
Apuro sediento tu tierno gemido, tu intimidad que me embriaga y ardiente, la lengua del dulce deseo, pasión cuyo vino no sacia...
"No son nube ni flor los que
enamoran;
eres tú, corazón, triste o dichoso..."
"Flora"
Evelyn de MorganReseña biografica
Poeta mexicana nacida
en el Distrito Federal en 1925.
Su infancia transcurrió en Chiapas y
luego estudió Filosofía y Letras obteniendo una maestría en la UNAM.
Practicó con gran éxito todos los géneros literarios, destacándose
especialmente en su obra poética que la ha
convertido en una de las más altas representantes de México en el último
siglo.
Obtuvo importantes reconocimientos entre los que se destacan,
Premio Xavier Villaurrutia 1961, Sor Juana Inés
de la Cruz y Premio Carlos Trouyet.
Toda su obra está
recopilada en el libro «poesia no eres tú».
Falleció en Tel Aviv en
1974, cuando ocupaba el cargo de embajadora de su país ante el
gobierno de Israel. ©
Agonía fuera del muro
Ajedrez
Amor
Apelación al solitario
Apuntes para una declaración de fe
Desamor
Destierro
Destino
Dos meditaciones
El otro
Elegía
Elegías breves
En el filo del gozo
Estoy aquí sentada...
Falsa elegía
Lo cotidiano
Los adioses
Meditación en el umbral
Misterios gozosos
Narciso 70
Nocturno
Nostalgia
Parábola de la inconstante
Presencia
Revelación
Ser río sin peces
Soneto del emigrado
Telenovela
Trayectoria del polvo
Agonía fuera del muro
Miro las herramientas,
el mundo que los hombres hacen, donde se afanan,
sudan, paren ,
cohabitan.
El cuerpo de los hombres prensado por los días,
su noche de
ronquido y de zarpazo
y las encrucijadas en que se reconocen.
Hay ceguera y el hambre los alumbra
y la necesidad, más dura que
metales.
Sin orgullo ( ¿qué es el orgullo? ¿Una vértebra
Que todavía la
especie no produce? )
los hombres roban, mienten,
como animal de
presa olfatean, devoran
y disputan a otro la carroña.
Y cuando bailan, cuando se deslizan
o cuando burlan una ley o
cuando
se envilecen, sonríen,
entornan levemente los párpados,
contemplan
el vacío que se abre en sus entrañas
y se entregan a un
éxtasis vegetal, inhumano.
Yo soy de alguna orilla, de otra parte,
soy de los que no saben
ni arrebatar ni dar,
gente a quien compartir es imposible.
No te acerques a mi, hombre que haces el mundo,
déjame, no es
preciso que me mates.
Yo soy de los que mueren solos, de los que
mueren
de algo peor que vergüenza.
Yo muero de mirarte y no
entender.
Ajedrez
Porque éramos amigos y
a ratos, nos
amábamos;
quizá para añadir otro interés
a los
muchos que ya nos obligaban
decidimos jugar juegos de inteligencia.
Pusimos un tablero
enfrente
equitativo en piezas, en valores,
en posibilidad de
movimientos.
Aprendimos las reglas, les juramos respeto
y empezó
la partida.
Henos
aquí hace un siglo, sentados,
meditando encarnizadamente
como dar
el zarpazo último que aniquile
de modo inapelable y, para siempre, al
otro.
Amor
Solo la voz, la piel, la superficie
pulida de las cosas.
Basta. No quiere más la
oreja, que su cuenco
rebalsaría y la mano ya no alcanza
a tocar
mas allá.
Distraída, resbala, acariciando
y lentamente sabe
del contorno.
Se retira saciada,
sin advertir el ulular inútil
de la cautividad de las entrañas
ni el ímpetu del cuajo de la sangre
que embiste la compuerta del borbotón, ni el nudo
ya para siempre
ciego del sollozo.
El que se va se lleva
su memoria,
su modo de ser río, de ser aire,
de ser adiós y nunca.
Hasta que un día otro
lo para, lo detiene
y lo reduce a voz, a piel, a superficie
ofrecida, entregada, mientras dentro de sí
la oculta soledad aguarda
y tiembla.
Apelación al solitario
Es necesario, a veces,
encontrar compañía.
Amigo, no es posible ni nacer ni morir
sino con otro. Es bueno
que la amistad le quite
al trabajo esa cara de castigo
y a la
alegría ese aire ilícito de robo.
¿Cómo podrías estar solo a la hora
completa, en que las cosas y
tú hablan y hablan,
hasta el amanecer?
Apuntes para una declaración de fe
El mundo gime estéril como un hongo.
Es la hoja caduca y sin
viento en otoño,
la uva pisoteada en el lagar del tiempo
pródiga
en zumos agrios y letales.
Es esta rueda isócrona fija entre cuatro
cirios,
esta nube exprimida y paralítica
y esta sangre blancuzca
en un tubo de ensayo.
La soledad trazó su paisaje de escombros.
La desnudez hostil es
su cifra ante el hombre.
Sin embargo, recuerdo...
En un día de amor yo bajé hasta la
tierra:
vibraba como un pájaro crucificado en vuelo
y olía a hierba
húmeda, a cabellera suelta,
a cuerpo traspasado de sol al mediodía.
Era como un durazno o como una mejilla
y encerraba la dicha
como
los labios encierran cada beso.
Ese día de amor yo fui como la tierra:
sus jugos me sitiaban
tumultuosos y dulces
y la raíz bebía con mis poros el aire
y un
rumor galopaba desde siempre
para encontrar los cauces de mi oreja.
Al través de mi piel corrían las edades:
se hacía la luz, se
desgarraba el cielo
y se extasiaba -eterno- frente al mar.
El
mundo era la forma perpetua del asombro
renovada en el ir y venir de
la ola,
consubstancial al giro de la espuma
y el silencio, una
simple condición de las cosas.
Pero alguien (ya no
acierto
con la estructura inmensa de su nombre)
dijo entonces:
«No es bueno
que la belleza esté desamparada»
y electrizó una
célula.
En el principio -dice
esta capa geológica que toco-
era sólo la danza:
cintura de la
gracia que congrega
juventudes y música en su torno.
En el principio era el movimiento.
Cada especie quería
constatarse, saberse
y ensayaba las notas de su esencia:
la jirafa
alargaba la garganta
para abrevar en nubes de limón.
Punzaba el
aire en las avispas múltiples
y vertía chorritos de miel en cada herida
para que el equilibrio
permaneciera invicto.
El ciervo competía con
la brisa
y el hombre daba vueltas alrededor de un árbol
trenzado
de manzanas y serpientes.
Nadie lo confesaba, pero todos
estaban
orgullosos de ser como juguetes
en las manos de un niño.
Redondeaban su sombra los planetas
y rebotaban locos de alegría
en
las altas paredes del espacio
teñidas de antemano en un risueño azul.
No me explico por qué
fue indispensable que alguien inventara el reloj
y desde entonces
todo se atrasa o se adelanta,
la vida se fracciona en horas y en
minutos
o se quiebra o se para.
La manzana cayó; pero no sobre un
Newton
de fácil digestión,
sino sobre el atónito apetito de Adán.
(Se atragantó con ella como era natural.)
¡Qué implacable fue
Dios -ojo que atisba
a través de una hoja de parra ineficaz!
¡Cómo
bajó el arcAngel relumbrando
con una decidida espada de latón!
Tal vez no debería yo
hablar de la serpiente
pero desde esa vez es un escalofrío
en la
columna vertebral del universo.
Tal vez yo no debiera descubrirlo
pero fue el primer círculo vicioso
mordiéndose la cola.
Porque
esto, en realidad, sólo tendría importancia
si ella lo supiera.
Pero lo ignora todo reptando por el suelo,
dormitando en la siesta.
Ah, si se levantara
sin el auxilio de fakires indios
a contemplar su obra.
Aquí
estaríamos todos:
la horda devastando la pradera,
dejando siempre
a un lado el horizonte,
tratando de tachar la mañana remota,
de
arrasar con la sal de nuestras lágrimas
el campo en que se alzaba el
Paraíso.
Gritamos ¡adelante! por no mirar atrás.
El camino se
queda señalado
-estatua tras estatua- por la mujer de Lot.
Queremos olvidar la leche que sorbimos
en las ubres de Dios.
Dios
nos amamantaba en figura de loba
como a Rómulo y Remo, abandonados.
Abandonados siempre.
¿De qué? ¿De quién? ¿De dónde?
No importa. Nada más abandonados.
Cantamos porque sí, porque tenemos miedo,
un miedo atroz, bestial,
insobornable
y nos emborrachamos de palabras
o de risa o de
angustia.
¡Qué cuidadosamente nos
mentimos!
¡Qué cotidianamente planchamos nuestras máscaras
para
hormiguear un rato bajo el sol!
No, yo no quiero hablar
de nuestras noches
cuando nos retorcemos como papel al fuego.
Los
espejos se inundan y rebasan de espanto
mirando estupefactos nuestros
rostros.
Entonces queda limpio el esqueleto.
Nuestro cráneo reluce
igual que una moneda
y nuestros ojos se hunden interminablemente.
Una caricia galvaniza los cadáveres:
sube y baja los dedos de sonido
metálico
contando y recontando las costillas.
Encuentra siempre
con que falta una
y vuelve a comenzar y a comenzar.
Engaño en este ciego
desnudarse,
terror del ataúd escondido en el lecho,
del sudario
extendido
y la marmórea lápida cayendo sobre el pecho.
¡No poder
escapar del sueño que hace muecas
obscenas columpiándose en las
lámparas!
Es así como nacen nuestros hijos.
Parimos con dolor y
con vergüenza,
cortamos el cordón umbilical aprisa
como quien se
desprende de un fardo o de un castigo.
Es así como amamos y
gozamos
y aún de este festín de gusanos hacemos
novelas
pornográficas
o películas sólo para adultos.
Y nos regocijamos de
estar en el secreto,
de guiñarnos los ojos a espaldas de la muerte.
La serpiente debía tener manos
para frotarlas, una contra otra,
como un burgués rechoncho y satisfecho.
Tal vez para lavárselas lo
mismo que Pilatos
o bien para aplaudir o simplemente
para tener
bastón y puro
y sombrero de paja como un dandy.
La serpiente debía
tener manos
para decirle: estamos en tus manos.
Porque si un día cansados de este morir a plazos
queremos
suicidarnos abriéndonos las venas
como cualquier romano,
nos
sorprende saber que no tenemos sangre
ni tinta enrojecida:
que nos
circula un aire tan gratis como el agua.
Nos sorprende palpar un
corazón en huelga
y unos sesos sin tapa saltarina
y un estómago
inmune a los venenos.
El suicidio también pasó de moda
y no conviene dar un paso en falso
cuando mejor podemos
deslizarnos.
¡Qué gracia de patines sobre el hielo!
¡Qué tobogán
más fino! ¡Qué pista lubricada!
¡Qué maquinaria exacta y aceitada!
Así nos deslizamos
pulcramente
en los tés de las cinco -no en punto- de la tarde,
en
el cocktail o el pic-nic o en cualquiera
costumbre traducida del
inglés.
Padecemos alergia por las rosas,
por los claros de luna,
por los valses
y las declaraciones amorosas por carta.
A nadie se
le ocurre morir tuberculoso
ni escalar los balcones ni suspirar en
vano.
Ya no somos románticos.
Es la generación moderna y
problemática
que toma coca-cola y que habla por teléfono
y que
escribe poemas en el dorso de un cheque.
Somos la raza estrangulada por la inteligencia,
«La insuperable,
mundialmente famosa trapecista
que ejecuta sin mácula
triple salto
mortal en el vacío.»
(La inteligencia es una prostituta
que se vende por un poco de brillo
y que no sabe ya ruborizarse.)
Puede ser que algún día
invitemos a un habitante de Marte
para un fin de semana en nuestra
casa.
Visitaría en Europa lo típico:
alguna ruina humeante
o
algún pueblo afilando las garras y los dientes.
Alguna catedral mal
ventilada,
invadida de moho y oro inútil
y en el fondo un cartel:
«Negocio en quiebra» .
Fotografiaría como experto turista
los
vientres abultados de los niños enfermos,
las mujeres violadas en la
guerra,
los viejos arrastrando en una carretilla
un ropero sin
lunas y una cuna maltrecha.
Al Papa bendiciendo un cañón y un
soldado,
y las familias reales sordomudas e idiotas,
al hombre que
trabaja rebosante de odio
y al que vende el horno de sus abuelos
o
a la heredera del millón de dólares.
Y luego le diríamos:
Esto es solo la Europa de pandereta.
Detrás está la verdadera Europa:
la rica en frigoríficos -almacenes de estatuas
donde la luz de un
cuadro se congela,
donde el verbo no puede hacerse carne.
Allí la
vida yace entre algodones
y mira tristemente tras el cristal opaco
que la protege de corrientes de aire.
En estas vastas galerías de
muertos,
de fantasmas reumáticos y polvo,
nos hinchamos de orgullo
y de soberbia.
Los rascacielos ya los
ha visto de lejos:
los colmenares rubios donde los hombres nacen,
trabajan, se enriquecen y se pudren
sin preguntarse nunca para qué
todo esto,
sin indagar jamás cómo se viste el lirio
y sin
arrepentirse de su contento estúpido.
Abandonemos ya tanto
cansancio.
Dejemos que los muertos entierren a sus muertos
y
busquemos la aurora
apasionadamente atentos a su signo.
Porque hay
aún un continente verde
que imanta nuestras brújulas.
Un ancho
acabamiento de pirámides
en cuyas cumbres bailan doncellas vegetales
con ritmos milenarios y recientes
de quien lleva en los pies la sabia
y el misterio.
Un cielo que las flechas desconocen
custodiado de
mitos y piedras fulgurantes.
Hay enmarañamientos de raíces
y
contorsión de troncos y confusión de ramas.
Hay elásticos pasos de
jaguares
proyectados - silencio y terciopelo -
hacia el vuelo
inasible de la garra.
Aquí parece que
empezara el tiempo
en solo un remolino de animales y nubes,
de
gigantescas hojas y relámpagos,
de bilingües entrañas desangradas.
Corren ríos de sangres sobre la tierra ávida
corren vivificando las
más altas orquídeas,
las más esclarecidas amapolas.
Se evaporan
rugientes en los templos
ante la impenetrable pupila de obsidiana,
brotan como una fuente repentina
al chasquido de un látigo,
crecen
en el abrazo enorme y doloroso
del cántaro de barro con el licor
latino.
Río de sangre eterno y
derramado
que deposita limos fecundos en la tierra.
Su caudal se
nos pierde a veces en el mapa
y luego lo encontramos
-ocre y azul-
rigiendo nuestro pulso.
Río de sangre, cinturón de fuego.
En las
tierras que tiñe, en la selva multípara,
en el litoral bravo de
mestiza
mellado de ciclones y tormentas,
en este continente que
agoniza
bien podemos plantar una esperanza.
Desamor
Me vio como se mira al
través de un cristal
o del aire
o de nada.
Y entonces supe:
yo no estaba allí
ni en ninguna otra parte
ni había estado nunca
ni estaría.
Y fui como el que muere en la epidemia,
sin identificar, y es
arrojado
a la fosa común.
Destierro
Hablábamos la lengua
de los dioses, pero era también nuestro
silencio
igual al de las piedras.
Éramos el abrazo de amor en que
se unían
el cielo con la tierra.
No, no estábamos solos.
Sabíamos el linaje de cada uno
y los
nombres de todos.
Ay, y nos encontrábamos como las muchas ramas
de
la ceiba se encuentran en el tronco.
No era como ahora
que parecemos aventadas nubes
o dispersadas
hojas.
Estábamos entonces cerca, apretados, juntos.
No era como
ahora.
Destino
Matamos lo que amamos.
Lo demás
no ha estado vivo nunca.
Ninguno está tan cerca. A ningún
otro hiere
un olvido, una ausencia, a veces menos.
Matamos lo que
amamos. ¡Que cese ya esta asfixia
de respirar con un pulmón ajeno!
El aire no es bastante
para los dos. Y no basta la tierra
para los
cuerpos juntos
y la ración de la esperanza es poca
y el dolor no
se puede compartir.
El hombre es animal de
soledades,
ciervo con una flecha en el ijar
que huye y se
desangra.
¡Ah! pero el odio, su
fijeza insomne
de pupilas de vidrio; su actitud
que es a la vez
reposo y amenaza.
El ciervo va a beber y
en el agua aparece
el reflejo de un tigre.
El ciervo bebe el agua
y la imagen. Se vuelve
- antes que lo devoren - ( cómplice,
fascinado )
igual a su enemigo.
Damos la vida sólo a lo
que odiamos.
Dos meditaciones
I
Considera, alma mía, esta textura
Áspera al tacto, a la que llaman
vida.
Repara en tantos hilos tan sabiamente unidos
y en el color,
sombrío pero noble,
firme, y donde ha esparcido su resplandor el
rojo.
Piensa en la tejedora; en su paciencia
para recomenzar
una tarea siempre inacabada.
Y odia después, si puedes.
II
Hombrecito, ¿qué quieres
hacer con tu cabeza?
¿Atar al mundo, al loco, loco y furioso mundo?
¿Castrar al potro Dios?
Pero Dios rompe el freno y continua
engendrando
magníficas criaturas,
seres salvajes cuyos alaridos
rompen esta campana de cristal.
El otro
¿Por qué decir nombres
de dioses, astros
espumas de un océano invisible,
polen de los
jardines más remotos?
Si nos duele la vida, si cada día llega
desgarrando la entraña, si cada noche cae
convulsa, asesinada.
Si
nos duele el dolor en alguien, en un hombre
al que no conocemos, pero
está
presente a todas horas y es la víctima
y el enemigo y el amor
y todo
lo que nos falta para ser enteros.
Nunca digas que es tuya
la tiniebla,
no te bebas de un sorbo la alegría.
Mira a tu
alrededor: hay otro, siempre hay otro.
Lo que él respira es lo que a
ti te asfixia,
lo que come es tu hambre.
Muere con la mitad más
pura de tu muerte.
Elegía
Nunca, como a tu lado,
fui de piedra.
Y yo que me soñaba
nube, agua,
aire sobre la hoja,
fuego de mil cambiantes
llamaradas,
sólo supe yacer,
pesar, que es lo que sabe hacer la
piedra
alrededor del cuello del ahogado.
Elegías breves
I
Al pie de un sauce, triste Narciso de las aguas,
o cerca de una roca
inexorable
quiero dejar mi cuerpo
como el que deja ropas en la
playa.
Ay, mis brazos, guirnaldas desceñidas,
ay, mi cintura
quieta entre las danzas.
No soy de los que exprimen
su corazón en un lugar violento.
Soy de los que atestiguan
la belleza y la muerte de la rosa.
II
Si pudiera mirarte, bella tan sólo, rosa,
y detener mis
ojos largamente en tus pétalos
como una sed que duerme a la orilla de
un río.
Si te mirara sólo, sin amarte,
con este amor convulso y
desgarrado
de quien siente tu fuga irrevocable.
Ah, si yo no quisiera disecarte,
amarilla, en las páginas
herméticas de un libro
con el afán inútil del que conoce el tiempo.
En el filo del gozo
I
Entre la muerte y yo he erigido tu cuerpo:
que estrelle en ti sus
olas funestas sin tocarme
y resbale en espuma deshecha y humillada.
Cuerpo de
amor, de plenitud, de fiesta,
palabras que los vientos dispensan como
pétalos,
campanas delirantes al crepúsculo .
Todo lo
que la tierra echa a volar en pájaros,
todo lo que los lagos atesoran
de cielo
más el bosque y la piedra y las colmenas.
Cuajada de
cosechas bailo sobre las eras
mientras el tiempo llora por sus
guadañas rotas.
Venturosa
ciudad amurallada,
ceñida de milagros, descanso en el recinto
de
este cuerpo que empieza donde termina el mío.
II
Convulsa entre tus brazos como mar entre rocas,
rompiéndome en el
filo del gozo o mansamente
lamiendo las arenas asoleadas.
Bajo tu
tacto tiemblo
como un arco en tensión palpitante de flechas
y de
agudos silbidos inminentes.
Mi sangre
se enardece igual que una jauría
olfateando la presa y el estrago
pero bajo tu voz mi corazón se rinde
en palomas devotas y sumidas.
III
Tu sabor se anticipa entre las uvas
que lentamente ceden a la lengua
comunicando azúcares íntimos y selectos.
Tu
presencia es el júbilo.
Cuando partes, arrasas jardines y transformas
la feliz somnolencia de la tórtola
en una fiera expectación de
galgos.
Y, amor,
cuando regresas
el ánimo turbado te presiente
como los siervos
jóvenes la vecindad del agua.
Estoy aquí, sentada, con todas mis
palabras...
Estoy aquí, sentada, con todas mis palabras
como con una cesta de
fruta verde, intactas.
Los fragmentos
de mil dioses antiguos derribados
se buscan por
mi sangre, se aprisionan, queriendo
recomponer su estatua.
De las
bocas destruidas
quiere subir hasta mi boca un canto,
un olor de
resinas quemadas, algún gesto
de misteriosa roca trabajada.
Pero
soy el olvido, la traición,
el caracol que no guardó del mar
ni el
eco de la más pequeña ola.
Y no miro los templos sumergidos;
sólo
miro los árboles que encima de las ruinas
mueven su vasta sombra,
muerden con dientes ácidos
el viento cuando pasa.
Y los signos se
cierran bajo mis ojos como
la flor bajo los dedos torpísimos de un
ciego.
Pero yo sé: detrás
de mi cuerpo otro cuerpo se agazapa,
y alrededor de mí muchas respiraciones
cruzan furtivamente
como
los animales nocturnos en la selva.
Yo sé, en algún lugar,
lo
mismo
que en el desierto cactus,
un constelado corazón de espinas
está aguardando un hombre como el cactus la lluvia.
Pero yo no
conozco más que ciertas palabras
en el idioma o lápida
bajo el que
sepultaron vivo a mi antepasado.
Falsa elegía
Compartimos sólo un desastre lento
Me veo morir en ti, en otro, en
todo
Y todavía bostezo o me distraigo
Como ante el espectáculo
aburrido.
Se destejen los días,
Las noches se consumen antes de darnos
cuenta;
Así nos acabamos.
Nada es. Nada está.
Entre el alzarse y
el caer del párpado.
Pero si alguno va a nacer (su anuncio,
La posibilidad de su
inminencia
Y su peso de sílaba en el aire),
Trastorna lo
existente,
Puede más que lo real
Y desaloja el cuerpo de los
vivos.
Lo cotidiano
Para el amor no hay
cielo, amor, sólo este día;
este cabello triste que se cae
cuando
te estás peinando ante el espejo.
Esos túneles largos
que se
atraviesan con jadeo y asfixia;
las paredes sin ojos,
el hueco que
resuena
de alguna voz oculta y sin sentido.
Para el amor no hay tregua, amor. La noche
se vuelve, de pronto,
respirable.
Y cuando un astro rompe sus cadenas
y lo ves
zigzaguear, loco, y perderse,
no por ello la ley suelta sus garfios.
El encuentro es a oscuras. En el beso se mezcla
el sabor de las
lágrimas.
Y en el abrazo ciñes
el recuerdo de aquella orfandad, de
aquella muerte.
Los adioses
Quisimos aprender la
despedida
y rompimos la alianza
que juntaba al amigo con la amiga.
Y alzamos la distancia
entre las amistades divididas.
Para aprender a irnos,
caminamos.
Fuimos dejando atrás las colinas, los valles,
los
verdeantes prados.
miramos su hermosura
pero no nos quedamos.
Meditación en el umbral
No, no es la solución
tirarse bajo un tren como la Ana de Tolstoy
ni apurar el arsénico de Madame Bovary
ni aguardar en los páramos de
Ávila la visita
del Angel con venablo
antes de liarse el manto a
la cabeza
y comenzar a actuar.
Ni concluir las leyes geométricas,
contando
las vigas de la celda de castigo
como lo hizo Sor Juana.
No es la solución
escribir, mientras llegan las visitas,
en la
sala de estar de la familia Austen
ni encerrarse en el ático
de
alguna residencia de la Nueva Inglaterra
y soñar, con la Biblia de
los Dickinson,
debajo de una almohada de soltera.
Debe haber
otro modo que no se llame Safo
ni Mesalina ni María Egipciaca
ni
Magdalena ni Clemencia Isaura.
Otro modo de ser humano y libre.
Otro modo de ser.
Misterios gozosos
A veces, tan ligera
como un pez en el agua,
me muevo entre las
cosas
feliz y alucinada.
Feliz de ser quien soy,
sólo una gran mirada:
ojos de par
en par
y manos despojadas.
Seno de Dios, asombro
lejos de las palabras.
Patria mía
perdida,
recobrada.
Narciso 70
Cuando abro los periódicos
(perdón por la inmodestia, pero a veces
un poco de verdad
es más alimenticia y confortante
que un par de
huevos a la mexicana)
es para leer mi nombre escrito en ellos.
Mi nombre, que no abrevio por ninguna razón,
es, a pesar de todo,
tan pequeño
como una anguila huidiza y se me pierde
entre las
líneas ágata que si hablaban de mí
no recurrían más que al adjetivo
neutro
tras el que se ocultaba mi persona, mi libro,
mi última
conferencia.
¡Bah! ¡Qué importaba! ¡Estaba ahí! ¡Existía!
Real, patente ante
mis propios ojos.
Pero cuando no estaba... Bueno, en fin,
hay que ensayar la muerte
puesto que se es mortal.
Y cuando era una errata...
De "En la tierra de en medio"
1970
Nocturno
Me tendí, como el
llano, para que aullara el viento.
Y fui una noche entera
ámbito
de su furia y su lamento.
¡Ah! ¿quién conoce
esclavitud igual
ni más terrible dueño?
En mi aridez, aquí,
llevo la marca
de su pie sin regreso.
Nostalgia
Ahora estoy de regreso.
Llevé lo que la ola, para romperse, lleva
-sal, espuma y estruendo-,
y toqué con mis manos una criatura viva;
el silencio.
Heme aquí suspirando
como el que ama y se acuerda y está lejos.
Parábola de la inconstante
Antes cuando me hablaba
de mí misma, decía:
Si yo soy lo que soy
y dejo que en mi cuerpo,
que en mis años
suceda ese proceso
que la semilla le permite al
árbol
y la piedra a la estatua, seré la plenitud.
Y acaso era verdad. Una verdad.
Pero, ay, amanecía dócil como
la hiedra
a asirme a una pared como el enamorado
se ase del otro
con sus juramentos.
Y luego yo esparcía a mi alrededor, erguida
en solidez de roble,
la rumorosa soledad, la sombra
hospitalaria y daba al caminante
-a
su cuchillo agudo de memoria-
el testimonio fiel de mi corteza.
Mi actitud era a veces el reposo
y otras el arrebato,
la
gracia o el furor, siempre los dos contrarios
prontos a aniquilarse
y a emerger de las ruinas del vencido.
Cada hora suplantaba a alguno; cada hora
me iba de algún mesón
desmantelado
en el que no encontré ni una mala bujía
y en el que
no me fue posible dejar nada.
Usurpaba los nombres, me coronaba de ellos
para arrojar después,
lejos de mi, el despojo.
Heme aquí, ya al final, y todavía
no sé qué cara le daré a la
muerte.
Presencia
Algún día lo sabré.
Este cuerpo que ha sido
mi albergue, mi prisión, mi hospital, es mi
tumba.
Esto que uní alrededor de un ansia,
de un dolor, de un
recuerdo,
desertará buscando el agua, la hoja,
la espora original
y aun lo inerte y la piedra.
Este nudo que fui ( de cóleras,
traiciones, esperanzas,
vislumbres repentinos, abandonos,
hambres, gritos de miedo y
desamparo
y alegría fulgiendo en las tinieblas
y palabras y amor y
amor y amores)
lo cortarán los años.
Nadie verá la destrucción. Ninguno
recogerá la página inconclusa.
Entre el puñado de actos
dispersos, aventados al azar, no habrá uno
al que pongan aparte como a perla preciosa.
Y sin embargo, hermano,
amante, hijo,
amigo, antepasado,
no hay soledad, no hay muerte
aunque yo olvide y aunque yo me acabe.
Hombre, donde tú estás, donde tú vives
permaneceremos todos.
Revelación
Lo supe de repente:
hay otro.
Y desde entonces duermo solo a medias
y ya casi no como.
No es posible vivir
con ese rostro
que es el mío verdadero
y que aún no conozco.
Ser río sin peces
Ser de río sin peces,
esto he sido.
Y revestida voy de espuma y hielo.
Ahogado y roto
llevo todo el cielo
y el árbol se me entrega malherido.
A dos orillas del dolor uncido
va mi caudal a un mar de
desconsuelo.
La garza de su estero es alto vuelo
y adiós y breve
sol desvanecido.
Para morir sin canto, ciego, avanza
mordido de vacío y de
añoranza.
Ay, pero a veces hondo y sosegado
se detiene bajo una
sombra pura.
Se detiene y recibe la hermosura
con un leve temblor maravillado.
Soneto del emigrado
Cataluña hilandera y
labradora,
viñedo y olivar, almendra pura,
Patria: rememorada arquitectura,
ciudad junto a la mar historiadora.
Ola de la pasión descubridora,
ola de la sirena y la aventura
-Mediterráneo- hirió tu singlatura
la nave del destierro con su proa.
Emigrado, la ceiba de los mayas
te dio su sombra grande y
generosa
cuando buscaste arrimo ante sus playas.
Y al llegar a la Mesa del Consejo
nos diste el sabor noble de tu
prosa
de sal latina y óleo y vino añejo.
Telenovela
El sitio que dejó vacante Homero,
el centro que ocupaba Scherezada
(o antes de la invención del lenguaje, el lugar
en que se congregaba
la gente de la tribu
para escuchar al fuego)
ahora está ocupado
por la Gran Caja Idiota.
Los hermanos olvidan sus rencillas
y fraternizan en el mismo
sofá; señora y sierva
declaran abolidas diferencias de clase
y
ahora son algo más que iguales: cómplices.
La muchacha abandona
el balcón que le sirve de vitrina
para
exhibir disponibilidades
y hasta el padre renuncia a la partida
de
dominó y pospone
los otros vergonzantes merodeos nocturnos.
Porque aquí, en la pantalla, una enfermera
se enfrenta con la
esposa frívola del doctor
y le dicta una cátedra
en que habla de
moral profesional
y las interferencias de la vida privada.
Porque una viuda cosa hasta perder la vista
para costear el baile
de su hija quinceañera
que se avergüenza de ella y de su sacrificio
y la hace figurar como una criada.
Porque una novia espera al que se fue;
porque una intrigante urde
mentiras:
porque se falsifica un testamento;
porque una soltera da
un mal paso
y no acierta a ocultar las consecuencias.
Pero también porque la debutante
ahuyenta a todos con su mal
aliento.
Porque la lavandera entona una aleluya
en loor del
poderoso detergente.
Porque el amor está garantizado
por un
desodorante
y una marca especial de cigarrillos
y hay que brindar
por él con alguna bebida
que nos hace felices y distintos.
Y hay que comprar, comprar, comprar, comprar.
Porque compra es
sinónimo de orgasmo,
porque comprar es igual que beatitud,
porque
el que compra se hace semejante a dioses.
No hay en ello herejía.
Porque en la concepción y en la creación
del hombre
se usó como elemento la carencia.
Se hizo de él un ser
menesteroso,
una criatura a la que le hace falta
lo grande y lo
pequeño.
Y el secreto teológico, el murmullo
murmurado al oído del poeta,
la discusión del aula del filósofo
es ahora potestad del publicista.
Como dijimos antes no hay nada malo en ello.
Se está siguiendo un
orden natural
y recurriendo a su canal idóneo.
Cuando el programa acaba
la reunión se disuelve.
Cada uno va a
su cuarto
mascullando un -apenas- "buenas noches".
Y duerme. Y tiene hermosos sueños prefabricados.
Trayectoria del polvo
VII
He aquí que la muerte tarda como el olvido.
Nos va invadiendo, lenta, poro a poro.
Es inútil correr,
precipitarse,
huir hasta inventar nuevos caminos
y también es inútil estar
quieto
sin palpitar siquiera para que nos oiga.
Cada minuto es la
saeta en vano
disparada hacia ella,
eficaz al volver contra nosotros.
Inútil aturdirse y convocar a la fiesta
pues cuando regresamos, inevitablemente,
alta la noche, al
entreabrir la puerta
la encontramos inmóvil esperándonos.
Y no podemos escapar
viviendo
porque la Vida es una de sus máscaras.
Y nada nos protege de
su furia
ni la humildad sumisa hacia su látigo
ni la entrega violenta
al círculo cerrado de sus brazos.
Apuro sediento tu tierno gemido, tu intimidad que me embriaga y ardiente, la lengua del dulce deseo, pasión cuyo vino no sacia...