias, mana y no
cubre, fluye
y reclama vasos, céspedes hondos, cuellos
por donde
el aire resuena
con cansancios de oboe
henchido con el cuerpo que
le negó la aurora,
buscando el lecho estéril y la sombra baldía,
fingiendo la planicie,
la suave piel sin fechas,
forma de fruto y
pecho
desnudo de latidos,
y el pedernal lo gime.
¡Oh cosechas vencidas, oh simientes
siempre más generosas que los
ojos,
más ofrecidas a las chispas súbitas
que la lengua convulsa
de mentiras,
volved, volved al suelo, y la amapola
cante en las
primaveras de otros sueños,
otro rumor de latidos acordes,
un
desvanecimiento de los labios ardidos,
mordidos, mientras gime
la
serpiente en la pulpa
borrascosa, sumida
en su propio deseo,
abrasadoramente,
nunca saciada, nunca
consumada en el tacto,
perseguidora inmune
al sudor del estío,
mientras la sangre consta,
mientras vuelve, revuélvese, se disuelve y desciende
como liquen sin
luces el sopor a los cuerpos,
manteniéndolos siempre sobre el duro
equilibrio
de una luz prometida que nunca, nunca alcanzan,
y una
sombra perenne que los ata y los ciega!
III
No
es el azul ni distante-ni irónico,
ni en las puertas perplejas que
entreabren
una posible llama donde el jazmín crepite
cuelgan los
ramos tristes,
las pupilas, la fría
mueca por la que pierden su
sollozo
quienes nunca lograron confundirse en la noche,
quienes
nunca lograron que la niebla
tiñera los jardines del deseo
con
otra luz que su rencor no hubiere,
mientras en las orillas, por la
nube
primera, como frutos destronados
por la estrella rival y
melancólica,
surten los barcos de enramadas velas,
la proa hacia
los reinos de la llama,
inocente e inmune
al cierzo muerto, al
austro
perseguidor de yeguas y leones,
de corzos con la lengua
estremecida
por las hierbas recientes de rocío
junto a la nieve y
el azul que ríen.
Porque se supo siempre
que nos habita el hálito
de un alma
nunca nuestra,
víctimas de los límites
que las sombras imponen
al cuerpo y al deseo.
Porque siempre nos queda
una duda en racimos
de sed, una
serpiente
de lava que si aflora
castigamos con dura
resolución
de niebla,
siempre fingidos, nunca
con resplandor de carne
abrasadoramente
entregada a los vientos
que la muevan, fecunden
de pájaros y abejas,
la miel, el vuelo, el canto
por el azul
extenso,
y nos llama la sombra,
no la llama, no el río
con su rumor
frondoso,
su luz y su clemencia,
y el vano giro y la inventada roca
que rueda y vuelve a su lugar
nativo
no los miramos como ser podrían,
concreciones de piel, sed
y silencio
que como pulpa blanda entre los rígidos
y amenazantes
dedos de la noche
promete siempre abrasadoramente
la nueva
floración, la sangre virgen
negada por los Angeles
hipócritas que
cubren
su torso con las capas
del rencor y la envidia,
nunca para dar paz, nunca para que el gozo
de la piel amanezca
sobre aquellas mejillas
donde una vez pusimos la mirada y los labios,
tan ardorosamente, tan gozosos, tan ebrios
de un primer resplandor,
de un desplegado
astro en sus luces sobre el mar dormido.
IV
¿De qué pútridas huellas
se yergue este perplejo
sinsabor de unos muros
para la luz cansancio,
para la sed derrota,
calumnia del rocío?
Desplegaba la tarde sus desdenes
en el ocre frenético, en el
cisma
de un sol de labios húmedos,
de un hondo respirar que el
sueño oprime,
y el invicto deseo
golpeaba los vidrios
de aquella luna, cima
de la desolación,
hierro concreto y linde
donde el pájaro abate
todo el candor de sus plumas hendidas,
el despliegue inconstante de
la rica, la grácil
persecución de un pecho
donde anidan espejos,
simulacros de un vino
que hace vivir las algas,
las espumas
rocosas
donde el beso se extingue
casi con claridad de esperanza o
de culmen.
Pero el muro no basta
para torcer el curso
de las alas, los
labios, las yemas, los cansancios
que fustiga la sangre y recorre el
silencio
como una desplegada resplandeciente copa.
Beber y hundir los ojos, con las sienes
golpeadas por núbiles
enloquecidos potros,
puentes hacia el extremo poniente sin rencores,
allí donde nos consta,
donde canta el deseo.
V
El
deseo es un agua
retenida en los ojos,
resbalada en los labios
que en la sombra sugieren
lentas lunas amargas,
fulguración y
súplica y suplicio,
dura omisión de resplandor silvestre,
terrestre, con escamas como días,
como fechas impuestas a los súbitos
relámpagos insomnes, a la carne
que sabe cierto el límite y el
trémulo
deshacerse en la luz que así la nutre,
incorporarse a un
borde sin semillas.
El deseo es un agua que persigue
álamos blancos, valles y
riberas,
un horizonte despejado y quieto,
alma región luciente donde fluye
una canción con labios que la
dicen,
nutritiva plegaria, cuerpo solo
en que arder y vivir fueran
la dicha,
el gozo, el vuelo, el silbo, el aire, el sol.
Hacia las cumbres iba...
Primer
acorde. Alhambra
Hacia las cumbres iba,
hacia las verdes cumbres, su deseo.
Allí aprendió que la melancolía,
cuerpo lento del tiempo,
cuerpo
del agua frágil detenida
en los vasos secretos,
a conformar
empieza la memoria.
Lleno de suaves algas y de pétalos
sumergidos, de platas
indecisas
y de leves luceros,
allí esperó que la frescura nítida
y los blandos oreos
condujesen su sed, su amor, su dicha
sin nombre hasta los cielos,
las visiones perfectas, la precisa
iniciación del vuelo
y supo allí que la belleza efímera
es de toda
verdad fuente y espejo.
Idilio
Dicen todos: Ellos son,
ellos cantan, ellos miran
la aurora de las
acequias,
el ruiseñor que origina
tristezas de amor, extrañas
y
suaves melancolías.
¡Cuánta flor han deshojado,
cuánta mirada
cautiva,
cuánto encaje de hilo limpio,
cuánto beso sobre el día
que como un pozo de brasas
se enciende y los aniquila!
...no son ellos; ya no son
más que tórtola en la encina,
más
que el agua del venero,
más que la flor de alegría,
más que una
vara de nardos
llameante a maravilla,
el torso bello y desnudo,
la boca que les destila
ámbares, rosas, jazmines
y una palabra no
dicha,
palabra sola que son,
amor, amor... Y la brisa
los
lleva, blancos y puros,
los lleva a las altas cimas,
los lleva a
las luces ebrias,
hacia las estrellas fijas...
La música en viana
A Guillermo González
Evocar la palabra con que formé mis labios,
las palabras, la
música de un surtidor tendido:
Pérfidos, jaspes, mármoles, columnas
derribadas,
capiteles y sueños, jazmines y celindos.
¿Y el azahar?
¿Y el aire que duele como un agua
equivocada y tensa por las veras
del río?
y el pez de la memoria deslizándose, yéndose
por palabras
perdidas, con su rumor de niño.
La más humilde de todas,
la más silente,
no es el grosero
alelí,
no es la violeta campestre,
sino el geranio, tan duro,
sino el geranio que mueve
sus ofrecidas umbelas
entre el viento y
las paredes.
Tanto color en la flor,
y las hojas cómo huelen.
Amenos valles, ríos
de salud, sonrosados
cielos de tarde -el
Angel
protector, más hermoso
que la salud, sonríe-.
La súbita
ceguera
se puebla de recuerdos.
Es un dolor: Dejadme
con la
música a solas,
que me vuelva la tierra
del sol: que me despierte
con la miel en los labios
y la salud del alma.
¡Oh flor de España!, ¿qué
no es flor en ti, si piedra,
si
estuco, si rocío,
si muralla, si hiedra?
toda interior, tú, patio
de la vida serena.
(Fantasía) No es canción ni lamento ni murmullo:
trino que el corazón hiciera suyo.
Trino sin voz, pero con alma y
vuelo,
las densas manos de un amor sin duelo.
Las densas manos que
desgranan ecos
de espesos sueños y de pechos secos.
Guadalquivir abajo la agonía
de un sol todo memoria y melodía.
Guadalquivir arriba suena un árbol
gota de llanto que resbala en
mármol.
No es blanco ni verde
ni amarillo ni anaranjado; vence
en
blancura al jazmín,
en tiempo a la magnolia,
en fuego al querubín.
Azahar, azahara,
azahares sin fin.
Esta música, el ansia de más vida,
¿qué viola del cielo la ha
vibrado?
¿Qué pensamiento entre la carne herida
abrió su triste
pétalo morado?
Qué corcel de rumor sin voz ni brida
para su pétreo paso
desbocado
galopa por un cielo equivocado,
neutra la estrella
turbia o escondida?
Esta música llena de añoranza
que no alcanza a colmar una
esperanza,
que tiene nombres pero está vacía
de presente, de amor, ¿qué melodía
íntima la sostiene, qué
sosiego
quiere alcanzar, entre el dolor y el fuego?
El rumor de los pozos,
negro en lo blanco,
el rumor de los
pozos,
fresco en los labios,
el rumor de los pozos,
Córdoba madre,
el rumor de los pozos,
negro en el aire.
Guillermo, estas palabras se alimentan
de un recuerdo de música y
jardines.
Tú pusiste la música, que estaban
los jardines
soñándote, esperándote.
Gracias por tanta luz, por la belleza
que tu pasión, que tu
conocimiento,
elevan como triunfo -doble arcAngel:
Albéniz,
Falla-, en Córdoba, en mi vida.
La somnolencia
A determinada edad
pero imprecisa fecha,
he descubierto en mí
-como, un día, al mirarnos en el espejo, percibimos
una peca, muy
diminuta, muy subrepticia
pero constante- una extraña
compasión.
No se trata de un Angel
vestido de penumbras, de una palabra
apasionada
y ruborosa, de un acuciante clarinete
que se abre paso
entre la cuerda como un gato entre petunias:
no es una congoja
ni
la esponjosa sensación del pecho cuando encontramos a
un amigo;
pero algo más cotidiano, quizá más displicente,
un
comunicativo interés por los hombres, que no es curiosidad,
tal vez
no es simpatía, no, desde luego, adhesión,
sí una sorpresa, al
comprobar que un grupo
de hombres es tan sedante como alameda
rumorosa,
tan excitante como los truenos, tan sencillo como el río.
Entro en los bares y ya no es sed lo que allí me conduce,
ni un
dejarme arrastrar, ni una imaginación novelesca
lo que me distrae.
Ya no espectador, sino una somnolienta prolongación
de los murmullos,
uno más entre todos, porque no diferente.
Viejas palabras gastadas,
atropellados lugares comunes,
cordialidad, cifra de céfiros,
adquieren irisaciones atractivas, y la pana
de las chaquetas es tan
acariciadora como el musgo,
fértiles las corbatas como las rosas,
novísima
una dentadura intacta, como el amanecer.
Y como arrullado
y como sumergido
en imprecisa blandura tibia,
y como somnoliento,
bebo y charlo
con éste o con aquél, sin elección, sin otro
compromiso
que el pasar este rato que llenará mi vida
con no sé
qué soñada página de mi historia
social; no con intimidad, pero con
cierta
familiaridad risueña que me indica
que se vivir y tengo
compañeros.
De "Siesta en el mirador"
Madrigal de otro estío
Dudé si compararte
con la nube o la luna:
Agua fugaz para mi sed, caricia
de luz
distante en sombra íntima y única.
Ramas cansadas, últimos
delirios
esperaron en vano que la antigua
costumbre de los astros
me alumbrara;
dádivas de la nunca
previsible constancia de los
meses
mi sien tocaran con sus manos húmedas.
Toda mi piel gozó tu
piel un día,
toda mi noche se encendió en tu púdica
palabra sin
futuro.
Sé que un agua
de juncias densa y clara se me oculta
y
me llama y no sé si de mi sed
se burla o, para ser, mis labios busca.
Compararte pudiera a
los oasis
-no a la nube inconstante, no a la luna
mudable-, pero
sólo oigo mis pasos,
no de tus palmas la envolvente música.
Mejor que una punta fina...
Mejor que una punta fina
para herirte sin remedio,
la filigrana
perdida
en laberintos de sueño.
Y mejor, los gavilanes
que se posan en tu mano
como suspiro de
alfanjes
entre la flor y los ramos.
O, mejor, la paz del día
que no necesita espada
sino una
flecha encendida
de sol entre lentas ramas.
Narcisos
A Elena Martín Vivaldi
Bocas de vidrio, esbozos de penumbras.
Adelantados o doblados
o pertinaces en su insomne palidez
de vientos como llamas, los
narcisos
entregan su aroma, luna de invierno.
Florecer y morir, qué triste júbilo.
Su dispersa agrupación
conmueve
el corazón del hombre, pues conoce
que la armonía existe,
mas tenerla
sometida no puede a su dominio.
Todo es renuncia: de tanto aroma
nada se percibe, como en la
muchedumbre
de los besos tantos pierden relieve,
sólo el beso
inicial y el postrero
perduran.
Hanse abierto en los días
cálidos de febrero, largamente
esperados,
interludio suavísimo
entre la agria orquestación del
otoño
y el ascenso difuso y orgiástico del polen.
Y se propagan y se ofrecen y su obsequio
es cuasi monacal, como
si una vidriera
de ponientes áureos derramara
no sé qué olvido
glorioso en el tocado
de la novicia, ella, tan nueva, entrada
en
la sabiduría de la entrega.
En las columnas del incienso,
en el cavado resonar del órgano
suspenso, en el ilustre bisbiseo
latino de letanías, hay la misma
floración
angustiosa de los narcisos,
algo intacto que pasa, y no relámpago;
algo que es luz y, al
tiempo, materia deleznable;
algo que llena el pecho de veneno y
promesas.
Algo como una nube que transita en silencio.
De "Siesta en el mirador"
Nevando está en la sierra de María...
A Manolo Gil
Nevando
está en la sierra de María,
en Vélez ha cesado la llovizna.
He
tomado café. Recuerdo versos
que escribí en los momentos de otra
dicha.
Hablaban de un otoño a borbotones
destellantes, que iba y que
venía,
con su copa de aromas desbordados
súbitamente rota en
sacudidas.
Y preguntaba entonces: ¿un tormento
el amor, o suavísima alegría?
Lo preguntaba entonces y no tengo
una respuesta en que acoger mi
vida.
Lo que sí puedo recoger ahora
es que al tomar café sin compañía
me ha quedado en la boca un mal regusto
de viejos versos y precoz
ceniza.
Noche entre dos labios
La noche, entre dos labios distendida,
víctima iridiscente de la
aurora,
con lluvia canta o gime o duda o llora
sobre la huella que
dejó la herida.
Difícilmente abril lanza encendida
la corola dudosa de una hora;
clama en la lluvia el viento, el agua implora
cauce a su curso y
lágrima vencida.
Pero dos manos limpias, delincuentes
porque recogen sólo la
bellaza,
dejan los labios quietos y sombríos.
¡Oh caricias soñadas e
infrecuentes,
con la misma pasión e igual tristeza
que llevan a la mar llanto y rocíos!
Noviembre
A mi padre
Me acodé en el balcón:
las estrellas giraban,
musicales y suaves, como los crisantemos
de las huertas perdidas.
Toda la noche tiene manos inmaculadas
que pasar por las sienes que el
cansancio golpea,
húmedos labios trémulos para tantas mejillas,
corazones acordes al par de sus silencios.
Me acordaba de ti,
del que no fueras nunca,
casi flor, casi
germen, casi voz, casi todo
lo que nombra un deseo.
Aquél que
hundió en la tierra su planta generosa,
los olivos que ceden su fruto
a las escarchas;
el que alzaba su mano como si fuera un grito
poderoso y maduro sobre el marchito júbilo.
Me acordaba de ti,
como en noches pasadas,
tanto amor que se
logra pero no se consuma
por no sé qué misterio,
y el corazón, tan
lleno de flor y flor perenne,
de estrella y lunas fijas, de campo y
campo abierto,
abría sus balcones hacia un paisaje oscuro
de
paciencia y de adiós, de clemencia y de olvido.
O no suspires por su nombre...
Ven, Amor, si eres Dios, y vuela.
Luis de Góngora
O no suspires por su nombre
o no reclames
su presencia;
que si llega a escucharte, te abrasa;
que si llega a abrazarte, te quema.
No es un dios el Amor,
pero vibra;
no es abeja el Amor, pero vuela:
vibra, músico, en todos los
cuerpos;
tiembla, cándido, en todas las nieblas.
Y si pone en los labios rocío,
una gota de sangre se lleva.
Que le gustan los labios si rojos
y por blanca la blanca azucena,
y vuela.
Otra vida, otro mar
álzate a mí, a mi boca, galvánico Amor mío,
terriblemente impuro bajo
un sol de justicia,
revolcado en la muerte, como el furioso río
empapado de rayos, de tierra de inmundicia.
Retuércete en mis
ingles, provoca un desafío
entre amargo orgullo y la casta caricia,
y desata los vientos, y el témpano más frío
para asolar el único
vergel de la delicia.
Y asfíxiame en el fango, y hazme sombra de
nada,
como un volcán de envidia, como una injusta mano,
como un diente
roído que en la fruta se encona.
Y después de estar sucios y con
la carne helada,
¡vamos al agua quieta donde fulge el verano,
vamos al mar sereno que nunca nos traiciona!
De
"Extravagante jerarquía" 1981
Palabras en la piedra
Sunt lacrimal rerum
La morbidez de un seno
adelantado hacia la mano, toca
esta cueva de mosto, este veneno
placentero y feroz, une tu boca
a su agresiva punta, sorbe, acaba,
nos pide. Así la piedra
busca un calor de labios o de lava
y, para completar nuestro delirio,
o nos enlaza en víboras de hiedra
u obscena eleva entre su puño un lirio.
La proa sepulcral
desarrolla un cartel: Son de las cosas
lágrimas. Tú, venera
estos restos que fueron manantial
de hazaña tanta. Si al tocar, piadosas,
tus manos estas losas, no sintiera
tu corazón pavor, que tu mirada
nunca vea la luz. Fui desdichado
porque nací. Feliz, pues he vivido.
Bellos, mas sin sonido,
proclaman los clarines la esperada
resurrección del cuerpo. Ha reclamado
en piedra la palabra luz futura.
Procaz el muslo cuanto quieto extiende
su frígida cascada;
sátiro, no de un bosque, ya no apura
vino marmóreo insípido; no enciende
ni la horrible amenaza
compasión. Sólo vibra la coraza
de un tal cadáver que fue hombre y quiere
andar entre los hombres, en la plaza,
y habla y nos oye y nos acecha.
Y muere.
Paraíso final
Luchando,
cuerpo a cuerpo, nos queremos de veras
y es fuego de mi carne la flor
de tu mejilla.
El beso en su volumen iguala a la semilla
que brota
verdemente con dos hojas primeras.
En la concha del ámbar manan las primaveras
un arroyo sereno de
miel y manzanilla.
Tiene la tierra plumas de mirlo y abubilla;
pían en nuestro abrazo canarios y jilgueras.
El nácar se disuelve en manantial de leche,
en torrente de vino,
de aceite y de resina:
No hay nada como el lirio que tanto nos
estreche.
Hay en cueva de nata paladar de paloma
y en jardines cerrados
para el sol que declina
paraísos abiertos del tacto y del aroma.
De "Tigres en el jardín"
Pasión
Con estos mismos labios
que ha de comer la tierra,
te beso limpiamente los mínimos cabellos
que hacen anillos de ébano, minúsculos y bellos,
en tu cuello, lo
mismo que el pinar en la sierra.
Te muerdo con los
dientes, te hiero en esta guerra
de amor en que enloquezco. Sangras.
Y pongo sellos
a las heridas tibias, con besos, besos....Ellos
que
han de quedar comidos, mordidos por la tierra.
Tal ímpetu me come las
entrañas, que sorbo
tu carne palmo a palmo, cerco de llama el sexo,
te devoro a caricias, y a besos, y a mordiscos.
Ni la muerte, ni el
ansia, ni el tiempo son estorbo.
El abrazo es lo mismo si cóncavo o
convexo,
y yo soy un cordero que trisca en tus apriscos.
Pocas cosas más claras me ha ofrecido la
vida...
Pocas cosas más claras
me ha ofrecido la vida
que esta maravillosa libertad de quererte.
Ser libre en este amor más allá de la herida
que la aurora me abrió,
que no cierra la muerte.
Porque mi amor no tiene
ni horas ni medida,
sino una larga espera para reconocerte
sino
una larga noche para volver a verte,
sino un dulce cansancio por la
senda escondida.
No tengo sino labios
para decir tu nombre;
no tengo sino venas para que tu latido
pueda
medir el tiempo sin soledad un día.
Y así voy aceptando mi
destino, el de un hombre
que sabe sonreírle al rayo que lo ha herido
y que en la tierra espera que vuelva su alegría.
Poema final
A Mari Paz Muros y Juan Carlos Lazúen
"Dejó un cuadro, un puñal y un soneto."
Manuel Machado
Si mañana no vivo, si mañana
queda inmóvil
la luz en mi ventana
sin mi apresuramiento y mi figura,
sabed que
algún soneto os he dejado
y que, cruzando del olvido el vado,
salvé de tantos cuadros la hermosura.
El puñal me lo llevo entre los dientes
porque morder las frases
más mordientes
es caridad, si no cautela humana.
¿Qué os dejo? Mi
palabra agradecida
y nada más. Si acaso, una manzana
que en vuestras bocas suene a fresco fruto.
Iré a otra luz. La
luz no guarda luto
por quien la amó en el arte y en la vida.
Poemas de Valparaíso, XV
Vine por un camino de rosas y trigales,
mi corazón saltaba como un
corzo en la aurora,
mis labios te decían desde lejos los nombres
de las más cotidianas y más sencillas cosas.
Los ecos y las huellas bajo el sol florecían,
los jilgueros
cantaban por no dejarme a solas,
cuando al volver un codo del camino
a mi lado
se emparejó la muerte muda silente y hosca.
Bajo la luz tranquila se me nubló la frente,
se doblaron de
tristes las nuevas amapolas:
«Espérame a la vuelta». y seguí mi
camino
por trigos espigados y olivares y rosas.
Ascendí a tu morada y allí gocé tu cuerpo,
y allí bebí la muerte
y sólo vi la aurora,
tus ojos en el fondo de un mar de nácar puro,
y tus besos tallados como cristal de roca.
Te apreté entre mis brazos, te confundí en mi sangre,
me hundí en
tu pecho tibio y entre veras y bromas,
pasó la luz del día, pasó la
noche densa
con olor de jazmines y canciones de ronda.
Los álamos, más altos que nuestra blanca torre,
se meneaban de
pájaros como un libro de horas.
Pero aún era pronto para dejar los
besos
y ese sopor tranquilo de la penumbra ociosa.
Bebimos vino añejo escanciado en las manos,
ebrias de tanto amor
y claras como copas;
en el huerto encontramos las primeras cerezas.
Pasó de nuevo el día, pasó otra vez la sombra.
Salimos por el campo confundidos en uno,
tocaba con tus manos,
hablabas por mi boca,
éramos un incendio de amor en la mañana,
a
nuestro paso ardían los celajes, las frondas.
Al doblar un recodo nos detuvo la muerte,
me llamó por mi nombre
y me dijo: «Ya es hora».
Mas no logró arrancarme de tu abrazo. A lo
lejos
los álamos cantaban con el sol en las hojas.
Por la escalera arriba...
Por la
escalera arriba
mi tedio te seguía,
un tedio de magnolia
que el
aliento marchita.
Por la escalera abajo,
cubierta de glicinias,
la tarde era más
tarde
porque yo te seguía.
Te volviste a mirarme,
pero no me veías.
Ya sé que no me
amabas,
lenta luz de mi vida.
Si fueras un crisantemo...
Si fueras un crisantemo
-flor del amor en Japón-
trasplantado
entre mis brazos,
te habría quemado mi amor.
Si fueras una azucena
-flor del amor en San Juan-
trasplantada
entre mis brazos,
qué lento y dulce espirar.
Pero has
sido flor de cuerpo
y alma entregada en la flor
y me has llevado a
tus brazos
y me has quemado de amor.
Sierpe profana
Quien tanto te adoró, muerde tu pecho
y desata torrentes carmesíes;
tiene en las sienes pulsos colibríes
y undoso el pelo como el crespo
helecho.
Dardo de luz acomodé en tu lecho,
duras palpitaciones y rubíes.
¡Y qué fundirse nardos y alhelíes
culmen mi cuerpo de tu cuerpo y
techo!
Labios que te invocaron, como a diosa,
bajo tu vientre ya volcán
obsceno,
sobre tu piel serpientes de zafiro,
azules de pasión -no de veneno-
sorben, caliginosos, tu ebria
rosa
e, hidrópicos de anhélito, el suspiro.
Siesta en el mirador
Sólo para tus labios mi sangre está madura,
con obsesión de estío
preparada a tus besos,
siempre fiel a mis brazos y llena de
hermosura,
exangües cada noche, y cada aurora ilesos.
Si crepitan los bosques de caza y aventura
y los pájaros altos
burlan de vernos presos,
no dejes que tus ojos dibujen la amargura
de los que no han llevado el amor en los huesos.
Quédate entre mis brazos, que sólo a mí me tienes,
que los demás
te odian, que el corazón te acecha
en los latidos cálidos del vientre
y de las sienes.
Mira que no hay jardines más allá de este muro,
que es todo un
largo olvido. y si mi amor te estrecha
verás un cielo abierto detrás
del llanto oscuro.
"Tigres en el jardín" 1968
Tigres en el jardín
Como un ascua de odio
te hemos visto en la aurora,
como un trigal de cielo derramado en la
vega,
y hemos sorbido el agua que tu contacto dora
y ese aroma de
rosas que nos cerca y anega.
En este huerto el lirio es feliz. Sólo implora
libertad nuestra
sangre, mientras la nube llega,
se riza y, leve, pasa. Da el chamariz
la hora,
y el gozo de la sombra, como un rencor, nos niega.
Solos entre las dalias, entre cedros y fuentes,
tanto nos
asediamos que nos cala hasta el hueso
este amor sin futuro y esta luz
de los dientes.
Tigres somos de un fuego siempre vivo e ileso,
y te odiamos por
libre, recio sol, mientras puentes
de plata ha levantado la muerte a
nuestro beso.