"Si no te conozco, no he vivido; si muero
sin conocerte, no muero, porque no he vivido."
"Girl with lantern"
Helen M. Turner
Reseña biografica
Poeta
español nacido en Sevilla en 1902.
Perteneció a una familia acomodada
donde respiró una atmósfera de estricta disciplina y desafecto reflejada
en su
carácter tímido, introvertido y amante de la soledad.
Estudió Derecho
y Literatura española. Lírico exquisito, fue encasillado entre los
representantes de la «poesia pura».
En 1925 comenzó a frecuentar el ambiente literario, haciendo amistad con
los más destacados poetas de su generación:
Alberti, Aleixandre, Prados, y García Lorca, entre otros.
Exiliado después de la guerra civil, fue profesor de Literatura en
Glasgow, Cambridge, Londres, Estados Unidos y México,
donde falleció en 1963. ©
Adolescente fui en días idénticos a nubes...
Amando en el tiempo
Cómo llenarte, soledad...
Contigo
Dans ma péniche
Deseo
Diré cómo nacisteis, placeres prohibidos...
Donde habite el olvido...
El viento y el alma
Eras, instante, tan claro...
Escondido en los muros...
La sombra
Las islas
Limbo
Los espinos
Los fantasmas del deseo
Los marineros son las alas del
amor...
No decía palabras...
No es el amor quien muere...
No intentemos el amor nunca
No quiero, triste espíritu,
volver...
Orillas del amor
Oscuridad completa
País
Peregrino
Qué ruido tan triste el que hacen dos cuerpos
cuando se aman...
Quiero, con afán soñoliento...
Quisiera estar solo en el sur
Quisiera saber por qué esta
muerte...
Razón de lágrimas
Remordimiento en traje de
noche
Si el hombre pudiera decir
lo que ama...
Sombras
blancas
Te quiero...
Todo esto por amor
Tres misterios gozosos
Tristeza del recuerdo
Un muchacho andaluz
Unos cuerpos son como flores...
Ventana huérfana
con cabellos habituales...
Yo fui...
Adolescente fui en días idénticos a nubes...
Adolescente fui en días idénticos a nubes,
cosa grácil, visible por
penumbra y reflejo,
y extraño es, si ese recuerdo busco,
que
tanto, tanto duela sobre el cuerpo de hoy.
Perder placer es triste
como la dulce lámpara sobre el lento
nocturno;
aquel fui, aquel fui, aquel he sido...
era la ignorancia
mi sombra.
Ni gozo ni pena; fui niño
prisionero entre muros cambiantes;
historias como cuerpos, cristales como cielos,
sueño luego, un sueño
más alto que la vida.
Cuando la muerte quiera
una verdad quitar de entre mis manos,
las hallará vacías, como en la adolescencia,
ardientes de deseo,
tendidas hacia el aire.
Amando en el tiempo
El tiempo,
insinuándose en tu cuerpo,
tal la nube de polvo en fuente pura,
aquella gracia antigua desordena
y clava en mí una pena silenciosa.
Otros antes que yo vieron un' día,
y otros luego verán, cómo decir
la amada forma esbelta, recordando
de cuánta gloria es cifra un cuerpo hermoso.
Pero la vida sólo la aprendemos,
y placer y dolor se ofrecen siempre
tal mundo virgen para cada hombre.
Así mi pena inculta es nueva ahora.
Nueva como lo fuese al primer hombre,
que cayó con su amor del paraíso
cuando viera, tal cielo ya vencido
por sombra, envejecer el cuerpo amado.
Cómo llenarte, soledad...
Cómo llenarte, soledad,
sino contigo misma...
De niño, entre las pobres guaridas de la tierra,
quieto en
ángulo oscuro,
buscaba en ti, encendida guirnalda,
mis auroras futuras y
furtivos nocturnos,
y en ti los vislumbraba,
naturales y exactos, también libres y
fieles,
a semejanza mía,
a semejanza tuya, eterna soledad.
Me
perdí luego por la tierra injusta
como quien busca amigos o ignorados
amantes;
diverso con el mundo,
fui luz serena y anhelo desbocado,
y en
la lluvia sombría o en el sol evidente
quería una verdad que a ti te traicionase,
olvidando en mi afán
cómo las alas fugitivas su propia nube crean.
Y al velarse a mis ojos
con nubes sobre nubes de otoño desbordado
la luz de aquellos días en ti misma entrevistos,
te negué por bien poco;
por menudos amores ni ciertos ni
fingidos,
por quietas amistades de sillón y de gesto,
por un
nombre de reducida cola en un mundo fantasma,
por los viejos placeres prohibidos
como los permitidos
nauseabundos,
útiles solamente para el elegante salón susurrado,
en bocas de mentira y palabras de hielo.
Por ti me encuentro ahora el eco de la antigua persona
que yo
fui,
que yo mismo manché con aquellas juveniles traiciones;
por ti me
encuentro ahora, constelados hallazgos,
limpios de otro deseo,
el sol, mi dios, la noche rumorosa,
la lluvia, intimidad de
siempre,
el bosque y su alentar pagano,
el mar, el mar como su nombre
hermoso;
y sobre todo ellos,
cuerpo oscuro y esbelto,
te encuentro a ti, tú, soledad tan mía,
y tú me das fuerza y debilidad
como el ave cansada los brazos de la piedra.
Acodado al
balcón miro insaciable el oleaje,
oigo sus oscuras imprecaciones,
contemplo sus blancas caricias;
y erguido desde cuna vigilante
soy en la noche un diamante que gira advirtiendo a los hombres,
por quienes vivo, aún cuando no los vea;
y así, lejos de ellos,
ya olvidados sus nombres, los amo en
muchedumbres,
roncas y violentas como el mar, mi morada,
puras ante la espera de una revolución ardiente
o rendidas y
dóciles, como el mar sabe serlo
cuando toca la hora de reposo que su
fuerza conquista.
Tú, verdad solitaria,
transparente pasión, mi soledad de
siempre,
eres inmenso abrazo;
el sol, el mar,
la oscuridad, la estepa,
el hombre y su deseo,
la airada muchedumbre,
¿qué son sino tú
misma?
Por ti, mi soledad, los busqué un día;
en ti, mi soledad, los
amo ahora.
Contigo
¿Mi tierra?
Mi tierra eres tú.
¿Mi gente?
Mi gente eres tú.
El destierro y la muerte
para mi están adonde
no estés tú.
¿Y mi vida?
Dime, mi vida,
¿qué es, si no eres tú?
Dans ma péniche
Quiero vivir cuando el amor muere;
muere, muere pronto, amor mío.
Abre como una cola la victoria purpúrea del deseo,
aunque el amante
se crea sepultado en un súbito otoño,
aunque grite:
Vivir así es
cosa de muerte.
Pobres amantes,
clamáis a fuerza de ser jóvenes;
sea propicia
la muerte al hombre a quien mordió la vida,
caiga su frente
cansadamente entre las manos
junto al fulgor redondo de una mesa con
cualquier triste libro
pero en vosotros aún va fresco y fragante
el leve perejil que adorna un día al vencedor adolescente.
Dejad por
demasiado cierta la perspectiva de alguna nueva tumba solitaria.
Aún
hay dichas, terribles dichas a conquistar bajo la luz terrestre.
Ante
vuestros ojos, amantes,
cuando el amor muere,
vida de la tierra y
la vida del mar palidecen juntamente;
el amor, cuna adorable para los
deseos exaltados,
los ha vuelto tan lánguidos como pasajeramente
suele hacerlo
el rasguear de una guitarra en el ocio marino
y la luz del alcohol, aleonado como una cabellera;
vuestra guarida
melancólica se cubre de sombras crepusculares
todo queda afanoso y
callado.
Así suele quedar el pecho de los hombres
cuando cesa
el tierno borboteo de la melodía confiada,
y tras su delicia
interrumpida
un afán insistente puebla el nuevo silencio.
Pobres amantes,
¿de qué os sirvieron las infantiles arras que
cruzasteis,
cartas, rizos de luz recién cortada, seda cobriza o negra
ala?
Los atardeceres de manos furtivas,
el
trémulo palpitar, los labios que suspiran,
la adoración rendida a un
leve sexo vanidoso,
los ay mi vida y los ay muerte mía,
todo,
todo,
amarillea y cae y huye con el aire que no vuelve.
Oh, amantes,
encadenados entre los manzanos del edén,
cuando
el amor muere,
vuestra crueldad; vuestra piedad pierde su presa,
y
vuestros brazos caen como cataratas macilentas,
vuestro pecho queda
como roca sin ave,
y en tanto despreciáis todo lo que no lleve un
velo funerario,
fertilizáis con lágrimas la tumba de los sueños,
dejando allí caer, ignorantes como niños,
la libertad, la perla de
los días.
Pero tú y yo sabemos,
río que bajo mi casa fugitiva deslizas tu
vida experta,
que cuando el hombre no tiene ligados sus miembros
por las encantadoras mallas del amor,
cuando el deseo es como una
cálida azucena
que se ofrece a todo cuerpo hermoso que fluya a
nuestro lado,
cuánto vale una noche como ésta, indecisa
entre la
primavera última y el estío primero,
este instante en que oigo los
leves chasquidos del bosque
nocturno. Conforme conmigo mismo y con la
indiferencia
de los otros,
solo yo con mi vida,
con mi parte en
el mundo.
Jóvenes sátiros
que vivís en la selva, labios risueños
ante el
exangüe Dios cristiano,
a quien el comerciante adora para mejor
cobrar su mercancía
pies de jóvenes sátiros,
danzad más presto
cuando el amante llora,
mientras lanza su tierna endecha
de: Ah,
cuando el amor muere.
Porque oscura y cruel la libertad entonces ha
nacido;
vuestra descuidada alegría sabrá fortalecerla,
y el deseo
girará locamente en pos de los hermosos
cuerpos que vivifican el mundo un solo instante.
Deseo
Por el
campo tranquilo de septiembre,
del álamo amarillo alguna hoja,
como una estrella rota,
girando al suelo viene.
Si así el alma inconsciente,
Señor de las estrellas y las hojas,
fuese, encendida sombra,
de la vida a la muerte.
Diré cómo nacisteis, placeres
prohibidos...
Diré cómo nacisteis, placeres prohibidos,
como nace un deseo sobre
torres de espanto,
amenazadores barrotes, hiel descolorida,
noche
petrificada a fuerza de puños,
ante todos, incluso el más rebelde,
apto solamente en la vida sin muros.
Corazas infranqueables, lanzas o puñales,
todo es bueno si
deforma un cuerpo;
tu deseo es beber esas hojas lascivas
o dormir
en ese agua acariciadora.
No importa;
Ya declaran tu espíritu
impuro.
No importa la pureza, los dones que un destino
levantó hacia las
aves con manos imperecederas;
no importa la juventud, sueño más que
hombre,
la sonrisa tan noble, playa de seda bajo la tempestad
de
un régimen caído.
Placeres prohibidos, planetas terrenales,
miembros de mármol con
sabor de estío,
jugo de esponjas abandonadas por el mar,
flores de
hierro, resonantes como el pecho de un hombre.
Soledades altivas, coronas derribadas,
libertades memorables,
manto de juventudes;
quien insulta esos frutos, tinieblas en la
lengua,
es vil como un rey, como sombra de rey
arrastrándose a los
pies de la tierra
para conseguir un trozo de vida.
No sabía los límites impuestos,
límites de metal o papel,
ya
que el azar le hizo abrir los ojos bajo una luz tan alta,
adonde no
llegan realidades vacías,
leyes hediondas, códigos, ratas de paisajes
derruidos.
Extender entonces la mano
es hallar una montaña que prohíbe,
un bosque impenetrable que niega,
un mar que traga adolescentes
rebeldes.
Pero si la ira, el ultraje, el oprobio y la muerte,
ávidos
dientes sin carne todavía,
amenazan abriendo sus torrentes,
de
otro lado vosotros, placeres prohibidos,
bronce de orgullo, blasfemia
que nada precipita,
tendéis en una mano el misterio.
Sabor que
ninguna amargura corrompe,
cielos, cielos relampagueantes que
aniquilan.
Abajo
estatuas anónimas,
sombras de sombras, miseria, preceptos de niebla;
una chispa de aquellos placeres
brilla en la hora vengativa.
su
fulgor puede destruir vuestro mundo.
Donde habite el olvido...
Donde
habite el olvido,
En los vastos jardines sin aurora;
Donde yo sólo sea
Memoria de una piedra sepultada entre ortigas
Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.
Donde mi nombre deje
Al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
Donde el deseo no exista.
En esa gran región donde el amor, Angel terrible,
No esconda como acero
En mi pecho su ala,
Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.
Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,
Sometiendo a otra vida su vida,
Sin más horizonte que otros ojos frente a frente.
Donde penas y dichas no sean más que nombres,
Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
Disuelto en niebla, ausencia,
Ausencia leve como carne de niño.
Allá, allá lejos;
Donde habite el olvido.
El viento y el alma
Con tal vehemencia el viento
viene del mar, que sus sones
elementales contagian
el
silencio de la noche.
Solo en tu cama le escuchas
insistente en los cristales
tocar, llorando y llamando
como perdido sin nadie.
Mas no es él quien en desvelo
te
tiene, sino otra fuerza
de que tu cuerpo es hoy cárcel,
fue viento libre, y recuerda.
Eras, instante, tan claro...
Eras, instante, tan claro.
Perdidamente te alejas,
dejando
erguido al deseo
con sus vagas ansias tercas.
Siento huir bajo el otoño
pálidas aguas sin fuerza,
mientras
se olvidan los árboles
de las hojas que desertan.
La llama tuerce su hastío,
sola su viva presencia,
y la
lámpara ya duerme
sobre mis ojos en vela.
Cuán lejano todo. Muertas
las rosas que ayer abrieran,
aunque
aliente su secreto
por las verdes alamedas.
Bajo tormentas la playa
será soledad de arena
donde el amor
yazca en sueños.
La tierra y el mar lo esperan.
Escondido en los muros...
Escondido
en los muros
este jardín me brinda
sus ramas y sus aguas
de secreta delicia.
Qué silencio. ¿Es así
el mundo?... Cruz al cielo
desfilando paisajes,
risueño hacia lo lejos.
Tierra indolente. En vano
resplandece el destino.
Junto a las aguas quietas
sueño y pienso que vivo.
Mas el tiempo ya tasa
el poder de esta hora;
madura su medida,
escapa entre sus rosas.
Y el aire fresco vuelve
con la noche cercana,
su tersura olvidando
las ramas y las aguas.
La sombra
Al despertar de un sueño, buscas
Tu juventud, como si fuera el cuerpo
Del camarada que durmiese
A tu lado y que al alba no encuentras.
Ausencia conocida, nueva siempre,
Con la cual no te hallas. Y
aunque acaso
Hoy tú seas más de lo que era
El mozo ido, todavía
Sin voz le llamas, cuántas veces;
Olvidado que de su mocedad
se alimentaba
Aquella pena aguda, la conciencia
De tu vivir de
ayer. Ahora,
Ida también, es sólo
Un vago malestar, una inconsciencia
Acallando el pasado, dejando indiferente
Al otro que tú eres, sin
pena, sin alivio.
Las islas
Recuerdo que tocamos puerto tras larga travesía,
y dejando el navío y
el muelle, por callejas
(entre el polvo mezclados pétalos y escamas),
llegué a la plaza, donde estaban los bazares.
Era grande el calor, la
sombra poca.
Con el pecho desnudo iba, distraído
como si familiares fuesen la
villa y sus costumbres,
y miré en un portal al mercader de sedas
que desplegaba una, color de aurora, fría a los ojos,
sintiendo sin
tocarla la suavidad escurridiza.
Ante un ciego cantor estuve largo
espacio,
único espectador, y parecía cantar para mí solo.
Compré
luego a una niña un ramo de jazmines
amarillentos, pero en su olor
ajado tuvo alivio
la dejadez extraña que empezaba a aquejarme.
Desanudada la faja en la cintura,
unos muchachos que pasaban,
reían,
volviendo la cabeza. Acaso me creyeron
Ebrio. Los ojos de
uno de ellos eran
como la noche, profundos y estrellados.
La humedad de la piel pronto se disipaba
por el aire ardoroso, a
cuyo influjo
mi pereza crecía. Me detuve indeciso,
acariciando el
cuerpo, sintiendo su tibieza
lisa, como si acariciara un cuerpo
ajeno.
Seguí, por parajes nunca vistos,
mas presentidos, igual a quien
camina
hacia cita amistosa. Deponía la tarde
su fuerza, cuando al
fin quise
buscar reposo ante un umbral cerrado.
Era un barrio tranquilo. Mis párpados pesaban
(acaso dormí
mucho), y al abrirlos de nuevo
ya el sol estaba bajo en el muro de
enfrente.
Una presencia ajena pareció despertarme,
porque al
volver la cara vi una mujer, y sonreía.
Como si de mi anhelo fuese proyección, respuesta
ante demanda
informulada, me miraba, insegura;
aunque yo nada dije, con gesto
silencioso,
invitándome adentro, me tomó de la mano.
La seguí, con
recelo más débil que el deseo.
La sala estaba oscura (ya caía la tarde).
Sobre la estera había
almohadas, un cestillo
anidando manojos de magnolias mojadas,
de
excesiva fragancia. filtró la celosía
unas palabras de la calle: «Le
encontraron muerto».
Las pensé referidas a un camarada,
quizá presagio de mi sino.
Pero ella,
atrayéndome a sí, sobre la alfombra
el ropaje tiró,
como cuchillo sin la vaina,
fría, dura, flexible, escurridiza.
Mis manos en sus pechos, su cintura
quebrarse pareció al
extenderme sobre ella,
y en el silencio circundante, al ritmo
de
los cuerpos, oí su brazalete,
queja del ave fabulosa que escapaba.
La oscuridad llenó la sala toda
cuando saciado y satisfecho quise
irme.
En la puerta (ella como mi sombra me seguía),
al cruzar su
dintel, sentí que entre mis dedos
quedaba el brazalete, ahora inerte
y mudo.
Mucho tiempo ha pasado. No aceptara
revivir otra vez esta
existencia.
Mas no sé qué daría por sólo aquel instante
revivirlo.
Bien sé que apenas tengo con qué tiente
al destino, ni el destino
tentarse dejaría.
Cuando el recuerdo así vuelve sobre sus huellas
(¿no es el
recuerdo la impotencia del deseo?).
Es que a él, como a mí, la vejez
vence;
y acaso ya no tengo lo único que tuve:
Deseo, a quien
rendida la ocasión le sigue.
Limbo
A Octavio Paz
La plaza sola (gris el aire,
negros los árboles, la tierra
manchada por la nieve),
parecía, no realidad, mas copia
triste sin realidad. Entonces,
ante el umbral, dijiste:
viviendo aquí serías
fantasma de ti mismo.
Inhóspita en su adorno
parsimonioso, porcelanas, bronces,
muebles chinos, la casa
oscura toda era,
pálidas sus ventanas sobre el río,
y el color se escondía
en un retablo español, en un lienzo
francés, su brío amedrentado.
Entre aquellos despojos,
proyecto, el dueño estaba
sentado junto a su retrato
por artista a la moda en años idos,
imagen fatua y fácil
del diletante, divertido entonces
comprando lo que una fe creara
en otro tiempo y otra tierra.
Allí con sus iguales,
damas imperativas bajo sus afeites,
caballeros seguros de sí mismos,
rito social cumplía,
y entre el diálogo moroso,
tú oyendo alguien me dijo: "Me ofrecieron
la primera edición de un poeta raro,
y la he comprado", tu emoción callaste.
Así, pensabas, el poeta
vive para esto, para esto
noches y días amargos, sin ayuda
de nadie, en la contienda
adonde, como el fénix, muere y nace,
para que años después, siglos
después, obtenga al fin el displicente
favor de un grande en este mundo.
Su vida ya puede excusarse,
porque ha muerto del todo;
su trabajo ahora cuenta,
domesticado para el mundo de ellos,
como otro objeto vano,
otro ornamento inútil;
y tú cobarde, mudo
te despediste ahí, como el que asiente,
más allá de la muerte, a la injusticia.
Mejor la destrucción, el fuego.
Los espinos
Verdor nuevo los espinos
tienen ya por la colina,
toda de púrpura y nieve
en el aire
estremecida.
Cuántos cielos florecidos
les has visto; aunque a la cita
ellos serán siempre fieles,
tú no lo serás un día.
Antes que la sombra caiga,
aprende cómo es la dicha
ante los espinos blancos
y rojos en flor. Vé. Mira.
Los fantasmas del deseo
Yo no te conocía, tierra;
con los ojos inertes, la mano
aleteante,
lloré todo ciego bajo tu verde sonrisa,
aunque, alentar juvenil,
sintiera a veces
un tumulto sediento de postrarse,
como huracán henchido aquí en
el pecho;
ignorándote, tierra mía,
ignorando tu alentar, huracán o
tumulto,
idénticos en esta melancólica burbuja que yo soy
a quien tu voz
de acero inspirara un menudo vivir.
Bien sé ahora que tú eres
quien me dicta esta forma y este
ansia;
sé al fin que el mar esbelto,
la enamorada luz, los niños
sonrientes,
no son sino tú misma;
que los vivos, los muertos,
el placer
y la pena,
la soledad, la amistad,
la miseria, el poderoso estúpido,
el
hombre enamorado, el canalla,
son tan dignos de mí como de ellos yo lo soy;
mis brazos,
tierra, son ya más anchos, ágiles,
para llevar tu afán que nada satisface.
El amor no tiene
esta o aquella forma,
no puede detenerse en criatura alguna;
todas son por igual viles
y soñadoras.
Placer que nunca muere
beso que nunca muere,
sólo en ti
misma encuentro, tierra mía.
Nimbos de juventud, cabellos rubios o sombríos,
rizosos o
lánguidos como una primavera,
sobre cuerpos cobrizos, sobre radiantes cuerpos
que tanto he
amado inútilmente,
no es en vosotros donde la vida está, sino en la tierra,
en la
tierra que aguarda, aguarda siempre
con sus labios tendidos, con sus brazos abiertos.
Dejadme,
dejadme abarcar, ver unos instantes
este mundo divino que ahora es mío,
mío como lo soy yo mismo,
como lo fueron otros cuerpos que estrecharon mis brazos,
como la
arena, que al besarla los labios
finge otros labios, dúctiles al deseo,
hasta que el viento lleva
sus mentirosos átomos.
Como la arena, tierra,
como la arena misma,
la caricia
es mentira, el amor es mentira, la amistad es mentira.
Tú sola quedas con el deseo,
con este deseo que aparenta ser mío
y ni siquiera es mío,
sino el deseo de todos,
malvados, inocentes,
enamorados o
canallas.
Tierra, tierra y deseo.
Una forma perdida.
Los marineros son las
alas del amor...
Los marineros son las alas del amor,
son los espejos del
amor,
el mar les acompaña,
y sus ojos son rubios lo mismo que el amor
rubio es también, igual que son sus ojos.
La alegría vivaz
que vierten en las venas
rubia es también,
idéntica a la piel que asoman;
no les
dejéis marchar porque sonríen
como la libertad sonríe,
luz cegadora erguida sobre el mar.
Si un marinero es mar,
rubio mar amoroso cuya presencia es
cántico,
no quiero la ciudad hecha de sueños grises;
quiero sólo ir al
mar donde me anegue,
barca sin norte,
cuerpo sin norte hundirme en su luz rubia.
No decía palabras...
No decía palabras,
acercaba tan sólo un cuerpo interrogante
porque ignoraba que el deseo
es una pregunta
cuya respuesta no existe,
una hoja cuya rama no
existe,
un mundo cuyo cielo no existe.
La angustia se abre paso entre los huesos,
remonta por las venas
hasta abrirse en la piel,
surtidores de sueño
hechos carne en
interrogación vuelta a las nubes.
Un roce al paso,
una mirada fugaz entre las sombras,
bastan
para que el cuerpo se abra en dos,
ávido de recibir en sí mismo
otro cuerpo que sueñe;
mitad y mitad, sueño y sueño, carne y carne,
iguales en figura, iguales en amor, iguales en deseo.
Aunque sólo sea una esperanza,
porque el deseo es una pregunta
cuya respuesta nadie sabe.
No es el amor quien muere...
No es el amor quien muere,
somos nosotros mismos.
Inocencia primera
Abolida en deseo,
Olvido de sí mismo en otro
olvido,
Ramas entrelazadas,
¿Por qué vivir si desaparecéis un día?
Sólo vive quien mira
Siempre ante sí los ojos de su aurora,
Sólo vive quien besa
Aquel cuerpo de Angel que el amor levantara.
Fantasmas de la pena,
A lo lejos, los otros,
Los que ese amor
perdieron,
Como un recuerdo en sueños,
Recorriendo las tumbas
Otro vacío estrechan.
Por allá van y gimen,
Muertos en pie, vidas tras de la piedra,
Golpeando la impotencia,
Arañando la sombra
Con inútil ternura.
No, no es
el amor quien muere.
No intentemos el amor nunca
Aquella noche el mar no tuvo sueño.
Cansado de contar, siempre contar
a tantas olas,
quiso vivir hacia lo lejos,
donde supiera alguien
de su color amargo.
Con una voz insomne decía cosas vagas,
barcos entrelazados
dulcemente
en un fondo de noche,
o cuerpos siempre pálidos, con su traje de
olvido
viajando hacia nada.
Cantaba tempestades, estruendos
desbocados
bajo cielos con sombra,
como la sombra misma,
como la sombra siempre
rencorosa de
pájaros estrellas.
Su voz atravesando luces, lluvia, frío,
alcanzaba ciudades
elevadas a nubes,
cielo Sereno, Colorado, Glaciar del infierno,
todas puras de nieve o de astros caídos
en sus manos de tierra.
Mas el mar se cansaba de esperar las ciudades.
Allí su amor tan
sólo era un pretexto vago
con sonrisa de antaño,
ignorado de
todos.
Y con sueño de nuevo se volvió lentamente
adonde nadie
sabe de
nadie.
Adonde acaba el mundo.
No quiero, triste espíritu, volver...
No quiero, triste espíritu, volver
por los lugares que cruzó mi
llanto,
latir secreto entre los cuerpos vivos
como yo también fui.
No quiero recordar
un instante feliz entre tormentos;
goce o
pena es igual,
todo es triste al volver.
Aún va conmigo como una luz ajena
aquel destino niño,
aquellos
dulces ojos juveniles,
aquella antigua herida.
No, no
quisiera volver,
sino morir aún más,
arrancar una sombra,
olvidar un olvido.
Orillas del amor
Como una vela sobre el mar
resume ese azulado afán que se levanta
hasta las estrellas
futuras,
hecho escala de olas
por donde pies divinos descienden al
abismo,
también tu forma misma,
Angel, demonio, sueño de un amor soñado,
resume en mí un afán que en otro tiempo levantaba
hasta las
nubes sus olas melancólicas.
Sintiendo todavía los pulsos de ese afán,
yo, el más
enamorado,
en las orillas del amor,
sin que una luz me vea
definitivamente muerto o vivo,
contemplo sus olas y quisiera anegarme,
deseando perdidamente
descender, como los Angeles aquellos por la escala de espuma,
hasta el fondo del mismo amor que ningún hombre ha visto.
Oscuridad completa
No sé por qué, si la luz entra,
Los hombres andan bien dormidos,
Recogiendo la vida su apariencia
Joven de nuevo, bella entre sonrisas,
No sé por qué he de cantar
o verter de mis labios vagamente palabras;
Palabras de mis ojos,
Palabras de mis sueños perdidos en la nieve.
De mis sueños copiando los colores de nubes,
De mis sueños copiando nubes sobre la pampa.
País
Tus ojos son de donde
la nieve no ha manchado
la luz, y
entre las palmas
el aire
invisible es de claro.
Tu deseo es de donde
a los cuerpos se alía
lo animal con la gracia
secreta
de mirada y sonrisa.
Tu existir es de donde
percibe el pensamiento,
por la arena
de mares
amigos,
la eternidad en tiempo.
Peregrino
¿Volver? Vuelva el que tenga,
tras largos años, tras un largo viaje,
cansancio del camino y la codicia
de su tierra, su casa, sus amigos,
del amor que al regreso fiel le espere.
Mas ¿tú? ¿volver? Regresar no piensas,
sino seguir libre
adelante,
disponible por siempre, mozo o viejo,
sin hijo que te
busque, como a Ulises,
sin Itaca que aguarde y sin Penélope.
Sigue, sigue adelante y no regreses,
fiel hasta el fin del camino
y tu vida,
no eches de menos un destino más fácil,
tus pies sobre
la tierra antes no hollada,
tus ojos frente a lo antes nunca visto.
Qué ruido tan triste el que hacen dos cuerpos cuando se aman...
Qué ruido tan triste el
que hacen dos cuerpos cuando se aman,
parece como el viento que se
mece en otoño
sobre adolescentes mutilados,
mientras las manos
llueven,
manos ligeras, manos egoístas, manos obscenas,
cataratas
de manos que fueron un día
flores en el jardín de un diminuto
bolsillo.
Las flores son arena y
los niños son hojas,
y su leve ruido es amable al oído
cuando
ríen, cuando aman, cuando besan,
cuando besan el fondo
de un
hombre joven y cansado
porque antaño soñó mucho día y noche.
Mas los niños no saben,
ni tampoco las manos llueven como dicen;
así el hombre, cansado de
estar solo con sus sueños,
invoca los bolsillos que abandonan arena,
arena de las flores,
para que un día decoren su semblante de muerto.
Quiero, con afán soñoliento...
Quiero,
con afán soñoliento,
Gozar de la muerte más leve
Entre bosques y mares de escarcha,
Hecho aire que pasa y no sabe.
Quiero la muerte entre mis manos,
Fruto tan ceniciento y rápido,
Igual al cuerno frágil
De la luz cuando nace en el invierno.
Quiero beber al fin su lejana amargura;
Quiero escuchar su sueño con rumor de arpa
Mientras siento las venas que se enfrían,
Porque la frialdad tan sólo me consuela.
Voy a morir de un deseo,
Si un deseo sutil vale la muerte;
A vivir sin mí mismo de un deseo,
Sin despertar, sin acordarme,
Allá en la luna perdido entre su frío.
Quisiera estar solo en el
sur
Quizá mis
lentos ojos no verán más el sur
de ligeros paisajes dormidos en el aire,
con cuerpos a la sombra de ramas como flores
o huyendo en un galope de caballos furiosos.
El sur es un desierto que llora mientras canta.
Y esa voz no se extingue como pájaro muerto;
hacia el mar encamina sus deseos amargos,
abriendo un eco débil que vive lentamente.
En el sur tan distante quiero estar confundido.
La lluvia allí no es más que una rosa entreabierta;
su niebla misma ríe, risa blanca en el viento.
Su oscuridad, su luz, son bellezas iguales.
Quisiera saber por qué esta muerte...
Quisiera saber por qué esta muerte
al verte, adolescente
rumoroso,
mar dormido bajo los astros ciegos,
aún constelado por
escamas de sirenas,
o seda que despliegan
cambiante de fuegos
nocturnos
y acordes palpitantes,
rubio igual que la lluvia,
sombrío igual que la vida es a veces.
Aunque sin verme desfiles a mi lado,
huracán ignorante,
estrella que roza mi mano abandonada su eternidad,
sabes bien,
recuerdo de siglos,
cómo el amor es lucha
donde se muerden dos
cuerpos iguales.
Yo no te había visto;
miraba los animalillos gozando bajo el sol
verdeante,
despreocupado de los árboles iracundos,
cuando sentí
una herida que abrió la luz en mí;
el dolor enseñaba
cómo una
forma opaca, copiando luz ajena,
parece luminosa.
Tan luminosa,
que mis horas perdidas, yo mismo,
quedamos
redimidos de la sombra,
para no ser ya más
que memoria de luz;
de luz que vi cruzarme,
seda, agua o árbol, un momento.
Razón de lágrimas
La noche por ser triste carece de fronteras.
Su sombra en rebelión
como la espuma,
rompe los muros débiles
avergonzados de blancura;
noche que no puede ser otra cosa sino noche.
Acaso los amantes acuchillan estrellas,
acaso la aventura apague
una tristeza.
Mas tú, noche, impulsada por deseos
hasta la palidez
del agua,
aguardas siempre en pie quién sabe a cuáles ruiseñores.
Más allá se estremecen los abismos
poblados de serpientes entre
pluma,
cabecera de enfermos
no mirando otra cosa que la noche
mientras cierran el aire entre los labios.
La noche, la noche deslumbrante,
que junto a las esquinas
retuerce sus caderas,
aguardando, quién sabe,
como yo, como todos.
Remordimiento en traje de noche
Un hombre gris avanza por la calle de niebla;
No lo sospecha nadie. Es un cuerpo vacío;
Vacío como pampa, como mar, como viento,
Desiertos tan amargos bajo un cielo implacable.
Es el tiempo pasado, y sus alas ahora
Entre la sombra encuentran una pálida fuerza;
Es el remordimiento, que de noche, dudando;
En secreto aproxima su sombra descuidada.
No estrechéis esa mano. La yedra altivamente
Ascenderá cubriendo los troncos del invierno.
Invisible en la calma el hombre gris camina.
¿No sentís a los muertos? Mas la tierra está sorda.
Si el hombre pudiera decir lo que ama...
Si el
hombre pudiera decir lo que ama,
si el hombre pudiera levantar su
amor por el cielo
como una nube en la luz;
si como muros que se derrumban,
para saludar la verdad erguida
en medio,
pudiera derrumbar su cuerpo,
dejando sólo la verdad de su amor,
la verdad de sí mismo,
que no se llama gloria, fortuna o ambición,
sino amor o deseo,
yo sería aquel que imaginaba;
aquel que
con su lengua, sus ojos y sus manos
proclama ante los hombres la verdad ignorada,
la verdad de su
amor verdadero.
Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien
cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
alguien por quien me olvido
de esta existencia mezquina
por quien el día y la noche son para mí
lo que quiera,
y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu
como leños perdidos que el mar anega o levanta
libremente, con la
libertad del amor,
la única libertad que me exalta,
la única libertad por que muero.
Tú justificas mi existencia:
si no te conozco, no he vivido;
si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.
Sombras blancas
Sombras
frágiles, blancas, dormidas en la playa,
dormidas en su amor, en su flor de universo,
el ardiente color de la vida ignorando
sobre un lecho de arena y de azar abolido.
Libremente los besos desde sus labios caen
en el mar indomable como perlas inútiles;
perlas grises o acaso cenicientas estrellas
ascendiendo hacia el cielo con luz desvanecida.
Bajo la noche el mundo silencioso naufraga;
bajo la noche rostros fijos, muertos, se pierden.
Sólo esas sombras blancas, oh blancas, sí, tan blancas.
La luz también da sombras, pero sombras azules.
Te quiero...
Te quiero.
Te lo he dicho con el viento
jugueteando
tal un animalillo en la arena
o iracundo como órgano tempestuoso;
te lo he dicho con el sol,
que dora desnudos cuerpos juveniles
y sonríe en todas las cosas inocentes;
te lo he dicho con las nubes,
frentes melancólicas que sostienen
el cielo,
tristezas fugitivas;
te lo he dicho con las plantas,
leves caricias transparentes
que se cubren de rubor repentino;
te lo he dicho con el agua,
vida luminosa que vela un fondo de
sombra;
te lo he dicho con el miedo,
te lo he dicho con la alegría,
con el hastío, con las terribles
palabras.
Pero así no me basta;
más allá de la vida
quiero
decírtelo con la muerte,
más allá del amor
quiero decírtelo con el
olvido.
Todo esto por amor
Derriban gigantes de los bosques para hacer un durmiente,
derriban
los instintos como flores,
deseos como estrellas
para hacer sólo
un hombre con su estigma de hombre.
Que derriben también imperios de una noche,
monarquías de un
beso,
no significa nada;
que derriben los ojos, que derriben las
manos como estatuas vacías.
Mas este amor cerrado por ver sólo su
forma,
su forma entre las brumas escarlata,
quiere imponer la
vida, como otoño ascendiendo tantas hojas
hacia el último cielo,
donde estrellas
sus labios dan otras estrellas,
donde mis ojos,
estos ojos,
se despiertan en otro.
Tres misterios gozosos
El cantar de los pájaros, al alba,
cuando el tiempo es más tibio,
alegres de vivir, ya se desliza
entre el sueño, y de gozo
contagia
a quien despierta al nuevo día.
Alegre sonriendo a su juguete
pobre y roto, en la puerta
de la
casa juega solo el niñito
consigo, y en dichosa
ignorancia, goza
de hallarse vivo.
El poeta,
sobre el papel soñando
su poema inconcluso,
hermoso le parece,
goza y piensa
con razón y locura
que nada importa: existe su
poema.
Tristeza del recuerdo
Por las
esquinas vagas de los sueños,
alta la madrugada, fue conmigo
tu imagen bien amada, como un día
en tiempos idos, cuando Dios lo quiso.
Agua ha pasado por el río abajo,
hojas verdes perdidas llevó el viento
desde que nuestras sombras vieron quedas
su afán borrarse con el sol traspuesto.
Hermosa era aquella llama, breve
como todo lo hermoso: luz y ocaso.
Vino la noche honda, y sus cenizas
guardaron el desvelo de los astros.
Tal jugador febril ante una carta,
un alma solitaria fue la apuesta
arriesgada y perdida en nuestro encuentro;
el cuerpo entre los hombres quedó en pena.
¿Quién dice que se olvida? No hay olvido.
Mira a través de esta pared de hielo
ir esa sombra hacia la lejanía
sin el nimbo radiante del deseo.
Todo tiene su precio. Yo he pagado
el mío por aquella antigua gracia,
y así despierto; hallando tras mi sueño
un lecho solo, afuera yerta el alba.
Un muchacho andaluz
Te hubiera dado el mundo,
muchacho que surgiste
al caer de la luz
por tu Conquero,
tras la colina ocre,
entre pinos antiguos de
perenne alegría.
Eras emanación del mar cercano?
Eras el mar aún más
que las
aguas henchidas con su aliento,
encauzadas en río sobre tu tierra
abierta,
bajo el inmenso cielo con nubes que se orlaban de
rotos resplandores.
Eras el mar aún más
tras de las pobres
telas que ocultaban tu cuerpo;
eras forma primera,
eras fuerza
inconsciente de su propia hermosura.
Y tus labios, de bisel tan terso,
eran la vida misma,
como una
ardiente flor
nutrida con la savia
de aquella piel oscura
que
infiltraba nocturno escalofrío.
Si el amor fuera un ala.
La incierta hora con nubes
desgarradas,
el río oscuro y ciego bajo la extraña brisa,
la
rojiza colina con sus pinos cargados de secretos,
te enviaban a mí, a
mi afán ya caído,
como verdad tangible.
Expresión amorosa de aquel mismo paraje,
entre los ateridos
fantasmas que habitaban nuestro mundo,
eras tú una verdad,
sola
verdad que busco,
mas que verdad de amor, verdad de vida;
y
olvidando que sombra y pena acechan de continuo
esa cúspide virgen de
la luz y la dicha,
quise por un momento fijar tu curso ineluctable.
Creí en ti, muchachillo.
Cuando el amor evidente,
con el
irrefutable sol del mediodía,
suspendía mi cuerpo
en esa
abdicación del hombre ante su dios,
un resto de memoria
levantaba
tu imagen como recuerdo único.
Y entonces,
con sus luces el violento Atlántico,
tantas dunas
profusas, tu Conquero nativo,
estaban en mí mismo dichos en tu
figura,
divina ya para mi afán con ellos,
porque nunca he querido
dioses crucificados,
tristes dioses que insultan
esa tierra
ardorosa que te hizo y te hace.
Unos cuerpos son como
flores...
Unos cuerpos son como flores,
otros como puñales,
otros como
cintas de agua;
pero todos, temprano o tarde,
serán quemaduras que
en otro cuerpo se agranden,
convirtiendo por virtud del fuego a una
piedra en un hombre.
Pero el hombre se agita en todas
direcciones,
sueña con libertades, compite con el viento,
hasta
que un día la quemadura se borra,
volviendo a ser piedra en el camino
de nadie.
Yo, que no soy piedra, sino camino
que cruzan al pasar los pies
desnudos,
muero de amor por todos ellos;
les doy mi cuerpo para
que lo pisen,
aunque les lleve a una ambición o a una nube,
sin
que ninguno comprenda
que ambiciones o nubes
no valen un amor que
se entrega.
Ventana
huérfana con cabellos habituales...
Ventana huérfana con cabellos habituales,
Gritos del viento,
Atroz paisaje entre cristal de roca,
Prostituyendo los espejos vivos,
Flores clamando a gritos
Su inocencia anterior a obesidades.
Esas cuevas de luces venenosas
Destrozan los deseos, los durmientes;
Luces como lenguas hendidas
Penetrando en los huesos hasta hallar la carne,
Sin saber que en el fondo no hay fondo,
No hay nada, sino un grito,
Un grito, otro deseo
Sobre una trampa de adormideras crueles.
En un mundo de alambre
Donde el olvido vuela por debajo del suelo,
En un mundo de angustia,
Alcohol amarillento,
Plumas de fiebre,
Ira subiendo a un cielo de vergüenza,
Algún día nuevamente surgirá la flecha
Que abandona el azar
Cuando una estrella muere como otoño para olvidar su sombra.
Yo fui...
Yo fui.
Columna ardiente, luna de primavera.
Mar dorado, ojos grandes.
Busqué lo que pensaba;
pensé, como al amanecer en sueño lánguido,
lo que pinta el deseo en días adolescentes.
Canté, subí,
fui luz
un día
arrastrado en la llama.
Como un golpe de viento
que deshace la sombra,
caí en lo
negro,
en el mundo insaciable.
He sido.