
Apuro sediento tu tierno gemido, tu intimidad que me embriaga y ardiente, la lengua del dulce deseo, pasión cuyo vino no sacia...
A Goya
A Phocas el campesino
Acuarela
¡Aleluya!
Allá lejos
Ama tu ritmo
Canción de otoño en primavera
Cantos de vida y esperanza
1.
Yo soy aquel que ayer no más decía...
2. Salutación del optimista
3. Al rey Óscar
4. Los tres reyes magos
5. Cyrano en España
6. Salutación a Leonardo
7. Pegaso
8.
A Roosevelt
9. ¡Torres de Dios! ¡Poetas!
10. Canto de esperanza
11. Mientras
tenéis, ¡oh negros corazones!
12. Helios
13. Spes
Caracol
Caso
Catulle Mendès
Charitas
Cleopompo y Heliodemo
De otoño
El soneto de trece versos
El verso sutil que pasa o se
posa...
En el país de las alegorías...
Filosofía
Ibis
La dulzura del Angelus...
La fe
Leda
Letanía
Lo fatal
Los cisnes
Los motivos del lobo
Madrigal exaltado
Marcha triunfal
Marina
Melancolía
Naturaleza muerta
Nocturno
Ofrenda
¡Oh, miseria de toda
lucha por lo finito!
¡Oh, terremoto mental!
Poema de otoño
Por el influjo de la primavera
Programa matinal
Propósito primaveral
Retratos
Rima
Soneto al Marqués de Bradomín
Tarde del trópico
Thánatos
Trébol
Triste, tristemente
Un retrato de Watteau
Un soneto a Cervantes
Una votiva
A Goya
Poderoso visionario,
raro ingenio temerario,
por ti enciendo mi
incensario.
Por ti, cuya gran paleta,
caprichosa, brusca, inquieta,
debe
amar todo poeta;
por tus lóbregas visiones,
tus blancas irradiaciones,
tus
negros y bermellones;
por tus colores dantescos,
por tus majos pintorescos,
y las
glorias de tus frescos.
Porque entra en tu gran tesoro
el diestro que mata al toro,
la
niña de rizos de oro,
y con el bravo torero,
el infante, el caballero,
la mantilla y
el pandero.
Tu loca mano dibuja
la silueta de la bruja
que en la sombra se
arrebuja,
y aprende una abracadabra
del diablo patas de cabra
que hace
una mueca macabra.
Musa soberbia y confusa,
Angel, espectro, medusa.
Tal aparece
tu musa.
Tu pincel asombra, hechiza,
ya en sus claros electriza,
ya en
sus sombras sinfoniza;
con las manolas amables,
los reyes, los miserables,
o los
cristos lamentables.
En tu claroscuro brilla
la luz muerta y amarilla
de la
horrenda pesadilla,
o hace encender tu pincel
los rojos labios de miel
o la sangre
del clavel.
Tienen ojos asesinos
en sus semblantes divinos
tus Angeles
femeninos.
Tu caprichosa alegría
mezclaba la luz del día
con la noche
oscura y fría:
Así es de ver y admirar
tu misteriosa y sin par
pintura
crepuscular.
De lo que da testimonio:
por tus frescos, San Antonio;
por tus
brujas, el demonio.
A Phocas el campesino
Phocas el campesino, hijo mío, que tienes,
en apenas escasos
meses de vida, tantos
dolores en tus ojos que esperan tantos llantos
por el fatal pensar que revelan tus sienes...
Tarda en venir a este dolor a donde vienes,
a este mundo terrible
en duelos y espantos;
duerme bajo los Angeles, sueña bajo los Santos,
que ya tendrás la Vida para que te envenenes...
Sueña, hijo mío, todavía, y cuando crezcas,
perdóname el fatal
don de darte la vida
que yo hubiera querido de azul y rosas frescas;
pues tú eres la crisálida de mi alma entristecida,
y te he de ver
en medio del triunfo que merezcas
renovando el fulgor de mi psique
abolida.
Acuarela
Primavera. Ya las azucenas floridas y llenas de miel han abierto sus
cálices pálidos bajo el oro del sol. Ya los gorriones tornasolados, esos
amantes acariciadores, adulan a las rosas frescas, esas opulentas y
purpuradas emperatrices; ya el jasmín, flor sencilla, tachona los
tupidos ramajes, como una blanca estrella sobre un cielo verde. Ya las
damas elegantes visten sus trajes claros, dando al olvido las pieles y
los abrigos invernales. Y mientras el sol se pone, sonrosando las nieves
con una claridad suave, junto a los árboles de la Alameda que lucen sus
cumbres resplandecientes en un polvo de luz, su esbeltez solemne y sus
hojas nuevas, bulle un enjambre ajeno a ruido de música, de cuchicheos
vagos y de palabras fugaces.
He aquí el cuadro. En primer término
está la negrura de los coches que explende y quiebra los últimos
reflejos solares, los caballos orgullosos con el brillo de sus arneces,
y con sus cuellos estirados e inmóviles de brutos heráldicos; los
cocheros taciturnos, en su quietud de indiferentes, luciendo sobre las
largas libreas los botones metálicos flamantes; y en el fondo de los
carruajes, reclinadas como odaliscas, erguidas como reinas, las mujeres
rubias de los ojos soñadores, las que tienen cabelleras negras y rostros
pálidos, las rosadas adolescentes que ríen con alegría de pájaro
primaveral, bellezas lánguidas, hermosuras audaces, castos lirios albos
y tentaciones ardientes.
En esa portezuela está un rostro apareciendo
de modo que semeja el de un querubín, por aquélla ha salido una mano
enguantada que se dijera de niño, y es de morena tal que llama los
corazones, más allá se alcanza a ver un pie de Cenicienta con un
zapatito oscuro y media lila, y acullá, gentil con sus gestos de diosa,
bella con su color de marfil amapolado, su cuello real y la corona de su
cabellera, está la Venus de Milo, no manca, sino con dos brazos, gruesos
como los muslos de un querubín de Murillo, y vestida a la última moda de
París, con ricas telas de Prá.
Más allá está el oleaje de los que van
y vienen: parejas de enamorados, hermanos y hermanas, grupos de
caballeritos irreprochables; todo en la confusión de los rostros, de las
miradas, de los colorines, de los vestidos, de las capotas: resaltando a
veces en el fondo negro y aceitoso de los elegantes dumas, una cara
blanca de mujer, un sombrero de paja adornado de colibríes, de cintas o
de plumas, y el inflado globo rojo, de goma, que pendiente de un hilo
lleva un niño risueño, de medias azules, zapatos charolados y holgado
cuello a la marinera.
En el fondo, los palacios elevan al azul la
soberbia de sus fachadas, en las que los álamos erguidos rayan columnas
hojosas entre el abejeo trémulo y desfalleciente de la tarde fugitiva.
¡Aleluya!
A Manuel Machado
Rosas rosadas y blancas, ramas verdes,
corolas frescas y frescos
ramos, ¡Alegría!
Nidos en los tibios árboles,
huevos en los tibios nidos,
dulzura. ¡Alegría!
El beso de esa muchacha
rubia, y el de esa morena
y el de esa
negra, ¡Alegría!
Y el vientre de esa pequeña
de quince años, y sus brazos
armoniosos, ¡Alegría!
Y el aliento de la selva virgen
y el de las vírgenes hembras,
y las dulces rimas de la Aurora,
¡Alegría, Alegría, Alegría!
Allá lejos
Buey que vi en mi niñez echando vaho un día
bajo el nicaragüense sol
de encendidos oros,
en la hacienda fecunda, plena de armonía
del
trópico; paloma de los bosques sonoros
del viento, de las hachas, de pájaros y toros
salvajes, yo os
saludo, pues sois la vida mía.
Pesado buey, tú evocas la dulce
madrugada
que llamaba a la ordeña de la vaca lechera
Ama tu ritmo y ritma tus
acciones...
Ama tu ritmo y ritma tus acciones
bajo su ley, así como tus versos;
eres un universo de universos
y tu alma una fuente de canciones.
La celeste unidad que presupones
hará brotar en ti mundos diversos,
y al resonar tus números dispersos
pitagoriza en tus constelaciones.
Escucha la retórica divina
del pájaro, del aire y la nocturna
irradiación geométrica adivina;
mata la indiferencia taciturna
y engarza perla y perla cristalina
en donde la verdad vuelca su urna.
Augurios
A E. Díaz Romero
Hoy pasó un águila
sobre mi cabeza,
lleva en sus alas
la tormenta,
lleva en sus garras
el rayo que
deslumbra y aterra.
¡Oh, águila!
Dame la fortaleza
de sentirme en el lodo humano
con alas y fuerzas
para resistir los embates
de las tempestades
perversas,
y de arriba las cóleras
y de abajo las roedoras
miserias.
Pasó un búho
sobre mi frente.
Yo pensé en Minerva
y en la
noche solemne.
¡Oh, búho!
Dame tu silencio perenne,
y tus ojos
profundos en la noche
y tu tranquilidad ante la muerte.
Dame tu nocturno imperio
y tu sabiduría celeste,
y tu cabeza
cual la de Jano
que, siendo una, mira a Oriente y Occidente.
Pasó
una paloma
que casi rozó con sus alas mis labios.
¡Oh, paloma!
Dame tu profundo encanto
de saber arrullar, y tu
lascivia
en campo tornasol, y en campo
de luz tu prodigioso
ardor en el divino acto.
(Y dame la justicia en la naturaleza,
pues, en este caso,
tú
serás la perversa
y el chivo será el casto.)
Pasó un gerifalte.
¡Oh, gerifalte!
Dame tus uñas largas
y tus ágiles alas cortadoras de viento
y
tus ágiles patas
y tus uñas que bien se hunden
en las carnes de la
caza.
Por mi cetrería
irás en giras fantásticas,
y me traerás piezas
famosas
y raras,
palpitantes ideas,
sangrientas almas.
Pasa el ruiseñor.
¡Ah, divino doctor!
No me des nada. Tengo tu
veneno,
tu puesta de sol
y tu noche de luna y tu lira,
y tu
lírico amor.
(Sin embargo, en secreto,
tu amigo soy,
pues más de una vez me
has brindado,
en la copa de mi dolor,
con el elixir de la luna
celestes gotas de Dios...)
Pasa un murciélago.
Pasa una mosca. Un moscardón.
Una abeja en
el crepúsculo.
No pasa nada.
La muerte llegó.
Ay, triste del que un día en su esfinge interior...
Ay, triste del que un día en su esfinge interior
pone los ojos e interroga. Está perdido.
Ay del que pide eurekas al
placer o al dolor.
Dos dioses hay, y son: Ignorancia y Olvido.
Lo que el árbol desea
decir y dice al viento,
y lo que el animal manifiesta en su instinto,
cristalizamos en palabra y pensamiento.
Nada más que maneras expresan
lo distinto.
Canción de otoño en primavera
A Gregorio Martínez Sierra
Juventud, divino
tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no
lloro...
y a veces lloro sin querer...
Plural ha sido la celeste
historia de mi corazón.
Era una
dulce niña, en este
mundo de duelo y aflicción.
Miraba como el alba pura;
sonreía como una flor.
Era su
cabellera oscura
hecha de noche y de dolor.
Yo era tímido como un niño.
Ella, naturalmente, fue,
para mi
amor hecho de armiño,
Herodías y Salomé...
Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver...!
Cuando
quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...
Y más consoladora y más
halagadora y expresiva,
la otra fue
más sensitiva
cual no pensé encontrar jamás.
Pues a su continua ternura
una pasión violenta unía.
En un
peplo de gasa pura
una bacante se envolvía...
En sus brazos tomó mi ensueño
y lo arrulló como a un bebé...
y
le mató, triste y pequeño,
falto de luz, falto de fe...
Juventud, divino tesoro,
¡te fuiste para no volver!
Cuando
quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...
Otra juzgó que era mi boca
el estuche de su pasión;
y que me
roería, loca,
con sus dientes el corazón,
poniendo en un amor de exceso
la mira de su voluntad,
mientras
eran abrazo y beso
síntesis de la eternidad;
y de nuestra carne ligera
imaginar siempre un Edén,
sin pensar
que la Primavera
y la carne acaban también...
Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando
quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...
¡Y las demás! En tantos climas,
en tantas tierras siempre son,
si no pretextos de mis rimas
fantasmas de mi corazón.
En vano busqué a la princesa
que estaba triste de esperar.
La
vida es dura. Amarga y pesa.
¡Ya no hay princesa que cantar!
Mas a pesar del tiempo terco,
mi sed de amor no tiene fin;
con
el cabello gris, me acerco
a los rosales del jardín...
Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando
quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer...
¡Mas es mía el Alba de oro!
Cantos de vida y esperanza
1. Yo soy
aquel que ayer no más decía...
Yo soy aquél que ayer no más
decía
el verso azul y la canción profana,
en cuya noche un
ruiseñor había
que era alondra de luz por la mañana.
El dueño fui de mi jardín de sueño,
lleno de rosas y de cisnes
vagos;
el dueño de las tórtolas, el dueño
de góndolas y liras en
los lagos;
y muy siglo diez y ocho, y muy antiguo
y muy moderno; audaz,
cosmopolita;
con Hugo fuerte y con Verlaine ambiguo,
y una sed de
ilusiones infinita.
Yo supe de dolor desde mi infancia;
mi juventud... ¿fue juventud
la mía?
sus rosas aún me dejan su fragancia,
una fragancia de
melancolía...
Potro sin freno se lanzó mi instinto,
mi juventud montó potro sin
freno;
iba embriagada y con puñal al cinto;
si no cayó, fue porque
Dios es bueno.
En mi jardín se vio una estatua bella;
se juzgó mármol y era
carne viva;
una alma joven habitaba en ella,
sentimental,
sensible, sensitiva.
Y tímida ante el mundo, de manera
que, encerrada, en silencio, no
salía
sino cuando en la dulce primavera
era la hora de la
melodía...
Hora de ocaso y de discreto beso;
hora crepuscular y de retiro;
hora de madrigal y de embeleso,
de "te adoro", de "¡ay!", y de
suspiro.
Y entonces era en la dulzaina un juego
de misteriosas gamas
cristalinas,
un renovar de notas del Pan griego
y un desgranar de
músicas latinas,
con aire tal y con ardor tan vivo,
que a la estatua nacían de
repente
en el muslo viril patas de chivo
y dos cuernos de sátiro
en la frente.
Como la Galatea gongorina
me encantó la marquesa verleniana,
y
así juntaba a la pasión divina
una sensual hiperestesia humana;
todo ansia, todo ardor, sensación pura
y vigor natural; y sin
falsía,
y sin comedia y sin literatura...
si hay un alma sincera,
ésa es la mía.
La torre de marfil tentó mi anhelo;
quise encerrarme dentro de mí
mismo,
y tuve hambre de espacio y sed de cielo
desde las sombras
de mi propio abismo.
Como la esponja que la sal satura
en el juego del mar, fue el
dulce y tierno
corazón mío, henchido de amargura
por el mundo, la
carne y el infierno.
Mas, por gracia de Dios, en mi conciencia
el Bien supo elegir la
mejor parte;
y si hubo áspera hiel en mi existencia,
melificó toda
acritud el Arte.
Mi intelecto libré de pensar bajo,
bañó el agua castalia el alma
mía,
peregrinó mi corazón y trajo
de la sagrada selva la armonía.
¡Oh, la selva sagrada! ¡Oh, la profunda
emanación del corazón
divino
de la sagrada selva! ¡Oh, la fecunda
fuente cuya virtud
vence al destino!
Bosque ideal que lo real complica,
alli el cuerpo arde y vive y
Psiquis vuela;
mientras abajo el sátiro fornica,
ebria de azul
deslíe Filomela
perla de ensueño y música amorosa
en la cúpula en flor del laurel
verde,
Hipsipila sutil liba en la rosa,
y la boca del fauno el
pezón muerde.
Allí va el dios en celo tras la hembra
y la caña de Pan se alza
del lodo:
la eterna vida sus semillas siembra
y brota la armonía
del gran Todo.
El alma que entra allí debe ir desnuda,
temblando de deseo y
fiebre santa,
sobre cardo heridor y espina aguda:
así sueña, así
vibra y así canta.
Vida, luz y verdad, tal triple llama
produce la interior llama
infinita;
el Arte puro como Cristo exclama:
Ego sum lux et veritas
et vita!
Y la vida es misterio; la luz ciega
y la verdad inaccesible
asombra;
la adusta perfección jamás se entrega,
y el secreto ideal
duerme en la sombra.
Por eso ser sincero es ser potente:
de desnuda que está brilla la
estrella;
el agua dice el alma de la fuente
en la voz de cristal
que fluye d'ella.
Tal fue mi intento, hacer del alma pura
mía, una estrella, una
fuente sonora,
con el horror de la literatura
y loco de crepúsculo
y de aurora.
Del crepúsculo azul que da la pauta
que los celestes éxtasis
inspira;
bruma y tono menor -¡toda la flauta!,
y Aurora, hija del
Sol- ¡toda la lira!
Pasó una piedra que lanzó una honda;
pasó una flecha que aguzó un
violento.
La piedra de la honda fue a la onda,
y la flecha del
odio fuese al viento.
La virtud está en ser tranquilo y fuerte;
con el fuego interior
todo se abrasa;
se triunfa del rencor y de la muerte,
y hacia
Belén... ¡La caravana pasa!
2. Salutación del optimista
Ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda,
espíritus
fraternos, luminosas almas, salve!
Porque llega el momento en que
habrán de cantar nuevos
himnos
lenguas de gloría. Un vasto rumor llena los ámbitos;
mágicas ondas de vida van renaciendo de pronto;
retrocede el olvido,
retrocede engañada la muerte;
se anuncia un reino nuevo, feliz sibila
sueña
y en la caja pandórica de que tantas desgracias surgieron
encontramos de súbito, talismática, pura, riente,
cual pudiera
decirla en su verso Virgilio divino,
la divina reina de luz, la
celeste Esperanza!
Pálidas indolencias, desconfianzas fatales que a tumba
o a
perpetuo presidio, condenasteis al noble entusiasmo,
ya veréis el
salir del sol en un triunfo de liras,
mientras dos continentes,
abonados de huesos gloriosos,
del Hércules antiguo la gran sombra
soberbia evocando,
digan al orbe: la alta virtud resucita
que a la
hispana progenie hizo dueña de los siglos.
Abominad la boca que
predice desgracias eternas,
abominad los ojos que ven sólo zodiacos
funestos,
abominad las manos que apedrean las ruinas ilustres,
o
que la tea empuñan o la daga suicida.
Siéntense sordos ímpetus en las entrañas del mundo,
la inminencia
de algo fatal hoy conmueve la Tierra;
fuertes colosos caen, se
desbandan bicéfalas águilas,
y algo se inicia como vasto social
cataclismo
sobre la faz del orbe. ¿Quién dirá que las savias dormidas
no despierten entonces en el tronco del roble gigante
bajo el cual se
exprimió la ubre de la loba romana?
¿Quién será el pusilánime que al
vigor español niegue
músculos
y que al alma española juzgase áptera y ciega y tullida?
No es Babilonia ni Nínive enterrada en olvido y en polvo,
ni
entre momias y piedras que habita el sepulcro,
la nación generosa,
coronada de orgullo inmarchito,
que hacia el lado del alba fija las
miradas ansiosas,
ni la que tras los mares en que yace sepulta la
Atlántida,
tiene su coro de vástagos, altos, robustos y fuertes.
Únanse, brillen, secúndense, tantos vigores dispersos;
formen todos
un solo haz de energía ecuménica.
Sangre de Hispania fecunda,
sólidas, ínclitas razas,
muestren los dones pretéritos que fueron
antaño su
triunfo.
Vuelva el antiguo entusiasmo, vuelva el espíritu
ardiente
que regará lenguas de fuego en esa epifanía.
Juntas las
testas ancianas ceñidas de líricos lauros
y las cabezas jóvenes que
la alta Minerva decora,
así los manes heroicos de los primitivos
abuelos,
de los egregios padres que abrieron el surco pristino,
sientan los soplos agrarios de primaverales retornos
y el rumor de
espigas que inició la labor triptolémica.
Un continente y otro
renovando las viejas prosapias,
en espíritu unidos, en espíritu y
ansias y lengua,
ven llegar el momento en que habrán de cantar nuevos
himnos.
La latina estirpe verá la gran alba futura,
en un trueno
de música gloriosa, millones de labios
saludarán la espléndida luz
que vendrá del Oriente,
Oriente augusto en donde todo lo cambia y
renueva
la eternidad de Dios, la actividad infinita.
Y así sea
Esperanza la visión permanente en nosotros,
¡Ínclitas razas
ubérrimas, sangre de Hispania fecunda!
3. Al rey Óscar
Le Roi de Suède et de Norvège, après avoir visité Saint-Jean-
de Luz, s'est rendu à Hendaye et à Fonterrabie. En
arrivant sur le sol espagnol, il a crié: "Vive l'Espagne!"
Le Fígaro, mars 1899.
Así, Sire, en el aire de Francia nos llega
la paloma de plata de
Suecia y de Noruega,
que trae en vez de olivo una rosa de fuego.
Un búcaro latino, un noble vaso griego
recibirá el regalo del país de
la nieve.
Que a los reinos boreales el patrio viento lleve
otra rosa de
sangre y de luz españolas;
pues sobre la sublime hermandad de las
olas,
al brotar tu palabra, un saludo le envía
al sol de media
noche el sol del Mediodía!
Si Segismundo siente pesar, Hamlet se inquieta.
El Norte ama las
palmas; y se junta el poeta
del fjord con el del carmen, porque el
mismo oriflama
es de azur. Su divina cornucopia derrama
sobre el
polo y el trópico, la Paz; y el orbe gira
en un ritmo uniforme por la
propia lira:
el amor. Allá surge Sigurd que al Cid se aúna.
Cerca de Dulcinea brilla el rayo de luna,
y la musa de Bécquer
del ensueño es esclava
bajo un celeste palio de la luz escandinava.
Sire de ojos azules, gracias: por los laureles
de cien bravos
vestidos de honor; por los claveles
de la tierra andaluza y de la
Alhambra del moro;
por la sangre solar de una raza de oro;
por la
armadura antigua y el yelmo de la gesta;
por las lanzas que fueron
una vasta floresta
de gloria y que pasaron Pirineos y Andes;
por
Lepanto y Otumba; por el Perú, por Flandes;
por Isabel que cree, por
Cristóbal que sueña
y Velázquez que pinta y Cortés que domeña;
por
el país sagrado en que Heraldes afianza
sus macizas columnas de
fuerza y esperanza,
mientras Pan trae el ritmo con la egregia siringa
que no hay trueno que apague ni tempestad que extinga;
por el león
simbólico y la Cruz, gracias, Sire.
¡Mientras el mundo aliente, mientras la esfera gire,
mientras la
onda cordial alimente un ensueño,
mientras haya una viva pasión, un
noble empeño,
un buscado imposible, una imposible hazaña,
una
América oculta que hallar, vivirá España!
Y pues tras la tormenta vienes de peregrino
real, a la morada que
entristeció el destino,
la morada que viste luto sus puertas abra
al purpúreo y ardiente vibrar de tu palabra;
y que sonría, ¡oh rey
Óscar!, por un instante;
y tiemble en la flor áurea el más puro
brillante
para quien sobre brillos de corona y de nombre,
con los
labios de monarca lanza un grito de hombre!
4. Los tres reyes magos
Yo soy Gaspar. Aquí traigo el incienso.
Vengo a decir: La vida es
pura y bella.
Existe Dios. El amor es inmenso.
¡Todo lo sé por la
divina Estrella!
-Yo soy Melchor. Mi mirra aroma todo.
Existe Dios. Él es la luz
del día.
La blanca flor tiene sus pies en lodo
¡Y en el placer hay
la melancolía!
-Soy Baltasar. Traigo el oro. Aseguro
que existe Dios. Él es el
grande y fuerte.
Todo lo sé por el lucero puro
que brilla en la
diadema de la Muerte.
-Gaspar, Melchor y Baltasar, callaos.
Triunfa el amor y a su
fiesta os convida.
¡Cristo resurge, hace la luz del caos
Y tiene
la corona de la Vida!
5. Cyrano en España
He
aquí que Cyrano de Bergerac traspasa
de un salto el Pirineo. Cyrano
está en su casa.
¿No es en España, acaso, la sangre vino y fuego?
Al gran gascón saluda y abraza el gran manchego.
¿No se hacen en España los más bellos castillos?
Roxanas
encarnaron con rosas los Murillos,
y la hoja toledana que aquí
Quevedo empuña
conócenla los bravos cadetes de Gascuña.
Cyrano hizo su viaje a la luna; mas, antes,
ya el divino lunático
de don Miguel de Cervantes
pasaba entre las dulces estrellas de su
sueño
jinete en el sublime pegaso Clavileño.
Y Cyrano ha leído la maravilla escrita
y al pronunciar el nombre
del Quijote, se quita
Bergerac el sombrero: Cyrano Balazote
siente
que es lengua suya la lengua del Quijote.
Y la nariz heroica del gran gascón se diría
que husmea los
dorados vinos de Andalucía.
Y la espada francesa, por él
desenvainada,
brilla bien en la tierra de la capa y la espada.
¡Bienvenido, Cyrano de Bergerac! Castilla
te da su idioma, y tu
alma como tu espada brilla
al sol que allá en tus tiempos no se
ocultó en España.
Tu nariz y penacho no están en tierra extraña,
pues vienes a la tierra de la Caballería.
Eres el noble huésped de Calderon. María
Roxana te demuestra que
lucha la fragancia
de las rosas de España con las rosas de Francia,
y sus supremas gracias, y sus sonrisas únicas
y sus miradas, astros
que visten negras túnicas,
y la lira que vibra en su lengua sonora
te dan una Roxana de España, encantadora.
¡Oh poeta! ¡Oh celeste poeta de la facha
grotesca! Bravo y noble
y sin miedo y sin tacha,
príncipe de locuras, de sueños y de rimas:
tu penacho es hermano de las más altas cimas,
del nido de tu pecho
una alondra se lanza,
un hada es tu madrina, y es la Desesperanza;
y en medio de la selva del duelo y del olvido
las nueve musas vendan
tu corazón herido.
¿Allá en la luna hallaste algún mágico prado
donde vaga el
espíritu de Pierrot desolado?
¿Viste el palacio blanco de los locos
del Arte?
¿Fue acaso la gran sombra de Píndaro a encontrarte?
¿Contemplaste la mancha roja que entre las rocas
albas forma el
castillo de las Vírgenes locas?
¿Y en un jardín fantástico de
misteriosas flores
no oíste al melodioso rey de los ruiseñores?
No juzgues mi curiosa demanda inoportuna,
pues todas esas cosas
existen en la luna.
¡Bienvenido, Cyrano de Bergerac! Cyrano
de
Bergerac, cadete y amante, y castellano
que trae los recuerdos que
Durandal abona
al país en que aún brillan las luces de Tizona.
El
Arte es el glorioso vencedor. Es el Arte
el que vence el espacio y el
tiempo; su estandarte,
pueblos, es del espíritu el azul oriflama.
¿Qué elegido no corre si su trompeta llama?
Y a través de los
siglos se contestan, oíd:
la Canción de Rolando y la Gesta del Cid.
Cyrano va marchando, poeta y caballero,
al redoblar sonoro del grave
Romancero.
Su penacho soberbio tiene nuestra aureola.
Son sus
espuelas finas de fábrica española.
Y cuando en su balada Rostand teje el envío,
creeríase a Quevedo
rimando un desafío.
¡Bienvenido, Cyrano de Bergerac! No seca
el
tiempo el lauro; el viejo corral de la Pacheca
recibe al generoso
embajador del fuerte
Molière. En copa gala Tirso su vino vierte.
Nosotros exprimimos las uvas de Champaña
para beber por Francia y en
un cristal de España.
6. Salutación a Leonardo
Maestro, Pomona levanta su cesto. Tu estirpe
saluda la Aurora.
¡Tu aurora! Que extirpe
de la indiferencia la mancha; que gaste
la
dura cadena de siglos; que aplaste
al sapo la piedra de su honda.
Sonrisa más dulce no sabe Gioconda.
El verso su ala y el ritmo su onda
hermanan en una
dulzura de
luna
que suave resbala
(el ritmo de la onda y el verso del ala
del mágico cisne sobre la laguna)
sobre la laguna.
Y así, soberano maestro
del estro,
las vagas figuras
del
sueño, se encarnan en líneas tan puras
que el sueño
recibe la
sangre del mundo mortal,
y Psiquis consigue su empeño
de ser
advertida a través del terrestre cristal.
(Los bufones
que hacen
sonreír a Monna Lisa
saben canciones
que ha tiempo en los bosques
de Grecia decía la risa
de la brisa.)
Pasa su Eminencia.
Como flor o pecado es su traje
Rojo;
como flor o pecado, o conciencia
de sutil monseñor que a su paje
mira con vago recelo o enojo.
Nápoles deja a la abeja de oro
hacer
su miel
en su fiesta de azul; y el sonoro
bandolín y el laurel
nos anuncian Florencia.
Maestro, si allá en Roma
quema el sol de Segor y Sodoma
la
amarga ciencia
de purpúreas banderas, tu gesto
las palmas nos da
redimidas,
bajo los arcos
de tu genio: San Marcos
y Partenón de
luces y líneas y vidas.
(Tus bufones
que hacen la risa
de Monna
Lisa
saben tan antiguas canciones.)
Los leones de Asuero
junto
al trono para recibirte,
mientras sonríe el divino Monarca.
Pero
hallarás la sirte,
la sirte para tu barca,
si partís
en la lírica barca
con tu Gioconda...
La onda
y el viento
saben la tempestad para tu cargamento.
¡Maestro!
pero tú en cabalgar y domar fuiste diestro
pasiones
e ilusiones:
a unas con el freno, a otras con el cabestro
las
domaste, zebras o leones.
Y en la selva del Sol, prisionera
tuviste la fiera
de la luz: y esa loca fue casta
cuando dijiste:
"Basta".
Seis meses maceraste tu Ester en tus aromas.
De tus techos reales
volaron las palomas.
Por tu cetro y tu gracia sensitiva,
por tu
copa de oro en que sueñan las rosas,
en mi ciudad, que es tu cautiva,
tengo un jardín de mármol y de piedras preciosas
que custodia una
esfinge viva.
7. Pegaso
Cuando iba yo a montar
ese caballo rudo
y tembloroso, dije: "La vida es pura y bella".
entre sus cejas vivas vi brillar una estrella.
El cielo estaba azul y
yo estaba desnudo.
Sobre mi frente Apolo hizo brillar su escudo
y
de Belerofonte logré seguir la huella.
Toda cima es ilustre si Pegaso la sella,
y yo, fuerte, he subido
donde Pegaso pudo.
¡Yo soy el caballero de la humana energía,
yo
soy el que presenta su cabeza triunfante
coronada con el laurel del
Rey del día;
domador del corcel de cascos de diamante,
voy en un
gran volar, con la aurora por guía,
adelante en el vasto azur,
siempre adelante
8. A Roosevelt
¡Es con voz de
Biblia, o verso de Walt Whitman,
que habría que llegar hasta ti,
Cazador!
¡Primitivo y moderno, sencillo y complicado,
con un algo
de Washington y cuatro de Nemrod!
Eres los Estados Unidos,
eres el futuro invasor
de la América
ingenua que tiene sangre indígena,
que aún reza a Jesucristo y aún
habla en español.
Eres soberbio y fuerte ejemplar de tu raza;
eres
culto, eres hábil; te opones a Tolstoy.
Y domando caballos o asesinando tigres,
eres un
AlejandroNabucodonosor.
(Eres un profesor de energía
como dicen
los locos de hoy.)
Crees que la vida es incendio
que el progreso
es erupción;
en donde pones la bala
el porvenir pones.
No.
Los Estados Unidos son potentes y grandes.
Cuando ellos se
estremecen hay un hondo temblor
que pasa por las vértebras enormes de
los Andes.
Si clamáis se oye como el rugir del león.
Ya Hugo a
Grant lo dijo: Las estrellas son vuestras.
(Apenas brilla, alzándose,
el argentino sol
y la estrella chilena se levanta...) Sois ricos.
Juntáis al culto de Hércules el culto de Mammón
y alumbrando el
camino de la fácil conquista,
la Libertad levanta su antorcha en
Nueva-York.
Mas la América nuestra, que tenía poetas
desde los viejos tiempos
de Netzahualcoyotl,
que ha guardado las huellas de los pies del gran
Baco,
que el alfabeto pánico aprendió;
que consultó los astros,
que conoció la Atlántida
cuyo nombre nos llega resonando en Platón,
que desde los remotos momentos de su vida
vive de luz, de fuego, de
perfumes, de amor,
la América del grande Moctezuma, del Inca,
la
América fragrante de Cristóbal Colón,
la América católica, la América
española,
la América en que dijo el noble Guatemoc:
Yo no estoy en
un lecho de rosas; esa América
que tiembla de huracanes y que vive de
amor;
hombres de ojos sajones y alma bárbara, vive.
Y sueña. Y ama, y vibra; y es la hija del Sol.
Tened cuidado.
¡Vive la América española!
hay mil cachorros sueltos del León
español.
Se necesitaría, Roosevelt, ser por Dios mismo,
el Riflero
terrible y el fuerte Cazador,
para poder tenernos en vuestras férreas
garras.
Y, pues contáis con todo, falta una cosa: ¡Dios!
9. ¡Torres de Dios!
¡Poetas!
¡Torres de Dios! ¡Poetas!
Pararrayos celestes,
que
resistís las duras tempestades,
como crestas escuetas,
como picos
agrestes,
rompeolas de las eternidades!
La mágica esperanza anuncia un día
en que sobre la roca de
armonía
expirará la pérfida sirena.
¡Esperad, esperemos todavía!
Esperad todavía.
El bestial elemento se solaza
en el odio a la sacra poesia
y
se arroja baldón de raza a raza.
La insurreción de abajo
tiende a
los Excelentes.
El caníbal codicia su tasajo
con roja encía y afilados dientes.
Torres, poned al pabellón sonrisa.
Poned ante ese mal y ese recelo,
una soberbia insinuación de brisa
y una tranquilidad de mar y
cielo...
10. Canto de esperanza
Un gran vuelo de cuervos mancha el azul celeste.
Un soplo
milenario trae amagos de peste.
Se asesinan los hombres en el extremo
Este.
¿Ha nacido el apocalíptico Anticristo?
Se han sabido presagios y prodigios se han visto
y parece
inminente el retorno de Cristo.
La tierra está preñada de dolor tan
profundo
que el soñador, imperial meditabundo,
sufre con las
angustias del corazón del mundo.
Verdugos de ideales afligieron la tierra,
en un pozo de sombra la
humanidad se encierra
con los rudos molosos del odio y de la guerra.
¡Oh, Señor Jesucristo! por qué tardas, qué esperas
para tender tu
mano de luz sobre las fieras
y hacer brillar al sol tus divinas
banderas!
Surge de pronto y vierte la esencia de la vida
sobre tanta alma
loca, triste o empedernida,
que amante de tinieblas tu dulce aurora
olvida.
Ven, Señor, para hacer la gloria de Ti mismo.
Ven con temblor de estrellas y horror de cataclismo,
ven a traer
amor y paz sobre el abismo.
Y tu caballo blanco, que miró el
visionario,
pase. Y suene el divino clarín extraordinario.
Mi
corazón será brasa de tu incensario.
11.
Mientras tenéis, ¡oh negros corazones!,
Mientras tenéis, ¡oh
negros corazones!
conciliábulos de odio y de miseria,
el órgano de
amor niega sus sones.
Cantad, oíd: "La vida es dulce y seria".
Para ti, pensador
meditabundo,
pálido de sentirte tan divino,
es más hostil la parte
agria del mundo.
Pero tu carne es pan, tu sangre es vino.
Dejad pasar la noche de
la cena
-¡Oh Shakespeare pobre, y oh Cervantes manco!-y
la pasión
del vulgo que condena.
Un gran Apocalipsis horas futuras llena.
¡Ya surgirá vuestro
Pegaso blanco!
12. Helios
¡Oh ruido divino!,
¡oh ruido sonoro!
Lanzó la alondra matinal el trino
y sobre ese
preludio cristalino,
los caballos de oro
de que el Hiperionida
lleva la rienda asida,
al trotar forman música armoniosa,
un
argentino trueno,
y en el azul sereno
con sus cascos de fuego
dejan huellas de rosa.
Adelante, ¡oh cochero Celeste!, sobre Osa;
y Pelión, sobre
Titania viva.
Atrás se queda el trémulo matutino lucero,
y el
universo el verso de su música activa.
Pasa, oh dominador, oh
conductor del carro
de la mágica ciencia! Pasa, pasa, oh bizarro
manejador de la fatal cuadriga
que al pisar sobre el viento
despierta el instrumento
sacro! Tiemblan las cumbres
de los montes
más altos,
que en sus rítmicos saltos
tocó Pegaso. Giran
muchedumbres
de águilas bajo el vuelo
de tu poder fecundo,
y si
hay algo que iguale la alegría del cielo,
es el gozo que enciende las
entrañas del mundo.
¡Helios! tu triunfo es ése,
pese a las sombras, pese
a la
noche, y al miedo y a la lívida Envidia.
Tú pasas, y la sombra, y el
daño, y la desidia,
y la negra pereza, hermana de la muerte,
y el
alacrán del odio que su ponzoña vierte,
y Satán todo, emperador de
las tinieblas,
se hunden, caen. Y haces el alba rosa, y pueblas
de
amor y virtud las humanas conciencias,
riegas todas las artes,
brindas todas la ciencias;
los castillos de duelo de la maldad
derrumbas,
abres todos los nidos, cierras todas las tumbas,
y
sobre los vapores del tenebroso Abismo,
pintas la Aurora, el Oriflama
de Dios mismo.
¡Helios! Portaestandarte
de Dios, padre del Arte,
la paz es
imposible, mas el amor eterno.
Danos siempre el anhelo de la vida,
y una chispa sagrada de tu antorcha encendida
con que esquivar
podamos la entrada del Infierno.
Que sientan las naciones
el volar
de tu carro, que hallen los corazones
humanos en el brillo de tu
carro, esperanza;
que del alma-Quijote y del cuerpo-Sancho Panza
vuele una psique cierta a la verdad del sueño;
que hallen las ansias
grandes de este vivir pequeño
una realización invisible y suprema;
¡Helios! ¡Que no nos mate tu llama que nos quema!
Gloria hacia ti del corazón de las manzanas,
de los cálices
blancos de los lirios,
y del amor que manas
hecho de dulces fuegos
y divinos martirios,
y del volcán inmenso
y del hueso minúsculo,
y del ritmo que pienso,
y del ritmo que vibra en el corpúsculo,
y
del Oriente intenso
y de la melodía del crepúsculo.
¡Oh, ruido
divino!
Pasa sobre la cruz del palacio que duerme,
y sobre el alma
inerme
de quien no sabe nada. No turbes el Destino,
¡oh ruido
sonoro!
El hombre, la nación, el continente, el mundo,
aguardan la
virtud de tu carro fecundo,
¡cochero azul que riges los caballos de
oro!
13. Spes
Jesús, incomparable
perdonador de injurias,
óyeme; Sembrador de trigo, dame el tierno
pan de tus hostias; dame, contra el sañudo infierno
una gracia
lustral de iras y lujurias.
Dime que este espantoso horror de la agonía
que me obsede, es no
más de mi culpa nefanda,
que al morir hallaré la luz de un nuevo día
y que entonces oiré mi "¡Levántate y anda!"
Caracol
A Antonio Machado
En la playa he encontrado un caracol de
oro
macizo y recamado de las perlas más finas;
Europa le ha tocado
con sus manos divinas
cuando cruzó las ondas sobre el celeste toro.
He llevado a
mis labios el caracol sonoro
y he suscitado el eco de las dianas marinas;
le acerqué a mis
oídos, y las azules minas
me han contado en voz baja su secreto
tesoro.
Así la sal me llega de los vientos amargos
que en sus
hinchadas velas sintió la nave Argos
cuando amaron los astros el sueño de Jasón;
y oigo un rumor
de olas y un incógnito acento
y un profundo oleaje y un misterioso viento...
(El caracol la
forma tiene de un corazón.)
Caso
A un
cruzado caballero,
garrido y noble garzón,
en el palenque guerrero
le clavaron un acero
tan cerca del corazón,
que el físico al contemplarle,
tras verle y examinarle,
dijo:
"Quedará sin vida
si se pretende sacarle
el venablo de la herida".
Por el dolor congojado,
triste, débil, desangrado,
después que
tanto sufrió,
con el acero clavado
el caballero murió.
Pues el físico decía
que, en dicho caso, quien
una herida tal
tenía,
con el venablo moría,
sin el venablo también.
¿No comprendes, Asunción,
la historia que te he contado,
la
del garrido garzón
con el acero clavado
muy cerca del corazón?
Pues el caso es verdadero;
yo soy el herido, ingrata,
y tu
amor es el acero:
¡si me lo quitas, me muero;
si me lo dejas, me
mata!
Catulle Mendès
Puede ajustarse al
pecho coraza férrea y dura;
puede regir la lanza, la rienda del corcel;
sus músculos de
atleta soportan la armadura...
pero el busca en las bocas rosadas leche y miel.
Artista,
hijo de Capua, que adora la hermosura,
la carne femenina prefiere su pincel;
y en el recinto oculto de
tibia alcoba oscura
agrega mirto y rosas a su triunfal laurel.
Canta de los
oaristis el delicioso instante,
los besos y el delirio de la mujer amante,
y en sus palabras
tiene perfume, alma, color.
Su ave es la venusina, la tímida paloma.
Vencido hubiera en
Grecia, vencido hubiera en Roma,
en todos los combates del arte o del amor.
Charitas
A
Vicente de Paúl, nuestro Rey Cristo
con dulce lengua dice:
-Hijo
mío, tus labios
dignos son de imprimirse
en la herida que el ciego
en mi costado abrió. Tu amor sublime
tiene sublime premio: asciende y
goza
del alto galardón que conseguiste.
El alma de Vicente llega al coro
de los alados Angeles que al
triste
mortal custodian: eran más brillantes
que los celestes
astros. Cristo:
Sigue
-dijo al amado espíritu del Santo-.
ve
entonces la región en donde existen
los augustos ArcAngeles, zodíaco
de diamantina nieve, indestructibles
ejércitos de luz y mensajeras
castas palomas o águilas insignes.
Luego la majestad esplendorosa
del coro de los Príncipes,
que
las divinas órdenes realizan
y en el humano espíritu. presiden;
el
coro de las altas Potestades
que al torrente infernal levantan
diques;
el coro de las místicas Virtudes,
las huellas de los
mártires
y las intactas manos de las vírgenes;
el coro prestigioso
de las Dominaciones que dirigen
nuestras almas al bien, y el coro
excelso
de los Tronos insignes,
que del Eterno el solio,
cariátides de luz indefinible,
sostienen por los siglos de los
siglos;
y el coro de Querubes que compite
con la antorcha del sol.
Por fin, la gloria
de teológico fuego en que se erigen
las
llamas vivas de inmortal esencia.
Cristo al Santo bendice
y así
penetra el Serafín de Francia
al coro de los ígneos Serafines.
Cleopompo y Heliodemo
A Vargas Vila
Cleopompo y Heliodemo,
cuya filosofía
es idéntica, gustan dialogar bajo el verde
palio
del platanar. Allí Cleopompo muerde
la manzana epicúrea y Heliodemo
fía
al aire su confianza en la eterna armonía.
Mal haya quien las
Parcas inhumano recuerde:
Si una sonora perla de la clepsidra pierde,
no volverá a ofrecerla la mano que la envía.
Una vaca aparece, crepuscular. Es hora
en que el grillo en su
lira hace halagos a Flora,
y en el azul florece un diamante supremo:
y en la pupila enorme de la bestia apacible
miran como que rueda
en un ritmo visible
la música del mundo, Cleopompo y Heliodemo.
De otoño
Yo sé que hay quienes dicen: ¿Por qué no canta ahora
con aquella
locura armoniosa de antaño?
Ésos no ven la obra profunda de la hora,
la labor del minuto y el prodigio del año.
Yo, pobre árbol, produje, al amor de la brisa,
cuando empecé a
crecer, un vago y dulce son.
Pasó ya el tiempo de la juvenil sonrisa:
¡Dejad al huracán mover mi corazón!
El soneto de trece versos
¡De una juvenil inocencia
qué conservar sino el sutil
perfume,
esencia de su Abril,
la más maravillosa esencia!
Por lamentar a mi conciencia
quedó de un sonoro marfil
un
cuento que fue de las Mil
y Una Noches de mi existencia...
Scherezada se entredurmió...
El Visir quedó meditando...
Dinarzarda el día olvidó...
Mas el pájaro azul volvió...
Pero.. No obstante.. Siempre.. Cuando...
El verso sutil que pasa o se posa...
El verso sutil que pasa o se posa
sobre la
mujer o sobre la rosa,
beso puede ser, o ser mariposa.
En la fresca flor el verso sutil;
el triunfo de Amor en el mes de
abril:
Amor, verso y flor, la niña gentil.
Amor y dolor. Halagos y enojos.
Herodías ríe en los labios rojos.
Dos verdugos hay que están en los ojos.
¡Oh, saber amar es saber sufrir!
Amar y sufrir, sufrir y sentir,
y el hacha besar que nos ha de herir...
¡Rosa de dolor, gracia femenina;
inocencia y luz, corola divina!
y aroma fatal y cruel espina...
Líbranos, Señor, de abril y la flor
y del cielo azul y del
ruiseñor,
de dolor y amor, líbranos, Señor.
En el país de las Alegorías...
En el país de las Alegorías
Salomé siempre
danza,
ante el tiarado Herodes,
eternamente,
Y la cabeza de Juan el Bautista,
ante quien tiemblan los leones,
cae al hachazo. Sangre llueve.
Pues la rosa sexual
al entreabrirse
conmueve todo lo que
existe,
con su efluvio carnal
y con su enigma espiritual.
Filosofía
Saluda al sol, araña, no seas rencorosa.
Da tus gracias a Dios, ¡oh,
sapo!, pues que eres.
El peludo cangrejo tiene espinas de rosa
y
los moluscos reminiscencias de mujeres.
Sabed ser lo que sois, enigmas siendo formas;
dejad la
responsabilidad a las Normas,
que a su vez la enviarán al
Todopoderoso...
(Toca, grillo, a la luz de la luna, y dance el oso.)
Ibis
Cuidadoso estoy siempre ante el Ibis de Ovidio,
enigma humano tan
ponzoñoso y suave
Que casi no pretende su condición de ave
cuando
se ha conquistado sus terrores de ofidio.
La dulzura del Angelus matinal y divino...
La dulzura del Angelus matinal y divino
que
diluyen ingenuas campanas provinciales
en un aire inocente a fuerza
de rosales,
de plegaria, de ensueño de virgen y de trino
de ruiseñor, opuesto todo al rudo destino
que no cree en Dios...
El áureo ovillo vespertino
que la tarde devana tras opacos cristales
por tejer la inconsútil tela de nuestros males
todos hechos de carne y aromados de vino...
Y esta atroz amargura
de no gustar de nada,
de no saber adónde dirigir nuestra prora
mientras el pobre esquife en la noche cerrada
va en las hostiles
olas huérfano de la aurora...
(¡Oh, suaves campanas entre la
madrugada!)
La fe
En medio del
abismo de la duda
lleno de oscuridad, de sombra vana
hay una estrella que reflejos
mana
sublime, sí, mas silenciosa, muda.
Ella, con su
fulgor divino, escuda,
alienta y guía a la conciencia humana,
cuando el genio del mal con furia insana
golpéala feroz, con mano ruda.
¿Esa estrella
brotó del germen puro
de la humana creación? ¿ Bajó del cielo
a
iluminar el porvenir oscuro?
¿A servir al
que llora de consuelo?
No sé, mas eso que a nuestra alma inflama
ya sabéis, ya sabéis, la Fe se llama. color="#4D5E5B">
Leda
El
cisne en la sombra parece de nieve;
su pico es de ámbar, del alba al
trasluz;
el suave crepúsculo que pasa tan breve,
las cándidas alas
sonrosa de luz.
Y luego, en las ondas del lago azulado,
después que la aurora
perdió su arrebol,
las alas tendidas y el cuello enarcado,
el
cisne es de plata, bañado de sol.
Tal es, cuando esponja las plumas de seda,
olímpico pájaro herido
de amor,
y viola en las linfas sonoras a Leda,
buscando su pico
los labios en flor.
Suspira la bella desnuda y vencida,
y en tanto que al aire sus
quejas se van,
del fondo verdoso de fronda tupida
chispean
turbados los ojos de Pan.
Letanía
de nuestro señor don Quijote
A Navarro Ledesma
Rey de los hidalgos, señor de los tristes,
que de fuerzas
alientas y de ensueños vistes,
coronado de áureo yelmo de ilusión;
que nadie ha podido vencer todavía,
por la adarga al brazo, toda
fantasía,
y la lanza en ristre, toda corazón.
Noble peregrino de los peregrinos,
que santificaste todos los
caminos
con el paso augusto de tu heroicidad,
contra las certezas,
contra las conciencias
Y contra las leyes y contra las ciencias
y
contra la mentira, contra la verdad...
¡Caballero errante de los caballeros,
varón de varones, príncipe
de fieros,
par entre los pares, maestro, salud!
¡Salud, porque
juzgo que hoy muy poca tienes,
entre los aplausos o entre los
desdenes,
y entre las coronas y los parabienes
y las tonterías de
la multitud!
¡Tú, para quien pocas fueran las victorias
antiguas y para quien
clásicas glorias
serían apenas de ley y razón,
soportas elogios,
memorias, discursos,
resistes certámenes, tarjetas, concursos,
y,
teniendo a Orfeo, tienes a orfeón!
Escucha, divino Rolando del sueño,
a un enamorado de tu
Clavileño,
y cuyo Pegaso relincha hacia ti;
escucha los versos de
estas letanías,
hechas con las cosas de todos los días
y con otras
que en lo misterioso vi.
¡Ruega por nosotros, hambrientos de vida,
con el alma a tientas,
con la fe perdida,
llenos de congojas y faltos de sol,
por
advenedizas almas de manga ancha,
que ridiculizan el ser de la
Mancha,
el ser generoso y el ser español!
¡Ruega por nosotros, que necesitamos
las mágicas rosas, los
sublimes ramos
de laurel! Pro nobis ora, gran señor.
(Tiembla la
floresta de laurel del mundo,
y antes que tu hermano vago,
Segismundo,
el pálido Hamlet te ofrece una flor.)
Ruega generoso, piadoso, orgulloso;
ruega casto, puro, celeste,
animoso;
por nos intercede, suplica por nos,
pues casi ya estamos
sin savia, sin brote,
sin alma, sin vida, sin luz, sin Quijote,
sin pies y sin alas, sin Sancho y sin Dios.
De tantas tristezas, de dolores tantos,
de los superhombres de
Nietzsche, de cantos
áfonos, recetas que firma un doctor,
de las
epidemias de horribles blasfemias
de las Academias,
líbranos,
señor.
De rudos malsines,
falsos paladines
y espíritus finos y
blandos y ruines,
del hampa que sacia
su canallocracia
con
burlar la gloria, la vida, el honor,
del puñal con gracia,
¡líbranos, señor!
Noble peregrino de los peregrinos,
que santificaste todos los
caminos
con el paso augusto de tu heroicidad,
contra las certezas,
contra las conciencias
y contra las leyes y contra las ciencias,
contra la mentira, contra la verdad...
Ora por nosotros, señor de los tristes,
que de fuerzas alientas y
de ensueños vistes,
coronado de áureo yelmo de ilusión;
¡que nadie
ha podido vencer todavía,
por la adarga al brazo, toda fantasía,
y
la lanza en ristre, toda corazón!
Lo fatal
Dichoso el árbol que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura,
porque ésta ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor
pesadumbre que la vida consciente.
Ser, y no ser nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de
haber sido y un futuro terror...
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida
y por la sombra y por
lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta
con sus frescos racimos
y la tumba que aguarda con sus fúnebres
ramos,
!y no saber adónde vamos, ni de dónde venimos...!
Los cisnes
A Juan R. Jiménez
I
¿Qué signo haces, oh Cisne, con tu
encorvado cuello
al paso de los tristes y errantes soñadores?
¿Por
qué tan silencioso de ser blanco y ser bello,
tiránico a las aguas e
impasible a las flores?
Yo te saludo ahora como en versos latinos
te saludara antaño
Publio Ovidio Nasón.
Los mismos ruiseñores cantan los mismos trinos,
y en diferentes lenguas la misma canción.
A vosotros mi lengua no debe ser extraña.
A Garcilaso visteis,
acaso, alguna vez...
Soy un hijo de América, soy un nieto de
España...
Quevedo pudo hablaros en verso en Aranjuez...
Cisnes, los abanicos de vuestras alas frescas
den a las frentes
pálidas sus caricias más puras
y alejen vuestras blancas figuras
pintorescas
de nuestras mentes tristes las ideas oscuras.
Brumas septentrionales nos llenan de tristezas,
se mueren
nuestras rosas, se agotan nuestras palmas,
casi no hay ilusiones para
nuestras cabezas,
y somos mendigos de nuestras pobres almas.
Nos predican la guerra con águilas feroces,
gerifaltes de antaño
revienen a los puños,
mas no brillan las glorias de las antiguas
hoces,
ni hay Rodrigos, ni Jaimes, ni hay Alfonsos ni Nuños.
Faltos de los alientos que dan las grandes cosas,
¿qué haremos
los poetas sino buscar tus lagos?
A falta de laureles son muy dulces
las rosas,
y a falta de victorias busquemos los halagos.
La América española como la España entera
fija está en el Oriente
de su fatal destino;
yo interrogo a la Esfinge que el porvenir espera
con la interrogación de tu cuello divino.
¿Seremos entregados a los bárbaros fieros?
¿Tantos millones de
hombres hablaremos inglés?
¿Ya no hay nobles hidalgos ni bravos
caballeros?
¿Callaremos ahora para llorar después?
He lanzado mi grito, Cisnes, entre vosotros
que habéis sido los
fieles en la desilusión,
mientras siento una fuga de americanos
potros
y el estertor postrero de un caduco león...
...Y un Cisne negro dijo: "La noche anuncia el día".
Y uno
blanco: "¡La aurora es inmortal, la aurora
Es inmortal!" ¡Oh, tierras
de sol y armonía,
aún guarda la Esperanza la caja de Pandora!
II
En la muerte
de Rafel Núñez
El pensador llegó a la barca negra;
y le vieron hundirse
en las
brumas del lago del Misterio,
los ojos de los Cisnes.
Su manto de
poeta
reconocieron los ilustres lises
y el laurel y la espina
entremezclados
sobre la frente triste.
A lo lejos alzábanse los muros
de la ciudad teológica, en que
vive
la sempiterna Paz. La negra barca
llegó a la ansiada costa, y
el sublime
espíritu gozó la suma gracia;
y ¡oh Montaigne! Núñez
vio la cruz erguirse,
y halló al pie de la sacra Vencedora
El
cadáver helado de la Esfinge.
III
Por un momento, ¡oh Cisne!, juntaré mis anhelos
a los
de tus dos alas que abrazaron a Leda,
y a mi maduro ensueño, aún
vestido de seda,
dirás, por los Dioscuros, la gloria de los cielos.
Es el otoño. Ruedan de la flauta consuelos.
Por un instante, ¡oh
Cisne!, en la oscura alameda
sorberé entre dos labios lo que el Pudor
me veda,
y dejaré mordidos Escrúpulos y Celos.
Cisne, tendré tus alas blancas por un instante,
y el corazón de
rosa que hay en tu dulce pecho
palpitará en el mío con su sangre
constante.
Amor será dichoso, pues estará vibrante
el júbilo que pone al
gran Pan en acecho
mientras su ritmo esconde la fuente de diamante.
IV
Antes de
todo, ¡gloria a ti, Leda!
tu dulce vientre cubrió de seda
el Dios.
¡Miel y oro sobre la brisa!
Sonaban alternativamente
flauta y
cristales, Pan y la fuente.
¡Tierra era canto, Cielo sonrisa!
Ante el celeste, supremo acto,
dioses y bestias hicieron pacto.
Se dio a la alondra la luz del día,
se dio a los búhos sabiduría
y melodía al ruiseñor.
A los leones fue la victoria,
para las águilas toda la gloria
y a las palomas todo el amor.
Pero vosotros sois los divinos
príncipes. Vagos como las naves,
inmaculados como los linos,
maravillosos como las aves.
En vuestros picos tenéis las prendas
que manifiestan corales
puros.
Con vuestros pechos abrís las sendas
que arriba indican los
Dioscuros.
Las dignidades de vuestros actos,
eternizadas en lo
infinito,
hacen que sean ritmos exactos,
voces de ensueño, luces
de mito.
De orgullo olímpico sois el resumen,
¡oh, blancas urnas de la
armonía!
Ebúrneas joyas que anima un numen
con su celeste
melancolía.
¡Melancolía de haber amado,
junto a la fuente de la
arboleda,
el luminoso cuello estirado
entre los blancos muslos de
Leda!
Los motivos del lobo
El varón que tiene corazón de lis,
alma de querube, lengua celestial,
el mínimo y dulce Francisco de
Asís,
está con un rudo y torvo animal,
bestia temerosa, de sangre
y de robo,
las fauces de furia, los ojos de mal:
¡el lobo de
Gubbia, el terrible lobo!
Rabioso, ha asolado los alrededores;
cruel, ha deshecho todos los rebaños;
devoró corderos, devoró
pastores,
y son incontables sus muertos y daños.
Fuertes
cazadores armados de hierros
fueron destrozados. Los duros colmillos
dieron cuenta de los más bravos perros,
como de cabritos y de
corderillos.
Francisco salió:
al lobo buscó
en su madriguera.
Cerca de
la cueva encontró a la fiera
enorme, que al verle se lanzó feroz
contra él. Francisco, con su dulce voz,
alzando la mano,
al lobo
furioso dijo: «¡Paz, hermano
lobo!» El animal
contempló al
varón de tosco sayal;
dejó su aire arisco,
cerró las abiertas
fauces agresivas,
y dijo: «!Está bien, hermano Francisco!»
«¡Cómo!» exclamó el santo. «¿Es ley que tú vivas
de horror y de
muerte?
¿La sangre que vierte
tu hocico diabólico, el duelo y
espanto
que esparces, el llanto
de los campesinos, el grito, el
dolor
de tanta criatura de Nuestro Señor,
no han de contener tu
encono infernal?
¿Vienes del infierno?
¿Te ha infundido acaso su
rencor eterno
Luzbel o Belial?»
Y el gran lobo, humilde: «¡Es duro el invierno,
y es horrible el
hambre! En el bosque helado
no hallé qué comer; y busqué el ganado,
y en veces... comí ganado y pastor.
¿La sangre? Yo vi más de un
cazador
sobre su caballo, llevando el azor
al puño; o correr tras
el jabalí,
el oso o el ciervo; y a más de uno vi
mancharse de
sangre, herir, torturar,
de las roncas trompas al sordo clamor,
a
los animales de Nuestro Señor.
¡Y no era por hambre, que iban a
cazar!»
Francisco
responde: "En el hombre existe
mala levadura.
Cuando nace, viene
con pecado. Es triste.
Mas el alma simple de la bestia es pura.
Tú
vas a tener
desde hoy qué comer.
Dejarás en paz
rebaños y gente
en este país.
¡Que Dios melifique tu ser montaraz!"
«Esta bien, hermano Francisco de Asís.»
«Ante el Señor, que toda
ata y desata,
en fe de promesa tiéndeme la pata.»
El lobo tendió
la pata al hermano
de Asís, que a su vez le alargó la mano.
Fueron a la aldea. La gente veía
y lo que miraba casi no creía.
Tras el religioso iba el lobo fiero,
y, bajo la testa, quieto le
seguía
como un can de casa, o como un cordero.
Francisco llamó la gente a la plaza
y allí predicó.
Y dijo:
«He aquí una amable caza.
El hermano lobo se viene conmigo;
me
juró no ser ya vuestro enemigo,
y no repetir su ataque sangriento.
Vosotros, en cambio, daréis su alimento
a la pobre bestia de Dios.»
«¡Así sea!»,
Contestó la gente toda de la aldea.
Y luego, en señal
de contentamiento,
movió la testa y cola el buen animal,
y entró
con Francisco de Asís al convento.
Algún tiempo estuvo el lobo tranquilo
en el santo asilo.
Sus
bastas orejas los salmos oían
y los claros ojos se le humedecían.
Aprendió mil gracias y hacía mil juegos
cuando a la cocina iba con
los legos.
Y cuando Francisco su oración hacía,
el lobo las pobres
sandalias lamía.
Salía a la calle,
iba por el monte, descendía al
valle,
entraba a las casas y le daban algo
de comer. Mirábanle
como a un manso galgo.
Un día, Francisco se ausentó. Y el lobo
dulce, el lobo manso y
bueno, el lobo probo,
desapareció, tornó a la montaña,
y
recomenzaron su aullido y su saña.
Otra vez sintiose el temor, la alarma,
entre los vecinos y entre
los pastores;
colmaba el espanto en los alrededores,
de nada
servían el valor y el arma,
pues la bestia fiera
no dio treguas a
su furor jamás,
como si estuviera
fuegos de Moloch y de Satanás.
Cuando volvió al pueblo el divino santo,
todos los buscaron con
quejas y llanto,
y con mil querellas dieron testimonio
de lo que
sufrían y perdían tanto
por aquel infame lobo del demonio.
Francisco de Asís se puso severo.
Se fue a la montaña
a buscar
al falso lobo carnicero.
Y junto a su cueva halló a la alimaña.
«En nombre del Padre del sacro universo,
conjúrote» dijo, «¡oh
lobo perverso!,
a que me respondas: ¿Por qué has vuelto al mal?
Contesta. Te escucho.»
Como en sorda lucha, habló el animal,
la boca espumosa y el ojo
fatal:
«Hermano Francisco, no te acerques mucho...
Yo estaba tranquilo
allá en el convento;
al pueblo salía,
y si algo me daban estaba contento
y manso comía.
Mas empecé a
ver que en todas las casas
estaban la Envidia, la Saña, la Ira,
y
en todos los rostros ardían las brasas
de odio, de lujuria, de
infamia y mentira.
Hermanos a hermanos hacían la guerra,
perdían
los débiles, ganaban los malos,
hembra y macho eran como perro y
perra,
y un buen día todos me dieron de palos.
Me vieron humilde,
lamía las manos
y los pies. Seguía tus sagradas leyes,
todas las
criaturas eran mis hermanos:
los hermanos hombres, los hermanos
bueyes,
hermanas estrellas y hermanos gusanos.
Y así, me apalearon
y me echaron fuera.
Y su risa fue como un agua hirviente,
y entre
mis entrañas revivió la fiera,
y me sentí lobo malo de repente;
mas siempre mejor que esa mala gente.
Y recomencé a luchar aquí,
a
me defender y a me alimentar.
Como el oso hace, como el jabalí,
que para vivir tienen que matar.
Déjame en el monte, déjame en el
risco,
déjame existir en mi libertad,
vete a tu convento, hermano
Francisco,
sigue tu camino y tu santidad.»
El santo de Asís no le dijo nada.
Le miró con una profunda
mirada,
y partió con lágrimas y con desconsuelos,
y habló al Dios
eterno con su corazón.
El viento del bosque llevó su oración,
que
era: «Padre nuestro, que estás en los cielos...»
Madrigal exaltado
A Mademoiselle Villagrán
¡Dies irae,
dies illa!
¡Solvet seclum in favilla
cuando quema esa pupila!
La tierra se vuelve loca,
el cielo a la tierra invoca
cuando
sonríe esa boca.
Tiemblan los lirios tempranos
y los árboles lozanos
al
contacto de esas manos.
El bosque se encuentra estrecho
al egipán en acecho
cuando
respira ese pecho.
Sobre los senderos, es
como una fiesta, después
que se han
sentido esos pies.
Y el Sol, sultán de orgullosas
rosas, dice a sus hermosas
cuando en primavera están:
¡Rosas, rosas, dadme rosas
para Adela Villagrán!
Marcha triunfal
¡Ya viene el cortejo!
¡Ya viene el cortejo! Ya se oyen los claros
clarines.
La espada se anuncia con vivo reflejo;
ya viene, oro y
hierro, el cortejo de los paladines.
Ya pasa debajo los arcos ornados de blancas Minervas y Martes,
los arcos triunfales en donde las Famas erigen sus largas trompetas,
la gloria solemne de los estandartes
llevados por manos robustas de
heroicos atletas.
Se escucha el ruido que forman las armas de los
caballeros,
los frenos que mascan los fuertes caballos de guerra,
los cascos que hieren la tierra
y los timbaleros,
que el paso
acompasan con ritmos marciales.
¡Tal pasan los fieros guerreros
debajo los arcos triunfales!
Los claros clarines de pronto levantan sus sones,
su canto
sonoro,
su cálido coro,
que envuelve en un trueno de oro
la
augusta soberbia de los pabellones.
Él dice la lucha, la herida
venganza,
las ásperas crines,
los rudos penachos, la pica, la
lanza,
la sangre que riega de heroicos carmines
la tierra;
los
negros mastines
que azuza la muerte, que rige la guerra.
Los
áureos sonidos
anuncian el advenimiento
triunfal de la Gloria;
dejando el picacho que guarda sus nidos,
tendiendo sus alas enormes
al viento,
los cóndores llegan. ¡Llegó la victoria!
Ya pasa el cortejo.
Señala el abuelo los héroes al niño:
-Ved cómo la barba del viejo
los bucles de oro circunda de armiño.-
Las bellas mujeres aprestan coronas de flores,
y bajo los pórticos
vense sus rostros de rosa;
y la más hermosa
sonríe al más fiero de
los vencedores.
¡Honor al que trae cautiva la extraña bandera;
honor al herido y honor a los fieles
soldados que muerte encontraron
por mano extranjera!
¡Clarines! ¡Laureles!
Las nobles espadas de tiempos gloriosos,
desde sus panoplias
saludan las nuevas coronas y lauros:
-Las viejas espadas de los
granaderos, más fuertes que osos,
hermanos de aquellos lanceros que
fueron centauros.-
Las trompas guerreras resuenan;
de voces, los aires se llenan...
A aquellas antiguas espadas,
a aquellos ilustres aceros,
que
encarnan las glorias pasadas...
Y al sol que hoy alumbra las nuevas
victorias ganadas,
y al héroe que guía su grupo de jóvenes fieros,
al que ama la insignia del suelo materno,
al que ha desafiado, ceñido
el acero y el arma en la mano,
los soles del rojo verano,
las
nieves y vientos del gélido invierno,
la noche, la escarcha
y el
odio y la muerte, por ser por la patria inmortal,
¡saludan con voces
de bronce las trompas de guerra
que tocan la marcha triunfal...
Marina
Mar
armonioso,
mar maravilloso,
tu salada fragancia,
tus colores y
músicas sonoras
me dan la sensación divina de mi infancia
en que
suaves las horas
venían en un paso de danza reposada
a dejarme un
ensueño o regalo de hada.
Mar armonioso,
mar maravilloso,
de arcadas de diamante que se
rompen en vuelos
rítmicos que denuncian algún ímpetu oculto,
espejo de mis vagas ciudades de los cielos,
blanco y azul tumulto
de donde brota un canto
inextinguible,
mar paternal, mar santo,
mi alma siente la influencia de tu alma invisible.
Velas de los Colones
y velas de los Vascos,
hostigadas por
odios de ciclones
ante la hostilidad de los peñascos;
o galeras de
oro,
velas purpúreas de bajeles
que saludaron el mugir del toro
celeste, con Europa sobre el lomo
que salpicaba la revuelta espuma.
¡Magnífico y sonoro
se oye en las aguas como
un tropel de
tropeles,
tropel de los tropeles de tritones!
Brazos salen de la
onda, suenan vagas canciones,
brillan piedras preciosas,
mientras
en las revueltas extensiones
Venus y el Sol hacen nacer mil rosas.
Melancolía
A Domingo Bolívar
Hermano, tú que tienes la luz, dime la mía.
Soy como un ciego.
Voy sin rumbo y ando a tientas.
Voy bajo tempestades y tormentas
ciego de sueño y loco de armonía.
Ése es mi mal. Soñar. La poesia
es la camisa férrea de mil puntas
cruentas
que llevo sobre el alma. Las espinas sangrientas
dejan
caer las gotas de mi melancolía.
Y así voy, ciego y loco, por este mundo amargo;
a veces me parece
que el camino es muy largo,
y a veces que es muy corto...
Y en este titubeo de aliento y agonía,
cargo lleno de penas lo
que apenas soporto.
¿No oyes caer las gotas de mi melancolía?
Naturaleza muerta
He visto ayer por una ventana un tiesto lleno de
lilas y de rosas pálidas, sobre un trípode. Por fondo tenía uno de esos
cortinajes amarillos y opulentos, que hacen pensar en los mantos de los
príncipes orientales. Las lilas recién cortadas resaltaban con su lindo
color apacible, junto a los pétalos esponjados de las rosas té.
Junto
al tiesto, en una copa de laca ordenada con ibis de oro incrustados,
incitaban a la gula manzanas frescas, medio coloradas, con la pelusilla
de la fruta nueva y la sabrosa carne hinchada que toca el deseo; peras
doradas y apetitosas, que daban indicios de ser todas jugo, y como
esperando el cuchillo de plata que debía rebanar la pulpa almibarada; y
un ramillete de uvas negras, hasta con el polvillo ceniciento de los
racimos acabados de arrancar de la viña.
Acérqueme, vilo de cerca
todo. Las lilas y las rosas eran de cera, las manzanas y las peras de
mármol pintado, y las uvas de cristal.
¡Naturaleza muerta!
Nocturno
A Mariano de Cavia
Los que
auscultasteis el corazón de la noche,
los que por el insomnio tenaz
habéis oído
el cerrar de una puerta, el resonar de un coche
lejano, un eco vago, un ligero ruido...
En los instantes del silencio misterioso,
cuando surgen de su
prisión los olvidados,
en la hora de los muertos, en la hora del
reposo,
¡sabréis leer estos versos de amargor impregnados!...
Como en un vaso vierto en ellos mis dolores
de lejanos recuerdos
y desgracias funestas,
y las tristes nostalgias de mi alma, ebria de
flores,
y el duelo de mi corazón, triste de fiestas.
Y el pesar de no ser lo que yo hubiera sido,
la pérdida del reino que estaba para mí,
el pensar que un instante pude no haber nacido,
¡y el sueño que es mi vida desde que yo nací!
Todo esto viene en medio del silencio profundo
en que la noche
envuelve la terrena ilusión,
y siento como un eco del corazón del
mundo
que penetra y conmueve mi propio corazón.
Ofrenda
Bandera que aprisiona
el aliento de Abril,
corona
tu torre de
marfil
Cual princesa encantada,
eres mimada por
un hada
de rosado
color.
Las rosas que tú pises
tu boca han de envidiar;
los lises
tu pureza estelar.
Carrera de Atalanta
lleva tu dicha en flor;
y canta
tu
nombre un ruiseñor.
Y si meditabunda
sientes pena fugaz,
inunda
luz celeste tu
faz.
Ronsard, lira de Galia,
te daría un rondel,
Italia
te
brindara al pincel.
para que la corona
tuvieses, celestial
Madona,
en un lienzo inmortal.
Ten al laurel cariño,
hoy, cuando aspiro a que
vaya a ornar tu
corpiño
mi rimado bouquet.
¡Oh, miseria de toda lucha por lo finito!
¡Oh, miseria de
toda lucha por lo finito!
Es como el ala de la mariposa
nuestro
brazo que deja el pensamiento escrito.
Nuestra infancia vale la rosa,
el relámpago nuestro mirar,
y el ritmo que en el pecho
nuestro
corazón mueve,
es un ritmo de onda de mar,
o un caer de copo de
nieve,
o el del cantar
del ruiseñor,
que dura lo que dura el
perfumar
de su hermana la flor.
¡Oh, miseria de toda lucha por lo finito!
El alma que se advierte
sencilla y mira clara-mente
la gracia pura de la luz cara a cara,
como el botón de rosa, como la coccinela,
esa alma es la que al fondo
del infinito vuela.
El alma que ha olvidado la admiración, que sufre
en la melancolía agria, olorosa a azufre,
de envidiar malamente y
duramente, anida
en un nido de topos. Es manca. Está tullida.
¡Oh,
miseria de toda lucha por lo finito!
¡Oh, terremoto mental!
¡Oh, terremoto mental!
Yo sentí un día en mi cráneo
como el caer
subitáneo
de una Babel de cristal.
De Pascal miré el abismo,
y vi lo que pudo ver
cuando sintió
Baudelaire
el ala del idiotismo.
Hay, no obstante, que ser fuerte;
pasar todo precipicio
y ser
vencedor del Vicio
de la Locura y la Muerte.
Poema de otoño
Tú que estás la
barba en la mano
meditabundo,
¿has dejado pasar, hermano,
la
flor del mundo?
Te lamentas de los ayeres
con quejas vanas:
¡aún hay promesas
de placeres
en los mañanas!
Aún puedes casar la olorosa
rosa y el lis,
y hay mirtos para
tu orgullosa
cabeza gris.
El alma ahíta cruel inmola
lo que la alegra,
como Zingua,
reina de Angola,
lúbrica negra.
Tú has gozado de la hora amable,
y oyes después
la imprecación
del formidable
Eclesiastés.
El domingo de amor te hechiza;
mas mira cómo
llega el
miércoles de ceniza;
Memento, homo...
Por eso hacia el florido monte
las almas van,
y se explican
Anacreonte
y Omar Kayam.
Huyendo del mal, de improviso
se entra en el mal
por la puerta
del paraíso
artificial.
Y, no obstante, la vida es bella,
por poseer
la perla, la
rosa, la estrella
y la mujer.
Lucifer brilla. Canta el ronco
mar. Y se pierde
Silvano oculto
tras el tronco
del haya verde.
Y sentimos la vida pura,
clara, real,
cuando la envuelve la
dulzura
primaveral.
¿Para qué las envidias viles
y las injurias,
cuando retuercen
sus reptiles
pálidas furias?
¿Para qué los odios funestos
de los ingratos?
¿Para qué los
lívidos gestos
de los Pilatos?
¡Si lo terreno acaba, en suma,
cielo e infierno,
y nuestras
vidas son la espuma
de un mar eterno!
Lavemos bien de nuestra veste
la amarga prosa;
soñemos en una
celeste
mística rosa.
Cojamos la flor del instante
¡la melodía
de la mágica alondra
cante
la miel del día!
Amor a su fiesta convida
y nos corona.
Todos tenemos en la
vida
nuestra Verona.
Aún en la hora crepuscular
canta una voz:
«¡Ruth, risueña,
viene a espigar
para Booz!»
Mas coged la flor del instante,
cuando en Oriente
nace el alba
para el fragante
adolescente.
¡Oh, niño que con Ecos juegas,
niños lozanos,
danzad como las
ninfas griegas
y los silvanos!
El viejo tiempo todo roe
y va de prisa;
sabed vencerle,
Cintia, Cloe
y Cidalisa.
Trocad por rosas azahares,
que suena el son
de aquel Cantar de
los Cantares
de Salomón.
Príapo vela en los jardines
que Cipris huella;
Hécate hace
aullar los mastines;
mas Diana es bella,
y apenas envuelta en los velos
de la ilusión,
baja a los
bosques de los cielos
por Endimión.
¡Adolescencia! Amor te dora
con su virtud;
goza del beso de la
aurora,
¡oh juventud!
¡Desventurado el que ha cogido
tarde la flor!
¡Y ¡ay de aquel!
que nunca ha sabido
lo que es amor!
Yo he visto en tierra tropical
la sangre arder,
como en un
cáliz de cristal,
en la mujer,
y en todas partes la que ama
y se consume
como una flor hecha
de llama
y de perfume.
Abrasaos en esa llama
y respirad
ese perfume que embalsama
la Humanidad.
Gozad de la carne, ese bien
que hoy nos hechiza
y después se
tornará en
polvo y ceniza.
Gozad del sol, de la pagana
luz de sus fuegos;
gozad del sol,
porque mañana
estaréis ciegos.
Gozad de la dulce armonía
que a Apolo invoca;
gozad del canto,
porque un día
no tendréis boca.
Gozad de la tierra, que un
bien cierto encierra;
gozad, porque
no estáis aún
bajo la tierra.
Apartad el temor que os hiela
y que os restringe;
la paloma de
Venus vuela
sobre la Esfinge.
Aún vencen muerte, tiempo y hado
las amorosas;
en las tumbas
se han encontrado
mirtos y rosas.
Aún Anadiómena en sus lidias
nos da su ayuda;
aún resurge en
la obra de Fidias
Friné desnuda.
Vive el bíblico Adán robusto,
de sangre humana,
y aún siente
nuestra lengua el gusto
de la manzana.
Y hace de este globo viviente
fuerza y acción
la universal y
omnipotente
fecundación.
El corazón del cielo late
por la victoria
de este vivir, que
es un combate
y es una gloria.
Pues aunque hay pena y nos agravia
el sino adverso,
en
nosotros corre la savia
del universo.
Nuestro cráneo guarda el vibrar
de tierra y sol,
como el ruido
de la mar
el caracol.
La sal del mar en nuestras venas
va a borbotones;
tenemos
sangre de sirenas
y de tritones.
A nosotros encinas, lauros,
frondas espesas;
tenemos carne de
centauros
y satiresas.
En nosotros la vida vierte
fuerza y calor.
¡Vamos al reino de
la Muerte
por el camino del Amor!
Por el influjo de la primavera...
Por el influjo de la primavera
Sobre el jarrón
de cristal
hay flores nuevas. Anoche
hubo una lluvia de besos.
Despertó un fauno bicorne
tras un alma sensitiva.
Dieron su
olor muchas flores.
En la pasional siringa
brotaron las siete
voces
que en siete carrizos puso
Pan.
Antiguos ritos paganos
se renovaron. La estrella
de Venus
brilló más límpida
y diamantina. Las fresas
del bosque dieron su
sangre.
El nido estuvo de fiesta.
Un ensueño florentino
se enfloró de primavera,
de modo que en
carne viva
renacieron ansias muertas.
Imaginaos un roble
que diera una rosa fresca;
un buen egipán
latino
con una bacante griega
y parisiense. Una música
magnífica. Una suprema
inspiración primitiva,
llena de cosas
modernas.
Un vasto orgullo viril
que aroma el odor di femina;
un trono
de roca en donde
descansa un lirio.
¡Divina Estación! ¡Divina
Estación! Sonríe el alba
más dulcemente. La cola
del pavo real
exalta
su prestigio. El sol aumenta
su íntima influencia; y el
arpa
de los nervios vibra sola.
¡Oh, Primavera sagrada!
¡Oh, gozo del don sagrado
de la vida!
¡Oh, bella palma
sobre nuestras frentes! ¡Cuello
del cisne!
¡Paloma blanca!
¡Rosa roja! ¡Palio azul!
Y todo por ti, ¡oh alma!
Y por ti, cuerpo, y por ti,
idea, que los enlazas.
¡Y por Ti, lo
que buscamos
y no encontraremos nunca,
jamás!
Programa matinal
¡Claras horas de la mañana
en que mil clarines de oro
dicen la
divina diana!
¡Salve al celeste Sol sonoro!
En la angustia de la ignorancia
de lo porvenir, saludemos
la
barca llena de fragancia
que tiene de marfil los remos.
¡Epicúreos o soñadores
amemos la gloriosa Vida,
siempre
coronada de flores
y siempre la antorcha encendida!
Exprimamos de los racimos
de nuestra vida transitoria
los
placeres porque vivimos
y los champañas de la gloria.
Devanemos de Amor los hilos,
hagamos, porque es bello, el bien,
y después durmamos tranquilos
y por siempre jamás. Amén.
Propósito primaveral
A Vargas Vila
A saludar me ofrezco y
a celebrar me obligo
tu triunfo, Amor, al beso de la estación que
llega
mientras el blanco cisne del lago azul navega
en el mágico
parque de mis triunfos testigo.
Amor, tu hoz de oro ha segado mi trigo;
por ti me halaga el suave
son de la flauta griega,
y por ti Venus pródiga sus manzanas me
entrega
y me brinda las perlas de las mieles del higo.
En el erecto término coloco una corona
en que de rosas frescas la
púrpura detona;
y en tanto canta el agua bajo el boscaje oscuro,
junto a la adolescente que en el misterio inicio
apuraré
alternando con tu dulce ejercicio
las ánforas de oro del divino
Epicuro.
Retratos
Al doctor Adolfo Altamirano
Don Gil, Don Juan, Don Lope, Don Carlos, Don Rodrigo,
¿cúya es
esta cabeza soberbia? ¿Esa faz fuerte?
¿Esos ojos de jaspe? ¿Esa
barba de trigo?
Este fue un caballero que persiguió a la Muerte
Cien veces hizo cosas tan sonoras y grandes
que de águilas poblaron
el campo de su escudo;
y ante su rudo tercio de América o de Flandes
quedó el asombro ciego, quedó el espanto mudo.
La coraza revela fina labor; la espada
tiene la cruz que erige
sobre su tumba el miedo;
y bajo el puño firme que da su luz dorada,
se afianza el rayo sólido del yunque de Toledo.
Tiene labios de
Borgia, sangrientos labios dignos
de exquisitas calumnias, de rezar
oraciones
y de decir blasfemias; rojos labios malignos
florecidos
de anécdotas en cien Decamerones.
Y con todo, este hidalgo de un tiempo indefinido
fue el abad
solitario de un ignoto convento,
y dedicó en la muerte sus hechos:
"¡AL OLVIDO!"
Y el grito de su vida luciferina: "¡AL VIENTO!"
En la forma cordial de la boca, la fresa
solemniza su púrpura; y
en el sutil dibujo
del óvalo del rostro de la blanca abadesa
la
pura frente es Angel y el ojo negro es brujo.
Al marfil monacal de
esa faz misteriosa
brota una dulce luz de un resplandor interno,
que enciende en las mejillas una celeste rosa
en que su pincelada
fatal puso el Infierno.
¡Oh, Sor María! ¡Oh, Sor María! ¡Oh, Sor María!
la mágica mirada
y el continente regio,
¿no hicieron en un alma pecaminosa un día,
brotar el encendido clavel del sacrilegio?
Y parece que el hondo
mirar cosas dijera,
especiosas y ungidas de miel y de veneno.
(Sor
María murió condenada a la hoguera:
dos abejas volaron de las rosas
del seno.)
Rima
¿Que no hay
alma? ¡Insensatos!
Yo la he visto: es de luz...
Se asoma a tus
pupilas
cuando me miras tú.
¿Que no hay cielo? ¡Mentira!
¿Queréis verle? Aquí está.
Muestra, niña gentil,
ese rostro sin par,
y que de oro lo bañe
el sol primaveral.
¿Que no hay Dios? ¡Qué blasfemia!
Yo he contemplado a Dios...
En aquel casto y puro
primer beso de amor,
cuando de nuestras
almas
las nupcias consagró.
¿Que no hay infierno? Sí, hay...
Cállate, corazón,
que esto bien, por desgracia,
lo sabemos tú y yo.
Soneto al Marqués de Bradomín
Marqués (como el Divino lo eres), te saludo.
Es
el otoño y vengo de un Versalles doliente.
Había mucho frío y erraba
vulgar gente.
El chorro de agua de Verlaine estaba mudo.
Me quedé pensativo ante un mármol desnudo,
cuando vi una paloma
que pasó de repente,
y por caso de cerebración inconsciente
pensé
en ti. Toda exégesis en este caso eludo.
Versalles otoñal; una paloma; un lindo
mármol; un vulgo errante,
municipal y espeso;
anteriores lecturas de tus sutiles prosas;
la reciente impresión de tus triunfos... prescindo
de más
detalles para explicarte por eso
cómo, autumnal, te envío este ramo
de rosas.
Tarde del trópico
Es la tarde gris y triste.
Viste el mar de
terciopelo
y el cielo profundo viste
de duelo.
Del abismo se levanta
la queja amarga y sonora.
La onda,
cuando el viento canta,
llora.
Los violines de la bruma
saludan al sol que muere.
Salmodia la
blanca espuma:
miserere.
La armonía del cielo inunda,
y la brisa va a llevar
la canción
triste y profunda
del mar.
Del clarín del horizonte
brota sinfonía rara,
como si la voz
del monte
vibrara.
Cual si fuese lo invisible...
cual si fuese el rudo son
que
diese al viento un terrible
león.
Thánatos
En
medio del camino de la Vida...
dijo Dante. Su verso se convierte:
En medio del camino de la Muerte.
Y no hay que aborrecer a la
ignorada
emperatriz y reina de la Nada.
Por ella nuestra tela está
tejida,
y ella en la copa de los sueños vierte
un contrario
nepente: ¡ella no olvida!
Trébol
De don Luis de Góngora y Argote
a don Diego de Silva y Velázquez
Mientras el brillo de
tu gloria augura
ser en la eternidad sol sin poniente,
fénix de
viva luz, fénix ardiente,
diamante parangón de la pintura,
de España está sobre la veste oscura
tu nombre, como joya
reluciente;
rompe la Envidia el fatigado diente,
y el Olvido
lamenta su amargura.
Yo en equívoco altar, tú en sacro fuego,
miro a través de mi
penumbra el día
en que al calor de tu amistad, Don Diego,
jugando de la luz con la armonía,
con la alma luz, de tu pincel
el juego
el alma duplicó de la faz mía.
Triste, tristemente
Un día estaba yo triste, muy tristemente
viendo cómo caía el agua de
una fuente;
era la noche dulce y argentina. Lloraba
la noche. Suspiraba la
noche. Sollozaba
la noche. Y el crepúsculo en su suave amatista,
diluía la lágrima
de un misterioso artista.
Y ese artista era yo, misterioso y gimiente,
que mezclaba mi alma
al chorro de la fuente.
Un retrato de Watteau
Estáis en los misterios de un tocador. Estáis
viendo ese brazo de ninfa, esas manos diminutas que empolvan el haz de
rizos rubios de la cabellera espléndida. La araña de luces opacas
derrama la languidez de su girándula por todo el recinto. Y he aquí que
al volverse ese rostro, soñamos en los buenos tiempos pasados. Una
marquesa, contemporánea de madama de Maintenon, solitaria en su
gabinete, da las últimas manos a su tocado.
Todo está correcto, los
cabellos que tienen todo el Oriente en sus hebras, empolvados y crespos,
el cuello del corpiño, ancho y en forma de corazón, hasta dejar ver
principio del seno firme y pulido; las mangas abiertas que muestran
blancuras incitantes; el talle ceñido, que se balancea, y el rico
faldellín de largos vuelos, y el pie pequeño en el zapato de tacones
rojos.
Mirad las pupilas azules y húmedas, la boca de dibujo
maravilloso, con una sonrisa enigmática de esfinge, quizá en recuerdo
del amor galante, del madrigal recitado junto al tapiz de figuras
pastoriles o mitológicas, o del beso a furto, tras la estatua de algún
silvano, en la penumbra.
Vese la dama de pies a cabeza, entre dos
grandes espejos; calcula el efecto de la mirada, del andar, de la
sonrisa, del vello casi impalpable que agitará el viento de la danza en
su nuca fragante y sonrosada. Y piensa, y suspira, y flota aquel suspiro
en ese aire impregnado de aroma femenino que hay en un tocador de mujer.
Entretanto la contempla con sus ojos de mármol una Diana que se alza
irresistible y desnuda sobre su plinto; y le ríe con audacia un sátiro
de bronce que sostiene entre los pámpanos de su cabeza un candelabro; y
en el ansa de un jarrón de Rouen lleno de agua perfumada, le tiende los
brazos y los pechos una sirena con la cola corva y brillante de escamas
argentinas, mientras en el plafond en forma de óvalo, va por el fondo
inmenso y azulado sobre el lomo de un toro robusto y divino, la bella
Europa, entre delfines áureos y tritones corpulentos que sobre el vasto
ruido de las ondas, hacen vibrar el ronco estrépito de sus resonantes
caracoles.
La hermosa está satisfecha; ya pone perlas en la garganta
y calza las manos en seda, ya rápida se dirige a la puerta donde el
carruaje espera y el tronco piafa. Y hela ahí, vanidosa y gentil, a esa
aristocrática santiaguesa que se dirige a un baile de fantasía de manera
que el gran Watteau le dedicaría sus pinceles.
Un soneto a Cervantes
A Ricardo Calvo
Horas de pesadumbre y
de tristeza
paso en mi soledad. Pero Cervantes
es buen amigo.
Endulza mis instantes
ásperos, y reposa mi cabeza.
Él es la vida y la naturaleza,
regala un yelmo de oros y
diamantes
a mis sueños errantes.
Es para mí: suspira, ríe y reza.
Cristiano y amoroso y caballero
parla como un arroyo cristalino.
¡Así le admiro y le quiero,
viendo cómo el destino
hace que regocije al mundo entero
la
tristeza inmortal de ser divino!
Una votiva
A Lamberti
Sobre el caro despojo esta urna cincelo:
un amable frescor de
inmortal siempreviva
que decore la greca de la urna votiva
en la
copa que guarda rocío del cielo;
una alondra fugaz sorprendida en su vuelo
cuando fuese a cantar
en la rama de oliva,
una estatua de Diana en la selva nativa
que
la Musa Armonía envolviera en su velo.
Tal si fuese escultor con amor cincelara
en el mármol divino que
brinda Carrara,
coronando la obra una lira, una cruz;
y sería mi sueño, al nacer de la aurora,
contemplar en la faz de
una niña que llora,
una lágrima llena de amor y de luz.
Apuro sediento tu tierno gemido, tu intimidad que me embriaga y ardiente, la lengua del dulce deseo, pasión cuyo vino no sacia...