¡Ay! Transportad mi corazón al cielo!
El amor de los amores
La luna es una ausencia
La rosa blanca
Nada resta de ti
¡Oh, Cuál te adoro!
¡Ay! transportad mi corazón al cielo!
Angeles peregrinos que habitáis
las moradas divinas del Oriente
y
que mecidos sobre el claro ambiente
por los espacios del mortal
vagáis.
A vosotros un alma enamorada
os pide sin cesar en su lamento
alas, para cruzar del firmamento
la senda de los aires azulada.
Veladme con la niebla temerosa
que por la noche ciega a los
mortales,
y en vuestros puros brazos fraternales
llevadme allá
donde mi bien reposa.
Conducidme hasta el sol donde se asienta
bajo el dosel de
reluciente oro
el bien querido por quien tanto lloro,
genio de la
pasión que me atormenta.
¡Ay! Transportad mi corazón al cielo,
y si os place después darme
castigo,
destrozadme en los aires y bendigo
vuestra piedad y mi
dichoso vuelo.
El amor de los amores
I
¿Cómo te llamaré para que entiendas
que me dirijo a Ti,
dulce amor mío,
cuando lleguen al mundo las ofrendas
que desde oculta soledad te
envío?...
A Ti, sin nombre para mí en la tierra,
¿cómo te llamaré con
aquel nombre,
tan claro que no pueda ningún hombre
confundirlo, al cruzar por
esta sierra?
¿Cómo sabrás que enamorada vivo
siempre de Ti, que me
lamento sola
del Gévora que pasa fugitivo
mirando relucir ola tras ola?
Aquí estoy aguardando en una peña
a que venga el que adora el
alma mía;
¿porqué no ha de venir, si es tan risueña
la gruta que formé por
si venía?
¿Qué tristeza ha de haber donde hay zarzales
todos en flor,
y acacias olorosas,
y cayendo en el agua blancas rosas,
y entre la espuma libros
virginales?
Y ¿por qué de mi vida has de esconderte?
¿Por qué no has de
venir si yo te llamo?
¡Porque quiero mirarte, quiero verte
y tengo que decirte que te
amo!
¿Quién nos ha de mirar por estas vegas,
como vengas al pie
de las encinas,
si no hay más que palomas campesinas
que están también con sus
amores ciegas?
Pero si quieres esperar la luna,
escondida estaré en la
zarza-rosa,
y si vienes con planta cautelosa,
no nos podrá seguir paloma
alguna.
Y no temas si alguna se despierta,
que si te logro ver, de
gozo muero,
y aunque después lo cante al mundo entero,
¿qué han de decir los
vivos de una muerta?
La luna es una ausencia
Y
tú, ¿quién eres de la noche errante
aparición que pasas silenciosa,
cruzando los espacios ondulante
tras los vapores de la nube acuosa?
negra la tierra, triste el firmamento,
ciegos mis ojos sin tu luz
estaban,
y suspirando entre el oscuro viento
tenebrosos espíritus
vagaban.
yo
te aguardaba, y cuando vi tus rojos
perfiles asomar con lenta calma,
como tu rayo descendió a mis ojos,
tierna alegría descendió a mi
alma.
¿Y
a mis ruegos acudes perezosa
cuando amoroso el corazón te ansía?
Ven a mí, suave luz, nocturna, hermosa
hija del cielo, ven: ¡por qué
tardía!
La
rosa blanca
¿Cuál de las hijas del verano ardiente,
cándida rosa, iguala a tu hermosura,
la suavísima tez y la
frescura
que brotan de tu faz resplandeciente?
La sonrosada luz de
alba naciente
no muestra al desplegarse más dulzura,
ni el ala de los cisnes
la blancura
que el peregrino cerco de tu frente.
Así, gloria del huerto,
en el pomposo
ramo descuellas desde verde asiento;
cuando llevado sobre el
manso viento
a tu argentino cáliz oloroso
roba su aroma insecto
licencioso,
y el puro esmalte empaña con su aliento.
Nada resta de ti...
Nada resta de ti..., te hundió el abismo...,
te tragaron los
monstruos de los mares...
No quedan en los fúnebres lugares
ni los
huesos siquiera de ti mismo.
Fácil de comprender, amante Alberto,
es que perdieras en el mar la
vida,
mas no comprende el alma dolorida
cómo yo vivo cuando tú ya
has muerto.
Darnos la vida a mí y a ti la muerte;
darnos a ti la paz y a mí la
guerra,
dejarte a ti en el mar y a mí en la tierra
¡es la maldad
más grande de la suerte!...
¡Oh, cuál te adoro!
¡Oh, cuál te adoro! Con la luz del día
tu nombre invoco, apasionada y
triste,
y cuando el cielo en sombras se reviste
aun te llama
exaltada el alma mía.
Tú
eres el tiempo que mis horas guía,
tú eres la idea que a mi mente
asiste,
porque en ti se encuentra cuanto existe,
mi pasión, mi
esperanza, mi poesia.
No
hay canto que igualar pueda a tu acento
cuando mi amor me cuentas y
deliras
revelando la fe de tu contento;
tiemblo a tu voz y tiemblo si me miras,
y quisiera exhalar mi último
aliento
abrasada en el aire que respiras.