
Apuro sediento tu tierno gemido, tu intimidad que me embriaga y ardiente, la lengua del dulce deseo, pasión cuyo vino no sacia...
"...De no verla llegar ya
desconfío,
y más me tarda cuanto más la ansío
y más la ansío cuanto más me tarda..."
"The Hand
Refrains"
Edward Barnes Jones
Reseña biografica
Poeta
cubano nacido en La Habana en 1863.
A pesar de que su infancia
transcurrió en un ambiente triste debido a la temprana muerte de su
madre,
y a los pobres recursos económicos, el poeta mostró desde niño su gran
vocación por la literatura, recibiendo
una marcada influencia de los clásicos franceses, especialmente de
Baudelaire, quien fue su ídolo literario.
A los veinticinco años,
después de un corto viaje por Europa, regresó a Cuba donde se dedicó al
periodismo,
la crítica literaria y teatral, la poesia y la traducción de grandes
poetas.
Está considerado como un baluarte del modernismo
hispanoamericano y una de las grandes voces de la poesia
y la prosa cubana.
«Hojas al viento» en 1890, «Nieve» en 1892,
«Mi Museo ideal» en 1892 y «Bustos y rimas» en 1893, reúnen
la totalidad de su obra.
Falleció en 1893.©
De "Hojas al viento":
1.La canción de la morfina
2.Mis amores
3.Post
Umbra
4. Ruego
De "Nieve":
1.
Flor de Cieno
2. Flores
3.
La agonía de Petronio
4. Las Horas
5.
Nostalgias
6. Paisaje espiritual
7. Una maja
8.
Vespertino
De "Mi museo ideal":
1. Elena
2. Galatea
3. La aparición
4. Paisaje de verano
5. Pax Animae
6.
Prometeo
7. Salomé
8.
Tristissima Nox
De "Bustos y Rimas":
1. A la belleza
2.
Crepuscular
3. En el campo
4.
Las alamedas
5. Neurosis
6. Nihilismo
7. Sourimono
8.
Tardes de lluvia
De "Hojas al viento"
1. La canción de la morfina
Amantes de la quimera,
yo calmaré vuestro mal:
soy la dicha
artificial,
que es la dicha verdadera.
Isis que rasga su velo
polvoreado de diamantes,
ante los ojos
amantes
donde fulgura el anhelo;
encantadora sirena
que atrae, con su canción,
hacia la oculta
región
en que fallece la pena;
bálsamo que cicatriza
los labios de abierta llaga;
astro que
nunca se apaga
bajo su helada ceniza;
roja columna de fuego
que guía al mortal perdido,
hasta el
país prometido
del que no retorna luego.
Guardo, para fascinar
al que siento en derredor,
deleites como
el amor,
secretos como la mar.
Tengo las áureas escalas
de las celestes regiones;
doy al
cuerpo sensaciones;
presto al espíritu alas.
Percibe el cuerpo dormido
por mi mágico sopor,
sonidos en el
color,
colores en el sonido.
Puedo hacer en un instante
con mi poder sobrehumano,
de cada
gota un océano,
de cada guija un diamante.
Ante la mirada fría
del que codicia un tesoro,
vierte cascadas
de oro,
en golfos de pedrería.
Ante los bardos sensuales
de loca imaginación,
abro la regia
mansión,
de los goces orientales,
donde odaliscas hermosas
de róseos cuerpos livianos,
cíñenle,
con blancas manos,
frescas coronas de rosas,
y alzan un himno sonoro
entre el humo perfumado
que exhala el
ámbar quemado
en pebeteros de oro.
Quien me ha probado una vez
nunca me abandonará.
¿Qué otra
embriaguez hallará
superior a mi embriaguez?
Tanto mi poder abarca,
que conmigo han olvidado,
su miseria el
desdichado,
y su opulencia el monarca.
Yo venzo a la realidad,
ilumino el negro arcano
y hago del
dolor humano
dulce voluptuosidad.
Yo soy el único bien
que nunca engendró el hastío.
¡Nada
iguala el poder mío!
¡Dentro de mí hay un Edén!
Y ofrezco al mortal deseo
del ser que hirió ruda suerte,
con
la calma de la Muerte,
la dulzura del Leteo.
* * *
2. Mis amores
Soneto Pompadour
Amo el
bronce, el cristal, las porcelanas,
las vidrieras de múltiples
colores,
los tapices pintados de oro y flores
y las brillantes
lunas venecianas.
Amo también las bellas castellanas,
la canción de los viejos
trovadores,
los árabes corceles voladores,
las flébiles baladas
alemanas;
el rico piano de marfil sonoro,
el sonido del cuerno en la
espesura,
del pebetero la fragante esencia,
y el lecho de marfil, sándalo y oro,
en que deja la virgen
hermosura
la ensangrentada flor de su inocencia.
* * *
3. Post umbra
Cuando yo
duerma, solo y olvidado,
dentro de oscura
fosa,
por haber en tu lecho malgastado
mi
vida vigorosa;
cuando en mi corazón, que tuyo ha sido,
se muevan los gusanos
lo mismo que en un tiempo se han movido
los afectos humanos;
cuando sienta filtrarse por mis huesos
gotas de lluvia helada,
y no me puedan reanimar tus besos
ni tu ardiente mirada;
una noche, cansada de estar sola
en tu
alcoba elegante,
saldrás, con tu belleza de española,
a buscar otro amante.
Al verte mis amigos licenciosos
tan
bella todavía,
te aclamarán, con himnos estruendosos,
la diosa de la orgía.
Quizá alguno, ¡oh, bella pecadora!,
mirando tus encantos,
te repita, con voz arrulladora,
mis armoniosos cantos;
aquellos en que yo celebré un día
tus
amores livianos,
tu dulce voz, tu femenil falsía,
tus ojos africanos.
Otro tal vez, dolido de mi suerte
y con
mortal pavura,
recuerde que causaste tú mi muerte,
mi muerte prematura.
Recordará mi vida siempre inquieta,
mis
ansias eternales,
mis sueños imposibles de poeta,
mis pasiones brutales.
Y, en nuevo amor tu corazón ardiendo,
caerás en otros brazos,
mientras se esté mi cuerpo deshaciendo
en hediondos pedazos.
Pero yo, resignado a tu falsía,
soportaré el martirio.
¿Quién pretende que dure más de un día
el aroma de un lirio?
* * *
4. Ruego
Déjame reposar en tu regazo
el corazón, donde se encuentra impreso
el cálido perfume de tu beso
y la presión de tu primer abrazo.
Caí del mal en el potente lazo,
pero a tu lado en libertad
regreso,
como retorna un día el cisne preso
al blando nido del natal
ribazo.
Quiero en ti recobrar perdida calma
y rendirme en tus labios
carmesíes,
o al extasiarme en tus pupilas bellas,
sentir en las
tinieblas de mi alma
como vago perfume de alelíes,
como cercana irradiación de
estrellas.
De "Nieve":
1. Flor de cieno
Yo soy como una choza solitaria
que el viento huracanado desmorona
y en cuyas piedras húmedas entona
hosco búho su endecha funeraria.
Por fuera sólo es urna cineraria
sin inscripción, ni fecha, ni
corona;
mas dentro, donde el cieno se amontona,
abre sus hojas
fresca pasionaria.
Huyen los hombres al oír el canto
del búho que en la atmósfera se
pierde,
y, sin que sepan reprimir su espanto,
no ven que, como planta siempre verde,
entre el negro raudal de
mi amargura
guarda mi corazón su esencia pura.
* * *
2. Flores
Mi corazón fue un vaso de alabastro
donde creció, fragante y
solitaria,
bajo el fulgor purísimo de un astro
una azucena blanca:
la plegaria.
Marchita ya esa flor de suave aroma,
cual virgen consumida por la
anemia,
hoy en mi corazón su tallo asoma
una adelfa purpúrea: la
blasfemia.
* * *
3. La agonía de Petronio
Tendido en la bañera de alabastro
donde serpea el purpurino rastro
de la sangre que corre de sus venas,
yace Petronio, el bardo
decadente,
mostrando coronada la ancha frente
de rosas, terebintos
y azucenas.
Mientras los magistrados le interrogan,
sus jóvenes discípulos
dialogan
o recitan sus dáctilos de oro,
y al ver que aquéllos en
tropel se alejan
ante el maestro ensangrentado dejan
caer las
gotas de su amargo lloro.
Envueltas en sus peplos vaporosos
y tendidos los cuerpos
voluptuosos
en la muelle extensión de los triclinios,
alrededor,
sombrías y livianas,
agrúpanse las bellas cortesanas
que habitan
del imperio en los dominios.
Desde el baño fragante en que aún respira,
el bardo pensativo las
admira,
fija en la más hermosa la mirada
y le demanda, con arrullo
tierno,
la postrimera copa de falerno
por sus marmóreas manos
escanciada.
Apurando el licor hasta las heces,
enciende las mortales
palideces
que oscurecían su viril semblante,
y volviendo los ojos
inflamados
a sus fieles discípulos amados
háblales triste en el
postrer instante,
hasta que heló su voz mortal gemido,
amarilleó su rostro
consumido,
frío sudor humedeció su frente,
amoratáronse sus labios rojos,
densa nube empañó sus claros ojos,
el pensamiento abandonó su mente.
Y como se doblega el mustio nardo,
dobló su cuello el moribundo
bardo,
libre por siempre de mortales penas
aspirando en su
lánguida postura
del agua perfumada la frescura
y el olor de la
sangre de sus venas.
* * *
4.
Las horas
¡Qué tristes son las horas! Cual rebaño
de ovejas que caminan por el
cielo
entre el fragor horrísono del trueno,
y bajo un cielo de color de estaño.
Cruzan sombrías en tropel
huraño,
de la insondable Eternidad al seno,
sin que me traigan
ningún bien terreno,
ni siquiera el temor de un mal extraño.
Yo las siento pasar
sin dejar huellas,
cual pasan por el cielo las estrellas,
y aunque
siempre la última acobarda,
de no verla llegar ya desconfío,
y más me tarda cuanto más la
ansío
y más la ansío cuanto más me tarda.
* * *
5. Nostalgias
1
Suspiro por las regiones
donde vuelan los alciones
sobre el mar,
y el soplo helado del viento
parece en su movimiento
sollozar;
donde la nieve que baja
del firmamento, amortaja
el verdor
de los campos olorosos
y de ríos caudalosos
el rumor;
donde ostenta siempre el cielo,
a través del aéreo velo,
color gris;
es más hermosa la luna
y cada estrella más que una
flor de lis.
2
Otras veces sólo
ansío
bogar en firme navío
a existir
en algún país remoto,
sin pensar en el ignoto
porvenir.
Ver otro cielo, otro monte,
otra playa, otro horizonte,
otro mar,
otros pueblos, otras gentes
de maneras diferentes
de pensar.
¡Ah! si yo un día pudiera
con qué júbilo partiera
para Argel,
donde tiene la hermosura
el color y la frescura
de un clavel.
Después fuera en caravana
por la llanura africana
bajo el sol
que, con sus vivos destellos,
pone un tinte a los
camellos
tornasol.
Y cuando el día expirara
mi árabe tienda plantara
en mitad
de la llanura ardorosa
inundada de radiosa
claridad.
Cambiando de rumbo luego,
dejara el país del fuego
para ir
hasta el imperio florido
en que el opio da el olvido
del vivir.
Vegetara allí contento
de alto bambú corpulento
junto al pie,
o aspirando en rica estancia
la embriagadora
fragancia
que da el té.
De la luna al claro brillo
iría al Río Amarillo
a esperar
la hora en que, el botón rojo,
comienza la flor de loto
a brillar.
O mi vista deslumbrara
tanta maravilla rara
que el buril
de artista, ignorado y pobre,
graba en sándalo o en
cobre
o en marfíl.
Cuando tornara el hastío
en el espíritu mío
a reinar,
cruzando el inmenso piélago
fuera a taitiano
archipiélago
a encallar.
A aquél en que vieja historia
asegura a mi memoria
que se ve
el lago en que un hada peina
los cabellos de la reina
Pomaré.
Así errabundo viviera
sintiendo todo quimera
rauda huir,
y hasta olvidando la hora
incierta y aterradora
de morir.
3
Mas no parto. Si partiera
al instante yo quisiera
regresar.
¡Ay! ¿Cuándo querrá el destino
que yo pueda en mi camino
reposar?
* * *
6. Paisaje espiritual
Perdió mi corazón el entusiasmo
al penetrar en la mundana liza,
cual la chispa al caer en la ceniza
pierde el ardor en fugitivo
espasmo.
Sumergido en estúpido marasmo
mi pensamiento atónito agoniza
o, al revivir, mis fuerzas paraliza
mostrándome en la acción un vil
sarcasmo.
Y aunque no endulcen mi infernal tormento
ni la Pasión, ni el
Arte, ni la Ciencia,
soporto los ultrajes de la suerte,
porque en mi alma desolada siento,
el hastío glacial de la
existencia
y el horror infinito de la muerte.
* * *
7. Una monja
Muerden su pelo negro, sedoso y rizo,
los dientes nacarados de alta
peineta
y surge de sus dedos la castañeta
cual mariposa negra de
entre el granizo.
Pañolón de Manila, fondo pajizo,
que a su talle ondulante firme
sujeta,
echa reflejos de ámbar, rosa y violeta
moldeando de sus
carnes todo hechizo.
Cual tímidas palomas por el follaje,
asoman sus chapines bajo su
traje
hecho de blondas negras y verde raso,
y al choque de las copas de manzanilla
riman con los tacones la
seguidilla,
perfumes enervantes dejando el paso.
* * *
8. Vespertino
1
Agoniza la luz. Sobre los verdes
montes alzados entre brumas
grises,
parpadea el lucero de la tarde
cual la pupila de doliente
virgen
en la hora final. El firmamento
que se despoja de
brillantes tintes
aseméjase a un ópalo grandioso
engastado en los
negros arrecifes
de la playa desierta. Hasta la arena
se va
poniendo negra. La onda gime
por la muerte del sol y se adormece
lanzando al viento sus clamores tristes.
2
En un jardín, las áureas mariposas
embriagadas están por los
sutiles
aromas de los cálices abiertos
que el sol espolvoreaba de
rubíes,
esmeraldas, topacios, amatistas
y zafiros. Encajes
invisibles
extienden en silencio las arañas
por las ramas nudosas
de las vides
cuajadas de racimos. Aletean
los flamencos rosados
que se irguen
después de picotear las fresas rojas
nacidas entre
pálidos jazmines.
Graznan los pavos reales.
Y en un banco
de
mármoles bruñidos, que recibe
la sombra de los árboles coposos,
un
joven soñador está muy triste,
viendo que el aura arroja en un
estanque
jaspeado de metálicos matices,
los pétalos fragantes de
los lirios
y las plumas sedosas de los cisnes.
De "Mi museo ideal":
1. Elena
Luz
fosfórica entreabre claras brechas
en la celeste inmensidad, y
alumbra
del foso en la fatídica penumbra
cuerpos hendidos por doradas
flechas.
Cual humo frío de homicidas mechas
en la atmósfera densa se
vislumbra
vapor disuelto que la brisa encumbra
a las torres de
Ilión, escombros hechas.
Envuelta en veste de opalina gasa,
recamada de oro, desde el
monte
de ruinas hacinadas en el llano,
indiferente a lo que en torno pasa,
mira Elena hacia el lívido
horizonte,
irguiendo un lirio en la rosada mano.
* * *
2. Galatea
En el seno
radioso de su gruta,
alfombrada de anémonas marinas,
verdes algas
y ramas coralinas,
Galatea, del sueño el bien disfruta.
Desde la orilla de dorada ruta
donde baten las ondas cristalinas,
salpicando de espumas diamantinas
el pico negro de la roca bruta,
Polifemo, extasiado ante el desnudo
cuerpo gentil de la dormida
diosa,
olvida su fiereza, el vigor pierde,
y mientras permanece, absorto y mudo,
mirando aquella piel color
de rosa,
incendia la lujuria su ojo verde.
* * *
3. La aparición
Nube fragante y cálida tamiza
el fulgor del palacio de granito,
ónix, pórfido y nácar. Infinito
deleite invade a Herodes. La rojiza
espada fulgurante inmoviliza
hierático el verdugo, y hondo grito
arroja Salomé frente al maldito
espectro que sus miembros paraliza.
Despójase del traje de brocado
y, quedando vestida en un momento,
de oro y perlas, zafiros y rubíes,
huye del Precursor decapitado
que esparce en el marmóreo
pavimento
lluvia de sangre en gotas carmesíes.
* * *
4. Paisaje de verano
Polvo y
moscas. Atmósfera plomiza
donde retumba el tabletear del trueno
y,
como cisnes entre inmundo cieno,
nubes blancas en cielo de ceniza.
El mar sus ondas glaucas paraliza,
y el relámpago, encima de su
seno,
del horizonte en el confín sereno
traza su rauda exhalación
rojiza.
El árbol soñoliento cabecea,
honda calma se cierne largo
instante,
hienden el aire rápidas gaviotas,
el rayo en el espacio centellea,
y sobre el dorso de la tierra
humeante
baja la lluvia en crepitantes gotas.
* * *
5. Pax animae
No me habléis más de dichas terrenales
que no ansío gustar. Está ya
muerto
mi corazón, y en su recinto abierto
sólo entrarán los
cuervos sepulcrales.
Del pasado no llevo las señales
y a veces de que existo no estoy
cierto,
porque es la vida para mí un desierto
poblado de figuras
espectrales.
No veo más que un astro oscurecido
por brumas de crepúsculo
lluvioso,
y, entre el silencio de sopor profundo,
tan sólo llega a percibir mi oído
algo extraño y confuso y
misterioso
que me arrastra muy lejos de este mundo.
* * *
6. Prometeo
Bajo el dosel de gigantesca roca
yace el Titán, cual Cristo en el
Calvario,
marmóreo, indiferente y solitario,
sin que brote el
gemido de su boca.
Su pie desnudo en el peñasco toca
donde agoniza un buitre
sanguinario
que ni atrae su ojo visionario
ni compasión en su
ánimo provoca.
Escuchando el hervor de las espumas
que se deshacen en las altas
peñas,
ve de su redención luces extrañas,
junto a otro buitre de nevadas plumas,
negras pupilas y uñas
marfileñas
que ha extinguido la sed en sus entrañas.
* * *
7. Salomé
En
el palacio hebreo, donde el suave
humo fragante por el sol deshecho,
sube a perderse en el calado techo
o se dilata en la anchurosa nave,
está el Tetrarca de mirada grave,
barba canosa y extenuado pecho,
sobre el trono, hierático y derecho,
como adormido por canciones de
ave.
Delante de él, con veste de brocado
estrellada de ardiente
pedrería,
al dulce son del bandolín sonoro,
Salomé baila y, en la diestra alzado,
muestra siempre, radiante
de alegría,
un loto blanco de pistilos de oro.
* * *8. Tristissima nox
Noche de soledad. Rumor confuso
hace el viento surgir de la arboleda,
donde su red de transparente seda
grisácea araña entre las hojas
puso.
Del horizonte hasta el confín difuso
la onda marina sollozando
rueda
y, con su forma insólita, remeda
tritón cansado ante el
cerebro iluso.
Mientras del sueño bajo el firme amparo
todo yace dormido en la
penumbra,
sólo mi pensamiento vela en calma,
como la llama de escondido faro
que con sus rayos fúlgidos
alumbra
el vacío profundo de mi alma.
De "Bustos y Rimas":
1. A la belleza
¡Oh, divina belleza! Visión casta
de
incógnito santuario,
ya muero de buscarte por el mundo
sin haberte encontrado.
Nunca te han visto mis inquietos ojos,
pero en el alma guardo
intuición poderosa de la esencia
que anima tus encantos.
Ignoro en qué lenguaje tú me hablas,
pero, en idioma vago,
percibo tus palabras misteriosas
y te envío mis cantos.
Tal vez sobre la tierra no te encuentre,
pero febril te aguardo,
como el enfermo, en la nocturna sombra,
del sol el primer rayo.
Yo sé que eres más blanca que los cisnes,
más pura que los astros,
fría como las vírgenes y amarga
cual corrosivos ácidos.
Ven a calmar las ansias infinitas
que, como mar airado,
impulsan el esquife de mi alma
hacia país extraño.
Yo sólo ansío, al pie de tus altares,
brindarte en holocausto
la sangre que circula por mis venas
y mis ensueños castos.
En las horas dolientes de la vida
tu protección demando,
como el niño que marcha entre zarzales
tiende al viento los brazos.
Quizás como te sueña mi deseo
estés en mí reinando,
mientras voy persiguiendo por el mundo
las huellas de tu paso.
Yo te busqué en el fondo de las almas
que el mal no ha mancillado
y surgen del estiércol de la vida
cual lirios de un pantano.
En el seno tranquilo de la ciencia
que, cual tumba de mármol,
guarda tras la bruñida superficie
podredumbre y gusanos.
En brazos de la gran Naturaleza,
de los que huí temblando
cual del regazo de la madre infame
huye el hijo azorado.
En la infinita calma que se aspira
en los templos cristianos
como el aroma sacro de incienso
en ardiente incensario.
En las ruinas humeantes de los siglos,
del dolor en los antros
y en el fulgor que irradian las proezas
del heroísmo humano.
Ascendiendo del Arte a las regiones
sólo encontré tus rasgos
de un pintor en los lienzos inmortales
y en las rimas de un bardo.
Mas como nunca en mi áspero sendero
cual te soñé te hallo,
moriré de buscarte por el mundo
sin haberte encontrado.
* * *
2. Crepuscular
Como vientre rajado sangra el ocaso,
manchando con sus chorros de
sangre humeante
de la celeste bóveda el azul raso,
de la mar
estañada la onda espejeante.
Alzan sus moles húmedas los arrecifes
donde el chirrido agudo de
las gaviotas,
mezclado a los crujidos de los esquifes,
agujerea el
aire de extrañas notas.
Va la sombra extendiendo sus pabellones,
rodea el horizonte cinta
de plata,
y, dejando las brumas hechas jirones,
parece cada faro
flor escarlata.
Como ramos que ornaron senos de ondinas
y que surgen nadando de
infecto lodo,
vagan sobre las ondas algas marinas
impregnadas de
espumas, salitre y yodo.
Ábrense las estrellas como pupilas,
imitan los celajes negruzcas
focas
y, extinguiendo las voces de las esquilas,
pasa el viento
ladrando sobre las rocas.
* * *
3. En el campo
Tengo el impuro amor de las ciudades,
y a este sol que ilumina las
edades
prefiero yo del gas las claridades.
A mis sentidos lánguidos arroba,
más que el olor de un bosque de
caoba,
el ambiente enfermizo de una alcoba.
Mucho más que las selvas tropicales,
plácenme los sombríos
arrabales
que encierran las vetustas capitales.
A la flor que se abre en el sendero,
como si fuese terrenal
lucero,
olvido por la flor de invernadero.
Más que la voz del pájaro en la cima
de un árbol todo en flor, a
mi alma anima
la música armoniosa de una rima.
Nunca a mi corazón tanto enamora
el rostro virginal de una
pastora
como un rostro de regia pecadora.
Al oro de las mies en primavera,
yo siempre en mi capricho
prefiriera
el oro de teñida cabellera.
No cambiara sedosas muselinas
por los velos de nítidas neblinas
que la mañana prende en las colinas.
Más que al raudal que baja de la cumbre,
quiero oír a la humana
muchedumbre
gimiendo en su perpetua servidumbre.
El rocío que brilla en la montaña
no ha podido decir a mi alma
extraña
lo que el llanto al bañar una pestaña.
Y el fulgor de los astros rutilantes
no trueco por los vívidos
cambiantes
del ópalo la perla o los diamantes.
* * *
4. Las alamedas
Adoro las sombrías alamedas
donde el viento al silbar entre las hojas
oscuras de las verdes arboledas,
imita de un anciano las congojas;
donde todo reviste vago aspecto
y siente el alma que el silencio
encanta,
más suave el canto del nocturno insecto,
más leve el
ruido de la humana planta;
donde el caer de erguidos surtidores
las sierpes de agua en las
marmóreas tazas,
ahogan con su canto los rumores
que aspira el
viento en las ruidosas plazas;
donde todo se encuentra adolorido
o halla la savia de la vida
acerba,
desde el gorrión que pía en su nido
hasta la brizna
lánguida de yerba;
donde, al fulgor de pálidos luceros,
la sombra transparente del
follaje
parece dibujar en los senderos
negras mantillas de sedoso
encaje;
donde cuelgan las lluvias estivales
de curva rama diamantino
arco,
teje la luz deslumbradores chales
y fulgura una estrella en
cada charco.
Van allí, con sus tristes corazones,
pálidos seres de sonrisa
mustia,
huérfanos para siempre de ilusiones
y desposados con la
eterna angustia.
Allí, bajo la luz de las estrellas,
errar se mira al soñador
sombrío
que en su faz lleva las candentes huellas
de la fiebre, el
insomnio y el hastío.
Allí en un banco, humilde sacerdote
devora sus pesares
solitarios,
como el marino que en desierto islote
echaron de la
mar vientos contrarios.
Allí el mendigo, con la alforja al hombro,
doblado el cuello y
las miradas bajas,
retratado en sus ojos el asombro,
rumia de los
festines las migajas.
Allí una hermosa, con cendal de luto,
aprisionado por brillante
joya,
de amor aguarda el férvido tributo
como una dama típica de
Goya.
Allí del gas a las cobrizas llamas
no se descubren del placer los
rastros
y a través del calado de las ramas
más dulce es la mirada
de los astros.
* * *
5. Neurosis
Noemí, la pálida pecadora
de los cabellos color de aurora
y las
pupilas de verde mar,
entre cojines de raso lila,
con el espíritu
de Dalila,
deshoja el cáliz de un azahar.
Arde a sus plantas la chimenea
donde la leña chisporrotea
lanzando en tono seco rumor,
y alzada tiene su tapa el piano
en
que vagaba su blanca mano
cual mariposa de flor en flor.
Un biombo rojo de seda china
abre sus hojas en una esquina
con
grullas de oro volando en cruz,
y en curva mesa de fina laca
ardiente lámpara se destaca
de la que surge rosada luz.
Blanco abanico y azul sombrilla,
con unos guantes de cabritilla
yacen encima del canapé,
mientras en la tapa de porcelana,
hecha
con tintes de la mañana,
humea el alma verde del té.
Pero ¿qué piensa la hermosa dama?
¿Es que su príncipe ya no la
ama
como en los días de amor feliz,
o que en los cofres del
gabinete
ya no conserva ningún billete
de los que obtuvo por un
desliz?
¿Es que la rinde cruel anemia?
¿Es que en sus búcaros de Bohemia
rayos de luna quiere encerrar,
o que, con suave mano de seda,
del
blanco cisne que ama Leda
ansía las plumas acariciar?
¡Ay! es que en horas de desvarío
para consuelo del regio hastío
que en su alma esparce quietud mortal,
un sueño antiguo le ha
aconsejdo
beber en copa de ónix labrado
la roja sangre de un tigre
real.
* * *
6. Nihilismo
Voz
inefable que a mi estancia llega
en medio de las sombras de la noche,
por arrastrarme hacia la vida brega
con las dulces cadencias del
reproche.
Yo la
escucho vibrar en mis oídos,
como al pie de olorosa enredadera
los
gorjeos que salen de los nidos
indiferente escucha herida fiera.
¿A qué llamarme al campo del combate
con la promesa de terrenos
bienes,
si ya mi corazón por nada late
ni oigo la idea martillar
mis sienes?
Reservad los laureles de la fama
para aquellos que fueron mis
hermanos:
yo, cual fruto caído de la rama,
aguardo los famélicos
gusanos.
Nadie extrañe mis ásperas querellas:
mi vida, atormentada de
rigores,
es un cielo que nunca tuvo estrellas,
es un árbol que
nunca tuvo flores.
De todo lo que he amado en este mundo
guardo, como perenne
recompensa,
dentro del corazón, tedio profundo,
dentro del
pensamiento, sombra densa.
Amor, patria, familia, gloria, rango,
sueños de calurosa
fantasía,
cual nelumbios abiertos entre el fango
sólo vivisteis en
mi alma un día.
Hacia país desconocido abordo
por el embozo del desdén cubierto:
para todo gemido estoy ya sordo,
para toda sonrisa estoy ya muerto.
Siempre el destino mi labor humilla
o en males deja mi ambición
trocada:
de no verla llegar ya desconfío,
y más me tarda cuanto
más la ansío
y más la ansío cuanto más me tarda.
* * *
7. Sourinomo
Como rosadas flechas de aljabas de oro
vuelan los bambúes finos
flamencos,
poblando de graznidos el bosque mudo,
rompiendo de la
atmósfera los níveos velos.
El disco
anaranjado del sol poniente
que sube tras la copa de arbusto seco,
finge un nimbo de oro que se desprende
del cráneo amarfilado de un
bonzo yerto.
Y las ramas erguidas de los juncales
cabecean al borde de los
riachuelos,
como el soplo del aura sobre la playa
los mástiles sin
velas de esquifes viejos.
* * *
8. Tardes de lluvia
Bate la lluvia la vidriera
y las rejas de los balcones,
donde
tupida enredadera
cuelga sus floridos festones.
Bajo las hojas de los álamos
que estremecen los vientos frescos,
piar se escucha entre sus tálamos
a los gorriones picarescos.
Abrillántase los laureles,
y en la arena de los jardines
sangran corolas de claveles,
nievan pétalos de jazmines.
Al último fulgor del día
que aún el espacio gris clarea,
abre
su botón la peonía,
cierra su cáliz la ninfea.
Cual los esquifes en la rada
y reprimiendo sus arranques,
duermen los cisnes en bandada
a la margen de los estanques.
Parpadean las rojas llamas
de los faroles encendidos,
y se
difunden por las ramas
acres olores de los nidos.
Lejos convoca la campana,
dando sus toques funerales,
a que
levante el alma humana
las oraciones vesperales.
Todo parece que agoniza
y que se envuelve lo creado
en un
sudario de ceniza
por la llovizna adiamantado.
Yo creo oír lejanas voces
que, surgiendo de lo infinito,
inícianme en extraños goces
fuera del mundo en que me agito.
Veo pupilas que en las brumas
dirígenme tiernas miradas,
como
si de mis ansias sumas
ya se encontrasen apiadadas.
Y, a la muerte de estos crepúsculos,
siento, sumido en mortal
calma,
vagos dolores en los múscolos,
hondas tristezas en el alma.
Apuro sediento tu tierno gemido, tu intimidad que me embriaga y ardiente, la lengua del dulce deseo, pasión cuyo vino no sacia...